Vení a dormir conmigo: no haremos el amor, él nos hará.
Julio Cortázar
Brete
Por: Eruka
La magia es mala, sólo un verdadero engendro es capaz de aprovecharse del poder del diablo y enorgullecerse de ello. Deberías arrepentirte, dejarla a un lado.
Deberías morirte.
Se giró y su mirada se topó con el rostro que amaba.
Su mano voló sin indicaciones previas hacía él, acariciando los suaves labios que apenas se visualizaban bajo la tenue luz que entraba por la ventana. Suspiró placenteramente, exhaló famélicamente y luego tosió. El árbol cuya rama rasgaba la ventana con la más leve brisa comenzó su pequeño acto, y el mudó su expresión por una de fastidio. Debería cortar esa rama, pero seguramente su acompañante se molestaría; era una verdadera molestia cuando se trataba de dañar a la naturaleza.
Vaya tontería, porque para Sasuke era ése su día a día. Dañar a la naturaleza con su magia, manipularla, transformarla y beneficiarse con ella. Naruto ya debería haber comprendido que todo lo que sus ojos veían era materia prima para ganar el gran juego de la supervivencia, y que era gracias a esa visión retorcida que podían estar juntos. De no ser por la supuestamente terrible y demoniaca magia de la que él y unos pocos llevaban inherentes a sí mismos, el rubio seguramente todavía estaría viviendo las bestialidades de la vida cotidiana, en ese repelente piso de Tokio, en un trabajo que odiaba y con gente que no le quería.
Gracias a la magia, estaban juntos para siempre.
Un quejido entre sueños llamó su atención, desviando la vista de los apetecibles labios para mirar si la manta cubría bien al áureo, que tenía clara preferencia por los climas cálidos. Se levantó de la cama al notar que su temperatura había descendido, rebuscando en la reliquia que era el ropero empotrado. Con la ropa del rubio y la suya propia, el ropero era insuficiente, así que había construido un armario y rebajado a la preciosa pieza de madera, como sitio para almacenar la ropa de cama. Tomó la manta más gruesa que encontró y la colocó cuidadosamente encima del rubio, que dejó ese dulce quejido hasta retornar al suave compás del sueño tranquilo.
Eran el uno para el otro. Naruto era voluntarioso, apasionado y dulce como leche con miel en un día de invierno. Sasuke era seco, hostil y fuerte como un viejo y grueso árbol. Naruto podía dormir bajo su sombra y Sasuke podía beber de él, así podían complementarse y vivir felices por todo lo que sus vidas duraran. Y duraría tanto gracias a la magia, que no valía el esfuerzo pensar en el final. Si es que realmente llegaba algún día, seguramente sería lejano, o quizás el mundo terminase antes que sus vidas.
Por eso la magia era tan valiosa. Y Naruto debería entender que no era un artilugio infernal, sino una herramienta que volvía real cualquier castillo idílico. En la magia cimentaban su vida, la magia había conseguido su felicidad y la magia la haría durar para siempre. No habría un solo día de infelicidad, de tristeza, de enojo, de rabia, de odio o de cualquier tipo de sufrimiento. Todo sería felicidad, tranquilidad y amor.
La magia haría que construyeran una familia, porque la magia era tan poderosa que minimizaba las limitaciones humanas.
Sin embargo, como todo, la magia necesitaba de apoyo y soporte. Y antes de conocer a Naruto él no tenía ninguno. Estaba solo, desprotegido a un nivel tan sutil que apenas era consciente de ello, pero desprotegido al fin y al cabo. Podría vagar para siempre, pero solitario nunca sería lo mismo. Una senda plana, sin color ni vida, demasiado sencilla para ser soportada.
Cuando Naruto apareció, la senda se transformó. Dejó de ser insoportable, convirtiéndose en seductora, digna de caminar por ella.
Y él, seguramente, también había transformado la senda llena de baches y curvas peligrosas del blondo. Porque todos necesitamos a esa persona, no importa cuán hostiles y fuertes seamos, necesitamos la otra parte de nuestras propias almas, el color y la vida. La compañía en sí misma. Por eso la magia era buena, creadora y formadora, por eso Naruto debería dejar de odiarla y comenzar a agradecerla. Besando suavemente los labios de la persona que más amaba, logró por fin encontrar el sueño esquivo, sujetando entre sueños la mano más pequeña, pero todavía fuerte, de su dormida compañía.
Los zafiros se mostraron mientras tanto, y el rostro de tranquilo durmiente se descompuso en una mueca aterrorizada, en unos labios temblorosos que sin embargo no lograron abrirse del todo, que no fueron capaces de dejar salir ese grito atorado en su garganta desde hacia más años de los que podía recordar.
La magia era repulsiva y diabólica, pero más que eso, era dominante y opresora.
Era su muerte en vida.