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Y en inicio igual que en final por Marbius

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Nada me pertenece, excepto las casi 20 mil palabras de ficción -y nada más- que componen la historia.

1.- Adrian costó €8,000 euros y pagó en dientes.

 

Desde un inicio había sido una relación destinada al fracaso…

No sólo porque Gustav apenas contaba con dieciséis años y aquel era su primer romance con alguien de su mismo sexo, sino más bien porque Adrian era cuatro años mayor y bisexual, más inclinado a las chicas que a los chicos y de paso infiel como el demonio.

—Me dijo que era su prima segunda, pero joder, ¿quién se folla a su prima segunda? —Murmuró el baterista con los ojos hinchados por tanto llorar—. Soy un estúpido de marca por enamorarme así de alguien que no… que no… Oh Dios —se inclinó al frente y rompió en llanto más fuerte que antes.

Georg a su lado, le acarició la espalda en suaves movimientos circulares que pretendían ser reconfortantes a pesar de que aquello le resultaba casi más de lo que podía soportar. —Ya, no es tu culpa. Además, ¿cómo ibas a saber que te iba a ser infiel con ella?

—Bueno —admitió Gustav—, una vez los vi besándose en los labios, nada brazos de pulpo ni eso, pero me dijo que era algo que se hacía en su familia. Supongo que soy tonto de capirote por creerle.

Georg suspiró, convencido de que podría ser así, pero mordiéndose la lengua porque Gustav lo necesitaba a él con su compañía y su comprensión, no para que lo regañara.

Lo cierto es que el bajista estaba contento de aquel rompimiento. Adrian era, en su opinión y en la del resto de la banda, un trepador de la peor calaña. No bastaba conque fuera parte del equipo de iluminación y siempre le estuviera insistiendo a Gustav por una oportunidad para él y su grupo de garaje con David, sino que además le pedía dinero para todo alegando que le pagaban una miseria y se lo gastaba en tonterías.

No quería admitirlo porque el baterista era su amigo, pero lo cierto es que a Gustav le habían visto la cara de idiota y Adrian se había aprovechado de su inocencia.

—Al menos ve el lado bueno de todo esto —dijo Georg—, te libraste de esa asquerosa sanguijuela y para bien. Sólo tendremos que buscar un pretexto para deshacernos de él y así David lo despedirá del staff para que nunca jamás tengas que verlo de vuelta, ¿qué tal suena eso?

—Uh… —Se removió Gustav incómodo en su asiento—. Creo que no será tan difícil…

—¿Qué quieres decir?

—Antes de encontrarlo así con esa chica, yo… —Suspiro—. Iba a confrontarlo porque me faltaba dinero de mi cuenta de banco.

—Dios… —Georg se llevó la mano a la nariz y se presionó el tabique; ya de antes le había parecido estúpido que Gustav le confiara su tarjeta de débito a Adrian, pero aquello era insano—. ¿Cuánto?

—No es el dinero lo que me importa…

—Gus —insistió el bajista—, dime cuánto y no me mientas.

El baterista balbuceó algo ininteligible.

—Joder, Gustav —lo tomó Georg por los hombros y lo sacudió—. Dime un número.

—Poco más de la mitad… Tres mil euros…

Aquello fue más de lo que Georg podía soportar. —Lo voy a matar, en serio.

Gustav se cubrió el rostro con ambas manos. —No hagas nada, por favor. Ya bastante tengo con sentirme como un imbécil, no le sumes la humillación de haber sido tan tonto como para dejarme embaucar.

—Pero-…

—Sólo… Hablaré con David. No quiero el dinero de vuelta y tampoco ser la burla de medio mundo, me basta con no tener que volver a ver a Adrian o a su dichosa ‘prima’ en lo que me queda de vida.

—Gusti, vamos… Merece por lo menos ir a la cárcel. Es un maldito ladrón, por no hablar de sus otras ‘cualidades’. Si no convences al juez que se lo ganó por infiel, al menos tienes razones con el hecho de que te robó dinero.

El baterista denegó con la cabeza. —Yo le di la tarjeta, Georg. Y de paso mi NIP. Me lo busqué por dejar abierta mi billetera y mi corazón —musitó lo último—. Como sea, en cuanto pueda voy a hablar con Dave y esperar lo mejor.

—¿Lo mejor?

—Adrian aún tiene mi tarjeta. Presiento que esto no va a terminar hasta que esté en saldo rojo o…

—¡Y una mierda! —Se levantó Georg de su asiento y sintió como acelerón de adrenalina le daba fuerzas como para ir con Adrian y ahorcarlo él mismo—. Tú quédate aquí, yo voy a solucionar esto antes de que sea demasiado tarde.

—P-Pero…

—Nada de peros —hizo crujir el bajista sus nudillos—. Voy a enviar a los gemelos para que te hagan compañía y traigan cerveza, pizza y muchos pañuelos. Tú déjame esto, ¿ok? Para algo debe servir que sea el mayor de la banda.

El baterista se mordisqueó el labio inferior, los ojos y la nariz congestionada. En otro momento, se habrían burlado de él, pero no ahora y no por esto. Al menos podía estar seguro de que los gemelos se comportarían, porque aunque merecía los regaños a causa de ser tan confiado, Gustav lo que más necesitaba en esos momentos era un hombro sobre el cual llorar y grandes dosis de empatía.

—Y no llores —lo abrazó Georg antes de salir de su habitación de hotel—. Ese mequetrefe no lo merece.

—Le di mi virginidad… —Se quebró Gustav con los brazos del bajista rodeando su espalda—. Le di todo y así me lo pagó…

—Shhh, haré que te lo pague el doble a como dé lugar —lo besó Georg en la sien, movido por lo intenso de la situación—. Con intereses y todo, tú espera…

 

Y la espera no duró mucho…

Movido por una furia ciega que lo tenía viendo rojo, Georg mandó llamar primero a David y después a Saki, en ese orden preciso porque pese a todo, necesitaba el permiso explícito de su manager para resarcir el daño que le habían infringido a Gustav.

—Ok, la tarjeta ha sido cancelada —anunció David tras largos minutos en el teléfono con los encargados de servicio al cliente—. Gustav aún tiene que firmar una finalización de contrato, pero estará bien. Por desgracia el dinero desapareció por completo y el banco se niega a hacer una reposición.

—Así que seis mil euros…

—Más bien ocho mil. Gustav siempre ha sido muy ahorrador y los intereses del último año se acumularon de manera bastante ventajosa para Adrian y su saqueo. Una pena total.

—¿Entonces qué sigue? —Gruñó Saki desde su lugar, brazos cruzados y a la espera de ponerse en acción en lugar de tanta cháchara interminable—. Conozco a Adrian y ese chico no es nada más que problemas. Siempre habla de irse de juerga y beberse su salario en cerveza. Sabía que no era bueno para Gustav, pero no a este grado, no así.

David suspiró. —La disquera ya dio la orden de despido. Hasta mañana a las siete de la mañana sigue siendo nuestro chico de iluminación. Después de eso… —Posó su mirada en Saki y después en Georg—. Sería una desgracia que algo le pasara ahora que ya no va a tener seguro médico.

—O dental —agregó el bajista en un gruñido, seguro de que Adrian no extrañaría los dientes frontales.

—Seré honesto… Si hacen algo, lo hacen por su propia voluntad. No quiero a la prensa sobre nosotros hablando de Tokio Hotel, ni mucho menos. Esto se debe manejar lo más posible en silencio y sin alertar a los reporteros de Bild. El resto corre por su cuenta.

Saki bufó. —Dalo por hecho. Ese chico Adrian no sabrá ni qué camión lo arrolló.

A su lado, Georg asintió.

 

—Hey tú, hijo de puta —arrastró Saki fuera de su cama a Adrian. Desatendiéndose de toda culpa, David les había dado la llave de su habitación compartida con más gente del staff y les había dicho hacer lo que era necesario, así que eso estaban haciendo.

Aturdido y con compañía para esa noche (una chica rubia que trabajaba también en el área de luces), Adrian apenas si atinó a abrir grandes los ojos y dejarse arrastrar al baño de la habitación. El resto del equipo, otros tres chicos, apenas si reaccionaron cuando la mole que era Saki se llevaba a su compañero.

—El resto duerma —les indicó el hombretón, arrastrando a Adrian desnudo al sanitario y encerrándose ahí dentro con él y con Georg.

—¡Voy a demandarlos por-… OW! —Cayó Adrian a la zona de la regadera cuando el bajista le dio un puñetazo en pleno rostro—. ¡Cabrón!

Georg apretó los dientes. —¿De verdad creíste que te saldrías con la tuya?

Desde su lugar en el suelo, Adrian no hizo nada para cubrir su desnudez, pero se llevó una mano al rostro y tanteó la zona herida. —Así que el pequeño Gusti no pudo hacer nada por sí mismo.

—¡Te prohíbo hablar de Gustav!

Adrian soltó una risotada. —Puedo y lo haré, caraculo. Aquí o frente a una rueda de prensa. Diré que me pagaba por sexo y que para ello me dio una tarjeta con su nombre. ¡Hasta tengo los recibos, ja!

—¡Serás…! —Hizo Georg amago de golpearlo otra vez, pero Saki lo detuvo con su enorme brazo.

—Déjame esto a mí —le dijo, la mirada fija en el guiñapo que era Adrian en el suelo—. Tú busca esa tarjeta y los dichosos recibos. Si después le quedan ganas para pasar sus alimentos usando una pajilla, podrá sentirse el cretino más afortunado del jodido mundo.

A regañadientes, Georg aceptó. Moría de ganas por ver la paliza que Saki le iba a dar a Adrian, pero más importante que eso, era cuidar de Gustav, e iba a hacer lo necesario incluso si requería de rebuscar entre las maletas por las dichosas pruebas, puesto que lo iba a llevar hasta las últimas consecuencias.

En el cuarto, el resto del staff ya estaba con las luces encendidas y aspecto aterrorizado. Hasta la chica que Adrian había llevado la noche anterior a su cama ya estaba vestida y parecía esperar su turno para ir al patibulario.

—Oye, que no hicimos nada malo, ¿nos van a despedir sólo por dormir juntos? Porque no decía nada de eso en el contrato que firmé cuando empecé a trabajar para ustedes… —Se disculpaba a mil por hora y el bajista sintió lástima terrible por ella. No sabía en qué se había enredado y con gran probabilidad, así seguiría hasta que Adrian hiciera de las suyas con ella.

—Si eres lista te alejarás de esa mierda, pero allá tú. ¿Dónde están sus maletas? —Se dirigió al resto.

Rob, otro de los chicos de iluminación con el que los chicos de vez en cuando conversaban entre bastidores, señaló con un dedo trémulo una enorme bolsa al lado opuesto de la cama de Adrian. A Georg no le tomó mucho tiempo encontrar lo que buscaba. El muy idiota de Adrian había sido tan bestia como para guardar la tarjeta y los recibos en uno de los bolsillos exteriores y al bajista sólo le costó revisar rápido los estados de cuenta para asegurarse de que eran todos.

Desde el baño, los gritos y alaridos sólo subían de intensidad.

—Joder —se levantó otro de los chicos de su cama y tomó el tabaco y el mechero de su mesa de noche—. Así no descansa nadie. Yo me largo, avísenme cuándo regresar para ver si duermo algo.

Georg sólo se limitó a sentarse en la orilla de una de las camas y esperar. Cinco minutos bien contabilizados por un reloj de pared fueron los que le tomó a Saki salir del baño y cerrar la puerta tras de sí.

—¿Cómo fue? —Preguntó el bajista por puro morbo. Deseaba oír que Saki lo había matado, pero aquello era mucho pedir.

—Dos dientes, cuatro dedos y la nariz rota. Ese chico es torpe de cojones, resbaló en la ducha —dijo alto y bien claro como advertencia para el resto—. No le sentó bien el despido, pero allá él.

—Oh, eso me recuerda —se dirigió Georg al resto del equipo—, David me dijo que pasaran a su oficina por un bono de no sé qué. Requiere firmar un papelito sin importancia, pero son buenos mil euros para cada quien así que…

—Mierda, esto es una mafia, tío —se rió Rob—, pero no me quejo, que conste. Si lo que Adrian dijo es cierto, entonces él se lo buscó.

—Esa es la actitud —asintió Saki—. ¿Tienes todo? —Se dirigió a Georg y éste se golpeó el bolsillo trasero donde había guardado la tarjeta y los comprobantes de retiro—. Entonces en marcha.

Su trabajo ahí estaba terminado.

 

—Ugh, Bill, hazte a un lado… No más abrazos, estoy bien —se quejó Gustav esa mañana cuando Georg se metió bajo las mantas con él y lo rodeó desde atrás.

—Ouch, mi orgullo —replicó el bajista, aun así sin apartarse—. Confundirme con Bill, ¿va en serio? Creo que me voy a sentir menos.

—Oh —exclamó Gustav antes de darse media vuelta y abrazar a su vez al bajista. Sin quererlo, de vuelta ya estaba llorando—. ¿A dónde diablos fuiste anoche? —Le exigió saber—. Los gemelos fueron amables y todo, pero no es lo mismo. Bill no dejaba de insistir que lo mejor era comer un galón de helado con pizza, y Tom quería salir a ‘buscar más peces en el mar’. Idiotas.

—Lo siento, pensé que serían de ayuda —resopló Georg—, pero tenía asuntos qué resolver.

—¿Uh, de qué hablas? —Se separó un poco Gustav y lo enfrentó—. Georg… Exijo una respuesta.

Como toda explicación, Georg se rebuscó en los pantalones y le entregó al baterista su botín de la mañana.

—No lo vio venir —dijo sin más—. Saki lo hizo papilla y al terminar le hizo firmar su carta de renuncia, así que tampoco va a recibir indemnización por parte de la disquera.

El baterista abrió grandes los ojos. —Tienes que estar bromeando… —Susurró con una pizca de júbilo en la voz—. Joder, dime que es broma.

—Nop, y de paso te voy a sugerir que le des a Saki un enorme regalo por su trabajo. Defendió tu honor como si fueras de su sangre, concretamente su hija.

Gustav ignoró lo último, pero los ojos se le llenaron de lágrimas.

—No llores, Gusti —lo meció Georg en sus brazos—. Todos lo pasamos mal con nuestro primer amor.

—Pero Delilah sólo te dejó por su mejor amigo, a mí me estafaron, me engañaron y de paso me querían chantajear. Asco de vida… —Enterró el rostro en el cuello de su mejor amigo y se sorbió la nariz—. Jamás me volveré a enamorar. Me limitaré a adoptar diez gatos y a vivir con ellos en un minúsculo apartamento de dos habitaciones. Una para ellos y otra para mí.

Pese a todo, Georg sonrió. —No digas eso. Por ahí hay alguien que será para ti y tú para él. Obviamente no era Adrian, y tampoco serán esos diez gatos que dices, sino alguien especial quien crea que tus gases son la fragancia más exquisita y te ame por ello. Ya verás que sí.

Contra su cuello, Georg sintió a Gustav sonreír. —Eres un asqueroso por decir eso, e incluso así… Gracias por… Bueno, por todo. Eres un gran amigo, el mejor en todo el mundo. No te cambiaría por nadie más ni en un millón de años. Tú vales el triple que cualquiera.

—Seh, no todos son tan rudos como para ir a golpear al ex de su mejor amigo, pero hey, soy Georg Listing y es mi trabajo. Al menos tendrás una historia con qué advertirles que si rompen tu corazón aunque sea un poco, yo romperé su cuello.

—Saki lo hará, no tú —suspiró Gustav—, pero gracias de todos modos.

Aquella vaharada de aire tibio le hizo sentir a Georg cosquillas en el estómago, pero se negó a pensar en ello porque no era el momento. Con Gustav a su lado, cálido y oliendo a jabón y a pino por su desodorante, cerró los ojos y decidió que era un buen momento para dormir. Con el día libre por delante, parecía el mejor plan del mundo en esos momentos.

—No hay de qué…

 

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