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Capricho oculto por Sakura Misora

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Notas del capitulo:

Aquí les dejamos unas fotos para que reconozcan a los pj y se hagan una pequeña idea de cómo son

El rey

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El sirviente

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Una mañana como cualquier otra pasaba en el castillo, en mí. Despierto por el canto de esos molestos pajarracos que se posan en el borde del ventanal, el de mi habitación.

 Lujos, joyas, seda, oro. Por todos lados, riqueza. Ahí es donde vivo, y donde me crié. Y esa voz, esa voz débil, como el cristal de las arañas francesas que cuelgan del techo de los salones. “Señor, el desayuno está listo” musitaba, mientras corría las pesadas cortinas, cegándome con la luz matutina.

 -Tráemelo a la cama. –Reclamé adormecido, cubriéndome con el brazo de los rayos solares, al igual que un auténtico vampiro. La mujer se acercó y se sentó al pie de mi lecho, mirándome con ojos fraternales y sonriéndome como siempre hacía. La ignoré, corrí la vista hacia al otro lado, dándole la espalda- Vete, quiero vestirme tranquilo.-

 Se retiró de mi habitación y a los minutos me puse de pié, estirando la columna y extremidades. Miré por donde se había ido y rechiné los dientes.- ¿Acaso en la choza de esta vieja no tienen puertas? –murmuré para mí, cerrando la abertura que dejaba avistar mayor parte del cuarto.

 Me cambié de ropas, dejando el pijama estirado sobre las sábanas de la cama. Me coloqué lo de siempre, camisa de seda y pantalones ceñidos, negros.

 Me senté en un sillón, a esperar por mi desayuno. Los minutos pasaban y yo, como un estúpido, mirando cómo el viento hacía danzar las hojas del árbol que divisaba por los vidrios de la ventana. Cerré los párpados con dureza y me dirigí pesadamente hacia la puerta, girando el picaporte, abriéndola. Me asomé por ella y grité con mis fuerzas.-

 ¡¿DÓNDE ESTÁ MI ENDEMONIADO DESAYUNO?! -Dicho esto, me alejé dando un portazo, tirándome como peso muerto al sillón.

 

Me desperté, algo somnoliento, con el canto de los pájaros- Saben que los quiero pero, ¿hace falta despertarme todas las mañanas? –pregunté algo divertido a los pajarillos que podía ver desde mi ventana. Oh, no, perdón, no es mi ventana, es la ventana del Señor “yo soy mejor que tú”. ¿Cómo había caído en este lugar? Suspiré pesado antes de levantarme- Es cierto… Pero al menos tengo donde dormir –volví a suspirar, parecía que ni con eso lograba convencerme. Me cambié de ropa y me dirigí a la cocina para empezar a preparar el desayuno de su “alteza” antes de que se pusiera de mal humor.

 Luego de un rato pude ver a mi compañera en mi martirio- ¿Ya se despertó su majestad? –pregunté con tono burlón. Era increíble la cantidad de apodos que le había conseguido. Al escuchar cómo le llamaba me chistó para que me callara, asintiendo a mi pregunta. Terminé de preparar todo rápidamente antes de que se largara a gritar. Odiaba levantarme con sus gritos todos los días. Pero antes de que pudiera pensar en nada escuché esos endemoniados griteríos- Tsk, se lo llevaré yo, a ver si le gusta… -solté mientras tomaba la bandeja pero la mano de mi querida compañera y “consejera”, por decirle de alguna forma, me retuvo. Me advirtió que cuidara mi boca. “Ya sabes lo que ocurrió la última vez” dijo con tono serio antes de que un escalofrío recorriera mi médula por completo. Ese pequeño castigo por hablar de más me había dejado suficiente para qué pensar y reflexionar al respecto. Asentí con la cabeza totalmente serio antes de dirigirme hacia donde Don Gritón llamaba.

 Abrí la puerta como podía mientras decía las palabras de rutina- Aquí tiene su desayuno señor –dije en tono tranquilo antes de acercarme a la mesa, dejando la bandeja allí.

 

Estaba adormeciéndome con el cuello apoyado en el borde del respaldar. La apertura suave que permitió al contrario entrar me hizo entreabrir los ojos, posándolos en una figura borrosa.

 -Quién... -pregunté somnoliento, hasta que la imagen se volvió nítida- ah... eres tú, enano de pacotilla... -dije con voz aterciopelada, como hacía siempre. El contraste entre las palabras y el tono que usaba me parecía magnífico.

 -Está demasiado lejos, tráemelo aquí, ¿Quieres? -enderezándome en el asiento, esperando a por él allí. Me crucé de piernas y apoyé uno de los codos en el muslo, acomodando el rostro en la mano.

 -Tú siempre tan servicial... -imité un tono compasivo y amable, con mi mejor rostro burlón y los ojos fríos como un iceberg.

 

No era de sorprenderme el tipo de recibimiento por parte del otro. Esa voz aterciopelada contrastaba demasiado, tal como su imagen y su actitud.

 Luego de escuchar su petición quería contestarle miles de blasfemias pero me contuve. “Recuerda, boca cerrada, idiota contento”. No pude evitar sonreír ligeramente ante mi idea pero me resigné. Tomé la bandeja y la acerqué al otro- Aquí tiene señor –dije con la voz más amable que pude sacar. El otro sabía que no me caía bien y lo utilizaba en mi contra. Dejé la bandeja en la mesa junto al sillón antes de hacer una leve venia- ¿Se le ofrece algo más señor? –pregunté despacio y calmado, no dejaría que mi ira me controlase.

 

-Dios, ¿Es que siempre eres tan aburrido? -Suspiró, cerrando los ojos. Dirigió los orbes hacia la bandeja, tomándola y colocándola sobre su regazo.

 -Qué... ¿Pero qué demonios es esto? ¿Dónde están mis tostadas? ¿Y mi jugo exprimido? ¡¿Qué se supone que es esto, comida de ancianos?! -Bufé enfadado. Me quedé mirándolo, ansiando su respuesta, hasta que lo recordé.

 "El joven rey, Lawrence, cumplirá con sus responsabilidades a partir de su cumpleaños número 21. Las decisiones ya no las tomará su tío, sino él. Su rutina de ejercicios, de actividades, y su alimentación será reformada. Ya no será un principito, no más." Idiotas, idiotas todos.

 -¿POR QUÉ ME CAMBIAN LA DIETA? -me levanté del asiento, tirando la comida y rompiendo las vasijas, manchando el suelo alfombrado. Con el cuerpo tenso, clavé las pupilas en el otro, como si él tuviese la culpa.

 ¿Por qué mi padre fue tan egoísta de llenar sus sienes de plomo? Tan cobarde. De todas formas lo entiendo, alguien tan asustadizo llevaría un reino a la ruina.-

 

Suspiré al escucharle. ¿Acaso tenía que ser tan caprichoso? Ya estaba grandecito como para eso. Levantó la vista al escuchar su pregunta. El tío de este principito malcriado le había pedido exclusivamente que le sirviera el desayuno que él dictó, nada más, nada menos.

 Pegué un pequeño sobresalto al escuchar las vasijas romperse en el suelo, el cual observé para notar que claramente estaba manchado con la comida. Bueno, si es que puede considerarse eso comida. Estaba a punto de ponerme a levantar cuando sentí la mirada ajena clavada en mí. Levanté la vista y le sostuve la mirada. No sabía qué responder a aquello pero mi sello de “Boca cerrada, idiota contento” se estaba rompiendo. ¡¿Por qué rayos se descargaba conmigo?! Yo no tengo la culpa de que su tío quiera implantarle una dieta. Sin más me lancé por el precipicio- Fueron órdenes de su tío, si tiene alguna queja vaya con él, no conmigo –contesté sin más antes de dirigirme a la zona manchada para recoger los pedazos de vasijas y restos de comida.

 

Su voz calma me enfermó más.- Claro, para eso es lo único que sirves, seguir órdenes. -Dije en un tono muy elevado, casi gritando. -En todo caso, tú acatas MIS órdenes. El rey aquí soy YO, hace años que lo soy. No el ESTÚPIDO e INÚTIL de mi tío, ¡¿Comprendes?! ¿O acaso aún no lo procesas? Vamos, no tengo problema en repetirlo.- Le tomé de la parte posterior de su camisa, tirándolo hacia arriba, poniéndolo de pié a la fuerza. Me coloqué en frente suyo, sin despegarle los ojos, y me le acerqué.

 - LAWRENCE VAN DEN HOVEN, EL JOVIAL REY DE LAS TIERRAS DE PLATA -Gruñí a gritos sordos. Pareciera que cualquiera pudiese escucharme desde allí.

 Lo impulsé en el pecho con bruteza utilizando la palma de mi diestra. Posicioné las manos en las sienes, para luego tirar de los cabellos oscuros que crecían de los costados, caminando por la habitación con todos los músculos tensados con la vista fija hacia abajo. Pateé el armario, una, y otra, y otra vez, cada repetición con más dureza, haciendo crujir las maderas de éste.-

 

Ya empezaba de nuevo. Todo ese numerito de que él era el rey y no su tío. Sin previo aviso me vi forzado a ponerme de pie, notando como el otro se colocaba delante mío para gritarme. Al momento en el que me empujó pegué un pequeño traspiés, cayendo nuevamente al piso para golpear mi hombro contra los pies de la cama. Un quejido salió de mis labios antes de respirar profundo para levantarme y observarle. ¿Qué intentaba hacer? ¿Quiere romper el armario? Bueno, no es que le falten pero de todas formas. Suspiré para luego esperar a que se calmara. No era su escena preferida para ver pero contemplar al otro luego de una rabieta era un espectáculo. La forma en la que se calmaba y pasaba de estar de un estado totalmente eufórico a uno zen, por decirlo así, era algo digno de ver. Aunque seguramente yo sería igual. Las veces que había tenido una rabieta de ese estilo, luego de descargarme parecía que venía del otro mundo. No es que el otro fuese igual pero el cambio era notable y algo divertido de apreciar.

 

Se me acabaron las energías y me dejé caer al suelo. Mis rodillas dieron un golpe ahogado con el suelo y mis brazos estaban colgando como si fuese un muñeco de trapo. La respiración varió de agitada a tranquila, mi piel dejó de enrojecerse y el ceño volvió a relajarse. Dí un suspiro de relajo y recosté la columna en el suelo, estirando los brazos. Abrí los ojos, sereno, y observé al otro que estaba mirándome de arriba.

 -¿Te diviertes?- pregunté sin mucha emoción- yo también quiero divertirme con alguien. -como si el alma me volviese al cuerpo, me erguí sobre las piernas. Acomodé el cuello, haciéndolo tronar, al igual que con los nudillos. Volteé y quedé cara a cara con 'la mucama'. -Mi turno- susurré y le propiné una bofetada que le dejó la marca de mi palma en la mejilla. Le propiné otra cachetada, en el otro lado de su rostro, con el dorso de la misma mano.

 -¡Enséñame como los rusitos como tú se enfadan! -repetí la acción hasta que el muchacho reaccionó.

 

Sonreí apenas al ver la reacción de relajo que esperaba por parte del otro. "Increíble que recién estuviese con tantas energías" pensaba internamente hasta que escuché sus palabras. Sorprendido, vi como se levantaba casi de un salto y venía hacia mí. Escuché la primera bofetada antes de sentirla. Sin darme cuenta estaba siendo abofeteado una y otra y otra vez. ¡¿Qué rayos le ocurría a este ahora?! El escuchar sus palabras solo logró que mi ira aumentara. Ya era demasiado. Antes de recibir el próximo golpe sostuve su mano para cortar su accionar mientras le miraba a los ojos con la furia reflejada en ellos- ¿Los rusitos como yo? -pregunté con voz serena- No quieres saber de lo que somos capaces -a pesar del cuerpo menudo que yo poseía, mis manos tenían fuerza, por lo que procedí a sujetar su mano con fuerza y en un rápido giro doblé su brazo contra su espalda. Sabía que no le causaría demasiado pero al menos se calmaría- Yah... -mantuve el agarre firmemente mientras le susurraba al oído- Nunca me agradó la violencia... Prefiero las torturas psicológicas... Pero con alguien tan violento como tú no podría aplicarlas. Intentarías matarme antes de empezar -solté una ligera carcajada. No me dejaría vencer por un niñito de mamá que solo había recibido todo lo que siempre quiso. Lo solté en un ligero empujón para mandarlo hacia adelante- Relájate un poco, ¿quieres? No lograrás nada así -dije tranquilo. Increíble que pudiese controlarme de esta forma. ¿Qué me había pasado?

 

¿Pero qué le pasa? ¡Podría estar arrancándole una pierna y pareciese que no le afectaría! Me sumí en la histeria, intentando serenarme cerrando los párpados, luego de dar un leve quejido por el ligero dolor en el brazo. Me tiré como un niño caprichoso a la cama, casi asfixiándome contra el edredón. Volteé el rostro, mirando por el ventanal y sin notar que el otro muchacho seguía presente.

 -No quiero ser un rey... -susurré casi para mí- desearía... vivir en un pantano... con la vieja.-

 Así denominaba a la única persona que podría llamar 'figura materna', la que siempre me observaba con sus ojos afectuosos y me educaba como podía, a pesar de mi personalidad altanera e infantil. Parecía estar siempre enternecida conmigo, como si sintiera algo de lástima.

 Respiré profundamente y giré el cuello en dirección a la puerta. El ruso seguía ahí, escuchándome.

 -¿Por qué sigues ahí?- pregunté. Usualmente se hubiese ido en el momento en que comencé a patear el armario. La sangre se me agolpó en las mejillas cuando supe que pudo oír mis fantasías de niño. Oculté el rostro nuevamente entre las colchas, sintiendo cómo se iba entibiando a cada segundo que pasaba.

 -Deja de divertirte conmigo. -musité con una voz distinta a la que tenía siempre.

 

No pude evitar sorprenderme cuando escuché aquellas palabras salir de la boca de esa persona justamente. Le observé con algo de curiosidad. ¿Cómo era posible que una persona como él fuera tan frágil como se mostraba ahora? En cuanto noté que me vio lo observé, notando su leve sonrojo en las mejillas- Señor... Yo no me divierto... ¿Cree que es divertido ser golpeado? -pregunté un poco a la defensiva. Era él quien había empezado a golpearme, yo solo intentaba ser las peticiones de mi querida compañera. Casi podría llamarla madre, ya que fue quien nunca estuvo presente en mi vida. Suspiré pesado antes de acercarme. Si ella se enteraba de aquella escena se le armaría un pequeño problema- ¿Necesita algo más? -pregunté inclinándome ligeramente para quitarle el cabello del rostro. Hasta podría decir que se veía tierno en ese aspecto. Frágil, indefenso casi, una faceta nunca antes vista por nadie en el castillo, aunque yo estaba seguro de que ella sí lo había visto. Era la que más tiempo pasaba con él, supongo que debe de haberle visto todas sus facetas ya. Le observé con ojos tranquilos aunque un poco traviesos. No todos los días podía disfrutar de su majestad así y pensaba aprovechar aunque sea un poco.

 

-¡DIOS! -me levanté, poniéndome de rodillas sobre la cama- ¡no me llames señor, demonios! -el sonrojo seguía en mis pómulos- ¡Pues pareciese que sí te gusta ser golpeado, podría tirarte un yunque a la cabeza y para ti estaría todo bien, imbécil! ¡¿Acaso eres de piedra?! -pronuncié, mirándolo. Le tomé de la camisa, cerrando fuertemente el puño con la tela en él- ¡¿Lo eres?! -Mis ojos estaban alterados como hace un rato. Me le arrimé, tanto que cuando le gritaba, los labios rozaban con los suyos, mientras mi otro brazo colgaba. Odiaba la gente así, todos eran de esa forma conmigo. ¿Acaso les gusta ser humillados que mantienen la boca cerrada? ¡Sigo siendo una persona como cualquier otra! Todos fingían ser amables y luego hablaban mugres de cualquiera, acentuando eso con mi persona.

 "Una lástima que con ese atractivo sea tan hueco", decían. "Es un tirano" escuchaba por los pasillos.-

 

Me sorprendí al sentir como me atraía para gritarme nuevamente. Sus palabras se sentían como fuertes golpes en mí. No es que fuera de piedra, pero no podía hacer nada. Como alguien se enterara estaría muerto. Desvié la vista para no verle.

Siempre supe que era un consentido y niñito de mamá pero jamás llegué a conocerle. Siempre me pregunté cómo era en verdad. ¿Qué se ocultaba detrás de esa máscara de capricho y malcrío? Finalmente lo había visto. La forma en la que me sorprendió era inimaginable. Alguien tan frágil... ¿Podía llegar a ser tan terrible?

 - No, no lo soy -tomé sus manos para apartarlas de un tirón- Y tú tampoco lo eres por lo que veo... -dije volviendo a mirarle. Podía ver ese nerviosismo, esa alteración en sus ojos que tantas veces había visto, pero... Esto era diferente, esto podía sentirlo, era real, y era muy duro para él- Parece que sufres más de lo que demuestras... -clavé mis ojos en los suyos- ¿Por qué? ¿Por qué ocultarlo? ¿No tienes un consejero o algo así a quién contarle todo eso? -había escuchado de que algunos reyes o príncipes tenían algo así como una mano derecha, alguien a quién pedirle consejo y que siempre le acompañaba.

 El problema es que con este futuro rey nadie quería servirle, y yo tampoco. Aunque pude ver que no es como aparenta eso no quita todo el trato que nos ha hecho todo este tiempo. Siempre intenté abstenerme de las conversaciones donde agredían verbalmente al otro. Me aborrecía aquello. ¿Para qué decir tantas groserías si luego estarían besándole los zapatos en dos segundos? Yo, por mi parte, prefería mantenerme neutro, aunque con la única de la que hablaba sobre el rey era mi compañera. Solo ella sabía lo que pasaba por mi cabeza cada vez que lo veía, escuchaba o ayudaba en lo que sea. Lo cual agradecía infinitamente. Sabía que ella no hablaría... Y yo tampoco.

 

-¿Un consejero? ¿Para qué quiero eso? -me dirigí al ventanal y apoyé la palma de mi diestra en él- ¿Quién en este puto castillo, en este condenado reino, querría ayudarme, escucharme, consolarme? -

 Sabía la respuesta. Sabía que había alguien, alguien que siempre estuvo. Pero lo había desilusionado tanto, que prefirió apartarle la vista cada vez que sentía su presencia. "Ya eres un adulto, debes saber controlarte, y yo no estaré siempre para ti". Claro, porque ella siempre tuvo alguien a su lado. Porque su padre no se había suicidado frente a sus ojos, y no se había manchado con sus sesos. Porque ella era una simple niñera, una hermosa, que tenía cautivado hasta a los prisioneros. "Deja de ser tan egoísta" me ordenaba, y luego mutaba a su sonrisa santa.

 ¡Y TÚ DEJA DE SER TAN HIPÓCRITA, SACO DE ARRUGAS!" contestaba, impotente.

 Ella automáticamente quebraba a llorar, y yo tenía que seguir con el rostro de hielo, ya que "Un rey no tiene debilidades, sólo fortalezas".

 -Yo también... -susurraba- yo también tengo debilidades... -presioné demasiado la mano. El vidrio, el cual juraban que era resistente, se había quebrado en mil pedazos, al igual que mi orgullo. Algunos trozos de cristal se me habían clavado en la piel, otros me golpeaban la cabeza y daban volteretas por mi espalda. Y yo seguía inmóvil, sintiendo el cosquilleo de la sangre danzando por el cuello, por mis brazos.

 En mi interior había un niño sollozando en una esquina, ni rastros de un adulto responsable, tampoco de un rey.

 Estaba ahí parado, aturdido por el ruido de los vidrios quebrarse y caer. Como si quisiese que alguien se acercara y dijese "Todo estará bien, tranquilo, tranquilo", o simplemente me abrazase en silencio.-

 

Volví a sorprenderme. Me estaba sorprendiendo mucho últimamente- Lo sé... -susurré mientras le veía irse hacia el ventanal. Estaba por acercarme cuando escuché el vidrio quebrarse. Abrí enormemente los ojos al ver que no se movía. ¿Pero qué rayos pasaba por la cabeza de ese idiota?- ¡¡Ey!! -corrí hacia él para llevarlo hacia la cama- Tonto, ¿por qué te quedas quieto bajo la lluvia de vidrio? -pregunté antes de romper mi camisa y empezar a limpiarle la sangre del rostro- Idiota -susurré mientras empezaba a limpiarle los brazos. Podía ver que algunos vidrios se habían incrustado en su piel- Tsk, necesitamos sacar eso -volví a susurrar antes de pensar si llevaba algo conmigo. Pensé y pensé hasta que recordé que tenía un pequeño cuchillo conmigo. Lo saqué y empecé a hacer pequeños cortes para sacar los vidrios. Para la suerte del rey no se habían incrustado muy profundo.

 

Reaccioné al fin cuando fui 'salvado', arrojado hacia la cama. "Mancharé el cubrecama de sangre..." pensé y bufé un poco. Era mi favorito. Abrí los ojos con curiosidad al ver que se arrancaba trozos de tela de la camisa.-

 ¿Por qué haces eso? -le pregunté señalando su acción. Volví a cerrar los ojos, algo relajado. Sentí el filo del cuchillo y retrocedí con pavor. Temía a los metales filosos cerca de mí- ¡No me tocaras con eso! -parecía estar acorralado, apoyado al respaldar del lecho.

 -¡Lo haré yo mismo! -musité y con los dedos intenté extraer la mayor parte de trozos que tenía incrustados en mí. Era tosco, por lo que di quejidos al jalar de los pedazos del cristal, observando el líquido escarlata nacer y fluir no sólo por los brazos, sino también de los dedos y de algunas heridas que tenía en cercanías del cuello.-

 

El escuchar su pregunta casi me saca de mis casillas. ¿Por qué lo hacía? ¿Acaso no era obvio? Suspiré antes de pensar bien mi respuesta- Porque quiero... -musité mientras sacaba el cuchillo pero al ver su reacción me sorprendí notablemente- Le... ¿Le temes a los objetos cortantes? -pregunté sin poder creérmelo. Él estaría usando una espada si fuese necesario. No podía imaginarlo yendo a la guerra si esta se desarrollara. Al ver lo que hacía volví a suspirar- Te harás peor. No usaré el cuchillo pero al menos déjame a mí o terminarás por desangrarte -le reproché mientras dejaba el cuchillo a un lado para luego extender mi mano al contrario, esperando que este la tomara.

 

-Algo... algo así. A los de metal...-Susurré volteando el rostro. Le ofrecí el brazo luego de una pausa y me miré los dedos con los que había intentado sacar los vidrios. Tenía pequeñas rajaduras en la piel. Lamí cada uno de ellos, hasta que dejase de sangrar, succionando sin exagerar de las heridas palpitantes.-

 

Sonreí apenas al ver que extendía su brazo- Comprendo... Lo tendré en cuenta... -empecé a apretar ligeramente su piel para quitar los pequeños vidrios que quedaban. En cuanto escuché la succión levanté la vista- No hagas eso. Aunque dejes de sangrar te estás quitando sangre que necesitas. No lo hagas -le dije serio. ¡Dios! ¿Desde cuándo yo era así? Tan protector y encima con... Bueno... ¿Quién iba a culparlo? Con esa faceta que pude ver me di cuenta que no es más que un niño. ¿Quién no querría protegerlo? Sin mencionar su atractivo. Era realmente bello y siempre me había lamentado que fuese tan tirano... Hasta ahora. Negué levemente con la cabeza. ¡¿Qué rayos pasa por mi cabeza?! ¿Yo? ¿Con él? Ni hablar. Aunque no sonaba muy mal... Suspiré pesado mientras seguía quitando los restos- Dame el otro brazo -pedí tranquilo mientras depositaba sobre la cama el brazo que recién había limpiado de vidrios.

 

Cesé cuando me dio la reprimenda. ¿Qué era, mi madre? Y me quejé de ello dando un respiro profundo. Dejé reposar el brazo limpio sobre el colchón y estiré el otro. Cuando repetía la extracción del cristal, noté mis labios humedecidos. Los relamí, una y otra vez, saboreando el gusto algo metálico y atrayente de mi sangre, mientras miraba al techo. Comencé a morderlos a propósito, buscando más de ella. Me mantuve en silencio, protestando un poco sintiendo el ardor. Miré hacia el ventanal, roto. Luego, dirigí la vista a los platos y la 'comida' desparramada en el suelo- tendrán que arreglar esto... me echarán de la habitación...-chasqueé los labios, ya que no soportaba tener a mucha gente ajena allí-

 

Suspiré al escuchar que hablaba por lo que levanté la vista nuevamente para ver sus labios manchados con sangre- No te muerdas los labios, esos son los peores para sanar -dije sin mirar directamente los mencionados. Ya bastante me sorprendía los pensamientos que podía tener sobre el otro, prefería no arriesgarme. Una vez que terminé con el otro brazo me acerqué para ver su cara- Parece que no tienes ningún vidrio en el rostro... Son solo cortes -comenté mientras observaba todos los cortes que su bello rostro presentaba. ¿Pero qué...? ¡Ya deja de pensar en eso! Me repliqué a la vez que no detenía mi inspección.

 

-Blah blah blah... -pronuncié cuando me discutía sobre lo de morderme. Cuando posó la vista en mi rostro, aproveché el momento y apreté con mis fuerzas, sangrando el labio, relamiéndome, mientras le miraba a los ojos, enarcando la ceja. Me gustaba provocarlo, quería que se irritase, quizá algo más.

 -Tienes... suerte de no haber estado cerca mío...- levanté su mentón, como si buscase algo también -...digo, por los vidrios. -pinté la sonrisa felina típica, que el ruso no conocía.

 

Reí un poco al escucharle- No eres más que un niño caprichoso -dije por lo bajo. Sabía mantenerme sereno a ese tipo de cosas. Cuando vi que se mordía nuevamente el labio, haciendo que sangrara, negué con la cabeza. Si buscaba provocarme eso no serviría. Siendo el menor de 3 hermanos he tenido que soportar muchas tonterías como esas. Aunque no me gustara que lo hiciera, solo se hacía más daño. Ya iba a reprocharle cuando sentí su mano en mi mentón, escuchando atentamente sus palabras. ¿Desde cuándo tiene esa sonrisa? Sentía que mis mejillas me traicionaban, tornándose de un suave color rosado. Maldición, si esto seguía así no dudo de que el principito me burlará por el resto de mi vida- N-Ne... Aunque tú no tuviste la misma suerte -dije mientras intentaba volver la vista hacia otro lado para seguir limpiando sus heridas.

 

‎-¿Sólo un niño? -pregunté con la voz aterciopelada. No pude evitar sonreír más, esta vez mostrando los dientes, al sentir el calor que él emanaba del rostro, mas el color que tomaron sus mejillas. -No es que me moleste lastimarme... -me acerqué a su oído.- de hecho... es una sensación bastante... -en voz baja- agradable. -

 ¿Estaba jugando con él? No tenía idea. Hacía simplemente lo que quería, como siempre, sin importarme las consecuencias. Tras ese manto de neutralidad había algo más. Quería que se desvaneciese esa faceta de servidor que tenía conmigo, y mi meta era lograrlo. El daño físico no lo afectaba, o al menos no le hacía salir de sus casillas. ¿Qué tal ahora, eh?

 Deslicé la puta de mis dedos por sus sienes, continuando por el borde de la mandíbula y terminando en su cuello, todo a una velocidad lenta y un roce escrupuloso.

 

Lo aparté de un manotazo- ¿Agradable? ¿Cómo va a ser agradable lastimarte? Te haces daño y afecta tu rendimiento, sin mencionar que afecta también tu belleza -cerré la boca antes de decir nada más. ¡Maldición! ¿Por qué no puedo mantener la boca cerrada? Me alejé para poder respirar profundamente antes de hacer el trozo de tela que tenía en las manos un bollo para tirarlo luego- Debes estar cansado, has perdido bastante sangre. Iré a pedir que vengan a vendarte -dije mientras me dirigía a la puerta.

 

Di una risotada- Oh, así que soy bello. -Me le dirigí rápidamente y le tomé del cuello de la camisa. Lo arrojé de un tirón nuevamente a la cama- ¿Dónde vas? ¿No ves que quiero estar un rato contigo? -Cerré la puerta y la trabé con el pasador. -No estoy cansado, tengo toda la energía que podría necesitar. ¿No lo ves? -de pie, puse la espalda gacha y lo miré desde arriba, arqueando la espalda y con las manos acomodadas en los bolsillos.-

 

Pensaba ya salir de allí cuando sentí que me tiraba de la camisa- ¿Pero qué...? -caí en la cama y mientras me incorporaba noté como cerraba la puerta. No, no, no, no y no. Esto no debería estar pasando, ¿cómo terminé en esta situación? ¡Rayos! Observé cómo se inclinaba sobre mí, por lo que retrocedí un poco en la cama- Sí, puedo verlo, ahora con permiso. Tengo cosas que hacer -intenté levantarme de la cama, cosa difícil porque era bastante mullida. ¿A quién se le había ocurrido comprar una cama tan blanda?

 

-No, no irás a ninguna parte. -Pronuncié firme. Atrapé sus muslos entre mis piernas. Casi brusco, elevé su rostro desde la barbilla. -Te quedarás aquí, conmigo. Después de todo... -Lamí a lo largo su cuello, topando los labios contra su mentón, afilando mi mirar hacia él- sabes cuál es el castigo por desobedecer al Rey...- Apoyé los brazos flexionados a los costados de su cabeza, evitándole el escape.-

 

Sentí como mis piernas eran aprisionadas y mi barbilla levantada. Un escalofrío recorrió mi espalda al sentir la lamida junto a un leve suspiro, el cual escapó de mis labios. Al ver que me tenía "prisionero" desvié la mirada. Malditas mejillas, ¿no pueden quedarse blancas y ya?- Lo... Lo sé perfectamente... -no me atrevía a verlo a los ojos. Esos ojos que tanto me llamaban siempre, junto con esos labios... ¡Basta! ¡No pienses en él así! Piensa en todo lo que te hizo, en lo que te hizo pasar y... Reí apenas. ¿Cómo podía pensar en nada estando en la situación que e encontraba?

 

- ¿Qué es lo gracioso? -Pregunté desafiante, sonriendo con los ojos.- Mírame a los ojos, ruso. -reclamé. Acaricié con los labios la zona sonrosada de sus mejillas. ¿Por qué todos evitaban el contacto visual? ¿Les molestaba, intimidaba, les daba asco? Bufé ante el pensamiento y apresé su lóbulo con la boca. Estrujé las sábanas que estaban al alcance de mis manos: Presentí que mi humor cambiaría nuevamente, y sonreí.


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