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Atentamente Michy por Jonathan-Lovec

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Notas del fanfic:

Bueno, esta historia ya tenia un año en mis archivos, pero se fue modificando y tomó forma. Debo decir que "El psicoanalista" de John Katzenbach me fue una gran inspiracion. 

Los personajes como la historia misma es completamente de mi autoria. Y también la estoy publicando como "Pycho.Killer" en MY. 

Notas del capitulo:

Espero les guste y dejen sus comentarios. 

Prologo.

Sobre el escritorio de madera, debajo de algunos cuantos lápices de colores y plumas estaba un dibujo a carbón, los trazos eran firmes e iban cobrando fuerza al avance. Era el boceto de la joven asesinada, el motivo de que estuviese allí la policía y el FBI.

Uno de los forenses la tomó con las manos enguantadas en látex y llamó al detective de inmediato. Tyson, que en ese momento estaba hablando con la compañera de casa que había encontrado a la víctima al llegar de su acostumbrada ida al parque, le pidió un momento amablemente y fue hasta el forense.

-          He encontrado esto. Mire el reverso.- le indicó al tiempo en que le daba vuelta. Tyson entrecerró los ojos, su ceño se había fruncido y no estaba seguro a lo que comenzaban a enfrentarse.

14-01-12

18:00 P.M

VE LO QUE ELLA VE.

ATENTAMENTE MICHY.

Los flashes de las cámaras hicieron zumbar sus oídos.             

Habían encontrado a la joven de dieciséis años sobre la mesa. Su cuerpo estaba recostado de lado, con una pierna flexionada, un brazo debajo de su cabeza y el otro extendido hasta salir de la superficie. Le faltaba la lengua y su cabello pelirrojo estaba cortado a tijerazos. Estaba completamente desnuda y presentaba marcas de resistencia en las muñecas. Su rostro era una mueca de horror sucia por su propia sangre y sus ojos estaban apagados y observaban directamente al techo.

-          Ve lo que ella ve.- susurró para sí. Apresurándose a salir de la habitación para ir hasta el comedor. Miró a los ojos de la chica y luego hasta el techo, pero allí no había nada. - ¿Quién tiene una lámpara de luz fluorescente? – preguntó alzando la voz, uno de los forenses se apresuró en proporcionarle una sin hacer preguntas –apaguen las luces- exclamó,  a quien estuviese más cerca y él apuntó la luz hacia donde los ojos opacos del cadáver vieron por última vez.

DESDE HOY EMPIEZAS A JUGAR.

EL DETECTIVE TYSON EL ROMPECABEZAS A DE ARMAR,

O DE LO CONTRARIO UNA PERSONA CERCANA MORIRÁ.

TAL VEZ SI MIRA DONDE TODOS VEN,

 ALGO IMPORTANTE PUEDA SABER.

 

Capitulo 1. El inicio del juego.

No hubo huellas dactilares, muestras de ADN de algún cabello o sangre del asesino; tampoco un trozo de ropa, el arma asesina y mucho menos testigos. Habían intentado conseguir algo del ordenador de la chica pero el disco duro estaba completamente borrado. Tyson supo que aquel seria un juego interesante, típico y rápido como los que acostumbraban en su trabajo. Pero cuando leyó aquella amenaza en el techo, supo que quien lo hubiese escrito había disfrutado bastante, quizá hubiese previsto su reacción de disgusto y adrenalina mezcladas; porque a fin de cuentas Tyson trabajaba de detective porque gozaba de ese juego, de la sagacidad que pocas veces mostraban los asesinos y que les duraba tan poco tiempo. Posiblemente volvería a actuar en una semana, y entonces podrían armarse más claramente un perfil.

Los agentes habían llevado a un grupo de posibles sospechosos, jóvenes de su mismo curso que odiaban a esa chica, y que, aunque sorprendidos, no ocultaban su interna satisfacción de que a una chica como Jessica P. Williams le ocurriese tal crueldad. Había una que lucía bastante divertida con que hubiesen encontrado su cuerpo desnudo encima de la mesa. Tyson capturó una broma, que incluso a él le provocó cierta gracia, aunque sabía que no debía comportarse así. “Debió haberlo disfrutado, era una prostituta”.

El detective advirtió a los agentes que ninguno de los chicos sería el asesino. Debía ser alguien que supiese que él estaría en el caso. Varón, de entre dieciocho a veinticinco años.

Tyson supo que quien fuese el asesino, buscaba retrasar su búsqueda. La víctima era una joven de preparatoria, si, pero la amenaza estaba dirigida a él. Y todos se cuestionaban el porqué. Para ojos de sus compañeros el detective lucía impávido, incluso emocionado por aquellas palabras. Pero lo cierto era que el tercer verso le había causado un malestar en el estomago, y se había contenido para no llamar enseguida a sus hijos. Se sintió vigilado en aquella casa, no sólo por los forenses y los policías; se trataba de alguien exterior. Alguien que debía verificar que el juego iniciase.

Habían buscado ocultar a la prensa la información, pero de algún u otro modo había terminado en una columna del periódico. Tanto los agentes como Tyson sabían que tal como lucia el perfil del asesino eso sólo aumentaría su ego, pues parecía buscar el protagonismo, sembrar el temor tanto en el tipo de chicas similares a Jessica P. Williams, como en el detective.

Tyson despertó a las cinco de la mañana. No necesitó de la alarma de su reloj ni del sonido de la cafetera que ya le tenía el café caliente, como cada día. Era viernes, el frio se percibía queriendo entrar por la ventana de la recamara, pero Tyson no la miró, estaba con la vista al techo, aunque en realidad los pensamientos no le dejaban verlo. Recordó aquella amenaza en la escena del crimen de hace exactamente un año. Pensó en que había sido un buen toque del asesino y que con ello le había hecho estar a la vigilia en cada paso durante esos 365 días. Había marcado por teléfono a su hija cada noche, aun si era de madrugada. Su constancia era tan extraña que su ex – esposa, Madeleine, preguntaba si existía algún motivo o si de repente sus celos de padre le habían pegado dada la edad de su hija y que tenía a bastantes chicos haciendo fila por ella. Tyson le había seguido a lo segundo, sabiendo que lo creería dado su carácter. Intentó hacer lo mismo respecto a Daniel, pero, después de su última discusión era difícil que le cogiese el teléfono. Había dejado varios mensajes y solamente el diez por ciento de ellos los había contestado. Se sorprendió de lo tajante que podía llegar a ser cuando se lo proponía, no lo recordaba así a los diez años.

Tyson buscaba calmar a sus temores internos no queriendo que a Alannah, Daniel o a su antiguo amor de los treinta les ocurriera algo por culpa de su trabajo. Ya había sido una de las causas de su fracaso matrimonial y el motivo de la poca relación que tenia con su hijo.   

Se sentía bastante despierto, como si esperase a que algo importante diera comienzo, pero no había nada; no había un gato que fuera a subirse a la cama maullando pidiendo que le llenase su plato de comida, ni tampoco un pajarillo en la ventana piando al ver la luz del sol ir abriéndose paso. No había alguien llamándole en la cocina, diciendo que el desayuno estaba listo, y por supuesto no lo iba a haber en mucho tiempo. Pensó en las mujeres y en los hombres con los que se había relacionado los últimos tres meses. Estaba Marco, un joven apuesto que había conocido en un bar a un par de cuadras del edificio y que por algún motivo le había parecido interesante; era inteligente, un poco “extravagante” diría Tyson, aunque entendía que fuese más normal en la actualidad ser tan directo y locuaz como lo era el joven. Años atrás no hubiese reparado en relacionarse íntimamente con un hombre, pero tras el divorcio se había aventurado a experimentar otros parámetros y extrañamente le habían satisfecho. Solía encontrarse con él un par de días a la semana. No se trataba de algo muy estable, aunque Tyson notaba que el chico sí que lo buscaba. No intentaba ni siquiera explicarle el imperturbable curso de la vida; él le cambiaria por un hombre más joven, más acertado a su frenesí por el sexo y la ida a los pubs. Lo cierto era que Tyson tenía un gusto por su actitud arrebatada y su juventud.                    

A veces llegaba a sentirse inquieto e interiormente incomodo al estar frente a él. Se preguntaba si su interés en un hombre como él era sólo por su trabajo –del que hablaba muy poco-, el hecho de sentirse protegido o el poder alardear de ello con sus amigos o compañeros de la universidad. Terminó pensando en su hijo, preguntándose si es que había hecho bien al alejarse de él después de aquella discusión un año atrás al irles a visitar a Staunton, Virginia. Sabía que no podía cambiar lo que habían hecho y que era preferible dejar que las cosas siguieran su curso, porque al final Daniel pasaría por el mismo ciclo imperturbable que Marco.                                        

Dejó sus pensamientos atrás para levantarse de la cama. Llevaba puesta una camisa gris desgastada y la ropa interior de color azul oscuro. Caminó descalzo; el suelo se mantenía templado debido a la calefacción. Corrió las cortinas para que la luz no entrara y fue hasta la cocina. Había una taza navideña sobre la barra, su hija se la había regalado el invierno pasado cuando le visitó. Estaba sucia así que la enjuagó sin más y vertió en la misma el café, le puso dos terrones de azúcar y lo probó aun caliente. No sabía cuánto tiempo había permanecido sobre la cama, calculaba que unos veinte minutos; aun le quedaba tiempo para darse una ducha rápida y llegar a la oficina para las siete debido al tráfico. Fue hasta la sala y encendió el televisor de plasma; lo había comprado más que nada para cuando Alannah le visitaba, ya que él no solía verla, salvo dejarla encendida mientras hacía otras cosas. Verificó en él la hora y asintió internamente dado que había adivinado: veinte minutos. No la apagó, prefirió un poco de sonido entre su silencio, aunque se tratara de un reality show.

Llevaba la taza de café a la mitad y la dejó de camino al baño sobre uno de los muebles. Su piso era muy sencillo: una cocina mediana con barra americana y un par de banquillos y lo indispensable para hacer comida. Su refrigerador siempre estaba repleto al igual que la alacena, pero pocas veces preparaba algo; prefería llamar por comida china o pizza. La sala tenía una bonita alfombra color vino y cuadraba con los sillones caqui. Al centro había una mesa de roble repleta de algunos  libros, mayoritariamente de documentos de investigaciones privadas que había efectuado hacía unas semanas atrás. En una de las paredes había un cuadro de un paisaje, y la televisión se ubicaba encima de un mueble color caoba que ya necesitaba desempolvarse. Tyson lo había anotado mentalmente como cada mañana, pero dudaba que fuese a ocurrir al menos que tuviese más tiempo.

Una de las habitaciones era su dormitorio: una cama matrimonial al centro, tocador de madera al frente y un gran armario a la izquierda. La ventana se encontraba a la derecha y cubría toda la pared; estaban detrás de las cortinas color café que casi rozaban el suelo. Tyson pocas veces dejaba que la luz entrara abiertamente por ellas, pero por la noche su costumbre se modificaba. La otra habitación era más que nada su estudio; un librero abarcaba toda la pared, repleto, pero bastante limpio y ordenado. Cubrían títulos desde Medicina Forense, hasta Clasificación del Crimen y Psicopatología. Un par de cajas etiquetadas estaban sobrepuestas en una esquina y había un gran y viejo escritorio de madera, ahora estaba rayado y la pintura sucia por el tiempo. Encima un moderno ordenador, una impresora con escáner y al costado un archivador mediano y viejo que tenía llave. Nunca había sido un hombre de gustos extravagantes. Prefería ser desgarbado y tener un ambiente sencillo y reservado; los libros le añadían ese toque inteligente y audaz que le agradaba tanto.

La ducha fue rápida. Se enredó la toalla alrededor de la cintura y cepilló sus dientes para luego comenzar a afeitarse; hacía dos días que no lo hacía y comenzaba a rasparle. Tyson era un hombre que a sus cuarenta y dos aun se mantenía en forma. Iba al gimnasio tres días a la semana, y de vez en cuando corría en un parque cercano, así los músculos de su cuerpo se mantenían fuertes a pesar de los años.                                                                                                                              Se lavó la cara y se secó con una toalla pequeña en el corto camino del cuarto de baño hasta su recamara. Revisó la hora nuevamente, ahora en su reloj de mano que siempre dejaba en la mesilla de noche. Eran cinco para las seis. Se apresuró en vestirse: unos jeans oscuros, una camisa azul y una corbata de un tono más fuerte. Tyson prefería dejarse las corbatas para eventos importantes o ceremonias, pero en su trabajo tenía que ser un poco más formal.                         Se calzó y abrió el cajón del buró que se ubicaba al lado derecho de su cama, sacó una pistola automática, comprobando el peso de la misma cargada antes de enfundarla. Antes de salir le echó un vistazo a la habitación para ver si no se le olvidaba nada. Fue hasta el baño entonces y se arregló un poco el cabello, lo llevaba corto y le puso un poco de gomina. El reality show al parecer ya había acabado y ahora se oía un programa de música muy ruidosa para su gusto. Se apresuró a apagarla mientras se ponía el reloj en la mano izquierda y tomó las llaves del departamento que se hallaban sobre la pequeña mesa céntrica.

Se apresuró para no retrasarse y se sintió extrañado al ver un sobre color negro en la puerta. No recordaba que estuviese allí cuando se despertó. Se puso el saco negro y la gabardina que colgaban del perchero para luego levantar el sobre. Le dio la vuelta para ver quién era el remitente, pero solamente se leía mecanografiado en una hoja de calcomanía “DETECTIVE BROGETH” en la parte superior. Enarcó una ceja y abrió la puerta para ver por los pasillos si es que había alguien, pero estaban solitarios a esa hora del día. La cerró nuevamente y regresó a la sala, se sentó en el sofá de una plaza y leyó una vez más su cargo.

Se detuvo a pensar quién se lo habría enviado. Quizá su oficina había dado sus datos a un cliente y éste se había inclinado al anonimato, aunque Tyson había dejado claro que no quería que ocurriese tal cosa, puesto que prefería que los mismos no supieran dónde residía.

Abrió el sobre y extrajo cuatro hojas. Todo estaba mecanografiado. Comenzó a leer la primera de ellas:

Debe estarse preguntando quién soy, detective Brogeth. Solamente hace falta retroceder un año atrás en esta misma fecha.

Tyson se detuvo. Los labios se habían entreabierto ante la confusión y la sorpresa. Se preguntó cómo había dado con su dirección y cuál era el motivo de aquella carta. Pudo haberse atemorizado pero en su lugar sintió interés por él. Le pareció que buscaba el protagonismo que con anterioridad le habían dado en los periódicos y qué mejor que en el aniversario de su crimen. “Un completo psicópata” pensó Tyson, volviendo la vista a las palabras, leyendo con cuidado y sacando conclusiones con demasiada antelación.           

Soy el motivo de sus preguntas y su confusión.    

Soy la sombra de su pasado y la sombra que opacará su futuro.

Verá, detective. Durante los últimos años eh vigilado cada uno de sus pasos, y, debo decir que creí seria más interesante. Contaba con que me resultaría más complicado conocerle. Alguien como usted debería ser más cuidadoso y menos predecible ¿tiene idea de lo sencillo que me resultaría poner cianuro en su cafetera? Que está lista para usted cada mañana con excepción del domingo. Pero no me parece nada satisfactorio una muerte por asfixia.

Sabe, está muy anclado en su monotonía atípica: a las cinco en punto está despierto, debe estar saliendo del departamento pocos minutos después de las seis y para las siete en punto ya está estacionado en la oficina. Conozco su manía por saber en todo momento la hora; siempre tan puntual, detective.

El interés laboral por el psicópata se extinguió al repasar aquellas palabras. Se sintió invadido. Alzó la mirada instintivamente hacia donde se ubicaba la cocina; había estado allí. No solamente conocía su actitud y sus costumbres, sino el ambiente en el que se movía. Tuvo el impulso de ir y tirar el café por el lavabo, pero se contuvo y siguió donde lo había dejado.

Solamente el trabajo le hace diferir sus días, en cambio, la pequeña Alannah, vaya, es como una oruga en su capullo: ansiosa por eclosionar. ¿Teme a ello, detective?                                               

Pero no se equivoque adelantándose a los hechos. La finalidad de esta carta reside exclusivamente en usted, no en su ex-esposa Madeleine Lowell, en Daniel que se encuentra tan distanciado o en su querida hija, a la que llama cada noche sin excepción  antes de irse a la cama. Dígame ¿la ah imaginado sobre la mesa, ocupando el lugar de Jessica P. Williams?

Tyson pudo oír su propio corazón acelerado. Su temperatura había aumentado, podía sentirlo en la nuca y su rostro, así como el sudor en sus axilas y su espalda. La rabia de aquella amenaza le había hecho arrugar la hoja de donde la sostenía, y tenía las mandíbulas fuertemente marcadas. Se preguntó qué imbécil quería tocarle los cojones invadiendo su vida. Divirtiéndose al imaginar cómo es que reaccionaria al leer su amenaza. Tyson se obligó a acabar de leer la carta antes de romperla de la furia contenida.

Verá, usted destruyó mi vida, estoy seguro que no sabrá cuándo y mucho menos cómo, porque no tiene idea de quién soy. Deseo verle muerto, quizá con sus intestinos colgando, tal vez dárselos de comer a los cerdos mientras observa con uno de sus ojos porque el otro ya lo eh sacado de la cuenca con un tenedor. Que le parece ¿mutilado? No, detective Brogeth. Tengo un juego para usted, una oportunidad de demostrarme si es que puede abandonar sus ambiciones e intereses propios para salvar a alguien inocente.                                                                                                        De hoy en más seguirá una a una mis instrucciones. Durante las próximas semanas llegarán a usted pistas significativas; puede, desde luego, dejar de lado esta carta y olvidarse de todo lo que eh dicho, pero le aseguro, detective, que no lo hará.                      

Seremos solamente usted y yo.  

                                                                                                        No busque que sus compañeros del FBI le auxilien.  No me haga demostrarle que soy capaz de cumplir sus miedos por ser arrogante, incrédulo y orgulloso. Claro que si lo prefiere puedo ir directamente hasta una de sus bellas damas o al joven ¿podría cargar con eso, detective? ¿Soportar el insomnio provocado por la imagen de uno de ellos sufriendo?

Las pistas llegarán a usted. Cuando tenga la respuesta a las incógnitas que planteo en ella debe mandar un mensaje a la estación de radio 1877 wradio1 a la  hora predestinada, yo me comunicaré con usted haciéndole saber si ah tenido o no suerte en su partida.

1 juego.

1 culpable.

2 jugadores.

8 víctimas.

El juego ya comenzó.

Atentamente: MICHY

 

Tyson lanzó las hojas al aire, llevándose las manos a la cabeza. Era un hombre rara vez imperturbable, pero aquello podía con él.

Sus hijos estaban en su mente, así como el recuerdo de su ex-esposa años atrás cuando aun la amaba, pero su cariño hacia ella aun permanecía. El amor por Alannah y Daniel no lo dejaban enfocarse. Sabía que no debía aceptar jugar a aquello, pero también era consciente que no tenía opción.

Tyson golpeó la pared, el dolor no le vino encima como habría esperado, pues estaba inmerso en su propia irracionabilidad y rabia. Atrapado. Acorralado. Prisionero. Sujeto. Inmovilizado. Tyson tenía bastantes sinónimos para expresar cómo se sentía en ese momento, pensó en que claramente no habían puesto cianuro en su café, pero de igual forma comenzaba a asfixiarse psicológicamente.                                                                                                                                       Había estado en ese juego desde el año pasado sin saberlo. Aquella nota en el techo de la escena del crimen no había sido una amenaza, sino una advertencia. El psicópata debía estarse riendo de él; conocía sus temores, sabía que aquella nota le había puesto a la defensiva y a la vigilia en cuanto a sus hijos, pero se había olvidado de él mismo.

Quiso disparar a algo múltiples veces. Pensó en que era un cobarde muy inteligente. Por supuesto, no parecía que tuviera planeado una visita frente a frente, primero debía divertirse a costa suya. Tyson impactó el puño de nuevo, apoyó la frente en la pared y cerró un momento los ojos. Alannah, Daniel y Madeleine, pensó una y otra vez, recordando la última ocasión en que había visto a su hija; el cabello lo llevaba hasta los hombros, castaño igual que siempre y un poco ondulado. Y la ultima buena charla con Daniel que se había extendido hasta el amanecer, ambos en el cobertizo. Respiró intentando sosegarse. No se trataba de un secuestro, mas el detective sentía que su hija estaba en algún almacén abandonado, maniatada y amordazada. Apartó las mil y un formas crueles en las que podría acabar a manos de ese psicópata si él se resistía a ceder.

Tyson estaba furioso. La impotencia le había albergado completamente. Cuando abrió los ojos miró hacia la ventana de la sala; no dudó un segundo en ir y correr las cortinas. Él le debía de vigilar desde alguno de los departamentos del piso de al lado, pero no le buscaría en ese momento. Primero debía asegurarse que no había cámaras o micrófonos. Se quitó la gabardina y el saco, se olvidó de que tenía que estar en la oficina a las siete y empezó a buscar detrás de cada objeto, cada cuadro y cada libro. Vio debajo de la cama y bajo el colchón; incluso movió las cobijas y desesperado regresó a su estudio. Revisó las cajas apiladas, estaban cerradas, tal y como él las tenia, pero no se fiaba y fue hasta la cocina por un cuchillo; volvió y las abrió, revisó que no faltara nada en ellas. Todo estaba en orden, a como podía verlo entre su descontrol. Buscó en el baño, en la gaveta y detrás del refrigerador, revisó bajo los sillones y si había dejado o llevado algo de uno de los cajones de sus muebles, pero nuevamente no encontró nada.

Se desplomó en el sofá de dos plazas, sofocado y respirando como si acabase de correr un maratón. Tenía la camisa ya sudada, y aunque había apagado la calefacción no percibía el frio. Exhaló escandalosamente, frotándose el tabique nasal. Veía venir el dolor de cabeza, quizá la agudeza de la migraña.

-          Imbécil- soltó a la estancia. No le solucionaría sus repentinos problemas pero lograba apaciguarlo un poco.

Tyson nunca fue un hombre de conflictos. Quizá en su adolescencia había tenido malos momentos y en su niñez unos peores que había bloqueado de su cabeza; pero nada era como eso. Nada había llegado a su vida sin anunciarse. Invadiéndole. La carta amenazadora le había prácticamente golpeado en la mandíbula y dejado noqueado. Inhaló profundamente y se encogió un poco al frente, reparó en una de las cuatro hojas de la carta. Estaba sobre el montón de documentos en la mesa. La recogió y comenzó a leerla, solamente para rectificarse de lo amenazante que resultaba el remitente. Eran los datos de Madeleine. Todo mecanografiado. Desde su nacimiento, los lugares en donde había vivido hasta su ahora residencia con Aaron Dylan Cooper en Staunton, Virginia. El teléfono de casa, el celular, cada uno de sus gustos personales y el horario de sus actividades diarias. Tyson la conocía bien como saber que era cierto. El psicópata sabía tanto de ella como si fuese su vecino. Esta idea le cruzó la mente pero sabía que no necesitaba de aquello, que podía simplemente seguirla a una distancia prudente, incluso conversar para conocerla mejor. Esto llevó a Tyson a resoplar como un animal enjaulado. Dejó la necrológica de su ex–esposa a un lado y buscó con la vista la tercera y cuarta hoja. Se puso de pie y tomó también la primera. Tal y como lo esperaba era información de Daniel y Alannah. Quería matar a golpes a ese hombre – si es que podía llamarle así-.

Volvió a leer la primera hoja; le culpaba de haberle destruido la vida. Tyson recordó varios de sus casos con el FBI en los que no habían podido salvar a los hijos o a los padres. No sabía en cuál de las dos columnas ubicar a su psicópata, pero lo que si sabía era que él no le tendería ninguna pista de quién era, porque en la carta solamente mencionaba el juego y éste consistía en que debía demostrar que era capaz de salvar a alguien inocente a costa de cualquier cosa. De ese modo quizá influiría en la decisión final del psicópata: dejarlo vivir o matarlo.

Quizá Tyson no había tenido directamente la culpa del pasado del psicópata, pero podría ser el catalizador que lo hizo desenvolverse de esa manera. En la mente de él debía considerarle el único culpable y como tal deseaba la venganza.

Leyó más de tres veces cada una de las hojas, como si pudiesen decirle algo. Incluso había encendido uno de los focos y las había puesto a contra luz, pero allí solamente estaba lo que Michy quería que supiera.

Ocho víctimas ¿Cuánto tiempo debían jugar? ¿Dos semanas? ¿Tres? ¿Un mes? Era muy posible que el FBI le llamara. Él intuía la brutalidad con que asesinaría, pero no pensaba dejarlo fácil. Si cedía a sus reglas intentaría ganarle, aunque sabía que sus oportunidades se reducían a lo que él decidiera.

Notas finales:

¿Comentarios? Me gustaria saber su opinion :) me será de gran ayuda. 


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