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De peces y cangrejos por Shun4Ever

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Sólo en esos momentos, en los que nada más que el incómodo zumbido del silencio le acompañaba, podía recordar, crear, reflexionar, sentir, soñar, inventar…

Con una sonrisa se adentró en su habitación para alimentar a sus tres pequeños peces, sus amigos, sus aliados y ¿porqué no? Los protagonistas de todas sus historias, en mayor o menor medida.

Cómo no podía ser de otra manera se preocupó por el creciente bulto en la cabeza de su pez blanco, sabía era por su genética pero aun así era un miembro más de su enorme familia y temía que fuera algo más.

Sonrió ante la agilidad y el júbilo de su compañero “Ojos saltones”. Este ejemplar negro y plateado era el mayor de todos aunque dejaba a sus otros dos compañeros atrás en cualquier carrera en su “piscina”.

Y de nuevo, su pequeño, su príncipe, su ojo derecho a decir verdad. Un pez un tanto más pequeño que el resto que estuvo a punto de morir a pocos meses de formar parte de la familia. Ahora esplendido y vigoroso mostraba sus escamas naranjas y esa raya oscura en su enorme y hermosa cola.

Media hora frente a sus relajantes amigos para, casi literalmente, tirarse a la cama a degustar de sus fantasías. No es que no tuviera vida social, ni mucho menos, pero apreciaba esos momentos tan escasos.

Pensó en la carrera de botánica que estaba por acabar, en las expectativas venideras de un futuro incierto, en esos muchachos que siempre le buscaban con intenciones un tanto subidas de tono. Se sonrojó y se acomodó de mejor manera en la cama. Si al menos alguno le atrajera lo suficiente… Cerró los ojos pensando en cómo debería ser la persona que le robara el sueño…

De la nada, el agua le rodeaba por completo, haciéndole sentir un ser más de ese inmenso universo de tonos azulados y oscuros. Se movía plácidamente entre los juncos, jugando con un banco de peces del más vivo color plata, persiguiendo los rayos coloreados del sol hasta dar caladas de aire puro. En una de esas emergidas se enredó con algo que le impidió avanzar hasta la seguridad de las profundidades. Intentó luchar, zafarse, nadar con todas sus fuerzas e incluso aletear pidiendo auxilio más no vino ayuda alguna…

No era algo que le gustara hacer pero, de nuevo su padre, le había obligado a ello. Maldijo todo lo habido y por haber mientras se colocaba las prendas de color chillón que tan bien cuidaba su padre. Las clases se habían pausado y el buen hombre, de oficio honorable, estaba empeñado en enseñar a su único hijo el arte del mismo. Esperó con paciencia hasta el joven adulto estuviera vestido y marcharon ambos a faenar ese día.

En verdad detestaba ese oficio. No le resultada nada agradable ver la angustia en esos pobres animales. Era cierto que su padre ganaba lo suficiente para mantener a la familia y pagarle la universidad pero aun así a él le resultaba bochornoso tener que acompañarle, más cuando sus estudios de abogacía distaban tanto de ese empleo.

El trayecto en el coche fue silencioso a excepción de alguna maldición que el joven adulto dejaba caer. Aún sin luz natural accedieron al muelle y entre bostezos llegaron a alta mar, en donde echaron las redes en espera de capturar algún ejemplar que vender. Mientras esperaba a que los peces incautos cayeran en la trampa, pensaba en su siguiente curso pues recién le habían trasladado a una nueva universidad.

A media mañana y cuando el sol brillaba en lo más alto, la hora que tanto odiaba se presentó pero a diferencia del resto, ese día se sorprendería gratamente. De entre todos los peces que habían enredados, uno llamó su atención. Pequeño, de un color dorado que el mismo sol podía envidiar, con tonalidad turquesa cuando el sol se reflejaba en esa escamosa piel y una mancha pequeña bajo la aleta izquierda.

Convenció a su padre para que no lo devolviera al mar ni lo matara pues en un arranque de egoísmo, lo deseo para él. Cuidadosamente y para sorpresa del padre, lo tomó en sus manos y busco un gran tarro de vidrio, en donde colocó agua del mar. “Ahora eres mío, precioso”  con esa frase lo dejó caer despacio dentro del tarro y lo cerró con una tapa previamente agujereada. Sonrió, por primera vez en su vida, sentía que poseía un bien por demás preciado. Al regresar a casa, lo ubicó en la mesita, se acomodó en la cama sin siquiera probar bocado. Ahora tenía algo importante que hacer, admirar a su nuevo y preciado pececillo.

Todo fue muy rápido, un tirón y ya estaba en la superficie extraña, en esa en la que le costaba respirar. Junto al resto de sus compañeros lloraba, se lamentaba y sobretodo intentaba soltarse para regresar al mar. La angustia y desesperación era cada vez más notoria en todos los que una vez fueran sus amigos. Ya no se recordaban ni se respetaban, su único objetivo ahora era sobrevivir cómo individuo.

En uno de sus intentos fue capaz de soltarse mas un ser extraño y enorme, de esos que llamaban “humanos” se presentó frente a él atrapándolo sólo Poseidón sabía cual era el fin. Luchó por escaparse de su agarre. Casi lo consigue o eso creía él pues de pronto otro de esos seres uno un tanto más pequeño, de cabello oscuro casi plateado, le tomó con prisas entre sus manos.

Recordó a sus padres, a sus hermanos, a sus primos y amigos. No sabía que iba a ser de él pero estaba cansado y le faltaba el oxígeno necesario para vivir. Dejó de luchar, dejó de pensar, dejó que el final llegara si así debía pasar. ¡Agua! De nuevo estaba en ese bien tan preciado, podía respirar, no iba a morir, no al menos de inmediato. Nadó en busca de ir a las profundidades, de buscar a sus padres y familiares pero no consiguió mas que sentir la  horrible soledad entre paredes invisibles. Vio de nuevo a ese ejemplar humano. No le quitaba ojo, quizás y hasta lo estaba estudiando para luego liberarlo…

Después de unas horas, y para él eternas, entre zarandeos, ese imponente ser lo dejó quieto sobre una superficie extraña. De nuevo intento acercarse a comprobar o averiguar que podía ser mas no pudo avanzar demasiado. Qué tipo de poder había empleado para impedirle el avance era algo que le fascinaba. ¿Qué más podría hacer? Le seguía con la mirada allá a donde fuera, observaba su comportamiento, sus ojos de un color extraño, tan parecido al de su amigo payaso y a la vez tan distinto. Siguió contemplando a ese ser poderoso hasta que el sueño y el cansancio le vencieron.

Los días y las noches pasaban de igual manera. En la mañana era depositado en un espacio donde el sol entraba hasta darle su calor. Se quedaba solo, sintiendo la nostalgia por no estar ni saber nada de tus seres queridos. Nadaba en círculos, recordando el lugar en donde las paredes estaban. Al caer la tarde, de nuevo ese muchacho regresaba y quedaba frente a él para hablar en ese ruido tan extraño e incomprensible para él.

De a poco y sin darse cuenta comenzó a entender su lenguaje, palabras sueltas cómo “comer”, “dormir” o los saludos que le siempre le brindaba “buenas noches”, “hola”, “hasta luego”. Sabía diferenciar cuales le daban cierta alegría. Notaba su ausencia tras el “hasta luego”, su presencia alegre tras el “buenas noches” o su energía después de un “hola”. Todo parecía perfecto pero un día enfermo y no pudo ver de nuevo esos ojos de intenso color rojo, ya no pudo escuchar más un “buenos días” en esa entonación extraña, ya no pudo ver más su gesto en las mañanas…

Y el verano pasó como un leve pestañeo. Los días eternos los pasaba en alta mar con su padre, a excepción de los fines de semana, cuando se dedicaba a estudiar la ciudad en la cual viviría los próximos años. Ya tenía todo pensado, los lugares que visitaría, los restaurantes en donde comería incluso algunos bares que visitaría en las noches libres en la facultad.

Podía recorrer ya el campus con los ojos cerrados de tanto que había estudiado el mapa. Se dejaba caer en la cama soñando con las aventuras que le depararía el futuro mientras observaba el pequeño pececillo en su tarro. El pobre hacía las veces de psicólogo escuchando todas sus locuras y sus historias. Encantado, parecía seguirle por la estancia desde su pequeña pecera de cristal.

Los días pasaban haciendo más frecuente su estancia en su propia habitación, todo debido al animalillo dorado de cola enorme semitransparente. El verano clamaba su fin y con éste comenzaría su viaje al final de su carrera. A tan sólo un año para terminarla, cambiaría de ambiente y de gente. Poco importaba ya la gente que había quedado atrás. Ahora, al fin fuera de sus padres, sería un individuo más de la sociedad.

Unos días antes de su viaje, el pobre pececillo enfermó. Ya no comía, ya casi no nadaba y tan apenas si le buscaba.  El último día de estancia, el día en que el verano daba su fin, dio con él la vida del pobre animalillo que tan alegres había hecho sus días. Un tanto entristecido por haberlo perdido, tomó su maleta para acercarse al tarro en el que estaba su compañero y decir su típico “hasta luego”.

Despertó un poco alterado de ese sueño extraño. Se desperezó y miró de nuevo a sus aliados. Alimentó a sus pequeños y se dispuso a arreglarse pues al día siguiente sería el primero de su penúltimo año de universidad. Alistó sus cosas tras muchos bostezos y desayunó enérgicamente con el resto de su familia antes de marchar a la facultad. Se despidió de sus pequeños hermanos, de sus padres y tomó el tren con ilusión renovada.

Durante el trayecto, recordó la cara de ese muchacho con el que había convivido en sueños. ¿De donde había sacado su mente dicha imagen? ¿Sería una persona real? Repasó sus rasgos, en verdad era alguien a su parecer atractivo, pero visto desde la perspectiva de un pequeño pececillo tampoco podía dejarse llevar por lo soñado. Se acomodó de mejor manera en el asiento y cerró los ojos un instante en el que una sonrisa se plantó en sus labios. Sí, de seguro sería atractivo…

Ese estúpido tren iba con retraso. Debía haber pasado hacía ya diez minutos y sin embargo parecía que nunca iba a llegar. La maleta comenzaba a estorbarle, se hacía pesada y cargar con ella por media estación no había ayudado en realidad. Suspiró sentándose sobre ésta, esperando un tren que aún no había pasado. Al fin llegó, quince minutos de retraso, resopló malhumorado y subió para buscar un asiento en donde quedarse sentado.

Pasaba de un compartimento a otro con la dichosa maleta, ya de por sí pesada hasta que encontró un asiento justo frente a la ventana, como él deseaba. Dejó la maleta en el compartimento para estas y se dejó caer en el asiento sin siquiera percatarse que había alguien en el asiento justo enfrente.

Salió de su letargo cuando escuchó ciertos improperios provenientes del ocupante frente a él. Sin siquiera abrir los ojos, protestó cómo habría hecho a cualquiera de sus hermanos menores.

- Deberías comportarte en los lugares públicos. Así molestas a los de tu entorno.

Nada más que una nueva ronda de palabras malsonantes fue lo que consiguió. Abrió los ojos tras enarcar una ceja y miró a su molesto acompañante. Se quedó así, mirando al que estaba frente a él. Lo conocía. ¿Estaría de nuevo soñando con esa persona? Para comprobarlo y quizás para acallarlo, se levantó de su asiento, colocándose en el adjunto al muchacho y pellizco su brazo.

¡Eso le faltaba! Que además de tener que andar con esa pesada maleta durante mucho tiempo, tuviera que aguantar a uno de esos muchachos ricos que se creían los reyes del mundo. Chistó al escucharle y centró su mirada en el paisaje, que ya había comenzado a cambiar por uno menos costero. Cerró los ojos ignorando al muchacho pero los abrió de golpe al notar un pellizco en su brazo izquierdo. No pudo más que quejarse mientras restregaba el lugar perjudicado.

- ¿Qué mierda haces? ¿Estás mal de la cabeza?

Esa no era la reacción que esperaba, no al menos, del muchacho que había visto en sueños. Ahora lo tenía claro, de seguro su mente lo había estereotipado. Sonrió levemente antes de volver a su lugar. ¡Qué tonto al pensar que podía ser por completo real!

Lo vio sonreír y quedó callado, tan solo admirando al muchacho. Había algo que le resultaba familiar aunque no podía decir qué. Le observó con detenimiento una vez regresó a su lugar. Pelo largo y dorado cual sol, ojos color azul verdoso, de un tono que sólo podía observarse en alta mar y esa pequeña mancha bajo el ojo izquierdo. Sonrió, de ser posible, sería la versión humana de su pequeño tesoro.

- Ángelo.  – Se presentó ya de una manera más agradable.

- Erik – Respondió el muchacho rubio aun conservando su sonrisa.

No dijeron más en todo el trayecto mas no hizo falta. Se observaron en silencio, sonriéndose cuando sus miradas se encontraban. Uno creyéndose continuación de un sueño, el otro creyendo a su tesoro vivo. La parada llegó y con ello, ambos descendieron del tren para comenzar con una nueva etapa de sus vidas. Como despedida, el rubio alzó su mano dejándola frente al moreno.

- ¡Hasta luego Ángelo!

¿Acaso podía ser? ¿Existía la versión real de su tesoro? Agachó su mirada un segundo mirando la mano delicada del rubio y alzó la suya para estrecharla entre la suya. Se sentía tan bien.

- ¡Hasta luego Erik! – “Ya nunca te dejaré escapar” continuó en su cabeza.

Otro día estresante en los juzgados había concluido. Desanudó su corbata y subió a su auto deportivo negro. Condujo con una sonrisa pensando en su regreso a casa. ¿Cómo lo encontraría? De seguro en el jardín adecuando sus extravagantes plantas. Aparcó el coche en el garaje y entró en la casa, dispuesto a ir directo a la parte exterior.

Desde luego eso del reposo absoluto no era lo suyo. De buena mañana se había vestido para salir al jardín a cuidar sus plantas. Casi estuvo ahí el día entero, si no fuera por que su cuerpo le pedía descansar a ratos.  En uno de esos ratos, se desvistió la ropa del jardín y se acomodó en el sofá bostezando. Llevó sus manos al vientre, sólo así podía descansar.

Dejó el maletín sobre la mesa, con cuidado de no despertarle. Se veía tan bien cuando dormía, parecía un ángel. Su sonrisa se borró al recordar que casi lo pierde por aquella enfermedad. Se acercó despacio hasta él y se arrodilló frente al sofá para acariciar su rostro, apartando los mechones por fin naturales de su rostro. Sonrió y besó su frente.

- Buenos días.

Se había dormido. Soñaba con todo lo que deseaba hacer y que a poco estuvo de no poder. Se sentía de nuevo flotando en esa superficie acuosa, observando sus ojos siempre presentes frente a él. Recordaba los pensamientos que acudieron cuando se sintió cercano a la muerte y lo feliz que se sintió al saberse de nuevo libre de esa pesadilla. Abrió los ojos tras escucharle hablar, sonriendo al encontrarlo frente a él.

- Buenos días.

Sonrió tras recibir un beso en los labios y tomó una de sus manos entrelazando los dedos con los suyos. Le gustaba sentirlo cerca, saberlo consigo, notar su aliento y escuchar su timbre de voz. Amplió la sonrisa para incorporarse y comenzar a hacer la cena.

No podía sentir más dicha que al saberse tan dichoso. Se acercó a su pareja, siguiéndolo hasta la cocina y rodeo su cuerpo con sus brazos, protegiéndolo de cualquier mal que estuviera por encontrarle. Besó su cuello y bajó sus manos hasta la cuna de su futuro hijo.

Unidos, como aliados del destino, como amigos en la vida, compartieron con sus penas y alegrías hasta el fin de sus días.

Notas finales:

Quería publicar este OneShot por capítulos pero no he podido debido a que eran demasiado cortos. Espero que se entienda bien, sino ya sabéis donde encontrarme ;)


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