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Caelum denique por Nero Sparda

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Notas del fanfic:

Esta es una historia vieja que tenia guardada en un viejo face, Audrey no me pertenece, es propiedad del brillante cerebro de senpai que a veces muere sin inspiración y lo tome prestado solamente para que hiciera cosas pervertidas con el hijo de mis entrañas.

Espero les guste, ya la leyeron pero para que puedan disponer de ella cuando quieran :3

Notas del capitulo:

Ya tiene rato que escribi esta historia, como regalo para senpai  en su cumpleaños así que de cierto modo, le pertenece.

La puerta rechina cuando ambos la fuerzan, no usan las manos, están ocupadas deslizándose por el cuerpo del contrario, intentando memorizarlo por el simple tacto y hacer arder la frialdad de los alrededores con el calor de su pasión.

Audrey mantiene a Zillah sometido, no lo deja avanzar más de lo que debe, mientras juntos, dando traspiés, se van colando en la oscuridad de aquella mansión, no hay temor a los fantasmas ni al polvo, no hay temor a los viejos recuerdos que se extienden como telarañas a su alrededor, solo esta esa sensación de deseo, de calor.

Solo quieren unir sus cuerpos hasta que el amanecer los haga separarse.

Un pecado que jamás debe ser descubierto, su cómplice la luna guardara el secreto y observara como se entregan a caricias perdidas, a lo que no debe ser, no está permitido. Pero qué bien se siente lo prohibido.

Uno es ángel, el otro demonio, probando su suerte del mismo modo apasionado que prueban sus labios, recorriendo las sendas de la perdición en la piel ajena.

Zillah jadea contra sus labios, sus ojos brillan en la oscuridad de aquella mansión que silenciosa los observa, ni siquiera los murciélagos que en ella habitan se atreven a interrumpir un momento tan intimo, fuego y pólvora encontrándose, chocando y devorándose con semejante intensidad que harían arder las estrellas si se les estuviese permitido.

Audrey empuja, lento, acompasado, con una media sonrisa y su mirada helada calando los huesos de su amante, quien cede pero no se rinde, ambos luchan por el poder y está claro el vencedor antes incluso de que las prendas salgan y dejen al descubierto la blanca piel de ambos, frotándose como copos de nieve en el frio invierno, intentando sacar el carmín que se desliza tan lentamente bajo esta.

Zillah clava sus uñas en la espalda del mayor cuando este lo somete contra la cama y procura mantenerse entre sus piernas, es él quien domina, no puede evitarlo, un ex duque del infierno acostumbrado al poder no renunciara tan fácil a él.

No saben cómo llegaron hasta esa habitación, las escaleras no fueron problema, ni el polvo los hizo estornudar, hace mucho que aguantaban la respiración y mantenían esa lucha de miradas tan apasionada.

Ojos azules, profundos como el océano, contra unos grises como las profundidades del infierno, como la muerte si tuviera ojos o si pudiera ser descrita por aquellos a quienes visita.

Risa estrepitosa hace correr a las arañas, asustadas, temerosas de esos blancos colmillos que se asoman entre unos labios rojos por la pasión con que fueron besados. Zillah se queda al pie de la cama, manteniendo la cercanía, enterrando sus dedos en las caderas del demonio que solo lo mira con curiosidad y desdén.

¿Desde cuándo han caído ambos en las redes de lo prohibido?

Pudiendo encontrar a alguien más para calmar su pasión, pudiendo encontrar algo que no los meta en problemas, algo que no esté mal. Van ahora, buscando sus labios, buscando el pecado y entregándose a él con tenues carcajadas y ropa arrancada que se va esparciendo por la mansión, como si fuese un camino de pétalos de rosas negras.

Ahora solo queda su deseo, su instinto.

No es amor, nunca caerían tan bajo, simplemente es su pasión desbordante que debe ser saciada, una sed, un dolor en lo bajo del vientre, simple y sencillamente.

¿Por qué negarlo?

A la mañana siguiente solo será un buen recuerdo.

Zillah baja el pantalón apresurado, es su deseo, el libido contenido y también la curiosidad que lo va matando lentamente, como esos dedos finos y largos enterrándose en sus rubios mechones, revolviéndolos mientras van marcando los pasos de ese baile de deseos, probándose, intentando orillar al otro a los límites de su pasión.

Resistirse a sus instintos es retar a lo imposible y retar a su cordura…

 

Audrey suelta un gruñido y frunce el ceño, los cabellos azulados cubren su rostro y se pegan a este por el sudor del esfuerzo, por aquel calor que parece esparcirse por los alrededores y hacer arder aquella pequeña mansión donde desbordan el deseo y apetitos contenidos.

Nuevas risas se escuchan y luego el crujir de la cama las silencia, al parecer la batalla ha comenzado nuevamente entre ambos, las manos del demonio buscando marcar aquella blanca piel mientras el ángel rasguña con saña su espalda y se divierte lamiendo la sangre que queda entre sus dedos.

Hay miradas cargadas de promesas, cargadas de anhelos, pero nunca habrá otras miradas similares a estas, tan cargadas de lujuria y perdición.

Ambos van marcando su propio pecado, como los moretones que dejan en el cuerpo ajeno y que tanta risa les causa.

Audrey gana el derecho de estar sobre aquel ángel, se abre paso entre sus piernas y detiene ambas manos de este sobre su cabeza, impidiéndole cualquier jugada que pueda causarle imprevistos, cualquier cosa que pueda arruinar sus planes.

Y es que lo conoce, sabe de aquellas macabras ideas que se esconden en ojos tan profundos e inocentes, el sabe que no lo es, sabe que ambos son similares en la oscuridad que llevan, y lo disfruta, porque tienen algo similar aunque fueron hechos de diferente materia, es otro ser, otra carne, otro aliento, pero se siente tan único y familiar…

Escucha sus gemidos mesclados con gritos de dolor y de placer cuando se abre paso en su carne y pretende alcanzar con ello su unión.

Entierra las uñas en la piel delicada de sus muslos, de sus caderas, moviéndose embelesado por esa imagen que le dan sus ojos, por aquel ser que ha sometido y al cual le rompe las alas, literalmente.

Porque esta poseyendo a un ser puro, porque tiene contra la cama a un ángel de blancas alas y oscura sonrisa, un ángel que se entrega, que se aferra a sus hombros y rasguña su espalda incitándolo a que continúe.

El ambiente se llena de sus gemidos, de sus jadeos, del aroma de sus cuerpos encontrándose en medio de aquella oscuridad sofocante, de aquella luz que les da la luna. El aroma se esparce, uno delicado, como el de las fresas, profundo como el vino. Y no es otro más que la sangre de ambos mezclándose. Uniéndose del mismo modo en que se unen sus cuerpos.

Besos apenas dados y palabras inconclusas e incoherentes se mesclan y quedan atrapadas entre sus labios.

Zillah traga duro, Audrey continua moviéndose sin piedad ni cuartel, quiere alcanzarlo todo, quiere conocer el cielo uniéndose a blancas alas, quiere arrastrarlo al infierno consigo para demostrarle que el mismo placer al que renuncian los ángeles, el puede otorgárselo, todo a un bajo costo, todo por el simple pecado de yacer a su lado esa noche y fingir que no se conocen durante el día, cuando pueden ser vistos.

Zillah entierra los dedos en los sedosos cabellos azulados y los alborota, su otra mano se cierra entorno a las sabanas blancas, polvosas y llenas de telarañas que ahora se teñirán lentamente en carmín, como huella de su pecado, de su pasión y deseo.

Solo es instinto, es lujuria mal contenida.

Son sus cuerpos encontrándose en vaivenes frenéticos, en caricias bruscas y besos salvajes.

Colmillos que laceran el labio inferior y una lengua traviesa que limpia la sangre que escapa por la comisura.

La luna se oculta misteriosa en lo alto, si pudiera sonreír…lo haría.


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