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El único por chibiichigo

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Notas del fanfic:

¡Cuidado! He recibido cartas de todo el mundo preguntándome si soy Kishimoto. La respuesta es no, yo soy sólo una fan y no lucro con esto. Así que, si ves en alguno de mis escritos que pido dinero ¡dénmelo! y luego recuerden que es una aportación voluntaria porque yo esto lo hago sólo por amor. 

Notas del capitulo:

Y pues... aquí estoy de nuevo, intentando recuperar la cordura, la confianza y la congruencia al momento de escribir. Por cierto, voy fallando. 

Espero que les guste. 

El único

Por: chibiichigo

 

La llovizna comenzaba a volverse lluvia, una lluvia copiosa y lenta, digna de la madrugada gris de una ciudad indiferente. Se apresuró a llegar al auto para alcanzar su chaqueta, que había dejado ahí para no pagar el importe del guardarropa de la discoteca. El frío le calaba los pantalones y de sus exhalaciones nacía un molesto vaho. ¡Maldita sea! Pensó.

Los oídos le zumbaban todavía y en su cabeza retumbaba una canción en inglés que todo mundo se empecinaba en corear, haciendo imposible comprender la letra. Sentía la ropa pegada al cuerpo y su sudor, mezclado con tabaco y cerveza, le daba un asco tremendo. Olía a vago adicto. Rebuscó en sus bolsillos la cajetilla de cigarros, sólo para darse cuenta de que le quedaban uno o dos, ¿qué le había hecho a los otros dieciocho con los que había comenzado la noche? Los reproches que le hacía su hermano antaño llegaron rápidamente a su mente, con una fuerza apabullante. Fumas como si tuvieras a tus hijos en la cárcel.

Esbozó una pequeña sonrisa pensando en los arranques paternales de Kankuro mientras centraba su atención en el espejo retrovisor. No había nadie, salvo los cadeneros que ya sólo se dedicaban a despachar a unos cuantos beodos al taxi más cercano. Sin embargo, él no estaba. Como siempre.

—Eres un idiota, ¿sabes?— se recriminó mientras fijaba la vista en el volante. Sí, sí lo sabía.

De pronto la frustración lo invadió junto con la certeza de que sólo estaba luchando por una causa perdida. ¿Qué le garantizaba que el chico al que había visto dos meses y una semana atrás en la barra de esa discoteca, volviera? Nada. Bien podía ser sólo un forastero, un turista como tantos que había decidido entrar para tomarse una copa o bailar un rato (aunque esa noche no lo había visto bailar, ni tampoco había demostrado gustar de la música).

Soltó el aire por la boca, en un intento por expulsar también sus pensamientos, sin lograrlo. Por el contrario, sólo evocaron otros.

Si a ti ni siquiera te gusta salir, Gaara, ¿por qué vas tanto a ese sitio? Las preguntas de Temari, tan directas y dignas de un niño que no sabe nada de discreción. Le costaba creer que ella fuese la mayor y, en especial, que gustara tanto de adjudicarse el rol de madre. Eso no es tu asunto, era la única respuesta. No podía existir otra. ¿Cómo explicarle que estaba buscando a un extraño con ojos negros, ojos curtidos por el dolor, a quien sólo había visto una vez en la vida? Ni siquiera él entendía por qué lo hacía, no tenía la menor idea de qué lo incitaba a buscarlo… pero debía hacerlo. Ésa era la única certeza que tenía, la única que necesitaba para seguir en tan extravagante empresa.

Estás loco. El diagnóstico de su hermano apareció súbitamente.

—Tal vez sí lo esté…— aceptó para sí mismo, en voz baja. ¿Cómo, si no, podía justificar su ansia por hallar a un desconocido? La respuesta resonó al instante en su cabeza: Porque ese hombre era la única persona igual a él. Lo sabía, lo sentía.

Lo había visto por unos segundos, pero tuvo la sensación de que era la persona a quien había buscado desesperadamente durante tanto tiempo. El único que podía reflejarse en sus ojos, penetrar en su descompuesto ser, que podía entenderlo. Y eso lo aterró y fascinó al mismo tiempo. Salvo por él, nunca había existido nadie que pudiera tener tanto control sobre el taheño… Tuvo unas ganas irreprimibles de deshacerse de ese moreno. O de fundirse con él. Con él. Sólo con él.

 

Percibió el regusto a tabaco en la garganta y tuvo unas ganas tremendas de prender un pitillo y olvidarse de todo.

—Es una estupidez. No tiene caso.

Estaba rendido en todos los sentidos. Sus pesquisas no habían dado frutos y se encontraba totalmente vencido, en el interior de su auto y con los cristales empañados. No había forma de encontrarlo, de llegar donde estaba él. Y ahora Gaara sólo quería eximirse de todo ese desasosiego que lo mataba de a poco y lo obsesionaba cada segundo de su vida. Deseaba encontrar al extraño, verlo envuelto en una extraña sonrisa ladina.

Por eso había ido cada semana de los últimos dos meses al mismo club de suelo pegajoso y gente sudorosa. Por eso había tenido que hacerse espacio entre cientos de personas (la mayoría con más gradaje alcohólico en sangre que el mejor de los sakes). Había asistido a beber y fumar en un espacio desagradable y oscuro, con bocinas que hacían retumbar todo con el único propósito de encontrar al extraño y mirar de frente al hombre que hacía estragos en su cabeza.

Por suerte ésa era la última vez.

Se lo había prometido a sí mismo. Dos meses de plazo y no volvería, por mucho que sus pasos deseasen encontrarse con ese desconocido de cabellos negros. La suerte había sido echada y ese joven desconocido había salido beneficiado.

Resopló mientras encendía el auto y ponía en acción los limpiadores. Más valía regresar a casa antes de que las puertas de la discoteca cerraran y la avenida se llenara de taxis. Además, entre más pronto volviese, antes podría dar por finiquitado el asunto.  

—Qué miserable manera de terminar— se dijo a sí mismo, resignado, mientras ponía el auto en marcha.

No había caso en seguir intentando localizar a ese chico, ese moreno de ojos negros que le recordaba tanto su debilidad. Que le recordaba que el psiquiatra le había diagnosticado Trastorno Obsesivo-Compulsivo y le recetó medicamentos para olvidarse de él y seguir adelante (medicamentos que ni siquiera había comprado por temor a perder lo único que lo hacía sentirse humano).

Condujo un par de cuadras, hasta salir de la zona de vida nocturna y se dirigió a la autopista. Se sentía más relajado ahí, en la soledad del asfalto y las farolas que dictaban el camino. Era el mejor lugar para pensar, donde mejor podía reflejar que era único.

 

Me marcho, Gaara. Esto no puede seguir así… Tengo una reputación que cuidar, un romance contigo sólo va a terminar por arruinarme la vida.

En ese momento, él sólo había atinado a mandarle una mirada resentida. Ni siquiera encontraba palabras para escupir toda la ponzoña que tenía en su interior, para mostrarle a ese bastardo lo mucho que lo detestaba.

—¿La vida? No es como que necesitemos hacer las cosas públicas. Sabes que tu lugar es aquí.

—¿Mi lugar está aquí? No seas ridículo, mi lugar es en el Parlamento. ¿No esperabas que esto durara por siempre, verdad? Me voy a casar con Sakura Haruno y su padre me abrirá paso… ¿Tú qué tienes para ofrecerme?

Tuvo el impulso de asesinarlo en ese momento…

Te vas a arrepentir comentó por lo bajo—. Si quieres irte, te vas a arrepentir.

—¿Es una amenaza?

No, es una promesa…

 

La última vez que había hablado con Sasuke volvió a sus recuerdos, con tal intensidad que el odio volvió a crecer en su estómago. Era un maldito, un cretino mal parido que no entendía nada. ¿Qué no veía que él, Gaara, era la única persona capaz de entenderlo a plenitud? Los dos debían estar juntos porque eran iguales. Sasuke Uchia era el único en quien se podía reflejar de una manera tan definitiva, la sola persona que podía desnudar su alma con sólo mirarlo a los ojos.

Tenía un poder tan intenso sobre él que Gaara no podía dejarlo ir. De otra manera no podría estar tranquilo de nuevo….

 Las luces intermitentes de un vehículo pararon momentáneamente sus pensamientos, perturbándolo. Bajó la velocidad un poco, lo suficiente para ver a un hombre que salía en dirección al auto. Echó las luces para poder ver sus facciones y, sin dar crédito a sus ojos, se detuvo por completo.

¿Cómo era posible que, luego de buscarlo por tanto tiempo, cuando lo creyó perdido, hubiese encontrado al hombre de la discoteca? Tenía los ojos negros vacíos, impenetrables y una sonrisa tan plástica que no daba espacio más que para la nostalgia. Era una sonrisa triste, como las que él conocía tan bien.

Se estremeció, mientras acercaba el brazo a la guantera del vehículo y sacaba un pequeño objeto.

—Oiga— lo llamó el moreno, mientras se acercaba a la ventanilla—, mi auto se quedó sin batería, ¿podría prestarme sus cables y darme algo de corriente?

Gaara asintió suavemente, mientras lo analizaba de pies a cabeza. Era desagradable, terrible… Era un extraño tan conocido que le generaba náuseas. Lo irritaba su sola presencia, ya que en él podía verlo reflejado, sus obsesiones y su debilidad. De pronto, para su sorpresa, susurró el nombre que tanto había deseado pronunciar durante años, pero que se atoraba en su garganta cada vez. Su nombre.

—Sasuke…

—No, mi nombre es Sai…

Pero era demasiado tarde. Gaara ya no lo escuchaba, no lo veía. Sólo veía al hombre que le recordaba su debilidad, su masificación, su inutilidad. Lo único que veía era al humano que le había recordado que donde hay uno pueden haber dos, o tres, o mil… Y eso no lo podía permitir.

Lo siguiente que se escuchó fue un disparo quebrando el silencio y el cuerpo inerte del desconocido caer al asfalto, con una mueca de sorpresa, sin plástico.

—Te dije que te arrepentirías, ¿no, Sasuke?— musitó Gaara para sí mismo.

No era la primera vez que lo mataba y tal vez tampoco sería la última. Él revivía constantemente en otros cuerpos sólo para desnudarle el alma, para recordarle que no era el único en su especie. Para atormentarlo con la idea de que, si él había podido, otro conseguiría entenderlo por completo… Arrebatarle su propia identidad.

Pero esa noche, todo estaba bien. Se sentía de nueva cuenta seguro, tranquilo… el único. 

Notas finales:

Espero que les haya gustado. Les recuerdo que cualquier comentario es bien recibido...


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