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Tras las Rejas por Bloody Pain

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Notas del capitulo:

Aigoooo este es mi segundo lemon >.< Espero sus opiniones sinceras para poder mejorar como escritora, después de todo soy muy novata en el tema xd

 

Ojalá les guste de igual manera XDDD

{EunHae} Tras las Rejas

 

One, two, three… go!

 

—¡Mh! —gime él por lo bajo al tiempo que le embisto con más fuerza.

Su espalda choca con mi pecho, su trasero contra la base de mi miembro y mis testículos; sus manos aprietan las mías mientras se sostiene contra la áspera pared. Pero no estamos solos. Acerco mi boca a su oído y jadeo con más ganas, sintiéndome cerca del orgasmo.

—Hae… —susurro excitado. Muerdo su lóbulo y me corro, dejando que mi semen escurra por sus piernas, sintiendo las contracciones de sus músculos dándome a entender que también se vino.

Salgo de su interior y le giro, devorando esa deliciosa boca que sólo me pertenece a mí… porque nadie sabe quién asesinó al de la celda de enfrente por chantajearnos e intentar follarse a mi Donghae. Él es sólo mío.

Nos vestimos rápido antes de que pase el guardia en turno. Él se mete en su cama, yo hago lo mismo yendo a la mía. Efectivamente, dos minutos después, pasa el vigilante y alumbra cada celda con su linterna, luego se retira y lo único importante para nosotros en ese momento es mirarnos a pesar de la oscuridad. Saber que él intenta encontrarme en la penumbra y yo hago lo mismo.

¿Y cómo llegamos a esta situación? Porque él así lo quiso. Porque él me dio las señales. Porque en esta pocilga lo único que vale la pena es el poco de reconfortante sexo que tenemos cada que nos es posible.

 

Lo nuestro comenzó hace un año aproximadamente, cuando me enteré de que un tal Lee Donghae sería mi nuevo compañero de celda. Estábamos en la cárcel más segura de toda Asia, hecha para asesinos, ladrones y mafiosos como él y yo, aunque nuestros destinos se hubieran cruzado por primera vez ese horrible martes 15 de octubre, tan caluroso como el mismo infierno, cuando él puso un pie dentro de nuestra ahora celda.

Su mirada engañaba, como si fuera un error que alguien como él estuviera entre los presos más peligrosos del continente. No tardamos mucho en descubrir que no era ningún error: su mente ocultaba un aberrante masoquismo, descontrol y un horrible pasado que yo decidí no volver a imaginar, sólo para olvidarme de eso que hizo. Porque ni yo hubiese podido con aquello, ni yo ni ninguno de los que había conocido en mi vida como convicto.

No nos hablábamos, él socializaba con los presos de los que apenas conozco sus apodos: Yesung y Kangin. No sé qué han hecho y no me importa; si no hacían parte de mi círculo social desde un inicio, no lo harían jamás.

En esta cárcel, como en cualquier otra, manteníamos –aún lo hacemos– un código entre los convictos: como no había mujeres más que las gordas y pestilentes cocineras, a muchos no nos importaba tener sexo entre nosotros mismos. ¿Cuál era el código para saber quién estaba dispuesto a que le dieran duro y quién no? Los que andaban por ahí con los pantalones medio bajados, mostrando un poco de su ropa interior, era marica. Así, cuando se conseguía el momento apropiado, el interesado iba y tenían relaciones.

Regresando a Donghae  él no era de los que hacía eso. Su ropa la mantenía en su lugar y sólo socializaba con otros presos distintos a esos dos cuando se trataba de hacer deporte en el patio de la prisión todos los días, a las cuatro de la tarde hasta las seis, cuando nos enviaban a las duchas y nos daban tiempo hasta las seis con treinta.

Sin embargo, luego de dos meses encerrados en la misma jaula comencé a ver raros comportamientos en Donghae. Debía admitir que lamentaba que no mostrara su ropa interior porque me provocaban esos castaños cabellos, sus ojos marrones y esa boca rosada que escondía seguramente una salvaje lengua. Me ponía cuando nos desnudábamos en las duchas y dejaba a la vista su atlético cuerpo, con músculos aquí y allí. También su enorme pene. Y, como si fuera un juego de mi depravada mente, una mañana mientras ingresaban a un nuevo en otra celda, él se pegó a las barandas de la nuestra para ver mejor la escena. Yo estaba sentado en mi cama componiendo rap, como era mi costumbre, y observé desde atrás que su jean se bajó levemente y se veía el borde de un intenso calzoncillo rojo.   

Me aclaré la garganta fuertemente, tratando de creérmelo. Él se giró para verme. Esa fue la segunda vez que nos hablamos –la primera fue cuando nos presentamos, comentando qué habíamos hecho para llegar hasta aquí–.

—¿Qué ocurre? —preguntó con sus ojos aparentemente inocentes, su voz juvenil y su rostro tan… Era increíble que fuese malo, quien lo conociera me entendería.

—Tus… tus pantalones. Si los sigues llevando así alguno abusará de ti —respondí. Donghae giró su torso un poco para tratar de verse él mismo su trasero, confirmando lo que le dije. Soltó un “ah” y se los subió de nuevo. Caminó hasta su cama, se sentó y se quedó mirándome.

—¿Qué haces? —dijo, curioso ante lo que yo estaba escribiendo.

—Compongo un poco de rap. No soy tan bueno pero mata el tiempo —concluí viéndole con una media sonrisa. Su mirada dejó ver todavía más curiosidad, así que suspiré y le pasé avergonzado mi cuaderno—. Esa se llama Gulliver. —Inmediatamente empezó a leer la letra.

—¿Super Junior? —cuestionó en un tono de burla—. ¿Qué clase de nombre es ese? —Me sentí ofendido. Imbécil, pero me tragué el enojo y le hablé.

—Cuando estábamos en la mafia teníamos un grupo con el que traficábamos. Como éramos todos jóvenes, solíamos pasar el tiempo componiendo y presentándonos. Por supuesto, usábamos esos medios para nuestro otro trabajito, tú entenderás —aclaré. Él asintió—, pero antes de terminar con nuestra tarea se presentaron inconvenientes, ya sabes: contratiempos. Entonces terminé aquí y los demás se escaparon  —escupí enojado. ¡Odiaba recordarlo! Sin embargo, corrupto y todo yo seguía siendo joven y humano, así que no podía negar que amaba el rap, el baile y esos viejos tiempos con ellos.

—Me gusta —respondió mirando hacia el cuaderno.

Esa mañana se tornó más interesante cuando me pidió que le mostrara el ritmo y después cuando intentó cantarlo él. Descubrí entonces que tenía muy buena voz y que había encontrado a alguien en este sitio que compartiera esos gustos conmigo.

—¡Señoritas, a almorzar! —gritó el guardia en turno. Lo conocíamos como Cho Kyuhyun. Joven, alto y medio relleno medio flacuchento; nos trataba como si fuésemos animales. Por eso nos agradaba. Además, solía infiltrar mensajes que nos enviaban desde fuera o también los llevaba, sin ir más allá para no meterse en problemas con la justicia o verse muy obvio.

Sacamos las manos por las rejillas y nos puso las esposas, inmediatamente fue abriendo cada celda para que saliéramos. Afuera nos esperaban otro puñado de guardias.

—Hyuk, a que no me la crees —susurró Sungmin desde atrás. Se acercó por el lado izquierdo y Donghae permanecía por el derecho. El castaño se sorprendió al vernos juntos, yo no supe qué hacer, era molesto que ese chico se pegara a mí de la nada, pero preferí evadir el tema porque me atraía.  

—¿Ahora qué, Sungmin? —pregunté fingiendo interés. Él era uno de los que solía llevar los pantalones medio abajo, pero dejó de hacerlo cuando Yunho lo violó en los baños. Aun así no dejaba de ser gay.

—Anoche me follé al guardia —susurró entre emocionado y excitado. Me pareció más un gemido.

—¿A Cho?

—El mismo. Bueno, él me folló. Dios, no me la termino de creer. —El pobre Sungmin hablaba de lo sexy que le parecía él y de cuántas veces intentó sugerírsele, pero de cómo fallaba en cada intento. Y había que admitirlo: no era nada feo, viejo o desagradable como el resto que nos vigilaban. ¿Y qué hacía allí? Nunca me molesté en saber por qué alguien tan joven, atractivo y aparentemente inteligente –aunque nunca hablé con él– trabajaba como centinela de una peligrosa prisión.

Mientras llegábamos hasta el comedor Donghae permaneció en silencio y se escuchaba el bullicio de los presos, además de los guardias imponiendo orden. Una vez allí él se fue en busca de Kangin y Yesung y yo me quedé con Min, esperando que el resto llegara.

 

 

Cuando volvimos a nuestras celdas, esperando a que fuesen las cuatro de la tarde, volví a verla: su ropa interior. Me daban unas enormes ganas de preguntarle si quería que se lo follaran, pero preferí guardar silencio y dejar que exhibiera un poco de su redondo trasero, hasta que a las cuatro pareció percatarse de ello y subió sus pantalones.

—¿Juegas un rato? —preguntó mientras salíamos.

—No, gracias —respondí. No quería hacer ejercicio con esos horrendos calores.

—Comprendo —suscitó con una sonrisa y un tono extraño—. No sabes jugar y temes avergonzarte frete a los que te respetan. Está bien, no importa —culminó adelantándome. Me sentí ofendido, ¿quién se creía él pasa subestimarme así? Lo tomé de la muñeca, obligándole a detenerse.

—Te arrepentirás.

Llegamos al patio y los guardias nos quitaron las esposas. Kyuhyun se encargó de retirar las de Sungmin y le susurró algo que no alcancé a entender, pero imaginé qué sería cuando vi la enorme sonrisa que se formó en sus labios. Suspiré y tomé un balón de básquet, mi equipo contra el suyo: Yesung, Kangin y Donghae contra Sungmin, Junsu y yo.

—¿Y qué vamos a apostar? —preguntó Kangin bajo el arco que les correspondía.

—¿Qué quieren apostar? —cuestionó Sungmin haciendo un puchero. Si no fuese porque sabía artes marciales y era evidentemente peligroso, cualquiera lo golpearía por comportarse adorable en una prisión.

—Escuché que alguien está pagando por la cabeza de un preso —respondió Yesung con una mirada retadora—. Sin embargo, el nombre sólo corre en boca de algunos, por ejemplo ustedes. Nosotros tenemos el punto ciego de las cámaras. El perdedor revela la respuesta. —Parecía muy buena apuesta. Aceptamos y empezamos a jugar.

Jugamos hasta las seis y nos faltó tiempo. Quedamos tres a cuatro, pero un segundo más y hubiésemos quedado empatados. Ganó nuestro equipo.

Nos dirigimos a  las duchas más tranquilos, el plazo que teníamos para revelar una información era de tres días, así que en algún momento ellos nos lo dirían.

Mi ducha y la de Donghae quedaban al fondo, entre las últimas, y allí era donde siempre me deleitaba con el cuerpo de él. Se quitó la camiseta, el pantalón (que cuando miré otra vez lo tenía abajo) y finalmente el rojo calzoncillo. Mierda. Le di la espalda para que no viera lo mucho que me puse, ¡cómo deseaba ese cuerpo! Abrimos el grifo y empezamos a ducharnos junto al resto de  los presos. Los más desvergonzados aprovechaban para tocarse un poco, debido a la falta de sexo. Otros molestaban y algunos, bien puestos en su sitio, ignoraban aquello y seguían con su vida. Después de todo la homosexualidad en Asia era un tema complicado de tratar.

—¿Quién es el muerto que vale? —preguntó él curioso.

—No ganaste el juego —respondí indignado. ¿Acaso no entendía las reglas o qué?

—Vamos, dime, sólo tengo curiosidad… —Suspiré pesadamente. Sólo porque me atraía, sólo porque su aparente inocencia pero su verdadera maldad me encantaban, sólo porque su cuerpo desnudo estaba a centímetros del mío; sólo porque su cálido aliento chocó contra mi nuca.

Miré mi erección: ya no estaba. Respiré con más fuerza aún y me giré, encontrándome con esos ojos cafés disfrazados de ingenuidad y candidez. Cerré los ojos y tragué en seco. Me acerqué más a su cuerpo para susurrarle en su oído el nombre, para que nadie escuchara y para que el dinero por ese trabajo no se perdiera en manos que no me agradaban:

—Kim hyun joong —dije con un fino hilo de voz. Dudé que me hubiese llegado a escuchar, pero antes de abrir mis ojos y preguntarle hundió su cabeza en el espacio que había entre mi cuello y mi hombro. Su boca rozó mi lóbulo y mis piernas temblaron, tenía unas ganas de…

—¿Piensas hacer el mandado? —susurró con un tono de voz parecido al que yo usé antes. Entonces comprendí que tampoco quería que nos escucharan. Algunos presos se alejaron llenos de repulsión, otros tantos empezaron a reírse sin escrúpulos, llenos de morbo.

—No —respondí oliendo esos lisos cabellos. A pesar del agua me encantaba el aroma sutil que provenía de su cabellera.

—¿Él lo sabe?, ¿sabe que lo quieren matar? —volvió a cuestionar.

—Sí. —Se silenció y se reincorporó, mirándome de frente con una sonrisa. Entonces noté cuán infantil era y lo mucho que me sorprendía con cada cosa nueva que aprendía de él.

—Seamos amigos —pidió. ¿Amigos? ¿Qué clase de propuesta era esa? Mi erección volvió a hacerse notar, yo rogué por que él no bajara la vista y me pillara. ¡Yo no quería ser su amigo! ¡Quería ser más! Sin embargo, como un idiota  impactado, asentí sin saber qué decir.

Desde entonces me di cuenta de que en este cruel mundo, en este horrendo aposento, se podía encontrar amor. Así fuese una insignificante pizca, un diminuto pedacito de eso, mi corazón lo tomó y lo hizo por culpa de Donghae. Cuando hablábamos, cuando la cercanía entre los dos se fue haciendo más grande y notoria. Cuando como un niño me comentaba estupideces sobre fantasmas que deambulan por la prisión mientras dormíamos o extraterrestres que estudian nuestros comportamientos desde algún lugar del universo. Todo eso, esas tonterías que jamás pensé encontrar en un asesino de tan horrido actuar cuando se enfadaba, todo eso consiguió que cada día me volviera más loco; que él me fascinara más. Sus sonrisas pícaras y el cómo se tensaba cuando me veía hablar con Sungmin o alguien que no fuese él. Fantaseé muchas veces con que aquello fueran celos, deseando que me correspondiera. Y me sentía tan estúpido cuando me daba cuenta del tipo de humano en que me convertí.

Una tarde a mitad de verano, cuando sólo quería estar tirado el día entero intentando no mover un solo músculo para evitar transpirar más de lo que ya lo hacía, una agradable propuesta llegó a mis oídos. En ese momento todos estábamos en nuestro tiempo libre.

—¿Vamos a ducharnos? Me desespera tanto calor —sugirió Donghae sentándose junto a mí. Aquellas palabras me parecieron de dioses.

Me reincorporé con una gran sonrisa y le seguí hasta las duchas. Y juro que sólo por esa vez donde mi cuerpo pedía un poquito de frescura, mi mente no pensó en Donghae desnudo o en que, de nuevo, tenía sus pantalones un poco abajo.

Al llegar descubrimos que había más convictos bañándose pero del otro lado de las duchas. En ese pasillo sólo estábamos él y yo. Nos desnudamos y abrimos el grifo del agua, bendito líquido refrescante.

—Ah… —suspiré aliviado. Mi cuerpo dejaba tanta calentura atrás y sentía cómo me revitalizaba de nuevo.

—Genial, ¿verdad? —comentó viéndome sonriente. Para entonces yo ya pensaba sobriamente sobre nuestra situación, sabía que era mi oportunidad.

—Demasiado para creérmelo —dije con doble intención—. Por cierto —agregué—, me gustaría preguntarte algo. —Sus ojos indicaron confusión, fue la primera vez que sentí ternura.

—Dime.

—¿Por qué cuando estamos en la celda o cuando hay pocos presos… muestras tu ropa interior, y mientras estamos rodeados por todos te los subes? ¿No debería ser al revés? —cuestioné yendo directo al punto. Le estaba insinuando que él buscaba sexo y en su rostro no vi nada de descontento ante aquello.

—Porque sólo me interesa que lo noten algunos. —Mierda. Mi sangre comenzó a hervir y sentí unos insoportables deseos de saltarle encima y hacerle de todo, ¡de todo! Maldita sea, ¿algunos? ¿Quiénes eran algunos? Me valió poco preguntarlo y escuchar su respuesta antes de moverme. Caminé a paso lento pero firme hacia él y le acorralé contra la pared, recargando mis manos en esta. Él dejó escapar una tímida sonrisa.

¿Tímida?

—¿Exactamente quiénes son esos algunos? —susurré acercándome a su boca. Iba a follármelo y ni el fin del mundo lo iba a evitar. Mío, mío, mío…

—Algunos… como Eunhyuk —respondió posando sus manos sobre mi pecho, justo en mis pectorales.

Con mi mano izquierda atrapé su derecha y entonces le besé. Rápido, deseoso, ardiente… Él no dudó en corresponderme y aumentó el ritmo, ingresando su lengua a mi boca, tocando la mía de una forma más que sugerente. Sí que era salvaje. Sí que me gustaba.

Solté su mano y bajé la mía por su cuerpo, sintiendo esos duros pezones, sus abdominales, su ombligo y entonces… soltó un fuerte suspiró entre el beso cuando atrapé entre mis dedos su miembro que empezaba a despertar. Apreté un poco el glande, excitándole más. Él movió sus caderas para adelante y para atrás, haciendo que su pene se deslizara por mi mano una y otra vez, endureciéndose más a cada segundo.

Abandoné sus labios y su hombría. Empecé a besarle el cuello, dejando notorias marcas de chupetones ahí. Bajé hasta su pecho y mordí uno de sus pezones pellizcando con mi mano el otro; él soltó un suave gemido. Bajé  probando cada pedacito de piel que me encontraba en el camino hasta alcanzar su miembro. Le miré con una sonrisa, él me tenía clavada la vista y sus manos se enredaron en mi cabello.

—Trágatela —ordenó viéndome con deseo. Amén a sus palabras.

Abrí mi boca todo lo que pude y, lentamente, comencé a ingresar ese delicioso falo en mi boca. Era tan sabroso que no se comparaba a nada, ni siquiera a Sungmin cuando tenía sexo con él. Donghae suspiraba con la respiración agitada, pero para su desdicha iba chupándole lentamente. El castaño se cansó de ello y me empujó la cabeza, atragantándome con toda la extensión de su miembro. Gustoso empecé a meterlo y sacarlo de mi boca, primero lento y apretujándolo con fuerza, escuchando su excitada voz. Comencé a masturbarme al mismo ritmo. Entonces le flagelé más rápido al tiempo que él halaba mis cabellos para marcar la velocidad. Quería más, estaba desesperado.

En ese momento saqué de mi boca su goteante miembro, duro, lleno de saliva y líquido pre-seminal. Volví a besarle y con mis manos tomé su pierna, subiéndola hasta mi cadera. Él hizo lo mismo con la otra, enrollándolas en mi cintura. Dejé de besarle y me dediqué a tocarle lentamente, haciendo que pidiera más.

—¿Hace cuánto no te follan? —pregunté subiendo y bajando mi mano por toda su extensión, una y otra vez. Apretado pero lento.

—Desde que… ah… me metieron a… p-prisiones y… Más rápido… —imploró desesperándose. Hice caso omiso a su súplica.

—¿Y eso es…?

—S-seis… ¡Mh! —Cerró sus ojos y arqueó su espalda. Comenzó a mover sus caderas al ritmo de la masturbación—. Seis años —respondió mordiéndose el labio. Sonreí y dejé de tocarle, metí dos de mis dedos en su interior y él se quejó.

—Agh, con más cuidado —comentó incómodo ante la intromisión. Excitado movía mis dedos en su interior; su cabeza estaba gacha pero sus ojos se mantenían cerrados. Entonces metí el tercero, penetrándole rápidamente hasta que su entrada se dilatara—. Olvida eso. Métela —pidió viéndome de una forma tan inocente. Como si fuera su primera vez, como si no fuera un maldito convicto necesitado de sexo. Como si no estuviéramos ahí sino en la ducha de nuestra casa con nuestra soledad.

¿Nuestra?

Saqué mis dedos de su interior y agarré con fuerza su cadera con una mano. Con la otra tomé mi pene y lo guie hasta la entrada de Donghae que ya estaba un poco dilatada. Lentamente lo fui ingresando, entre más profundo lo metía él más me enterraba sus uñas en mi espalda. Infeliz.

—Vamos, dime lo que quiero oír —susurré besando su mentón. Su respiración estaba agitada, la mía también, y me encantaba esa estrechez que sólo había conocido en él.

—M-muévete —pidió viéndome con sus ojos llorosos. Más que dolor, era ante la excitación que teníamos.

—Eso no. —Saqué mi miembro y lo volví a meter. Ambos soltamos un gemido, había sido muy estimulante pero me quedé quieto hasta escuchar lo que quería.

—Quiero… Quero que Eunhyuk me folle —susurró en mi oído, mordiendo mi lóbulo, arañándome la espalda, afirmando el agarre de sus piernas.

—Eso me gusta —gemí comenzando a moverme.

Empecé con un lento vaivén forzándome por el peso de Hae, pero nos gustaba, su mismo cuerpo en esa posición hacía que le penetrara rápido y hasta la base. Profundo y apretado. Él comenzó a seguirme subiendo y bajando sus caderas, cada vez más rápido.

—Hyuk… —susurró besando mi cuello. Empecé a embestirle más rápido.

—¡Vamos, dilo! —Tomé su miembro y lo empecé a masturbar, sosteniendo el equilibro con mi otra mano.

—Hyuk… ¡hyuk! Así, así… —aumenté la velocidad. Me gustaba, mi pene ardía, entraba y salía de su interior—… ¡más! Hyuk… ¡más! —pedía con la voz entrecortada. Mi espalda ardía por sus arañazos, pero me sentía cerca de correrme. Me gustaba, le gustaba y de su boca sólo salía mi nombre con cada estocada, pidiéndome más.

—Hae... —susurré en su oído penetrándole con más fuerza. Sentí que en algún momento perdería el equilibrio, que la locura del momento haría nuestros gemidos audibles para los demás. Sentí que era demasiado bueno para ser verdad. Que el cuerpo de Donghae era mejor de lo que había imaginado.

—Hyuk… ¡mh…! me vengo… —Su voz sonaba ronca, al igual que la mía.

Mantuve el ritmo de las estocadas y busque sus labios, los besé con más fuerza. Los mordí hasta sacarles sangre, exploré su boca con mi lengua hasta que nos faltó el oxígeno. Masturbé con más velocidad y fuerza el pene de Hae, hasta que sentí ese hormigueo recorriendo mi hombría.

Me corrí cuando mis manos se untaron de su semen, cuando sentí que me desgarraba la piel con sus uñas y gimió mi nombre de una forma tan sexy que me olvidé por completo del mundo que nos rodeaba. De la vida que habíamos escogido. Olvidé que él me gustaba pero yo no sabía si lo que Donghae buscaba era sólo sexo, o también sentía amor.

Volví a besarle y salí de su interior, bajándole. A ambos nos temblaban las piernas, a él por el orgasmo y a mí por lo mismo, pero yo había cargado con todo nuestro peso. Aun así, me gustó tanto que pude decir, por primera vez en años, que estaba satisfecho.

 

Aquella noche llovió lo suficiente para aligerar el caluroso ambiente, permitiéndome dormirme luego de la cena en el comedor –que consistía en un poco de ramen mal preparado–. Sin embargo algo me sacó de mis sueños. Hacia las horas de la madrugada, cuando el guardia se sentaba a descansar y dejaba de alumbrarnos con su fastidiosa linterna, sentí un invasor bulto majo mis sábanas.

Me desperté sorprendido y miré bajo los tibios trapos de lana. Suspiré al darme cuenta de qué ocurría y sacudí ese bulto con intención de despertarle: era Donghae. Él se quejó por lo bajo y subió su vista; la poca luz que entraba a la celda me dejó ver que ya había abierto sus ojos.

—¿Acaso no comprendes el significado de “espacio personal”? —cuestioné medio molesto. Él sonrió como lo había hecho en las duchas, con un aire infantil.

—Es que ahorita vi un fantasma y me dio miedo… —Hizo un puchero. ¿Pero qué le pasaba? ¿Un fantasma?

—Eso no me importa. Vete a tu cama —ordené deseando conciliar de nuevo el sueño. Él suspiró y se sentó, entonces susurró para no despertar a los demás presos:

—Eunhyuk… —Yo solté un “¿Mmm…?” medio adormilado. Él no continuó sino hasta minutos después, seguramente—… te quiero. —Abrí mis ojos de golpe. ¿Qué acababa de oír? Demonios, ¿otra vez mi mente jugándome sucio? Giré mi cuerpo para verle y ahí estaba: todo despeinado, con los pelos parados y otros pocos sobre su cara; con ojos adormilados mirándome, expectante.

—¿Perdón? —fue lo único que atiné a decir. En serio, ¿qué era lo que acababa de oír?

—Que te quiero —repitió. En ese instante me sentí tranquilo y feliz, estúpido también, pero aquello se podía ocultar. Golpeé la cama con la palma de mi mano, invitándole a acostarse. Él me hizo caso y de nuevo cerró sus ojos. Yo hice lo mismo—. ¿Hyuk?

—¿Mmm?

—Seamos novios. —Aunque esta vez no abrí mis ojos, por dentro tenía una sonrisa de oreja a oreja. ¿Cómo un asesino de su nivel podía hablar y comportarse de una forma que me hacía verle inocente? Como si el crimen jamás hubiera pasado por sus manos o su cabeza. Me gustó la idea.

Solté un suspiro y me pegué a su cuerpo, buscando su frente. La besé, indicándole que aceptaba su propuesta. Después de todo yo tenía pena de muerte y él también: nos esperaba una larga vida tras las rejas, pero quizá se volvería más interesante cuando nuestros corazones habían encontrado algo por qué vivir.

 

Y desde entonces cada noche, a la madrugada, un Donghae hecho bolita se esconde bajo mis sábanas con la excusa de que ha visto un fantasma por el pasillo, regresando a su cama hacia las siete de la mañana, cuando pasan los guardias revisando nuestras celdas por primera vez en el día. Desde entonces él es sólo mío y se lo demuestro cada que puedo. Desde entonces perdí temor a desaparecer a aquel que muestre un mínimo interés en hacerle daño.

Desde entonces, he descubierto que le amo.

 

Game over~

Notas finales:

Y eso fue c: ¿Les gustó o no? ;O; Espero sus críticas y ya asldknas Nos leemos nwn

 

Por cierto: ¡Feliiiiiiiiiiiiiiiiiz súper feliz cumple a mi amado del alma Cho Kyuhyun! ;w;


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