Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Rosas por Chris Yagami

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Podria considerarse la continuación o consecuencias de mi fic "El santo mas bello"

Dejó caer la colilla de cigarrillo al suelo. Estaba totalmente consumido ya y solo le había dado un par de caladas, el tiempo se le había ido mientras observaba el techo blanco de la habitación privada en el burdel que solía frecuentar cuando salía del santuario.

Dio un largo y cansado suspiro antes de ponerse en pie. Por el rabillo del ojo observó el cuerpo que le acompañó en esa ocasión. Tenía meses de no dormir con la misma persona, no desde que el aroma a rosas se había ido de su templo.

Vistió sus ropas y sin pensarlo más se encaminó a la salida del establecimiento. La chica en turno solo le observó con la misma indiferencia que él lo había hecho, no hubo nada más en ese encuentro que la búsqueda del placer o mera compañía vacía. Él ya no sabía qué era lo que realmente buscaba cuando se acostaba con todas ellas, ni siquiera le parecían atractivas.

Afuera parecía que iba a comenzar a llover, el viento arreciaba y las enormes nubes grises mostraban un paisaje por demás interesante. A él le gustaba contemplar la lluvia, ningún paisaje le gustaba en particular pero la lluvia era especial pues le traía gratos recuerdos… recuerdos que a la vez resultaban molestos.

Continuó con su camino sin prestar atención a nada en particular hasta que un aroma en específico llamó su atención. Viró el rostro en busca de la fuente y sus ojos quedaron fijos en un racimo de rosas, no tan perfectas como las que alguna vez decoraron su templo, pero su simple presencia por poco le hicieron escapar una sonrisa.

—Señor —llamó una chica, pero no se giró para mirarla—, si le gustan puedo ofertárselas.

—No me interesa. — Retomó su paso rumbo al santuario.

—¡Espere!

No se detuvo, no quería comprar rosas, se había detenido por una estupidez y nada más. Aun así escuchó los pasos de la muchacha acercarse a él a paso veloz. Si que era persistente.

—Tome.

Levantó la vista para observar  a la muchacha, de cabello y ojos oscuros, no había gracia en ese rostro, uno común y corriente pero podía darse cuenta que debajo de esa ropa había un buen cuerpo que bien podía aprovechar.

—Llévese estas. —La muchacha extendió un pequeño racimo de rosas rojas hacia él y sin saber por qué razón, las tomó.

Miró a la chica, podía reconocer que estaba interesada en él, tal vez era la causa de ese patético regalo, pero sin duda volvería para ver si podía sacar provecho a ese interés.

El resto del camino resultó sin inconvenientes,  más allá del permiso debido a los guardianes de los templos anteriores al suyo, no cruzó ninguna palabra con nadie más. Así era su rutina ahora, tan solitaria como nunca había sido, ni siquiera en Sicilia, en los tiempos en que entrenaba para ganar la armadura dorada de cáncer había sido tan solitario, pero ya había perdido a lo que podía su única compañía.

Nunca se había llevado bien con ningún otro aspirante, los más cercanos a un amigo habían sido Shura y Afrodita, tal vez por ser casi de la misma edad. Los mayores siempre estaban estresados y regañando mientras que los menores eran realmente molestos. Pero después de que cada uno regresó de sus campos de entrenamiento se dieron cuenta de lo mucho que habían cambiado.

Él no soportaba a ninguno, habían madurado a temprana edad debido a las circunstancias, pero seguían siendo mocosos. Shura se volvió reservado, más de lo normal pero al menos era tolerable. Afrodita fue quien se volvió cercano a él, compartían pensamientos, ideales, incluso su humor negro.

Había sido bueno mientras duró, hasta que el estúpido le dijo que estaba enamorado de él y quería algo más. Ni tardo ni perezoso se lo dio. Un acostón ocasional que pareció complacerlo al principio. Piscis se sentía amado y él tenía el placer que había aprendido mientras estaba fuera de Grecia.

Ni siquiera recordaba cuando las cosas se volvieron tan malas entre ellos, pero en algún momento paso que le exasperaba la sola voz del doceavo guardia, su rostro, su simple aroma a rosas le desagradaba. Le hizo saber de ese desprecio, comenzó a decirle cosas hirientes, insultos simples que afectaban la poca autoestima que Afrodita se tenía a pesar de ser el más hermoso entre los ochenta y ocho. Pero nadie conocía esa parte de él, ni lo obsesionado que estaba con su belleza o el desprecio a los espejos.

Conocía muchos secretos de Afrodita y éste conocía mucho de él, aunque no tenía ningún secreto que le avergonzara, era una persona sencilla que actuaba sin titubeos, no escondía nada y no le importaba si a los demás les parecía. Era el cuarto guardián, no necesitaban saber nada más de él.

Dejó las rosas sobre la primera superficie que encontró, si se marchitaban o no, no era su problema, de hecho, ya estando sentado en el sofá con un nuevo cigarrillo en su boca, se preguntó por qué no había tirado el patético ramo en cualquier rincón.

Suspiró, no iba a levantarse solo por eso, ya lo haría después, tal vez hasta el día siguiente cuando bajara de nuevo a la aldea. En ese momento lo único que le importaba era llenar todos sus sentidos con nicotina y alcohol, como cada noche.

Pronto él estaba recostado en el sofá fumando el último tabaco de su cajetilla y había varia varias botellas regadas por el suelo. La cerveza era algo burda y suave, pero le gustaba el sabor de la bebida. Quizás después quedaría dormido en ese mismo sitio y despertaría después del mediodía.

Odiaba los días de paz, detestaba la maldita rutina que lo tenía hasta los cojones.

En algún momento sintió ese cosmos familiar subir por las escaleras entre géminis y su templo, pero no se movió un centímetro, sabía que no venía a verlo a él después de todo. En poco tiempo sus pasos se hicieron audibles así como ese aroma llenó sus sentidos.

—Cancer —llamó su voz, pero no contestó.

Asumiendo que estaba dormido, el doceavo guardián comenzó a caminar a través de sus pasillos con el fin de seguir su camino hasta su templo. Fue cuando vio al cuarto guardián, como siempre ahogado en alcohol, desaliñado.

Sentía pena por él pero no iba a demostrarlo.

—No te he dado permiso —dijo éste atropellando su lengua por el mareo—. ¿Vienes de ver a tu amorcito?

Afrodita rodó los ojos. Tenía ya varios meses saliendo con Tauro, no sabía que le había visto, dudaba que fuera tan bueno en la cama como lo era él pero alegaba que se había enamorado profundamente del grandote. Seguramente se había enamorado de su enorme pene.

—No, de hecho vengo de… olvídalo, no tengo por qué darte explicaciones.

Afrodita siguió andando, ignorando las palabras casi ininteligibles de Death Mask, no le importaba su opinión ahora. Antes era suficiente para sentirse hermoso y deseado o patético y como una basura, pero eso era antes de salir de ese círculo vicioso en el que siempre se encontraban.

De pronto se detuvo al ver a su paso un pequeño ramo de rosas rojas. Frunció el ceño extrañado por el hecho pues sabía perfectamente que el italiano no se preocuparía jamás por la apariencia de ese lugar, además de la limpieza que siempre estaba presente. Miró a Death Mask que lo observaba en silencio, pero con los ojos perdidos.

—¿Qué? —preguntó el albino sin poder detener el bailoteo de su cabeza.

—Death Mask, esas rosas… yo…

—No te equivoques —interrumpió Death Mask intentando ponerse en pie— me las dio una aldeana, seguro quiere que me la coja.

Afrodita le miró largo tiempo. Detestaba ver lo que se hacía, había dejado de entrenar incluso y seguramente pronto sería llamado por el patriarca pero no podía hacer nada para solucionar la situación, desde que habían roto su extraña relación, Death Mask se volvió más distante aún, era ruin con todos y pocas veces se le veía durante el día en su templo o el santuario. No deseaba eso para él pues aun lo apreciaba aunque le había hecho tanto daño.

—Ánge…

—No me llames así —su voz subió de tono lo que provocó que el menor callara—, estoy agotado, vete.

Piscis le miró con una ceja alzada, pero orgulloso como era no iba a intentarlo de nuevo, no en esa noche. Resopló y siguió su camino, lentamente sus pasos se alejaron al igual que el aroma a rosas.

Él no iba a admitir nunca que lo extrañaba, nunca se había dado cuenta de lo importante que era Afrodita en su vida hasta que éste decidió salir de ella, unirse a los patéticos dorados luchadores del amor y la justicia.

Había reconocido que lo quería ya cuando le había dejado marcharse.

Y de nuevo lo dejaba marchar.

Notas finales:

Espero les haya gustado. Muchas gracias por leer.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).