Basura.
Probablemente me llegó la hora de aceptar.
Este desierto es solitario, siempre lo ha sido y no representa para mí ningún problema, vagar por él es lo mismo que hacer lo en la más grande y bulliciosa ciudad, estás solo. En el desierto no hay nadie y en la ciudad aunque los haya nadie te mira, a nadie le preocupas. Ah la ciudad y el desierto son lo mismo.
Sin embargo ahora se siente más frío, más desolador. Mis ojos ya no le encontraran y mi riatsu ya no chocará con el suyo. Dedo decir, debo aceptar… Sigo vivo.
Puedo decir que hombres importantes en mi vida tal vez solo dos. Uno, ese estúpido shinigami de pelo naranja, Kurosaki Ichigo ¡Dios que molesto! Como me gustaría retorcer su cuello lentamente hasta dejarlo sin respiración, pero constituye una diversión muy practica para mí, quiero pelear, y él también, tan simple como eso.
El segundo, es él por supuesto. Siempre con esa mirada anodina y despreciativa, con esa postura recta y perfecta, modulando el tono de su voz y humillándome constantemente. Para él yo era una nulidad, un ser vacio con pies que anda por gracia de Aizen. Nunca quiso pelear conmigo y aquello me irritaba, sin embargo, al mismo tiempo que lo odiaba, por ser un entero contrario a mí, no podía dejar de pensar en él.
Como una sombra se apostaba en mi cerebro y la profundidad de sus ojos que todo lo ven me carcomían por dentro, un segundo le basto para ver en mi interior y sentenciar con voz monotonal lo que era para él.
“Basura”
Y no pude cambiar su opinión jamás. Que esté muerto debería hacerme feliz pero no lo hace. Mi existencia se convirtió en una carga para mí mismo, hasta que los vi.
Era esa mujer que él tanto cuido y dio su vida con tal de retenerla en este desierto. Era ella y sus estúpidos amigos, estaban siendo atacados por una cosa rara. Defenderlos en realidad no era mi objetivo, habría disfrutado ver como los mataban, como esa mujer era masacrada, quería que su piel dejara su color y sus ojos perdieran su brillo.
Pero acabe defendiéndola. ¿Qué habría hecho él? Definitivamente la habría salvado, porque aunque no lo aceptase, él la amaba, llegó a un punto en esa relación retorcida, que llevaban que comenzó a sentir amor por ella; no pudo vencer a Kurosaki porque perdió su naturaleza como hollow, amó y eso le dio un corazón.
Dejó de ser un ser vacio en un desierto vacio. Le tengo envidia, esa es la verdad. Que puedo decir amo pelear con Kurosaki pero también deseo pelear con él, aunque ya nunca lo veré. Tal vez de todas formas no habría podido derrotarlo, yo también amaba pero era aun peor, porque lo amaba a él. Tengo envidia no de él, de ella.
Y sé que él no amo en vano. Cuando me calme y prometí no lastimarlos, ni a ella ni a sus amigos el grandote y el del sombrero, se acercó a mí. Su voz dulce y trémula hirió mis oídos. Me hablo de él, sin dejar espacio para el rencor o el miedo, habló y habló sentada a mi lado, mirando la arena bajo sus pies.
Nunca dijo algo malo de él, todas eran sencillas y lindas palabras. No se podía decir que él hubiera sido el hombre que la capturo y llevó lejos de sus amigos, parecía más bien el romántico cuento de un amor prohibido colapsándose por una guerra estúpida que, aunque los hizo conocerse también los alejó irremediablemente.
Yo no dije nada y probablemente en otro momento la habría callado duramente, pero sus palabras realmente lo revivían, lo retrataban frente a mis ojos, dándole forma, una consistencia casi real. Tan desesperadamente real que me levanté furioso.
-¡No hables de él!-le dije dándole la espalda-Si tanto lo amabas hubieras hecho algo por él cuando pudiste.
De pronto un silencio, después su voz quebrada.
-¿amarlo?-dijo y me di la vuelta para mirarla, de sus ojos de deslizaban silenciosas, grandes y dolorosas lagrimas- amarlo…
Y su llanto se hizo imparable, sus amigos se acercaron preguntándole que tenía, pero ella no tenía palabras.
Estúpida mujer, pensé, no te habías dado cuenta que lo amabas. Vaya. No puedo culparla, yo tampoco me di cuenta a tiempo. La miró y veo en ella las lágrimas que yo no puedo derramar, la dejo amarlo en libertar porque el amor que él quería es el de esa jovencita destrozada.
Tienes razón, Ulquiorra, soy basura, ella también. Un par de Basuras rodando en la inmensidad de nuestro desierto propio, no tenemos a donde ir, no tenemos a quien amar. Ella no volverá a ver a su amigo Kurosaki como antes y yo tengo un motivo más para pelear con él.
Basura que se muerde el corazón.