Soledad.
Prólogo.
Jamás creyó que algo por el estilo pasaría mientras trabajara para el departamento, mucho menos, que le tocase a él hacerse cargo de tal caso.
Tenía las viejas carpetas de su hermano, que narraban cada uno de los casos, en los que… inexplicablemente, la víctima era atacada por una bestia salvaje, o algún otro animal de dudosa procedencia.
Pero todos adquiridos en una misma tienda, en una sospechosa tienda, con un dueño tan enigmático como atrayente.
¿Seria así como volvería a verlo?
Con una mano nerviosa, golpeo la puerta de la fachada oriental del local, en la otra llevaba una finísima caja color marfil, de la cual se desprendía un delicado aroma a vainilla y cardamomo.
—Ya se los he dicho… ¡Mi tienda no tiene nada que ver con lo que le sucedió a…
—¡No! Estoy aquí para hablar de su ‘padre’… y de mi hermano.
Se apresuro a cortar la queja del otro lado de la puerta, donde la voz se oía ofuscada, y de seguro, cansada de ser el centro de las miradas, y acusaciones.
Apenas oyó un ‘clak’, y la puerta crujir lentamente, dejando ver siquiera una pequeña porción de un rostro pálido y delicado… terriblemente familiar.
—Mi nombre es Cristofer Orcot, soy detective… y conocí al Conde D hace más de 20 años. ¿Quizás pueda decirme algo de él?
El joven oriental lo observo con detenimiento, no solo era muy guato y educado, sino que también era muy amable; además, le había llevado aquel presente.
—Son unas exquisitas masas, espero que le gusten. —Crist sonrió al entregar la caja a las manos blancas, mientras traspasaba la puerta.
—Muchas gracias, detective Orcot. ¿Entonces, usted conoció a mi ‘padre’? —Inquirió el joven dueño de la tienda, con cierta timidez.
—Tal vez, no entiendo bien la continuidad de su árbol genealógico, en verdad. —Bromeo de forma ligera, antes de sentarse en uno de los cómodos sillones. —No llegue a entender las explicaciones de mi hermano… pero creo que sí. Es más, tu tienda es casi idéntica a la suya.
Cris dejo que sus ojos recorrieran el lugar con cierta melancolía, los adornos típicamente orientales, las sedas y gasas, el rojo predominante en todo el lugar… y ese olor, el dulce aroma de D, una delicada mezcla de incienso y canela.
Lo único que le faltaba a esa tienda para ser la del D que él había conocido, eran Pon-chan y Tetsu.
—¿Le gusta el té, Kenji-san?
El joven detective sonrió asintiendo a la pregunta.
El ‘Conde D’ que tenia frente a si era casi idéntico al que había conocido en su niñez, casi… Su cabello y sus ojos tenían una esencia propia, y su carácter era ligeramente diferente. Pero era D, de eso no había duda alguna; ahora, ¿este nuevo conde, le podía llegar a dar alguna información acerca del anterior?
—¿Acaso esto es un interrogatorio, señor detective?
—No tan solo pretendo saber que fue del Conde anterior. Cuando se fue… no pude ni siquiera despedirme.
Los ojos azules del oriental se estrecharon por escasos segundos, mientras acomodaba su cabello lacio detrás de una de sus orejas.
—Entonces… ¿Por dónde quiere que empiece, mi querido Kenji-san?
—Por donde crea que es más conveniente comenzar.
D sonrió gustoso, el joven Orcot tenía algo que a su hermano mayor siempre le había faltado: modales; además, Crist estaba más acostumbrado a tratar con el Conde, aunque en esa época, ni siquiera necesitaba hablarle para que lo entendiera.
Continuará.