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Nuestro destino por Hotarubi_iga

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Notas del fanfic:

One shot resubido, pero dividido en varias (tal vez 3) partes.

Notas del capitulo:

Disclaimer: Gravitation no me pertenece. Es propiedad de Murakami Maki.

Nuestro destino

Eirin

— Capítulo 1 —

 

Shindou Shuichi salió hecho un bólido de su departamento con dos maletas y un bolso de mano que llevaría para su largo viaje al otro lado del mundo. No es que la idea de abandonar su hogar de ocho años y una carrera próspera le sirviera de motivación para embarcarse en un avión y viajar más de veinticuatro horas sentado en un incómodo asiento en clase económica, pero tenía que hacerlo porque así su familia lo había dictaminado enfáticamente hacía un mes.

El convenio por el cual Shuichi viajaba a su tierra natal ya estaba negociado entre su familia y con la que hacía posible finiquitar el solemne compromiso: el matrimonio. Sin embargo, a Shuichi no le hacía gracia tener que dejar su vida para hacer una nueva con otra persona. ¿Qué tenía su familia en la cabeza? Comprometerlo con un completo desconocido —porque se casaría con un hombre— no le agradaba ni motivaba, pero frente a este irrevocable compromiso sólo la resignación resultaba la mejor aliada para la incómoda e inevitable situación.

A sus veinticuatro años y con una carrera profesional perfecta, siendo el dueño de una escuela de arte para personas discapacitadas, Shuichi no necesitaba más en la vida; lo que hacía era su pasión, a pesar de la oposición de su familia por su estilo de vida tan simplista. Pero para él era importante; era su vida y la manera de ayudar a otros con lo que más le gustaba.

—Cielos, se me hace tarde.

Salió presuroso del ascensor y corrió hasta el taxi que lo esperaba aparcado en las afueras del edificio donde residía desde hacía cuatro años. El taxi partió al aeropuerto una vez guardada las maletas en el portaequipajes y con Shuichi bien acomodado en el asiento trasero.

Una situación similar vivía en esos momentos Yuki Eiri (apodado así por quienes le conocían en el mundo de la literatura). A él tampoco le agradaba la idea de abandonar su hogar que por cerca de una década le había acogido. Le resultaba desagradable y tedioso tener que dejar atrás la comodidad de su soledad para regresar a su tierra natal por culpa de los caprichos de su familia.

—Maldita sea —rezongó al consultar la hora en su reloj y comprobar que el embotellamiento a esa hora en las calles de la ciudad era desquiciante—. ¿Podrías buscar la forma de salir de aquí y llevarme de una maldita vez al aeropuerto? —le gruñó al chofer del taxi que contrató para que lo llevase al aeropuerto internacional de Nueva York.

—Hago lo que puedo, señor —respondió amilanado el joven chofer por el tono de voz fastidioso que manejó Yuki.

A las 19:00 horas, los pasajeros del vuelo 173 Delta Airlines con destino a Tokio-Japón debían presentarse en la facturación de equipajes del aeropuerto de Nueva York debido al contingente generado en el control de seguridad antes de llegar a la sala de embarque, pero el tráfico y los embotellamientos en las autopistas más importantes favorecían el retraso de todos, y ni el más experto taxista podía hacer el milagro de llegar a tiempo para abordar el avión.

—Por favor, dese pisa. Tengo un vuelo que tomar —pidió Shuichi amablemente al chofer que no paraba de tocar una y otra vez el claxon, intentando hacerse un espacio para avanzar.

—Es normal este tipo de embotellamientos a esta hora —explicó el taxista.

—¿Pero no puede tomar otra ruta?

—Lo siento; ya estamos dentro de la autopista. Tres kilómetros más hay una salida a la avenida central. Pero le aseguro que todas las calles estarán igual —respondió con pesar e igual preocupación puesto que veía la angustia de Shuichi—. Tenga calma. Llegará a tiempo.

—Eso espero... —sonrió preocupado y mirando su reloj incansablemente.

 

 

—¡¿Quieres de una maldita vez mover el taxi para avanzar?! —gruñó Yuki al verse atrapado en el mismo embotellamiento.

—No me grite señor —pidió taxista—. No es mi culpa que haya tráfico a esta hora.

—¡Pero perderé mi vuelo!

—¡No hago milagros!

—¡Pues busca una ruta más rápida y hace el milagro!

 

 

Los minutos fueron sucediendo inevitablemente. Eran las 20:56 y el tráfico no se disipaba. Para ese entonces, la paciencia de ambos pasajeros dentro de los respectivos taxis era caótica.

—¡Mi vuelo sale a las diez y aún queda una hora de aquí al aeropuerto! —habló Shuichi desde su celular a la persona que lo había llamado—. No, lo más seguro es que pierda el vuelo. Estoy metido en un horrible embotellamiento. —Soltó un suspiro. —Sí, no se preocupen, llegaré a tiempo. Los quiero... adiós.

Guardó su teléfono y cerró los ojos, resoplando con resignación.

—Lamento mucho el inconveniente —articuló el chofer viendo a Shuichi por el espejo retrovisor—. Estamos por salir del embotellamiento. Aceleraré a fondo para llegar antes de las diez.

—Se lo agradecería mucho.

 

 

—¡Si no me sacas de este maldito tráfico haré que te quiten la licencia de conducir por incompetente! —despotricó Yuki.

—Señor, no está en mis manos evitar este tipo de tráficos.

—¡Busca una ruta más rápida!

—Señor, con todo respeto, si hubiera otra ruta, ¿usted cree que estaría aquí metido desde hace casi tres horas escuchando sus quejas?

Yuki se mordió la lengua, en intento vano por calmarse, y se cepilló el flequillo rubio con frustración.

El chofer sólo le veía por el espejo retrovisor y pensaba que su peculiar pasajero era terriblemente insoportable.

 

 

Faltaban sólo cuatro minutos para las diez. Luego que los taxis lograron salir del embotellamiento, derraparon en la calzada frente a las puertas de la terminal.

—Espero que logre tomar su vuelo, señor. Y disculpe los inconvenientes — habló amable y servicialmente el taxista que ayudaba a Shuichi a bajar su equipaje y acomodarlo en un carro.

—No se preocupe. No fue su culpa.

—Que tenga un buen viaje, señor.

 

 

El taxi en el que viajaba Yuki había aparcado a pocos metros del de Shuichi. El chofer bajó de la cabina y ayudó a Yuki a acomodar su equipaje en uno de los carritos de arrastre disponibles.

—Date prisa —reclamó Yuki frente a la lentitud del taxista, quien sólo fue capaz de verle con dureza y tragarse el coraje.

—Como usted diga, señor —articuló con un dejo de retintín al final de su oración.

Yuki canceló el viaje y dijo:

—No debería pagarte ni la mitad de esto, por tu ineficiencia.

—Ya le dije que no fue mi culpa el tráfico —respondió el taxista. Le quitó el dinero y se fue rápidamente.

—Imbécil —masculló Yuki. Asió el carro y lo arrastró hacia las puertas del aeropuerto.

La carrera hasta el mostrador y validar el boleto de avión había dado inicio. Tanto Yuki como Shuichi estaban a punto de perder el vuelo, por lo que el recato y el buen estilo quedaban en segundo plano; era correr o perderlo todo. Pero no habían hecho más que iniciar su carrera cuando sus cuerpos colisionaron ridículamente frente a las puertas del aeropuerto, causando un absurdo y gran desastre.

—¡Ay~! —se quejó Shuichi, liado entre un montón de maletas. Se llevó la mano a la cabeza al resentir el impacto contra algo duro y, tras abrir los ojos, comprobó el motivo de su hilarante caída.

—¿Podrías quitarte de encima, inútil?

Sus ojos y los de su «almohadón» se miraron fijamente por una fracción de segundos, permitiendo que el tiempo pasara un poco más lento, como un pequeño obsequio para ambos.

—¡L-Lo siento! —se excusó Shuichi.

—¡Quítate! —masculló Yuki y lo empujó bruscamente, como si se tratara de una maleta más. Se incorporó rápidamente y sacudió su costoso abrigo negro.

Ambos, por instinto, miraron el desastre que había causado su colisión, y fue Yuki el primero en reclamar.

—¿Te das cuenta el desastre que dejaste, niño?

—¡Oye! ¡¿Qué te pasa?! —protestó Shuichi sin amilanarse frente a la prepotencia de Yuki—. ¡Tú tuviste la culpa por no fijarte!

—¡¿Qué yo tuve la culpa?! ¡Eres idiota o qué!

—Lo dice el que me sirvió como colchoneta para amortiguar mi caída —bateó Shuichi, viendo el rostro de Yuki crisparse de ira.

—¡Eres un...!

—¿Todo bien, señores? —interrumpió uno de los guardias de seguridad del aeropuerto que había presenciado el accidente. Y es que debido al desparramo de maletas y la graciosa caída que tanto Yuki como Shuichi habían tenido, mucha gente se había aglomerado alrededor para disfrutar del espectáculo.

—Eh, sí —respondió Shuichi—. No se preocupe.

—¿Qué todo está bien? —masculló Yuki—. ¡Este idiota chocó conmigo y botó mi equipaje al suelo! ¡Nada está bien!

—Tranquilo, señor —pidió el guardia—. Le ayudaré con su equipaje.

Otros dos guardias del lugar se acercaron para dispersar a los curiosos mientras Shuichi y Yuki terminaban de acomodar sus maletas en sus respectivos carros.

—Todo listo, señores.

—Gracias —respondió Shuichi con tranquilidad. Pero no hizo más que consultar la hora en su reloj cuando palideció—. Oh, no.

Yuki hizo lo mismo, espantándose de igual forma.

—Carajo.

En ese instante ambos se miraron a los ojos y, tras abrirse las puertas acristaladas del aeropuerto, los dos, con sus carros en mano, se echaron a correr maratónicamente para llegar primero al mostrador y validar su boleto de avión. Pero Yuki se dio cuenta de la velocidad con la que Shuichi corría, por lo que le echó su propio carro encima, haciéndole perder el equilibrio. Shuichi tropezó y saltó sobre sus maletas, rodando en el suelo hasta que impactó contra el mostrador del lugar.

—¡Maldito tramposo! —se quejó Shuichi mientras se frotaba la cabeza luego de pulir el piso con su cuerpo.

Yuki lo ignoró airosamente y se acercó digno y triunfante al mostrador.

Una servicial y joven en uniforme azul oscuro le recibió con una amplia sonrisa.

—Buenas noches, señor. ¿Me permite su boleto?

Shuichi en tanto se incorporaba del suelo y reacomodaba sus maletas sobre el carro y se ubicaba tras Yuki para esperar su turno.

—Grosero —murmuró de mala gana.

La recepcionista revisó el boleto de Yuki y checó la computadora para validar su horario de salida.

—Lo siento, pero su vuelo ya ha despegado, señor.

Yuki miró la hora y comprobó, para su desgracia, que pasaban de las diez.

—¡¿De qué estás hablando?! ¡No puede despegar sin mí!

—De verdad lo siento, señor, pero no podemos retrasar los vuelos por ningún pasajero. Además, no tenemos notificación de retraso de su parte.

—¡¿Pero qué clase de inútiles trabajan en este lugar?! —bramó—. ¡Necesito tomar ese avión, AHORA!

—Cálmese, señor. Lo único que puedo hacer por usted es checar las siguientes salidas a Tokio.

Yuki intentó seguir replicando, pero Shuichi lo empujó y se puso delante del mostrador para entregar su boleto.

—Lo siento, señor, pero su vuelo lo perdió. Ambos tomaban el mismo avión.

Tanto Shuichi como Yuki se miraron a los ojos y esperaron a que la recepcionista los interrumpiera. Pero fue Shuichi quien finalmente decidió romper el contacto visual.

—Qué lástima —musitó—. ¿Y no hay otra opción? ¿Algún otro vuelo disponible?

La recepcionista checó su computadora.

—Lo lamento. Por el momento no hay vuelos disponibles. Le recomendaría esperar a que algún próximo asiento se cancele. ¿Tomarán esa opción?

Yuki y Shuichi volvieron a mirarse, frustrados, pero fue Yuki en esta ocasión quien esquivó la mirada para empujar a Shuichi y plantarse frente a la recepcionista. Se acomodó gallardamente y dijo:

—Me serviría mucho que una jovencita tan hermosa como usted me facilitara un vuelo en los siguientes minutos. Si hubiera alguna manera de entendernos...

El rostro de la recepcionista ardió y rápidamente buscó en su computadora algún asiento disponible, aunque no existiera.

«Este sujeto es un ligón», pensó Shuichi al ver la escena.

—No puedo creerlo —resopló en voz alta, asegurándose de que Yuki le escuchara—. Qué triste que tengas que recurrir a galanterías de medio pelo para conseguir un asiento de avión.

Yuki lo acuchilló con la mirada sin atreverse a decirle nada. En su mente elucubraba su muerte lenta y dolorosa.

Shuichi se acercó al mostrador.

—Señorita, yo esperaré a que algún asiento se cancele.

—Me parece muy bi...

—¿Qué hay con el dinero de mi boleto? —interrumpió Yuki, empujando nuevamente a Shuichi.

—Lo siento, señor, pero no se le puede reembolsar. Como ninguno abordó y no notificó a la aerolínea...

—¡Eso no es justo! —protestó Yuki.

—Política de compra... s-señor. —La mirada nerviosa de la señorita se veía amilanada frente a la de Yuki. Sus ojos color miel intimidaban agudamente.

—¡Ah, perfecto! —masculló él, mordaz.

—¿Podría decirme cuál es el siguiente vuelo para Tokio y del que podría quedar disponible un asiento? —consultó Shuichi, apartando a Yuki.

La joven chequeó el sistema y le informó:

—El posible vuelo sería: Vuelo 763 de Air Canadá, el día de mañana. ¿Desea los datos del vuelo?

—Por favor.

La recepcionista dio un detalle extenso del itinerario del vuelo, que hacía escala en Toronto-Canadá y luego en Hong Kong-China al día siguiente, hasta finalmente arribar en Tokio. El tiempo total de vuelo resultaba más de un día, y la espera en cada escala era tediosa. Y aunque quisieran otra opción, para mala suerte de ambos, no había.

—Es mucho tiempo —se quejó Shuichi—. ¿No hay otro más y con menos escalas?

—Lo siento, pero es el único vuelo próximo. ¿Desea esperar esa opción?

—Sí, no queda otra —suspiró resignado.

—Bien, les avisaré en caso de la cancelación de algún asiento para ese vuelo —enunció con una sonrisa gentil.

Con las maletas aún en el carrito y el rostro notablemente hastiado, Yuki decidió sentarse y aguardar hasta que ocurriera el milagro de que algún asiento quedara disponible y así poderlo tomar. Shuichi mientras tanto, había tomado asiento a un costado de Yuki. Observaba distraídamente a la gente pasar, pensando en lo afortunado que eran algunos de poder abordar sus vuelos sin la incertidumbre de una agónica e interminable espera.

—Qué molesto —rezongó con el rostro apoyado en las palmas de las manos y el cuerpo derrotado sobre el asiento mientras miraba el reloj del aeropuerto que indicaba pausadamente las 10:25 de la noche.

Tenía hambre, sueño y era víctima del aburrimiento. Y para colmo su acompañante no era en lo absoluto agradable. No podía negar que era apuesto, pero su personalidad era detestable. Adusto, antipático, frío y arrogante; esas eran las características que había destacado de Yuki desde que había chocado con él en la entrada del aeropuerto.

Yuki se dio cuenta que Shuichi le miraba, y clavó sus ojos en él con prepotencia.

—¿Qué tanto me miras, eh?

—Qué grosero eres —espetó Shuichi, viéndole con desagrado.

—¿Y a mi qué? —masculló hostil.

—¿Eres algún modelo o actor de cine? —se atrevió a preguntar Shuichi sin ocultar su curiosidad.

—¿Por qué piensas eso?

—Por tu apariencia. Eres muy apuesto.

Su respuesta provocó una sonrisa arrogante en los labios de Yuki.

—¿Por qué me dices eso? ¿Acaso te gusto?

—¡Claro que no, tonto! —gritó Shuichi, saltando de su asiento—. Lo digo porque veo tus rasgos; las facciones de tu rostro me parecen muy lindas. Sólo por eso. Es que soy pintor y...

—Me importa un comino lo que tú seas o hagas —interrumpió ante el interés de Shuichi por iniciar una conversación.

—Realmente las apariencias engañan.

—¿Ah, sí? ¿Por qué lo dices?

—Porque a pesar de tu presencia, eres peor que cualquiera.

Yuki entornó la mirada y lo taladró con ella.

—¡¿Y quién te crees tú para decirme eso?!

—Eres grosero, arrogante, irritante, frívolo, prepotente, violento, antipático, idiota...

—¡YA BASTA! —bramó Yuki, plantándose frente a Shuichi, quien se mostró sobresaltado frente a su brusca reacción—. ¡No tengo por qué soportar a un mocoso mimado, idiota, torpe y desagradable!

—¿Aaah sí? ¡Pues nadie te retiene aquí! —exclamó Shuichi—. ¡Así que lárgate, que la amargura es contagiosa!

Yuki le echó un vistazo, deseando de estrangularlo.

—¡Eres un... MUÉRETE!

Tomó su bolso de mano y su carrito y se sentó al otro lado de la hilera de sillas, dándole la espalda a Shuichi para no tener que verle la cara.

 

 

Los minutos pasaban y ninguno de los dos cruzaba palabra alguna. Shuichi, que se había acomodaba con las piernas sobre el asiento contiguo, jugaba con su celular, haciendo sonar la tapa de este una y otra vez mientras escuchaba música y tarareaba rítmicamente. Pero sus ruiditos causaban molestia a su vecino, quien se puso de pie y lo encaró.

—¡¿Podrías dejar de hacer todo ese maldito escándalo?!

Shuichi recibió un brusco empujón en la espalda y se sobresaltó quitándose los audífonos.

—¡¿Y a ti qué rayos te pasa?! ¡No puedes prohibirme que escuche música!

—¡Pues entonces escúchala sin hacer tanto ruido! ¡Eres irritante!

—Mira quién lo dice: don amargado y neurótico. Dime, ¿cuándo fue la última vez que te tomaste tus medicamentos? —Le sacó la lengua y se dio la vuelta, ignorando a Yuki, y colocó todavía más alta la música de su celular.

Yuki sintió la actitud de Shuichi como una declaración de guerra, por lo que, en un violento impulso, le arrebató los audífonos de un tirón y los guardó en su abrigo.

—¡Infeliz, devuélveme mis audífonos! —protestó Shuichi. Pero fue olímpicamente ignorado—. ¡Te estoy hablando, imbécil! ¡Devuélveme mis audífonos o te denunciaré por robo!

Yuki le ignoraba; trabajaba cómodamente en su laptop. Casi disfrutaba la ofuscación de Shuichi.

—Hazlo —le desafió—, me tienes muy sin cuidado.

Shuichi rechinó los dientes y se sentó, frustrado y derrotado en su segundo asalto contra Yuki. Le dio la espalda y no refutó nada más en su contra, con la esperanza de recuperar sus audífonos, pero los minutos comenzaron a pasar y no había devolución alguna; y Shuichi era ahora quien debía soportar los ruidos que Yuki realizaba sobre las teclas de su laptop, por lo que, cansado de la situación, se incorporó y se volvió hacia él para reclamar la devolución de sus audífonos.

—¡Quiero mis audífonos!

Yuki lo ignoró, ejerciendo más presión en las teclas para fastidiar.

—¡Devuélvemelos para no tener que escuchar tus ruidos insoportables!

—No quiero.

Shuichi volvió a rechinar los dientes, completamente ofuscado, y caminó hacia el otro lado. Se plantó frente a Yuki, quien lo seguía ignorando por completo y, en un rápido movimiento, le cerró la tapa de la laptop, aplastándole los dedos.

—¡Auch! ¡Maldito crio imbécil! —se quejó Yuki.

—Devuélveme mis audífonos —insistió Shuichi, extendiendo su mano derecha.

Se miraron a los ojos con desafío; ninguno de los dos quería dar su brazo a torcer. Pero al ver que esto se estaba saliendo de control, Yuki decidió cumplir el capricho de Shuichi. Metió la mano al bolsillo de su abrigo y extrajo los audífonos de Shuichi.

—Toma, inútil —espetó, arrojándoselos a la cara—; ahí tienes tus mugrosos audífonos. A ver si con esto me dejas de fastidiar.

—Muchas gracias, señor —respondió Shuichi con falsa e irónica amabilidad y volvió a su asiento.

—Al fin un poco de silencio —resopló Yuki, fingiéndose agotado—. Tuve que calmar al mono con su juguete para que no siguiera fastidiando.

—¡¿Qué dijiste?! —chilló Shuichi, iniciando otro violento altercado.

 

 

Las horas sucedían y la situación no mejoraba, ni para Yuki ni para Shuichi, que aguardaban por la cancelación de un asiento.

Gente iba y venía, y ellos seguían enfrascados en sus respectivos mundos sin intenciones de animarse a una plática amena para limar asperezas y amortiguar el tiempo de espera. Pero era natural; resultaban dos completos extraños que habían partido con el pie izquierdo, por lo que no tenían intención alguna de arreglar su extraña y particular relación.

Pasaban de la una treinta de la madrugada y no había noticia alguna de un asiento cancelado. Para ese entonces Yuki y Shuichi estaban siendo vencidos por el sueño, y la incomodidad de los asientos no les ayudaba a soportar la espera agobiante. Shuichi cabeceaba sentado con los pies sobre su equipaje mientras Yuki descansaba la vista tras gafas de sol. Habían dejado de pelear; parecía que el cansancio finalmente había terminado por hacerles desistir de agredirse verbalmente cada vez que sus miradas se cruzaban.

Shuichi se estremeció luego de cabecear y sobresaltarse al casi caer de su asiento y se frotó los brazos al notar el aire acondicionado más alto de lo normal. Se restregó los ojos con pereza y se incorporó para ir a la expendedora de cafés que se encontraba a unos cuantos palmos de distancia, bajo la atenta mirada hostil y cautelosa de Yuki, quien parecía interesado en sus movimientos.

—Veamos... —murmuró Shuichi frente al tablero electrónico que ofrecía una gran variedad de cafés. Shuichi insertó unas monedas y escogió un café con vainilla para despertar el cuerpo. Se volvió para regresar a su asiento y, al hacerlo, se encontró con Yuki, quien le había seguido sin proponérselo realmente.

Shuichi no pudo evitar quedarse a observar a Yuki mientras él elegía un café de la expendedora. Le parecía enigmático y muy atrayente, pese a su antipatía. Había algo en él que, aunque le fastidiara, le atraía poderosamente.

Yuki se sintió observado y se volvió hacia Shuichi. Fue en ese momento que reparó en el peculiar color de sus ojos. Le resultaban atrayentes y llamativos.

—¿De dónde sacaste ese color de ojos? ¿Son lentes de contacto? —preguntó, olvidándose de la rencilla que había montado con Shuichi desde que chocaron en la puerta del aeropuerto.

Shuichi parpadeó sorprendido. No esperaba que Yuki le dirigiera la palabra.

—Claro que no; son naturales —contestó luego de pegarle un sorbo a su café.

—Pues parece muy falso —soltó Yuki, volviéndose hacia la expendedora donde su vaso de café se llenaba rápidamente.

—Pero no lo es —insistió Shuichi—: son naturales. —Lo miró ofendido y dijo—: lo mismo podría decir de tu color de ojos. Y tu color de cabello parece sacado de una tintura barata.

Yuki se giró ofuscado.

—¡¿QUÉ DIJISTE?!

—¡TÚ EMPEZASTE!

Yuki rechinó los dientes.

—¡Espero que el asiento cancelado sea uno solo y que yo ponga mi lindo trasero en él mientras tú te quedes aquí como idiota!

—¡¿Aaah, sí?! ¡Pues espero que tu lindo trasero quede cuadrado por tantas horas de vuelo!

Era imposible que los dos lograsen llevar una conversación sin agredirse con insultos o gritos. Eran dos personas totalmente opuestas; se repelían mutuamente. Pero a pesar de aquel rechazo palpable, existía una energía que los atraía mutuamente, como un campo magnético.

Estaban a punto de lanzarse los vasos de café cuando la recepcionista que les había atendido al momento de llegar al aeropuerto los llamó avisándoles que un asiento había sido cancelado. Tanto Yuki como Shuichi se vieron nuevamente a los ojos, con desafío, y, aventando sus vasos de café lejos, se echaron a correr hasta el mostrador.

Shuichi era considerablemente veloz, por lo que fácilmente tomó la ventaja en la carrera. Pero Yuki no estaba dispuesto a rendirse y dejar que Shuichi hiriera su orgullo. Agarró impulso y le dio un violento empujón a Shuichi haciendo que tras la violenta fuerza se impactara contra unas maletas apiladas a un costado del pasillo.

—¡TRAMPOSO INFELIZ! —se quejó Shuichi tras incorporarse luego de haber impactado la pila de maletas como si se trataran de pinos de boliche. Pero en un rápido movimiento pescó la primera maleta y se la arrojó a Yuki, dándole en la cabeza.

Yuki trastrabilló torpemente y cayó, sacándole brillo al piso con su cuerpo.

—¡Te lo mereces, idiota! —rió Shuichi, adelantándose a Yuki hasta llegar al mostrador para checar la información del asiento cancelado.

—Aquí tengo la notificación del asiento cancelado, señor —anunció la recepcionista sin poder ocultar la impresión frente a las riñas infantiles que Yuki y Shuichi llevaban a cabo.

Yuki en tanto, maldecía a Shuichi mientras lograba incorporarse. Sabía que de alguna manera se merecía la caída por no haber jugado limpiamente desde el principio, pero no se le hacía justo verse humillado frente a tantas personas. Resentía duramente el golpe contra su cabeza; parecía que Shuichi le había aventado una maleta llena de ladrillos.

—Esta me las pagarás, engendro —gruñó irritado y se acercó al mostrador para escuchar la información del asiento cancelado.

—Como le dije al señor, aquí presente —comentó la recepcionista. Tengo la notificación de dos asientos cancelados del vuelo que les había mencionado.

El rostro de ambos se les iluminó y por un momento olvidaron sus rencillas. En silencio y en paz se limitaron animadamente a comprar sus boletos de vuelo.

—Pediré uno —dijo Shuichi.

—Y yo el otro —articuló Yuki.

—Perfecto —sonrió la recepcionista—. ¿Cuál asiento desean? ¿Ventana o pasillo?

Yuki y Shuichi se vieron a los ojos, confundidos.

—Disculpe, los... asientos... ¿están separados? —inquirió Shuichi temiendo la respuesta.

La recepcionista, que ya adivinaba la inquietud de Yuki y Shuichi, se secó la frente con un pañuelo y se acomodó los anteojos redondos y de marco grueso que ocultaban su mirada nerviosa.

—No, señor. Los asientos están juntos. Corresponden al lado derecho del avión. Veintiocho: ventana; y veintinueve: pasillo.

Nuevamente la suerte no estaba del lado de Yuki y Shuichi. El destino los había castigado de manera cruel y macabra. No sólo debieron soportarse en la espera de asientos disponibles, ahora tenían que compartir el mismo avión, el mismo espacio, el mismo entorno, el mismo metro cuadrado... respirando el mismo aire uno al lado de otro.

Esto definitivamente no podía ser peor.

 

...Continuará...

Notas finales:

Originalmente esta historia era un one shot, pero decidí dividirla debido a su excesiva y absurda extensión.


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