5.- Intocable
Hanamichi estaba pálido. Corrió hasta el salón del pelinegro antes de que alguien le dijera algo, sabía de primera mano lo xenofóbicos que podían llegar a ser algunas personas, y más en una situación como esta. No quería pensar que podían hacerle a un “puto gay extranjero” recién llegado.
Llegó a la Facultad de Arquitectura y miró por los salones donde se supone debía de encontrar a Kaede. Se asustó aún más si eso era posible, cuando vio a Rukawa acorralado al final de un pasillo por unos diez chicos de aspecto alto y musculoso. El pelinegro no expresaba nada, pero él lo conocía lo suficiente como para saber que estaba preocupado por lo que pudieran hacerle.
En un par de pasos llegó hasta el que parecía ser el líder del grupo y tomándolo del cuello de la polera lo jaló hacia atrás haciéndolo tambalearse hasta dar de espaldas contra la pared más cercana, una mueca de dolor en su rostro lo hizo sentirse un poco menos molesto por toda la situación. Se ubicó entre el pelinegro y el grupo, cubriéndolo con su cuerpo.
—Se los advierto —dijo entre dientes mirándolos a todos detenidamente— si alguno de ustedes se le vuelve a acercar se arrepentirá por semanas —sus puños apretados eran una clara muestra de la ira que sentía en ese momento y de que hablaba en serio, realmente en serio—. Los reconoceré donde los vea.
Sin quitarles la mirada furiosa de encima agarró el brazo de Rukawa para hacerlo avanzar a su lado. Al final del pasillo se encontró con una pálida Isa, con una sonrisa la tranquilizó. Luego se giró hacia el grupo para gritarles y que de paso todos los que estaban cerca se enteraran.
—Hagan correr la voz de que el que vuelva a hablar de él se arrepentirá —sabía que aún tenía cierta fama de pandillero y su amenaza sería la voz de alarma de muchos para que callaran.
En silencio, los tres llegaron hasta el estacionamiento. Kaede e Isabelle conocían lo suficiente al pelirrojo como para saber que aún estaba furioso y tenían un poco de miedo de su reacción. Aún así, fue el pelinegro el que dio el primer paso.
—Sakuragi ¿estás bien? —preguntó dando un paso hacia él.
La chica lo tomó del brazo para evitar que siguiera avanzando, pero él puso cuidadosamente su mano sobre la de la ella para indicarle que estaba bien. Lo soltó y siguió avanzando hasta estar frente a Hanamichi, que con los ojos cerrados y el cuerpo levemente inclinado hacia adelante estaba apoyado con ambas manos sobre la puerta del vehículo.
—Yo estoy bien —dijo tranquilo, no era eso lo que le tenía inquieto—. ¿Y tú? ¿Te hicieron algo? —logró preguntar entre dientes.
—No, no me hicieron nada, estoy bien —dijo asombrado de que reaccionara así preocupado por él.
—¿Hana? —preguntó la chica manteniendo la distancia.
—Siento haberte preocupado —le dijo mientras con una sonrisa extendía los brazos a la chica.
—Está bien, solo no lo vuelvas a hacer —dijo mientras lo abrazaba.
—Vamos a casa —dijo el pelirrojo.
Acompañaron a la muchacha hasta su vehículo y luego se subieron al de Hanamichi. Todo el trayecto lo hicieron en silencio, aún no era el momento de hablar.
En la casa se encontraba Meiko esperándolos para cenar. Ahora que estaban lo suficientemente lejos de la Universidad parecía que las cosas se habían calmado. La comida se había hecho como si nada hubiese pasado. Ya bastante tarde, Isabelle se retiró a su casa.
˜*˜
Rukawa estaba en su dormitorio pensando en lo que había pasado aquella tarde. Como habían llegado justo a la hora no tuvo tiempo de enterarse de qué iban todos esos murmullos que se escuchaban en el salón. Pero la clase terminó cinco minutos antes y al aguzar el oído creyó escuchar su nombre y unas cuantas palabras que no le agradaron mucho. No tenía la historia completa, pero ya sabía más o menos de qué y de quién trataban los comentarios.
Estaba decidido a ignorar las habladurías tal como lo hiciera en sus mejores días de Preparatoria, pero apenas puso un pie fuera del salón un par de muchachos lo tomaron de los brazos para arrastrarlo al final del pasillo mientras otro grupo de unas siete u ocho personas cubría con sus cuerpos el espectáculo que estaban dando.
Intentaba no prestar atención a lo que le estaban diciendo, estaba más preocupado de pensar en una buena forma de salir de allí. Había peleado mucho cuando estaba más joven, es más, lo hacía constantemente con Hanamichi, pero estos eran diez tipos corpulentos y grandotes. Era claro que tenían fuerza, uno no sería problema, pero diez podrían dejarlo molido si se le cruzaba por la cabeza la idea de irse a las manos.
Hubo una frase que llamó poderosamente su atención “Te acuestas con el niño rico, por eso te quedas en su casa. Me pregunto a quien te habrás tirado para llegar hasta aquí… eres un puto maricón” y luego dejó de escuchar. Era la frase más suave que recordaba, el resto de las cosas que le dijeron fueron con un vocabulario bastante más ordinario y grotesco.
Por suerte no tuvo que escuchar esas ofensas por mucho más tiempo. Unos segundos después apareció Hanamichi para callar al tipo que era el más interesado en insultarlo. Como si le pagaran por humillarlo, se dijo.
No entendía muy bien qué es lo que había pasado en la Universidad, pero no tuvo mucho más tiempo para pensarlo, unos golpecitos en la puerta lo sacaron de sus pensamientos.
—Adelante.
—Permiso, Zorrito.
Vio como el pelirrojo entraba a la habitación y se sentaba en la cama. Creía que ahora era un buen momento para hablar. Si antes no lo habían hecho fue porque estaba Isabelle, no querían incomodarla o preocuparla aún más.
—¿Qué pasó hoy, Torpe?
—No escuchaste los comentarios —afirmó.
—Sí, lo hice. Además ellos me refregaron en la cara lo que se supone que había pasado.
—Entonces ¿por qué me preguntas que pasó?
—¿Qué pasó contigo? ¿Te molesta que digan todo eso de ti?
—No, me tiene sin cuidado lo que digan de mí. En cuanto a mi no va a pasar de eso, comentarios. Pero no podría decir lo mismo de ti. Volvería a reaccionar como lo hice si eso evita que te lastimen, Zorrito.
—¿Qué nos diferencia? ¿Qué podrían hacerme a mí que a ti no?
—Yo llevo un año allí, tengo dinero y cierta fama de matón. Por otro lado tú solo eres un extranjero recién llegado, se supone que estas solo. Pueden hacerte la vida imposible, no solo con comentarios, también con violencia.
—… —ahora entendía el por qué de la reacción de Sakuragi—. Gracias por preocuparte por mí —desvió la mirada para que no notara el leve sonrojo de sus mejillas.
—No tienes nada que agradecerme, Zorrito. Lo haré las veces que sean necesarias —dijo con una sonrisa.
Se quedaron un rato más conversando tranquilamente sobre temas un poco menos estresantes y finalmente el pelirrojo se retiró a su dormitorio.
˜*˜
El resto de la semana pasó de la misma manera. Durante todos esos días debieron de soportar las habladurías de toda la Universidad, que al verlos siempre juntos sentían que tenían más motivos para sospechar.
Isabelle no los dejó solos ni un minuto. Sabía que los comentarios más crueles recaían sobre el pelinegro y sabía también que el pelirrojo intentaba hacerlo sentir mejor y se sentía frustrado al no conseguirlo del todo.
Ambos necesitaban a alguien más que ellos mismos y la chica estaba para eso. Así fue que Rukawa terminó haciéndose amigo de la muchacha.
˜*˜
Para el día lunes los comentarios de los dos chicos parecían haber disminuido en frecuencia, ya no eran la novedad. Aún así las miradas y los murmullos se mantenían y ellos lo notaban.
El pelirrojo suspiró frustrado. Pensó que luego del fin de semana las cosas se calmarían un poco, pero al parecer se equivocó. Había ideado días atrás un pequeño plan de venganza y al parecer iba a tener que usarlo.
˜*˜
Eran las seis de la tarde y había pasado una semana desde el inicio de las clases, por tanto Hanamichi se dirigió al gimnasio. En el lugar ya se encontraban bastante de los integrantes del equipo de basquetbol, saludó con ánimos y los chicos correspondieron a los saludos.
—Hanamichi ¿cómo estás? —preguntó Eldrick, un chico afroamericano.
—Bien, negro. Gracias por preguntar —entendió que era por los rumores.
—No deberías hacerles casos —comentó Teddman, un alto rubio.
—No lo hago, Tedy —respondió.
—Sabemos perfectamente que es mentira —agregó Jerónimo, un mexicano.
—¿Y si fuera verdad, Jer?
—Nada cambiaría —dijo simple.
—Gracias, chicos.
El sonido del silbato los sacó de la conversación. El entrenador los llamaba para que se ubicaran a un lado de la cancha, al lado contrario de un grupo de chicos que venían a hacer las pruebas para ingresar al equipo, al final del grupo se encontraba Rukawa.
El entrenador los hizo presentarse uno a uno y luego los probó con un partido de entrenamiento. Habían muchachos muy buenos, el que más destacaba era el estudiante de intercambio.
˜*˜
—¿Qué te pareció? —le preguntó el pelirrojo.
—Todos juegan muy bien, se nota que éste es el país del basquetbol.
—Sí, Zorrito. Por eso deberás esforzarte más aún que en Japón.
—Lo sé. He estado haciéndolo desde que llegué.
—Lo siento —se disculpó entendiendo que se refería a todo lo que se decía de él—. Te prometo que no te volverán a lastimar, solo necesito un poco más de tiempo.
—No es tu culpa, Torpe.
—Si no estuvieras aquí, conmigo, no hablarían.
—Entonces prefiero que hablen. Dudo que en otro lugar me hubiese sentido tan cómodo como aquí.
—Me alegra oírlo, Zorrito. Porque me he esforzado por eso.
—Lo has conseguido —lo miró fijamente—. ¿Crees que estuve bien en el entrenamiento?
—¿Estas de broma? Estuviste genial, como siempre. Espero que el entrenador no sea orgulloso solo porque eres un novato y te coloque en los partidos oficiales.
—Eso espero yo también.
—Conseguirás lo que pretendes, Zorrito. Luchas por lo que quieres y eso al final tiene su recompensa.
—Gracias por todo, Torpe. Me he sentido mejor a tu lado de lo que me sentí jamás en casa.
—No me agradezcas, Zorrito. No aún —dijo pensando en qué momento y por qué quería que le diera las gracias.
˜*˜
El día martes no fue distinto del día anterior. Hasta que llegó el entrenamiento.
Se hizo un partido de práctica donde el entrenador eligió a algunos de los nuevos y los mezcló con los titulares. Hanamichi y Kaede estaban en el mismo equipo, fue así que descubrieron aquello en lo que tanto insistía en entrenador Anzai: juntos podían ser una dupla explosiva.
Habían jugado juntos durante toda la Preparatoria, pero lo hacían por obligación. Ahora que estaban jugando en equipo y confiaban uno en el otro descubrían lo compenetrados que podían estar. No necesitaban de las palabras para entenderse, solo una mirada y sabían perfectamente qué hacer. Las jugadas en conjunto que realizaban tenían a más de uno con la boca abierta. No peleaban por encestar, ni siquiera ellos lo sabían en cuanto empezaban la jugada, por eso sus contrincantes tenían muchas menos posibilidades aún de saber cómo terminaría aquel movimiento.
El entrenador estaba emocionado, había encontrado una pareja perfecta. Rápida, impredecible y efectiva.
Kaede se sentía genial. Jugar con el pelirrojo era como haber encontrado a aquel jugador que era capaz de seguirle en el juego, no sabía en qué momento se había convertido en tan buen jugador o cómo es que no había descubierto antes que era el compañero que buscaba. Sabía que con la dupla que estaban formando tendrían más posibilidades de llamar la atención de algún representante de la NBA.
Hanamichi estaba emocionado. No creía que hubiera algo que su Zorrito hiciera mal. Estaba feliz de hacer lo que fuera con él y mucho más si era algo que les gustaba a ambos, como el basquetbol. Y le encantaba ese fuego que veía en su mirada, esa pasión, y le agradaba pensar que él tenía bastante que ver en eso.
˜*˜
—Fue genial lo de hoy —dijo con un leve tono de emoción en su voz.
—Sí que lo fue, Zorrito —le dio la razón.
—Me gustó, lo que sentí hoy fue distinto de otras veces cuando juego. Ahora lo estaba disfrutando. Realmente lo estaba disfrutando, como nunca.
—Sí, ahora entendí lo que decía el entrenador Anzai.
—Ojala lo hubiéramos sabido antes. Habríamos aprovechado más el tiempo.
—Eso no es lo importante. Lo más importante ahora es que tenemos una segunda oportunidad para hacer las cosas bien —dijo con una sonrisa.
—Si… —le sonrió de vuelta.
Luego de conversar un poco más, cada uno se dirigió a su habitación. Llevaban casi dos semanas de convivencia y las conversaciones nocturnas se les estaban haciendo costumbre. Una grata y agradable costumbre.
Kaede se sentía como en una nube de algodón. A pesar de solo habían sido dos días, el primer fin de semana que pasó en aquel lugar fueron quizás las mejores vacaciones de su vida. Luego la cosa se puso un poco complicada, no entendía el por qué tenía que ser siempre tan difícil, pero Sakuragi estaba a su lado y no lo dejó un solo minuto, le importó nada lo que se dijera y aún más, lo defendió. Ahora que las cosas se habían calmado un poquito, descubría que también se les daba bien el basquetbol. Se lamentaba de no haberlo descubierto antes, pero sabía que el pelirrojo tenía razón, la vida les estaba dando una segunda oportunidad para hacer las cosas de una mejor manera.
Hanamichi, por su parte, sabía que estaba enamorado del pelinegro, pero creía imposible estarlo aún más a cada momento que pasaba. Pero ahí estaba la prueba, la tenía frente a sus ojos. No permitiría que nadie volviera a molestarlo o se atreviera siquiera a pensarlo. Mañana se enterarían que él no hablaba por hablar y que cuando les advirtió que se alejaran de su Zorrito, iba en serio.
˜*˜
Al llegar al otro día a la Universidad se encontraron por todos lados a chicos leyendo unas hojas. Cuando Isa apareció, le extendió a Hanamichi el papel que llevaba en su mano. El pelirrojo, después de echarle una rápida leída, le pasó el papel a Rukawa para que lo viera.
Kaede miró atentamente las tres imágenes que estaban allí. Erik, quien había estado molestándolo en el baño estaba en cada una de ellas con un chico distinto con el rostro distorsionado para evitar ser reconocido. Lo realmente sorprendente de la imagen es que Erik estaba siendo penetrado en diversas posiciones.
—¿Fuiste tú? —preguntó tranquilamente el pelinegro.
—¡¿Fuiste tú?! —dijo asombrada la chica.
—Por supuesto que fui yo —dijo inocente y ofendido por la duda, como quien reconoce que ha hecho algo loable—. Él fue quien echó a correr el rumor. A ver si empiezan a considerar esto como parte del cumplimiento de mi amenaza.
˜*˜
El chico de las fotografías soportó durante ese día y lo que quedaba de la semana los comentarios maliciosos que se hacían sobre su persona y las miradas de aversión que algunos de sus compañeros le lanzaban. El día viernes, no aguantando más, había cancelado su matrícula para irse a otra ciudad y comenzar con una nueva vida.
Los que conocían a Erik se habían encargado de que el rumor se regara como la pólvora: estaba pagando por no escuchar la amenaza del pelirrojo sobre su compatriota. Ahora, toda la Universidad sabía que el chico de mirada zorruna era intocable. Los rumores se acabaron en el acto.