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Si me vuelves a llamar así por Vampire White Du Schiffer

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Notas del fanfic:

Lalala, los personajes de Katekyo Hitman Reborn, pertenecen a Akira Amano.
Esto es un desafío lanzado personalmente hacia mua, por Konosuke.
En conmemoración a mi segundo año, mi aniversario, yey~, desde que subí mi primer fanfic. Poca cosa, pero es mi inspiración al fin y al cabo.
Contiene parafilias; tal vez espanto demasiado, pero es para personas de amplio criterio. Ni Konosuke ni yo, fomentamos las conductas que aquí se describan.
Sin más, disfrutenlo mucho.

Si me vuelves a llamar así...

R56 Auspiciado por Ángel, mi consentidor Beta.
Los personajes de Katekyo Hitman Reborn pertenecen a Akira Amano.
Contiene parafilias.

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Era verano, demasiado calor; más negatividad que agregarle al estado anímico del Arcobaleno del Sol, Reborn. Mal humor. Pésimo humor. Ceño fruncido y mandíbula apretada. Él mismo se sabía una persona tan fría y mezquina que con sólo respirar una vez podría calmarse. Su inmenso poder daba para eso. Empero, bueno, siempre tienen que ocurrir cosas ajenas a uno mismo. Maldijo por lo bajo a ése estúpido filósofo que se atrevió a mencionar a los humanos como animales sociales. Porque él, claramente, no era un animal. Tal vez mucho menos un humano, pero ¿qué importancia tenía ahora? Odiaba al maldito germen social. Mal necesario, ¿de dónde? ¿Quién dictó ese dogma? Reborn dijo que quien quiera que piense así, vaya, estaba enojado, podría meterse el rollo sardónico por el culo.

Ahora, cuestión origen. ¿Razones para que el «Tranquilo» arcobaleno desee beber sangre?

Comenzó con la mención del apodo cuyo autor no recordaba. Probablemente fue burla planeada por el satírico Verde, aunque le daba más ancha a que fuese Colonnello la mente jodida detrás de semejante ultraje a su ego. Pero el asunto obviamente no se quedó en ser invocado de «Beborn esto, Beborn aquello».

Luego, celos enfermizos. Tal vez exagera, pero si hay algo que Reborn odia es ser acosado y celado. Bueno, lo último si es utilizado con inteligencia puede producir asuntos interesantes. Pero no fue así. En lugar de eso, se desató un cabo peligroso.

Reborn era alma libre, o eso creía, podría ir y venir en cuanta misión le hartase en gana y luego regresar a la casa del Kora-perdedor y follarlo como le ardiera el deseo.

Si Colonnello había estado hirviendo, a su estilo, de ganas por ser la relación oficial con él, se preguntaba Reborn, no había motivos fundados para el engaño del que fue avisado por dos ayudantes. Vista y oído.

Claramente se le antoja recordar la escenita.

Colonnello divirtiéndose a lo grande con la boba vaca de quince años recién cumplidos. Toda una herejía. Bebían y se abrazaban frente a la barra de bar. El alcohol se derramó sobre el piso cuando se apareció frente a esos dos insulsos mortales que osaban en gastarle la mala broma. Reborn odia las bromas, cuando es él quien las sufre. Por supuesto, todo un buen samaritano que asesina hombres sin piedad. Dulce y fatídico error para ésas dos personas ignorantes.

−Kora, pero si es Beborn –de nuevo; ya había sido suficiente.

Ensanchó una sonrisa mucho más tétrica que cualquiera, y estrelló su puño derecho en la mejilla del militar hasta el punto de destrozar la rockola.

−Ah, Beborn, eres un idiota –para darle otra cereza al postre, Lambo, el guardián del trueno de la décima generación, corrió a socorrer al infortunado Colonnello.

No entendía en absoluto las ganas de Colonnello por hacerle enojar. De verdad que no. Y al final, se dio cuenta de que eso era punto irrelevante. Las consecuencias deberían cantar celestialmente satánicas para demostrarle a ése idiota quién tiene la voz cantante.

Y por el tridente de Neptuno. Se le ocurrieron un par de ideas.

Al dejar el bar no permitió que nadie lo siguiera ni supiera su curso. Se sumergió en el caos de la ciudad y el militar no volvió a saber de él hasta la noche.

+ : : : : +

Por bobería o ingenuidad insoportable, puso seguro a la puerta. Pero después de un segundo, se echó a reír de sí mismo. ¿Miedo a Reborn? ¿Qué pasaba? Pues adónde se había ido el glorioso Arcobaleno de la lluvia, se decía para aumentar la seguridad propia.

Se lanzó al sofá de color vino que tenía en la sala y dedicó su boca a saborear una fruta cualquiera. De soslayo vigilaba la puerta y luego enfocó el sillón individual de Reborn. Mejor vería el techo.

Ya casi darían las doce de la noche y no había vestigio alguno de que su compañero de armas quisiere llegar. Creyó que esta ocasión se había pasado de huevos. Espera, se dijo, sí. Se pasó de huevos. Es oficial. El arcobaleno de la lluvia cabreó al asesino más fuerte del medio sólo por capricho digno de adolescente. Pero, para él, Reborn era el de la culpa imputable. Así de simple y pasajero. De seguro Tsuna, el jefe Vongola, le encargaría un trabajo que lo orillara lejos el suficiente tiempo para hacerle pasar el mal día de «Beborn, eres un idiota; Beborn, ya sé que te comes a tu pupilo en las noches; Beborn, me causas pena y a veces asco; Beborn, acosé hace poco a Lambo y pienso acostarme con él, oh, espera, ya lo hice»

Estaba a un segundo de morderse el dedo derecho. La cara de enojo en Reborn vale oro. Es difícil lograrlo, ¡Podría aplaudirse como foca en este instante!

Además, Reborn era fuerte, lo superaría algún día. Así como él, Colonnello, olvidó los achaques de Sodoma y Gomorra que tenía Reborn en las fiestas a las que él no asistía por aburrimiento. No tuvo que perdonar algo, pues antes le daba igual con quien se acostara Reborn, pero, ah, de un tiempo hacia acá, era distinto. Incluso le apreció una idea divertida celarlo.

Interrupción. Reborn abriendo la puerta. El militar se sentó para tratar de adivinar lo que traía el moreno entre manos. Y se veía pesado. Sin embargo, pasó sin murmurar insulto y se metió a la cocina.

Colonnello no aguantó la curiosidad y el ánimo de seguirle jodiendo por un rato más, así que apareció en el marco del mismo cuarto que ocupaba el asesino de negro.

−¿Te fuiste a vagar, eh? –vio que la bolsa café que traía ya descansaba en la repisa. Sin pensarlo ni por mero trámite, metió la mano, enseguida reprendido por Reborn.

−Vuelve a tocar eso y tu mano será de plomo.

−Uy, qué miedo, no me cabe la menor duda que como peluche me excitabas más –ronroneó desafiante, pero se encogió de hombros y desapareció para irse a dormir.

Reborn crujió en su mano un paquete y seguía sonriendo. Ya le había llegado la hora. Ajuste de cuentas estilo Reborn, señoras y señores.

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Dormir desnudo era peligroso, aunque dormir con calzón de castidad no era ninguna garantía. Reborn podría desvirgar a la misma Madre Teresa de Calcuta si aún viviera. Esperen, sería tan anticristo como para ir a sacarla de la tumba y hacerla revivir gritando: «Más duro y tupido, párteme en dos, jodido asesino»; entonces las santas serían hijas de una sacro-satánica madre, nietas de un hijo de puta y herederas del trono de puta sarcástica. Si Reborn hacía eso, bienvenido sea el adelantado apocalipsis.

Pero proliferó un jadeo de conformismo tan iluso que se durmió rápidamente.

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Sentir el cañón frío en la sien derecha bastó para arrancarlo de los acogedores brazos del gilipollas de Morfeo.

−¿Ahora qué quieres? –pregunta innecesaria, pero al fin y al cabo hecha y de mala gana. Lo obligó a levantarse en silencio. Inmediatamente le apresó la boca con los labios. Muy hosco, estilo Reborn sin duda. Pero lo malo del asunto vino acaeciendo con minuciosa maña.

−Tengo hambre.

−Pues lárgate a comer, hay luz afuera.

−En ningún lado carne humana.

−Hay un perro ladrando allá.

−Y uno renegando aquí –le clavó a consciencia la punta de la pistola hasta dejarle marcada la sien –. Tengo a tu linda mascota.

−¿Y? –dijo, pero el retrueno en su voz sacó una media luna en la cara del moreno.

−Supo horrible –repuso socarronamente y deslizó su arma por la mejilla molesta del militar –, por eso quiero algo mejor –dijo y el rubio no lo entendió hasta que su boca fue atiborrada de una masa ligeramente grasosa, que olía y sabía dulzón. Se atragantó por un tiempo, hasta intentar vomitarlo, pero Reborn más rápido que coyote hambriento, lo atosigó hasta que los dos lo comieron.

Pedazos de pastel cayeron a las sábanas límpidas. La saliva de los dos se mezcló con la crema batida. Colonnello sintió rico cuando se pudo acomodar. El momento de asfixia definitivamente no le agradó, pero vamos, sólo fue un rato.

Empero.

−Parece que te gustó, sabandija –masculló plantándole un cortante beso, entonces con una sola mano, ya sin la pistola, le arrancó la camisa blanca al rubio. Atacando muy bien en la oscuridad la piel desnuda del tórax, sobre todo los pezones. Y para añadir sabor, otra vez la crema batida.

Colonnello se resistía inútilmente, le asqueaba sentirse melado pero aun así su vientre decía: ojalá te dé diabetes.

−Para –palabra en orden o súplica, la verdad tenía la boca llena de dulce así que no se pudo saber. Reborn se fue quitando la ropa, encajó su rodilla en la entrepierna del militar, muy fuerte. Casi como si aplastarlo se tratara de salvar el mundo. Aplasta o muere.

−¿Si no, qué? –enjuagó su lengua, untando toda crema en el ombligo del rubio. Hundió ese musculo tan fuerte que salió un jadeo de la boca terca.

−Ah, puede que te mate –las luces externas permitían ya vislumbrar los gestos ajenos. Reborn mofó sonoramente y se trepó a las caderas de Colonnello.

−León –invocó a su querido compinche de todos los días; con un murmuro muy simple dio las órdenes y Colonnello se vio a la completa merced.

−¿Cuerdas? –quiso aparentar calma, pero sabía que para librarse de León tendría que deshacerse primero del dueño. Cosa imposible. Además, el cuerpo metamorfoseado de León seguía caminando por todo su cuerpo. Expandiendo el rango de cobertura. Deslizándose por cada centímetro de la piel, apretando. Casi sacándole el aire de los pulmones cuando abarcó por completo su pecho.

Y luego, al ser tan volátil el instrumento, cual tentáculos húmedos, se inmiscuyó muy lejos. El pantalón verde estaba hasta la mitad de los muslos.

−Ahh –gimió al tener su pene rodeado, peor aún, siendo devorado con parsimonia  por tanto metro de soga.

El moreno lo recostó. Las cuerdas amarraron a la perfección, juntando cada talón a la nalga respectiva. Dejando expuesto una escena enfermamente encantadora.

−Sumiso –se deleitó al escupir cada fonema. Se inclinó para besarlo hoscamente. Tanto que los dientes también jugaban sucio. Duros pedazos, marfil sagrado, diamante diáfano, uno contra el otro. Totalmente adultos.

Echó saliva a toda la mano derecha y fue directo a pasearla por la extensión de la hombría recién despierta. Escurridiza humedad que despierta en la mente deseo libidinoso. Colonnello no podía escapar, y eso le sabía delicioso. Total estado de indefensión.

Otra cosa, el moreno lo desprendió de la banda verde que cargaba en la cabeza para metérsela de un movimiento a la boca. Quiso que allí se acumulara toda saliva. Y el eco que chocaba contra las paredes era más excitante. Por lo menos para la mente trillada de Reborn así era.

Ah, los pezones, sería tan fácil arrancárselos de dos mordidas. Luego podría guardarlos en un frasco lleno de alcohol. ¿Por qué carajos se acordó del remedio  «siete ponzoñas»? Como sea, dejó infértil ese pensamiento; si hacía eso, ya después no tendría qué morder.

Luego, con delicadeza fingida, los lamía. Como para hacerle olvidar el dolor y sentirse bien por puro placer. Y a cada minuto las cuerdas se retorcían medio centímetro más. Cada encrucijada, un mareo, dolor disfrazado de ricura.

−Beborn –las personas no logran aprender realmente lo que bailar en la boca del lobo representa.

El supuestamente aludido recordó que no debía enojarse, ya se estaba vengando. Asestó un golpe duro en la mejilla de Colonnello. La que no había sido golpeada en el bar. A posterior, le besó con ternura.

Rubio de luceros azules, no sabía si reír o enojarse más. Estaba usado como muñeca inflable, de esas que tanto agradan a los antisociales, pérfidos solitarios o gente sin verdadero ocio.

La piel ya escocía. 

Reborn reía, fuero interno o externo, para el caso, daban lo mismo. El moreno se desplegó del saco negro, mandándolo al borde de la cama, se desanudó la corbata y movió sus cabellos en el proceso.

El perfume de Reborn venía mezclado con el de alguien más. Colonnello de inmediato evocó una puta, o, en el mejor de los casos, pensó en Bianchi.

Apretó los dientes, con el sentimiento de calidez todavía acaparando su vientre. El rubio fue obligado a hincarse en la cama, justo frente a la entrepierna del Sol. Vio cómo con mucha tranquilidad se bajaba sólo el cierre y desprendía el botón para dejar liberto «Cthulhu», que estaba de muy alabable euforia.

La lluvia tenía dentro de sí, creciendo de manera alterada, una expectación de deseo que le sacó un gemido enorme. Se imaginó tragando ésa enorme bestia, masajeándola, lamiéndola. Ah, sería terriblemente excitante que le tocara el fondo de la garganta. Fue en ése momento en que creyó haber perdido, sino la cordura, por lo menos la dignidad.

Atado y todo pero con la boca liberta sí que se logran maravillas. Reborn no esperó que Colonnello dejara de babear, lo encajó en el oral. Arriba y abajo. Rápido. La saliva escurrió por la barbilla y bajó por el falo.

En la estancia, las paredes recibían gustosamente el sonido de succión. Es algo vulgar decir, chupar, pero a Reborn no se lo pareció tanto, así que entre susurros sensuales se ocupó de hacérselo saber. Le apretó la nuca, le haló de los cabellos y le acarició la oreja.

−Pero qué buena putita eres –una flor con una espina.

Colonnello se estremecía, y hacía eco con su garganta. Ser sobajado de esta manera lo estaba volviendo loco.

 Cubrió de un solo movimiento la hombría entera. El moreno vibró al tocar la campanilla. Por más minutos de los que no tomó conteo verdadero, sentía que pronto acabaría.

La lluvia lo previó porque la convulsión en Reborn fue muy obvia. Un corto jadeo, erótico. Pero no se le permitió escapatoria. Orillado fue a tragar todo el semen que salió disparado directo. Con esfuerzo. Lo liberaron pocos segundos después.

Seguía con ganas de rascarse, incluso de liberarse a sí mismo de era horripilante erección que Reborn dejaba abandonada. El rubio se recuperaba, pues apenas si podía respirar bien. La quijada le dolía, la movió con varios gestos de incomodidad, hasta que el masaje surtió sus efectos.

−Es suficiente –repuso entre su viento sofocado.

−Claro que no –lo miró muy normal, lo empujó otra vez, para que quedara divinamente expuesto, por algo de «humanidad» dejó que León disminuyera la fuerza.

Colonnello sonrió ante el pequeño alivio, la circulación era mucho mejor. Además, no era un débil niñito como Lambo para quejarse tanto.

A primera vista, creyó que era una vara.

Los tobillos se le clavaban en las nalgas, era imposible librarse. Y recibió el primer golpe en los muslos. No era una vara, era cuero. Entonces supo que le estaban golpeando con un fuete. Una. Otra. Y otra. Hasta que las piernas temblaron.

Lo poco creíble, fue el azotador calor de lujuria que seguía palpitando en el pene de Colonnello.

−Ah –gimió al tener un nuevo golpe, esta vez en el brazo pegado a la cama. El cuerpo se adaptaba perfectamente en cada movimiento, luego, el ardor y el dolor se mezclaron con varios sonidos groseros –. Más duro –su pecho no tenía buena cadencia, su marcha era frenética y quien sabe cómo iba a terminar todo esto. Los golpes le pusieron a tono, en uno peor que todo lo que antes le hizo experimentar Reborn.

Cuando la ronda llegó al estómago, lo sintió revolverse. La superficie de su piel ya estaba quemada, seguramente roja. Ah, era delicioso.

−Eres una maldita zorra, te calientas con esto –y le asestó un daño más severo.

El moreno se echó a reír, socarronamente despechado. Vio la ropa interior de Colonnello totalmente húmeda.

−Con que te corriste con esto, ¿eh? –apartó a León totalmente; besó al militar aunque este estaba urgido por librarse del escozor que mantenía a su cuerpo totalmente entumido. El paso de la sangre le mareó. Apenas si podía ver la silueta grisácea de su domador. Sistema respiratorio con complicaciones.

La lluvia se puso la mano sobre la frente. No existió momento para que proliferara algún comentario. Le arrancaron los pantalones y demás tan rápido que no reaccionó sino para gemir alto. Muy alto.

Lengua, músculo fortachón, se puso a surcar groseramente el coxis.

−Ahh, Re-Reborn, para –sus piernas fueron elevadas, lo arrastró, hasta que de nuevo quedó en posición incómoda. Su espalda pegada al pecho de Reborn que lo veía desde arriba.

El Sol estimulo de nuevo el mojado miembro del militar, lentamente, tal como sus movimientos en el trasero. Un masaje muy suave, sucio, perfecto.

−Maldición –farfulló el ojo azul. ¿Cómo tan rápido pudo volver a erguirse? Era tan bueno. Su miembro era presa fácil.

Podría volver a correrse de continuar así.

−Reborn, ya, métemela –le costó decirlo, pero ya era demasiado, quería tener esa enorme hombría dentro de su trasero. Al no ver signo afirmativo, pues Reborn estaba muy tranquilo lamiéndole y besando, escurrió sus manos hacia atrás, y tomó el pene ajeno para masturbarlo.

−Apártate –ordenó hoscamente, a lo que el rubio sólo atinó a mofarse, y seguir acariciando. En un arranque de estupidez, lo apretó tan duro que casi quiso arrancar el órgano viril.

Reborn le golpeó duro en la mejilla y retomó muy bien su lugar. Perfiló su peligrosa arma. León de nuevo.

La pistola se fue abriendo paso en Colonnello, que gritó. No se supo si fue de dolor o de dicha. Tuvo las dos connotaciones.

−¿Quieres que te dispare? –preguntó socarrón; sacó la pistola en su totalidad, para repetir el proceso de adentrarse.

−No… No… tu polla, la quiero –masculló un par de veces; los ojos acuosos del militar dieron el empuje necesario que necesitaba Reborn para animarse de nueva cuenta.

−¿La quieres? –se acercó a él, untando ambos penes de manera sensual.

La lluvia gemía, contraía los labios entre sí. Y no dudó en rodear a su amo con los brazos hasta clavarle las uñas.

−La quiero toda, rápido –también elevó las piernas para apresar la cadera del asesino que todavía tenía el pantalón. Desalineado, pero combatía.

Se introdujo tan rápido que Colonnello se vino, manchando su vientre. El Sol no podía estar más complacido; importándole muy poco su condición, se movió terriblemente veloz. Al punto que el cuerpo del pasivo se mecía como copa de árbol en un ventarrón.

El arcobaleno del sol mordió el lóbulo de la oreja izquierda de Colonnello. Duro. Hasta sacarle sangre. Compartieron el líquido rojo hasta que se acabó. El rubio tenía la mecha prendida. Se calentó por ser tan divinamente profanado.

−Ay, sí, Reborn, más adentro –gritó a volumen tonto.

Entonces, el Sol bajó una de las piernas para dejarla en la superficie mojada y blanca, y colarse de nuevo, sosteniendo solo una. Diez estocadas firmes. Enfermamente profundas. Y sacó su hombría para correrse sobre el estómago de la Lluvia.

Jadeantes, ambos se besaron en su secreta oscuridad.

No bastando con todo lo ocurrido, Colonnello fue mordido en el hombro, en el cuello. Hasta que la porcelana fina dejó su huella palpable en la piel.

−Me lastimas –murmuró, pero fue erróneo hablar.

−No eres más que una perra masoquista –le apretó las mejillas con una sola mano –¿Continuamos?

+ : : : : +

Le dolía… sería más fácil y mucho más rápido decir lo que no le dolía. Estaba adolorido a madres. Maldito Reborn con su maldita polla y su maldita sesión de sexo duro y tupido. Encantador, terriblemente encantador. Estaba bañado en semen y no quería levantarse. Quería, un par de horas más, gozar con el recuerdo.

Precisamente ahora que estaba tendido en la cama, con la mirada perdida y la luz del día entrando por la ventana, dijo muy claramente, al punto que Reborn le pudo escuchar desde otro lado.

−Por Dios, Reborn-sama…

+ : : Fin : : +

 

Notas finales:

Asdasd, cambié lo de "Lluvia dorada", no tuve el estómago. O algo así. También cambié el asunto del "látigo".
Gracias por leer, comentar y agregar a favoritos.
Vamos por otros dos años >:3
Galietzsche, out.


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