Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Candys And Devils por hana midori

[Reviews - 18]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

KUROSHITSUJI NO ME PERTENECE, ES DE YANA TOBOSO-SENSEI. HAGO ESTO SOLO POR DIVERSION Y SIN NINGUN TIPO DE LUCRO.

Notas del capitulo:

¡¡¡Holaaa!!!

Pues bueno, como en el resumen viene, este es un especial de Halloween que se me ocurrió por una idea un tanto tonta:

En mi prepa hay un chico que vende dulces de “contrabando” (le decimos asi porque esta prohibido meter comida a las instalaciones, y además, tambien es contra las reglas vender cosas si no eres miembro de la tienda de ahí) y la primera vez que lo vi, me vendió una enoooooormeeee barra de chocolate >////<. Mientras me la comia, una frase que lei hace mucho tiempo en un fanfic de Mary-chan6277

La historia constara de 2 capitulos y un epilogo, estos dos últimos (el segundo cap y el epilogo) se subirán el 31 de octubre, al igual que….¡¡¡LAS ACTUALIZACIONES DE PAINTING DREAMS Y NUESTRO HOLOCAUSTO!!!

Sip, ese dia se subirán los siguientes capítulos de esas historias, junto con esta ^^. Ahora, tal vez este mordiendo mas de lo que puedo tragar, pero se que puedo. Y tambien, pido disculpas por tardarme tanto en actualizarlos, pero como ya he dicho anteriormente, la prepa me tiene hasta el cuello DX

Como sea, espero les guste este fanfic, y…. ¡¡l@s veo el 31 niñ@s!!

P.S esta historia esta escrita en primera persona, y yo la verdad no estoy nada acostumbrada a ese estilo, pero me pareció el mejor para ella, asi que….lamento si es un fiasco en cuanto a redacción >____<

P.S 2  si hay horrores de ortografía háganmelo saber, que ya saben que soy pésima en ese sentido…

Los niños son fáciles de convencer, solo dales un dulce, y estos vendrán hacia ti como moscas. Es por esa razón que los padres deben ser personas cuidadosas y dedicadas, porque uno nunca sabe por dónde saldrá esa mano traicionera a arrancar a tu niño del seno familiar.

Yo nunca fui de esos infantes. Hasta donde yo tengo memoria, jamás me deje engatusar por algo tan mundano como un simple caramelo—al menos durante mi primera infancia—. Pero, mi hermana, Elizabeth, si. Ella aceptaba todos los regalos que le dieran, aun si venían de manos extrañas. Este mal hábito le costó muchos regaños y advertencias por parte de mis padres, y estoy seguro de que ellos dan gracias a Dios, de que eso fuera lo más grave que llego a pasar.

Pero ahora que lo pienso más detenidamente, no creo que haya sido Dios quien evito que algo horrendo le sucediera a Lizzi, sino otra cosa más oscura.

Y lo digo porque—y uso como base las enseñanzas que aprendí durante mis estancias en la Iglesia—no puedo comprarme la idea de que Dios hubiera permitido todo esto que paso.

Si a mi hermana le hubiera ocurrido algo por aceptar presentes de desconocidos, yo jamás me hubiera dado la excepción de aceptar aquel pastel de parte de ese hombre.

Por mi mente no hubiera pasado la idea de: “Oye, a Elizabeth nunca le sucedió nada, ¿Por qué conmigo sería diferente?”

 

 

 

Recuerdo muy poco del día en que lo conocí, es más, no me acuerdo ni siquiera que había hecho ese día ni de dónde venía como para tener que ir a pie por la carretera. Lo único de lo que si estoy seguro, es que iba de regreso a casa, y también, que había un enorme árbol caído obstruyendo el camino. Me detuve a observarlo, y mientras lo hacía, pensaba en si sería posible tratar de rodearlo o algo parecido, para seguir mi ruta habitual. Sin embargo, y de manera casual, me tope con una vieja y escondida vereda, cubierta de yerbas y ramas secas. Nunca la había visto, y mucho menos sabía a donde llevaba, pero decidí seguirla. En esos momentos pensaba que era curiosidad, ahora pienso que era destino.

Como sea, mientras iba avanzando, la vía se confundía todavía más con la espesa vegetación. Llego a un punto en el que ya no sabía si estaba siguiendo el camino o si ya estaba avanzando por el mismo bosque. No voy a negar que durante esa primera vez me sentí algo agobiado, pues solo Dios tenía conocimiento de a donde me estaba dirigiendo, y no tenia posibilidad alguna de comunicarme con alguien en caso de una emergencia.

Y a pesar de eso, no me di la vuelta. No soy de las personas que se arrepienten a medio camino, y, además, ¿Quién no me aseguraba que en el intento de regresar no me perdería de verdad?

Después de otro par de minutos con solo los sonidos de la naturaleza acompañándome, por fin llegue hasta el final de aquel sendero. Y lo que ahí había no me lo esperaba.

Frente a mí se encontraba una mansión enorme de un estilo victoriano, abandonada. Estaba construida de piedra que en algún tiempo había sido blanca, pero que con el tiempo y el moho se había puesto de un color cobrizo. Además, por esas paredes, había muchas enredaderas y madres selva creciendo, dándole un aspecto más desolado aun.  Las ventanas estaban totalmente opacas, y aun si fuera posible ver algo a través de los viejos cristales, grandes cortinas rojo oscuro y comidas por las polillas evitaban la entrada a miradas fisgonas. La puerta—custodiada a cada lado por dos gárgolas negras sobre bases de mármol— tenía aspecto de ser pesada, y hecha de algún material que parecía resistir bastante bien a las condiciones climáticas, ya que se veía muchísimo más conservada que todo el resto de la vivienda.  

Me quede verdaderamente asombrado, y cabe decir que bastante confundido también. Nunca nadie me había dicho que existía semejante construcción cerca, y por lo que mis ojos veían, era obvio que perteneció a alguien de noble cuna.

Seguí observándola detenidamente, mientras comenzaba a sentir un tanto afortunado por encontrar tan increíble sitio por accidente. Si bueno, al fin y al cabo era joven, y no voy a decir que no estaba pensando en que podía convertir esa casa en una especie de refugio para poder estar solo cuando quisiera. Les dije que no me pueden engañar con dulces, pero de haberme ofrecido un sitio donde poder convivir con mi soledad de vez en cuando, hubiera bastado para que me fuera con la persona que me lo diera.

Pase aproximadamente un minuto clavado en el suelo, simplemente estudiándola. No se veía tan frágil como en un principio creí, así que me dije, ¿Por qué no investigar un poco por dentro? Con pasos lentos, me dirigí hacia la entrada, sintiendo la yerba rozarme un poco las piernas, ya que estaba un tanto alta. Mientras me acercaba, trataba de mirar lo menos posible a los dos guardianes que cuidaban de la vivienda, porque –y me da algo de pena admitirlo—me daban un poco de miedo. No de ese que te hace gritar en cuanto te acercas al monstro, no, pero si ese terror que te dice que algo no estaba bien con las cosas. De lo poco que recuerdo de ellas era que eran horribles –tenían una expresión furiosa en el rostro; su boca estaba completamente abierta, en un grito que mostraba todos los dientes afilados y puntiagudos; sus alas de murciélago estaban extendidas y su cuerpo encovado hacia abajo. —y que eran más frágiles de lo que parecían realmente.

Cuando por fin quede cara a cara con la entrada, me di cuenta de que aunque de lejos parecía en buen estado, en realidad estaba tan mal como toda la estructura. Busque con la mirada el pomo—en mejores tiempos de color plateado, mas ahora lleno de oxido—, y cuando lo vi, puse mi mano derecha sobre él, sintiéndolo frio al tacto. Con suavidad, lo giré, escuchando inmediatamente un pequeño “click” y después, empujé la puerta hacia adelante.

No era tan pesada como pensé que sería, por lo que con mi acción se abrió de par en par, y todo el olor a humedad y encierro me golpeo con fuerza en la nariz, aturdiéndome. Gire el rostro un poco, tratando de respirar algo más puro que lo que se me ofrecía dentro. Fue entonces cuando me pregunte realmente la edad de la casa, porque no creía que aunque tuviera 100 años pudiera oler tan mal… ¿o sí?

Poco a poco fui acostumbrándome, hasta que por fin considere que podía soportarlo. Levanté la cara, y di mi primera mirada hacia el interior.

Todo estaba en oscuridad, y la única luz que había era la que se colaba por la entrada detrás de mí. Aun así, con esta fue suficiente para que viera algunas cosas.

Primero que nada, la sala de bienvenida era enorme, y estaba cubierta con papel tapiz que se estaba cayendo de las paredes. Había una enorme escalera de piedra al fondo, que daba una pequeña curva hacia arriba, guiando hacia la planta alta. Los peldaños de la misma estaban cubiertos con una vieja y mohosa alfombra de color vino, que no terminaba al pie de la escalera, sino que continuaba hasta la entrada, haciendo una especie de camino. Por lo demás, no fui capaz de notar alguna otra cosa, ya que no tenía suficiente luz para ello.

Cautelosamente entré, siguiendo el sendero de tela que tenia a mis pies. Di gracias en silencio que la casa no fuera de madera, pues estoy seguro de que si lo hubiera sido, está estaría crujiendo como loca debajo de mí.

 Me topé con el primer peldaño, y lo observé unos segundos para después levantar mis ojos en dirección hacia arriba. No sabía si la construcción estaba tan bien como para que pudiera andar tan a la ligera, pero me dije que no importaba. Justo cuando iba a comenzar a subir, percibí en el condensado aire, un aroma delicioso y suave.

“¿De dónde proviene ese olor?” Me pregunté confundido, olvidando por completo mi idea de subir al segundo piso. Traté de identificar algún punto de donde pudiera provenir, e inmediatamente descarte la idea que pudiera ser de afuera, puesto que yo provenía de ahí. Tenía que ser algo dentro de la mansión. Mas si era así, ¿Qué era? ¿Qué podía causar tan delicada fragancia?

Creí saber de dónde podía salir, y caminé lentamente hacia una de las esquinas de la habitación. Ya para este punto no podía ver casi nada, pero tenía mis manos frente a mí, por lo que en ese momento me pareció suficiente. Choqué contra una pared, y con el tacto, me fui guiando hasta que di con un enorme hueco astillado en donde antes hubo una puerta.

Me asomé, mas todo lo que vi fue oscuridad.

Volví a la realidad, y me recordé que estaba en un sitio aislado, y que si me pasaba algo, nadie vendría a ayudarme. Renuncié a seguir por ahí, y en el momento en que me di la vuelta, sentí el aroma más fuerte, hipnotizándome.

No me di cuenta de lo que hacía hasta que llegue al final de ese callejón, y fui a parar frente a otra puerta, solo que esta—y al tacto al menos ya que no veía nada—se encontraba en buen estado, y la perilla, aunque fría, no parecía estar oxidada. Por las orillas de aquella entrada se podía percibir una ligera corriente de aire, y esto me dio más confianza para por fin darle la vuelta a la manija. Tal como la puerta de entrada, esta se abrió de par en par, solo que no fui a dar a un lugar desolado, sino que, frente a mí, estaba un precioso jardín.

Estaba nublado—siempre lo estaba—por lo que el Sol no daban tan directo y se disfrutaba de un cálido clima. El piso era de piedra blanca, lleno de líneas que formaban figuras fantásticas. Había flores de todos los colores por doquier, y no solo tenían aspecto de haber sido cuidadas con devoción, sino que también todas expedían deliciosas fragancias. Y, justo en medio de todo esto, había una redonda y pequeña mesita de cristal, con una rebanada de pastel en un plato de porcelana sobre ella.

Sé que debí darme cuenta antes, y también se que debí irme de inmediato en cuanto vi todo esto, pero una sensación de atracción me evitó el razonar. Crucé el lumbral y cerré la puerta detrás de mí, no queriendo que el olor de la casa pudiera perturbar el lugar.

Empecé a caminar hacia la mesita, escuchando claramente el sonido de mis zapatos chocar contra la dura piedra. Cuando quedé frente al mueble, pude ver con más detalle el dulce sobre ella.

El pan debía saber a vainilla, ya que era de un color bigel, y su textura se veía suave. Tenía un betún del mismo sabor, con pequeñas bolitas de crema chantillí. Y para rematar, una fresa que tenía aspecto de estar recién cortada descansaba sobre la figura de crema más grande. En pocas palabras, se veía realmente delicioso.

Tomé suavemente el plato, y lo levanté hasta la altura de mi cara. Cerré mis ojos, y di una larga inhalada. No pude menos que abrir enormemente mis parpados y lanzar una exclamación de asombro al darme cuenta que el olor que me había traído hasta ahí, pertenecía nada más y nada menos que ese pedazo de postre.

Y en ese momento me pregunté, ¿Cómo era posible eso? Si bien es cierto que a veces los olores viajan bastante por el aire, no era cuerdo decir que el aroma de esa sola rebanada pudiera pasar por encima del  de la humedad sin ningún tipo de problema.

Mientras debatía sobre este punto, no sentí una segunda presencia en el cuarto, mucho menos que está se acercaba con pasos lentos.

--¿Cómo entraste?—me pregunto una voz grave y masculina, sobresaltándome. ¿Me asuste? ¡Pues claro! Lo único que no hice fue gritar, pero todo mi cuerpo se tensó de manera notable, y de mis dedos resbaló el plato de la tarta.

Instintivamente cerré mis orbes, esperando oír el sonido de la porcelana romperse contra el piso, mas este nunca llego. En cambio, una brisa helada me recorrió de pies a cabeza, y antes de poder estremecerme siquiera, un calor agradable hizo presencia en toda mi columna.

Reaccioné, e iba a abrir mis parpados para confrontar lo que sea que estaba conmigo, pero una mano enguantada se poso sobre mis ojos, evitándome el ver.

--pero que niño tan mal educado—murmuró esa persona en mi oído, dejando correr todo su tibio aliento por mi cuello, haciendo que temblara—entra a las casas sin permiso y después tira la comida de los demás…--sentí como algo suave rozaba ligeramente mi nuca y aunque, muy en el fondo encontrara un tanto… placentero eso, me dije a mi mismo que era suficiente. Me alejé de aquel ser, y casi al mismo tiempo me di la vuelta, importándome realmente poco el dolor que apareció en mi espalda en consecuencia de haber golpeado la mesita de cristal.

Y a quien vi, me sorprendió más que el hecho de descubrir la mansión y el jardín.

Era un hombre que no pasaba de los 25 años, alto y esbelto, de porte educado pero con algo de malicia en el. Vestía un pantalón negro, un saco y unos guantes del mismo color, con una camiseta blanquísima. Su tez era un poco más pálida de lo normal,  y esta contrastaba perfectamente con su suave cabello azabache. Y su rostro… diablos, su rostro… los escultores griegos hubieran tenido envidia al verlo, porque nadie hubiera sido capaz de poder plasmar esa misma hermosura en tosca piedra. Y sus ojos… tenían la apariencia de los de un demonio que soñaba…

--¿Quién eres?—pregunté en un susurro, perdido entre mis pensamientos de admiración hacia aquella persona frente a mí. Esté pareció un tanto confundido por mi pregunta, mas inmediatamente se recompuso, y me sonrió de una manera que hubiera hecho que cualquiera asesinara a otra persona solo para ver de nuevo esos labios curvarse hacia arriba.

--debería ser yo quien haga esa pregunta, ¿no crees, pequeño?—me contestó con suavidad, para luego dejar salir una risilla burlona. Debo admitir que su apariencia me había atontado un poco, pero el hecho de que estuviera riéndose de mi fue suficiente como para traerme de vuelta a la realidad. Estaba en una casa abandonada, lejos de cualquier tipo de ayuda, con un desconocido que según me demostró segundos atrás, podría ser alguna clase de pervertido.

No podía darme el lujo de ser débil.

--no soy un “pequeño”—le reclamé un tanto molesto, irguiéndome lo mas que podía para verme mas grande. Él pareció notar esta acción, porque su sonrisa se ensancho aun más.

--¿ah, no?—exclamó socarronamente, y con claras intenciones de fastidiarme un poco.

--no. —respondí inmediatamente, con la voz más seria y dura que pude hacer.

--bueno, en ese caso, ¿no me das tu nombre para que deje de llamarte “pequeño”?—mientras me preguntaba esto, se alejó un poco de mí y me rodeó, para quedar del otro lado de la mesita. Una vez ahí, dejó suavemente el plato con el postre intacto sobre ella. De acuerdo, esa no la había visto venir, ¿Cómo diablos lo había salvado, y porque no me había dado cuenta de que lo había hecho? Miré unos segundos la rebanada, y luego clave mis pupilas en él. Iba a abrir mi boca para cuestionarle este punto, mas no me lo permitió, ya que con sus orbes rojas me pidió amablemente que contestara su pregunta primero.

--me llamo Erick—dije con tranquilidad, inclinando un poco la cabeza hacia la izquierda. Obviamente ese no era mi nombre, pero no iba a darle el verdadero a ese tipo. Además, él no tenía ninguna manera de saber si yo decía la verdad o no así que por mí…

--mientes—me dijo serio, observándome fijamente. Mi rostro demostró toda la confusión y todo el asombro que sentí en esos momentos. ¿Cómo…?

--tu no tienes cara de Erick—respondió con simpleza—los nombres son el reflejo de uno mismo, y “Erick” no está ni cerca del tuyo. —agregó, sonriendo ligeramente. Apreté un poco la mandíbula, no pudiéndome creer que alguien como él pudiera ver a través de mi mentira. Pero, aun así, me pareció bastante interesante lo que me dijo, y estaba dispuesto a haber si sabia aplicar lo que presumía.

--¿entonces de que tengo cara?—le pregunté, mientras cruzaba mis brazos sobre mi pecho. Él volvió a observarme, solo que ahora, sentía que me estaba estudiando detenidamente. No voy a negar que me puso un poco nervioso eso, mas no lo demostré. Seguí con mi pose altanera, y esperé.

--Ciel—dijo en voz baja al cabo de unos segundos, de una manera muy suave. —tu nombre es Ciel—repitió mas alto, como para cerciorarse de que había escuchado. Y lo hice, desde la primera vez.

--¿Qué clase de jugarreta haces?—cuestioné molesto, todavía sin poder digerir el hecho de que había respondido de manera acertada. Él rio ligeramente por mi reacción, y eso solo me hizo enfurecer más.

--ninguna—comenzó a decir—es bastante sencillo adivinar nombres—se encogió de hombros, restándole importancia al asunto. Inflé un poco mis mejillas, en clara señal de que no estaba conforme con la situación. No, no me dejaría ganar tan fácilmente.

Lo miré de pies a cabeza, solo que esta vez, no me fije en su belleza, sino en algunas cosas que pudieran decirme algún rastro de su personalidad, y con ello, algún nombre. Nuevamente escuché esa risilla de su parte, mas no dijo nada. Seguramente sabía lo que estaba tratando de hacer. Solté un suspiro, con una posible respuesta en mi cabeza.

--¿y bien?—me interrogó un poco impaciente, al tiempo en que se inclinaba ligeramente hacia adelante. Le eché una última hojeada.

“Debe ser, es lo único que se me viene a la mente cuando lo veo…”

--Sebastian. —solté por fin, con una seguridad que ni yo mismo me creía. Pude ver la sorpresa marcada en todo su rostro, y por un momento pensé que había acertado en la respuesta más… luego lanzó una sonora carcajada, completamente divertido.

--¿de qué te ríes?—le pregunté confundido, no sabiendo si tomar esa risa como buena o mala señal. Cuando se tranquilizó un poco me miró, con una enorme sonrisa.

--eres la primera persona que me llama de esa manera—me respondió con un tono de sinceridad, posando una de sus manos en su amplio pecho. Bueno, esa era una respuesta a mi anterior pregunta pero…

--¿entonces si es tu nombre?—guardó silencio unos segundos, para después bajar sus orbes en dirección a la mesita que estaba entre los dos. Tomó delicadamente el postre que sobre ella estaba, y lo extendió hacia a mí.

Yo observé primero al pastel, después a él, y luego nuevamente al postre, no entendiendo porque hacia eso. Soltó una risilla, burlándose de mi confusión.

--te lo doy—me aclaró por fin, sin cambiar de posición. Mis ojos se abrieron como plato por la sorpresa, ¿De verdad me quería dar ese delicioso postre?

--no puedo aceptarlo—contesté de forma automática, retrocediendo un paso. La verdad era que yo si quería probar ese dulce, pero me habían repetido tanto que no debía aceptar cosas de extraños, sobre todo si se trataba de comida… Pero como ya saben, nada sucedido como lo esperaba porque con una sencilla frase, logro convencerme.

--considéralo tu premio por entretenerme—dijo un tanto alegre, dejándome ver de nueva cuenta esa sonrisa que derretía a cualquiera. Y con una mano temblorosa—y los pensamientos sobre mi hermana que ya había mencionando antes—tomé aquel pastel de vainilla.

No tenía cubiertos, pero poco me importó ese pequeño detalle. Con uno de mis dedos arranqué un pedazo de pan con merengue, y lo dirigí a mi boca con rapidez.

El sabor que invadió mi palada fue glorioso. Juro por mi vida, que jamás había probado sabor tan exquisito en toda mi existencia. No se comparaba para nada con los dulces que hacia mi madre.

Me apresuré a tomar otro trozo, y después otro, y otro más… Sin darme cuenta ya me había terminado mi golosina. Durante todo ese rato, Sebastian estuvo observándome en silencio, y cuando me di cuenta de esto, me sentí un tanto culpable por no ofrecerle aunque fuera un poco de ese pastel. Aunque bueno, él me lo había dado en primer lugar, y seguramente tenia mas guardado por ahí.

Lentamente dirigió una de sus manos a mi cara, donde acarició ligeramente mi mejilla con la yema de sus dedos.

--¿quieres más?—me preguntó suavemente, y más por auto reflejo que por otra cosa, asentí con la cabeza. Parecía esperar esa respuesta, pues me sonrió de manera satisfecha.

--si vienes mañana te daré otro. —y al decir esto, alejó su brazo de mi, poniéndolo nuevamente a un costado de su cuerpo.

Admito que me perdí un momento con el sabor que aun estaba en mi boca, pero no estaba tan atontado como para no darme cuenta de lo que me estaba pidiendo. Lo miré con incredulidad.

--¿y qué te hace pensar que volveré a este sitio por un mísero dulce?—le espeté ligeramente molesto.  De verdad, ¿Quién me creía ese tipo?

Sebastian se encogió ligeramente de hombros, mirando fijamente el plato de porcelana vacio.

--nada—respondió al cabo de unos momentos de silencio—una corazonada, supongo. —agregó, antes de volver a posar su vista sobre mí. Otra vez sonreía de forma burlona, y prepotente. Rodé los ojos ligeramente, ya comenzando a cansarme de esa actitud.

--menuda tontería—susurré lo más bajo que pude, luego de haberme dado la vuelta para irme por donde había venido. Mientras avanzaba hacia la salida, esperé que él me llamara, mas no fue así. Y he de admitir, que eso me decepcionó un poco. Quedé frente a la puerta, y en el momento en el que posé mi mano sobre el pomo, otra más grande rodeo la mía. Inmediatamente supe de quien era.

--antes de llegar al camino principal, nuestra vereda se divide en dos. Una de las divisiones va hacia la izquierda, y la otra sigue derecho. Toma la primera, y te dejara muy cerca de tu casa—dijo suavemente en mi oído, pegando su cuerpo al mío de una manera bastante subjetiva. Yo me quedé inmóvil, y por unos segundos no entendí de qué me estaba hablando pues mi mente solo se había concentrado en sus acciones y no en sus palabras. Sin embargo, rápidamente logré recomponerme un poco.

--g-gracias—dije con algo de dificultad, sin atreverme a verlo. Él soltó una risilla, y se alejó de mí.

--ve con cuidado. — todavía sin enfrentarlo, asentí, para después abrir la puerta y retirarme de ese jardín.

Tal y como me lo había dicho, la vereda se dividía en dos caminos, y solo era posible verlos si ibas de regreso por ese lugar. No tomé inmediatamente aquel otro camino, sino que me detuve a pensar el porque me había dado instrucciones de seguir ese, y entonces lo recordé. Recordé que había un árbol en el trayecto principal que había hecho que me desviara en primer lugar. No niego que se me hizo extremadamente raro que el supiera de ese detalle, pero mi cabeza estaba ya tan llena de otras cosas que no la deje razonar sobre este último punto. Simplemente confié en Sebastian, y agarré aquel sendero. Sorprendentemente ese camino me dejó a unos cuantos metros de mi casa.

 

 

No me acuerdo de que fue lo que hice el resto de aquella tarde, más si recuerdo lo que sucedió al día siguiente:

Nuevamente iba caminando por el trayecto de siempre, cuando vi a lo lejos la vereda que me había conducido hasta Sebastian. La miré un largo rato, meditando.

Yo no tenía intenciones de volver otra vez,  es más, pensaba en que solo sería un encuentro extraño que algún día contaría en alguna reunión familiar, pasados unos años de esté, y que nunca más volvería a haber a ese hombre…

Pero, como podrán suponer, las cosas no salieron conforme a mi plan.

Todavía recuerdo esa expresión de “te lo dije” en su rostro en cuanto me vio entrar, y también recuerdo, ese rico pastel de chocolate que me dio aquella misma jornada. También ese día, quedó escrito el convenio por el cual nuestra extraña relación comenzaría.

Yo me encontraba devorando un el postre que me había dado, luego de un rato de hablar con él. Ya casi lo terminaba, y Sebastian aprovecho el momento para decirme en lo que había estado pensando mientras yo comía.

--¿Dulces por diversión?—repetí confundido, mordiendo ligeramente el tenedor de plata con el que estaba partiendo la rebanada.

--si—me contestó sonriente. Iba a protestar por su propuesta, mas me mando a callar con sus ojos. –no te preocupes, que no es nada de esa “diversión” que piensas—me aseguró con un tono un tanto provocativo, y no pude evitar sonrojarme levemente al ver que había adivinado mis pensamientos—aunque su voz también tuvo mucho que ver en esto último—.

--¿entonces?—él se reclino en la silla de metal, y juntos sus manos, pegando yema con yema sus dedos.

--si tu vienes y me entretienes con alguna platica o un juego, yo te daré alguna golosina hecha por mí a modo de paga. —explicó, sonriéndome animadamente. No le dije nada, solo me quedé en silencio, pensando. La verdad, en ese momento no me parecía tan mala la idea, y como ya había quedado claro que no me estaba pidiendo nada que no pudiera darle, la recompensa era muchísimo más que el trabajo—porque los dulces realmente eran deliciosos—.

--¿y bien?—me preguntó un tanto impaciente, observándome fijamente con sus gatunos ojos. Seguí callado otro par de segundos, antes de responderle.

--trato hecho. —por primera vez en mi vida, me dejé seducir por caramelos.

Nunca quedo especificado un mínimo de veces que tenía que ir, mas al principio trataba de visitarlo cada vez que podía—siendo más específico, iba 3 veces a la semana, quedándome aproximadamente una hora cada vez—. Durante mis estancias, charlábamos de cualquier cosa, ya fuera de algo filosófico, o alguna tontería que nos divirtiera. Poco a poco fui conociéndolo más, y me di cuenta de que era una persona bastante culta e interesante—o al menos lo era más que la gente estúpida que me rodeaba diariamente—. Su forma de discutir te atrapaba de una manera sorprendente, logrando que inclusive cambiaras tu punto de vista solo con su persuasiva voz. Le encantaba la jardinería, porque en más de una ocasión me enseño algunas cosas sobre ella, y también, lo veía mucho regando las flores o podándolas.

Yo para ese entonces—y lo digo porque había pasado un tiempo considerable desde nuestro primer encuentro—creía conocerlo bien, sin embargo, cuando cumplimos 6 meses de habernos hecho amigos, me di cuenta de que todo lo que yo pensaba saber él no era más que la punta del iceberg…

Ese día en especial, mientras caminaba por el sendero que llevaba  a la mansión, fui consciente de un pequeño pero al mismo tiempo gran detalle sobre Sebastian… y este era, que él jamás salía del jardín donde lo veía. Me pregunté porque no lo haría, o al menos, porque no lo hacía estando yo presente, por lo que en cuanto puse un pie dentro de la floresta, se lo cuestioné.

Sebastian me miró como si hubiera descubierto que él había matado a una persona, y esta reacción de su parte, hizo que tanto mi curiosidad como mi confusión aumentaran.

--¿de verdad quieres saber?—me interrogó con seriedad, a lo que yo respondí con un “si” lleno de seguridad. Nuestros ojos se quedaron fijos en los del contrario un largo rato, hasta que por fin él dirigió su vista al piso. Soltó un suspiro, y yo cruce mis brazos sobre mi pecho, impaciente. ¿Por qué se pensaba tanto el responderme?

--soy un demonio. —dijo suavemente, levantando con lentitud sus pupilas hasta que encontraron las mías. Había algo distinto en ellas, porque ahora parecían brillar del tono rojo escarlata más intenso que alguna vez vi. No dije nada, ni siquiera me atreví a mover un solo musculo, y él pareció entender que lo que esperaba era que me dijera más. De nueva cuenta suspiro, antes de continuar.

--estoy condenado a pasar el resto de la eternidad en este sitio—y mientras me decía esto, se alejo de mi, hasta quedar frente un arbusto de rosas. Se quito uno de sus guantes, dejándome ver por primera vez su mano desnuda. Tomo una de las flores, y la arranco sin ningún tipo de delicadeza. Está, se marchito inmediatamente entre sus dedos.

Mientras los restos de la rosa caían al piso de forma silenciosa, volvió a mirarme, con una profunda desesperación que nunca creí que pudiera haber en un ser de su tipo. Parecía esperar una respuesta de mi parte, pero yo no sabía que decirle. Le creía, eso estaba claro, porque el hecho de que no fuera humano me explicaba muchas cosas que hasta entonces no tenían sentido para mí—como por ejemplo el cómo adivino mi nombre esa primera vez, y como hacia postres tan deliciosos—sin embargo no estaba muy seguro de que debía pensar…

--Ciel…--lo escuché llamarme. Y en ese momento, lo supe. Me descolgué la mochila que llevaba en mi hombro, y la pusé en el suelo. Me incliné hasta ella, y de su interior saqué un libro de tapa verde oscura, en cuya portada podía leerse en letras doradas “Narraciones extraordinarias”.

--traje un libro para que lo leyéramos juntos—le anuncié, para luego sonreírle de forma que le decía “Todo está bien”.

Por alguna razón nos habíamos encontrado, y no solo eso, sino que había llegado a quererlo lo suficiente como para darme cuenta que no me importaba en lo mas mínimo su verdadera naturaleza. Yo quería estar con él, y estoy seguro, de que él también quería estar conmigo, porque me ocultó todo eso durante mucho tiempo, pero no me mintió en cuanto se lo pregunté. Y eso, solo confirmaba lo que creía.

No estaría diciendo la verdad si dijera que todo siguió igual, puesto que no fue así. Ahora, en lugar de ir cada que podía, comencé a ir todos los días, quedándome toda la mañana o toda la tarde, dependiendo el caso. Los dulces dejaron de ser mi motivación para ir, aunque, a como comenzaban a ir las cosas, jamás lo fueron. Y esto lo digo porque había ocasiones en las que no probaba nada de los postres, y me limitaba simplemente a disfrutar de la compañía de mi demonio.

Hasta que por fin, unos meses después de la confesión de Sebastian, fui consciente de la verdadera razón por la que regrese ese segundo día ya hacía mucho tiempo, y el porqué no me importaba el hecho de que no fuera humano…

Y esta vez, si recuerdo como se dio todo.

Estábamos sentados en el piso, y discutíamos sobre los sentimientos humanos, porque al parecer había algunos que Sebastian no entendía del todo. Los conocía, pero no estaba seguro de haberlos experimentado. Yo había hecho una pequeña lista de algunos de los más “comunes”, y luego de repasarlos, él llego a una conclusión de la cual no me hablo. Sin embargo, hubo un detalle que yo pase por alto al momento de hacer el listado.

--te falta uno—me señaló, con una sonrisa adornando su rostro. Me le quedé viendo unos segundos, un tanto confundido.

--¿Cuál?—le cuestioné con inocencia fingida. La realidad era que si sabía cual había omitido, pero lo había hecho de forma intencional, ya que—y sin estar muy seguro de la razón—me parecía un poco incomodo hablar de esa emoción con él en específico.

Su sonrisa se hizo más grande, y antes de contestarme, tomó la mano donde tenía el pedazo de papel con las anotaciones.

--te falto amor—susurró muy cerca de mi oído, provocando que pequeños y placenteros temblores me recorrieran todo el cuerpo. No sabía porque reaccionaba de esa manera, pero lo que si sabía, era que me estaba gustando, y mucho.

--¿Por qué lo omitiste?—me cuestionó suavemente,  acercándose más y más a mí.

--n-no lo sé—le contesté sin pensar, sintiendo un calor incontrolable que comenzaba a hacer presencia en mi ser, sobretodo en la zona de mis mejillas. Seguramente estaba sonrojado.

Soltó una risilla, y yo la sentí sobre mi cuello.

--otra vez estas mintiendo, Ciel—subió hasta mi oreja, y sentí sus labios rozarla sutilmente. Mordí ligeramente mi labio inferior, tratando de controlar esas sensaciones que sentía por primera vez. —Dime la verdad—murmuró, y entonces sentí como su otra mano acariciaba mi cadera.

--a-ah—solté un gemido, he inmediatamente proseguí a cubrir mi boca con la palma de mi mano. Me alejé de él por reflejo, y cuando lo hice, me giré un poco para verlo de frente. Sus ojos estaban encendidos, y me observaban lujuriosamente, pero con una pizca de ese sentimiento del que no quería hablar. Observé sus labios, y jamás me habían parecido tan apetitosos como en ese momento.

“¿Serán tan dulces como los postres que me da?” me cuestioné, sin quitarles la mirada de encima. No tuve que esperar mucho para saberlo, porque unos segundos después de preguntármelo, mi demonio hizo posesión de mi boca, robando sin pudor alguno mi primer beso.

El sentir sus labios sobre los míos eran una sensación deliciosa, y su sabor… ¡Dios! De verdad que eran más exquisitos que cualquier otra cosa que hubiera probado en mi vida.

Rodee con mis brazos su cuello, jalando más hacia mí. Sebastian poco a poco fue recostándome sobre el suelo, y no me di cuenta de esto hasta que sentí su cuerpo sobre él mío, en una posición comprometedora. Se separo un momento para permitirme tomar aire, y entonces, volvió a besarme. Pero este fue diferente del primero, porque delineo con su lengua mis ligeramente hinchados labios, pidiéndome abrirlos. Lo obedecí, y casi inmediatamente lo sentí explorarme por dentro, y yo… bueno, yo pude saborear mejor su esencia en mi boca.

De nueva cuenta nos alejamos, y él fue hasta mi oído, mientras su mano derecha se deslizaba por mi pierna izquierda, subiendo de forma tortuosa por ella.

--quédate conmigo, Ciel, para siempre. —me susurró entre un tono de orden y ruego, antes de lamer mi oreja sensualmente.

--s-si—respondí rápidamente, en un jadeo.

Aun a pesar de que no podía procesar muy bien la información, yo sabía perfectamente lo que significaba estar a su lado. Estaba dispuesto a renunciar a mi libertad por él, no me importaba quedarme encerrado junto a Sebastian…

--pero no aquí—dijo, separándose lo suficiente como para que pudiera verlo a los ojos. Llevo su mano con la que me tocaba hasta mi rostro, acariciando mi mejilla roja. —No quiero que renuncies a tu libertad—agregó, sonriendo de forma triste.

--n-no me importa sacrificarla por ti—me apresuré a decir, desesperado. No quería ni pensar en el hecho de que “por mi bien” Sebastian se alejara de mí, no ahora que sabía lo que realmente había entre los dos…

--lo sé, y por eso, si estás dispuesto, quiero pedirte que sacrifiques algo muchísimo menos valioso que eso.

--lo que quieras—respondí en menos de un segundo. Él volvió a besarme de forma apasionada, y después, me susurro el precio que se debía pagar para que estuviéramos juntos.

No era lo que yo esperaba, para ser honestos, pensé que sería algo que me dolería en verdad…

--lo haré.

Sebastian solo me volvió a sonreír, y esa misma noche, me entregué completamente mi demonio.

 

 

Como ya había dicho al principio, estoy completamente seguro de que Dios no fue quien hizo que esta serie de acontecimientos diera lugar, mucho menos los que siguieron a continuación, luego de que decidiéramos la fecha para llevar a cabo el plan.  

Todo lo que puedo decir, es que no sentí ninguna pizca de remordimiento mientras el sacrificio tomaba lugar.

Lo único que me importaba, era el hecho de que estaría con Sebastian, por toda la eternidad.

 

Notas finales:

¿Qué les pareció? ¿Bueno, malo, horrendo? xDDD

Jejejeje, pues espero y me dejen comentarios con su opinión, que me esforcé muchísimo para hacerlo (????) y pues como dije arriba…

¡¡l@s veo hasta el 31!! ^o^


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).