Caminaba lentamente.
No tenía ganas de subir el ritmo de sus pasos... aunque realmente estuviera ansioso por llegar a su destino.
Nunca lo admitiría...
Jamás lo diría en alto.
Pero esperaba cada oportunidad para verlo.
Era casi como una pequeña obsesión enfermiza.
Todos los sábados, él actuaba en aquella discoteca.
Bailaba un par de horas y luego simplemente desaparecía.
Todos lo llamaban “Little Red”
Seguramente demasiado joven como para entrar allí.
Pero bailaba como un dios del erotismo sacado de alguna antigua religión.
De piel blanca y aparentemente suave.
Pelo rojo, largo y atrayente. Del mismo del que le habían sacado el sobrenombre.
Con las luces del local, nunca estuvo seguro del color de sus ojos, pero parecían haber sufrido mucho a tan corta edad.
Su cuerpo, pequeño y compacto. Ligero y bello. Plano e indudablemente de adolescente, que aún tiene que crecer.
Desde que aquel chico aparecía en el espectáculo, el número de clientes se había disparado. Pero nunca nadie había logrado tan siquiera hablar con él.
Solía usar algo que tapara parte de su rostro. Y su melena espesa suelta.
Se estaba acercando la hora. Pronto haría su aparición.
Pero a él ya no le preocupaba.
Ingresó en el recinto del negocio, con aire despreocupado, aspirando más fuerte para dar una calada profunda y retirar el cigarro de su boca.
Se sentó en el mismo lugar de siempre, aunque esta vez sin su copa.
Justo cuando miró hacia el escenario, los ojos de aquel pequeño estaban posados en él, mientras empezaba a bailar al ritmo de la música... haciendo que con sus movimientos, el ambiente subiera un par de grados.
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