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Intercambio

Las Fiestas

8.- Las fiestas


 


Kaede estaba en su habitación, preparándose para la cena de nochebuena. Ya se había bañado y acababa de vestirse cuando unos suaves golpecitos en la puerta lo sacaron de su tarea. Lentamente se dirigió a abrir.


Se sorprendió. Frente a sus ojos se encontraba un hermoso pelirrojo que vestía una camisa impecablemente blanca, un traje gris perfectamente planchado y unos zapatos brillantemente negros.


—¿Puedo pasar? —preguntó temeroso.


—Adelante —contestó haciéndose a un lado para permitirle el paso.


—Ven —lo llamó sentándose en la cama—. Tengo un regalo para ti.


Algo aturdido por la situación, Rukawa se acercó, hasta donde él recordaba, ellos dos prácticamente no se hablaban ¿qué era entonces todo eso? Lentamente se sentó en el borde de la cama, al lado de Hanamichi que lo esperaba paciente. Cuando estuvieron los dos cómodos, Sakuragi le extendió a su compañero un pequeño paquetito azul.


Kaede, algo ansioso, lo abrió. Se sorprendió gratamente de lo simbólico del regalo. Tenía entre sus manos una bola de cristal que en el interior tenía nieve y un tierno zorrito de ojos azules.


—Gracias —agradeció aún embobado mientras miraba al pequeño animalito.


—¿Zorro? —lo llamó temeroso.


—Yo… —pensó que le pediría su regalo o algo— no tengo nada para darte.


—Te equivocas, Zorrito —dijo con una leve sonrisa.


—¿A qué te refieres?


—Me gustaría que me dieras una conversación sincera, con la verdad.


—Aún no entiendo.


—Quiero saber qué pasó, Zorrito. ¿Por qué estas molesto conmigo?


—Eso… —dijo comprendiendo lo que quería el pelirrojo.


—Sí, Zorrito, eso —pensó que estaba evitando contestarle.


—Bueno, es simple —aún estaba algo molesto—. Estas de novio con Catherine y no me lo dijiste.


—¡Jajajajajajajaja! —tuvo un ataque de risa luego de procesar lo escuchado—. Yo no estoy de novio con nadie.


—Te vi —te rebatió.


—¿A si? Y dime ¿qué es lo que viste? —preguntó divertido.


—Ella te decía que deberían volver a ser novios y por la forma en que se habían besado en el salón, tu respuesta me pareció más que obvia.


—No sé qué descabellada idea cruzó por tu cabecita malpensada, fue ella la que me besó. Nosotros no somos novios, lo fuimos hace un año, pero la dejé porque estaba enamorado de otra persona. Siempre lo he estado —le dijo mirándolo fijamente.


—Entonces ¿no son novios? —dijo algo turbado por la penetrante mirada que recibió de Sakuragi.


—No. De hecho ese día le conté la verdad, que yo era gay —hizo una pausa—. La siguiente vez que la vi fue cuando los llevé al aeropuerto.


—Ya veo —ahora entendió que la chica no volviera a aparecer por la casa.


—¿Por eso estabas molesto? —preguntó pensando en qué tan posible era que el Zorrito estuviera celoso.


—Más o menos —dijo algo sonrojado—. Estaba molesto porque pensaba que no me habías contado sobre tu noviazgo y porque creí que me habías mentido respecto a tu sexualidad.


—Entiendo.


—Siento haber malinterpretado las cosas.


—Eso ya no importa, Zorrito.


—¿Podría todo volver a ser como antes? —preguntó algo temeroso.


—Solo si me prometes que la próxima vez hablaremos las cosas y así no habrán más malentendidos.


—Está bien, te lo prometo —se apresuró a contestar.


—Este es definitivamente el mejor regalo de la noche —dijo con una radiante sonrisa como las de antes.


—Tu regalo —dijo mirando la bola de cristal— y el que hubiéramos arreglado las cosas fue lo mejor de esta noche, Torpe —agregó con una tímida sonrisa.


—Vamos, Zorrito. Si no bajamos pronto mi madre se enojará con nosotros —dijo poniéndose de pie.


—Sí, tienes razón. Se esforzó por hacer esta cena —dijo siguiéndolo.


 


˜*˜


 


Meiko había aprendido en su vida a ser una mujer independiente, lo aprendió de su padre. Por eso había tenido problemas con el matrimonio y había terminado separándose. Su esposo nunca se acostumbró a sus constantes ausencias, pero lo que en realidad no soportaba es que como madre no estuviese para Hanamichi.


Aún así, ella amaba a su hijo y lo conocía lo suficiente como para saber que algo le pasaba, al prestar un poco de atención descubrió que fuera cual fuera la razón, Kaede tenía bastante que ver en eso. Le había tomado gran cariño al pelinegro, acogiéndolo como a un hijo y a pesar del poco tiempo que pasaba en casa había notado que la relación de los dos muchachos estaba algo distante.


Por esa razón se había pasado la tarde entera en la cocina preparando lo que cenarían esa noche. Ahora, sobre la mesa que adornara unos instantes antes Sakuragi, descansaba un perfecto pavo relleno, puré de papas y ensaladas de varios tipos.


Emma se había retirado luego de preparar el almuerzo, por lo que en la casa solo estaban ellos tres: Hanamichi, Kaede y Meiko.


Las preocupaciones de la mujer desaparecieron en cuanto los vio bajar juntos la escalera. Ambos venían conversando animadamente, como si lo que hubiese pasado antes fuese solo un mal recuerdo. Internamente, sonrió más tranquila.


Se sentaron a la mesa y brindaron por la noche que se les presentaba alentadora.


—Quisiera brindar por tener la bendición de contar con la presencia de ustedes esta noche. Sé que no he sido la persona más presente en tu vida, Hanamichi, pero me siento honrada de compartir esta cena contigo y con tu amigo, Kaede. Sé que las cosas entre ustedes no estaban bien, pero lo solucionaron y eso me deja más tranquila. En este día tan especial me gustaría expresarles mis mejores deseos de paz, amor y felicidad, y de paso extenderlos para el año venidero, ya que no podré estar con ustedes en el momento de su llegada —habló Meiko con la copa alzada.


—Sé que a veces puede parecer que no es así, pero los quiero mucho, a ambos. Me siento orgulloso de tenerlos en mi vida. Por eso quisiera brindar por ustedes y la felicidad que se merecen —dijo Hanamichi mientras miraba a su madre y luego a Kaede.


—Me gustaría agradecerles el haberme recibido en su casa. Muchas gracias, han hecho posible el que yo pudiese viajar hasta acá e intentar cumplir mis sueños. Me han acogido como una verdadera familia y me han hecho sentir más cariño del que tuviera alguna vez en mi propia casa —se sinceró Rukawa.


Meiko, Kaede y Hanamichi correspondieron a sus respectivos brindis chocando sus copas en el centro de la mesa. Todos sonreían. Esa noche, cualquier persona que los hubiera visto, podía haber afirmado que ellos tres no eran más que una familia normal disfrutando de la cena de nochebuena


Mientras cenaban, se dedicaban a conversar. Sorprendentemente, el que más hablaba era Kaede. Meiko estaba empecinada en conocer más al pelinegro y Hanamichi no hacía nada por impedirlo, quería saber las respuestas a las preguntas que su madre realizaba.


Luego fue el turno de Hanamichi, que si bien no habló en demasía, tuvo que soportar que su madre contara pequeñas anécdotas de cuando era pequeño. Más de alguna lo avergonzó. Rukawa reía internamente imaginando a un pequeño pelirrojo mientras tiraba a un perro a la piscina para que se bañara.


La mujer estaba dispuesta a disfrutar hasta el último minuto de esa noche, por eso, una vez que terminaron de cenar y hacer sobremesa, propuso salir al patio de la casa a disfrutar de la nieve que caía en ese momento. Estaban en pleno invierno y un espectáculo como ese era bastante común por esas fechas.


En un descuido del pelirrojo, su madre le lanzó, tal como lo haría un pequeño, una bola de nieve que dio de lleno en su cabeza. Él solo la miró y movió su cabeza en un gesto de negación que daba a entender algo así como que ella nunca cambiaria. Rápidamente devolvió el golpe. Cuando ya tenían una batalla, Meiko prácticamente obligó al pelinegro a participar del juego. Parecían tres niños que jugaran por primera vez con la nieve


Luego de un rato de diversión, todos estaban congelados, por lo que decidieron entrar a la casa y sentarse junto a la chimenea para calentarse un poco y entregarse los regalos. Luego de eso decidieron irse cada uno a su habitación. El primero en subir fue Rukawa y antes de que Hanamichi se le escapara, Meiko le habló.


—¿Qué había pasado, cariño?


—¿Eh? ¿Con qué? —preguntó confundido.


—Con Kaede. Desde hace un tiempo que las cosas entre ustedes estaban… raras.


—Ah, eso. Pues ya no importa, lo solucionamos —dijo con una sonrisa.


—¿Entonces no tengo que preocuparme?


—No, mamá, tranquila.


—Bien, entonces iré a acostarme. Buenas noches, cariño. Descansa —dijo besando una de sus mejillas.


—Buenas noches, mamá. Tú también descansa —le devolvió el beso.


Hanamichi subió rápidamente, pero en lugar de dirigirse a su habitación fue hasta la del pelinegro. Esa noche se quedaron conversando hasta altas horas de la madrugada, poniéndose al día con todas aquellas cosas que no se contaran en el tiempo en que no hablaban. Después de eso volvieron a dormir tan tranquilamente como no lo habían hecho desde hacía semanas.


 


˜*˜


 


Hanamichi pensaba en lo extraña que había sido esa semana. Durante los días que siguieron a la navidad, su madre permaneció en casa. Podía darse cuenta perfectamente de que intentaba aprovechar cada momento que podía para estar con ellos.


Por otro lado estaba Kaede. Desde la víspera de navidad, cuando solucionaron el malentendido entre ellos las cosas no solo habían vuelto a ser como antes. Habían mejorado considerablemente. Ambos se sorprendieron de saber qué tan fuertes eran sus propios sentimientos y de paso habían descubierto los de su compañero. Solamente faltaba que alguno diera el primer paso.


Solían quedarse tan prendados de su compañero que más de alguna vez sus miradas se encontraban, haciendo que sus rostros se sonrojaran levemente. Se miraban y sonreían constantemente y gustaban de hacer sonrojar al otro y adular con pequeñas y simples palabras. Estaban constantemente mimándose en los pequeños detalles.


Aunque solía ser el pelirrojo quien comenzaba con los juegos, Kaede había encontrado la manera de exteriorizar sus sentimientos de una manera más fluida y Hanamichi aprendió a ver en sus brillantes ojos azules la emoción que sentía cuando lo halagaba. Y solo por el placer de ver esa mirada continuaba haciéndolo.


Estaba prácticamente seguro de que Kaede le correspondía en sentimientos. Esa era la razón por la cual tenía un plan ideado. Solo esperaba que el día indicado, todo saliera como lo esperaba.


 


˜*˜


 


Meiko se encontraba en el comedor haciendo algo de tiempo. Ese día partía de viaje. La noche anterior ya se había despedido de Kaede y ahora esperaba a Hanamichi que se encargaría de ir a dejarla al aeropuerto.


—Buenos días, cariño —saludó la mujer cuando lo vio entrar al comedor.


—Buenos días, mamá. ¿Tienes todo listo?


—Sí, ya tengo todo. Espero terminar rápido y poder volver lo más pronto posible. Aunque no nos veamos tanto como quisiera me gusta estar contigo. Lo sabes ¿verdad?


—Lo sé, mamá, por eso estoy aquí. Ahora termina tu desayuno o perderás el vuelo —dijo con una sonrisa.


 


˜*˜


 


Cuando Hanamichi volvió de dejar a su madre se encontró con un Zorrito que intentaba reprimir un bostezo mientras desayunaba.


—Buenos días, Zorrito —dijo alegre.


—Buenos días, Torpe —contestó perezoso.


—¿Se te ocurre algo para celebrar este año nuevo?


—¿Eh?


—Zorro despistado. Emma se va esta noche y no vuelve hasta el próximo año —le explicó.


—Estaremos solos —murmuró desviando la mirada del pelirrojo.


—Así es, Zorrito. Así que en cuanto estés listo prepárate para hacer la limpieza de la casa.


—Está bien, Torpe.


Así, como Hanamichi lo había dicho, ese día se dedicaron a limpiar la casa para recibir el año nuevo tirando la mala suerte del año que se iba, fuera de la casa. El lugar era tan grande que estuvieron en ello durante todo el día y solo se detenían para comer. Emma solo estaba esperando que los muchachos terminaran de cenar para retirarse, una vez que estuvieron listos, así lo hizo.


Al otro día, luego de desayunar, se dirigieron al supermercado para comprar lo que les hiciera falta para la cena de esa noche.


 


˜*˜


 


Pasaron la tarde preparando comidas típicas japonesas para recibir el nuevo año de una forma un poco más tradicional. Cuando tenían todos los platos listos los llevaron a la mesa que previamente habían arreglado para la ocasión.


Subieron a sus habitaciones, se bañaron y vistieron con sus mejores trajes. Una vez listos se encontraron en el comedor.


—¡Wow! Te ves realmente bien, Zorrito —dijo con una sonrisa coqueta.


El que las mejillas de Kaede tomaran un suave y apetecible color rosado fue su recompensa ante el comentario. Aún así, el Zorrito le respondió avergonzado.


—Gracias, tú también.


Se sentaron frente a frente y cenaron en silencio. Se miraban por sobre la mesa de vez en cuando. Más de una vez sorprendieron la mirada de su compañero en ellos. Algo que a la vez que los avergonzaba, los hacía sentirse cortejados por el otro. Definitivamente esta cena no era la primera vez que se encontraban coqueteando.


Hanamichi solía tener la sensación de perderse en esa mirada azul profundo y esta vez no era la excepción. Solo un poco más, se dijo. Esta vez no iba a salir corriendo de sus sentimientos como lo hiciera en el pasado, esta vez iba a enfrentar la situación y si no funcionaba, pues era porque definitivamente su destino no era estar juntos. Pero no volvería a quedarse con las ganas de saber qué hubiese pasado si se la hubiese jugado un poco más por aquel que tanto amaba y que ahora lo miraba como preguntándose en que estaba pensando que se veía tan decidido.


Kaede comenzaba a preguntarse si de verdad el pelirrojo sentía algo por él. Era lo suficientemente inseguro como para no terminar de creerse esa posibilidad, más probable le parecía la primera teoría que tuvo cuando llegó: que estaba jugando con él. Entonces ¿por qué esa sensación de que el tiempo se detenía cuando sus miradas se encontraban? No lo sabía, pero ahí estaba de nuevo Hanamichi, mirándolo como si no hubiera nada más a su alrededor, con fuego en su mirada, como si estuviese decidido a hacer algo y él se preguntaba qué.


Cuando terminaron de cenar faltaba media hora para el año nuevo y Sakuragi decidió que era hora de empezar y habló.


—¿Quieres subir a mi habitación? Desde el balcón se pueden ver los fuegos artificiales —cruzaba los dedos para que le dijera que sí.


—Está bien —se apresuró a contestar.


—Lleva esto —le pasó una botella de champaña y dos copas. Él llevó unos platillos con cosas para picar, tuvo que hacer dos viajes.


Cuando estuvieron arriba se acomodaron en un sofá y esperaron conversando tranquilamente el tiempo que les quedaba. Un minuto antes, salieron al balcón.


9… 8… 7… 6… 5… 4… 3… 2… 1…


—Feliz año nuevo, Hanamichi —dijo Rukawa con una hermosa sonrisa.


Sakuragi no pudo resistirse, dio el paso que los separaba y lo abrazó fuertemente desde la cintura, luego le susurró al oído.


—Feliz año nuevo, Kaede —se separó unos centímetros para mirarlo a la cara y le sonrió tanto como lo hiciera él segundos antes.


Mientras los fuegos artificiales iluminaban la escena, Rukawa cruzó sus brazos por sobre los hombros del pelirrojo y se escondió en el hueco de su cuello, se estaba bien allí.


Hanamichi consideró esto como una señal y se alejó un poco para buscar con una mano el mentón de su compañero y alzarlo levemente para dejarlo a su disposición. Se acercó lentamente para darle tiempo a retirarse si no lo quería, pero el pelinegro no lo hizo, todo lo contrario. Comenzó a acercarse tan lento como el pelirrojo, hasta que a medio camino sus labios se encontraron y se besaron.

Notas finales:

Al fin! Bueno, espero sus comentarios :) Besitos para todas.


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