Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Intercambio

Notas del capitulo:

Siento la demora en la actualización, sé que me demoré bastante porque en realidad son capítulos cortos, pero es que en verdad tenía cero tiempo :S Bueno, intentaré que de ahora en adelante no pase taaaaanto tiempo… siempre que la inspiración me acompañe ;) Saludos a todas mis queridas lectoras :D

Nuevas noticias

10.- Nuevas noticas


 


Hanamichi despertó con una extraña sensación en su cuerpo, pero antes de poder siquiera preguntarse a qué se debía, un leve movimiento de otro cuerpo bajo el suyo le dio la respuesta: había hecho el amor con Kaede Rukawa, el chico al cual amaba desde hacía años. Sonrió como un bobo. Como un bobo enamorado.


Con mucho cuidado para no despertarlo, fue saliendo del interior del pelinegro. Una vez que estuvo completamente fuera, se acomodó en la cama, pasando uno de sus brazos por la espalda del Zorrito para atraerlo hacia él, dejándolo cómodamente en su pecho.


Por unos momentos se perdió en la perfección de su amado. Todo él era maravilloso. De forma inconsciente y casi imperceptible, giró su cabeza hasta dejar suavemente su nariz sumergida en aquellos cabellos tan lisos, tan sedosos, tan brillantes, tan… negros. Conocía el olor de ese shampoo como si fuese el suyo, quizás más. Volvió a tomar un poco de distancia y vio que un par de cabellos rebeldes cubría su frente. Su mano cobró vida propia, yendo al encuentro de esos cabellos para apartarlos de su lugar, descubriendo en ese momento que su frente estaba cubierta con pequeñas gotitas de sudor. Sonrió al recordar la razón. Su mano viajó hasta sus fuertes pómulos, que aún ahora se encontraban sonrojados por la intensa actividad que acababan de tener. Uno de sus dedos delineó la perfección de sus cejas, ni muy delgadas, ni muy espesas. Sus ojos en cambio, se posaron sobre sus parpados cerrados. Podía ver sus congelantes ojos azules a pesar de tenerlos cerrados, tenía esa penetrante mirada grabada a fuego en su mente. Como el mar. La mirada de Kaede era como el mar. Tan azul, tan profunda, tan fría, con la capacidad de desatar las peores tormentas y de ahogar a cualquiera, pero a pesar de eso, era imposible resistirse a ella. Se detuvo un segundo a apreciar las largas, espesas y negras pestañas, estaba seguro de que ellas serían la envidia de cualquier mujer. Su dedo se detuvo en su entrecejo para continuar el recorrido hacia abajo, hacia su respingada nariz, ni muy pequeña ni muy grande, totalmente acorde con el resto de su simétrico rostro. Sus dedos acariciaron con suavidad, delicadeza y amor sus labios entreabiertos, carnosos, pero no en exceso, tan sabrosos, tan dulces, tan apetitosos.


Tragó saliva y siguió con el reconocimiento.


Llevó su mano hasta el largo cuello del ojiazul y fue posando sus dedos en todas y cada una de las leves marcas en su cuello, otrora perfectamente blanco, dejadas claramente por él y que ahora lo marcaban como suyo. Su mano siguió bajando para recorrer su firme pecho que parecía esculpido por los mejores escultores, podía ver perfectamente sus músculos trabajados por el deporte y sus dos rosados pezones que resaltaban en la palidez de su torso desnudo, los había saboreado con tanto placer. Su dedo se detuvo unos segundos para jugar en su ombligo, un lugar que ahora sabía era tan sensible para su Zorrito. Siguió bajando, guiado por medio de un caminito de vellos que lo llevarían hasta…


—¿Qué haces?


—¿Eh? —se sorprendió de ser interrumpido en la mejor parte de su recorrido. No había sido consciente del paso del tiempo, durante todo lo que duró su inspección para él solo existió Rukawa.


—¿Que qué haces? —repitió la pregunta sonrojado, teniendo una leve idea de cuál sería la respuesta que obtendría.


—Estaba admirando lo perfecto que eres —contestó con sinceridad.


Rukawa solo pudo sonrojarse, no sabiendo que contestar luego de unos segundos prefirió cambiar de tema.


—Deberíamos dormir.


—Sí, pero creo que sería mejor si nos acostamos bajo las frazadas, no me gustaría que te resfriaras —dijo con una sonrisa.


—Si… —fue lo único que pudo murmurar, no estaba acostumbrado a que alguien más se preocupara por él y no sabía cómo reaccionar.


Hanamichi fue el primero en levantarse, por eso, cuando Kaede lo hizo, pudo darse cuenta perfectamente del leve rictus de dolor que se dibujó en su rostro.


—Lo siento —dijo mientras lo abrazaba con mucho cuidado y lo besaba en la frente.


—¿Eh? ¿Por qué? —preguntó confundido.


—Fui muy brusco.


—… —seguía sin entender.


—Te duele demasiado —afirmó mientras una de sus manos bajaba suavemente desde los hombros de Kaede hasta terminar donde la espalda pierde su nombre.


—… —abrió la boca para rebatir y negar lo obvio, pero no pudo articular palabra, avergonzado por la afirmación del pelirrojo.


—¿Y? —le insistió a que dijera aquello que antes se había callado.


—Un poco —confesó avergonzado.


—No se repetirá —aseguró con convicción.


—¡No! —dijo aferrándose a Hanamichi, preocupado de lo que aquella simple frase pudiese significar


—¿Eh? —no comprendió la reacción de Rukawa.


—No lo hagas —le pidió en un susurro apenas audible.


—Te amo, bonito. No me arrepiento de haberte hecho el amor. Lo volvería a hacer, solo que esta vez sería un poco más cuidadoso —aclaró ante el visible sonrojo de Rukawa, seguro de haber entendido el por qué de su turbación.


—Aún puedes arreglarlo —susurró provocador mientras se abrazaba a Sakuragi desde los hombros para besarlo con pasión.


—Mmm… —con los ojos cerrados se dedicó a saborear los labios de su compañero, pero se alejó de él demasiado pronto.


—¿Qué ocurre? —preguntó preocupado de haber sido rechazado.


—No es el mejor momento. No por lo menos hasta que te sientas mejor —con ternura besó su frente y lo tomó de la mano para arrastrarlo de vuelta a la cama—. Ven, acostémonos.


Rukawa sabía que era inútil discutir con el pelirrojo, así que no insistió. Prefirió disfrutar de ese momento juntos, momento en que Hana se dedicó a mimarlo con suaves caricias y pequeños y castos besos hasta que cayó en un profundo y reparador sueño.


 


˜*˜


 


A la mañana siguiente, sorprendentemente fue Kaede quien se despertó primero. Miró al pelirrojo, ahora su pelirrojo, que dormía plácidamente a su lado con una leve sonrisa dibujada en sus labios. No pudo evitarlo y sonrió también, recordando todas y cada una de las cosas que Hanamichi había estado haciendo por él desde su llegada a ese extraño país.


Sentía que de alguna manera debía devolverle todos sus esfuerzos, fue por eso que a pesar del dolor que aún sentía, se levantó y salió de la habitación en dirección a la cocina.


Miró todas las cosas que había en el refrigerador y en la despensa y comenzó a preparar el desayuno de ese día. Llevaba años viviendo solo, por eso había tenido que aprender a valerse por sí mismo. Cocinar era una de las múltiples cosas que hacía y que hacía sumamente bien. Lo que salía de lo normal en toda esta situación es que nunca lo había hecho para alguien más que él.


Se esmeró más de lo acostumbrado, esperando que este desayuno fuese el mejor que hubiese preparado alguna vez en su vida. Cuando consideró que todo estaba listo, dispuso las cosas en una gran bandeja especialmente decorada para la ocasión: el primer desayuno a la cama que le llevaba a su amor. Después de eso, tomó la bandeja en sus manos y se decidió a subir hasta la habitación de su amado pelirrojo, donde éste se encontraba aún durmiendo.


El dolor que sentía cada vez que subía un escalón estuvo, en más de una ocasión, a punto de hacerlo botar el desayuno. Pero soportó estoicamente por su amado Torpe. No se había esforzado tanto para terminar a mitad del camino con el desayuno tirado en el piso. Con algo de dificultad llegó hasta la habitación, caminó hasta quedar junto al velador donde depositó cuidadosamente la bandeja. Luego, ahogando los gemidos que querían salir de su garganta, se arrodilló junto a la cama, quedando a la altura de Sakuragi. Se inclinó levemente sobre su rostro y atrapó los labios de su amado entre los suyos.


Poco a poco Hanamichi fue saliendo de su sueño y correspondiendo al dulce beso que el pelinegro le estaba dando. Cuando por fin abrió los ojos vio a su hermoso Zorrito sonrojado. Fue una primera visión maravillosa. Este nuevo Kaede, tan tímido y avergonzado, le encantaba. Le daban unas ganas inmensas de abrazarlo, besarlo y cuidarlo como si fuese una delicada figurita de porcelana que se rompe con tanta facilidad.


 —Buenos días —susurró Kaede mientras se separaba casi con pesar de esos apetitosos labios.


—Buenos días —contestó, seguro de que si todos los días se despertara así, serían definitivamente muy buenos.


—Te preparé el desayuno —le dijo mientras con una mano le mostraba el velador.


—Gracias —dijo dándole un casto beso, luego palmeó la cama a su lado—. Vuelve a acostarte conmigo.


—Si —contestó con una sonrisa que fue reemplazada por un leve rictus de dolor al levantarse de su posición.


—No debiste hacerlo —agregó el pelirrojo


—¿Eh? —pensó que no le había gustado lo que le había preparado.


—Aún te duele, no deberías esforzarte tanto —le explicó.


—Bueno, yo… —no sabía cómo darle a entender que estaba dispuesto a hacer ese sacrificio y muchos más por él. Que haría cualquier cosa solo por él.


—Prométeme que no volverás a hacer nada que pueda causarte daño, dolor o que te lastime de alguna manera —pidió con un tono de voz que no admitía réplicas.


—Pe… —un dedo en sus labios le impidió continuar.


—Nada de peros, Zorrito. Prométemelo —volvió a pedir… o más bien, exigir.


—Te lo prometo —suspiró derrotado, pero feliz de que Hana se comportara de esa forma por él. Que se preocupara así por él.


El desayuno transcurrió entre besos y arrumacos. De vez en cuando se dedicaban a alimentar a su compañero, otras a quitarle la comida de la boca con un apasionado beso.


Se pasaron el resto de la mañana regaloneando en la cama y cuando decidieron bajar para almorzar, vieron que Emma ya estaba en la casa. Por suerte se habían vestido.


—Hola, Em —saludó el pelirrojo mientras se acercaba para besarla en la mejilla.


—Buenos días, joven Hanamichi —contestó al saludo con respeto y cariño a la vez.


—Buenos días, Emma —saludó Kaede con un leve movimiento de cabeza.


—Buenos días, Joven Rukawa —se inclinó levemente.


Después de eso, Sakuragi cogió la mano de Kaede mientras entrecruzaba sus dedos, para arrastrarlo hasta la sala de estar y ver televisión por un rato. Era un aviso mudo y Emma así lo comprendió: el pelinegro ya no era solo un estudiante de intercambio en aquella casa, sino la pareja de Hanamichi. Sonrió feliz de que aquel muchachito hubiese encontrado por fin aquello que le faltaba para alcanzar la felicidad. Era un chico realmente alegre, una buena persona, amable y muchas otras cosas más, pero siempre tuvo la impresión de que le faltaba algo, ahora sabía qué. Hanamichi Sakuragi estaba completo.


 


˜*˜


 


Habían pasado cinco días del nuevo año, Emma en más de una ocasión había encontrado devorándose los labios a Hanamichi y Kaede, que se separaban avergonzados en cuanto notaban la presencia de la mujer. Aún así, ella nunca hizo ningún comentario ni los trató distinto, aceptaba la decisión de los muchachitos sin problemas, es más, estaba totalmente de acuerdo. Conocía a Hanamichi de años y lo quería demasiado, por eso apoyaba su decisión, porque lo veía feliz. De alguna extraña manera, sentía que esa gran y vacía casa se había vuelto un poco más acogedora, llenándose por completo del ambiente romántico que los dos jóvenes daban al lugar.


Se encontraba preparando la cena, sumergida en sus pensamientos, cuando escuchó la puerta de la entrada abrirse. Al asomar la cabeza por la puerta de la cocina vio a Meiko.


—Señora… —dijo algo asombrada y preocupada a la vez. Los muchachos estaban arriba, en la pieza del pelirrojo, haciendo quizás qué cosa.


—Emma, buenas tardes —saludó—. ¿Y mi hijo?


—Ah, bueno, él…


La mujer no sabía si contestar o no a la pegunta, Meiko podía encontrarse con sorpresas. Pero la suerte estaba de su lado, porque justo en ese momento, el pelirrojo bajaba a toda velocidad las escaleras. Sus mejillas, levemente rojas, le indicaban más o menos en qué se había estado divirtiendo.


—¡Mamá! ¡Qué sorpresa! —mientras la abrazaba, vio a Emma hacerle un gesto indicándole que ella no había dicho nada. Asintió.


—Quería que lo fuera.


—Hubiese preferido que me llamaras para ir a buscarte al aeropuerto —“y que no te enteraras de las novedades por tu propia cuenta”, pensó.


—No importa —dijo quitándole importancia al asunto, luego recordó algo—. ¿Y Kaede?


—Él… —apuntó hacia arriba para indicar que estaba en su habitación, pero en ese preciso momento, el pelinegro bajaba las escaleras.


Hanamichi esperó pacientemente que su madre y Rukawa se saludaran. Luego los acompañó hasta la sala de estar, donde ellos dos seguían conversando y poniéndose al día sobre las pequeñas cosas sin importancia que habían estado haciendo durante esos días. Intentaba armar en su cabeza las mejores frases para contarle a su madre qué era lo que había pasado realmente en esos días en que estuvo ausente, pero no hallaba la forma correcta de hacerlo. Acababa de decidir que improvisaría sobre la marcha cuando su madre le habló.


—¿Qué te ocurre, cariño? —preguntó preocupada de que no hubiera pronunciado una sola palabra desde la llegada del pelinegro y pensó en qué tan probable sería que se hubiesen vuelto a pelear.


—Bueno, es que… —miró a Kaede en busca de apoyo, pero éste ya estaba mirando el suelo, evitando la responsabilidad de dar esta noticia.


—… —Meiko decidió darle tiempo a Hana para que ordenara sus ideas. Le parecía que fuera lo que fuera lo que tuviera que decirle su hijo, era algo importante.


—¿Recuerdas cuando estuve de novio con Catherine? —decidió empezar por el principio.


—Si —fue escueta, nunca entendió por qué habían terminado la relación cuando se veía a leguas que la muchachita estaba locamente enamorada del pelirrojo, haciendo con sus constantes atenciones que el velo de tristeza que traía Hana desde Japón, desapareciera. Sabía que no estaba acostumbrado a esas muestras de cariño por parte de las chicas de su edad, entonces no comprendía qué había sucedido para que él terminara la relación. Además, ella seguía visitando la casa, tan enamorada del pelirrojo como el día en que ella la conoció.


—Terminé mi relación con ella, pero nunca me atreví a decirte el por qué —tomó una gran bocanada de aire—. Estaba enamorado de otra persona, alguien que en ese momento había dejado en Japón.


—¿Y por qué nunca me lo dijiste? —algo no le cuadraba del todo y no sabía qué.


—Porque no creía ser correspondido —hizo una pausa—. Ahora sé que si lo soy, nos amamos y estamos de novios.


—Eso significa que está en el país —afirmó.


—Si…


—¡Tengo que conocerla! —interrumpió emocionada mientras se ponía de pie, pensando en todas las cosas que podría hacer para causar a su nuera una buena primera impresión. La seriedad que Hana le daba al asunto le hacía suponer que era alguien muy importante para él. Lo que ella no sabía es que también había otra razón…


—Mamá, siéntate —le pidió con paciencia.


—Está bien, pero dime, ¿cuándo la conoceré?


—Mamá, ya conoces a mi pareja —seguía hablando de forma neutra. Su madre no había notado, que hasta ese momento, él no había hablado de ninguna “ella”.


—¿Si? —preguntó confundida, hasta donde ella sabía no conocía a ninguna chica japonesa por medio de Hanamichi.


—Mamá… —llamó con miedo.


—… —Meiko levantó la cabeza preocupada, ese tono era totalmente distinto del que había usado hasta ahora. Lo que fuera a decir era realmente importante y serio.


—Estoy de novio con Kaede —finalizó.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).