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Verde por Eruka Frog

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Naruto no es mío (a estas alturas seguro es de un montón de gente D=), escribo por pura diversión.

Notas del capitulo:

Hola.

 

La verdad, no  he tenido muchas ganas de escribir, así que cuando esta idea me tomó de sorpresa, no dudé en escribirla, aunque me he tardado un poco en acomodar un par de cosas que simplemente no cuadraban (ni cuadrarán, ahora que lo pienso).

 

Espero que les guste.

Con la moral corregimos los errores de nuestros instintos, y con el amor los errores de nuestra moral.

José Ortega y Gasset

 

Verde

Por: Eruka Frog

En realidad, si le pidieran que contara cómo comenzó a convertirse en un cerdo adicto al sexo, no podría responder. Si se lo preguntaran a su hermana, en cambio, saltaría diciendo alguna bobada como que ella lo supo desde aquella vez que lo pillo mirando interesado el torso desnudo de un chico en la TV. Él tendría que desmentirla, y sería sincero, pues aquella vez no estaba mirando al chico con deseo, sino lamentándose de no tener un cuerpo tan varonil como él.  Pensándolo bien, quizás prefería que su hermana creyera que era un apurado a que supiera lo desgraciado que se sentía por su cuerpo de niño.

 

O si le preguntaran a Naruto (aunque nadie le preguntaría a Naruto nada relacionado con el sexo), podría sugerir que el principio de todo era su afán de llevarle la contraria al mundo. Y así, cuando algún desprevenido se le declaraba, él no hacía otra cosa que ignorarlo. Y en cambio, cuando  alguien le ignoraba, ése alguien captaba de inmediato su atención.

 

Y bueno, quizás llevara algo de razón. Partiendo de esa hipótesis, podemos comenzar relatando cómo en su trabajo (una empresa dedicada a la publicidad) se había convertido en el objeto más deseado de todo el edificio.  No, no era modelo, ni tampoco un guapísimo fotógrafo o siquiera un estereotipado jefe metrosexual. Era un becario, uno de los cinco que la empresa aceptaba por año; bajito, mono, gruñón. Un tsundere según Kiba, que era fanático del manga y quizás su único amigo en la empresa.  Entonces, no tendría que llamar la atención más que para que la gente se metiera con él como dicta la ley implícita de los becarios.  Pero  uno en uno, todos los sujetos abiertamente homosexuales se declararon, hicieron sus propuestas y fueron rechazados. Luego siguieron los closeteramente homosexuales, con el mismo proceso. Y finalmente un par de chicas que, todo hay que decirlo, fueron las más agresivas.

 

No sabía por qué, si al menos tres eran más que aceptables, pero los rechazó de lleno. En plan hijo de puta. Según  Naruto, era así desde siempre.  Si alguien mostraba más y más interés en él, de inmediato los repelía, como si su afecto fuese una sustancia asquerosa y ellos unos seres infectados, tóxicos.  Y así fue como cayó de lleno en la madriguera del zorro, porque si el rubito era un zorrito, Sai tenía que ser un zorro adulto y consumado.

 

Sai era su supervisor y algo así como el director creativo. Él único que estaba por encima era Sasuke Uchiha, su primo, dueño, rey y señor soberano de la empresa.  Era un sujeto extraño, tan pronto podía sonreírte en el pasillo, como podía masacrar tu autoestima y tu futuro en la salita del café.  Su sonrisa era abiertamente falsa y sus ojos no decían nada. Simplemente, no sabías por dónde cogerlo.  Gaara intentó no ponerse en su camino, porque hasta alguien como él, que no necesitaba más que una chispa diminuta para prenderse fuego por completo, sabía que con el moreno no había que meterse. Algo así como el instinto. Por supuesto, éste se suicidó sólo para joderlo, porque de pronto, cuando estaba harto de la sucesión de confesiones,  observó de reojo a su jefe directo.

 

Ahí estaba él. Altísimo, guapísimo y tan indiferente que estaba seguro que ni siquiera se sabía su nombre.  Comenzó a tropezar con él adrede, denigrándose a tal punto para llamar su atención que incluso una vez había logrado que el otro le derramara su café (ya casi frío, por suerte, aunque no lo sabía antes de actuar) para tener un rato a solas con él. Sai se disculpó sin sentirlo mucho en apariencia, comentó algo sobre gente tonta que debería comprarse un cerebro cuando están de descuento y se marchó. El pelirrojo se quedó mirándolo con una cara de enamorado que era para enmarcar, y desde entonces se juro no tener límites para lograr acostarse con él.

Sí, acostarse. No sería la primera vez que dormía con alguien sólo por estar colado de su frialdad, pero nunca había sido un problema muy grave ni se sentía degenerado por ello. Era un joven adulto y tener sexo casual no está mal de vez en cuando.

 

Si Sai hubiese caído al cabo del primer mes, todo se habría resumido en algo de una noche y habríamos relatado esa noche. De haber caído al sexto mes, cuando Gaara ya se jalaba de los cabellos, quizás relataríamos la historia de una relación de unas semanas y luego un rompimiento sin más. Incluso, si la cosa hubiera colado cuando firmó contrato para quedarse como empleado de planta, esta cosa habría terminado a sus 22 años, quizás se habrían mudado juntos antes, pero nada mucho más grave.

 

Pero Sai no era tan tonto. Ahora lo sabía. A Sai le había gustado desde el primer momento, y el primer momento no es su primer día de becario, sino en esa conferencia en la universidad, cuando el pelirrojo le hizo una pregunta a él, que estaba al lado escuchando al orador hablar de Klimt como si tuviera daño cerebral.  Cuando Gaara y otros diez aspirantes intentaron quedarse con la beca,  se la dio al bermejo sin siquiera pensarlo. Sin embargo, como ya hemos señalado (pero Sai agradecerá que lo repitamos), no era tonto. Conocía lo suficientemente bien a la gente como saber que a los tipos como el Sabaku no se les conquistaba uniéndose al montón. Se les conquistaba atacando sus debilidades. Su incapacidad para estar de acuerdo con el mundo, en el caso del pelirrrojo. Y así,  sin que el pobre becario (ahora empleado de planta) tuviera idea, lo había adentrado en un paciente y francamente sádico juego de dos años.

Y Sai, por supuesto, había ganado.

 

Había ganado toda su atención, que era desde el principio la recompensa obvia. Pero más importante, se había ganado toda su adoración, un plus al que no le hacía el feo.

 

Todo estaría relativamente bien hasta ahí. Al final ambos habían ganado por igual una relación en la que, también por igual, estaban comprometidos. También, si esto fuese todo, podríamos dar por concluido el relato y quizás para que esto no quedara tan flojo, podríamos incluir un flash back sobre su primera relación sexual y despedirnos con alguna frase filosófica barata sobre el amor. Pero la situación es que no era tan sencillo. Si Sai fuese una persona normal, la relación también sería normal. Aunque claro, si fuese normal, no hubiese tenido la paciencia para enredar a Gaara durante dos años, así que en parte hay que agradecer a sus francamente perturbados padres por criar a un sujeto tan… tan Sai.

 

Sai era perfecto para él en muchos sentido. Era atento (Naruto, que se creía psicólogo, aseveraba que tenía una necesidad patológica de mimos), inteligente (podían pasar horas hablando de un montón de cosas), rico (¿para que mentir? Si el dinero mueve al mundo no iba a dejarlo a él quieto), guapo (vamos, que no iba a salir con un adefesio, era contreras, no ciego) y con los cojones bien puestos (algo que al final se traducía en una relación que nunca caía en lo trivial).

 

Todo estaría de lo más encantador,  queridos, si Sai no tuviera unas ideas extrañas, perturbadoras, inusuales y francamente algo enfermas acerca de la sexualidad.

 

La idea de Gaara de tener relaciones sexuales con un tío no iba mucho más allá de que lo follaron por detrás. Y si bien no se oponía a alguna perversión de vez en cuando, las de Sai superaban por mucho (muchísimo) lo que podríamos llamar “perversión media normal”. Era entusiasta de casi cualquier parafilia,  redefinía la pansexualidad y de plano era una maquina sexual en la cama (y en todos lados, para que mentir). 

 

Si la debilidad de Gaara era la de llevarle la contraria al mundo, la de Sai era la de ver cumplidas todas sus fantasías sexuales. De  no ser por ella,  probablemente no habría invertido dos años en hacer caer a Gaara, porque si bien ahora amaba al pelirrojo, al principio no había sido más que el objeto sexual que le faltaba. El chico era exactamente como el muñeco que siempre había querido. Pelirrojo (lo exótico es sexy casi por ley), pequeño (imagínate ahí abajo), aniñado (la pedofilia era una de las pocas filias con las que no había experimentado ni deseaba experimentar por la situación legal y ética que implicaba, pero no iba a negar que el chico lo prendía en parte por su aspecto de nene),  gruñón (nada como un gatito gruñón para paliar el aburrimiento) y cotizádísimo (¿a quién no le gusta  presumir que sus juguetes son los más solicitados?).

 

Y es así, que ahora Gaara estaba sumergido de lleno y sin bañador, en una relación muy comprometida, sí, pero también muy confusa. Incómoda, a veces. Porque aunque fuese cursi e infantil, no dejaba de desear una relación normal. O al menos una que no se viese más complicada de lo que ya era de por sí.

 

**

 

Sai lo observaba del revés.

 

De haber sido esa la primera vez que despertaba colgado boca abajo, desnudo y con la sensación de haber sido repetidamente follado por un elefante, se asustaría. Hasta gritaría. Y se desmayaría, quizás.  Pero no era la primera, ni la segunda, la quinta ni la décima. Y no sería la última, fijo.  Suspiró y miró con rabia contenida al moreno, que sonreía mientras embadurnaba de lubricante un vibrador tamaño no jodas. Se preparó mentalmente para fingir que era una persona paciente, y comenzó a hablar como si el otro fuese un niño muy tonto y no el trastornado que era.

 

-Sai… hoy entro a trabajar a las 8, tú estas de vacaciones, ¿no hemos hablado de que las personas civilizadas respetan los horarios de los demás? –por toda respuesta el bruno ensanchó su sonrisa, y el volvió a suspirar, aunque estar bocabajo ya comenzaba a pasarle factura -¿no pudiste esperar hasta mañana? Es sábado… o al menos, hasta hoy por la noche, de todos modos saldré a las cuatro, a las 2 si me salto el almuerzo y no uso el aseo hasta llegar a casa…

 

-Adivina –interrumpió el morocho, tan feliz que daban ganas de patearlo. Primero lo miró a él, intentando dilucidar si traía algo más que ese vibrador o si ocultaba algo detrás de él, y luego miró alrededor. Estaban en la habitación en la que usualmente Sai satisfacía sus perversiones, carente de ventanas y llena de paneles y armarios.

 

-¿Qué? –se rindió. Ya estaba jadeando y comenzó a pensar que igual si se ahorraba todos sus argumentos y dejaba a su pareja ir por la libre, podría llegar a las 12, salir del trabajo a las 8 y  llegar tarde al cumpleaños de su hermano.

 

-Son las siete –soltó alegremente. Lo miró sin comprender, ya se imaginaba que sería algo tarde, pero ya que estaba resignado a llegar tarde, tampoco pasaba nada.

 

-¿Y? –preguntó, cansándose.

 

-¡Las siete de la noche! –

 

Lo mataría. Esta vez sí,  de verdad. Esperaría a que terminara y luego, cuando lo soltara, se haría el mansito para ir a la cocina, coger su cuchillo de carnicero y terminar con la vida de aquel desgraciado.

 

-No te preocupes, le he dicho a Sasuke que estás resfriado y que lo repondrás la próxima semana –lo tranquilizó, aparentemente pensando que quizás se había pasado un poco.

 

-¿Qué hemos dicho sobre las pastillas para dormir?

 

-Que no las use porque son peligrosas –repuso de inmediato, como si estuviera en un examen.

 

-¿Y quién las usó?

 

-Ya sé que estás pensando, Cerecita, pero la verdad es que no fue necesario. Te hice tomar un té de valeriana y pasiflora ayer, porque estabas tan cansado, y hoy no hice nada más que atarte con mucho cuidado y ahora estamos aquí, discutiendo tan campantes.

 

Lo peor de todo es que parecía satisfecho con ello. Maliciosamente, comenzó a acercarse, y él se retorció un poco sólo para mostrar su desacuerdo, aunque ya daba el juego por perdido.  A veces, de verdad, se veía tentado a olvidarse de esa perra golosa que es el amor y largarse, porque si seguía faltando con excusas tan inverosímiles, alguien (y con alguien se refería  a Sasuke, pero no iba a admitir que su nombre era más impronunciable que el del señor tenebroso) terminaría por echarlo, destruir su carrera y probablemente asesinarlo si no terminaba cierto proyecto.

 

 

Dos horas después, iban de camino a la fiesta de cumpleaños de su hermano, un par de horas tarde pero completos. Su hermana los recibió con afecto, como si fuese la dueña de la casa, y los invito a pasar sin hacerles preguntas incómodas (en presencia de Sai la rubia se controlaba).  Naruto estaba radiantemente sentado al lado del cumpleañero, a quien hacía reír con apenas hablar, como el pequeño solecito que era.  El chico era dos años menor que él, pero eran mejores amigos desde que vivía en el mismo piso. Shikamaru, el esposo de su hermana, dormitaba recargado en la mesa, mientras que el resto de los amigos de Kankuro  bebían y charlaban sin prestarles mucha atención.

 

-Felicidades, Kankuro-san –dijo Sai muy formalmente, como siempre que se dirigía a su hermano mayor. Al morir sus padres,  Kankuro se había convertido en una figura paterna, y lo proyectaba de tal forma que su pareja solía tratarlo como tal.

 

-¿Mucho tráfico? –inquirió, perspicaz.  Como buen padre, no le hacían mucha gracia las parejas de sus protegidos, pero Shikamaru ya había pasado la prueba, por lo que era el moreno quien recibía toda la atención.

 

-Muchísimo –confirmó, abrazándolo.

 

Tras intercambiar un par de palabras, terminaron perdiéndose con el resto, tomando un poco y escuchando a Naruto hablar de su misterioso novio, que al parecer era mayor que él y algo así como un ejecutivo.  Él estaba pensativo. Si era sincero, tenía que admitir que todavía se sentía excitado cuando recordaba lo que Sai le había hecho sentir aquel día. Y más que eso, se sentía ciertamente ansioso porque en medio del jueguito se le habían ocurrido un par de ideas obscenas que, lo peor, Sai no había llevado  a cabo. Es decir, que ahora no sólo aceptaba las alocadas prácticas de Sai (que al fin y al cabo no sería tan malo), ni tampoco se limitaba a disfrutarlo (algo vergonzoso pero pasable), sino que pensaba en nuevas formas de torturarse a sí mismo, de rebajarse a la calidad de un objeto sexual, de convertirse en un…

 

Se interrumpió bruscamente porque si lo seguía pensando, sería él quien arrastrara al moreno al baño.

 

En realidad, no es como si Sai lo obligase a tener sexo con él (incluso cuando cumplía su fantasía  de agresión sexual, seguía siendo eso, una fantasía),  y podía dejar al moreno si quería, estaba seguro de que Sai no lo obligaría a quedarse a la fuerza. No decía que no intentaría convencerlo, pero no lo coaccionaría de modo alguno, ni le haría dramones de chica ni mucho menos se arrastraría por él. Lo aceptaría, se resignaría y lo superaría. Y no es que no fuese justo, si una persona no quiere estar contigo, lo lógico es que tú lo dejes ir en todos los sentidos.  Pero es que era él quien no podría superarlo. Ni siquiera podía imaginarse, sin sentirse como la peor escoria del mundo, dejando la casa que compartían, dejándolo a él. Un escalofrío lo recorrió por completo cuando se imaginó una vida en la que Sai no estuviera presente siempre. Quizás era una dependencia incluso más enferma que  todas las parafilias de Sai juntas, pero no podía evitarlo. Estaba enamorado, y después de 20 años rechazando sentir amor por alguien, no estaba preparado para enfrentarse a tal intensidad. 

 

El orgullo, le parecía, era una cosa muy justa. Pero también muy problemática. Y luego, muy distorsionada por el mundo. El orgullo no es una excusa para ser egoísta, estúpido, arrogante o infeliz. Y si él tenía que ceder y tener prácticas sexuales extrañas para seguir al lado de Sai, cedería. Porque viéndolo bien, el orgullo estaba en lo que sentía por Sai y no en lo que sentía por un tabú.

 

-Sabes…  -comenzó, y reconocía aquella voz como la iniciadora de una idea que terminaría en un gran problema para él- siempre he tenido esta idea en la cabeza… acostarme en la cama de mi suegro.

 

Le dio la mano.

 

Y luego se rió para sus adentros, porque aunque no entendía en qué momento se había convertido en un cerdo degenerado, le parecía que  si era con Sai no le importaría redefinir la palabra degenerado.

 

 

 

 

 

Notas finales:

¿Les gustó? ojalá que sí, porque yo simplemente lo amé. Hace milenios que no escribía algo que me gustara de verdad. He andado medio rarita estos meses, como que no estaba muy segura de seguir publicando en AY porque parece que todo ha andado medio muerto por aquí (en especial para las autoras de SaiGaa) y ahora ya abundan tantos NaruSasu que me da un poco de asquito pasarme por actualizaciones (¿a qué clase de enfermo se le ocurre? xDD). No, cada quien su onda, pero pues como que nos vamos quedando sin mercado y pensé mudarme a ff.net, pero allá las cosas son también muy aburridas, así que pensé que más vale pesado conocido que lerdo por conocer. No se los digo para ofender, es sólo que bueno, es verdad que las cosas en AY están cada vez más raras y para qué mentirlas, una que es medio antigüita se siente abrumada.

 

Dejan comentarios y me mandan mucha suerte, porque el lunes me van a entrevistar en la uni por una cosa de la carrera S=

 

Kissus ^x^


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