4.- El Ataque.
El lunes llegó a la Universidad en su bicicleta y no pudo evitar leer un anuncio: "A todos los integrantes del Equipo de basquetball, se suspenden entrenamientos del día lunes y martes. El entrenador."
-Como si me importara...- se dijo.
Bufó molesto. Sabía perfectamente que si que le importaba y mucho más de lo debido. Le gustaba ese deporte y ese pelirrojo. Sacudió la cabeza, tenía que dejar de pensar en él. Luego de golpearlo había arruinado cualquier posibilidad de acercamiento.
No sería una semana tan difícil como lo imaginó en un principio. El equipo de basquetball no tendría practica los dos primeros días y el ultimo correspondía a un feriado. Mentalmente se sonrió. Solo debía evitar a los de equipo dos días: miércoles y jueves.
Esperó al miércoles en la mañana para comenzar con su maniobra evasiva. Ni siquiera se acercó a los alrededores del gimnasio durante las prácticas y rogaba a Kami que ninguno de los chicos que conocía se le acercara a preguntarle el por qué no iba a entrenar en el caso que no lo supieran. Mucho menos esperaba que se acercaran a encararlo por lo que había hecho, en caso de que ya estuvieran enterados.
Era jueves. Se había pasado toda la tarde en la biblioteca y ahora se le había hecho de noche. El trayecto hasta su casa era bastante largo y para peor tendría que hacerlo prácticamente a oscuras.
Esta semana había tenido suerte. Se había librado de encontrarse con cualquier miembro del equipo de basquetball que pudiera hacerle preguntas sobre su ausencia a las prácticas.
Aún no entendía cómo es que había terminado atacando a su entrenador. Ahora que había pasado casi una semana se arrepentía. Quería volver a jugar, pero más aún quería ver al guapo pelirrojo. Aunque claro, si lo pensaba fríamente, había perdido cualquier posibilidad de hacer las dos cosas que en este momento más ansiaba.
Tan ensimismado iba en sus pensamientos que no se dio cuenta cómo ni cuándo un tipo de alrededor de 2 metros y cuerpo como una mole lo empujó con bicicleta y todo a un oscuro callejón.
Se golpeó con el piso de superficie irregular, con pequeñas piedrecillas y un basurero. Se puso de pie lentamente, aún aturdido.
-¿Qué fue eso?- se dijo.
Antes de poder girarse y volver su vista hacia la calle principal, un tipo, supuso que el mismo que lo atacó, lo rodeó por la espalda. Una de sus manos le cubrió la boca mientras que con el otro brazo lo abrazaba por la cintura, impidiéndole así cualquier movimiento.
Su atacante no se conformó con eso y subió la mano que lo sostenía desde la cintura hasta su pecho. Una vez ahí comenzó lentamente a bajarla, acariciando su pecho y abdomen en el proceso. Llegó al límite del pantalón, pero eso no impidió que siguiera con su recorrido. Solo se detuvo al llegar a la entrepierna del moreno, una vez ahí se dispuso a darle un pequeño apretón.
Rukawa no podía hablar, pero emitió una especie de chillido al darse cuenta de que es lo que estaba pasando. No era tonto y las intenciones de este tipo estaban más que claras.
Peor aún... más atrás del tipo que lo sostenía de manera firme escucho unas risillas. No era solo uno el que lo estaba atacando.
Luego de eso, el único pensamiento coherente que pudo tener fue el de aquel pelirrojo que a fuerza se había metido en su vida.
˜*˜
-Eres muy guapo muchachito.- dijo el tipo tras él mientras le lamia la oreja y luego le daba una pequeña mordida.
Rukawa solo podía temblar ante la idea de lo que se le avecinaba.
-Somos cinco, pero yo seré el primero... mira cómo me pones.- continuó hablando mientras se refregaba contras las nalgas de Rukawa haciéndole sentir su excitación.
El tipo comenzó a acariciar el sexo de Rukawa por encima del pantalón esperando una reacción que nunca llegó. El pelinegro estaba asustado, pero notaba que su agresor se estaba impacientando.
-Intenté hacer las cosas por las buenas, pero no me has querido ayudar...-
La mole de 2 metros se cansó y de un tirón lo despojó de su chaqueta y la polera que traía debajo. Comenzó a pellizcar sus pezones con demasiada fuerza mientras que lamia el cuello y la oreja de Rukawa que temblaba asustado bajo sus brazos.
Debido a su creciente excitación, decidió que eso no era suficiente y empezó a morder los hombros y espalda de su víctima, dejando marcas rojas que en su piel blanca como la nieve, se apreciaban con suma facilidad. Podía oler el miedo en el joven que había elegido como víctima. Era alto y delgado, además se notaba en sus brazos y abdomen que era un deportista. Lo más probable es que tuviera la fuerza necesaria para defenderse, pero aterrado como estaba le era imposible hacerlo.
Se atrevió a meter una mano dentro del pantalón para tener contacto directo con el sexo de ese apetitoso muchachito que había tenido la mala suerte de toparse con ellos. Acariciaba su pene con un fuerte y violento vaivén mientras que seguía su tarea de marcar con sus dientes la piel del muchachito. No quería que olvidara lo que pasaría esta noche... lo que él le haría esta noche.
Rukawa se sentía en el infierno y no precisamente porque sintiera calor, todo lo contrario, estaba literalmente congelado. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero le parecía una eternidad. El hombre tras él olía a alcohol, pero no estaba borracho, tenía demasiada fuerza para estarlo y se mantenía firme en su posición.
Seguía escuchando los murmullos tras ellos y eso lo asustaba más aún. La idea de este grupo de desalmados era tomarlo una y otra y otra vez. Hasta que se cansaran. Poco les importaba el daño que le causaran en el proceso.
-Ahora vamos a la acción.- escucho un susurro junto a su oído. Tembló.
El agresor bajó los pantalones y bóxer del pelinegro, impidiéndole de paso cualquier maniobra de escape, de intentarlo quedaría totalmente enredado en sus propias ropas. Ese trasero se veía apetitoso... ya lo probaría en una segunda vuelta. Estaba demasiado excitado para hacer algo más que simplemente embestirlo. Tenía que desfogarse, después ya lo disfrutaría.
Hizo amago de bajarse sus pantalones y de pronto... negro.
Rukawa no entendía que había pasado, pero seguía inmóvil, en estado de shock. No sabe cuánto tiempo estuvo así hasta que sintió unos brazos cálidos que lo rodeaban... y se desmayó.
˜*˜
Sakuragi contemplaba el mar por la ventana de su habitación. Era jueves y Rukawa no había aparecido en el entrenamiento, al igual que el día anterior.
«Me voy de este equipo»
Las palabras dichas por Rukawa le preocuparon. No quería que se fuera, no quería no verlo más. Le gustaba el muchachito, porque a pesar de haber hecho las cosas incorrectamente, se estaba esforzando por cambiar lo que en su primera conversación él le había dicho que estaba mal.
«Eres un cobarde ¿siempre huyes cuando las cosas se ponen difíciles?»
Sabía que no eran las palabras adecuadas, pero tenía que hacerlo reaccionar de alguna manera. Pensó que se molestaría, quizás le gritaría, pero nunca esperó un golpe... y que golpe.
Inconscientemente se llevó la mano a la mejilla. Rukawa se había tomado su comentario peor de lo que había imaginado. Lo que más le preocupaba es que no había vuelto al equipo. Cumplió con lo que le había dicho en un principio.
Estaba algo nervioso, aún no se acostumbraba a que las cosas no le salieran como él las quería. Miró el reloj. Eran las 8 de la noche y ya estaba oscuro, aún así decidió salir.
Los dulces siempre calmaban su ansiedad y su pastelería favorita estaba un poco lejos. Tomó las llaves de su auto, pero luego se arrepintió. Iría caminando, no le pasaría nada, si algún idiota se atrevía a intentar algo se arrepentiría. Sonrió al recordar sus tiempos de pandillero en su juventud... tenía peleas a diario y nunca perdió.
Durante el trayecto a la pastelería siguió repasando lo que había sucedido. Solía tomarse su trabajo muy en serio, le gustaba hacer las cosas bien, pero empezaba a pensar que se estaba involucrando demasiado con ese muchachito.
Que le gustaba el pelinegro era un hecho. Pero se preguntó si había alguien inmune a ese chico. Su cabello meciéndose cuando corría, la profundidad de sus ojos azules, el leve rubor que a veces cubría sus mejillas... Sakuragi era de la idea que podría vivir holgadamente si en lugar de sacar una carrera hubiese decidido ser modelo.
Intentó sacar estas ideas de su cabeza. El pelinegro era uno de sus alumnos, debía comportarse profesionalmente. Aunque no podía evitar preocuparse por él, estaba seguro que su vida era mucho más difícil de lo que todos creían y a pesar de todo el arrastre que tenía en la duela y con las mujeres, era un tipo inseguro.
Llegó a su destino y comenzó a elegir. Era una persona de buen comer aunque los dulces eran un desarreglo en su dieta de deportista, se permitía ese gusto de vez en cuando. Compró una tarta de frutas, pie de limón, torta, pasteles y queques. Feliz con su compra se retiró del lugar. Ya la disfrutaría cuando llegara a su casa.
Quería un poco de tranquilidad y salió de la avenida principal que era por donde caminaba para tomar una ruta algo más serena. Luego de 10 minutos ya había llegado a calles mínimamente transitadas.
Iba pensando en la inmortalidad del cangrejo cuando al pasar por un oscuro callejón escuchó quejidos quejumbrosos y risillas burlonas. Miró para saber que pasaba, cuatro tipos de espalda y más adelante de ellos un hombre al que no pudo ver el rostro. Comprendió que pasaba cuando comentarios nada castos llegaron a sus oídos. Iban a violar a alguien.
Se molestó, no le gustaba que se aprovecharan de los más débiles. Pensó en la pobre muchachita que seguramente era la víctima. Era claro que no podría defenderse de aquel gigante al que le calculaba 2 metros de altura. Iba a detener a ese tipo cuando vio algo que llamó su atención.
Un día se encontró con Rukawa de camino a la Universidad, iba en una bicicleta azul oscuro, aunque claro, este ni se percató de su presencia puesto que iba dormido. Esa misma bicicleta que montaba el pelinegro ahora se encontraba tirada en un rincón del callejón. Se quedó plantado en el lugar, sintió que la sangre se le iba de la cabeza y frío, mucho frío.
El hombre que se encontraba un par de pasos más adelante se agachó y el pelirrojo comprendió que estaba desnudando a su víctima. En ese momento lo comprobó. Un muchacho pelinegro de 1.87 se encontraba de espaldas, la cual era blanca como la leche.
La furia lo invadió. No permitiría que le pusieran un dedo más encima. Corrió como desaforado. Los cuatro tipos más cercano a la calle ni siquiera lo vieron pasar y el que era el líder no pudo hacer nada cuando un puño se estrelló en su mejilla con tal fuerza que lo dejó inconsciente en el acto.
Sakuragi volvió su vista a los otros tipos mientras murmuraba cosas ininteligibles. Peleó contra ellos con todas sus energías, dejó a dos de los maleantes inconscientes en el suelo del callejón, mientras los otros dos corrieron para escapar de aquel tipo de cabellos de fuego. Poco le importó, les había dado su merecido y los golpes les tendrían adoloridos por lo menos por una semana. Ahora solo le importaba él.
Rukawa todavía estaba en la misma posición que en un principio. Sakuragi supo que aún estaba en shock. Se acercó lentamente para no asustarlo y lo abrazó. El pelinegro se desvaneció en sus brazos antes que pudiera decirle cualquier cosa que lo tranquilizara un poco.
Acomodó sus pantalones y lo cubrió con su chaqueta. Cuando estaba listo lo cargó en sus brazos. Lo llevaría a su casa y se encargaría de él, no quería que pensara en lo que había pasado e hiciera alguna locura.
Estaba a medio camino de llegar a la avenida cuando apareció un taxi. Dio gracias a Kami por esto. Se sentó en el asiento de atrás con su preciada carga aún en brazos. No tenía pensado soltarlo por ningún motivo. El muchacho temblaba y balbuceaba mientras una de sus manos estaba aferrada a su chaleco, era obvio que tenía miedo. El pelirrojo lo atrajo aún más hacia su cuerpo y besó su frente. Pareció calmarse un poco.
Cuando llegaron a la casa, el pelirrojo lo llevó a su habitación. Era lo más cómodo para su huésped. Lo despojó de sus ropas para acostarlo y notó que sus hombros tenían marcas de dientes. Le hirvió la sangre. Fue hasta el baño y volvió con una fuente con agua, paños y un botiquín.
Con paciencia y delicadeza limpió su cuerpo, el muchacho seguía temblando, ahora producto de la fiebre. Cuando el paño ya salía limpio comenzó a desinfectar las heridas. No solo tenía marcas en los hombros. Su vientre plano tenía arañazos, poco profundos, pero ahí estaban. Al observar sus muslos notó que habían ejercido tanta presión con los dedos que las uñas habían quedado fuertemente marcadas, causando unas heridas similares en profundidad a las de los hombros.
Una vez desinfectadas todas las heridas le aplicó crema cicatrizante y esperó a que se absorbiera para colocarle un pijama. Por suerte nunca se deshizo de aquel regalo que uno de sus torpes amigos le había dado y que le había quedado pequeño.
Con paciencia lo acostó en la cama y lo cubrió con las frazadas. Luego de limpiar y ordenar las cosas que había usado, apagó la luz y dejó la puerta entreabierta para ser consciente de cualquier incomodidad por parte de su inesperado invitado.
Bajó a la cocina a preparar algo de comer. Sus pasteles y otros dulces se quedaron en el camino. Suspiró. No quería pensar que podía haber pasado si no hubiese salido a comprar. Con este último pensamiento se dispuso a cocinar.