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Del acoso al amor sólo hay un poco de obsesión. por DraculaN666

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Notas del fanfic:

Estúpidos títulos.

 

Estúpidosestúpidosestúpidosestúpidos....

 

Soy malos con ellos, me he resignado totalmente. ¿Y qué, y qué y qué? Sino los hago demasiado cortos los hago excesivamente largos. Es la historia de mi vida.

 

Pero en fin, dejemos eso de lado y pensemos que la historia es lo que importa, ¿verdad? ¿VERDAD?

 

*Al borde de la histeria*

 

Pero bueno, en realidad la historia iba a ser, como siempre, un one shot. Pero me iba a salir muy largo, o muy apresurado, o simplemente no iba a salir. Entonces dije "Bien, es momento por fin de intentar cosas un poco más largas". Y aquí estamos, intentándolo.

 

Básicamente sé qué quiero hacer en la historia, cómo terminarla y todas esas cosas de historias de más de un capítulo. Cómo o cuándo voy a llegar a eso. Ni puta idea.

 

¡Pero lo haré!... Eventualmente.

 

En fin.

Notas del capitulo:

Gracias a LadyHenry, como siempre. Que es la que me dice que no me agobie y me deje llevar, y yo voy y que le hago caso pues... Para que luego no digan que no sigo consejos (?)


Advertencias: Toqueteos en lugares non santos. Obsesiones y paranoias varias. Una autora perpetuamente dopada con computadora propia a las 4 a.m. y un insomnio que se niega a irse. Lo de siempre, pue'...


La historia es mía, totalmente mía ¿de acuerdo? No presto, no vendo, no nada. Metanse el plagio por donde no les llega el sol y consiganse una vida e imaginación propias.


Cualquier parecido con la realidad, con personas ya sean vivas, muertas, escondidas o desaparecidas es mera coincidencia y producto de las drogas (?)

1

 

Las voces eran un murmullo lejano, la cegadora luz del sol apenas un brillo insignificante y los suspiros cortados que brotaban de sus labios, a penas los notaba.

 

Sus ojos y demás sentidos no tenían ningún otro objetivo que no fuera ese moreno alto y guapo que se paseaba por todo el campo tras una pelota insignificante.

 

Se perdía en sus sonrisas, en la forma en que celebraba algún gol y los celos le carcomían cuando algún otro infeliz le morreaba en celebración. Ganas no le faltaban de correr -volar, si era preciso- y alejar a todos esos idiotas que osaban poner una mano sobre lo que era suyo.

 

Sus labios carnosos, los enormes ojos azul oscuro, su espalda ancha y estrecha cintura, sus sonrisas y miradas soñadoras. Su cabello desordenado, que ni el mejor de los productos de belleza lograrían aplacar. El sudor que corría por su rostro hasta perderse de forma tentadora entre su ropa. Su atlético cuerpo, sus piernas, su trasero y -oh dios- ese bulto entre sus piernas. ¡Todo era suyo! Y nadie mas tenía derecho de si quiera mirarlo.

 

Sus risas disimuladas entre dientes debían ser la música que le arrullara por las noches.

 

Entonces… ¿Por qué? –Porquéporquéporquéee- ¿Por qué ese hombre no se daba cuenta de que estaba tras sus suculentos huesitos? Miradas, sonrisas, cartas, rosas, y alguna que otra frase subidita de tono que le gritaba escondido entre las gradas del campo de fútbol. ¡Y no lo notaba!

 

Vale, quizás él se escondía un poco y temía hacerle un ataque frontal. Y sí, quizás también tenía una pequeña e insana obsesión por él. Nada trascendental. Sabía su nombre completo, fecha de nacimiento, dirección de correo electrónico, la dirección de su casa, Facebook, Twitter, Skype, su cuenta en varios foros de interés común entre ellos y alguna que otra red social que se le escapara. Sabía de buena fuente que no tenía novia, que no la buscaba y que, posiblemente, también bateara de su lado.

 

No, no era un acosador.

 

Está bien, puede que fuera un poco acosador…

 

¡Pero solo mírenlo! Dios santo, tenía motivos de sobra para amarle con locura y hacerle un altar –sin llegar al extremo de hacer una escultura con goma de mascar*- y hacerle un álbum de fotos con la variedad de facetas que poseía. Y sí, ese último sí que lo tenía, escondido bajo su cama, entre revistas porno y alguno que otro manga yaoi.

 

Todo en él le volvía loco, el sólo verle cada día era suficiente para que todo brillara, una sonrisa se formara en su rostro y no se enterara de nada en clase. ¡Pero no importaba! Siempre que pudiera verlo era más que suficiente, así que ¿quién se preocuparía de una o dos –o siete- materias suspendidas?

 

Él no, era obvio.

 

— Gaby. Oye, Gaby… ¡Gabriel, puta madre! —Fue el grito estridente que le regresó a la realidad.

 

Una realidad donde debía apartar sus ojos del objeto de sus deseos y enfocarlos en el humano que se hacía llamar su mejor amigo.

 

— Gabriel, ¿podrías, por favor, dejar de follártelo con la mirada y prestarme un poquito de atención? —Más que una suplica, parecía una orden.

 

—No —ignoró el estricto tono de voz de su amigo y regresó rápidamente su atención a aquel que seguía inmerso en su juego.

 

El chico rubio que estaba junto a él soltó un suspiro de frustración. Siempre era lo mismo, cada vez que la vista de halcón que poseía su amigo enfocaba al chico de cabellos negros, se podía dar por perdida cualquier comunicación que tratara de entablar. Pero esta vez no, tenía algo importante que contarle y sus hormonas no serían un impedimento.

 

— Gabriel, como no me prestes atención, ese álbum secreto que guardas entre tu porno saldrá a la luz ¿me comprendes? Así que gira tu pecoso rostro hacia mí y escúchame.

 

Los enormes y verdes ojos del aludido, ocultos tras unas enormes y horribles gafas de montura gruesa y negra, se giraron bruscamente hacia su amigo. El viento agitó levemente el cabello rojizo que se adivinaba bajo un gorro negro y una mueca de desagrado se instaló en sus facciones.

 

—Tienes cinco minutos —dijo de forma escueta y sin mucho interés.

 

—Esta noche hay una…

 

—No —fue la respuesta inmediata que obtuvo el rubio.

 

Sus ojos grises se cerraron de forma peligrosa y observó molesto a su amigo.

 

— No he terminado de…

 

—Ya sé qué dirás. Una reunión, alcohol, música a todo volumen. Mujeres, cigarros, sexo entre los rincones oscuros y chicos que no me interesan en lo más mínimo —respondió antes de que el otro continuara con su frase.

 

—¿Podrías, por favor, dejar de terminar las frases por mí? —refunfuñó indignado porque, a pesar de todo, el otro tenía razón.

 

—Olvídalo, sabes que nada de eso me gusta Alan, así que ni lo intentes.

 

El rubio bufó rendido, dando por perdida la plática. Cuando la atención de su amigo volvió allá fuera, lejos de él y todo lo que tenía que decir, recordó lo importante. A él tampoco le gustaban las fiestas, pero en la situación que se encontraba su amigo, eran medidas ya desesperadas las que estaba tomando para que hubiera algo –lo que fuera- entre ellos. Desde un “Hola, ¿qué tal?” hasta un “¿quieres follar?”.

 

Al principio le pareció muy divertido, aunque algo escalofriante, la forma en que su amigo hablaba de Miguel, la forma en que lo miraba y en que sabía exactamente el lugar donde se encontraba, qué hacía y con quién. Pero eso ya se estaba poniendo de miedo, Gabriel apenas y sabía que existían otras personas aparte del moreno –o él, aunque su atención era muy limitada- sus calificaciones se estaban yendo a pique y hasta su padre le había hablado para preguntarle, un tanto desesperado, qué era lo que ocurría.

 

Pues verá Señor, su hijo está enamorado… no, está obsesionado con otro tipo… Sí, sí, así como escuchó. Otro hombre, tiene hasta un álbum de él, remueva entre el porno y el yaoi bajo su cama y vera que ahí está. No deja de pensar en él todo el día y ni siquiera come por guardar el dinero y comprar rosas, cartas, dulces o chuches varios que perfuma con la fragancia que le regala usted en navidad o cumpleaños… Sí, esa tan cara, sólo para enviárselos y que huelan completamente a él. ¿Qué le parece?

 

¡Ya hubiera querido haberle dicho algo así! Pero no se sentía tan rastrero, Gabriel ni siquiera le había dicho a su familia que era gay, él no podía llegar y gritarlo a los cuatro vientos.

 

—Maldito Miguel, ¿quién más usa esa condenada fragancia que no te hace darte cuenta? —Pensó enfurruñado con el moreno, con Gabriel, con la vida y todo ser humano que le pasara por la mente.

 

Entonces recordó. Ese insignificante detalle que había olvidado por el enojo y la frustración que sentía. Sonrió internamente, el plan no podía fallarle con eso.

 

—Gabriel —llamó nuevamente su atención—. ¿Y si te digo que por ahí escuché que cierto morenazo de ojos azules, amante del fútbol y que responde al nombre de Miguel estará ahí, solito y sin pareja, esperando cazar a alguien? —Agregó con malicia, haciéndose el despistado y esquivando la mirada de absoluto interés que le dirigía su amigo—. Pero bueno, comprendo que esas cosas a ti no te importan así que…

 

— ¿Estará ahí? —Le interrumpió nuevamente.

 

Alan contuvo las ganas de formar una sonrisa de victoria. Por el amor de dios, ¿cómo era posible que fuera tan predecible? Puso su mejor cara de consternación e ignorando el hecho de que, otra vez, le había interrumpido, continuó.

 

—Eso he escuchado, nada seguro. Pero sabes para qué son esas fiestas. Alcohol, música y sexo —agregó como si fuera algo normal.

 

—Iré —puntualizó el pelirrojo, con sus enormes ojos brillantes de emoción.

 

¡Oh sí! Fue el pensamiento que invadió al rubio mientras trataba de aplacar su malévola sonrisa y simplemente sonreía tranquilo, como si no fuera gran cosa.

 

— Bien, a la salida iremos directos a tu casa y veremos qué se puede rescatar de ese armario tuyo lleno de ropa anticuada. Desde que saliste de él, parece que te empeñas en pasar más desapercibido de lo normal —gruñó molesto al recordar cuando su amigo le había dicho que era gay, lleno de pánico y reacciones exageradas.

 

Gabriel frunció el ceño, molesto por la absurda broma, pero no agregó más.

 

Ambos volvieron a lo suyo. Alan tomó el libro que había dejado de lado y continuó con su lectura, mientras el otro se daba cuenta, desilusionado, de que el partido había terminado y que ya nadie se encontraba en las canchas.

 

Sabía que se iba a arrepentir de ir a la dichosa fiesta. No tomaba, no fumaba, ni tenía sexo desenfrenado con nadie y, a pesar de todo, sabía que por más reuniones que hubieran y se topara con Miguel, jamás tendría el valor de acercarse y decirle lo mucho que le gustaba. Tenía en cuenta que a su amigo tampoco le gustaban las fiestas, seguro que sólo lo hacía para que pudiera encontrarse con Miguel

 

Estaba frustrado de verlo solamente de lejos y quedar ante todos –sólo Alan, en realidad- como un maniaco acosador obsesionado con el moreno. Le enviaba ciertos regalos que impregnaba con una fragancia que su padre le regalaba –y era un pelín cara- para que así el otro por lo menos conociera el sutil olor que siempre le rodeaba.

 

Sonaba algo enfermo, si lo pensaba claramente. ¡Pero no podía evitarlo! Conocía ciertos detalles del moreno que le habían hecho volverse completamente loco por él. Lejos de la escuela, los balones de fútbol y la gente famosa y guapa del lugar, era en realidad un adicto al anime, le gustaba leer Harry Potter y entendía a la perfección chistes de películas de Disney, ¡todo lo que a Gabriel le gustaba más que nada en el mundo! Era increíble pensar que alguien como Miguel podía tener ese tipo de gustos.

 

Mantenían vagas pláticas en algunos foros y no se llevaban del todo mal, pero la situación no avanzaba al ser él un cobarde que no hablaba claro y se atemorizaba cuando el otro trataba de profundizar la amistad con preguntas personales.

 

Suspiró abatido. ¿Qué podía hacer? No tenía valor, no con las pintas de friki que llevaba. Era casi un chiste el pensar querer estar con Miguel. Era la viva imagen que representaba lo friki con todas las letras y el otro era de los que se mantenían ocultos y fingían ser otra cosa. No lo culpaba, los estereotipos son poderosos y, de igual forma, no era como todos los demás. No presumía ni maltrataba a nadie, siempre sonreía amablemente y procuraba no ser selectivo con sus amistades.

 

¡Un encanto! Simplemente, un encanto que estaba buenísimo.

 

Sí, puede que muchos otros del equipo de fútbol tuvieran mejor cuerpo, pero para él, Miguel era el ser más perfecto que había tocado la tierra y no podía evitar que cada pensamiento estuviera impregnado de él, que sus ojos –o la lente de su cámara- lo encontraran en cualquier lugar, ni que cierta parte de su anatomía se alterara al tenerle cerca y aspirar un poco de su aroma varonil.

 

Daría lo que fuera por una noche entre sus brazos, una sola aunque fuera una fantasía y entonces, sólo entonces, quizás se creería capaz de menguar su obsesión.

 

Se hundió entre sus brazos y trató de dormir un rato, para así olvidar sus problemas. Por la puerta, el profesor daba los buenos días y, junto a él, Alan le observaba con una sonrisa casi predadora.

 

2

 

A la hora de salida, la misma rutina de todos los días se repetía frente a los ojos de los alumnos ya acostumbrados a esa escena. Un muy molesto Alan intentando que su mejor amigo Gabriel no se escapara a las gradas de la escuela y se quedara sentado horas mirando hacia ningún lado en particular. O eso creían muchos, pues sólo el rubio sabía cómo los enormes ojos verdes de su amigo no se alejarían del cuerpo de cierto moreno que estaba comenzando a odiar sin justificación alguna.

 

— ¡Gabriel! Por favor, necesito que cooperes un poquito conmigo.

 

—Sólo será un rato Al, por favor —suplicó el pelirrojo, intentando soltarse del firme agarre en su cintura.

 

— ¡No! Sé que ese “sólo será un rato” terminará siendo tres horas insufribles de suspiros y miradas soñadoras que me harán vomitar un arcoiris un día de estos.

 

— No seas exagerado. De verdad, sólo…

 

— ¿Sabes qué? Está bien, olvídalo. No sé ni para qué me esfuerzo.

 

Alan finalmente soltó la cintura de su amigo, lanzando un gruñido de exasperación mientras tomaba sus cosas del suelo, que habían caído mientras forcejeaba con su inquieto y poco cooperativo amigo.

 

Estaba jugando su última carta y esperaba de todo corazón que su amigo picara pues, de no ser así, realmente dejaría las cosas como estaban y que Gabriel se las arreglara como pudiera. No tenía ninguna necesidad de hacerle de celestina de nadie, y menos de uno que no estaba por la labor de mejorar la frustrante situación en la que vivía.

 

Por eso no volteó atrás para ver si el pelirrojo le seguía, simplemente caminó con toda la dignidad que le fue posible ante los ojos de los alumnos que aún no se acostumbraban ni entendían ese tipo de comportamiento, intentando que no se le notara la ansiedad en los ligeros temblores de sus manos.

 

Gabriel, por su parte, por fin alejó su atención del moreno y se enfocó en lo que sucedía en ese momento a su alrededor. Creyó, por un segundo, que Alan le estaba tendiendo una trampa. Sin embargo, sólo reaccionó cuando éste ya se encontraba alejado unos metros de la puerta de salida y se iba por el lado izquierdo, directo a su casa. Sólo ahí entendió que el rubio estaba verdaderamente molesto y que, conociéndole, no volvería a ayudarle ni aunque tuviera la oportunidad.

 

Tampoco estaba muy seguro de si seguiría hablándole después de todo ese alboroto.

 

Si había algo de lo que Gabriel era consciente era del poco empeño que últimamente le ponía a las cosas. La escuela, su familia o su vida, todo por estar inundado por los nada santos pensamientos con cierto moreno. Y no le importaba en absoluto. Pero había algo que no estaba dispuesto a sacrificar entre todas esas cosas y eso era a Alan.

 

Alan era la única persona que lo conocía bien, todos sus secretos, hasta el más intimo, como él también sabía todo del rubio. Básicamente nacieron pegados y desde entonces no se habían separado y si había algo que aterraba muchísimo a Gabriel, a parte de las fantasías en las que se le declaraba a Miguel y éste le mandaba a la mierda, era la sola idea de perder la amistad de Alan.

 

Por eso no perdió ni un segundo en tomar sus cosas y salir corriendo tras el rubio, que sólo quería ayudarle. Cosa que no creía que nadie más fuera a ofrecerle.

 

3

 

Alan estaba a punto de darse por vencido. Casi llegaba a la esquina de la calle, punto donde perdía de vista la escuela y continuaba con su camino a casa.

 

Pero la sonrisa de triunfo total que tuvo que esconder con mucho esfuerzo fue casi inmediata al sentir un tirón en la manga de su camisa.

 

Se giró lentamente para ver a un agitado Gabriel tras de él, sujetándolo con fuerza mientras intentaba recuperar un poco el aire perdido en la loca carrera que había dado al intentar alcanzarle.

 

El rubio se sentía muy satisfecho consigo mismo, él mejor que nadie conocía las debilidades de Gabriel y una de ellas era el chantaje emocional. Por un segundo su confianza se tambaleó, pues realmente el pelirrojo había tardado en reaccionar. Se alegraba de que al final cambiara de parecer y, gustosamente, vio como el chico que generalmente no se movía más de lo necesario, tuvo el impulso de correr hacia él.

 

Un año atrás eso le hubiera dado ciertas falsas esperanzas que estuvo albergando durante mucho tiempo. Aunque ahora era plenamente consciente de que las cosas entre los dos nunca se darían y, lo que era peor, nunca funcionarían.

 

Enamorarse de Gabriel fue tan natural como el siempre estar juntos. Pero era por ese simple motivo, por siempre estar juntos. Casi nunca se separaban, casi no hablaban con otros niños o algún pariente. Y creyó que las cosas podrían ser siempre así.

 

El primer beso de ambos, ese beso que compartieron escondidos en su habitación y con un nerviosismo que nunca había experimentado, fue una explosión de sensaciones que relacionó con el amor y todas esas cosas.

 

Sin embargo, con el tiempo y la experiencia se dio cuenta de que no era así. Conocieron gente, crecieron y Alan se dio cuenta de que Gabriel era su mejor amigo y nada más. Alegrándose de nunca haber cometido la imprudencia de declararse después de ese beso, porque no negaba que estuvo tentado a hacerlo, pero su miedo al rechazo le detuvo y ahora estaba ahí, viendo esos enormes ojos que aún le gustaban pero que no brillaban tan intensamente por él. Y eso estaba bien, porque los dos ya tenían a quien amar y si no ayudaba a su amigo ya, sentiría que traicionaba todos esos sentimientos pasados.

 

Suspiró nuevamente, calmando su sonrisa, sus pensamientos y sus ganas de golpear a cierto moreno estúpido que le sacaba de sus casillas.

 

—Lo siento Al, de verdad, por favor, no te enojes conmigo, sé que quieres ayudarme y yo soy un malagradecido. De verdad que lo siento, si es una molestia no me ayudes en esto pero de verdad no te enfades conmigo…

 

—Gaby, Gaby, oye —interrumpió el rubio entre todo la palabrería que soltaba el pelirrojo, abrazándole un poco para calmarle—. Tranquilo ¿sí? No estoy enfadado, no te alteres.

 

—Lo siento, de verdad prometo prestarte más atención, de verdad —susurró su amigo contra su pecho mientras le abrazaba.

 

Alan no pudo evitar una sonrisa burlona en sus labios, pues sabía que eso era una total mentira, pero apreciaba que se esforzara por él.

 

— No importa. Mejor vamos a tu casa que tenemos cosas que hacer ¿de acuerdo? —Dijo separándose de ese abrazo y sonriendo lo más natural posible.

 

— Sí.

 

4

 

— Dios santo Gabriel, por millonésima vez, ¡no! —Exclamó un exasperado rubio.

 

Llevaban casi dos horas intentando encontrar algo de ropa “decente” entre el embrollo que era el cuarto del pelirrojo. Pero parecía que lo único que tenía por vestimenta era ropa negra, playeras de videojuegos, pantalones de mezclilla muy desgastados o rotos y algunos parecían no haber tocado el agua en meses.

 

— No tengo otro tipo de ropa Alan, lo sabes mejor que nadie. Muchas de estas cosas me las has regalado tú.

 

— Lo sé, lo sé, y estoy comenzando a arrepentirme —masculló entre dientes, removiendo por allí y por allá—. Pero no es mi culpa que no laves seguido tu ropa, debes hacer algo al respecto.

 

Y por lo menos su amigo tuvo la decencia de sonrojarse por el comentario, comenzando a meter todo en una bolsa.

 

— Aprovechemos, pues, la ocasión para hacerlo de una vez.

 

— ¡Lo tengo, lo tengo! —Gritó de pronto el de ojos grises, con una enorme sonrisa en sus labios—. Eres un friki, eso todo el mundo lo sabe, entonces te vestiré como un friki con clase —dijo agitando un par de prendas frente a su rostro.

 

— Oh joder, no. Creí haberme deshecho de esa ropa.

 

— Menos mal que no. Es perfecto, muy de tu estilo pero sin parecer por completo un marginado social. Yo te lo regalé, no entiendo porqué no lo has usado nunca.

 

— ¿Por qué? ¿Quieres saber por qué? ¡Porque parece que lo compraste tres tallas menor de lo que soy! Esos pantalones son demasiado ajustados e incómodos en ciertos lugares. Y la sudadera es demasiado entallada.

 

— ¡Ese es el punto! Mostrar mejor el cuerpo. No seas exagerado, soy bueno con las medidas y sé que te queda bien. Por favor, confía en mí —intentó poner una cara tierna y suplicante, lo que parecía tener efecto ya que Gabriel le miraba con cara de derrota.

 

— Está bien, está bien. Pero yo elijo la playera ¿de acuerdo?

 

— ¡De acuerdo!

 

5

 

Tardaron otra media hora más en lo que Gabriel se decidía por alguna playera que le convenciera y al mismo tiempo arreglaba el desorden que habían provocado mientras sacaban y sacaban más ropa.

 

Al final terminó por elegir una playera negra con el dibujo de un conejo con sonrisa de sádico, con las cuencas de sus ojos vacías y sangrantes, mientras debajo se leía un “Ha-ha-ha” que parecía haber sido rayoneado con sangre.

 

— Debo admitir que te verás sexy —comentó el rubio, observando con aprobación el resultado final de su búsqueda.

 

— Sí, pantalones de mezclilla azul oscuro, playera negra, sudadera negra. Combinan con mi gorro negro, así que no tengo quejas.

 

— ¿Tu gorro… qué? No, no, no. Estás loco si crees que te dejaré ponerte tu estúpido gorrito. A esa fiesta iras con tu cabello al natural, yo me encargaré de dejarlo bien presentable —sentenció con una mirada que no admitía replicas.

 

— El que está loco eres tú. ¿Cómo crees que iré sin mi gorro? ¡Nunca!

 

— Por favor Gabriel, no naciste pegado a él, por una noche no te matará. Ya te dije que confíes en mí. Yo sé de lo que hablo cuando digo que NO llevarás el puñetero gorro, ¿de acuerdo? —dicho eso tomó la prenda de la discordia y se dispuso a retirarse con ella—. Vendré a las ocho para terminar de ayudarte con tu cabello. Te quiero bien vestido y bien perfumado para cuando venga. Llegaremos a la fiesta elegantemente tarde.

 

Y dicho eso, se marchó del lugar junto con el gorro, dejando a un shockeado Gabriel, que no atinó a reaccionar hasta minutos después de que escuchara la puerta de la casa cerrándose.

 

— Tengo un muy mal presentimiento de todo esto.

 

6

 

Puntual como el buen inglés que no era, Alan tocó al timbre de la casa del pelirrojo. Cuando éste abrió la puerta, ya embutido en la ropa y con una mueca incómoda en su rostro, Alan tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no comenzar a babear y plantearse violar a su amigo allí mismo.

 

Contrólate, contrólate, contrólate. Se repetía como un mantra en su cabeza. Si Miguel no era lo suficientemente espabilado para hacer algo con su amigo, no dudaba que la mitad de los presentes si que lo serían. Era algo bajo de estatura, pero al parecer le venía de familia. Cosas de duendes. Decía a veces en broma sólo para fastidiarle, aunque siempre recibía un buen golpe a cambio. Tenía el cabello pelirrojo y algo revuelto, pero que le daba un aire aniñado. Su rostro era blanco y plagado de pecas en las mejillas y parte de la nariz, con unos ojos enormes y verdes que se empeñaba en ocultar tras horrendas gafas que por una vez no llevaba puestas.

 

Alabadas sean las lentillas. Pensó para sí. Era delgado y con las ropas holgadas que siempre usaba parecía un poco desgarbado. Pero la ropa entallada le quedaba como un guante, mostrando curvas en los lugares indicados.

 

— Joder peque, si Miguel no te folla, seguro que yo y muchos más encantados lo hacemos —dijo sin poder controlar su lengua.

 

El sonrojo que invadió el rostro de su amigo le pareció delicioso y sólo logró que acentuara su malévola sonrisa.

 

— Cállate… sólo, cállate o juro que se lo diré a Isaac —amenazó su amigo sin verdadera convicción.

 

— Cariño, Isaac sería de los primeros en la fila para darte un buen repaso, créeme. Y yo encantado me uno.

 

— No puedo creer que digas eso de tu novio.

 

— Soy realista. Ahora intentemos hacer algo con tu cabello —dijo entrando por fin a la casa de su amigo.

 

Fueron directos a la habitación de Gabriel, donde Alan rebuscó entre los productos para el cabello que su amigo rara vez utilizaba.

 

Al final simplemente mojó un poco el cabello de su amigo, puso un poco de gel en sus manos e hizo que se lo echara por las puntas, alborotando un poco por el camino, dando un despeinado “casual”.

 

—Sí, definitivamente hoy mojas cariño.

 

—Cierra la puta boca —masculló Gabriel entre dientes, haciendo una pausa entre palabras para sonar un poco más amenazador.

 

Una vez terminaron, salieron de la casa, no sin antes despedirse del padre de su amigo y avisarle de que dormiría en casa de Alan, que quedaba unas casas más abajo.

 

— ¿Dónde es la dichosa fiesta?

 

—En casa de Isaac.

 

Isaac era el algo-así-como-novio de Alan. Era uno de los compañeros de equipo de Miguel. Era alto, pelirrojo, con unos ojos azules que volvían locos a quien los mirara.

 

—Tengo debilidad por los pelirrojos —suspiró el rubio en un susurro que su amigo nunca escuchó.

 

La verdad era que nunca había sentido gran interés por ese tipo. Al principio le pareció una buena forma de acercarse un poco a Miguel y luego acercar un poco a su amigo y, ya saben, quitarse de problemas. Pero a medio camino y sin saber muy bien cómo, terminó totalmente enamorado, de una forma que se sentía un poco tonta. Isaac era muy atento, divertido y sabía besar de maravilla. También era inteligente, se podía hablar de casi cualquier cosa con él a pesar de que era un vago de primera que se desinteresaba rápidamente de los estudios.

 

Habían llegado a cierto punto en el que Alan tuvo que confesarlo todo, desde la verdadera razón por la cual comenzó a tratar con él, la insana obsesión de su amigo, hasta el hecho de haber estado enamorado un tiempo de él. Y le gustó que, a pesar de parecer algo molesto al principio, tomara las cosas con calma y prometiera echarle una mano en el asunto.

 

No eran oficialmente novios, ya que ninguno de los dos había intentado decirlo con palabras, pero habían tenido varios encuentros subidos de tono y ninguno de los dos veía a otra persona, por lo cual el rubio consideraba que tenían algo. No sabía bien qué, pero algo había.

 

7

 

Eran casi las nueve cuando por fin llegaron al lugar de encuentro. La casa de Isaac no quedaba muy alejada de donde ellos vivían, por lo que cómodamente podían ir y venir caminando sin problema alguno.

 

El lugar estaba totalmente abarrotado de gente. Gabriel no se explicaba cómo tanta gente podía apretujarse en un lugar tan pequeño y hacer tanto ruido sin que alguno terminara con un ataque de histeria o algo por el estilo.

 

Se abrieron paso entre empujones y algunos insultos hasta llegar a una improvisada barra, donde alguien con tiempo libre o contratado quizás por el mismo Isaac preparaba decenas de bebidas a quien lo pidiera.

 

El joven pelirrojo se sentía agobiado. El aire estaba cargado por el olor inconfundible del tabaco, el sexo y, ni quería pensar en ello, marihuana. La música resonaba con tal fuerza que los cristales temblaban y crujían como amenaza de romperse pronto. Las personas bailaban y se rozaban de manera tan obscena y osada unos contra otros sin distinguir entre hombres y mujeres. Era tocar piel, sentirse piel, mostrar piel.

 

Nada de eso le gustaba. No se sentía cómodo. No tenían ni diez minutos cuando ya había sentido más de un roce indiscreto en el trasero y la entrepierna. Su rubio amigo había detenido a, por lo menos, media docena de personas, hombres y mujeres, que intentaban meterle mano por debajo de la ropa.

 

Se pegó todo lo que pudo a la barra, en un vago intento por protegerse aunque fuera un poco.

 

— ¿Cómo coño he dejado que arrastraras a este infierno? Joder, me han violado por lo menos nueve veces con sus manos —lloriqueó el pelirrojo al borde del pánico.

 

—Vamos, Gaby, y eso que no has contado a todos los que te han desnudado con la mirada desde que entramos —dijo con simpleza el rubio, poniéndose a su lado y susurrándole algo al que atendía la barra.

 

—Quiero irme, y quiero irme ya —dijo todo lo autoritario que podía sonar casi al borde de las lágrimas y con la voz temblorosa.

 

—Claro que no, ya hemos llegado hasta aquí y ha pasado lo peor. Tú sólo ponte atento por si ves a Miguel y luego ataca. Que todo este infierno valga para algo —le dijo muy cerca del oído debido al ruido.

 

Alan le pasó un vaso con un extraño líquido verde y de olor muy dulzón que le mareó por unos segundos y le produjo una terrible desconfianza.

 

—No tiene alcohol, confía un poco en mí peque. Te he traído aquí para solucionar todos tus problemas —volvió a susurrarle al oído, de forma que su siniestra sonrisa pasaba totalmente desapercibida para su inocente amigo.

 

Gabriel dio un largo sorbo, confiando en su amigo, mientras intentaba localizar a Miguel entre toda esa marea de gente. Se concentró tanto en lo que hacía, dejándose llevar por la suave embriaguez que de pronto dominaba su cuerpo que en ningún momento notó cómo otro pelirrojo, un poco más alto y fornido que él, raptaba a su amigo y le dejaba allí, totalmente solo y a merced de cientos de ojos que le miraban de forma lujuriosa.

 

La música comenzó a convertirse en un eco lejano. El humo de lo que fuera que estuvieran fumando se volvió como una bruma que todo lo envolvía. Sus sentidos poco a poco comenzaron a nublarse, adentrándolo en un sopor agradable.

 

—Hola —susurró una voz muy cerca de su oído.

 

Un chico con el cabello de un llamativo verde estaba a su lado, sonriendo con algo parecido a la coquetería y una de sus manos escurriéndose lentamente por su cintura.

 

—Hola —respondió algo confuso, intentando alejarse un poco de esa mano demasiado osada que de pronto le estrujaba una nalga.

 

Tensó todo su cuerpo en señal de alerta, despertando un poco de su sopor, pero aún algo atolondrado por el alcohol que seguramente tenía la bebida.

 

— ¿Por qué tan solo? —Volvió a susurrar el tipo a su lado, tratando de juntar más sus cuerpos, sin ceder un centímetro a los intentos del otro por alejarse.

 

— ¿Qué? —dijo confuso, hasta que se dio cuenta de que Alan ya no estaba ni remotamente cerca de él.

 

Joder. Pensó alarmado.

 

Continuó intentado alejarse del otro sin demasiado éxito. Le tenía firmemente sujeto por la cintura y sentía una extraña pesadez en sus brazos.

 

—Suéltame —dijo mientras daba un empujón lo suficientemente fuerte como para recuperar un poco de su espacio.

 

— ¿Por qué? Deja que te haga algo de compañía. Verás que te gusta —intensificó su agarre en la cintura, juntando tanto sus cuerpos como le fue posible y comenzando a pasear sus labios por el cuello de Gabriel.

 

—Joder, que no —gritó esta vez, empujando el rostro del otro lejos con una de sus manos y por fin logrando que le soltara.

 

Dio un par de pasos para poner algo más de espacio entre ellos, pero sus piernas le temblaban mucho y su cabeza comenzó a dar vueltas. Esa era la razón por la que no tomaba. Tenía cero tolerancia y se mareaba con asombrosa facilidad.

 

Se dio cuenta de que el otro sujeto parecía bastante molesto por sus negativas y tembló esta vez de temor por lo que se le ocurriera hacer. El lugar estaba abarrotado de gente, pero cada uno estaba muy entretenido en sus propios asuntos como para reparar en ellos y lo que estaba pasando.

 

Cerró los ojos con fuerza y se encogió un poco en el lugar donde estaba, esperando lo peor. Pero cuando pasó un largo rato y no pasaba nada, abrió sus ojos con lentitud. Casi le da una taquicardia cuando vio que Miguel parecía reñir enardecidamente al otro chico y este se alejaba con algo de temor.

 

Ahora sí que estoy alucinando. Pensó cuando vio que el moreno se acercaba hasta él y le decía algo. La verdad no escuchaba una mierda por todo el ruido que había, pero el sólo ver el movimiento de sus labios fue más que suficiente para dejarle totalmente absorto.

 

El más alto parecía algo pasado de copas y tenía la ropa un tanto desaliñada. Una punzada de celos le atravesó de forma dolorosa al mismo tiempo que unas terribles nauseas. Cerró nuevamente los ojos y se llevó una mano a la boca, impidiendo el solo impulso de querer devolver todo lo que había ingerido en el día.

 

Tan concentrado estaba en esa acción que no se dio cuenta cuando un brazo tiraba de él hasta llevarle al segundo piso de la casa, donde todo estaba más tranquilo, y le llevaba al baño.

 

8

 

El agua fría sobre su cabeza se sintió como el mejor bálsamo para la resaca, llevándose al desagüe todo el malestar que hasta ese momento sentía. Los celos, el alcohol y el tóxico humo que inundaba toda la casa.

 

Miguel imitaba sus acciones en la ducha, dejando que el agua bañara por completo su cabeza y suspirando con algo de satisfacción. Parecía totalmente ebrio. Sostenerse de las paredes parecía la única forma de evitar que se desplomara en el suelo por lo mucho que le temblaban las piernas.

 

Tenía el oscuro presentimiento de que algo habían echado en su bebida y cuando iba de camino al baño, se topó con la incómoda escena de acoso de ese joven pelirrojo. Algo más fuerte que él le obligó a ayudarle. Había algo que se le escapaba en todo eso pero el mundo daba tantas vueltas que no sabía con exactitud qué.

 

— ¿Estás bien? —Preguntó Gabriel, intentando que su voz sonara firme.

 

Aunque poco importaba teniendo en cuenta que el otro no parecía muy espabilado de momento.

 

—Sí —susurró el moreno mientras cerraba el agua de la ducha y se sentaba en el inodoro, tratando de que todo dejara de girar para poner en orden sus pensamientos.

 

Un jadeo casi imperceptible se escapó por los labios del pelirrojo. Cientos de gotas de agua fría se deslizaban por el cuello de Miguel, que estaba algo rojo por las horas que pasaba bajo el sol jugando. Para sus ojos era algo imposible despegarse de esas cristalinas gotas deslizándose de forma tan sensual por esa piel que se le antojaba morder, lamer o succionar. Pero fue peor enfocar su vista en el rostro de Miguel, que tenía los ojos cerrados, con los labios entre abiertos y respirando de una forma un tanto irregular. Era casi como una tentadora invitación a que le hiciera cosas, muchas cosas.

 

No pudo evitar el impulso que se apoderó de él y una de sus manos terminó en el aire, anhelando tocar esa piel y fundirse con ella. Uno de sus dedos por fin logró deslizarse por el camino húmedo que dejó una de las gotas que caían por ese oscuro cabello, sintiendo una corriente eléctrica pasar desde su dedo hasta el resto de su cuerpo. Mordió con fuerza sus labios porque sabía que de lo contrario dejaría escapar un gemido muy delatador. Sin embargo, el que soltó un jadeo casi suplicante fue el moreno, que cerró sus ojos con más fuerzas al sentir la caricia.

 

—A la mierda —se dijo por fin.

 

No tenía ningún motivo para desaprovechar esa oportunidad. Básicamente ese día no era él mismo. Tenía el cabello rojo al aire, sin un gorro que lo escondiera por ser una maraña imposible de controlar. Tenía puesta ropa que dudaba que fuera capaz de volver a vestir en una situación normal. Había reemplazado sus lentes por esas incómodas lentillas que dejaban al descubierto sus odiosos y enormes ojos verdes.

 

Nadie tenía porqué saberlo ni porqué enterarse. Esa noche no era nadie en particular y Miguel no tenía que enterarse. Era lo que había pedido ¿no? Una noche en sus brazos. Aunque fuera en un baño ajeno y con el moreno prácticamente drogado. Pero era una oportunidad casi servida en bandeja de plata y él no era ningún imbécil que fuera a desaprovecharla por más rastrero que se estuviera sintiendo.

 

No quiero pensar. Se dijo mientras unía sus labios con los del moreno en un beso tan necesitado que hasta dolía. No quiero pensar en lo mal que está esto, por favor, haz que deje de pensar. Siguió suplicando al tiempo que se sentaba en las piernas de Miguel y abrazaba su cuello con urgencia.

 

Se sintió totalmente complacido cuando los fuertes brazos del otro rodearon su cuerpo juntándolos en un abrazo algo asfixiante mientras invadía con su lengua la boca ajena.

 

Las manos de los dos iban y venían entre sus cuerpos, explorando bajo la ropa y acariciando con una urgencia casi enloquecedora.

 

Separaron sus labios para respirar un poco, acción que el moreno aprovecho para hundir su rostro en el cuello del pelirrojo, aspirando ese aroma tan asfixiante que se le hacía vagamente familiar. Sus manos se introdujeron por la playera del cuerpo sobre el suyo, llegando hasta los pequeños pezones que estrujó con cierta saña.

 

Algo en su cerebro quería darle una especie de advertencia, como si hubiera algo en todo eso que debiera tener su especial atención. Pero esas manos que comenzaban a colarse por su entrepierna, bajando el cierre de su pantalón y apretando en los lugares indicados le impedían pensar con total claridad.

 

No me importa. Pensó al tiempo que volvía a unir su boca con esos labios rojos y tentadores y hundía su lengua totalmente en esa cueva húmeda que le estaba enloqueciendo. No me importa. Volvió a pensar y se abandonó totalmente a las sensaciones cuando sintió que su miembro duro y caliente se unía a otro y comenzaban a masturbarles juntos.

 

Las manos de Gabriel eran algo pequeñas para abarcar las dos erecciones juntas, por lo que tenía que utilizar las dos para mantenerlas unidas y comenzar un sube y baja tan delicioso que si no fuera por ese beso profundo estaría gimiendo enloquecido. Sentía cómo las manos del moreno le apresaban del trasero, obligándolo a mantenerlos lo más juntos que le fuera posible, impidiendo que sus labios o sus miembros se separaran. Como si fuera posible que deseara separarse de su cuerpo.

 

Dejaron de besarse por unos segundos para poder respirar. Miguel mantenía los ojos entreabiertos, mirando esa piel blanca y llena de pecas en el rostro de ese hermoso pelirrojo de enormes ojos verdes nublados de placer. La sola imagen le daba punzadas de placer en su miembro, que goteaba de toda la excitación que jamás pensó llegar a sentir.

 

Gabriel, por su parte, se sentía desfallecer al ver esos ojos azules por fin concentrados totalmente en su persona. Por primera vez le estaba viendo a él y sólo a él y sentía que era suficiente para toda una vida.

 

Los dos terminaron en un escandaloso jadeo que murió en sus bocas cuando volvieron a besarse con más ímpetu. Sentían la humedad del agua con la que anteriormente se habían intentado despejar los dos mezclada con su saliva, en ese beso tan doloroso que por un segundo tuvo regusto a sangre. Pero sus lenguas se negaban a separase mientras continuaban corriéndose entre sus manos.

 

Continuaron besándose a pesar de que el sopor del orgasmo comenzaba a abandonarlos. Ya no con tanta fuerza pero sí con la misma pasión.

 

Cuando por fin lograron separarse un poco, Gabriel se dio cuenta de que el moreno estaba a punto de quedarse dormido. Besó una última vez sus labios antes de levantarse de su cuerpo e intentar arreglarse un poco. Miguel hizo sólo un vago intento por retenerle más tiempo sobre él, pero cayó semiinconsciente al segundo después.

 

El pelirrojo se arregló como pudo, intentando borrar las evidencias de su cuerpo y su ropa. Antes de salir hizo lo mismo con Miguel y, una última vez, dejó un suave beso sobre sus labios.

 

—Te quiero Miguel —dijo sobre sus labios y luego salió del baño.

 

9

 

Alan podría sentirse casi culpable de haber abandonado a Gabriel en la barra, pero Isaac le había dicho que eventualmente algo pasaría y que no debía estar todo el tiempo sobre el pelirrojo como si fuera su madre.

 

Pero la verdad era es que se sentía muy preocupado por lo que pudiera pasar ahí dentro si no le vigilaba de forma adecuada. Así que no importaba lo mucho que estuviera esforzándose el otro pelirrojo por besarle y tratar de llegar un poco más lejos con el rubio, este parecía ido en sus pensamientos y se detenía cada tanto para ver si había algún indicio de que su amigo estuviera en problemas.

 

—No le va a pasar nada Alan —volvió a repetir el pelirrojo.

 

—Pero no es muy tolerante al alcohol. Alguien puede aprovecharse de eso.

 

—Tú mismo has dicho que no crees que él se deje hacer algo por mucho que el alcohol le haga tener náuseas. Deja de preocuparte.

 

— ¿Y si no encuentra a Miguel? Quizás por mucho alcohol que alguien le dé no tenga el valor de hacer algo. O quizás caiga inconsciente en algún momento y alguien se aproveche. Creo que esto no ha sido muy buena idea al final Isaac.

 

—Mira, Alan —dijo desistiendo por fin en sus intentos por distraer al rubio, soltándole algo enfadado y mirando directamente su rostro—. No tienes porqué estar cuidando todo el tiempo de él. No eres su madre, eres su amigo y él puede cuidarse perfectamente solo.

 

—Lo sé, pero yo lo metí en este embrollo que ni siquiera sé si realmente dará resultado.

 

—Lo que seguramente no sabes es si realmente quieres que dé resultado, Alan —resopló el pelirrojo con amargura.

 

— ¿Qué dijiste?

 

—Me escuchaste perfectamente. Si no querías llevar a cabo todo esto, lo más sencillo que podrías haber hecho era emborracharlo hasta la inconsciencia y follártelo tú en algún rincón.

 

— ¿Qué? ¡Nunca he tenido esa intención! ¿Por qué…?

 

—No soy idiota, Alan —interrumpió el de ojos azules, con un tono totalmente colérico—. ¿Crees que no sé cómo lo ves? Cómo lo tratas o todo lo que haces por él. Por mucho que digas que eso fue hace mucho tiempo, lo cierto es que seguramente quieres desvirgarlo antes de que alguien más lo haga.

 

El sonido del golpe hizo un eco aterrador en el silencio de la noche que les rodeaba. Los dos se habían escabullido un poco más allá del jardín trasero de la casa, donde el ruido de la música y la gente no les molestaban.

 

Isaac llevó una de sus manos hasta su mejilla izquierda, donde al día siguiente sin duda quedaría la marca del puño del rubio.

 

Alan se incorporó de su asiento en un silencio mucho más aterrador que si hubiera comenzado a reprocharle algo y comenzó a caminar directo a la casa, sin voltear en ningún momento a mirar al sorprendido pelirrojo.

 

—No vuelvas a hablarme —sentenció con una voz fría y distante el rubio. Reteniendo cualquier sentimiento que se quisiera deslizarse por sus mejillas.

 

—Alan… —susurró Isaac. Pero el rubio ni se detuvo ni le dirigió una última mirada antes de volver a entrar en la ruidosa casa.

 

10

 

Gabriel y Alan se encontraron al pie de la escalera, por donde el pelirrojo iba bajando y el rubio iba directo a la salida.

 

— ¿Nos podemos ir? —preguntó el rubio con una voz algo estrangulada que hizo que Gabriel olvidara un poco la euforia que corría por su cuerpo.

 

— ¿Estás bien? —preguntó pero no obtuvo respuesta.

 

Los dos caminaron en silencio hasta la salida y recibieron el aire frío de la noche.

 

El camino hasta la casa del rubio fue en completo silencio. Gabriel se moría por comenzar a parlotear sobre todo lo que había pasado, pero parecía no ser el lugar ni el momento adecuado, por lo que se limitó a caminar en silencio y rememorar cada caricia, cada beso y suspirar como un idiota enamorado.

 

Llegaron a la casa que se mantenía a oscuras, pues seguramente todos ya estaban dormidos. Intentaron no hacer más ruido del necesario mientras entraban y se encaminaban hasta la habitación de Alan, donde los dos se cambiaron de ropa en la oscuridad, pues el de ojos grises había dejado su pijama y el que solía prestarle a Gabriel sobre la cama.

 

Cuando por fin estuvieron dentro de la cama, pues no tenían reparos en dormir juntos ya que la cama era lo suficientemente grande para ambos, Gabriel esperó pacientemente para ver si su amigo decía algo o le preguntaba.

 

— ¿Cómo te fue? —preguntó por fin el rubio, dándole la espalda.

 

—Bien, no creas que olvidaré lo del alcohol, pero al final Miguel vino a mí borracho o drogado a más no poder y terminamos morreándonos y toqueteándonos en el baño del segundo piso.

 

—Qué fino eres —dijo con un resoplido indignado por el vocabulario de su amigo.

 

— ¿Qué ha pasado Alan? —Volvió a preguntar Gabriel, adivinando las lágrimas que caían por sus ojos y que no quería mostrarle—. ¿Ha sido Isaac verdad? ¿Qué ha hecho? —se arrastró como pudo hasta estar muy pegado al cuerpo de su amigo abrazándole por la espalda a modo de consuelo.

 

Alan negó con la cabeza sin decir nada más y se giró para enterrar su rostro en el pecho del otro.

 

—Es un idiota, es todo —susurró como pudo evitando hipar—. Pero puede que sea también mi culpa por ser igual de idiota.

 

— ¿Te ha puesto los cuernos? ¿Es eso? Puedo pegarle por ti, ¡sabes que sí! Soy pequeño pero peligroso, ya sabes.

 

—Claro que no, tonto —rió con algo de esfuerzo intentando dejar de llorar.

 

Gabriel acarició suavemente su cabeza, sin saber qué más decir. Tenía la ligera sospecha de que podía ser por su culpa.

 

— ¿Fue mi culpa Alan? ¿Lo fue?

 

No era ningún tonto. Por mucho que Alan nunca se lo hubiera dicho, sabía que en algún momento el rubio estuvo enamorado de él o algo así. Pero siempre evitó el tema para no ponerse en una situación incómoda. Para él, Alan era ese hermano que nunca tuvo, el confidente al que todo le podía decir. Le conocía mejor que nadie y supo ver las señales que ignoró de la mejor forma posible al nunca poder corresponder esos sentimientos. Cuando Isaac apareció en escena se sintió culpablemente mejor al ver que Alan centraba su atención en alguien más que no fuera él. Pero también sabía que su amigo le cuidaba más de la cuenta y ahí estaba, pagando las consecuencias.

 

—Lo siento, lo siento —volvió a susurrar antes de que le respondiera.

 

—No fue tu culpa —fue lo último que dijo Alan antes de aferrarse más a él y quedarse dormido.

 

Lo fuera o no se sentía bastante culpable al haber tenido la mejor noche de su vida mientras su mejor amigo tenía le peor. Parecía que para los dos todo había terminado. Esperaba poder centrarse un poco más después de esa noche.

 

Todo había sido genial. Pero no estaba muy seguro de cuánto recordaría el moreno o si le haría gracia que alguien le metiera mano en el estado en el que se encontraba. Por lo menos ahora tenía el mejor recuerdo de su vida, aunque no llegaran a consumar todo por completo.

 

Esperaba que de verdad fuera suficiente.

 

Después de soltar un último suspiro resignado y acariciar un poco la cabeza de Alan, se quedó dormido.

Notas finales:

*Tonta insinuación al altar de Helga Pataki y su insana obsesión por Arnold.

Me iba a quejar de algo pero ya no recuerdo de qué era... Debería comenzar a hacerlo de mi mala memoria.

Pero bueno, intentaré improvisar porque odio dejar esto muy solito.

Emmmm....

Nah, no se me ocurre absoutamente nada. Ultimamente estoy MUY aburrida. Quién sabe porqué. Será por mi nula vida social. Debería salir y conocer el mundo...

(?)

Y dejar de hablar sola también.

¿Alguien quiere hablar conmigo? ¿No? ¿Nadie? *cricricri*

Está bien u_ú

Comentarios, quejas, declaraciones de amor, dinero, chocolates. ¡Todo lo quiero! (?)


Continuara..... algún día :B


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