Luego del desayuno, Hanamichi prácticamente arrastró a Rukawa hasta el despacho de su abuelo.
—En serio… ¿para qué? —preguntó Rukawa algo reacio a entrar al lugar.
—Tú solo entra, ya lo verás. Confía en mi —dijo tranquilo, comprendiendo que el temor del pelinegro es que él quisiera “jugar” precisamente en ese lugar.
—Está bien —dijo con la seguridad de que su primo no intentaría nada ahí.
Hanamichi entró primero, sentándose en el gran sillón del escritorio. Luego, con un gesto de la mano, invitó a Rukawa a tomar asiento en la silla que estaba frente a él.
Sin entender muy bien la situación, el pelinegro hizo lo que su primo le indicaba. Entonces vio como el pelirrojo sacaba lo que parecía ser un libro de uno de los cajones del escritorio y cuando se lo extendió, él lo recibió confundido. Abrió una de las páginas al azar y comprendió que lo parecía ser un libro era en realidad un álbum de fotografías.
Con una paciencia que Rukawa no le conocía, el pelirrojo le contó, a medida que pasaban las imágenes, una gran cantidad de historias que no conocía. Y él las escuchó atentamente.
Su tía Hikari estaba embarazada cuando ellos perdieron contacto con la familia. Lamentablemente, también estaba pasando por una crisis matrimonial que terminó con el divorcio. Un par de meses después había nacido Rika, con un asombroso parecido a su madre. Del ex-marido de su tía nunca más supieron y la verdad es que, si ni ella ni su prima les interesaba, mucho menos al resto de la familia.
Su abuela había fallecido dos años después de que él la viera por última vez. Se le había descubierto de forma tardía un cáncer de pulmón. Un mes antes de su muerte, Shizuka había llevado a Hanamichi junto a su abuela para que se despidiera. Esa fue la última vez que el pelirrojo la vio. Unos años después, cuando ya estaba un poco más grande, se enteró que había sido su abuela la que pidió que lo llevaran en ese momento y no después, pues no quería que la viera demacrada, sino que quería que él mantuviera un lindo recuerdo de ella.
Su tío Daisuke se había casado un año después de la muerte de su abuela. Su mujer era realmente hermosa y un par de meses después de la boda, había quedado embarazada. Lamentablemente, cuando la pequeña Keiko tenía recién un par de meses, la familia había sufrido un trágico accidente automovilístico que les quitó la vida a todos.
Kaede observó atentamente cada una de las fotografías del álbum, había un par de rostros que no conocía, había otros que habían cambiado bastante con los años. Eso, sumado a todas las historias, de las cuales no se perdió un detalle, hicieron comprender al pelinegro de cuántas cosas se había perdido… y de que él parecía ya no pertenecer a ese lugar.
—¿Hana? —su abuelo lo llamaba desde la puerta.
—Dime, abuelo —contestó con calma.
—Bueno, tu madre dice que el almuerzo está listo… que bajes a almorzar.
—Ya vamos, no te preocupes.
—Bien… —contestó con un extraño tono mientras salía del lugar.
—Creo que está… celoso —a Rukawa se le escapó el comentario.
—¿Eh? —preguntó sorprendido.
—Lo siento —se disculpó.
—No, no, no lo hagas… no te disculpes —dijo con una sonrisa tranquilizadora.
—Gracias…
—… —lo miró con confusión.
—Has sido el único que me ha hecho sentir… como en casa —dijo de forma misteriosa.
Hanamichi se levantó de su lugar y se acercó a Kaede, que se puso de pie algo nervioso. Entonces, el pelirrojo estiró los brazos y lo abrazó por la cintura. Rukawa se dejó, se sentía bien así, acomodó su cabeza en el hueco del cuello de su primo, respirando su olor… sintiéndose, definitivamente, como en casa. Sus manos, que hasta hace un momento estaban empuñadas, ahora se aferraban suavemente a la polera de Hana, como temiendo perderlo.
Estuvieron así unos minutos, luego Sakuragi se separó levemente para depositarle un tierno beso en la frente. Rukawa le sonrió temeroso y como de común acuerdo, ambos se separaron.
—Debemos ir a comer —dijo Hana, como si no lo quisiera.
—Lo sé… —contestó en el mismo tono.
Así, y sin muchas ganas, ambos abandonaron el despacho.
~*~
—¡Hana!
—No.
—Por favor —rogó Rika mientras lo sujetaba infantilmente del brazo para que no se fuera.
—… —el pelirrojo suspiró armándose de paciencia —. No puedo Rika, si lo hago tu mamá me mata.
—Hana… —volvió a rogar mientras le miraba con ojos suplicantes.
—Algún día lo haremos —dijo mientras le acariciaba la cabeza.
—Prométemelo —pidió un poco más tranquila.
—Te lo prometo —contestó paciente.
—… —solo entonces, Rika soltó resignada el brazo de su primo.
—… —le sonrió y luego se volteó para mirar a Rukawa—. Vamos Kaede.
El pelinegro solo asintió algo nervioso por la reacción de la chiquilla y siguió a Hana. Para nada le había pasado por alto la forma que ella lo miró… estaba enojada con él. Por si no fuera suficiente que su abuelo sintiera celos de que él le quitara al pelirrojo, ahora su prima también estaba molesta con él. Suspiró.
—¿Qué ocurre? —preguntó Sakuragi al notar el suspiro.
—¿Eh? Nada —contestó sorprendido.
—Kaede… —dijo deteniéndose, solo continuó cuando su primo se detuvo frente a él—. Nos encontramos después de tanto tiempo… no lo arruinemos con mentiras.
—… —bajó la mirada avergonzado.
—Entonces… ¿qué pasó? —volvió a preguntar.
—Rika… también está celosa —dijo apartando la mirada.
—¡Ah! Rika es una buena persona, simpática y alegre… pero sigue siendo una chiquilla. Es natural que sea inmadura —dijo tranquilo, luego le guiñó un ojo y agregó—. Que los celos de los demás no arruinen esta tarde.
—… —Rukawa solo le sonrió—. Pero aún no me dices a dónde vamos.
—Ya lo veras —le contestó.
Caminaron un poco más y llegaron a las caballerizas. El pelinegro seguía a Hanamichi aún sin entender.
—Es hermoso, ¿no lo crees? —dijo acercándose a uno de los caballos mientras lo acariciaba.
—Si… —contestó con sinceridad, aunque algo temeroso de acercarse.
Pero fue el caballo quien avanzó lentamente hasta Rukawa y agachó la cabeza para que éste se la acariciara. Él miró a Hana, que solo asintió. Entonces levantó su mano y acarició al caballo, comprobando que su brillante pelaje era tan sedoso como parecía.
—Veo que le agradas. Eso es bueno —dijo Sakuragi—. Es mío y se llama Akai.
—Rojo… —murmuró.
—Si… me lo regaló mi abuelo hace ya unos años. A veces creo que intentaba burlarse de mí y mi cabello —dijo mientras le sonreía—. ¿Has montado alguna vez?
—No…
—¿Quieres intentarlo?
—Me puedo caer… —dijo temeroso.
—No te va a pasar nada. Yo voy a ir contigo —dijo seguro, luego repitió la pregunta—. ¿Quieres?
—… —asintió cabizbajo. ¿Cómo podría mirarlo si con una frase tan simple lograba hacerlo sentir tan seguro?
El pelinegro vio como Hanamichi se alejaba con Akai hasta donde estaba uno de los hombres que trabajaba en el lugar y le decía unas cuantas palabras. Lo que sea que le haya dicho, hizo que el hombre desapareciera rápidamente para volver casi al instante. Vio cómo se acercaba a Akai y le colocaba algo en la cabeza, las riendas. Entonces, Sakuragi volvió a su lado con el caballo.
—Bien, ¿vamos?
—Bueno, yo… no sé mucho de caballos, pero ¿no se supone que también se ensillan?
—Sí, pero si vamos a montarlo juntos sería incómodo.
—Ya… —dijo solo por decir algo, sonrojado por la segunda interpretación que tenía la frase.
Sakuragi le dio las indicaciones de cómo tomar las riendas y subirse al caballo, aunque por la poca experiencia de Rukawa, terminó uniendo sus manos para que él se pisara en ellas y lograra montarse. Luego él, con un solo impulso, quedó ubicado detrás del pelinegro. Le pasó las riendas a Kaede dándole instrucciones simples de cómo mantener al animal, él por su parte, se sujetó firmemente a la cintura del pelinegro.
—Bien, vamos con calma —dijo Hana para tranquilizarlo.
Akai comenzó a andar sin prisas, alejándose poco a poco de las caballerizas. Luego, el pelirrojo le dio unas pequeñas pataditas al animal, haciendo que este comenzara a trotar suavemente. Sakuragi comenzó a darle más instrucciones a su primo, susurrándoselas suavemente junto a su oído y respirándole, haciéndole saber lo agitado que se encontraba, suspirando y soplando, intentando estimular a Rukawa y conseguir de él alguna reacción. Con los pequeños saltitos que el animal iba dando, Hana iba poco a poco acercándose más a Kaede, hasta el punto de que comenzó a excitarse por el roce. Esto no pasó desapercibido para el pelinegro, le era imposible ignorar cómo poco a poco el bulto en los pantalones de Hana iba aumentando de tamaño… y él también se comenzó a excitar.
Era como un juego. Amos sabían que estaban excitados, pero no decían nada, mucho menos trataban de evitarlo, solo lo disfrutaban.
Como si comprendiera el ambiente del que estaban disfrutando aquellos que lo montaban, Akai comenzó a galopar, haciendo que el contacto entre los dos chicos fuera más rápido y más fuerte.
Inconscientemente, Rukawa echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el hombro del pelirrojo. Se sentía realmente bien, pero él también estaba excitado y a punto estaba de llevar una de sus manos hasta su miembro para masturbarse, cuando otra mano se le adelantó. Sakuragi metió mano dentro de su pantalón con una increíble habilidad, encontrando rápidamente el camino hacia el miembro del pelinegro, entonces, con la seguridad de quién sabe lo que hace, comenzó a estimularlo.
Un pequeño gemino escapó de los labios de Kaede. Hanamichi, viendo que su primo comenzaba a verse realmente envuelto por el placer, se apresuró a llevar su mano libre hasta las riendas del animal. Al ver eso, el pelinegro se lo agradeció internamente, porque estuvo a punto de soltar las riendas. Levantó sus manos, ahora libres, por sobre sus hombros, uniéndolas por detrás de la nuca del pelirrojo. Desesperado volteó el rostro, buscando los labios de su acompañante.
Hana se sorprendió, era la primera vez que el pelinegro tomaba en cierta medida la iniciativa, y él no se hizo de rogar. Besó a Rukawa con desesperación, comiéndose en ese beso la boca de su primo. Sus lenguas se buscaban en una candente danza húmeda, dónde claramente el pelirrojo era el que dominaba. Pero eso a Kaede no le importaba, por primera vez se sentía bien ser dominado por alguien.
De pronto, Rukawa se tensó, liberando en la mano de Sakuragi todo el contenido de sus testículos y por ahogar un gemido, mordió levemente los labios de su primo, haciéndolo sangrar. Pero todo eso a él no le importó. En ese preciso instante estaban llegando al límite de la propiedad, al rio. Definitivamente Akai sabía comprender a su dueño.
Hanamichi se bajó de un salto, estirando ambos brazos a su primo para recibirlo. Él no se hizo esperar y rápidamente se dejó caer sobre el pelirrojo, que hábilmente lo recibió, evitando que sus pies tocaran el suelo. Sintió como su primo comenzaba a caminar con él en el aire, y optando por una posición más cómoda, cruzó ambas piernas por la cintura del pelirrojo.
Al llegar junto a un árbol, Sakuragi depositó suavemente a su primo en el suelo. Rápidamente se quitó la polera, mostrándole a Kaede qué bien formado estaba su torso gracias al deporte. La verdad es que el pelinegro lo había visto muchas veces en el gimnasio, pero nunca le había prestado mayor atención porque simplemente no le interesaba. Hoy la situación era distinta. Tragó pesado, sin ser capaz de apartar la vista de esos perfectos músculos. Tanto así que apenas fue consciente de cuando su primo lo despojó de su camiseta.
Hana volvió al ataque, acorralando al pelinegro con el tronco del árbol. Otro beso con las mismas características que el anterior, pero más intenso si es que acaso eso se podía. Rukawa comenzaba poco a poco a perder la razón, todas las cosas que ese condenado pelirrojo le estaba haciendo sentir jamás se las había imaginado y ahora que lo intentaba se preguntaba si realmente podría sentirlas con otra persona.
Kaede comenzó a sentir que el aire se le acababa, pero de alguna extraña manera continuaba besándolo, como temiendo romper el beso y que con él se fueran esas sensaciones que le recorrían por todo el cuerpo. Sintió como Hana lo tomaba de la cintura nuevamente y comprendió lo que quería, así que repitiendo lo que había hecho momentos antes, alzó ambas piernas para cruzarlas por la cintura del pelirrojo.
Tan inmerso en todas esas maravillosas y desconocidas sensaciones estaba el pelinegro que no fue consciente de que, en algún momento, Hana había hecho desaparecer el resto de la ropa de ambos cuerpos. Tampoco se había dado cuenta de que el pelirrojo había adquirido aquella posición con el único fin de llegar hasta su entrada sin tener que romper ese exquisito beso. Y mucho menos notó que el grado de excitación de Sakuragi era tal que estaba dispuesto a hacerlo suyo sin prepararlo, pues necesitaba urgente una liberación.
Solo volvió en si cuando sintió que Hanamichi estaba ubicando su miembro en su entrada. Aunque el pelirrojo aún no llegaba a hacer presión, de alguna extraña manera, eso sí lo pudo sentir. Y todo se le vino encima.
En un segundo rompió el beso y se bajó de encima de Sakuragi. Avergonzado y siendo incapaz de mirarlo, no supo qué decir.
Se hizo un silencio incómodo en el que el pelinegro no se atrevió a hablar y en el que Hanamichi simplemente no pudo hacerlo por la sorpresa. Pero rápidamente el entendimiento vino hasta el pelirrojo, teniendo uno de sus tan acostumbrados ataques explosivos.
—¡¿Se puede saber qué diablos te pasa, Rukawa?! —le gritó colérico.
El pelinegro no supo cómo responderle, y aunque lo hubiese sabido, no hubiese podido. El dolor de haber sido llamado por su apellido fue un golpe demasiado fuerte. Incluso podía soportar que lo llamara “Zorro”, pero definitivamente se había acostumbrado rápidamente a ser llamado cariñosamente por su nombre.
—¡Respóndeme, maldita sea! —volvió a gritarle mientras lo zamarreaba de uno de sus brazos.
—Somos… primos —susurró casi inaudiblemente—. Yo… lo siento… no debí permi…
—¡¡Vete al demonio, Rukawa!! —le cortó el pelirrojo, ignorando olímpicamente sus disculpas y explicaciones.
El pelinegro se quedó ahí, parado, sin saber qué decir ni qué hacer. Estaba totalmente avergonzado por haberse permitido llegar hasta ese punto. Y sabía que eso iba a ser algo que Sakuragi no le iba a perdonar tan fácilmente. Lo que le pareció un segundo, en realidad había sido mucho más, porque cuando intentó nuevamente hablar con su primo para disculparse las veces que fueran necesarias, descubrió que éste lo había dejado solo.
Miró a su alrededor y por primera vez vio el paisaje que lo rodeaba, descubriendo también que no tenía la más mínima idea de dónde estaba. Había llegado hasta allí siendo bombardeado por una cantidad increíble de nuevas sensaciones, ahora no sabía cómo volver. Con cierto alivio notó la presencia de Akai a unos metros de él, alivio que se esfumó cuando vio la actitud del animal, totalmente distinta de la que tenía cuando lo conoció. Ya no estaba para nada tan manso y cariñoso, ahora se movía de un lado a otro, relinchando y viéndose totalmente violento.
—Como Hanamichi —pensó.
Recogió su ropa y comenzó a vestirse. No es que estuvieran precisamente en verano ni fuera temprano, por eso, ahora que el fuego de la pasión de había acabado, comenzaba a sentir frío. Con miedo y sintiéndose nuevamente abandonado, se sentó al pie del árbol mientras se abrazaba a sí mismo para darse algo de calor.
Levantó la cabeza y miró al cielo, pensando en qué iba a hacer para disculparse con el pelirrojo. Ahora que se había reencontrado con su primo no estaba dispuesto a perderlo tan fácilmente… aunque se comenzaba a preguntar… quizás para mantenerlo a su lado debería de entregarse a él, aunque eso fuera en contra de sus principios y creencias.