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Mi Distracción por Grifo

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Notas del capitulo:

Hola de nuevo, despues de tanto tiempo!!!

Bueno, este fic lo tenia escrito hace mucho, peeeeeeero lo queria subir cuando tuviera otro en marcha. Asi que si, efectivamente, tengo otro fic en camino, que muy pronto voy a subir!

Escribi esto muy entusiasmada con la pareja, ya que no veo mucho de ellos, y me EN CAN TAN, espero que tambien les gusten juntos y puedan disfrutarlo!!

¿Cuán tiempo llevaba de ser distraído de su lectura? Meses.

Casi todos los días era lo mismo, y no se animaba a hacer nada al respecto…

Hace cinco meses…

“En cambio, sentía un entusiasmo especial cuando Baldini le instruía en la preparación de tinturas, extractos y esencias. Nunca se cansaba de tritu…” – paró la lectura. Un aroma delicado pero varonil sintió a su costado, ahora estaba adelante suyo. Alzó la vista del libro. Un apuesto peliazul se sentaba en la mesa frente a él. Inmediatamente fue atendido por una moza que le dejó la carta. Le sonrió en agradecimiento y se dispuso a leer el menú del café.

No podía quitar su vista de él. El peliazul no se percataba de que estaba siendo observado con detenimiento. Miraba su pecho que subía y bajaba ante la lenta y relajada respiración. Un mechón caía sobre su frente tapando su vista, rápidamente lo corrió intentando colocarlo tras su oreja, pero era demasiado corto, volvió a caer. Sus ojos verdes se paseaban por el papel sostenido por sus manos morenas, dedos largos y bien delineados cambiaban de página.

Basta…

“Nunca se cansaba de triturar almendras amargas en la prensa de tornillo, ni de machacar granos almizcle, ni de picar...” – había dejado el menú en la mesa, a un costado. Miró a la camarera amablemente mientras alzaba sus cejas, estaba listo para ordenar. La peliverde se acercó a él y tomó su pedido. Ella le sonreía ampliamente, intentaba coquetear con él. ¿Quién no? Finalmente ella tomó la carta y se marchó. Ahora el apuesto hombre tomaba su bolso y sacaba de él un libro bastante grande, se colocaba unas gafas rectangulares y tomó un lápiz con el cual comenzó a escribir en el cuaderno.

Intentó concentrarse de nuevo.

¿Dónde se había quedado?

“En cambio, sentía un entusiasmo especial cuando Baldini…” – no no, eso ya lo había leído. ¿No era el párrafo siguiente? Había perdido el hilo y el interés en la lectura, ahora su centro de atención era el peliazul frente a él.

Se sintió obvio, tenía un libro en sus manos y la cabeza agachada, pero su vista se alzaba hacia adelante. Temió que el otro se diera cuenta. ¿Y si se ponía sus gafas oscuras? No… En un café, en pleno invierno, ¿a punto de nevar? Era eso u olvidarse de ver nuevamente al peliazul. Inmediatamente abrió su bolso y sacó las gafas, una vez puestas miró al frente, directo al otro. Ahora sí, podía husmear sin ser descubierto.

Minutos después vio como el peliazul lo miraba extrañado, supuso que desconcertado por ver alguien con gafas negras, en un día gris. Pero no le dio mucha importancia y continuó con su libro, ¿estaría estudiando algo? Intentó ver algo, alguna letra, palabra, lo que fuera, pero su posición no se lo permitía. Llegó un café con un pedazo de pastel de chocolate para el desconocido, y nuevamente la camarera le coqueteaba. Contoneando sus caderas y con una seductora sonrisa se marchó “pídeme lo que quieras”.

“Que entregada…” – pensó – “aunque yo le hubiera dicho lo mismo”

Se la pasó mirando al frente, parecía una estatua, inmóvil. Su capuchino aún no se acababa, y un pedazo de su preciado cheesecake faltaba por comer todavía, pero no se irían a ninguna parte, el peliazul vaya a saber quien a donde se iría después de esa merienda.

Creyó morir, sintió una leve reacción en su parte baja cuando el hombre frente a él lamió su dedo índice después de varios intentos por pasar la página del libro, sin éxito, logrando ahora su cometido. Infló sus cachetes con aire, y resopló soltándolo, se acomodó en la silla, irguiéndose más. - “Vamos, el libro, concéntrate en el libro”

Retomó su lectura. Con los lentes oscuros se le dificultaba leer, pero esta vez pudo terminar la página, aunque el párrafo continuaba. La vida de Jean-Baptiste Grenouille era más interesante cuando no tenía una distracción cerca.

Un avance, había logrado pasar las dos páginas, de a poco se iba metiendo nuevamente en la lectura, pero no completamente. En eso estaba...

“¿Eres de por aquí?” Volvió a alzar la vista, la peliverde estaba de nuevo en la mesa del frente.

 El peliazul negó con la cabeza y sonrió “Llegué hace unas semanas”. Notó un acento muy marcado en su hablar.  “Yo podría mostrarte la ciudad ¿de dónde eres?”, que zorra, se reprendió luego por el insulto.

“Grecia” Así que era un ejemplar griego… Agradeció internamente que no haya aceptado la proposición de la camarera.

“Hablas bien francés” osó tocar su hombro, retiró su mano segundos después.

“Gracias” esa sonrisa de nuevo, estaba a punto de desfallecer

“Mi nombre es Shaina” dime tu dirección y ya puedo mandarte un sicario…

“Soy Saga” éste estiró su mano pero fue negada

“en Paris son cuatro besos”, aceptó el saludo con una sonrisa, y ambos procedieron a realizarlo como todo un francés. Lo siguiente que dijo la peliverde no lo escuchó, sólo oía el rechinar de sus dientes, ella se marchó. El peliazul estaba ahora con las mejillas sonrojadas, pasó su mano por su cabello echándolo para atrás, resopló y continuó con su libro.

Miró al costado, esa Shaina estaba reunida con el resto de las camareras, en total eran cuatro, y todas estaban mirando al griego. Suficiente por hoy, escuchó al peliazul decir algo a sí mismo, parecía apurado. Bebió de un saque su café, terminó el pequeño pedazo de pastel que le quedaba, y mientras guardaba sus cosas pidió la cuenta. Minutos después llegó la peliverde con el pequeño papel que indicaba el costo, y luego de darle el dinero y propina, se marchó trotando del café.

Cinco meses habían pasado desde ese día, y ya sabía todo. Lunes, miércoles y viernes se cruzaba al peliazul, exactamente a las 15hs, siempre sacaba su libro y sus apuntes, a veces se colocaba auriculares, oía la grabación y luego anotaba. Sin embargo hasta el día de hoy que no sabía qué era lo que estudiaba. Buscaba la forma de acercarse, se levantaba al baño y al pasar junto a él intentaba leer sus apuntes, pero nada.

Le sorprendió verlo rechazar a la bella camarera, es decir, no la había mandado a volar, simplemente no se mostraba interesado en sus coqueteos, esto fue percibido por ella, y dejó de insistir.

Pensaba y pensaba alguna excusa para hablarle, Pero sólo se limitaba a verlo a través de sus oscuras gafas. Quizás al ser extranjero tendría más chances, ¿pero con qué propósitos se acercaría? - “Hola, te estuve observando desde hace cinco meses, se que te llamas Saga y que eres extranjero, ¿quisieras conocer la ciudad o quizás mi cama?” - Comenzó a reír, por alguna razón se imaginó diciéndole eso al peliazul, se atragantó con su café, tragó como pudo y comenzó a toser. Un cosquilleo en la garganta le empezó a incomodar, ahora golpeaba suavemente su pecho, y cubría su boca con la mano, intentó pasar desapercibido aunque algunos voltearon a verlo, menos mal que el peliazul aún no había llegado…

-          ¿Te encuentras bien? – sintió como palmeaban su espalda.

Escuchó tras él escuchó un simpático francés con acento marcado. Abrió los ojos sorprendido. Terminando de toser se giró… Saga – Si, gracias.

Si alguien pudiera meterse en su mente y escuchar todo lo que piensa sin dudas no lo reconocerían. “¿Quién eres y que hiciste con Camus?” decía Milo cuando comentarios impropios de él salían a la luz. Y es que ante todos era una persona fría y de pocas palabras, pero por su mente pasaban ochocientas cosas, una más loca y radical que la otra. Aunque se imaginó este encuentro con el griego de mil maneras diferentes, no fue distinto al trato que tenía con la mayoría, no todas, de las personas. Seco.

-          De nada – le sonrió y afirmó con su cabeza.

Lo que pasó después, no tiene explicación, solo fue un impulso.

-          ¿No quieres sentarte a tomar algo? – estiró su mano señalando la silla vacía frente a él, sorprendiendo al heleno.

-          Gracias – esperó una negativa, pero el otro aceptó gustoso y tomo asiento.

 Intentó disimular sus ojos que parecían dos pelotas de básquet, pero no tenía como.

-          Lo lamento, no me presenté, soy Camus – ofreció su mano, consideraba descortés pasar a los besos con alguien que no conocía, fuera quien fuera.

-          Saga – estrechó su mano – en realidad te conozco, siempre coincidimos en este lugar.

¡Lo reconocía! ¡Qué emoción!

-          Tu eres el sujeto que usa gafas oscuras en invierno – sonreía, no era una burla ni nada por el estilo, lo decía bien en serio y sin ánimos de ofender.

Claro que esperaba lo reconociera por otra cosa, no por el tipo loco que busca protegerse del sol bajo techo y en invierno.

-          Si – piensa rápido, piensa rápido – me molesta el reflejo que entra por la ventana, de todas formas ahora es Verano… - el heleno hizo un gesto con la mano restándole importancia, si él se quería poner gafas oscuras en invierno ¿Cuál hay?

 

Saga sonrió, parecía simpático. Miró al costado, no quería caer en un silencio incómodo. Estaba a punto de hablar cuando Saga se giró y habló.

-          Te he visto leer un libro, hace mucho tiempo. Quise acercarme para pedírtelo, pero no sabía cómo reaccionarías.

-          ¿Qué libro? – ¿Cuál de todos? Había empezado a leer como seis libros diferentes, ninguno pudo terminarlo, en la parte más interesante aparecía el peliazul y adiós concentración.

-          “El Perfume” – le pareció ver un brillito en sus ojos – Lo he buscado por todas partes pero no puedo conseguirlo. Siempre me dicen “agotado”.

-          ¿Quisieras que te lo preste? – bien, ahora le tocaba a él. “¿Quién eres y que le hiciste a Camus?” Se hablo a sí mismo, ¿desde cuándo le prestaba libros a alguien?

-          Sólo quiero fotocopiarlo, espero no te moleste, nos vemos todo el tiempo aquí. Si quieres asegurarte que lo devolveré puedo darte mi número y me contactas si lo necesitas – quería molestarlo lo menos posible. Entregarle algo a un extraño quizás no era del agrado del francés.

Era ahora o nunca.

-          Bien, si quieres puedes pasarme tu número – sacó el libro del bolso. Todos los libros que había empezado y ni terminado estaban ahí.

-          ¡Gracias! – el peliazul tomó el ejemplar y le dictó su teléfono, una vez el otro sacó su celular. Aunque también aprovechó para pedir el número de Camus, “por las dudas”, dijo.

-          Oye, ¿de dónde eres? – debía disimular.

-          Grecia.

-          No hablas mal el francés. ¿Estudiaste allí?

-          Un poco allá y un poco acá. Entré a un programa de lengua francesa cuando me mudé aquí – sacó entonces el libro que Camus siempre veía de lejos.

-          Francés Profesional – el libro estaba preparado para aquellos que querían llevar a un nivel más alto su conocimiento sobre el idioma.

-          Si, de todas formas, hay cosas que me cuestan – abrió el libro y le señaló algunas páginas mostrándole su problemática con algunos tiempos verbales y otras expresiones.

-          ¿No vas con un profesor?

-          Sí, pero somos varios alumnos y su atención con cada uno individualmente es muy corta. A demás que con el trabajo y todo se complica – hizo una mueca como restándole importancia.

-          Cuando quieras puedo ayudarte – lo miró de frente, agradecía a quien quiera que fuera que le estaba haciendo hablar.

-          Sería excelente.

Sonrisas de complicidad y agradecimiento se formaron en sus rostros ahora.

La oportunidad que esperaba.

 

Desde ese día, cada vez que coincidían en el café compartían el descanso juntos. Descanso porque ambos trabajaban y tenían unas horas antes de volver.

Supo que Saga tenía 28 años y era doctor. Había recibido una oferta para trabajar en Francia en un hospital de renombre, ya que conocía el idioma y sabía hablarlo. Al aceptar el puesto se aseguró de hablar un francés perfecto, algo que estaba logrando de a poco, le faltaba poco para terminar el curso, aunque como bien le había comentado, le costaban algunas cosas.

Tuvo suerte, él lo ayudaba en francés, el heleno le ayudaba en Medicina y todos contentos. Porque claro, Camus era un estudiante de Universidad, su carrera era justamente Medicina y con 20 años estaba por su tercer año.

Un buen día Saga no se presentó a su no-pactada-reunión-en-el-café. Camus entonces tuvo que esperar al siguiente día para verlo.

-          Camus – escuchó tras él.

-          Saga – lo vio sentarse con él – el Lunes no viniste….

-          No, tuve que estudiar para el final – su cara era de preocupación – aún olvido algunas cosas, me está costando más de lo que pensaba.

-          ¿Cuándo es el examen?

-          El sábado – alzó las cejas, fin de semana – el único día que tengo tiempo… - explicó.

Asintió con la cabeza. Bien, no le quedaba otra que desearle buena suerte.

A punto de hablar estaba cuando al peliazul pareció prendérsele la lamparita.

-          ¿Te molestaría ayudarme? – su rostro era de súplica.

-          ¿De verdad?

-          Claro, podemos juntarnos en mi apartamento, o donde quieras.

¡¡Excelente, perfecto, brillante!!

-          Me parece bien, sólo dime la dirección y estaré allí cuando gustes – no era alguien de expresar semejantes emociones.

 

El jueves después de salir del trabajo, casi a la tarde-noche, se dirigía al apartamento de Saga.

Piso 3, bien, le abrió la puerta mediante el portero automático. Pasó, subió por el ascensor y finalmente llegó, puerta 2. Saga ya estaba fuera esperando, recargado en el marco de la puerta.

-          Gracias, no sé como agradecerte, de verdad, Camus – se hizo a un lado y ambos entraron. Cerró la puerta.

-          No hay porque, es un favor.

-          Puedes sentarte – le señaló la mesa en el living – Ahora vuelvo.

Efectivamente, pocos minutos pasaron para que el peliazul volviera a la sala. Traía consigo una tetera con café y dos tazas. A demás sorprendió al francés con su pastel favorito, un delicioso Cheesecake.

Rió al ver la cara del menor – lo compré en el café. ¿Sabías que te permiten comprar los pasteles y llevarlos a casa?

-          No sabía, gracias, no hacía falta – después de tantos años yendo al mismo lugar… Si se hubiera enterado antes estaría internado por sobredosis de Cheesecake.

-          Si hacía falta – tomó asiento frente a él, sirviendo el café y convidando pastel.

-          ¿Cómo sabias? – señaló el postre sobre al plato que le era entregado.

-          Siempre pides uno, era obvio – sonrió, sacó tu libro y comenzaron.

 

La tarde se les pasó volando y se encontraron con que eran ya las 22hs. El francés era bueno explicando y Saga le entendió todo a la perfección. Sólo esperaba poder aprobar, aunque ese curso no ponía en riesgo su carrera ni su trabajo, era algo en lo que quería tener éxito.

Cuando se cansaron de tanto estudio, se posicionaron el sillón, algo más cómodos que en las sillas. Saga tenía preparada un poco de comida, por lo que se dispusieron a cenar. Luego del aperitivo pasaron a lavar los platos, y considerando ya que era muy tarde, el francés decidió que debía volver.

-          Gracias por ayudarme, Camus – lo acompaño hacia la puerta principal. Debajo de todo.

-          De nada, si necesitas puedes preguntarme – se acercó a la puerta y lo miró.

Unos instantes pasaron mientras ellos se veían.

El mayor entonces se acercó lentamente, como buscando aprobación. Camus sorprendido, accedió acortando distancias. El beso esperado al fin se dio.

Se separaron y sonrieron.

-          Adios, Saga – su gesto era cálido y tierno.

El peliazul movió la cabeza y lo dejó partir.

 

Pensar que hacía cinco meses no podía concentrarse en sus libros viéndolo de lejos, supuso que seguiría sin poder concentrarse, no ahora que había probado sus labios.

Notas finales:

Bueno, espero les haya gustado, muchas gracias por leerlo!!!

Hasta la proxima!!!


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