11.- Kaede y Meiko
En la sala de estar se hizo un tenso silencio.
Meiko no supo cómo reaccionar ante la noticia. Abrió la boca para decirles que esa era una broma de muy mal gusto de su parte, pero las palabras murieron en su garganta al ver que, en algún momento de esta confesión, ambos muchachos se habían tomado de la mano. Y en su emoción, ella no lo había notado.
No quería menos a su hijo por ser homosexual, es más, en cierto modo comprendía que no se hubiese atrevido a contárselo antes. Pero se preguntaba si él entendía qué significaba todo esto que le estaba diciendo. Era algo un poco más complicado.
—¿Estas molesta? —preguntó Sakuragi con algo de temor por la respuesta que pudiera recibir.
—No —fue sincera, pero escueta.
—¿Entonces? —tenía la impresión de que su madre se estaba guardando algo.
—Necesito algo de tiempo para asimilarlo —comprendía que quizás el pelirrojo ya lo había aceptado en todo ese tiempo, pero a ella la noticia la había encontrado desprevenida y no estaba preparada.
—Está bien —dijo mientras apretaba la mano de Rukawa para darle a entender así que era momento de que ambos se levantaron para ir hasta la habitación.
—¿Hanamichi? —Meiko lo llamó antes de que salieran de la sala—. ¿Te has puesto a pensar en… todo lo que conlleva tu decisión?
—Si —dijo seguro, pero con algo de pesar, sabiendo a lo que su madre se refería—. Y lo he aceptado porque lo amo.
Meiko miró a Kaede, se había mantenido durante toda la conversación con la cabeza gacha y tenía la leve impresión de que a cada momento apretaba más fuerte la mano de Hanamichi. Luego miró a su hijo, conocía esa mirada, tampoco le había pasado desapercibida la determinación de sus palabras. Asintió para que él supiera que comprendía y que tal como se lo había dicho, solo necesitaba tiempo.
Hanamichi decidió darle a su madre lo que le pedía, así que cuando vio que ella tenía las cosas medianamente claras y que solo le quedaba hacerse a la idea, salió del salón arrastrando a Kaede.
˜*˜
—¿Amor?
Hanamichi había entrado primero a su habitación, por eso no lo había notado, pero cuando se dio cuenta de que Kaede no hablaba se giró para saber qué pasaba. El pelinegro estaba ahí, frente a él, con la espalda apoyada en la puerta luego de haberla cerrado, sin levantar aún la vista del suelo. Por eso no podía verle a la cara.
—¿Kaede? —volvió a llamarlo con cuidado.
Como el pelinegro no respondía a su llamado se dio cuenta de que realmente le pasaba algo. Caminó hacia él con lentitud para no asustarlo, acercó su mano hasta su mentón y lo levantó para obligarlo a mirarlo. No había lágrimas, no aún. Pero el brillo de sus ojos acuosos le decía que en cualquier momento estas llegarían.
Sabía en qué estaba pensando el pelinegro. Tenía miedo de que Meiko no aceptara su relación.
Nunca lo había visto tan frágil. Con cuidado, casi con miedo de romperlo, acercó sus labios hasta los de su compañero para besarlo con suavidad, con ternura, como una muestra de todo el amor que le tenía. No había en ese beso una segunda intención, era un beso puro, totalmente romántico.
Así lo entendió Kaede, que luego de unos segundos en que no reaccionaba, comenzó a responder al beso del mismo modo en que Hanamichi lo estaba besando a él.
Solo dejaron el beso cuando el aire se les acabó. Pero no por eso se separaron uno del otro.
—Solo necesita tiempo… —le explicó Hanamichi de forma simple.
—Eso espero —dijo mientras lo abrazaba.
En su interior, Kaede rogaba porque eso fuera todo. No quería que las cosas empeoraran, porque le parecía que Meiko no aceptaba la relación de ambos. ¿Y si le pedía a Hanamichi que lo dejara? ¿Qué elegiría? Tembló ante la idea. Le parecía más que obvio que el pelirrojo preferiría a su madre, en seis meses más él tendría que volver a Japón y todo eso sería solo un recuerdo.
Quería a Hanamichi, pero… ¿qué estaría dispuesto a hacer por él?
—Hana… —lo llamó con temor.
—Dime —dijo cuidadoso, le parecía que sea lo que fuera a decirle el Zorrito, era algo importante.
—Tu madre solo necesita tiempo… ¿cierto?
—Si —no entendía qué es lo que quería decirle el pelinegro.
—Pues… —se sentía mal por lo que iba a decir a continuación, pero era necesario ¿cierto?
—¿Zorrito? —le pareció raro que se callara de pronto.
—Creo que yo también necesito… un tiempo —terminó su idea.
—¡¿Quieres que… nos demos un tiempo?! —preguntó preocupado y casi gritando mientras se separaba de Rukawa.
—¡No! —exclamó asustado, avanzando hasta quedar nuevamente frente al pelirrojo, abrazándolo por la cintura y escondiendo su rostro en el hueco de su cuello.
—¿Entonces? —se calmó un poco, pero sentía que se había perdido en alguna parte de la conversación.
—Tu madre necesita tiempo y yo no quiero estar aquí mientras se lo toma… —suspiró—. ¿Por qué no pasamos unos días fuera de la casa? Así ella aprovecha de pensar sin presiones y yo… yo no me sentiré incómodo.
Sakuragi se paralizó. El Zorrito… ¿le estaba pidiendo que se fueran de la casa?
—Por favor… —rogó Kaede leyendo en su mirada lo que estaba pensando—. Lo necesito… solo serán unos días —agregó deseando y rogándole a todos los dioses que en realidad así fuera.
Hana se mordió el labio. Rukawa tenía cierto grado de razón, su madre necesitaba tiempo y no sería justo para él tener que estar en la misma casa mientras ella terminaba de asimilar toda esta situación.
Luego de unos segundos suspiró, casi derrotado.
—Bien, salimos mañana en la mañana —dijo—. Prepara tu bolso, iremos a casa de Isabelle.
Rukawa se aferró más fuerte a él y susurró un suave “gracias”. Se sentía mal de haber obligado al pelirrojo a tomar esa decisión, pero era la mejor de momento. Cuando Meiko viera que Hana había elegido irse con él, terminaría aceptándolo para no perderlo y cuando ellos volvieran las cosas estarían más tranquilas.
Tenía que convencerse de eso.
˜*˜
Meiko se levantó temprano, como siempre. Estaba acostumbrada a madrugar y aunque estuviese de vacaciones, eso no cambiaba.
—Buenos días, Emma —saludó entrando al comedor.
—Buenos días, señora.
—¿Mi hijo aún duerme? —preguntó pensando que era más probable eso a que ya se hubiese despertado y ahora estuviese en su habitación.
—¿Eh? —se volvió a mirarla como no entendiendo la pregunta.
—¿Emma? —la llamó casi como si fuese una amenaza, comprendiendo que la mujer sabía algo que ella no.
—Señora, los jóvenes salieron muy temprano esta mañana. Pensé que tenían un viaje e iban atrasados, pues llevaban un bolso y ni siquiera desayunaron.
Meiko sintió como la sangre se le iba hasta los pies, haciéndola tambalear ligeramente. Preocupada, Emma llegó hasta su lado para ayudarla a sentarse, cuando la vio un poco más repuesta le llevó un desayuno ligero, algo que la ayudara a recuperar un poco el color. Pero ella apenas y lo probó, sentía que el estómago se le revolvía. ¿Qué demonios había pasado?
Cansada de simular que estaba comiendo, decidió subió hasta su habitación, necesitaba pensar.
Se acercó hasta el ventanal que daba al patio trasero de la casa. Aún había en él restos de la nieve caída durante los últimos días. Con una sonrisa recordó como había estado jugando con Hana y Kae durante la navidad.
Si bien no pasaba con su hijo todo el tiempo que ella quisiera, lo conocía bastante bien, demasiado, no por nada era su madre.
Era un enamoradizo. Siempre fue así, desde que era un niño. Recordaba perfectamente su primer día en el jardín… y lo que le dijo en cuanto volvió a casa. Había planificado su vida entera junto a una jovencita de su edad, se veía siendo un reconocido empresario, padre de dos niñas y dos niños, viviendo en una gran casa con mucho patio, flores y un perro que corriera de un lado a otro. Lamentablemente, cuando se le declaró a la pequeña al día siguiente, fue rechazado.
En ese sentido, la historia no había cambiado nada en todos esos años. Se enamoraba, se imaginaba la misma vida, se declaraba y lo rechazaban.
Pero ella nunca imaginó que el ser constantemente rechazado por las jovencitas provocara que él se volviera homosexual. Mucho menos después de que mantuviera con Catherine una relación que lo hacía verse tan feliz. Aunque siempre sospechó que había alguien más en el corazón de su hijo, pues cuando estaba solo veía en su mirada cierta melancolía a la cual nunca le prestó demasiada atención.
Sabía que el pelirrojo seguía imaginando su futuro tal como lo hacía a los 5 años. Y era precisamente eso lo que le preocupaba. Podía ser un magnifico empresario, tener la casa de sus sueños, los perros que quisiera… pero con Kaede nunca podría tener hijos. Y sabía que de entre todas las cosas que él deseaba, esa era la que más. Por eso no entendía que hubiese renunciado a ellos así como así.
Lo había visto muchas veces jugar con niños pequeños y las únicas veces en que lo vio más radiante y feliz que en esos momentos era cuando hablaba de todos los hijos que tendría. Hijos suyos, sangre de su sangre y de la mujer que amara.
Por eso sabía que aunque adoptar era una opción, siempre habría algo que le faltaría. Recordó la última pregunta que le hizo el día anterior.
—¿Hanamichi? ¿Te has puesto a pensar en… todo lo que tu decisión conlleva?
—Sí. Y lo he aceptado porque lo amo.
Suspiró. Aunque había visto la tristeza en su mirada, también había percibido en ella la determinación. Su hijo tenía sumamente claro lo que quería. Y ella lo aceptaba.
Entonces… ¿por qué habían salido de la casa casi como si fuesen un par de delincuentes?
La respuesta llegó casi por arte de magia: Kaede.
˜*˜
El pelirrojo condujo hasta la casa de Isabelle en silencio. Ninguno de los dos tenía muchas ganas de hablar, les ganaba la culpa. A Hana de dejar a su madre exactamente en los pocos días en que tenía vacaciones y a Kaede de haber obligado al pelirrojo a elegir.
En cuanto llegaron, se tendieron en el sofá a ver una película. Seguían sin querer hablar del tema y ver algo en la tv era una buena opción para no hacerlo y de paso matar algo de tiempo.
A eso del medio día, Kaede se fue hasta la cocina, dispuesto a preparar uno de sus mejores platillos para sorprender al pelirrojo, con la sola intención de que ambos olvidaran sus culpas y todo volviera a ser como antes entre ellos.
—Está listo —llamó el pelinegro en cuanto estuvo todo preparado.
—¡Wow! —exclamó Sakuragi no pudiendo evitar la sorpresa.
La mesa se encontraba preparada como si fuese para alimentar a un regimiento. Un perfecto pavo relleno descansaba en el centro, rodeado de papas, ensaladas y verduras de todos los colores. En el puesto de cada uno descansaba una copa de champagne esperando a ser acabada.
—Espero que te guste —dijo Rukawa levemente sonrojado por la reacción del pelirrojo.
—Estoy seguro de que así será —se acercó hasta él y lo besó dulcemente en la frente—. Gracias.
Se sentaron a la mesa y comieron como si no hubiese mañana por dos buenas razones: la comida estaba realmente deliciosa y había suficiente como para que estuviesen pasando hambre.
—Si sigues cocinando cosas como esta terminaré siendo una bola de grasa —dijo Sakuragi mientras se palmeaba suavemente el estomago dando a entender así que estaba completamente satisfecho.
—Olvídalo. Un pelirrojo obeso podría ser fácilmente confundido con una pelota de basquetbol —se burló.
—Jajajaja. Tienes razón, Zorrito —fue interrumpido por un bostezo.
—Entiendo que estas cansado. Deberías ir a dormir, yo me encargaré de ordenar esto.
—No sería justo.
—Déjalo, mañana te tocará a ti —le sonrió para tranquilizarlo.
—Puedo intentarlo, aunque no te prometo nada —dijo alzando los hombros. Sabía perfectamente que la cocina no era lo suyo.
—Si lo haces con amor, para mi será suficiente.
—De eso si que puedes estar seguro —se acercó hasta su compañero para besarlo y demostrarle que hablaba en serio.
—Mmmm… ¿sabes? No importa si no cocinas bien, tus besos son lo bastante deliciosos como para compensarlo. Ahora ve a dormir un momento.
—Si…
Kaede vio como el pelirrojo desaparecía escaleras arriba. Suspiró. Amaba a ese hombre, no sabía exactamente cómo o cuándo había comenzado… mucho menos en qué momento el sentimiento se había vuelto tan fuerte. Tanto así que había hecho algo de lo que no se sentía para nada orgulloso: alejarlo de su madre.
Tampoco es que a él le causara mucha gracia alejarse de Meiko, pues quería bastante a aquella mujer que le había dado en tan poco tiempo el cariño que nunca sintió de una madre. Hanamichi y Meiko, aquellos dos a los que acababa de separar, lo habían hecho sentir como nunca en una verdadera familia.
Casi sin darse cuenta se fue acercando lentamente hasta la ventana de la cocina, aquella que tenía vista al patio. Era un lugar hermoso, a pesar de estar cubierto de nieve. Los árboles desnudos, la banca al fondo del terreno, la baranda que protegía del precipicio… la escena casi parecía sacada de un cuento. Pero esto no era precisamente un cuento de hadas para él.
Fácilmente Hanamichi podía ser su príncipe azul, aquel que viniera a rescatarlo de su desgracia y soledad, pero así como estaban las cosas jamás iban a poder tener su final feliz. Sabía cuánto amaba el pelirrojo a su madre… y él lo estaba alejando de ella por miedo a perderlo. Así nunca iban a poder ser felices. Además, tenía la leve impresión de que había algo más, algo que Meiko sabía y que la noche anterior se había callado.
De alguna forma tenía la impresión de que al estar juntos, ambos se estaban alejando de lo que amaban. Sakuragi de su madre y de aquello que él no sabía exactamente qué era; y él, de aquella mujer que lo quería como si fuese su hijo y del pelirrojo amor de su vida. Porque sabía que si Hana no era feliz, poco a poco iba a comenzar a perderlo.
Comenzaba a arrepentirse de haberle pedido que se fueran por un tiempo de la casa… pero solo un poco. No demasiado. La verdad es que no lo sabía. Estaba realmente confundido. Porque tampoco quería estar en un lugar donde no se les aceptara por su condición sexual, menos si quien los rechazaba era una persona tan importante para ambos.
—Agg… —murmuró mientras se revolvía los cabellos.
Rukawa estaba hecho un mar de dudas. Confundido como nunca, ni siquiera sabía qué es lo que en realidad quería. Ni que es lo que no.
Bueno… en realidad sí que sabía lo que quería: quería a Hanamichi, pero… ¿a qué precio?
Una sombra de tristeza cruzó por sus ojos. Por suerte estaba solo y nadie pudo ver aquella lágrima rebelde que caía sin intenciones de ser detenida hasta terminar su recorrido en el suelo.
Comenzaba a pensar que la vida era realmente cruel. O es que tal vez él había tenido una mala estrella al nacer… una muy, muy mala estrella. Porque si bien su vida no había sido fácil, había aprendido a vivir con eso gracias a su máscara de hielo. Máscara que el pelirrojo había hecho añicos con aquel agradable calor que irradiaba.
Suspiró. Realmente la vida se había ensañado con él cuando le permitió estar tan cerca de alcanzar la felicidad para luego ir alejándolo de ella poco a poco…
Sumergido en sus negros pensamientos, solo salió de ellos cuando sintió el sonido del timbre. Como si le pesara el cuerpo, casi como si fuera un zombie, se dirigió a abrir la puerta antes de que el ruido despertara al pelirrojo.
Se quedó de piedra al ver que quien estaba al otro lado no era ni más ni menos que la madre de Hanamichi, Meiko. Quien lo miraba con el ceño fuertemente fruncido, realmente enojada. Antes de que pudiese ofrecerle la entrada al lugar, o decir siquiera una palabra, sucedió. No la vio venir, pero la firme mano de la mujer había dado de lleno en su rostro, propinándole una sonora cachetada.