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Vital por ItaDei_SasuNaru fan

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Notas del fanfic:

¡¡¡Hola amantes del yaoi y del FugaMina!!!

Agradezco con el corazón que lean esto ( *///* )

Los que me están leyendo en otro fanfic, les ruego que no me regañen ( T-T ). La inspiración fluyó (y considerando lo inaudito del acontecimiento), no la pude detener.

Como ya notaron en el resumen, es un FugaMina. Es un Three-shot, un poco largo. Espero no aburrirlos ( ^^U ).

Ambientado en un Universo Alterno (Kishimoto es demasiado para mi). ( :/ )

Es romántico, y gracioso por partes.

Todavía soy una novata, como escritora de FF y como escritora de la pareja. Ruego paciencia y comprensión ( >.< )

Y lo de siempre... Los personajes no me pertenecen. Son propiedad de Masashi Kishimoto. Todo es hecho sin fines de lucro, no recibo ninguna remuneración por ello. Hecho únicamente por y para fans.

Notas del capitulo:

 


 >>:<< >> El día 16 de Enero es el Día Internacional del FugaMina << >>:<<

¡No lo olvides!


Aunque yo en lo personal, creo que celebro todos los días ( XD ).

Stig mi vida, déjame por una vez, hacerte cariñitos.

Perdonen todos los errores de ortografía, redacción, narrativa y semántica que encuentren. Me esfuerzo revisando los detalles, pero siempre se me escapa algo o mucho.

Sin entretenerlos más tiempo...

¡Disfruten!

 

Vital

Sustancial

 

 

Iba caminando por la calle, con toda la buena intención de llegar a su casa. Cansado, abrió la chaqueta del uniforme del instituto y agradeció a la brisa que decidió pasar en ese momento, regalándole un poquito de frescura.

Cerró los ojos un segundo, recapitulando su día. Había sido bastante bueno por un lado y bastante malo por el otro.

El sol había brillado, todo el mundo reía relativamente feliz y teóricamente contento. Él también, a pesar de que a veces esa rutina, tan satisfactoria para los demás, se volvía pesada.

Había tenido clases, los profesores preguntaron sobre el tema del día siguiendo con su costumbre, disfrutaron escuchando el hilo argumentativo de su sencilla respuesta. Algunos de los maestros se sentían encantados de poder presionarlo, creyendo que exprimían su potencial, fingiendo recordarle lo excelente estudiante que era cuando él mismo era capaz de notar las miradas de envidia. Otros no, claro está. Otros realmente tenían la vocación de querer enseñar a la juventud.

Había tenido que soportar el fatídico acoso de incontables estudiantes, de parte de la población masculina y la femenina. Que querían ser sus amigos, amigas, confidentes, novias, consejeros, estilistas, compañeros de juerga y sólo Dios sabe que cosas más. Al principio era muy molesto, ya que le abrumó hasta el punto de no saber cómo lidiar con ello. Al pasar el tiempo, encontró la manera de desconectarse de su enojo, mostrar una sonrisa y ser amable, tanto como pudiera.

Y esa sonrisa. Cualquier ser humano quedaba encantado con ella.

No se rendían, aunque no esperaba que lo hicieran. Tampoco es como si todo fuera miel sobre hojuelas: había chicos que le odiaban, otros que intentaban convertirse en su enemigo, otros querían ser su rival. Todo se quedaba en “intentos”, ya que él no le daba el espacio a nadie para armar jaleo de ningún tipo. Tampoco hacía falta el grupo de jovencitas que lo seguía a todas partes y que le miraban con ojos de cordero degollado, como si se tratase del príncipe azul de sus sueños.

Consignando los detalles, era amado y temido (¡le había ganado a Maquiavelo!), era odiado, respetado, admirado, envidiado, deseado, acosado y reconocido por todos como un gran estudiante y una gran persona. Era guapo, cabe mencionar.

Se supone que todo ese cúmulo de aspector debería ser de su gusto; una persona le gritó una vez -en medio de una pelea sin sentido- que debería sentirse halagado, que tenía lo que muchas personas anhelaban. Pero no era así, realmente no lo deseaba. En pocas palabras, simplemente resultaba cansado. Muy cansado.

Tenía que vivir con eso, era cierto. No pensaba cambiar su forma de ser así que no tenía muchas escapatorias. No se enfadaba por vivir aquello, sino que se sentía absorbido y otra vez, cansado.

Dejó salir un suspiro pesado. Hoy había decidido que a partir de ahora haría el regreso a su hogar a pie, aunque su madre le diera la tunda de su vida por llegar tan tarde. Últimamente no soportaba el transporte público. La gente, el calor, el humo, el bullicio… Extenuante. No, era mejor así. Precisamente ayer una señorita había intentado pegarse descaradamente a él cuando había buscado la salida del autobús. Había batido con maestría unas largas pestañas, mostrando con coquetería unos pechos generosos y había insinuado un mundo de posibilidades al bajar de ese autobús.

Por supuesto que todas esas despampanantes curvas resultaron embriagadoras a su vista, pero no era la primera mujer que se le insinuaba así y lastimosamente no sería la última y la certeza de ambas afirmaciones no resultaban agradables a su conciencia. No estaba seguro hasta que punto le querían y como le querían. Además, si su madre averiguaba que le había faltado el respeto a alguna mujer, lo castraría sin dudar.

No totalmente sumergido en sus pensamientos, mientras pasaba distraídamente su mano por la valla de un parque, escuchó ruidos que llamaron su atención. Enfocó la mirada y descubrió que en una de las esquinas del parque se llevaba a cabo una pelea estudiantil. Estudiantes procedentes de su instituto, al procesar completamente la información. Meneó la cabeza, pensando seriamente en dejar pasar la escenilla y no entretenerse en lo que no le importaba. Estaba a punto de dar un nuevo paso para irse de allí, cuando se percató de las condiciones de la pelea.

Había un círculo de cuatro personas atacando al que estaba en medio de ellos. Los cuatro lanzaban patadas, puntapiés y puñetazos sin mucha elegancia y por obviedad, sin verdadero conocimiento de las artes marciales y la víctima se defendía mucho mejor de lo que los otros peleaban. No obstante, la desventaja numérica era notoria y parecía hacer mella en la defensa del chico de en medio. Algún codazo, independientemente de que fuera tirado al azar, le pegaba de verdad.

Frunciendo graciosamente los labios, el espectador de la lucha no dudó en realizar su siguiente acción. Metió la mano en su bolsillo y sacó descuidadamente su celular.

—¡Hey, ustedes! —bramó con fuerza, logrando que el grupito le escuchara—. ¡No se muevan, llamé a la policía!

Se oyeron una buena cantidad de maldiciones y los agresores rápidamente pusieron pies en polvorosas, mascullando una nueva sarta de insultos.

Una vez los otros se hubieron retirado, nuestro querido protagonista saltó la valla metálica sin mucho esfuerzo y corrió hacia el quinto individuo que quedó abandonado en medio del parque, indiferente en apariencia a que oficiales de seguridad pudieran aparecer y reprenderlo severamente.

—¿Estás bien? —preguntó el socorrista, examinando al otro por partes.

Era un poco más alto que él y se veía muy fuerte, quizás no debió preocuparse tanto. Tenía varios cortes en cada mejilla, el labio inferior sangraba y el uniforme había quedado muy sucio.

—No llamaste a la policía —aseguró el socorrido en respuesta, mirando a su salvador con aire impresionantemente arrogante, dejando que lo arrastraran al asiento más cercano.

—¿Y cómo demonios te diste cuenta de eso? —inquirió el primero, que descolgaba la mochila de su hombro y buscaba unas curitas que estaban perdidas en las profundidades de su gran maletín.

—Vi que sacaste tu teléfono, pero no llamaste a nadie —respondió el segundo, atento a las manos que pretendían curarlo y que colocaban una bandita en cada mejilla.

—Por eso no te defendías bien… ¿Me estabas viendo?

—Podrías decirlo —dijo lacónico, restándole importancia a toda la situación, limpiándose el polvo de las ropas con ademán experto, sin parecer en lo absoluto contrariado por haber estado en una pelea—. ¿Por qué me ayudas, rubio? —preguntó con aire ausente.

El aludido se molestó inmediatamente, porque resulta que el aludido no era nadie más ni nadie menos que Minato Namikaze. Y al que ayudaba tan desinteresadamente y que no parecía apreciarlo en lo absoluto, era Fugaku Uchiha.

—No me digas así —replicó velozmente Minato.

—Pero eres rubio y aún no contestas mi pregunta —argumentó Fugaku eficazmente, haciendo que en la ceja del “rubio” surgiera un oportuno tic.

—No me gusta que me llamen así, ya tengo que luchar contra la teoría de que los rubios son tontos.

—Creí que solo se aplicaba a las rubias, pero ahora que lo dices así… —comentó el orgulloso moreno, un poco incómodo por la intensidad de la mirada de esos ojos azules.

—Ni siquiera te atrevas. Soy muy inteligente y puedo probarlo.

—No estoy discutiendo eso contigo y para tu información, no me encuentro con ánimos de hacerlo… rubio —objetó Fugaku levantándose de la banca, emprendiendo la retirada.

—No me digas así —repitió Minato igualando su paso al del otro, que compuso por un segundo una mueca de fastidio—. ¿Por dónde vives?

—En esa dirección —el Uchiha la mostró con una cabezada.

—Me queda en el camino. Tienes muy malos modales ¿sabías?

—Sí, lo sé. ¿Por qué me ayudaste? —respondió el moreno despectivamente, pensando en la reprimenda que le esperaba cuando se presentara en su casa con esas fachas. Izuna iba a gritarle hasta quedarse afónico.

—Se dice gracias, bastardo malagradecido.

—Gracias —dijo Fugaku a regañadientes, logrando que Minato soltara una risita victoriosa—. ¿Feliz, rubio?

—Bastaría con que dejaras el maldito mote. ¿Cuántos años tienes?

—Diecisiete, ¿y tú?

—Dieciséis —otra sonrisa arrogante asomó en ese pálido rostro ante la respuesta—. ¿Cómo te llamas?

—¿Sabías que por reglas de etiqueta tenías que decir tu nombre primero?

—Eres un maldito —murmuró el rubio—. Me llamo Minato Namikaze, ¿y tú?

Minato estaba sorprendido de que una persona que apenas acababa de conocer le inspirase tantos sentimientos a la vez. Tenía curiosidad, quería estrangularlo, quería conocerlo y le caía bien aunque lo hacía enfadar.

—Fugaku Uchiha —contestó el interrogando, notando sin asombro el pequeño respingo que pegó su nuevo conocido.

—¿Eres un Uchiha? —continuó inquiriendo el ojos-azules, buscando en los gabinetes de su archivador mental, lo que sabía de los únicos Uchiha a la redonda.

 

Sabía que era un trío de hombres, que vivían en un barrio marginado en las afueras de la ciudad. Eran dos adultos y un niño. Minato no estaba muy seguro de a quiénes se debía la marginación; sospechaba que había sido una medida de presión social por parte de los otros ciudadanos que los había obligado a eso. Recordó los rumores que circulaban de ellos. Decían por allí que los adultos eran los más peligrosos, ya que tenían ese aspecto sombrío y culpable de todos aquellos que cargan con un crimen; el niño seguramente había ido a parar a sus manos porque los mayores le habían obligado.

Los Uchiha eran parte de los barrios bajos de todo Tokio y quizás de todo el Japón. Al mismo tiempo, eran parte de las familias brutalmente mortíferas. Frases como “mercado negro”, “mafia” y “muerte” venían acompañadas normalmente de su apellido.

Minato no podía olvidar una ocasión, en la que siendo apenas un pequeño, había intentado hacerse amigo de un niño al que vio muy solitario. Su madre lo había detenido tomando su brazo, antes de llegar a acercarse a aquel niño. Con una mirada excesivamente preocupada, la madre le había ordenado que no se juntara con él. Minato preguntó la razón y la madre le dijo que era muy pequeño para entender y repitió la orden. Había sido obediente, solo para no perturbar a su madre pero se quedó con la curiosidad.

Hoy, contra toda probabilidad de fallar, estaba por fin frente a ese niño… algo crecidito.

 

—Si —contestó Fugaku, observando que su acompañante había guardado mucho silencio.

—¿Nos dirigimos a tu casa, verdad?

—Si.

—¿Es por eso que te molestaban, esos tipos? —quiso saber Minato, no muy seguro de si debería estarle preguntando eso.

—Creo que sí.

—¿No son los únicos? —siguió el rubio, percibiendo el diminuto destello de pesar en los ojos negros del otro.

—No, no son los únicos y nunca sé porqué me molestan. Supongo que no necesitan una excusa. Creen que son una especie de banda de justicieros que tiene el deber de eliminar la escoria de la sociedad.

—¡No te llames así! —exclamó Minato, asustando al otro por el repentino alzamiento de voz.

—¿Acaso tu no crees que seamos un peligro para la sociedad, rubio? —preguntó el mayor, volteando a ver directamente a esos ojos azules, exigiendo una respuesta.

—No conozco mucho sobre ustedes y menos sobre ti, por lo que no puedo juzgarte —respondió el menor—. No soy de las personas que forman un juicio basado en chismes.

—Y si te enteras de que todos los rumores son ciertos… ¿Seguirías pensando lo mismo?

—Si fuera cierto, pienso que hay una manera correcta de arreglar las cosas y trataría de seguirla. No pareces ser tan mala persona, además tu familia no habla por ti estrictamente. Puedo decir que eres un poco amargado y malagradecido y un desgraciado arrogante y…

—Basta de halagos —cortó el Uchiha, haciendo reír al otro caminante—. Tomas rápidamente confianza con las personas.

—Mis amigos siempre dicen eso.

—Eres un poco raro e inocente.

—¿Estás insultándome?

—No con la excelencia que tú acabas de mostrar, rubio.

Minato soltó una verdadera carcajada.

Pero era cierto, Fugaku estaba pensando que se encontraba frente a alguien con un corazón verdaderamente limpio en este mundo que se volvía más cruel a cada segundo. Era la primera vez que miraba unos ojos que no le juzgaban y aunque todavía no se hubiera dado cuenta, los ojos azules de ese rubio lo estaban cautivando. Sin cursilerías ni nada que se le asemeje, Minato era un testarudo rayo de sol.

—Tú también agarras confianza rápidamente —el moreno bufó—. ¿Qué?

—No. Eres la primera persona que se dirige a mí con confianza, lo cual es muy distinto —refutó Fugaku, dejando al rubio en shock momentáneo.

—¿En serio? ¿No tienes amigos? —el Uchiha negó.

—Y tú tienes un millón ¿o me equivoco? —comentó Fugaku, pasando fugaces imágenes por su cabeza, recordando haber visto a Minato anteriormente rodeado de personas.

—Te equivocas —le contradijo Minato, rememorando sus pensamientos hace poco menos de una hora—. Si vamos al mismo instituto y tú ya me conoces, ¿cómo es que yo nunca te había visto, tipo misterioso?

—Trato de mantener un perfil bajo. Saco notas regulares, no me porto mal en clase, no tengo amigos… Y aún así, los problemas vienen a mí.

—Lo siento —dijo Minato sin saber muy bien porqué.

—¿Por qué te disculpas, rubio? No es tu culpa.

—Sentí la necesidad de disculparme. Cuando vi la pelea, iba pensando en mis problemas…

—¿En serio? —preguntó el ojos-negros en un tono que dejaba ver entre líneas ‘¿Tú piensas?

—Como decía —reanudó el ojos-azules ignorando olímpicamente la sonrisa “made in Uchiha” del otro—, iba pensando en mis problemas y ahora que te escucho y analizando tu situación, veo que mis problemas no son de mucha importancia.

—Tranquilo, rubio —le trató de calmar Fugaku fallando miserablemente al repetir el apodo—. No es responsabilidad tuya.

—¡Pero no está bien! —insistió Minato en un arranque de emoción—. La marginación de minorías está contemplada como una de las violaciones a los derechos humanos, además está el derecho de libre tránsito, por no decir que atacaron tu integridad física y que todo es una clara muestra de discriminación y…

—¿Has pensado en ser abogado? —cortó el moreno con el afán de abandonar el tema—. ¿O ser presidente?

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque cuando te veo hablar, parece que quisieras cambiar el mundo —dijo el mayor con sinceridad.

—¿De verdad? —se extrañó el menor, llevándose la mano inconscientemente a la barbilla—. No lo había pensado.

—Deberías. Te sienta. Creo que si alguien me dijera que va a cambiar el mundo me reiría de él hasta que me saltaran las lágrimas. Si lo dijeras tú… te creería.

—Uauu —pronunció Minato al tiempo que miraba al otro con ojos desorbitados—. Creo que eso es lo más bonito que alguna vez te voy a escuchar decir.

—Rubio idiota —susurró el moreno de manera audible, empujando amistosamente a su compañero.

—Lo decía de corazón —bromeó el rubio—. ¿Y tú de que hablas? Vas a estar ahí cuando yo cambie al mundo.

—¿Así que lo vas a hacer? ¿De verdad vas a cambiar el mundo?

—Por lo menos voy a llegar a ser presidente de la nación y te aviso que tú serás mi secretario, Fugaku.

Esa fue la primera vez que el moreno escuchó su nombre salir de los labios de Minato. Y él, por primera vez, se notó deseando que lo repitiera. Sonó a melodía.

—¿Quién será la Primera Dama? —curioseó el Uchiha, intentando averiguar si el rubio tenía novia.

—Aún no lo sé, tal vez me la encuentre en el ajetreado camino de la vida…

Estaba soltero, entonces.

—¿Era eso lo que te preocupaba? De los problemas que mencionaste hace rato… ¿No encuentras una chica?

—¡¿Qué?! ¡No! —se indignó Minato—. Es todo lo contrario.

—¿A qué te refieres?

—Sufro de acoso —contestó avergonzado.

—¿Estás jodiéndome, rubio? —el aludido lo miró terriblemente molesto—. Está bien, no. Pero no te entiendo, podrías tener a la tipa que quisieras y aún así… ¿Crees que sufres de acoso? ¡Hombre, eres suertudo y te quejas!

—Ése no es el punto —dijo Minato—. Tú no sabes lo que es quedarte sin calzoncillos después de tomar una ducha luego del partido, soportar día tras día confesiones de niñas menores de doce años mirándote con unos ojos soñadores que creen que eres su príncipe de cuentos o los gritos de chicas que ni conoces y se pelean por ti. Al final nunca sé si me buscan porque les gusto realmente o si para ellas soy simplemente un trofeo que todas quieren conseguir para demostrar que son la mejor de todas.

—Se oye feo —admitió Fugaku, asintiendo con dramático pesar y medio divertido en el interior.

—Lo es.

—¿Eso quiere decir qué le vas al otro bando? —inquirió el moreno con el mayor disimulo del que fue capaz.

—No, aunque nunca lo he intentado.

—¿Ya has tenido novia?

—Si.

—¿Y sexo?

El rubio estalló en un sonrojo que (si le preguntan al moreno) le hacía mirarse delicioso.

—No… ¡Y no te rías! —exigió Minato a voces sin voltear a verlo, escuchando como Fugaku a duras penas contenía la carcajada que pugnaba por salir.

—¿En serio nunca te has tirado a ninguna tipa? —siguió el moreno con la inquisición. Estaba más que entretenido.

—No.

—¿Por qué?

—Porque me han enseñado que toda mujer se trata con respeto, cariño y atención —recitó el dueño de los ojos azules—. ¿Puedo tirarme a una? Puedo. ¿Con la que sea? Con la que primera que pase por esta calle ¿Voy a hacerlo? Cuando se trate de la mujer que amo.

Fue el turno del ojos-negros para fruncir el ceño en una combinación de admiración e intriga.

—Suenas muy seguro. Eres muy romántico  No imaginé que terminarías siendo de pensamiento anticuado —le criticó, con cierto deje de amabilidad que podría confundirse con condescendencia.

—No es algo malo. Llámalo como quieras, no es de tu incumbencia.

—Pero no eres impotente ¿cierto, rubio?

—¡No! —se indignó nuevamente Minato, rodando los ojos con exasperación y crispando sus manos—. ¿Y tú qué? ¿Ya has tenido sexo con una chica?

—Si, una vez.

—Una vez… ¡¿Has tenido sexo solamente una puñetera vez y te atreviste a burlarte de mí?! —le gritó el otro golpeando su hombro con el puño repetidas veces.

—¡Hey, soy el herido! —exclamó el agredido como pudo, tratando de defenderse hasta que dejó de sentir los golpes—. No era para que te molestaras.

—Lamento informarte, pero eres un experto haciéndome enojar —espetó Minato.

—Lo siento, eres molestable —se disculpó el Uchiha levantando las manos frente a su pecho, queriendo dar a entender que él no tenía la culpa—. ¿Eso es todo?

—¿Cómo que eso es todo?

—¿Eso es todo tu problema?

—No, hay mucho más pero no te voy a aburrir contándolo. Suficiente tengo con vivirlo.

—No te ahogues solo en tus penas, rubio —aconsejó Fugaku al ver al otro tan reacio a compartir su sufrimiento—. Sé que no ofrezco la imagen ideal de un sicólogo y tú tampoco vas a soltarte en llanto diciendo que eres uno de esos hombres modernos y sensibles pero… Gente que te haga la vida imposible vas a encontrar en todas partes, todo el tiempo. Sólo tienes que aprender que tú eres mejor que eso.

Minato, hasta ese momento, no había descubierto lo cómodo que se sentía caminando junto a Fugaku, lo apacible que podía ser el sonido de su voz. Había anochecido mientras su plática se desarrollaba y él ni siquiera había notado cuando el tiempo se escurrió entre sus dedos con increíble facilidad. Bastaba con decir que las pocas palabras del otro, que probablemente las había aprendido a través de su propia experiencia, las encontraba sabias y verídicas.

—¿Sabes? Aparentas ser un tipo malo y misterioso por fuera pero en realidad eres bastante tierno.

—¿Tierno? —repitió el moreno con cierta incomodidad al pronunciar el apelativo—. Estás loco, rubio. Eres la primera persona a la que se le ocurre describirme usando esa palabra.

«Excluyendo a Madara» agregó el joven para sus adentros con un estremecimiento de cuerpo entero.

—Por lo menos soy original, así que siento ser yo quien te de la noticia: tienes corazón.

El Uchiha hizo una mueca en desacuerdo que hizo a Minato sonreír ampliamente.

—Nunca digas eso frente a mi familia —pidió Fugaku al tiempo que recuperaba la lata que había estado pateando.

—¿Por qué? ¿Les va a dar un infarto? Tranquilo, guardaré el secreto.

—Te lo agradecería mucho —habló el moreno, aceptando sutilmente las anteriores conjeturas.

—¿Cómo es tu familia? —quiso saber el rubio, preguntando por las personas que cuidaban de él.

—Son dos adultos, son mis primos y son un poco… especiales.

—Parece que los menosprecias.

—No es eso, no puedo definirlos. Espera a verlos.

—¿Cuidan bien de ti?

—Hacen lo mejor que pueden —reconoció el ojos-negros.

—Me muero por conocerlos —dijo Minato riendo alegremente—. ¡No puedo creerlo, voy a conocer a los tres Uchiha!

—¿Estás seguro de que no tendrás problemas, rubio? Los rumores que correrán sobre ti, después de tu visita, no serán nada buenos... ¿Estás bien con eso?

—Déjame a mi lidiar con los rumores Mejor preocúpate por darme de cenar, Fugaku —aseveró el ojos-azules con un porte altivo y seguro de sí mismo.

Sin esperar a que llegara el momento, habían llegado a las puertas de la casa del Uchiha. Una vivienda un poco grande para tres personas, pero Minato supuso que era cómoda. Fugaku tocó el timbre y le dijo:

—Prepárate.

Del otro lado de la puerta se escucharon pisadas firmes y aceleradas, propias de alguien que está enfurecido. Abriendo la puerta de un portazo tal que rebotó contra la pared adyacente, apareció un hombre de cabello largo y amarrado con una coleta por detrás. El sujeto tomó a Fugaku por los hombros en pleno vestíbulo y lo zarandeó mientras le gritaba con toda la ira anidada en su ser:

—¡¿Dónde diablos te habías metido?! ¡¿Tienes la más ligera idea de lo afligido que he estado?! ¡¿Quién te ha dado el permiso para preocuparme así?! ¡¿Para qué demonios cargas un celular si cuando te llamo no lo contestas?! —de repente paró de gritarle y abrazó a Fugaku con tanta intensidad que compuso cara de adolorido.

—Izuna… no puedo respirar —jadeó el joven esperando que lo soltaran, pero el abrazo sólo se intensificó.

—Me alegro de que estés aquí —dijo el azabache aflojando el abrazo con una expresión más relajada, que se esfumó en cuanto vio las heridas en el rostro del moreno—. ¿Cómo te hiciste eso?

—Izuna, tenemos invitado —contestó el interrogado señalando con una cabezada a su acompañante, diciéndole en subtexto que hablarían de lo que pasó más tarde.

El hombre no tardó en voltear a ver al otro muchacho ahí parado, que no había intervenido en todo el regaño y que pegó un salto al conectar sus miradas.

—Minato Namikaze, mucho gusto —se presentó a sí mismo el chico tendiendo su mano en espera de ser estrechada.

Izuna examinó al rubio impecablemente, poniéndolo particularmente intranquilo, pero el muchacho luchó por no amedrentarse y sostenerle la mirada a ese par de ojos negros idénticos a los de Fugaku. Después de unos segundos, que a Minato se le antojaron interminables, el semblante del azabache se suavizó levemente y dijo:

—Izuna Uchiha, el gusto es mío —y le estrechó la mano, fuertemente—. Perdone mis modales, pase usted.

Y dejó el espacio para que pasaran el Uchiha menor y su amigo. Los chicos pasaron (Minato iba inquieto) y el adulto cerró la puerta tras de sí.

Por el pasillo que conducía posiblemente a la sala, asomó la cabeza otro hombre de pelo largo, con la diferencia de que éste lo lucía suelto y se veía mayor a los otros dos Uchiha. El morocho compuso un rictus entre aliviado e histérico y comenzó a andar hasta los chicos, acelerando el paso gradualmente.

—Ahí viene el otro —advirtió Fugaku, cerrando los ojos en pose de mártir.

—¡Mi Ku-chan~! —aulló Madara, abalanzándose sobre el nombrado y enterrando a Fugaku entre sus brazos. Minato creyó escuchar crujir algunos huesos de su amigo—. ¡Me tenías tan angustiado! ¿Tienes idea de lo terrible que ha sido tener que soportar a Izuna al borde de la histeria? ¡Por poco y no me infartaba yo también! ¡¿Cómo se te ocurre venir tan tarde?! ¡¿Por qué no avisaste dónde estabas?!

—Estaba conmigo, señor. Perdone nuestra imprudencia —intervino el rubio con toda la cortesía de la que fue capaz, capturando la atención del Uchiha mayor desde ese instante.

Un Fugaku agradecido se soltó de esos brazos, acariciando su maltratado ser.

Madara lo escrutó con sus oscuras pupilas. Esa mirada era más dura, más llena de frialdad. Igual que su hermano, estaba poniendo nervioso al rubio, que luchaba por no derrumbarse ni desviar sus ojos azules. Una fibra en el corazón le decía que conocer a esos dos hombres era peor que conocer a sus suegros.

—¿Y tú eres…? —comenzó el morocho alzando la barbilla, enarcando una sofisticada ceja en ademán satírico, esperando que el rubio contestara. Izuna se colocó a la par de su hermano.

—Minato Namikaze, gusto en conocerlo.

Estaba volviéndose frustrante presentarse tantas veces en el mismo día en tan extrañas condiciones. ¡Aunque era emocionante!

—Madara Uchiha, el gusto es mío —dijo el hombre estrechando su mano—. ¿Cómo viniste a parar a nuestra humilde morada?

—Es mi amigo —expuso Fugaku antes de que Minato pudiese contestar—. Lo invité a casa, ha pasado la tarde conmigo.

—Oh —dejó salir el azabache intercambiando un vistazo perspicaz con su hermano—. ¡Entiendo! Bueno, ya que tan amablemente has decidido visitarnos Minato ¿Por qué no te quedas a cenar? —ofreció Izuna disipando la tensión con una sonrisa.

—No se preocupe, no tengo hambre —trató de denegar el rubio, al tiempo que su estómago lo delataba rugiendo con insolencia.

—¡No seas tonto! —bromeó Madara dándole al joven unas palmadas en la espalda que por poco y lo derriban—. Pasa adelante y siéntete como en tu casa.

—Fugaku, he dejado tu comida sobre la mesa, pero hice bastante así que creo que pueden comer los dos —indicó Izuna mientras el Uchiha menor asentía.

—Y si después de dar el primer bocado, sientes deseos de volar el plato en mil pedazos sólo llámame que puedo ofrecerte un ar… ¡Au, au, au! —chilló Madara al recibir el primer jalón de orejas.

—He mejorado mucho este mes —dijo el Uchiha mediano con las mandíbulas apretadas—. No le hagas caso, le gusta bromear.

—Se que será un placer, con permiso —agradeció el invitado con una reverencia y una sonrisa encantadora.

Los dos hermanos respondieron con una cabezada y vieron pasar a su querido primo y al rubio, rumbo a la cocina.

Adentro del recinto de la cocina, Fugaku aprovechó para recordarle a su nuevo amigo:

—Te dije que eran especiales.

—Como digas… Ku-chan~ —dijo Minato en tono meloso, para luego comenzar a desternillarse de la risa.

 

Afuera, todavía en el pasillo que conducía a la salida, Madara e Izuna abrieron la puerta y salieron muy silenciosamente de la casa.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó el morocho agarrándose por los pelos con una expresión de terror invadiendo su cara—. Fugaku dijo que era su… amigo.Y lo dijo con mucha seguridad.

—Pero eso quiere decir que ese rubio es el primer amigo de Fugaku en... —Izuna se llevó la mano a los labios.

—En años —terminó Madara en su lugar—. Y lo ha traído a casa. ¿Quién es? ¿Lo conocemos? Porque deberíamos.

—¿Qué acaso no es el chico que siempre se lleva medallas y los primeros lugares en el colegio? —hizo memoria el azabache al pensar en la última reunión de padres a la que asistieron—. Sí, creo que él es.

—¿Cómo es que nunca lo mencionó? —insistió el morocho volviendo a tomar su cabello entre las manos.

—Es un adolescente, no podemos esperar que confíe en nosotros como cuando era un niño —conjeturó el Uchiha mediano.

—¿Crees que es bueno para él? Me refiero a que son tan diferentes, son tan… opuestos. No lo sé, Ku-chan nunca ha sido bueno socializando y que de repente aparezca este tipo… No lo sé, me preocupa.

—Creo que por Minato no debemos preocuparnos —dijo el azabache tras pensarlo un poco—. Tiene muy buenos modales y eso dice mucho de él, siendo parte de la juventud actual.

—Tienes un punto.

—Exacto. Igualmente, creo que deberíamos de confiar en el juicio de Fugaku —dijo Izuna, convenciéndose poco a poco de que sus palabras eran ciertas—. El hecho de que sea su primer amigo, quiere decir que ese rubio se ha ganado su confianza y motivos para ello debe tener. Además, si Ku-chan tiene un amigo o alguien que lo acompañe a casa… creo que no me preocuparía tanto.

—¿Lo dices por las heridas que trae?

—Sí, recuerda que no es la primera vez que viene así. Ya hablé en la junta de padres sobre la situación pero nadie me quiere creer. Todos los padres piensan que Fugaku se mete en líos por su cuenta y aunque acepten en secreto que los otros chicos son los provocadores, creen merece un escarmiento de todos modos. Sólo por tener nuestro apellido lo juzgan —Madara notó a su hermano enfurecerse a medida que hablaba—. ¿Qué opinas?

—Tienes razón. Si Minato ha decidido hacerse amigo de nuestro Ku-chan es porque no lo juzga, si no porque lo conoce realmente.

—Tienes otro punto.

—¿Qué hacemos?

—Observemos —contestó el azabache, impresionado por su pronta respuesta—. Ahora mismo, observemos como se comportan mientras…

—¿Comen? ¿En serio? —Madara enarcó de nueva cuenta su ceja—. ¿Vamos a espiarlos mientras comen?

—¿Tienes un mejor plan?

Y como el morocho no lo tenía, hicieron lo que Izuna propuso.

Cerraron la puerta principal y rodearon la casa hasta llegar al patio, donde escalaron con mucho esfuerzo (los años se hacían presentes en mal momento) la cerca que rodeaba la vivienda. Después de recuperar el aliento y sentir que el corazón iba a permanecer dentro de su pecho, lucharon porque la luz que llegaba desde la cocina no los delatara.

Caminando de puntillas, se acercaron a la ventana y asomaron sus cabezas sin ser detectados, comprobando para sí mismos que en alguna de sus vidas pasadas habían sido ninjas. Los ojos de aquellos dos Uchiha se abrieron de par en par al ver la escena que transcurría.

Los chicos habían terminado la cena y habían seguido platicando mientras tanto. Las sillas de ambos habían quedado juntas, ambos jóvenes estaban hombro a hombro. Minato hablaba, reía y hacía gestos graciosos con las manos. Fugaku le miraba, solamente asintiendo en el momento preciso.

Pero lo que cortó las respiraciones de Madara e Izuna fue ver que Fugaku tenía una sonrisa cincelada en su cara y sus orbes negros refulgían con un brillo que nunca antes habían visto.

Ambos hermanos contuvieron el aliento y se soltaron del marco de la ventana, hasta caer en el suelo como dos felinos.

—Lo veo y no lo creo…

—…estaba sonriendo…

—…y se veía tan feliz…

—…que sería inhumano alejarlo de Minato.

—Ku-chan ya creció —lloriqueó Madara quedito, con postura teatral—. Dentro de poco crecerá más y se hará adulto y ya no nos necesitara y…

—¡No te alteres, no es el momento! —pidió Izuna que se encontraba casi en las mismas, creyendo oír movimiento dentro de la casa—. Se están yendo —declaró poniéndose en pie con presteza y jalando a su hermano para seguirlos.

Los mayores lograron llegar a tiempo al frente de la casa, cuando escucharon al moreno decir:

—No sé adonde fueron estos dos —habló Fugaku un poco desconcertado.

No podía saber que los dos que buscaba estaban escondidos a pocos metros de él detrás de un arbusto malhechor.

—A lo mejor salieron —dijo Minato, mirando en derredor.

—Tal vez —aceptó el Uchiha menor, cerrando la puerta principal con llave para espanto de sus primos—. Vamos, te iré a dejar.

—No necesito protección, Fugaku —se quejó el rubio.

—Iré a dejarte. Es lo justo, ya que tú viniste hasta aquí —aclaró el moreno, aclarando sus intenciones.

Sin más replicas, los jóvenes emprendieron la marcha, platicando como venían haciendo desde hace rato.

 

—¡Maldición, me dio alergia!

—A mi también.

—¿Y ahora? —preguntó el morocho saliendo de su escondite, rascando su brazo con insistencia.

—Los seguimos —contestó el azabache sacándose una rama del pelo e intentando rascar una parte de su espalda que no alcanzaba.

Madara e Izuna les siguieron la marcha a Fugaku y Minato, ocultándose en cada recoveco oscuro a la menor oportunidad.

Madara se puso a tararear “Misión Imposible” e Izuna le dio un codazo para que se callara y no arruinara el plan.

 

—¿Estás seguro de que no tendrás problemas en tu casa, rubio? —preguntó el ojos-negros mirando seriamente al menor.

—Claro que sí, pero no es la gran cosa. Nada comparado a lo que te espera a ti —anotó el ojos-azules riendo en el instante que Fugaku puso los ojos en blanco.

—No hablemos de eso.

—No te quejes —le dijo Minato con suavidad—. Solo tuve que ver las miradas de preocupación que pusieron para ver cuánto te aprecian. Esos dos te aman, Fugaku. Deberías de ser más abierto con ellos.

—No. Mil veces no.

—¿Por qué? ¿Acaso no les quieres?

El moreno farfulló algo imposible de entender.

—No te entendí. ¡Habla fuerte!

—¡Sí, los quiero ¿de acuerdo?! —declaró el mayor de los chicos lo suficientemente alto como para que el morocho y el azabache escucharan y saltaran de emoción.

—Entonces dilo. Ellos se pondrán muy contentos.

—Está bien —dijo, rascando su nuca con algo de timidez y evitando esos ojos azules por un tiempo.

 

«¡Amo a ese rubio!» pensaron en conjunto los Uchiha que venían atrás.

—Parece que lo manipula —comentó Madara sin despegar la vista de los dos jóvenes que iban adelante.

—No, a mi me parece que es Fugaku el que le obedece por su cuenta —opinó Izuna, asombrándose a sí mismo con el argumento y de paso a su hermano.

 

—¿Oyes algo, rubio? —inquirió el moreno que se detuvo en seco al sentir una presencia a sus espaldas.

Los espías pararon su marcha y se taparon la boca.

—No, ¿tú oyes algo? —preguntó Minato, aproximándose inconscientemente al cuerpo del otro.

—Quédate cerca —ordenó Fugaku, sin rechazar la cercanía y continuando con el recorrido.

 

El acercamiento fue percibido por el Uchiha mayor, que mostró su pulgar en señal aprobatoria, y por el Uchiha mediano, que asintió con complicidad.

La charla entre el otro dúo siguió su curso normal.

Fugaku le contó a Minato que Madara cantaba a grito pelado mientras se tomaba un baño por las mañanas, que Izuna era alérgico a los gatos, que él siempre había soñado con tener una motocicleta (ante lo cual el azabache casi se desmaya).

Minato le contó a Fugaku que tenía dos amigos de verdad, que sus padres pasaban la mayor parte del tiempo viajando y que él también quería tener una motocicleta.

En poco tiempo, llegaron al hogar del rubio. Una casita minúscula pero con una apariencia muy acogedora que le recordó a Fugaku las casas de los hobbit que se describían en el mundo de Tolkien.

—¿Aquí es? —comentó el moreno, deteniéndose en el sendero que conducía a la entrada.

—Sip, hogar dulce hogar. ¿Te veo mañana? —dijo el rubio esperanzado.

—No creo que te convenga que te vean conmigo, ru-

—Por favor —rogó Minato acercándose a Fugaku, con un timbre de voz inenarrable, logrando que el otro no pudiera evitar mirar esos mares inigualablemente azules y sentirse absorbido por ellos.

—Podría ser peligroso, sobre todo para ti y-

—Por favor —reiteró Minato en su ruego, acortando discretamente la distancia entre sus rostros.

Fugaku puso un empeño titánico para que de su boca saliera un “No” pero esa expresión, esos ojos y esos labios que no dejaban de acercarse pudieron con él. Terminó asintiendo levemente y susurró:

—Como quieras, pero te digo desde ahora que no me hago responsable por lo que te pueda pasar si… ¡Mph!

Fugaku, para su deleite, vio los párpados cerrados de Minato (lo súbito de la caricia no le dio tiempo para hacer lo mismo con los propios) y le congeló lo casto y dulce del toque de aquellos labios que se presionaron casi tímidamente sobre los suyos, prácticamente derritiéndolo a cada segundo que pasaba junto a ellos.

—Gracias, te veo mañana —se despidió Minato con regocijo al separarse del moreno.

Caminó hacia su casa sin mirar atrás, dejando a Fugaku paralizado en su sitio.

El rubio entró a su casa y le despidió con un saludo de la mano. El moreno solamente cabeceó en afirmación.

 

—¿También viste lo que yo vi o es que me fumé un buen cigarro de marihuana?

—¿Cómo carajos voy a saber? Creo que mis neuronas hicieron cortocircuito… pero no creo que tuviéramos la misma alucinación —atinó a hablar Izuna que había tomado asiento en la superficie más cercana—. ¿Esto es algo bueno?

—Tiene que serlo. Sólo mira lo feliz que va —comentó el morocho tomando asiento a la par de su hermano, siguiendo con la vista a su primo, que había comenzado a alejarse con una de sus manos puesta sobre la boca.

—Bueno, sólo espero que esto no vaya a resultar mal. No quiero verlo herido —dijo el azabache arrancando la grama del jardín que había por allí.

—No podemos protegerlo de todo, Izuna. También tiene que sufrir y crecer. Nuestro deber es estar allí para ayudarlo a salir adelante así se trate de lo peor.

—Aunque se trate de un lío amoroso…

Los hermanos rieron de su propia locura, hasta que escucharon a sus espaldas:

—Con que aquí estaban.

Madara e Izuna se tensaron de golpe y contemplaron a su bien amado primo detrás de ellos, cruzado de brazos, con una ira inconmensurable saliendo por cada uno de sus poros y los ojos de color carmesí.

—Madara, di algo —murmuró el Uchiha mediano con voz quebrada, acudiendo a su hermano mayor en medio del peligro.

Esperó unos segundos y…

—¡Fue idea de Izuna!

Y el Uchiha mayor salió despavorido, corriendo con todas sus fuerzas, huyendo lo más pronto y lo más lejos que sus piernas le permitieran.

—¡¿Cómo te atreves a huir, cobarde?! —gritó el abandonado, huyendo igualmente del riesgo al que se exponía si se quedaba allí, persiguiendo a su pariente y alzando el puño en su dirección.

—¡Háganse responsables, par de gallinas! —exclamó el Uchiha menor pisándole los talones a los otros dos, que redoblaron la velocidad de su corrida al oírlo gritar.

No se percataron del rubio que observó desde su ventaba el espectáculo que ofrecía esa pequeña familia, tan injustamente juzgada.

Minato sonrió divertido a más no poder, pensando que su día había tenido cosas más buenas que malas y esperando con toda su alma, que más días como estos vinieran. Se había vuelto necesario desde el momento en que posó sus ojos en él, así que no estaba dispuesto a dejar escapar a Fugaku, por nada del mundo.

 

Notas finales:

Me obligaron a quitar el "Fin" ( >w< ).

Muchas gracias por su lectura.

Stig, espero no haberte decepcionado.

Espero que todos lo hayan disfrutado, muy sinceramente. Esencialmente, que les haya hecho pasar un buen rato y como mínimo que no les aburriera.

Cualquier error que quieran hacerme notar, así como sugerencias, críticas y correcciones serán bien recibidas.

¿Comentarios? ( Ó.Ò )

Cuídense mucho.

¡Hasta luego!


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