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Zombies on my lawn! por Leia-chan

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Notas del fanfic:

No quedó como había esperado :S

Es que no sabía cómo poner a las jodidas plantas en algún sitio! I'm such a fail!!!!

Notas del capitulo:

No es horror, realmente, pero tampoco es fantasía o ciencia ficción.

Espero lo disfruten y como información adicional, la música es Zombies on your lawn :D

Diciembre pasaba con prisa, cargado de luces y colores y un vomito de consumismo que trataba de meterte el espíritu navideño por la garganta, con un palo y a la vez apalearte el bolsillo con una mezcla de culpa e ingenuidad. Pero todo ese caos navideño quedaba en la ciudad. Y Jonathan no estaba en la ciudad para quejarse de ello. No, estaba lejos de su hábitat natural, en un pequeño pueblo a la antigua, participando (con renuencia marcada y remarcada) de una tediosa reunión familiar. Y se quejaba del calor, de los niños que nunca paraban de hacer ruidos molestos, de las cigarras y de la mala conexión a la red (mientras, sus padres se quejaban de que se levantara a las dos de la mañana para conectarse. Eso no es normal en ningún adolescente, pensaban).

“Si vuelvo a escuchar otro villancico, me pego un tiro”, leyó Jonathan en el chat del juego en línea en que participaba y rio amargamente. “Lo que daría por oír un estúpido villancico y no… esto”.

Por “esto” se refería a la mezcla de risas y gritos infantiles, coreados por viejas canciones tradicionales, monótonas y… no que fuera crítico de música, pero eran muy malas.

Leyó otros comentarios y habló con los otros miembros del equipo. Era el 24 de Diciembre y tenían que planear desde ya a qué hora podían reunirse para participar del evento navideño del sitio. Porque si había alguna Navidad que emocionaba a Jonathan, era una Navidad en su pequeño mundo virtual, matando criaturas y juntando monedas de oro.

Entre bromas y otras quejas sobre el espíritu navideño de la gente “normal”, iban tirando horas en la que todos pudieran conectarse. Sus compañeros de equipo vivían en diferentes partes del globo, así que siempre debían considerar la diferencia horaria. Desgraciadamente, no importa cuánto lo considerarán a Jonathan siempre le quedaba mal la hora asignada y, como era el único afectado, tenía que tragárselo. Leyó como la reunión pasaba de las diez de la noche, a las once, luego a las doce (Jonathan fue muy insistente con rechazar esa idea, por suerte lo escucharon), y quedaron en las tres de la madrugada.

Nada bonito para nuestro amigo y menos para los padres con los que compartía habitación, pero no podía hacer más. Se mordió el labio y se limpió los lentes. La sala de chat seguía moviéndose, pero la hora ya estaba fijada. “Bueno, ahora a jugar una partida más y prepararme para la noche”, se dijo y se dispuso a logearse y ganar las monedas necesarias para conseguir ese escudo que le vendría tan bien en la misión navideña, cuando él… ÉL apareció.

-            Hey, John, vamos con los demás al arroyo, ¿no te apetece? – era su primo David y su vitalidad y algarabía que sobrecogía.

-            No, no me apetece – respondió el chico, cortante.

-            Oh, vamos… - ese tonito… Oh, Dios, Jonathan odiaba ese tonito. Pero más odiaba cuando David entraba a la habitación y se le arrimaba. ¿Por qué debía tocarlo? – Tienes que salir un poco más. Estás tan pálido que reluces en esta habitación a oscuras. No, espera… ¿Acaso te van esos vampiritos gays que brillan en el sol? – bromeó, jugando con los abundantes cabellos oscuros del otro.

-            Deja. De. Molestarme – se alejó, para que el otro dejara de tocarlo – Ya te dije que no quiero ir, David. Y es mas, lo que me gusta o no me gusta no es de tu incumbencia – añadió, fulminándolo con la mirada bajo los lentes. David le sonrió petulante y Jonathan bufó molestó – Y no me gusta esa mierda de los vampiros modernos…

David lanzó una carcajada al escuchar eso y luego se le quedó viendo en silencio, mientras Jonathan volvía a la pc, tratando de concentrarse en el juego e ignorar a David. – Vamos, John, te hará bien salir un poco – insistió.

-       No necesito que te preocupes por mí – escupió – Y, si quieres ir al arroyo, no me necesitas a mí

-       Sabes que adoro ir – musitó el otro, frunciendo el ceño y bajando la mirada. A pesar de sus palabras, terminó tirándose en la cama, cerca de la computadora que usaba Jonathan – He pensado en empezar a jugar también, ¿sabes? Ese juego tuyo… muchos de mis amigos están en línea – comentó, tratando de empezar una conversación. Y eso, eso también ponía de malas a Jonathan. Pausó el juego y se paró para ver de frente a David.

-       Sí, sé que adoras ese arroyo y sé que te mueres por ir, así que adelante. Ve. No dejes que yo te detenga – lanzó Jonathan, muy serio, con toda la intención de herir e ignorando la buena voluntad de su primo. David iba a replicar algo, pero Jonathan lo detuvo señalando la puerta.

Una mirada de dolor surcó el rostro de su primo y Jonathan se sintió culpable por un momento. Pero era demasiado orgulloso para disculparse y decidió que iba a ser más sencillo mantenerse firme y hacer que el otro se fuera. No quería lidiar con él, no quería enfrentarse a eso. David terminó marchándose, con muchas palabras que tampoco pudo decir.

Después de que David se fue, Jonathan peleó un poco con su madre, siguió jugando por una hora más y luego le dio sueño. Decidió entonces, dormir unas horas, antes del ajetreo de medianoche y la partida de las tres de la madrugada, para no quedarse dormido frente a la pantalla, como tantas veces. Se despertó quién sabe cuantas horas después, con un hambre fatal. Lo primero que notó fue que ya era de noche y revisó el reloj. Las 10:30 de la noche. Faltaba tanto… podría seguir durmiendo, pero el hambre le obligó a salir de la habitación.

Y allí entra el segundo detalle que Jonathan debió haber notado. La casa estaba en silencio. Lo que era sumamente asustador en cualquier lugar con niños. Pero Jonathan seguía adormilado, así que lo dejó pasar de largo. Craso error.

Bajó a la cocina, sin toparse con nadie. No pensó mucho en eso tampoco. Abrió la heladera y sacó leche y cosas para prepararse un sándwich. Los dejó sobre la mesada, viendo de reojo una sombra que se aproximaba. Pensó que era algún tío, pasado de copas, por el andar lento e irregular. Se abstuvo de hacer comentarios y giró para buscar el pan.

Cuando volvió a darse vuelta, con el paquete de pan en la mano, tuvo a la sombra frente suyo. Allí pudo notar dos cosas más. Una, que aquel hombre no era su tío. Dos, que el hombre estaba sucio, con la dentadura hecha un desastre y emanando un olor fétido. El hombre lanzó un quejido gutural que resonó en toda la cocina y le dio escalofríos a Jonathan. Estaba inmóvil, petrificado por el miedo.

El hombre se abalanzó sobre él y Jonathan dio un paso atrás, preparándose para gritar con todas sus fuerzas. Pero el otro no llegó a tocarlo. Se quedó a mitad de la distancia, quieto y con los ojos sin pupilas por unos segundos y luego se hizo polvo. Así de sencillo. Cuando la figura del hombre desapareció en un hilo de polvo, Jonathan vio con asombro a David, empuñando un machete.

-          ¿Estás bien? – fue lo primero que preguntó su primo y Jonathan tardó en procesar la pregunta y más aún toda la situación.

-          ¿Qué rayos era eso? – preguntó, anonadado como nunca antes lo había estado después de una siesta.

Creerse la historia de David sería imposible, si Jonathan no tuviera las jodidas pruebas en la puerta de su casa. Los zombies habían llegado al pueblo y estaban en todos lados. Zombies, como en las películas, cadáveres ambulantes en busca de comida fresca y viva. Al parecer, se encontraron con un grupo de especialistas en el arroyo y toda su familia fue puesta en un refugio, pero David volvió para buscarlo a él.

-       No atendías el teléfono y me preocupe, así que vine a buscarte… - explicó el chico, después de que terminaron de sellar todas las entradas y acabar con un zombie que se había colado al sótano.

-       Pero… ¿por qué? Siempre te trató horrible y esta tarde… bueno, no nos llevamos tan bien que digamos – todo estaba sucediendo tan rápido que se sorprendía que pudiera llevarlo tan bien. Pensaba que, cuando estuvieran un tanto más seguros, debía meterse en la red y hablar con otros, recabar información.

-       Tal vez… quiera cambiar eso… - balbuceó David, como respuesta, sonrojándose – además, no podía dejarte así nada más, eso no es…

-       Esos chicos que los rescataron a ustedes, ellos podían venir por mí. Suenan más preparados que tú – dijo Jonathan, mirando a los zombies caminar aleatoriamente en su jardín. A veces, chocaban entre sí y Jonathan sentía el impulso de reír, pero se contenía.

-       Llegué hasta aquí sólo – rebatió David, algo ofendido.

-       No era necesario

-       Bueno, no quería que ellos llegaran primero, quería ser yo quien te rescatara, porque… - habló sin pensarlo hasta ese punto, en el cual calló de pronto y se mordió el labio.

Jonathan no sabía porqué (o prefería no enfrentarse a eso), pero también se sonrojaba, como si ya supiera porque David volvió por él, sin siquiera pensarlo.

-            Bueno, no importa. Lo que debemos discutir es qué hacer ahora. El jardín esta lleno de esas cosas. No será sencillo salir y encontrar el refugio.

-            No es necesario – dijo David – Los rescatistas explicaron que la epidemia terminaría a medianoche.

-            ¿En Navidad? – David asintió – No me lo creo… - musitó Jonathan volviendo a ver a los muertos vivientes – Entonces, pasaremos una hora juntos tratando de mantenerlos fuera, ¿no?

-            Mmm… sí, en pocas palabras, eso es lo que debemos hacer – David se veía tremendamente contento para la situación en la que se encontraba.

-            ¿Algo de esto te agrada? No te tomaba por un zombie freak

-            Y no lo soy, es que al fin puedo pasar tiempo contigo. Eso me hace feliz – respondió David, con una sonrisa que iluminaba su rostro. Y Jonathan tuvo que forzarse para apartar la vista.

Faltaban poco menos de quince minutos para las doce y Jonathan luchaba por quedarse quieto. De repente, se sentía tan incómodo y sólo pensaba en alejarse de David. David, por su parte, fijaba su vista en la ventana, estudiando a los zombies. Jonathan se levantó y fue a la puerta de la habitación.

-       Hey, hey… ¿adónde vas? – preguntó David, apartando la vista del patio un momento.

-       Al… al baño, nada más… - titubeó un poco al contestar, como si estuviera haciendo algo malo, como escapar de David. Pero eso era una locura.

-       Oh, ya veo… - musitó David y volvió la vista a la ventana. Jonathan suspiró y se dispuso a salir de la habitación, cuando la voz de David volvió a detenerlo – Tenemos problemas – anunció con la voz seria. Y justo en ese momento, se escuchó un fuerte golpe que hizo temblar la casa. Se escuchó el sonido de la madera rompiéndose y un coro de gemidos guturales.

-       Pero, ¿qué…?

-       Derrumbaron la puerta con un tronco – informó David – Vamos, tenemos que subir las escaleras.

-       Se supone que los zombies no son así de listos… o fuertes… - comentó Jonathan, confundido, pero siguiendo a David. Ambos llevaban unos bates que por un motivo u otro, pulverizaban a los zombies.

-       Pensar en eso no nos ayuda ahora. Sólo debemos aguantar diez minutos más… ¡Vamos! – animó David y Jonathan sólo obedeció.

Entraron a la sala, que ya estaba repleta de zombies. Tenían que atravesarla para llegar a las escaleras. Y apenas los zombies los olfatearon se abalanzaron contra ellos. Comenzaron a machacar cabezas de zombies, David más eficientemente que Jonathan, obviamente, pero el chico se las arreglaba para no ser una carga. Con esfuerzo, llegaron a las escaleras y subieron corriendo. Los zombies los siguieron, volviéndose más rápidos que antes, como si sintieran que se les acababa el tiempo. Uno de ellos logró tomar a Jonathan del brazo e intentó morderlo. David retrocedió de inmediato, para salvar a Jonathan, pero en vano, ya que ese retraso hizo que ambos estuvieran rodeados de zombies. Eran demasiados para ellos. Estaban perdidos…

… y las campanas de medianoche sonaron.

Jonathan se sorprendió a sí mismo suspirando de alivio por ello, aunque no entendía como esas campanadas podrían ayudarlos. Esperaba que los zombies se desvanecieran o algo, pero no. Lanzaron un quejido frustrado colectivo, como un niño que estuvo a punto de conseguir la puntuación mayor, pero pierde al ultimo momento.

Ambos seguían tensos, esperando el ataque de los zombies, pero estos retrocedieron y bajaron las escaleras. Uno de ellos les hizo señas para que los siguieran y ellos obedecieron sin pensarlo demasiado. Al salir al patio, se encontraron con los zombies alineados y un escenario montado con luces y parlantes. Y una música comenzó a sonar… una voz dulce que hablaba de zombies y jardines y…

¿Los zombies empezaron a bailar? Y lo hacían bien.

Jonathan se sentía cada vez más perdido y, por la mirada, David compartía ese sentimiento. Pero el chico espabiló rápidamente y la sonrisa volvió a su rostro.

-       ¡Lo hicimos, Jonathan! ¡Sobrevivimos! – anunció contento. “Y los zombies están bailando”, pensó John, pero no podía hablar – John, no sabes lo feliz que me hace esto. Porque… porque… no podía dejar que nada te sucediera sin antes decirte que yo… yo… yo no quería sólo ir al arroyo, quería ir contigo. O estar contigo… sólo estar contigo… porque… porque… Jonathan, cada vez que te veo, lo único que deseo hacer es… es… - y David dejó de hablar y pasó a la acción, robándole un beso al atónito Jonathan.

Y esa fue la gota que colmó el vaso.

Jonathan despertó de golpe, encontrándose en su cama. Por unos segundos, no sabia donde estaba o que hacía. “Fue un sueño…”, se llevó la mano a la frente. Estaba sudando. Tomó el reloj. Las 10:30 de la noche…

-       ¿Acaso… ? – sintió un escalofría al pensar en esa probabilidad. Se levantó de un salto de la cama y bajó corriendo las escaleras. Esta vez sí notó la música de fondo, pero no podía decir asegurar nada hasta…

Hasta que entró a la sala, donde su familia estaba preparando la mesa para la cena de Navidad. Jamás creyó que se sentiría tan aliviado de verlos. Incluso sonrió un poco. Suspiró aliviado. Su madre se asombró de verlo abajo y le preguntó si ya tenía hambre. Él respondió que no, pero ayudó a poner la mesa y fue tan amable como podía durante el resto de la velada. Después del intercambio de regalos y todo el protocolo, cuando la música había terminado y los mas pequeños dormían, Jonathan hizo un poco de reflexión. Tal vez por el silencio, tal vez por  el sueño, pero se enfrentó a lo que pasaba con David, a lo que había soñado, a lo que… a lo que… sentía.

Tragó saliva y buscó a David, que estaba alejado, mirando el cielo estrellado. Fue a sentarse a su lado.

-       Hey… - David estaba sorprendido, pero parecía tan contento. Jonathan se sonrojo al pensar que él era el causante de esa felicidad.

-       Hey… - respondió el extraño saludó – emm… David, necesito hablar contigo. Y necesito que… seas honesto…- la voz se le trancaba, pero ya lo había decidido. Ya no podía huir más.

-       S-sí, claro – David volvía a estar asombrado por ese arrebato.

-       C-cuando me invitaste… no, t-todas las veces que lo haces… ¿Por qué lo haces?

-       Ya te lo dije, te haría bien salir un poco, respirar aire puro… - comenzó  a divagar David, con las mismas respuestas de siempre

-       ¿No es porque quieres estar conmigo? – soltó Jonathan de repente, cerrando fuerte los ojos de la vergüenza de haber dicho. David calló de inmediato, como si le hubieran derramado un balde de agua fría. Vaciló un poco, pero respondió.

-       S-sí…. E-es sólo por eso… - susurró – pero también intenté quedarme contigo en la habitación, en tu lugar, donde estas cómodo, pero tú…

-       Yo sólo te rechazaba – completó Jonathan – Lo siento – agregó, mordiéndose el labio.

David no podía creer lo que escuchaba, pero no podía preguntar, temiendo hacer enojar a un Jonathan que increíblemente se estaba acercando voluntariamente a él.

-       Mañana… - comenzó Jonathan de nuevo – quisiera ir al arroyo… ya que te gusta estar allí, ¿no te importaría acompañarme? – la felicidad en la cara de David era indescriptible – pero – añadió Jonathan, antes de que el otro contestara – Solos tú y yo… deberías entender que no soy muy bueno con las multitudes… - explicó sonrojándose y mirando al otro lado.

David asintió, emocionado, y comenzó a hablarle del agua, de la vegetación, de los peces pequeños… y Jonathan escuchaba, tratando de no parecer interesado, pero lo estaba y más aún, estaba contento. “Maldito sueño”, pensó, “me hiciste perder el evento navideño…”, concluyó, sabiendo que se quedaría a conversar con David hasta el amanecer y mucho más.

Notas finales:

Odio la Navidad, bueno, cualquier fiesta que no sea mi cumpleaños en realidad... Pero de todas formas, feliz Navidad atrasada! :D


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