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Intercambio

Una mujer de armas tomar

12.- Una mujer de armas tomar

 

 

 

Kaede se llevó casi por instinto la mano a la mejilla, acariciando el lugar donde acababa de ser golpeado. Realmente le había dolido, pero en el alma. Casi con miedo se atrevió a levantar la mirada para encontrarse con la de la mujer que había estado mirándolo en todo momento enojada, muy enojada.

 

Ninguno de los dos se había percatado de que no estaban solos.

 

—¡Mamá!

 

Ambos miraron en la dirección de donde provenía la voz. El pelirrojo, blanco como el papel, estaba de pie en el descanso de la escalera. No podía creer lo que acababa de ver y su rostro así lo demostraba.

 

Había sido despertado por el sonido del timbre y se decidió a bajar para ver quién era la inesperada visita que tenían. Pero lo primero que vio fue a su madre golpeando a Kaede. Sintió que el mundo se le venía abajo. No entendía cómo o en qué momento las dos personas más importantes de su vida habían pasado a odiarse.

 

No fue consciente del temblequeteo de sus piernas ni de que las fuerzas lo abandonaban. Solo que de pronto su corazón comenzó a latir con demasiada rapidez y el aire empezó a escasear, le oprimía el corazón y la cabeza le daba vueltas. No pudo reaccionar, mucho menos avisar. Antes de que se diera cuenta su cuerpo dejó de responderle, haciéndole caer inconsciente hacia adelante.

 

Rukawa podía decir orgulloso que era un gran jugador de basquetbol, muy fuerte y rápido. Pero en aquel momento sintió que batía todos sus records, llegando junto al pelirrojo en un parpadeo para sostenerlo antes de que su cuerpo tocara el suelo.

 

Escuchó un suave suspiro a sus espaldas, no era un suspiro de alivio, sino más bien uno que indicaba cansancio con la situación, luego, la voz de Meiko que le hablaba.

 

—¿Puedes llevarlo hasta la habitación?

 

—Si —no había pasado por alto que el tono de la mujer seguía siendo de molestia.

 

—Bien. Te estaré esperando en el living. Aún tenemos una conversación pendiente.

 

Rukawa no pudo evitarlo. Aún con el pelirrojo desmayado entre sus brazos y luego de verla desaparecer tras las puertas que la llevarían hasta el salón, tragó saliva de forma pesada, como si de pronto se le hubiese estrechado la garganta y no hubiese nada que pudiera pasar por ahí. Ni hacia arriba, ni hacia abajo. Por eso estaba seguro de que llegado el momento, las palabras no le saldrían.

 

Hizo acopio de sus fuerzas y levantó a Hanamichi hasta dejarlo descansar sobre uno de sus hombros, de esta forma comenzó a subir las escaleras en dirección a la habitación de huéspedes que actualmente ambos estaban compartiendo. Con cuidado para no lastimarlo y con mucho cariño en su mirada lo depositó en la cama. Lo despojó de sus zapatos y lo tapó con las frazadas, no fuera a ser que se resfriara.

 

Sin muchos ánimos, decidió salir de la habitación. Sabía que tendría que enfrentar a Meiko antes o después y como decían, al mal tiempo darle prisa. Antes de llegar a la puerta no pudo evitarlo, su reflejo en un espejo le devolvió la mirada. Se observó atentamente, intentando no pensar, pero lo que antes fue una de sus blancas mejillas ahora se encontraba marcada de un intenso rojo con la forma de unos largos dedos femeninos. No pudo evitar que las ideas atacaran su confusa cabeza, se dijo que tenía que bajar y hacer frente a su destino: al rechazo de la madre de su amado Torpe.

 

 

 

˜*˜

 

 

 

Meiko se encontraba sentada en uno de los sillones del salón mirando a la nada. Quizás se le había pasado un poco la mano… bueno, se le había pasado la mano. Eso era un hecho. Pero su instinto de madre protectora se la había ganado. No solía enojarse con demasiada frecuencia, pero acababa de perder los estribos. Iba decidida a hablar con Kaede y hacerle ver cómo eran en realidad las cosas, pero cuando le abrió la puerta sus ideas se amontonaron en su cabeza dejándole solo una cosa en claro: este muchachito, idiota por lo demás, intentaba separarla de la única persona por la cual daría su vida.

 

Sumergida en sus pensamientos, no fue consciente del regreso del pelinegro hasta que éste le habló.

 

—Hanamichi quedó en la habitación… durmiendo —agregó sabiendo que el pelirrojo no estaba precisamente dormido.

 

—Bien… —murmuró mientras se giraba para mirar de forma penetrante a los azules ojos de Rukawa.

 

Se hizo en el lugar un tenso silencio que parecía que ninguno de los dos estaba dispuesto a romper. Pero ambos sabían que si alguien tenía que hablar, esa era Meiko, puesto que Kaede jamás se atrevería a comenzar. ¿Qué podría decir? ¿Perdón por haber hecho que Hanamichi eligiera? ¿Perdón por separarlos? No. Kaede no podía comenzar a hablar.

 

—¿Por qué se vinieron hasta acá… sin siquiera avisar? —comenzó Meiko a pesar de saber la respuesta.

 

—… —¿qué responder? ¿Sería algo así como una pregunta retorica o esperaba realmente que él dijera algo?—. Intentábamos… darte algo del tiempo que habías pedido.

 

—Ya veo… —dijo con un tono algo irónico—. ¿Sabes, Kaede? No soy tonta. Para nada.

 

—… —eso él lo sabía bien. Muy bien. Era cosa de recordar cómo acababa de ser saludado por la mujer. Ella sabía perfectamente por qué habían salido arrancando de la casa como si fuesen un par de ladrones.

 

—Hanamichi es mi vida —dijo con suavidad, casi con devoción.

 

—… —se sorprendió del tono escuchado. Era como si la mujer que había llegado hasta la casa y la que hablaba ahora del pelirrojo, fuesen dos personas totalmente distintas.

 

—Hanamichi es mi vida y quiero para él lo que lo haga feliz —dijo más decidida—. Si lo que él quiere es estar contigo, yo lo acepto. Pero no mentía cuando dije que necesitaba un poco de tiempo para hacerme a la idea. Aún así, no era necesario que te lo llevaras como si yo fuese a hacerles la vida imposible… como si fuese a intentar separarlos.

 

—Lo siento… —murmuró agachando la cabeza, comprendiendo que la mujer hablaba en serio y que él acababa de cometer un gran error.

 

—¿Sabes? En realidad te tengo un gran cariño. Ahora me pregunto cómo es que no me di cuenta antes de que ustedes dos estaban tan enamorados. Hanamichi es otra persona cuando está contigo… brilla, irradia felicidad —dijo con la emoción reflejada en sus ojos. A ella también le había hecho bien el cambio. Si su hijo estaba tan feliz, era suficiente para hacerla feliz a ella también.

 

—¿Por qué…? —dejó la frase a medio terminar, pensando que iba a cometer una indiscreción. La verdad es que la pregunta se le había escapado, no estaba realmente en sus planes hacerla.

 

—Kaede, seamos sinceros, por favor. Por el bien de Hanamichi —pidió la mujer con suavidad.

 

—… —solo pudo asentir con la cabeza y tomar una gran bocanada de aire para darse valor—. ¿Por qué… necesitabas tiempo… si sabías que Hanamichi era feliz conmigo?

 

—Eres joven, hombre y no tienes hijos. Puedo asegurarte que no está en los planes de ninguna madre que su hijo le confiese de un día para otro que es gay. Pero el problema no es precisamente ese… porque esta es una situación que se puede comprender y quizás con un poco de tiempo, aceptar. Como madre, lo peor que te puede pasar es ver a tu hijo renunciando a sus sueños.

 

—Hanamichi no ha renunciado a sus sueños —dijo casi como en un acto reflejo, pensando en cuanto se la había jugado por lo que quería: el basquetbol, su carrera… él.

 

—Sí que lo ha hecho —aseguró casi con melancolía.

 

—…

 

—Ha renunciado a la familia que tanto anheló tener —explicó al ver que Kaede no estaba comprendiendo del todo lo que le decía—. Hana siempre ha querido una familia… con muchos hijos. Y eso es algo que no podrá tener. Hijos suyos. De ustedes. Pueden adoptar, y querer a esos niños como si fuesen de sus entrañas… pero sé que para él no será lo mismo.

 

Rukawa no pudo decir nada. Lo que Meiko le decía era un hecho. Negarlo sería como negar las leyes de la naturaleza. Apenado bajó la cabeza. Sintió culpa con la idea de que estaba arrebatando a su amado pelirrojo aquello que más deseaba.

 

—Lo que más me sorprende es que él lo ha aceptado —aseguró Meiko con tranquilidad mientras miraba por la ventana—. Y eso es algo que demuestra hasta qué punto te ama.

 

—¿Qué tanto… quería hijos?

 

—Mucho. Pero claramente no más que a ti.

 

Por alguna extraña razón, la explicación de la mujer no terminaba de convencerlo, pero prefirió callarse. Quizás después lo averiguaría. Pero antes de que pudiesen continuar con la conversación fueron abruptamente sacados de sus respectivos pensamientos.

 

—Mamá… —susurró Hanamichi. Sus sonrojadas mejillas indicaban que había llegado desde la habitación en un tiempo record.

 

—Hijo —le contestó a su saludo de forma tranquila, tanto que lo hacía ver casi como una ironía.

 

—… —entrecerró los ojos como si sospechara que algo había ocurrido ahí. La tranquilidad en el saludo de Meiko parecía casi una burla luego de lo que sucediera a su llegada. Decidió ir directo al grano—. ¿Qué pasó?

 

—Nada de lo que tú debas preocuparte, solo fue un pequeño malentendido entre Kaede y yo —dijo como quien habla del tiempo.

 

El pelirrojo miró a Rukawa en busca de alguna señal. Vio como su compañero curvaba levemente sus labios en lo que era una sonrisita tranquilizadora.

 

—En realidad… —dijo Meiko interrumpiendo el pequeño mágico momento— yo había venido a buscarlos. No sé qué demonios hacen aquí en lugar de estar en casa. Así que les doy 10 minutos para que arreglen sus cosas y regresemos. No tengo tantos días de vacaciones como quisiera y me gustaría aprovecharlos al máximo.

 

—Si… —fue lo único que pudo decir Sakuragi.

 

Sabía que si su madre había ido a buscarlos era porque ya se había tomado el tiempo suficiente como para asimilar esta nueva situación. Tomó la mano de Kaede y lo arrastró escaleras arriba.

 

 

 

˜*˜

 

 

 

—¡Lo sabía! ¡Lo sabía, amor!

 

En la habitación, Hanamichi no podía contenerse de reír y saltar como un niño mientras abrazaba a Kaede intentando contagiarlo con algo de su alegría.

 

—Cálmate, Hana. Si no nos apuramos vendrá tu madre a buscarnos.

 

—¿Cómo quieres que me calme? ¿Te das cuenta de que mi madre ha aceptado por completo nuestra relación? —decía con los ojos brillantes de la emoción.

 

—Lo sé —contestó con tanta felicidad como el pelirrojo, pero a la vez con un leve dejo de tristeza por todo lo que había comprendido en la conversación que había tenido con Meiko.

 

—¿Amor? —lo llamó Sakuragi sintiendo que algo se estaba callando el pelinegro.

 

—¿Ah? —contestó desde algún extraño lugar en su cabeza.

 

—¿Pasa algo? —preguntó preocupado.

 

—Nada, es solo que han sido muchas cosas en tan poco tiempo. Siento que mi cabeza va a explotar —sonrió mientras mentía descaradamente.

 

—Bueno, no te preocupes, yo guardaré las cosas rápidamente y luego nos iremos a casa —dijo mientras lo abrazaba suavemente por la cintura y besaba con cariño su frente.

 

—Te amo —fue algo que le salió del alma.

 

—Yo también te amo —contestó con la misma sinceridad.

 

Una vez que el pelirrojo logró meter en el bolso todas sus cosas como fuera, bajaron para encontrarse con Meiko y partir de una vez de ese lugar. Y no es que precisamente a alguien le molestara estar ahí, pero ahora, así como estaban las cosas, la casa de Isabelle significaba que las cosas entre ellos tres aún no volvían del todo a la normalidad.

 

Meiko subió a su auto y partió primero. Un minuto después, Hana y Kaede hacían lo mismo.

 

No es que el pelinegro hubiese estado mintiendo del todo cuando dijo que estaba cansado, pero todo ese cansancio mental que sentía ahora, había venido con la llegada de Meiko, o para ser más precisos, con la conversación que había mantenido con la mujer.

 

Su cabeza daba vueltas y vueltas por una variedad increíble de pensamientos. Se sorprendió al darse cuenta de la cantidad de cosas que cabían en su mente simultáneamente. Era como si múltiples personas le hablaran al mismo tiempo, no consiguiendo escuchar nada en concreto, pero sintiendo el murmullo de todas y cada una de las voces. Suspiró. Lo último de lo que fue consciente antes de caer en un profundo sueño, fue de la mano del pelirrojo acariciando los cabellos que cubrían su frente y de lo refrescante que aquello se sentía.

 

 

 

˜*˜

 

 

 

Como si le pesara hasta el alma, Kaede abrió los ojos. La verdad es que no lo hubiese hecho si la luz del sol no le hubiese estado llegando directamente en la cara. Se removió un poco y confundido miró a su alrededor.

 

Sabía dónde estaba, claro que sí. Pero no entendía cómo es que había llegado hasta allí.

 

—Hasta que despierta mi bello durmiente.

 

El pelirrojo acababa de aparecer por la puerta de su habitación cargando una bandeja que depositó con cuidado en el velador. Luego se acercó tranquilamente hasta la cama para depositar un casto beso a Rukawa. El pelinegro se sorprendió de la suavidad del beso, preguntándose a qué se debía, pero su estómago ganó la batalla inconsciente y miró el velador, realmente tenía hambre. Se sorprendió de ver solo un plato con una sopa de nada.

 

—¿Y eso? —dijo haciendo una pequeña muestra de desprecio al plato con agua que veía.

 

—Tu desayuno —simple y sencillo.

 

—Tengo hambre —lo miró a los ojos mientras le decía cómo se sentía, casi como si le estuviese haciendo un reclamo por el escaso desayuno.

 

—Estuviste enfermo.

 

—¿Yo?

 

—Sí, tú.

 

—… —abrió la boca para rebatirlo, pero los músculos de su cuerpo dolían como si hubiese corrido una maratón, además de estar bañado en sudor.

 

—Ayer te quedaste dormido en el auto, estabas sonrojado y respirabas más rápido de lo normal. Me di cuenta de que tenías fiebre, así que cuando llegamos simplemente te cargué hasta aquí.

 

—¿Y dormí hasta ahora? —preguntó mientras miraba el reloj. Desde que dejaran la casa de Isabelle habían pasado unas 15 horas.

 

—Si…

 

—¿Mmm? —le pareció que se callaba algo.

 

—Deberías comer, no te hace bien pasar tantas horas con el estómago vacío. Ya después te bañarás —dijo mientras le acercaba la bandeja a la cama.

 

Rukawa miró la sopa con recelo. ¡Por Dios! Si eso no era más que agua. ¿Cómo pretendía el pelirrojo que se le afirmara el estómago con eso? Bueno, sabía que no había nadie más testarudo que Hana, así que pedir algo más que eso estaba fuera de discusión por ahora. Decidió dejar de darle vueltas al asunto y tomó una cucharada de ese líquido. Para su sorpresa sabía bien.

 

—¿Cómo está? —preguntó Sakuragi.

 

—Buena… —murmuró mientras tomaba otra cucharada y luego otra.

 

—Me alegra. Mi mamá la preparó especialmente para ti —le confesó con una sonrisa.

 

—… —parpadeó un poco confundido.

 

—No mentía cuando aceptó nuestra relación.

 

—… —no supo que decir. Comenzaba a sentirse culpable nuevamente.

 

—Tómatela toda, te va a hacer bien. Siempre me preparaba una de estas cuando estaba enfermo. Dejó un poco más en la cocina, la llamaron de urgencia desde las oficinas en Canadá. Dijo que volvería pronto para que pudiésemos tener unas vacaciones como Dios manda… juntos.

 

—Eso espero… —dijo sincero.

 

Una vez que el pelinegro terminara su desayuno se dio una refrescante ducha y bajó hasta el living para ver una película con su amado.

 

—Seijuro… —murmuró Hana haciendo referencia al nombre del protagonista—. ¿Conoces a alguien que se llame así?

 

—¿Eh? —preguntó entre confundido y sorprendido.

 

—Es que mientras estuviste con fiebre dijiste ese nombre varias veces…

 

—Ah, bueno… no. La verdad es que no.

 

—Ah…

 

Si bien Hanamichi había mantenido la vista al frente en todo momento, de reojo había apreciado claramente el sonrojo de Rukawa. Seijuro… ¿de dónde demonios había sacado Rukawa ese nombre?

Notas finales:

Seijuro ♥… ¿De dónde habré sacado ese nombre? xD


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