Oscuridad. Todo a su alrededor era oscuro e, incluso, sentía en ese mismo momento que a su interior también lo gobernaba. Se sentía desfallecer, sus manos temblaban, al igual que sus pies, vaya, todo él temblaba de pies a cabeza sin poder darle crédito a lo que estaba viendo. No podía ser cierto… El cansancio de toda la semana seguramente le estaba jugando una mala broma y por eso tenía esa terrible visión, o, quizá, era una pesadilla. Sí, eso tenía que ser.
Aunque, la verdad era que aun pensando esto y tratar de hacerse creer todo eso… aún cuando deseaba con todo su maldito ser que eso no estuviera pasando, sabía que era cierto. Lo sabía y todo eso dolía. Dolía más que cualquier otra cosa que hubiera experimentado en toda su vida. Porque ahora su vida se había ido. Para siempre. Por siempre.
Por siempre. Para siempre ¿Verdad Django?
Al fin sus rodillas cedieron ante el peso de toda la oscuridad y cayó estrepitosamente al suelo. Con cada facción de su rostro impregnada de incredulidad, horror y sobre todo, de desesperación. Y ahora… ¿qué pasará? ¿Qué será de su vida sin… él? Pero, sobre todo, ¿quién le había arrebatado su razón para vivir? ¿Quién había acabado con su alegría?
Lo sabe. ¿Qué haremos Django?
Ella lo entenderá, Manny. Frida siempre entiende.
¿Habría sido ella? ¿La mujer con la que se sentía obligado a casarse? ¿La que aparentó entender su relación, para después darles una apuñalada por la espalda?
O tal vez… había sido su abuela quien sentía un odio sin sentido hacia su familia.
¡¿Escuchaste, Django?! ¡No quiero que lo vuelvas a ver!
¡¿Por qué?!
Simple. Es un Rivera.
Hay un mundo de posibilidades, pero nada importaba ya…
Después de todo, Manny, te amo. Eso nada ni nadie podrá cambiarlo.
Miró al cielo. En él había unos cuantos puntos brillantes, que parpadeaban sin que él se diera cuenta ¿Cuántas cosas pasaban a su alrededor sin que él se percatara? Aunque quizá, si lo hacía pero no quería aceptarlo.
Daría lo que fuera por tenerte siempre así, entre mis brazos…
¿Lo que fuera, Django?
De sus ojos se escaparon las lágrimas que había retenido desde el inicio de todo. Siempre por ser el fuerte, para darle la fortaleza que en ocasiones le faltaba a Manny. Al final, no había cumplido su promesa, al igual que muchas otras que le hizo ¿Y por qué? Bueno… aun siendo como era, no dejaba de ser de la familia de Sartana. El orgullo y el egoísmo siempre están adelante.
Tomó el cuerpo sin vida de la única persona que en verdad amó y acarició su rostro. Ahora todo estaba claro, sabía que era lo que tenía que hacer. Sonrió, no le daba miedo, puesto que lo hacía por él. No creía en el cielo, mucho menos en el infierno. Tampoco creía en la reencarnación ni mucho menos, pero… ¿de qué servía seguir vivo si no vería más las dulces sonrisas del menor de los Rivera?
Depositó a su amado en la cama de su habitación y fue a la cocina, tomó un gran cuchillo y lo miró con detenimiento. Serviría para sus propósitos. Se encaminó de nuevo hacia la habitación que compartió Manny con la bruja de cabello azulado y al llegar, se arrodilló frente a la cama, contemplando por última vez su rostro.
- Recuérdalo, Manny. Te amo. Por siempre y para siempre.
De pronto, su rostro se contrajo en una mueca de dolor para después, en cuestión de segundos, relajar los músculos de su cara. El dolor se acabaría. Tarde o temprano, lo haría.
Sus ojos perdieron el brillo que tanto le gustaba a Manny y que sólo aparecía estando con él. Sus labios se separaron levemente para exhalar su último suspiro. Sí, todo acabaría así. Desde un principio supo que las cosas terminarían así, pero como siempre, no quiso aceptarlo.
Sus ojos se cerraron lentamente y su cuerpo cayó bruscamente contra el suelo.
El cuchillo enterrado en su abdomen le daría una muerte rápida… Oh sí, eso haría.