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El Secreto Real por Elfa Lilit

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El Secreto Real.

Los personajes, lugares, el idioma élfico y demás elementos son propiedad del profesor J. R. R. Tolkien y solo los utilizo para escribir historias que tal vez él no se atrevió (jeje, o que solo yo puedo imaginar)

Advertencias:
Posible lemmon (creo que más que posible) más adelante. Los lugares y personajes existen igual que en el libro (con algunos cambios de personalidad), pero no hay Sauron (a menos que cambie de opinión) ni Anillo (más que el de compromiso, jeje) y De antemano les agradezco si piensan leerlo. Bien, una vez advertidos, comenzamos
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Capítulo 1.
¿Sabes guardar secretos?

El príncipe Legolas se encontraba en el Bosque Negro, ocultándose una vez más de sus guardias personales, cosa que a su padre lo ponía entre el deseo de darle una buena lección de comportamiento y la admiración de la habilidad de ese jovencito para escapar de todo aquel que lo retara. Había contratado personal en todo el reino y el príncipe había burlado por igual a guerreros, soldados, mayordomos, bailarines, arqueros, cazadores y prácticamente a todo el pueblo élfico a su alcance, los cuales eran muy hábiles para encontrar escondites, aunque obviamente no tan buenos como ese Elfo travieso. Ni siquiera la gente de Lórien e Imladris a la que Thranduil había recurrido era suficientemente hábil.
- Entonces, Majestad ¿Qué hacemos ahora?- preguntó Goroldin, el Jefe de la Guardia Real, quién había venido a informar (por enésima vez) que no se había podido hallar el paradero del Príncipe en tres días de búsqueda. Thranduil suspiró y contestó:
-Lo de siempre: esperar a que aparezca solo. Dejen de buscarlo y mañana estará aquí.- se veía tranquilo y no parecía que tuviera preocupación alguna. Después de pasar varios siglos asustándose cada vez que su hijo desaparecía, había aprendido que era mejor dejarlo volver solo. Había ocasiones en las que ni siquiera enviaba al equipo de búsqueda…nunca habían logrado atraparlo y tenía la certeza de que no lo harían ahora que el príncipe ya tenía tanta experiencia.
Y el sabio rey de Mirkwood tenía razón. Bastó que dejaran de buscarlo un día para que al siguiente apareciera Legolas, tranquilo, en silencio y sin que nadie lo advirtiera, en la Sala de reuniones. De pronto, después de una aburrida merienda, los miembros del Consejo Real se encontraban dialogando los mismos temas que de costumbre y Su Majestad levantó la mirada de sus papeles para posarla junto al amplio ventanal a su izquierda. Cuando los demás miraron, notaron que allí estaba el hijo del Rey. Sonrieron al comprobar que nadie conocía mejor a ese jovenzuelo travieso que su propio padre. Aunque hay que aceptar que también sonrieron porque la vista de ese ser era lo más encantador que pudiesen desear. Estaba vestido de color castaño claro, y se veía inmaculado, cosa que era extraña porque generalmente después de sus extraviadas volvía algo enlodado y despeinado. Thranduil lo notó de inmediato, pero decidió hablar de ello más en privado, así que se dirigió a su hijo como si hubiera estado allí desde que empezó la junta (cosa que era cierta pero nadie más que el joven Elfo lo sabía).
-Legolas, ¿Qué opinas de la creación de un jardín en el Ala Norte?
- Me parece muy bien, pero creo que más que en el Ala Norte hacen más falta en el sur. Quizás algo de hayas dé un toque más alegre a esa zona. Hay demasiados sauces.-contestó el aludido con tranquilidad. Todos se sorprendieron. Hablaba como si estuviera enterado de las últimas dos horas de plática (y lo estaba).- Además- agregó con voz de autosuficiencia que dejó atónitos y algo cohibidos a los presentes- creo que en vez de discutir acerca de jardines en el reino podrían hablar de las relaciones con otros reinos y la invasión orca al sur del bosque- Nadie replicó ni pareció dar muestras de existencia durante un rato. El joven Elfo los miró uno por uno y al fin se encaminó hacia la puerta.
- Bien. Les daré un último consejo, señores. En vez de desaprovechar sus vidas en estas tonterías, vayan a aprender a usar un arco sin sacarle un ojo a su vecino.- entonces se retiró con elegancia haciendo una reverencia a su padre.
Entonces el rey comprendió cuál era el motivo de esta última desaparición. Legolas solía escaparse cuando quería que le prestaran atención a algo, una especie de huelga. En esta ocasión la queja era la falta de atención que se le daba a la invasión orca que ocurría en el sur. Nadie prestaba demasiada atención porque no los afectaba mucho, pero el Rey sabía que su hijo era suficientemente inteligente para notar que pronto se arrepentirían si no hacían algo. Suspirando, Thranduil se levantó y dijo sin mucho interés:
- Bien, la reunión continuará después- y se retiró aprisa. Todos sabían que iba a hablar con su hijo, aunque sabían también que no iba a regañarlo. Con el tiempo, Legolas se había ganado el cariño y respeto de todo el pueblo. Bastaba que sonriera para que cualquier error que hubiera cometido se perdonara con facilidad. De hecho Thranduil admiraba el valor de su hijo al retar a todas las viejas costumbres y hacer sus “huelgas” cada vez que algo no le parecía. Para su sorpresa, nadie en el reino parecía molestarse cuando se enteraban que el príncipe desaparecía. Incluso aquellos destinados a buscarlo en vano obedecían con tranquilidad. Muy en el fondo, todos los habitantes de Mirkwood deseaban tener una razón para encontrarse con “la joya del reino”.
Al llegar a unas puertas de madera, amplias, talladas con hermosas figuras, el Elfo tocó con delicadeza. Una voz hermosa le respondió que entrara. Abrió la puerta, entró y cerró, poniendo el seguro.
- Veo que volviste muy limpio en esta ocasión. ¿Puedo sabe a dónde fuiste?
- No fui a ningún lado, padre.
-¿entonces?
- Supongo que te quedarás con la duda si no puedes descifrarlo solo. No pienso decirte mis secretos- dijo Legolas con una sonrisa.
- Bien, me alegra que hayas regresado, porque en unos días se celebra la fiesta de Fin de la Primavera. No quiero dar la Bienvenida al verano sin ti. Sería una fiesta muy triste.
- Sabes que no me gustan las fiestas. No pienso presentarme vestido como un juguete a una sala donde todos me miran como si tuviera cara de troll. – una extraña mueca apareció en el joven y hermosos rostro, pues recordaba la última fiesta a la que había asistido. Fue desagradable, como lo era siempre, pero en esa ocasión se enfrentó a un acoso mayor del que hasta entonces había conocido. Uno de los invitados lo siguió intentando bailar durante toda la noche, pese a los reclamos del Príncipe. Cuando al fin creyó deshacerse de él, escondido en un balcón, sintió la sensación más asquerosa y desagradable de su vida. El tipo se le acercó por detrás, invadido de una cegadora lujuria y lo había abrazado por la cintura. Aunque el contacto fue muy breve, nunca olvidaría el asco que experimentó cuando algo duro lo había tocado por detrás. Ni todos los golpes que le dio ni la paliza que más tarde le dieron algunos guardias que vieron el incidente lograban calmarlo. Había decidido nunca aparecerse en otra estúpida reunión para ser blanco de miradas indiscretas y claramente salaces.
-Hijo, no te miran como si fueras troll, te miran porque eres demasiado hermoso como para creerlo- respondió Thranduil con orgullo. Sabía de sobra que no encontraría un Elfo más hermoso que su hijo, quién le recordaba a su fallecida esposa. En verdad su existencia se había alegrado por completo con la llegada de ese hijo y jamás dejaría de amarlo y enorgullecerse de todo lo que lograba. Sin embargo, aquellas palabras solo trajeron más recuerdos horribles de otros momentos incómodos para el príncipe. En cuanto Thranduil se retiró, Legolas se dispuso a partir de nuevo. Ya demasiado había sufrido en reuniones falsas y superficiales como para desear repetir la experiencia.
Se cambió de ropa, a una azul celeste que le hacía ver sencillamente hermoso (todos estamos de acuerdo en que se veía hermoso siempre, pero imaginen un poco más), a pesar de que a él no le importaba. Se acercó a una mesita, donde había un frutero lleno, del cual tomó algunas frutas y las guardó en una pequeña bolsa (la que siempre se llevaba cuando planeaba ausentarse mucho tiempo). Llenó una cantimplora con un líquido color ámbar que era refrescante y delicioso, tomó su capa y salió por la ventana, para evitar ser visto, lo cual de todos modos era improbable puesto que caminaba con tanto sigilo como si fuese invisible.
Sin que nadie lograra advertirlo, salió por las puertas mágicas y se internó en el bosque. Subió a un árbol y se desplazó por las alturas con maestría. Tras un rato así, decidió pasar los días siguientes en uno de sus múltiples escondites, entre las ramas de los árboles. Llegó allí en una hora, aproximadamente y se instaló. A pesar de haber llevado reservas, había allí suficiente comida y bebida (no solo agua, sino un poco de vino y otras bebidas élficas) como para unos meses. Había también mantas, algunos libros y cambios de ropa, que había llevado con el paso de los años.
Tenía cerca de cinco “refugios”, perfectamente escondidos en diversos puntos del bosque, cada uno abastecido de manera similar al que ahora se describe. Así había logrado esconderse en tantas ocasiones de todo el reino. Incluso había un par de arcos, dagas cortas y una espada, por si necesitaba cazar algo y, aunque nunca había pretendido luchar, pensaba que podían servirle contra los orcos inmundos que a veces se aventuraban demasiado al norte del bosque. Cuando estaba especialmente aburrido, iba al sur a matar orcos sin que lo vieran siquiera.

En esta ocasión la partida había sido distinta puesto que el motivo de su partida era evitar una fiesta que ocurriría dentro de cuatro días. Pensó que debió esperar más, puesto que se aburriría bastante. Apenas había reaparecido esa misma mañana, tras haberse escondido en la habitación de su padre, y eso lo había dejado satisfecho de aventuras por el momento. Ahora no tenía idea de que hacer. Leyó durante el resto del día varios de los libros que tenía de reserva. Luego se puso a vagar por el bosque, recogiendo ramas adecuadas para hacer flechas. Cuando tuvo bastantes, volvió a su escondite y las colocó en un rincón. No tenía ánimos de seguir trabajando ese día. Se recostó y se cubrió con una manta, quedándose dormido en el sueño élfico.
A la mañana siguiente, nuestro Elfo (¿ven que soy compartida?) se levantó y tras haber caminado un ratito volvió a las ramas del árbol, tomó un cuchillo y comenzó a dar forma a una flecha con una rama que había recogido el día anterior. Unas horas más tarde, ya había terminado con la mayoría de las flechas. No tenía las puntas metálicas, de modo que se conformó con guardarlas para continuar en otra ocasión. A pesar de que no tenía hambre, pues podía soportar varios días sin probar alimento, comió un poco de fruta, pan y bebió un licor ligero (¿Por qué no darse un buen banquete?). Ya era mediodía, y el príncipe no tenía deseo de hacer nada en especial. Cerró su mente y comenzó a pensar en cosas del tiempo y el espacio. Extraños y desconocidos lugares para él aparecieron en sus pensamientos. Finalmente comenzó a cantar una canción que se le ocurrió repentinamente.


I want to see where the sirens sing
Hear how the wolves howl...
...Dance in the fields of coral
Be blinded by the white
Discover the deepest jungle

I want to find The Secret Path
A bird delivered into my heart, so

It's not the end
Not the kingdom come
It is the journey that matters, the distant wanderer
Call of the wild
In me forever and ever and ever forever
Wanderlust...


Sin saber porqué le inundó el deseo de viajar a aquellos lugares que aparecían en su mente. Sin darse cuenta llegó la noche, y él se dispuso a pasarla en vela, pensando. Faltaban dos días para poder regresar y ya empezaba a aburrirse. Se perdió en sus pensamientos, hasta que en medio de la noche escuchó gritos lejanos. Quizás ya habían comenzado a buscarlo, aunque no se explicaba como habían salido a tales horas, cuando tenían menos probabilidades de verlo, debido a la oscuridad. Tras escuchar atentamente, notó que no lo buscaban a él, no eran Elfos de Mirkwood los que llamaban, pero si eran Elfos. Trató de reconocer el acento…
Venían de Imladris.
Buscaban a un tal Aragorn, lo venían llamando en élfico pero también en la lengua común. Con su natural curiosidad decidió acercarse a preguntarles el motivo de su búsqueda. Después de todo, si no le interesaba solo tenía que desaparecer de nuevo. Sin embargo antes de poder acercarse a ningún lado, una mano se colocó sobre su boca, impidiéndole gritar, y otra le sostenía firmemente de la cintura. No podía moverse. Aquel toque no era de un elfo, si no más brusco, pero igualmente poderoso. Legolas llegó a la conclusión de que era un mortal.
El mortal lo hizo girar y quedaron de frente. Tenía unos ojos grises que brillaban con la poca luz que había en el bosque. Su tez era morena y su cabello oscuro caía sobre sus hombros, un tanto despeinado. Lo aprisionó contra un árbol, de modo que el hombre pudo soltarlo de la cintura sin que hubiera riesgo de que escapara. Se llevó la mano ahora libre a la boca, indicándole silencio. Legolas asintió, comprendiendo el gesto. Su boca quedó libre y con voz muy baja, preguntó:
-¿Quién eres?
- Trancos- respondió el mortal- ¿quién eres tú?
- Legolas, hijo de…- comenzó el príncipe, pero fue interrumpido
- Legolas, no me interesa quién es tu padre, ¿entendido? – el Elfo asintió- me basta con saber tu nombre. Bueno, te dejaría ir, pero ocurre que tuviste la desgracia de cruzarte en mi camino, así que me veo obligado a impedirte hablar.
Ante esas palabras, Legolas comenzó a pensar en que lo mataría, o como mínimo le cortaría le lengua. Su cara debió mostrar terror porque Trancos rió.
- No te preocupes, Elfo, no voy a hacerte daño. Solo evitaré que te comuniques con cualquiera por un tiempo. Por cierto ¿Qué haces tu aquí?, eres de Mirkwood, de modo que no entiendo…
- Me escondo- fue la respuesta lacónica.
- Eres fugitivo ¿eh?
- Yo no dije eso. Pero simplemente quería mantenerme alejado de todos- Trancos lo miró directo a los ojos. Aquella respuesta era extraña, y estaba decidiendo si le creía o no. Obviamente optó por creerle. Un Elfo no suele mentir, y esos hermosos ojos no mentían. Sonrió y le indicó que subiera al árbol de donde había bajado, no sin antes advertirle que no debía gritar ni tratar de escapar.
Una vez en el refugio de Legolas, Trancos miró en torno. Se sorprendió de encontrar un escondite tan magnífico y secreto.
- Me parece que llevas escondiéndote mucho tiempo, Legolas.
- No, llegué aquí ayer- dijo Legolas pero como el hombre lo miraba incrédulo, aclaró- pero suelo escaparme frecuentemente.
- Ah
- ¿Y que haces tu aquí?- preguntó con curiosidad. Trancos lo miró atentamente, luego sonrió y casi bromeando, preguntó:
-¿Sabes guardar un secreto?-

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