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Deseo Incontrolable por SuuSky-

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Notas del fanfic:

Mitsu on.-

Hello. ~♥ Mi ser Mitsu. ouo He escrito este one shot con el propósito de participar en el desafío de los "Pecados Capitales" del grupo Rock n' Ink., presentando ¡¡a la Envidia!! -Aplausos- ♥

Me basé un poco en cómo soy, y pues... También agregué cosas que tiene relación con otros pecados capitales, pero investigando supe que de la Envidia nacen la mayoría de éstos, por lo que al final me pareción correcto colocarlos, aunque claro, en segundo plano. :'D

Espero les agrade mi forma de escribir, y la historia en sí, y asdf. ; v ;
Muchas gracias a mi hamstercito/Nao/Natsu/María Eliana pro corregirme. ♥

Notas del capitulo:

Nota: La ipsofilia es el placer que se siente hacia sí mismo, sin pensar en alguien más.

Nota 2: Los narcisos son una flor que representa, en ciertas historias, a la Envidia, dada a una leyenda sobre ésta.

       ¿Querer lo mejor para los demás era malo?

      Sí, al parecer sí lo era. Porque cada vez que deseaba que los otros tuvieran lo mejor, tanto emocional como materialmente, sus agradecimientos se convertían en burlas hacia mi persona, en rechazos de su parte, e insultos sin sentido.

      Y… ¿qué es lo que queda para mí? Una vida con muchos sacrificios, dándole a todos lo que siempre querían, y yo con las manos completamente vacías; aún sabiendo que no era correcto lo que ellos hacían lo seguía permitiendo, y eso fue lo que me destrozaba de forma lenta y angustiante.

      Pero hubo un momento de mi vida, cuando aún era un niño de 12 años, que hizo que me diera cuenta del fatal error que estaba cometiendo, del que ya sabía pero quería ignorar. Y es que esas personas no se merecían nada bueno o, por lo menos nada que yo debiera tener. Porque era yo el que se pasaba días trabajando como un idiota para que ellos obtuvieran cuanto deseaban, y  para que mis propios anhelos y deseos quedaran lejos de sus frías miradas, tan sólo como si fuera un juguete al cual utilizar a su antojo.

      A esa edad tuve un amigo, el primero y único, y le quería con tal fervor que, aún cuando los mayores me miraban de manera tan despiadada, siempre le tenía una sonrisa preparada para cuando nos encontrábamos. Cada vez que hacía mal él me corregía; decía alguna grosería y me cubría la boca con su cálida mano, haciendo un gesto de silencio y dándome a entender que eso no se debía decir; me miraba de forma cansada cuando hacía alguno de mis berrinches, y me explicaba que no sacaría nada con enfadarme, que ellos nunca me escucharían. Y así sucedía, nadie nunca me escuchaba, excepto él.  Y fue a la única persona que nunca quise dañar, que siempre iba a querer.

 

      Error, fue una gran equivocación de mi parte.

 

      Pasaban las horas, los días, los meses y años, y nuestra relación fue cambiando de forma abrupta. El día que tuvo el descaro de golpearme con fuerza la mejilla, gritándome toda una palabrería de “buenos modales y buenos deseos hacia los demás” fue el que me demostró que no debía tomar confianza con nadie, y más con alguien que no te respeta, que no acepta tus sentimientos, tus cuidados y actitudes. Fue el día en el que me di cuenta que, esas personas que me dejaron a un lado, le habían metido toda esa historia del “buen chico” y que yo sólo era un estorbo para ellos, para él. Fue el día en que me di cuenta que… yo merecía todo lo que les había dado. ¿Por qué ellos debían quedarse con la comida que yo me había ganado, gracias a mi trabajo? ¿O con la hermosa ropa que me compraba de vez en cuando, aún cuando les gritaba e imploraba que me la dejasen? ¿Por qué ellos tenían el derecho de quedarse con lo que era mío? ¿No podían estar felices con todo lo que ya poseían?

      Eran una escoria, simplemente eso, y me había dado cuenta muy tarde de aquello, o quizás no tanto. Desde ese momento tuve la determinación de poseer lo de ellos, lo que me habían “robado”. Porque… desde un principio me pertenecían, y ellos hacían y deshacían mis pertenencias a su antojo. ¡Cómo detestaba sus actitudes, obteniendo más y más a causa de sus caprichos y sin mover un dedo! Yo era una buena persona, aunque fuera muy en el fondo, y ya no permitiría que ellos se regodearan con mis propiedades, así como les gustaba llamarles.

      Mi deseo por “recuperar” mis posesiones se fue incrementando con el paso del tiempo, llegando a tal punto de sufrir y desesperarme por no tener lo que ellos tenían. Mis lágrimas caían con dolor al ver que utilizaban de mala manera mis juguetes, o mejor dicho, recordar cómo los destrozaban, diciendo que eran suyos, cuando esa no era la realidad.

      ¡¿Por qué nadie se daba cuenta, nadie hacía algo al respecto?!

      Sólo quedaba resguardarme de todas y cada una de las personas que me había hecho sufrir por tanto tiempo, observando a la distancia lo que quería y no podía poseer, porque me lo impedían. Y más que me lo impidieran esos poderosos, que nada bueno hacían con mis cosas, me lo impedía yo mismo, siendo tan cobarde de ir y quitarles lo que era mío, y de nadie más.

 

 

 

 

—     ¿Sí?... —Un largo bostezo salió de mi boca, pero todo era culpa del molestoso teléfono que sonaba a estas horas de la mañana. Porque, ¿a quién se le ocurre llamarte a las 5 de la mañana en punto? Qué fastidio…

—     ¿Ha-hablo con Takashima… Takashima Kouyou? —Una voz algo temblorosa se escuchó al otro lado del teléfono. Parecía entre asustado y emocionado, pero aún así no reconocía esa voz, y tampoco tenía la intención de carcomerme la cabeza pensando en eso.

—     ¿Quién habla?

—     Kou… Eres tú, ¿verdad?

—     He preguntado que quién habla.

—     Primero dime si eres tú, Kou.

—     Al parecer no eres nadie, no me interesa lo que tengas que decirle a ese tal “Kou”. —Me estaba comenzando a enfadar, ¿quién era y cómo sabía mi nombre? No era nadie para llamarme de forma tan confiada abreviando mi nombre, por lo que decidí cortarle rápidamente.

—     ¡¡Espera, Takash-!! — ¡¿Quién eres y cómo sabes mi nombre?! Juro que si no me dices te denuncio a la policía. —Me levanté de un salto de mi –hasta ahora- cálida cama y miré con el ceño fruncido hacia un punto nulo de la pared frente a mí. No sabía bien qué diablos sucedía, ni cómo denunciaría a esta persona si ni siquiera le reconocía la voz. “Piensa, Takashima, conoces esta voz, te es familiar”.

—     Sí… Eres tú, Kou-chan… —Esa risa tan peculiar resonó en mis tímpanos y fue, también, como un cubo de agua fría sobre mi ser. Palidecí de un momento a otro, y todo el valor que había juntado de había ido por el desagüe.

—     A… Akira… —Temblaba, era lo único que podía hacer. Rabia, impotencia, extrañeza, arrepentimiento, deseo, querer, muchas emociones enredándose dentro mío y no sabía qué decirle, qué responderle. Pero… ¿por qué debía hacerlo? Alejé de mi oído el teléfono con miedo y enojo desmedido, aún escuchando sus gritos llamándome, y corté con rapidez, apagando el aparato y tirándolo lejos, a un rincón de la habitación. Apoyé mis manos a mis costados y bajé la cabeza con pesadez; respiraba con algo de dificultad y cerré con fuerza mis ojos, pensando que todo era un sueño.

      ¿Cómo había logrado encontrarme? ¡¿Para qué me necesitaba?! No había una razón lógica para ello. Pensé en miles de posibilidades: quizás restregarme en la cara su buena vida de niño rico, o tal vez uno de sus nuevos amores pasajeros que siempre conseguía; quizás mató a alguien y no tiene a quién decírselo, o peor aún… No, no quería pensar en esa opción. Pero, aún así, no había ninguna que concordara con su tono de voz y la forma en que reaccionó al escucharme. A todo esto puede que yo sea el culpable, pero no debería sentirme así, ¡no había razón para que entrara en la desesperación!

      Reí suavemente. Con el paso de los minutos mi pequeña risilla se convirtió en una carcajada que seguro se oía hasta el otro lado de la ciudad. Levanté mi cabeza y me quedé mirando el techo con una expresión perdida, sin dejar mi sonrisa, pensando en lo que había ocurrido. Él, Suzuki Akira, a quien más odiaba en este estúpido mundo, me había llamado a mí, a la persona que lastimó de la forma más cruel que le fue posible. Me sentía como un idiota, pensando en qué podría quitarle esta vez. Si me había llamado significaba que estaba de regreso por estos lugares, y que traería muchas cosas que seguro me había quitado… O quizás realmente eran suyas, pero eso ahora no importaba. No, ya no más. Todo lo suyo era mío, debía pertenecerme, y él lo sabía, aunque no de forma consciente.

      Miré lentamente mi celular en el suelo, y borrando la sonrisa de mi rostro –más por el pequeño dolor que comenzaba a sentir que por seriedad– me levanté con ánimo y lo recogí, encendiéndolo y mandando tan rápido como pude un mensaje al último número que me había llamado.

“Te veré en la plaza, a un lado de los narcisos, a las ocho.”

      Era muy temprano, demasiado quizás, pero necesitaba alistarme con rapidez. Este día no podía desaprovecharlo.

 

 

 

 

      Su mirada era intensa, la sentía sobre mí, aún sin poder verla del todo. Sonreí para mis adentros, no sabía qué decirle, algo se me ocurriría.

—     Kouyou…

—     Tanto tiempo, ¿no? –Me giré y le miré fijo, con una sonrisa ladina.

—     Kouyou, tú… —Bajó la mirada y apretó sus puños. Comencé a reír y fue imposible que no me escuchara. — ¡¿De qué te ríes, maldito infeliz?!

      Mi risa cesó de inmediato, y no pude hacer más que fruncir el ceño y acercarme molesto hasta él. — ¿Quién eres tú para llamarme así? Si no mal recuerdo fuiste tú el que me abandonó luego de nuestro “último gran día”. —Ganas de mandarlo a la mierda, de patearle, de molerlo a golpes y matarlo de la forma más cruel que merecía no me faltaban, pero no. Yo no trataba de esa forma. Además, ese extraño cambio de actitud me asombró, pero le comprendía.

—     ¡¡Tenía razones para hacerlo y no quisiste escuchar!!

—     No me levantes la voz.

—     ¿Por qué debería obedecerte? —Levantó su mano con  agilidad, dispuesto a darme una cachetada, igual que la última vez, pero lo detuve, sonriendo con suficiencia.

—     Porque tus cosa son mí-

—     Error, tú eres de mi propiedad, lo recuerdas ¿no? —Mi sonrisa se fue desvaneciendo y le solté lentamente, volviendo a la misma situación de la mañana: esos temblores incontrolables y sin sentido. Separándome de él me entró por completo el pánico. Me abracé a mí mismo; yo no merecía eso, y me seguía dañando, ahora, con todos sus sentidos bien colocados. — Siempre quisiste lo que los otros tenían, incluso mis cosas de valor sentimental que de nada te servían. ¿Y así me pagas el que te haya dado todo lo que deseabas?

 

Sí, porque necesitaba más, necesitaba absolutamente todo lo que poseías y, hasta ahora, tienes.

 

—     Só-sólo me las diste por lástima…

—     Por eso, y porque me obligaron, porque no soportaban tus miradas de odio hacia ellos, porque sabían que tú nunca optarías por darles a ellos, sino que se los quitarías porque eso querías.

—     ¡Todo eso me correspondía, cállate de una vez! —Tapé mis oídos comenzando a sollozar; oír la verdad era dura, y más de una persona a la que antes estimabas y quería como si fuera tu hermano, tu amigo, o algo más.

—     Tú lo tenías todo, pero sentías que no era suficiente, porque veías que todos tenían cosas hermosas y con un sentido más emocional que material, como las que obtenías.

 

Era verdad, siempre deseé lo de los otros, pero era porque esas cosas me pertenecían.

 

—     Tú no sabes nada…

—     Oh, claro que sí sé, y mucho. Siempre creíste que ellos te quitaban lo que ganabas con esfuerzo y dedicación, ¿no? —Asentí, tenía miedo y nerviosismo, no sabía a lo que me enfrentaba. — Error. Nadie te quitaba nada, tú se los quitabas y ellos trataban de recuperarlas. Pero eso ya no importa. Porque ya no puedes tener nada más que los otro no tengan, así que deja de sufrir por cosas que no existen.

      Se alejó de mí, mirándome de manera compasiva. Mis ojos veían su rostro de manera dolorosa, mientras apretaba con fuerza mi chaqueta negra de cuero, que me había colocado para apaciguar el frío del atardecer. Se giró y comenzó a caminar de forma pausada por el mismo camino por donde había llegado.

—     Con que… yo te pertenezco, ¿verdad?

      Susurré al viento y volví a sonreír, con las mejillas algo húmedas por una que otra lágrima que había caído de mis ojos. Él no podía tener algo que yo no, y ese deseo de obtenerlo, de obtenerme, no se iría con facilidad de mí.

 

 

 

 

      Estuve investigándome a mí mismo.

      Suena loco, extraño, sin fundamentos, pero era lo más sensato que podía hacer en una situación así. Siempre deseé lo que él tenía porque, volviendo a recalcar, me pertenecía todo lo suyo. Pero esto me sobrepasaba. Yo le pertenecía.  ¿El por qué? No sé cómo llegué a este estado, pero sabía que debía poseerme a mí mismo para poder vivir en paz conmigo, y debía llegar hasta las últimas consecuencias para realizarlo.

      Creo que lo peor que podría hacer en un caso así es asesinarle. Claro, sería lo más rápido, fácil y justo, pero no quería mancharme las manos con sangre que no fuera la mía. Morboso, esa era la verdad. E imaginaba su rostro al darse cuenta de que mi ser ya no era suyo, con una expresión desencajada, sufriendo tanto interna como externamente por mi pérdida, y yo, regocijándome por haber logrado mí objetivo. Además, si lo mataba no tendría más que desear, y eso no era posible; había cosas que aún no estaban en mi poder y debía recuperarlas, pero el primer paso era recuperarme a mí mismo, fuera el costo que fuera.

      Estuve pensando mucho tiempo en este tema. Pasaba las noches en vela imaginándome a mí como su centro de atracción –y el mío también, claro está–, imaginándome mis largos brazos abrazando esa figura frente a nuestras vistas, abrazándome a mí mismo, obteniéndome por fin. Recordé también el día en que me golpeó, por primera y última vez, en el rostro, haciéndome sentir una basura, que luego fue remplazado por un sentimiento de venganza y odio hacia su persona; recordé cómo se sentían sus manos cuando me tomó por la fuerza, ya que no estaba en mis cinco sentidos y me sentía como un muñeco, dejándose llevar por el dolor, el placer, y las ganas de arrancarle su corazón. Pero ese no era el motivo real de mi enfado y rivalidad: era el hecho de que tenía todo cuanto quería utilizar, y yo no se lo podía quitar, ni lo podía obtener. Porque sólo él podía poseer esas cosas, a esas personas, y me dolía el que no pudiera conseguir algo similar, igual o mejor que lo que él tenía. Mi corazón se cerró a las posibilidades, y la única frase que rondaba en éste y en mi cabeza era “Debo tenerlo. Todo lo suyo  debo tenerlo”.

    

¿Era egoísta de mi parte querer lo mejor para todos?

      Sí, lo era, y más cuando yo quería esas cosas, cuando las quería tener en mis manos.

      Pero no quiero sufrir por eso, no quiero carecer de cosas que me gusten, que necesite…

      Aún si no las necesito las deseo en mi poder.

 

      Constantemente me miraba en el espejo de cuerpo entero que había en una pieza vacía y desolada del piso en el que vivía, viendo con atención mi reflejo. Me tocaba con sutileza, como queriéndome convencer que seguía siendo de mí mismo, pero había algo que impedía que pensara eso. Comenzaba con mi cabello: algo ondulado pero desordenado, castaño con reflejos algo dorados y menos voluminoso de lo que debía ser. Seguía mi paso por mi rostro, tocando mis pómulos, nariz, mentón y mi boca. Gruesos labios, nada mal, ya iba entendiendo algo.  Luego me dirigía a mi cuello, clavícula y pecho, por encima de mi camiseta; no era musculoso pero era firme, me gustaba sentirme. Seguía bajando por mi otro brazo para pasar a mi cintura y caderas. Rocé mi abdomen, y un pequeño escalofrío me recorrió. Bajé aún más, tocando con suavidad y por encima de los finos pantalones que siempre llevaba, hasta llegar a mis ingles y toqué con delicadeza mi pene, paseándome con dos de mis dedos por todo su contorno. No me daba asco, al contrario, me hacía sentir digno de ser envidiado por mí mismo, aunque… no creí que eso fuera posible, pero lo era. Seguía por el interior de mis muslos, contorneándolos con parsimonia y llegue con ánimos hasta mis pantorrillas, para luego devolverme por detrás y sentir mi trasero duro y sensible. “Vaya, eso no lo esperaba”. Continué como pude mi camino por la espalda y llegué a mi punto inicial, dándome cuenta del profundo deseo que sentía por mi cuerpo. Con más razón debía obtenerme. Era como un fuego abrasador, que me llenaba y pedía a gritos que me siguiera tocando, satisfaciendo, y queriendo. Pero aún no era el tiempo, tenía que salir de los dominios de aquél que, cuando pequeño, llamé “amigo”.

      Los días se hacían más cortos, y esto se convertía en una rutina diaria, al igual que encontrarme con ese hombre que tanto detestaba, siendo esto parte de un plan que comenzaba a tomar forma en mi cabeza. Y repito: no lo mataré, pero quitaré hasta la última gota de su ser, hasta que mi cuerpo y mi alma sean míos. Pude recuperar –con trabajo y esfuerzo, algo redundante en mi caso– un  poco de su confianza, haciendo que me permitiera verlo más seguido, pasando por su nuevo hogar y charlando de cualquier tema trivial. Tenía que apurar las cosas, me comenzaba a impacientar, y él no daba señales de querer entregarme, lo que me parecía, por un lado, algo bastante comprensivo de su parte, pero por otro egoísmo puro, aún más que el mío. Debía comenzar ya con otras cosas. El acercarme a él era bastante fácil; se dejaba dominar y podía usar mi lindo –como él lo hacía llamar– rostro para aventurarme en sus deseos y en los propósitos que tenía preparados para mí.

 

¿Sorpresas?

 

      Pocas, pero importantes. Como el saber que no pretendía nada conmigo, sólo tenerme como su “tesoro” o algo así, creo que la soledad le ha afectado bastante. Además supe que tenía a otros como yo. ¡Viva! No seré el único que podrá recuperarse a sí mismo, sino uno de los pocos que lo logrará. También que me seguía estimando, queriendo, deseando y, a la vez, le hice saber que él ya no era importante para mí, que sólo lo había utilizado como él a mí, hace mucho tiempo atrás.

      Y ahí estaba yo, cerrando con llave la puerta donde lo había dejado amarrado con unas sábanas de su propia cama y con uno que otro golpe para que no despertase tan luego, luego de la sesión de confesiones que tuvimos. Me di cuenta que,  si quería obtenerme, debía usar la fuerza bruta, y comprendí que tenía mucho más de lo que yo podría haber aspirado a tener más a futuro, como una familia que, a pesar de la lejanía, te quiere y te espera con los brazos abiertos; amigos que darían la vida por ti, y un afecto inmenso de todos los que le rodean. Son cosas que yo deseaba, anhelaba y que, por más que me obtuviese nuevamente, no podría tomar así como así, y me enfurecía de sobremanera pensar que no sería posible tener todo eso, aún si usaba la violencia. Estuve toda esa tarde sentado frente al gran ventanal de su hogar, el que daba vista a su gran jardín; lleno de rosas, claveles, girasoles, y narcisos, su flor favorita. Las observé con cuidado y con el ceño fruncido, queriéndolas tener en mi piso, en mi casa, donde no había cómo colocarlas pero las quería ahí. Y salí como una fiera, arrancando cada flor que se cruzaba en mi camino, con tanta fuerza que llegué a lastimar mis manos. Terminada mi labor tomé todas las que me eran posibles y sonreí de manera extraña, o así lo sentía; pensaba en dónde las colocaría, si todas estarían en el mismo sitio, o podría darles otro significado dependiendo del lugar en el que las colocara. Y así me iluminé.

      Más recompuesto regresé donde estaba mi cautivo, el que estaba despierto y me miraba con una expresión de tristeza, miedo y enfado. Intentó zafarse del nudo con que le había atado las manos y sus gritos eran sólo gemidos que apenas lograban escucharse con esa venda en su boca. Reí por su ingenuidad, aunque con una pequeña mueca de dolor por las heridas en mis manos, y esparcí a su alrededor algunas flores de las que había recogido, viendo cómo su rostro se sumía en la rabia y la frustración de no poder soltarse.

—     ¿Te gusta? He hecho esto para ti, para que me recuerdes, porque ya no seré parte de tus pertenencias. Ahora soy mío, sólo mío, ¡y no volveré a derramar lágrimas ni a desperdiciar mi ira por alguien como tú! —Le grité sin piedad y tiré las pocas flores que tenía aún en mis manos sobre su cara, exaltado y con la sangre hirviendo dentro de mí.

      Con lentitud me senté en el suelo y quedé con mis piernas abiertas frente a él. Entrecerré mis ojos y comencé a tocarme con parsimonia y dulzura, tal como lo hacía frente al espejo. “Se siente muy bien…” me lograba decir a mí mismo, mientras paseaba mis dedos por mi pecho, rostro, piernas, abdomen. Me comenzaba a acalorar rápidamente y tuve la necesidad de quitarme lentamente la camisa que llevaba puesta, para luego lograr sentirme con ambas manos. Tan pronto como me di cuenta cerré mis ojos y olvidé todo a mí alrededor, excepto a la persona que se encontraba mirándome avergonzado, y puedo decir que hasta de forma lujuriosa. Una de mis manos bajó con deseo hasta mi miembro, tocándole por encima de los pantalones para luego introducirse de forma tortuosa bajo éstos y acariciarle con mayor éxtasis. De una manera u otra me sentía morir, desfallecer, al sentir que era mi mano y no la de otros, por lo que con rapidez lo descubrí casi por completo, haciendo subir y bajar mi mano con dureza pero a la vez con un toque sutil. Abrí los ojos, gimiendo y respirando agitado, viendo con algo de sorpresa cómo Akira ya no gritaba ni hacía nada para liberarse, sólo observarme y ladear su cabeza. — Por… por fin me tengo. Es es-esto lo que querías, ¿no? Ah… —Suspiraba cada vez más excitado y ya no era capaz de detenerme, ni tampoco tenía las ganas de hacerlo. Me bajé los pantalones un poco más y, sin dejar de atenderme, con mi mano libre acaricié la parte interna de mis muslos y mi entrada. Mis gemidos aumentaron de volumen al igual que los toques que me hacía, y me era tan placentero, tan único, que sentía que no podría aguantar más con todas esas oleadas de placer que recorrían mi cuerpo desde mi cabeza hasta las puntas de mis pies. Y tal como supuse: no pasaron más que minutos para que me viniera y ese líquido blanquecino salpicara mi torso. Observé mi mano al tratar de regularizar mi respiración, había logrado mi cometido. Miré al otro indiferente y sonrojado, acercándome a él como pude y acariciando su rostro con mi mano manchada. — Mañana te vendré a ver, y espero que estés en esta misma posición, o tu vida también acabará siendo mía, como debió ser siempre.

      Sus ojos delataban el miedo –y asco, quizás– que sentía, cuando de proviso saqué la punta de mi lengua y la pasé por sus sucias mejillas, lamiendo juguetonamente los restos de mi semen y revolviendo su cabello con excitación. Sus gestos de pavor me daban una emoción de satisfacción.

      Como lo presentía, al otro día fui de nuevo hasta su hogar y estaba todo desocupado, sin rastros de que alguien estuvo viviendo ahí. Miré hacia el jardín: destrozado por completo, tal y como lo había dejado la noche anterior. Que pleno me sentía en ese momento…

      Pero había algo que aún me faltaba, y que me daba impotencia no tener, porque tendría que destrozarle para conseguirlo. Y ese día que le vi, tan contento y con una sonrisa en sus labios, sentado a un lado de los narcisos del parque, comprendí que, aunque lo mutilara y me llenara de emoción por tenerle, no ganaría nada, porque su alma seguiría siendo de otros, y tendría que recorrer el Cielo y el Infierno para conseguir lo que quería.

 

Porque lo deseaba, lo necesitaba, lo anhelaba. Sufría al no tenerlo, sufría al poseerlo, y aún si realmente lo quería. Porque así había nacido yo, porque así había crecido, y con ese deseo sin cumplir moriría, hasta encontrarle y tenerle por completo.

Notas finales:

Bien, espero les haya gustado. Y y y eso, es mi primer fic/one shot en esta cuenta (?), así que espero lo disfruten y me comenten sobre la historia y en qué puedo mejorar. c:

Mitsu off.-


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