Sus noches las pasaba despierto,
pensando en todo y en nada al mismo tiempo.
Odiaba tener que hacer eso mas era su deber como caballero.
¿Por qué le tocó a él aquella misión?
¿Porqué él como compañero?
Suspiró pesadamente, dejándose caer en su propio lecho.
Debía partir del Santuario, el rumbo aún era incierto.
Pensando y meditando, cayó en un profundo sueño.
El sol radiante de nuevo en el cielo se presentó
Luciendo su cálido y reluciente manto
Dando luz y calor a todos lados, a cada paso.
El Santuario despertó con aquel resplandor
Mas no así su solitario corazón.
¿Por qué tenía que nacer así?
¿Qué había hecho para ser tan duramente juzgado?
Preparó lo indispensable para sí
Y marchó junto a él y su cofre dorado.
Su viaje comenzó en la cuarta casa,
Cuando el caballero regente le gritó nuevamente.
No es que fuera de su agrado,
pero ya estaba acostumbrado a dicho trato.
Suspiró apenado y continuó su paso
tras el guardián del cangrejo dorado.
Apenas unas horas habían caminado
cuando con su palabra se rompió el silencio
“¿A dónde vamos?” es lo que había preguntado
“Cuando lleguemos lo sabrás” contestó nada más.
Dos horas más tarde y para su sorpresa,
llegaron a un lago un tanto abandonado.
Miro a su compañero, ya más que extrañado
Y este le sonrió por primera vez en lo iba de año.
Sin esperarlo, fue tomado de la mano
Y arrastrado hasta la cabaña de aquel lago.
“¿Qué hacemos aquí? ¿Cuál es nuestra misión”
“Cálmate flor mía, es solo nuestro punto de partida”
Siguió sus pasos hasta el cuarto y descargó sus pertenencias
“¿Nuestro punto de partida? ¿Es acaso una misión fingida?”
“Es en parte una misión pero de nuestra propia vida.”
“No comprendo entonces el recado… ¿Es acaso un engaño?”
“Basta ya florecilla. He sido yo quien pidió tu compañía.
No quiero estar un segundo más sin ti en mi vida”.
El corazón brincó en su pecho pensando en lo escuchado.
¿Era eso acaso lo que siempre había soñado?
Frotó sus oídos y pellizcó su brazo.
“Creo que no te escuché bien, mascara de la muerte
No es posible que me estés proponiendo algo dignamente”.
“¿Y si fuera? ¿Acaso existe algún problema?
Quiero estar contigo y besarte si así me complace”.
Se acercó a su cuerpo y rodeo su cintura
al tiempo que besaba sus labios con locura.
El guardián del pez dorado estaba más que extrañado
Mas siguió con aquel beso que le sabía mejor
que la dulce miel de la flor del cerezo.
Se separó de pronto para preguntar su duda.
“¿Es que acaso no me odiabas como decías?”
“Eres la flor de mi primavera y el sol en mi día.
No podría odiarte pues te amo más que mi existencia”
“¿Quieres decir que la pelea era fingida?”
“Claro Afrodita. Tú eres todo en mi vida”
El fin de semana pasó entre besos y arrumacos.
Ya todo había quedado perdonado.
No más insultos. No más desplantes y/o descaros.
Mucho había sufrido esta pareja de enamorados.
Mas ahora les tocaba ser felices al cangrejo y al pez dorados.