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Mordidos por el deseo. por Miny Nazareni

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Notas del fanfic:

Pues yo sé que tengo un fic (y mucho por agregarle) pero esta historia vino sola, fluyó así, de la nada y no pude evitarlo.

Todo empezó por un artículo de una revista que leía acerca de las arañas más peligrosas del mundo. Y en esa categoría estaba la Phoneutria Nigriventer (Araña bananera) que es muy peligrosa, pero tiene un curioso efecto secundario en hombres: una erección potente.

Entonces, mi mente enferma empezó a idear una historia y aquí está, espero que les guste como a mí.

Notas del capitulo:

Advertencia: Con respecto a los síntomas de la picadura de esta araña, todo es verdadero, pero por supuesto, entendemos que dentro de la ficción, lo que menos quiere una persona que de verdad es picada por este arácnido es tener sexo. Claro, estamos en Amor Yaoi y aquí todo se vale, así que espero que nadie se ofenda con esta historia.

Tal vez a alguien ya le picó esta araña y le moleste como manejo la situación, pero más que nada busco entretener no informar médicamente.

Ahora sí, sin más, me despido, espero que les guste :D

Mordidos por el deseo.

 

                —¿No es linda?

                —Es una broma… ¿Verdad?

Iván llevaba en una caja de cristal una enorme araña, del tamaño de la palma de una mano, con dos enormes ojos frontales y otros dos al lado, colmillos rojizos, patas gruesas y peludas y aspecto atemorizante. Jorge enarcó una ceja. ¿De verdad esa tétrica bestia le parecía linda a Iván? El chico estaba enfermo.

                —Claro que no, Portia es tan hermosa—levantó la caja de cristal a la altura de su cara—¿Quién es la araña más hermosa del mundo? ¿Quién? ¿Quién? Pues tú.

Jorge empezaba a tener miedo de la actitud de su mejor amigo. Hablándole de esa forma a una araña que más que ternura, la verdad daba espanto y asco.

                —¿La llamaste Portia? Tú sí que estás mal. ¿Y qué demonios hace “ella” aquí? Este es el viaje de generación ¿Sabes? No una salida cualquiera. ¿Por qué trajiste esa cosa?

Iván hizo un puchero y miró mal a su mejor amigo mientras viajaban en el autobús. Lo adoraba, lo amaba en secreto desde que eran niños, pero nunca se hubiese atrevido a decir tales cosas. Lo perdería si se llegara a enterar y la verdad prefería tenerlo como amigo. Al menos de ese modo podía gozar de sus sonrisas, de sus ojos, de su compañía. Pero tal decisión también era un infierno.

Jorge era demasiado apuesto para su bien. No podía evitar embobarse con sus ojos azules como el mar y su cabello castaño como el chocolate, su cuerpo bien torneado, esa sonrisa brillante como las joyas. Estaba tan enamorado de él y le dolía tener que callarlo.

Jorge sonrió ante el puchero y se perdió en los ojos de su amigo con tendencias arácnidas. Cuando lo conoció, le agradó que fuese tan espontaneo y dulce al mismo tiempo. Eran unos niños y por su loca cabeza no hubiese pasado la idea de considerarlo como algo más. Pero una vez creciditos, la historia había cambiado. Cuando Iván se quedaba a dormir en su casa, tenía que hacer acopio de todo su autocontrol para no abalanzársele encima. Le fascinaban sus ojos color miel y ese cabello negro como la noche, su cuerpo delicado y hermoso, sus movimientos torpes. Se había enamorado de un hombre y aunque al principio luchó demasiado contra la idea, al final se resignó a babear por Iván como todo ser consciente de su belleza. Pero por supuesto, nunca le dijo nada.

Y así el par de idiotas habían pasado callando sus sentimientos durante el último año.

                —No la llames así. Portia es mi amiga, la adoro—le sonrió a la caja de vidrio y después lo miró—No podía dejarla en casa, mi mamá aprovechó el viaje y se fue de vacaciones a un Spa y mi hermano mayor se largó con su novia a las Islas Caimán.

Hizo una mueca. ¡Cómo odiaba a esa estúpida araña! El papá de Iván era una especie de explorador en los países bajos y le había enviado esa cosa como regalo de cumpleaños. Le dijo que no debía tocarla, que tuviese mucho cuidado, pero que la cuidara como a una mascota. Y el pelinegro obedeció enamorado de esa bestia. Aquello le hacía sentir patético. Desde que “Portia” había llegado, Iván parecía prestarle más atención a ella que a él mismo. Qué ridículo eres, tienes celos de una araña horrenda, se decía constantemente, pero la verdad era que no podía evitarlo.

                —¿Celoso de Portia otra vez?—escuchó el susurro en su oído.

Jorge brincó ante la voz burlona y volteó a mirarlo. Estaba detrás de él y lo veía con chanza. Mira Carlos, no estoy de humor, le dijo en una mirada y el rubio de ojos cafés se carcajeó.

                —¿Se puede saber qué es tan gracioso?—preguntó Iván indignado.

                —Nada, nada—alegó Carlos aún entre risas y una vez calmado volvió a susurrarle a Jorge—Apuesto a que darías tu vida porque te hablara igual que a ella.

                —¡Ya cállate imbécil!—explotó el castaño propinándole un buen golpe en el hombro.

El idiota de Carlos no hacía más que recordarle sus penas.

****

El profesor Gutiérrez se encontraba frente al grupo repartiendo las habitaciones. Las mujeres tendrían una cabaña propia custodiada por la entrenadora González, una mujer estricta y dura que no permitiría que ningún chico se colara por las habitaciones. El profesor era el encargado de cuidar la cabaña de los hombres y éstos, muy a su pesar debían acatar cualquier orden. Después de todo, enfrentar a la entrenadora era suicidio.

                —Muy bien jóvenes, éste es el orden de sus habitaciones—miró una lista que sostenía con sus manos—Álvarez con Flores, Sánchez con Irigoyen, Vidaurreta con Velasco…

Iván y Jorge se miraron, compartirían habitación al parecer.

                —Esa es una buena noticia para ti—se burló Carlos en tono bajo y Jorge le lanzó una mirada asesina.

                —Pérez con Irazábal, Marroquín con Navarro, Acevedo con…

                —¡Es una maldita broma profesor!—exclamó Carlos colérico y la respuesta fue dada antes de que el profesor pudiese decir algo.

                —¡Tienes algún problema Marroquín!—gritó Antonio del otro lado de la multitud.

El mencionado se acercó al chico y tomándolo de las solapas de su camisa, le habló con voz sardónica.

                —Lo tengo contigo “Princesita”.

                —Traga mierda Marroquín—le respondió el otro enfurecido.

Ambos destilaban odio en sus miradas y Gutiérrez se acercó a ellos para calmarlos. Muy en contra de su voluntad, Carlos soltó a Antonio y éste escupió a sus pies. La ira se respiraba en el aire. Iván se angustió y Jorge giró los ojos. Para ellos, tales peleas eran el pan de cada día.

                —Jóvenes, por favor, arreglen sus diferencias en otro lugar o de lo contrario me veré en la penosa necesidad de aplicarles un reporte—antes de que Carlos pudiese protestar, el hombre mayor siguió—Y con respecto a sus habitaciones, se quedarán como están y eso es todo.

                —Pero…

                —Dije que era todo, joven Marroquín.

Contuvo sus ganas de estamparlo en la pared y se tragó toda la bilis que reverberaba en su garganta. Antonio por su parte apretó molesto los puños y se alejó de todos ellos. El chico Navarro siempre estaba solo y a nadie parecía importarle.

La historia era muy sencilla. Antonio era un chico sociable y muy querido por todos en la escuela. Las chicas lo perseguían como miel y a él no le importaba. Gozaba de la atención. Su amante era Hugo Escalante y le encantaba, pero, por supuesto, eso era un secreto. Su club de fans no podía saber que a él le iban los hombres y peor aún, que cogía con Hugo casi todas las noches al compartir el departamento. Pero el bastardo de Hugo no lo amaba como él y le ocultaba cosas. Un día que se animó a decirle sus sentimientos, el tipo se rio a carcajadas de él y al día siguiente fotografías de ellos dos desnudos se esparcieron por toda la escuela. No lo entendía y por un momento culpó a Hugo, pero cuando éste se vio atareado por las burlas, entendió que no había sido él. ¿Entonces quién? ¿Quién conocía su secreto? Y la respuesta vino en un instante.

Carlos Marroquín era el otro amigo de Hugo y el único que podría haberlo sabido. ¿Pero por qué razón le haría algo así a Hugo? El muchacho no soportó tanta humillación y se desquitó con él. Hugo le dio una buena paliza mientras negaba todo, diciendo que era montaje, que él era un puto marica y que nunca de los nunca se hubiese enredado con él. Aquello le devolvió su posición como líder, pero ya no se sentía a gusto en ese lugar y se largó. Hugo huyó de esa escuela dejándolo con toda la burla y la miseria. Lo odiaba, pero odiaba más a Carlos Marroquín por ser el responsable.

Sin embargo, esa no era la versión de la historia que tenía Carlos.

Para él, Antonio Navarro era el responsable de todo. Creyó la historia de Hugo, que todo era montaje para desprestigiar a su amigo, que el tipo era gay y que Hugo lo había rechazado. En venganza había hecho toda esa porquería para desprestigiarlo y que al final, Hugo se largara de la escuela. Al conseguirlo, lo odió. Lo odió por acabar con la vida de su mejor amigo solo por despecho.

Pero entonces, si no había sido Carlos ni Antonio, entonces… ¿Quién era el responsable de las fotos?

Eso solo Hugo lo sabía.

****

Se instalaron en la habitación tranquilos de compartirlas. A Jorge le hubiese dado un infarto de saber que otra persona vería a Iván mientras dormía o cuando salía del baño. Si bien, tenía los mismos problemas, prefería mil veces ser él y no otro. El jovencito de ojos miel colocó sus cosas en la cama y la caja de cristal con “Portia” en el buró. Jorge giró los ojos y calmó sus celos.

                —Ahora vuelvo, voy a revisar unas cosas con el profesor Gutiérrez—avisó Iván.

                —Sí, adelante.

                —Jorge… yo… se lo decía a Portia.

No dijo nada y le permitió irse. La puerta se cerró y el chico de ojos azules miró al arácnido. Hizo una mueca y se acercó a ella bufando.

                —“Se lo decía a Portia”. Muy gracioso. ¿Qué cosa especial puedes tener tú?—Miró a través del cristal y continuó los insultos—Eres horrenda y seguramente peligrosa. Cómo te detesto.

Tan ensimismado estaba en su desprecio a la pobre Portia que no se fijó en donde pisaba y tropezó con la cama. La caja de cristal salió volando de sus manos, se rompió y Portia quedó libre. Lo primero que hizo fue escabullirse debajo de la cama y Jorge alarmado comenzó a perseguirla. Pero el insecto era hábil y una vez encontró un hueco entre las paredes, ahí se perdió, provocando una taquicardia al castaño.

                —Mierda, mierda. He perdido a la estúpida araña de Iván. Va a matarme.

****

Estaban molestos ambos. Antonio había acomodado todo lo necesario en su cama, en el ropero que estaba del lado de la misma y el buró. Carlos, ignorándolo, había dejado sus cosas en la maleta. No quería que nada perteneciente a ese marica se mezclara con lo suyo. No era homofóbico, de hecho, respetaba los deseos y preferencias de cualquiera, pero Navarro era otra historia. Su odio hacia él rebasaba los límites del respeto.

Antonio decidió darse una ducha, tomó del mueble una toalla y se dirigía en dirección al baño cuando Carlos se adelantó y se encerró. No quería bañarse, la verdad era que no tenía ganas, pero con tal de joder al otro, decidió hacerlo. Y Antonio lo sabía muy bien.

                —Puta madre Marroquín, sal del jodido baño. Necesito bañarme.

                —Me vale madres lo que quieras—replicó el otro dentro del lugar, quitándose la ropa y preparando la regadera.

                —Púdrete en el infierno—respondió molesto. En verdad odiaba a ese tipo.

                —Púdrete tú primero “princesita”.

Y comenzó a bañarse ignorando los gritos de la “princesa”. Antonio por su parte, hizo una mueca y se sentó en la orilla de la cama. Ya se había despojado de sus zapatos y estaba descalzo esperando a que el otro saliera. Su pierna derecha temblaba de impaciencia mientras se tronaba los dedos. Fue cuando sintió una fuerte picadura en el pie izquierdo, que lanzó un grito.

Carlos lo escuchó y comenzó a burlarse en su interior. Navarro gritaba como niña. Terminó su ducha y salió de ahí con la puya en la lengua. La cual por supuesto, no reprimió.

                —¿Qué ocurre princesita? ¿Por qué gritas?

                —Imbécil, cierra la boca—Antonio se sobaba el pie. Realmente le había dolido la picadura. Miró en dirección al suelo buscando al animal responsable y al identificarlo lanzó un nuevo grito aún más agudo.

                —¿Quieres callarte marica? ¿Qué mierdas te pasa?—observó en dirección a donde Antonio apuntaba y reconoció al insecto.—No me digas que le tienes miedo a las arañas. Pero qué maricón eres.

                —No es cualquier araña idiota.

                —No, ya sé que no es cualquiera—se acercó a ella y extendió la mano—Se trata de la linda Portia, la mascota de Iván.

                —¿Quién tiene a un animal tan peligroso como mascota?—ironizó Antonio y sus ojos se abrieron como platos al ver como Carlos tomaba en su mano derecha al arácnido.

                —No es peligrosa, es… ¡Auch!—Portia lo había mordido también y buscando en su mochila, encontró un frasco donde guardarla. Lo colocó en el buró de su propia cama.

                —Te lo dije. Ahora habrá que llamar a un médico.

                —No digas mamadas princesita, sí, nos pico, es verdad, pero eso no significa nada.

                —¿Qué parte de “no es una araña cualquiera” no entiendes? Se trata de una Phoneutria nigriventer.

                —¿Y eso en español es?

Giró los ojos exasperado. No era posible que existiera alguien tan estúpido. ¿O sí?

                —Una araña bananera—Carlos le devolvió la mirada que significaba “¿Se supone que eso debe preocuparme?” y estuvo tentado a lanzarle una piedra en la cabeza.—Por si no lo sabes, tarado con cerebro subdesarrollado, este tipo de arañas son sumamente peligrosas.

                —¿Qué tanto?

                —Mortales.

El rubio contrariado se rascó la cabeza y decidió hacer caso a las recomendaciones de Navarro. Aún si lo odiaba y pudiese dejarlo morir, la realidad era que a él mismo le había picado dicho animal. Y no era un asesino. Ganas no le faltaban de matarlo, pero no era capaz.

                —Bien, buscaré al profesor Gutiérrez.

                —Dile que necesitamos un antídoto pronto. El veneno tardará de dos a doce horas en hacernos efecto.

                —¿Y qué nos pasará?

Por alguna extraña razón del destino, Antonio enrojeció como tomate ante esta pregunta y a la defensiva respondió:

                —¡Eso no importa ahora! ¡Solo hazlo!

Carlos obedeció y salió de esa habitación extrañado. Antonio se acercó al recipiente y miró al animal lamentándose su suerte. Los efectos de este arácnido eran peligrosos, estaba desde la pérdida del movimiento muscular, dificultad para respirar, mucho dolor, un paro cardiaco y de ahí la muerte.

Pero había otro efecto secundario que de solo imaginarlo le daba vergüenza.

¿Por qué precisamente cuando tengo a Carlos Marroquín como compañero?

****

                —¡No puedo creerlo! ¡Es que acaso tú me odias!

                —¡Oh vamos Iván! ¡No fue a propósito!

El pelinegro estaba sumamente molesto y preocupado. Estaban lejos de su hogar y Jorge había perdido su amada araña. Era el único recuerdo que tenía de su padre, al cual casi no veía. ¿Por qué su mejor amigo le hacía algo así?

                —Eso dices tú—sin poderlo evitar las lágrimas fluyeron de sus ojos—Pero siempre estás diciendo que odias a Portia. ¿Por qué Jorge? ¿Por qué me hiciste algo así?

Odiaba verlo llorar, en verdad su corazón se estrujaba cuando Iván lloraba y arrepentido de sus celos ridículos a la araña, limpió sus lágrimas con el dorso de su mano mientras le hablaba con voz dulce.

                —Lo lamento, de verdad lo lamento. No quería lastimarte… yo… es solo que… yo…

                —Jóvenes, qué bueno que los encuentro.

La voz grave del profesor Gutiérrez detuvo lo que estaba a punto de decir. Jorge iba a confesar sus celos, su amor por el chico y el hecho de que era capaz de perderse en el bosque con tal de encontrar a dicho animal y así verlo sonreír.

                —¿Qué ocurre profesor?—cuestionó aún lloroso Iván.

                —Parece que hemos encontrado a tu mascota.

Sus ojos se iluminaron y Jorge suspiró aliviado. Carlos apareció en el pasillo para confirmar tal declaración.

                —En serio Iván, solo a ti se te ocurre dejar suelta a tu araña. Ha picado a medio mundo en este campamento—se burló el rubio y el gesto de espanto en el pelinegro le hizo corregir sus palabras—Bueno… no ha picado a nadie más que a mí y a la princesita.

                —¿Estás hablando en serio Carlos? ¿Portia los picó a ambos?

El mencionado asintió e Iván comenzó a retorcerse las manos. El profesor Gutiérrez se encargó de explicar la situación. Había un centro médico a varios kilómetros de distancia de las cabañas, había que atravesar el bosque y de forma rápida, ya que los efectos de la picadura de una araña bananera eran mortales si no se aplicaba a tiempo el antídoto. Debido a que la araña era responsabilidad de Iván, el profesor lo designó como el encargado de ir al centro médico y conseguir dicha cura. Jorge se ofreció de inmediato a acompañarlo y a Carlos se le dio la indicación de que volviera a su habitación. Se le informaría cuando el antídoto estuviese ahí para que, tanto él como Antonio, lo tomaran.

El muchacho obedeció y los otros, responsables en cierta medida de lo ocurrido, emprendieron el viaje. Iván iba ensimismado y muy callado. Jorge, nervioso y temeroso de que fuese su culpa, trató de hablar con él usando todo el tacto posible.

                —¿Qué pasa Iván? Te noto extraño.

El chico despertó de su mutismo y esbozó una ligera sonrisa.

                —No… nada… es solo que me quedé pensando. Portia mordió a Carlos y Antonio.

                —Bueno, no debes preocuparte, ya vamos por el antídoto.

                —Es que… no se trata de eso… lo que pasa es… es…—comenzó a sonrojarse y a Jorge le pareció demasiado adorable—Es que la picadura de una araña como Portia tiene varios efectos secundarios y uno de ellos es… es…

                —¿Qué es?

                —Una erección de cuatro horas—lo soltó rojo por completo y el castaño se quedó mudo por un momento.

Y después lanzó una gran carcajada.

                —¿Es en serio? Vaya, sí que sería interesante quedarse en esa habitación y ver lo que pasa.

                —No lo entiendes Jorge, ellos dos se odian.

                —Por eso mismo. Imagínatelo, del odio al amor solo hay un paso y de los golpes al sexo solo hay una picadura de por medio. Ambos fueron mordidos por el deseo. Si se dejan llevar, tal vez ese par descubra que tienen muchas cosas en común—el tono de su voz era chusco, sardónico, en verdad le divertía imaginarlo.

                —O tal vez quieran asesinarme después.

                —Tranquilo, no dejaré que te toquen ni un solo cabello—lo sujetó de los hombros y lo miró a los ojos.

Las piernas de Iván temblaban, estaba tan cerca de su rostro y en verdad moría por besarlo. Pero no, no debía.

                —Hay que apresurarnos.

                —Sí… claro.

****

No podía dormir.

Y no era precisamente por la picadura de la araña. Estaba enredado en las sábanas y moría de calor, pero lo que no le dejaba conciliar el sueño eran los movimientos que hacía Navarro dentro de su propia cama. Era como si no pudiese acomodarse y estaba empezando a exasperarlo. Abrió sus ojos con furia y lo escuchó acomodarse una vez más. No pudo tolerarlo y se levantó encendiendo su lamparita de noche.

                —¿Quieres dejar de moverte? No me dejas dormir maldita sea.

Usualmente hubiera recibido una réplica mordaz y agresiva, pero en esa ocasión, Antonio no dijo nada y aquello le extrañó. Apagando su lamparita y encendiendo las luces del cuarto se acercó a él para ver qué pasaba.

Estaba sudando y tenía los ojos cerrados mientras se movía sin parar en la cama. Al parecer el veneno ya le estaba haciendo efecto. ¿Pero no se supone que no te da fiebre?

                —Maldición Navarro, estás ardiendo en temperatura.

                —Ya… ya lo noté—ironizó débilmente el otro.

                —Déjame ver esa picadura, seguramente ya se te infectó y por ello estás así.

Y despojándolo de la sábana, se dedicó a inspeccionar su pie derecho. Algo extraño se removió en su pecho al verlo. Antonio Navarro no dormía con pantalones, solo con una larga camisola que dejaba al descubierto sus piernas y por alguna rara razón se sintió embelesado con ellas. Pero solo un momento.

                —¿Por qué duermes sin pantalones?

                —Porque tengo calor imbécil.

                —Mira nada más, está horrible. Ni siquiera yo la tengo tan fea—y solo para corroborarlo, se fijó en su mano, donde Portia había mordido. Y era verdad, no estaba tan mal.

Pero no era eso lo que le afligía, si no sus reacciones. Antonio seguía retorciéndose de dolor y los movimientos de su cuerpo lo hipnotizaban. Se puso a analizar qué podría tener de interesante un tipo como ese. Era de baja estatura y su cuerpo no estaba bien formado, pero tenía curvas sumamente peligrosas. Sus piernas, su cintura, su cuello. Los cabellos del muchacho eran rojizos y sus ojos verdes. Muchas chicas lo perseguían porque era guapo y en esa época no lo negaba. Antonio Navarro era guapo… atrayente. Sacudió la cabeza. ¿Qué demonios estaba pasándole?

                —No me siento nada bien… me duele demasiado—el oji-verde se encorvó como si le doliera el estómago y Carlos despertó de sus ensoñaciones.

                —Te ayudaré princesita, voy a lavarte esa herida.

Antes de que pudiese decir algo, el rubio lo sostuvo entre sus brazos y lo cargó llevándolo directamente al baño. Lo colocó de pie ayudándolo a sostenerse mientras abría la llave de la regadera. El chico se estremeció, el agua estaba fría y apoyado en la pared, Carlos comenzó a lavar la herida con jabón.

Esto es malo, es muy malo. Debo detenerlo, se decía Antonio en la cabeza. Sentir las manos de Marroquín acariciándolo estaba volviéndolo loco, afortunadamente aún tenía control de su cerebro y por ello no había empezado a gemir, pero no faltaba mucho para que perdiera la cabeza y sería vergonzoso, sumamente humillante que el tipo lo viera en ese estado.

Por su parte, Carlos empezaba a sentirse caliente y extraño. Su cuerpo había comenzado a reaccionar y no podía evitar desear tocar más de esa piel. Aprovechaba que estaba “ayudándolo” pero la verdad era que no necesitaba un aseo tan exhaustivo. Solo era él complaciendo sus propios deseos. Levantó la mirada para verlo al rostro y todo lo que vio fue su entrepierna. Aquello, en lugar de molestarle, le gustó.

                —Alguien está empezando a ponerse duro—se burló tratando de ocultar su agrado.

El pelirrojo se ruborizó por completo y trató de justificarse.

                —No es mi culpa… es… es la picadura…

                —Me vas a decir que la araña te puso tan caliente—ironizó sin dejar de acariciarlo y subiendo más sus manos.

                —No imbécil… la araña… tiene… tiene una toxina que te provoca una erección… de cuatros horas…

Eso explica porque estoy tan excitado, pensó Carlos aliviado y continuó bromeando, todo para que el tipo no se diera cuenta que en verdad comenzaba a desearlo.

                —Entonces tengo que salir de esta habitación pronto.

                —¿Por… por qué?—cerró sus ojos y mordió su labio inferior, estaba por dejarse llevar.

                —Porque no me quedaré aquí contigo y tu erección. Podrías violarme.

                —Muy gracioso, a ti también te picó. ¿Sabes? Es más probable que tú quieras violarme a mí.

El rubio dejó de tocarlo y se levantó para estar a la altura de su rostro. Envolviéndolo con sus brazos, juntó sus cuerpos mojados por el agua fría, que ya ni siquiera se sentía como tal. Tenían tanto calor y tanto deseo. Antonio se estremeció con la cercanía y Carlos perdió la batalla de su cerebro.

                —Eso es verdad—admitió antes de lanzarse a su boca.

Sus labios húmedos y su lengua experta le supieron de maravilla. Quizá fuese efecto de la toxina, pero en ese momento juró que Carlos Marroquín besaba como los dioses. Devolvió el beso chupando su lengua y paseando la propia por sus labios y el interior de su boca. A Carlos le encantaba, en verdad le gustaba demasiado su entusiasmo y paseó sus manos por toda su espalda hasta tocar su trasero. Fue entonces cuando Antonio fue medio consciente de lo que pasaba y se separó encrespado.

                —¿Qué… qué demonios haces? Tu y yo… nos odiamos… esto… no puede… no puede…

                —Por esta noche dejaré de odiarte—respondió el rubio cegado por el deseo y volvió a juntar sus cuerpos.

Sus erecciones rozaron y Antonio no pudo evitar gemir ante aquello. Carlos sonrió satisfecho y comenzó a restregarse con él. La erección dolía, de verdad necesitaba aliviarse y la sensación de poseer un cuerpo como el suyo estaba empezando a nublarle el cerebro. Qué más daba si lo odiaba, en ese momento quería cogérselo como a nadie en ese mundo. Obedeció sus instintos y besando su cuello y acariciando su trasero, le quitó la ropa interior y comenzó a buscar ese orificio.

El pelirrojo se estremeció cuando sintió un par de dedos invadirle el interior. Hacía mucho que no tenía sexo con nadie, pero recordaba perfectamente la sensación de saberte llenado por el pene de otro hombre. Quería que lo tomara, en verdad estaba deseándolo con todas sus fuerzas y como si leyera su mente, después de meterle un tercer dedo y prepararlo, Carlos Marroquín se quitó los bóxers y metió su miembro en su entrada.

                —¡Ahhh! ¡Joder! ¡Aghh!—gritó el muchacho aferrándose a su espalda y pegado contra la pared.

Carlos sujetaba el cuerpo de Antonio con sus brazos y lo cargaba apoyándose en el mármol. Quería clavárselo duro, salvaje, casi enloquecido y después de esperar varios minutos, comenzó a moverse. Los gritos de placer del otro le excitaban aún más y lo motivaban a hacerlo más rápido.

                —Más… ¡Quiero más! ¡Más rápido!—suplicaba desgañitándose la garganta.

                —¿Lo estás disfrutando?—preguntó con la voz entrecortada. A él mismo le costaba respirar, la “princesa” lo apretaba de una forma deliciosa, cada roce le enloquecía y no podía parar. No quería.

                —¡Me encanta! ¡Hazlo más duro!—la dignidad estaba por los suelos, estaba gozando y no iba a reprimirse.

                —Te voy a clavar en la pared princesita y te va a gustar tanto que llorarás.

                —Adelante, hazlo.

Y siendo más brusco, lo penetró tan fuerte que Antonio se quedó sin voz. Estaban sudorosos, pero el agua se llevaba todo aquello. Se estremecía y lloraba, justo como había dicho y no pudiendo más se corrió entre sus vientres. Bien poco le importó al rubio, quien siguió hasta que estuvo satisfecho y lo llenó de su esencia.

Respiraban agitados y mirándose a los ojos. Café con verde se enfrentaban y se hechizaban. Las erecciones no menguaban, pero Antonio empezaba a sentirse mareado y no podía moverse, culpa de los otros efectos de la picadura. A Carlos no le importó. Cerró la regadera y cargándolo lo devolvió a la cama mientras le quitaba la camisola y se quitaba su propia ropa, quedando desnudos por completo.

                —Ya… ya no puedo… no puedo moverme.

                —Pero yo sí y aún tenemos cuatro horas de erección para disfrutarlas por completo antes de morir—respondió Carlos dirigiendo su boca al miembro del pelirrojo y chupándoselo.

Va a ser una noche larga, pensó Antonio entre gemidos.

****

                —Menos mal que sí tenían el antídoto en el centro médico. ¿Verdad Jorge?

                —Sí, menos mal—respondió escuetamente el castaño.

Estaba pensativo. Había estado a punto de confesar sus sentimientos. ¿Por qué rayos actuaba de forma desesperada cuando lo veía llorar? Quería abrazarlo, decirle que todo estaba bien, besarlo, tocar su piel. Pero todo lo que hacía era caminar de su lado en medio del bosque solo para llevar la cura a un par de idiotas que se llevaban peor que perros y gatos.

                —¿Qué te pasa Jorge? Te noto extraño.

                —No me pasa nada.

                —Me estás mintiendo. ¿Sabes?—le sonrió ligeramente—¿Estás molesto conmigo por arrastrarte en este problema?

Aquello lo hizo brincar. ¿Cómo iba a estar molesto con él si lo adoraba?

                —Claro que no. Fui yo quien se ofreció a acompañarte. No permitiría que nada malo te pasase en el bosque—le dijo acariciando su mejilla con ternura y el conocido sonrojo lo invadió.

                —Ba… basta—quitó su mano con fuerza y sus ojos comenzaron a aguarse—Ya no lo soporto.

Lo miró preocupado. ¿Y si Iván ya sabía de sus sentimientos? ¿Y si le causaba repulsión?

                —¿De qué hablas?

                —Jorge yo… yo… perdóname… pero ya no puedo más… yo… yo te amo.

Cerró sus ojos derramando lágrimas y apretó los puños temblando. No quería escuchar el rechazo de Jorge, no quería, pero ya no aguantaba estar tan cerca de él y callar todos sus sentimientos. El castaño de ojos azules se quedó pálido ante la confesión y después recobró la compostura. Sonrió feliz de saberse correspondido y lo aprisionó en sus brazos para sorpresa del pelinegro.

                —Yo también te amo. Te he amado desde siempre.

                —¿De… de verdad? ¿No es una broma?

Sostuvo su barbilla entre sus dedos y le dio un tierno beso. Labio con labio, respiración con respiración y mariposas en el estomago conjuntas. Se abrazaron felices. Años y más años de callar y al final, resultó que Jorge le correspondía. Estaba tan emocionado que por un momento se olvidó de su misión, de Portia, del antídoto y del hecho de que Carlos y Antonio lo necesitaban.

Ahora mismo solo importaban ellos dos.

                —Debemos darnos prisa, hay que llevar el antídoto—habló Jorge entre besos para Iván.

                —Cierto—reaccionó el joven sin separarse de su cuerpo—seguramente ambos están muriendo.

                —O follando, cualquiera de las dos opciones es viable.

Tomó su mano entre la suya y ambos, enamorados y felices, continuaron avanzando a través del bosque.

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No se habían vuelto a dirigir la palabra.

Después de tener sexo como locos durante horas, el corazón de Antonio comenzó a fallar y se desmayó. Carlos buscó desesperado la ayuda y justo entonces, llegaron los enamorados con el antídoto. Lo suministraron, durmieron y al día siguiente se ignoraron completamente avergonzados.

El resto del campamento lo pasaron así. Ignorándose y evitándose a toda costa. Ya no se insultaban, ya no se molestaban, ni siquiera notaban la presencia del otro. Cuando uno de los dos entraba al baño para darse una ducha, el otro se cubría el rostro con las sábanas para evitar verlo. No era como si no quisieran verse, pero eso era precisamente lo que les asustaba. Eran enemigos, se habían odiado durante mucho tiempo y habían decidido tirar por la borda todo ese odio para ceder a sus bajas pasiones.

Y les había encantado.

Durante las noches, después de que el campamento terminó, Antonio soñaba con las caricias de Carlos. Tenía fantasías nocturnas donde aparecía en su habitación y lo tomaba como esa noche. Aquello lo despertaba lleno de pánico y una potente erección que aliviaba imaginando aquellos besos, aquel roce, su voz potente, su aliento cálido y sus ojos cafés, sensualmente cafés.

Carlos simplemente no se lo sacaba de la cabeza. No tenía sueños húmedos con él, pero siempre que lo veía a lo lejos, se lo imaginaba desnudo. Ya conocía a la perfección ese cuerpo, lo había tenido en sus brazos, lo había saboreado y lo deseaba de nuevo. Sus ojos verdes nunca le habían parecido tan brillantes y hermosos como en ese momento, nublados por la lujuria y el placer.

Pero ambos se lo negaban. No y no. Aún cuando Jorge le había dicho que cediera y lo intentara. “Todo pasa por algo”, le había dicho el castaño mientras tomaba la mano de Iván. Todo este embrollo con Portia había servido para una sola cosa. Que Jorge se atreviera a declararse y él terminara prendado de su peor enemigo.

No me gusta, no hay forma de que me guste, se repetía. Pero ahora que le interesaba, se había propuesto ponerle atención y cada una de las cosas que hacía le fascinaba. Su dedicación en la escuela, su forma de caminar en los pasillos, la impuntualidad que lo caracterizaba y esa arruguita en su frente cuando se molestaba. Y Antonio se sentía igual. Carlos era muy atractivo, su cuerpo sudoroso después de la práctica, su sonrisa deslumbrante ante el parloteo de la chicas (a las cuales deseaba matar lenta y dolorosamente cuando se le acercaban), su forma de ser tan ligera y bromista con sus amigos. Muy a su pesar debía decirlo, se había enamorado y todo por una noche de sexo desenfrenado aunado a una picadura mortal.

Por eso ahora miraba al techo de su casa suspirando. ¿Qué iba a hacer? De todos los candidatos que tenía en la vida, al jodido karma se le había ocurrido que fuese Carlos Marroquín, el responsable de su desgracia. Seguramente el tipo ni pensaba en él, tal vez incluso sintiera asco de lo que habían hecho. Y aquellos pensamientos le deprimían. Estaba a punto de llorar por su mala suerte cuando escuchó que tocaban el timbre de su casa. Muy en contra de su voluntad se levantó de la cama, salió de la habitación, bajó las escaleras y abrió la puerta quedándose de piedra.

El rubio de ojos café como el chocolate estaba en la entrada y lo miraba con seriedad.

                —Ca… Carlos… digo… Marroquín… ¿Qué haces aquí?

                —Hola Antonio—se rascó la cabeza nervioso y desvió la mirada—¿Podemos… podemos hablar?

El pelirrojo asintió y lo dejó entrar. Estaba nervioso. ¿Exactamente que quería Carlos estando ahí? Le indicó que tomara asiento en la sala del lugar y después de hacer lo mismo, lo miró indagante.

                —Y bien… ¿De qué quieres hablar?

                —Yo… quiero pedirte una disculpa por todo lo que ha pasado entre nosotros—dijo el rubio sin mirarlo, era demasiado vergonzoso.

Se arrepiente de lo que pasó. Ya lo sabía, pensó deprimido y fingió indiferencia.

                —No hay nada que perdonar. Todo fue culpa de la araña de Iván, ninguno de los dos tuvo algo que ver.

                —Eso es cierto—levantó la mirada y sus piernas temblaron—Pero eso no quiere decir que me arrepiento. Todo lo contrario, lo disfruté bastante y si por mi fuera, lo volvería hacer.

Su rostro se volvió rojo y brincó al instante.

                —¿Qué es… qué es lo que estás diciendo?

                —Digo que me gustaría repetirlo. ¿A ti no?

Cambió el tema temblando del nerviosismo. ¿Exactamente qué clase de propuestas indecorosas le estaba haciendo Marroquín?

                —Ni muerto dejaría que esa cosa me picara de nuevo.

Carlos sonrió coquetamente y se acercó a él mientras rodeaba su cintura con uno de sus brazos.

                —Yo no me refería a la araña.

                —Calma tus hormonas—se lo quitó de encima como pudo y se levantó de su asiento—Yo no soy un chico fácil.

                —Oh claro que sé que no eres fácil—esbozó una brillante sonrisa que solo sirvió para marear a Antonio. Jodido Carlos con tus sonrisas perfectas.—No estoy buscando eso de ti.

Lo miró con desconfianza. Una cosa era dejarse llevar por el deseo y otra muy distinta permitir que jugaran con su corazón de nuevo. Porque eso era lo que había hecho Hugo, jugar con sus sentimientos y tomar solo lo que le apetecía.

                —¿Y entonces qué es lo que buscas? Se supone que me odias y que yo a ti también.

                —Lo sé y lo pensé demasiado—se levantó también para quedar frente a frente—Yo te odiaba por creerte responsable de lo que le ocurrió a Hugo, pero estuve investigando y todo eran rumores. ¿Qué ganarías tú con humillarte de esa forma?

                —Exactamente—afirmó mordazmente y luego reaccionó—Espera… ¿Estás diciendo que tú no lo sabías? Pero… es que… yo pensé todo el tiempo que tú eras el responsable de esas fotos. Pero si tu no lo sabías, no pudiste hacerlo… entonces… ¿Quién…?

                —Eso ya no me importa—cerró la distancia y lo envolvió en sus brazos. Antonio tembló—Creo que nos dejamos llevar por rencores estúpidos que no nos correspondían, pero ahora… aunque quisiera, no puedo odiarte… creo que me gustas… creo que me he enamorado de ti.

Sus ojos se humedecieron y trató de zafarse de su abrazo. No, no digas eso así o te creeré y no quiero, no quiere creerte y caer rendido a tus pies. Carlos leyó en sus ojos todos sus miedos y lo aprisionó aún más. El pelirrojo desvió la mirada.

                —¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? ¿Solo porque tuvimos sexo crees que te gusto?

                —No es solo eso, yo lo sé, no te saco de mi pensamiento, eres todo lo que tengo en mente—lo obligó a mirarlo afianzando su barbilla con sus dedos—Y sé que te sientes igual con respecto a mí.

                —No seas arrogante, eso no es…

                —¿Ah no?—le robó un rápido beso y Antonio se sonrojó—Antes me escupías cada vez que me veías, ahora te sonrojas y tiemblas como gelatina.

                —Eso no quiere decir nada. Y aún si fuese cierto, no quiero. Estoy cansado de enamorarme de personas que solo quieren mi cuerpo—se deprimió recordando a Hugo, recordando la burla de sus sentimientos.

Carlos supo a qué se refería y tenerlo en brazos tan frágil e indefenso se le antojo adorable. Comenzó a sentirse mareado por alguna razón, tal vez encandilado, fascinado, tal vez…

Enamorado.

                —Será en serio Antonio. Tendremos muchas citas, saldremos a cualquier lugar que tú quieras, nos tomaremos de las manos y esas cursilerías. Te dedicaré canciones y te besaré castamente. Nada de sexo, nada hasta que esté irremediablemente enamorado de ti y tu de mí. Quiero que hagamos el amor algún día. ¿Qué dices? ¿Aceptas?

Leyó sus ojos cafés y la sinceridad de sus palabras le llegó al corazón. Quería intentarlo, olvidar el pasado, enamorarse de nuevo y esta vez, de la manera correcta. Harían las cosas bien. Claro que sí. Asintió y se aferró a su cuerpo mientras susurraba envuelto en vergüenza.

                —Acepto, quiero hacerlo.

El rubio sonrió sorprendido de la emoción que fluía de su estomago hasta su garganta. Era una euforia jamás conocida, jamás vivida y se imaginó que quizá, se trataba de la felicidad en su estado más puro. Afianzó su rostro con sus manos y besó sus labios parsimoniosamente, dejándose envolver, dejándose llevar. ¿Quién hubiera dicho que era posible romper la barrera que había entre ellos?

Todo era culpa de Portia, esa aterradora y extraña araña que había convertido su odio en amor.

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Notas finales:

Al final me quedó medio cursilón, pero me gusta, creo que Antonio es lindo y solo mostraba su lado malo con la persona que odiaba.

Espero que lo hayan disfrutado y deseen regalarme su opinión :D

Nos vemos


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