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Special por AkiraHilar

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Notas del fanfic:

Dedicatoria: Para todos los que amen a Camus y a Afrodita juntos o separados
Comentarios adicionales: Después de ver la casita y pensar con quien hacerlo, fue fácil imaginarlo con Afrodita.

Notas del capitulo:

Dedicatoria: Para todos los que amen a Camus y a Afrodita juntos o separados
Comentarios adicionales: Después de ver la casita y pensar con quien hacerlo, fue fácil imaginarlo con Afrodita.

Afrodita observaba con atención el movimiento de esas manos. Siempre le había intrigado el cómo las movía; pese a que él tenía más ademanes, había algo en el movimiento ascendente y descendente de Camus que atrapaba su mirada. Incluso con el frío horroroso que hacía en ese invierno y que estás estuvieran cubiertas por unos agradables guantes tejidos; Camus no perdía ese deje de elegancia que hacía pensar que, al explicarse, estaba encabezando algún tipo de sinfonía.

Le gustaba pensar en eso. También en la manera en que fruncía levemente su ceño cuando se concentraba, al punto que sus largas cejas estuvieran a punto de juntarse. Muchas veces cedió al capricho de peinar una de ellas con su pulgar, para observarlo atrapado en el contacto, quieto, mirándolo como si buscara algún secreto que revelara la formula. 

Era impensable que Camus hubiera tardado tanto tiempo en darse cuenta el origen de cada uno de esos pequeños impulsos.

—Es por aquí. —Le escuchó hablar con ese indiscutible acento francés que había llamado su atención desde un inicio. El sonido del cierre fue el artilugio que marcó su nueva sonrisa.

—Me gusta tu casa, Camus. Es muy… acogedora.

Camus no acostumbraba a decir gracias en viva voz, pero se leía en la curva que formaba su boca, muy nimia, como la tan estudiado Mona Lisa. Afrodita había aprendido a entenderlo, porque era un gesto que indicaba la complicidad que tenía con la persona y a su vez, el hecho de no saber qué mejor decir aparte de sentirse halagado.

Afrodita decidió focalizar el ambiente que ahora estaba frente a él para captar más de su dueño. La fina combinación de celestes y blancos le otorgaba a la sala una calma sofisticada. Los cuadros mostrando elaborados trabajos geométricos representaban muy bien su personalidad, pero a su vez estaban esas figuras de doncellas y elementos mitológicos, adornando puntos focales de la sala, denotando también su pasión por el arte. El historiador del museo más famoso de Londrés no podía mostrar menos. 

Camus lo llevó hasta el lado derecho de la estancia, donde la puerta cerrada y pulida lo esperaba. Afrodita aprovechó el trayecto para ir desanudando su bufanda decorada con rombos azules, mientras el dueño de la casa caminaba al compás de alguna melodía añeja, con el cabello rojo moviéndose como hilos de fuego. 

Tras la puerta se encontraba la cocina, pulcra y cuidada que daba la apariencia de nunca haber sido tocada siquiera por una gota de aceite. Afrodita estuvo a punto de alabar aquello. Era la primera vez que entraba a la casa de un hombre que tuviera una cocina en… esas condiciones.

—Oh… no es lo que crees. —Se excusó Camus, como si hubiera leído el pensamiento reflejado en el estupor de su rostro. Afrodita dirigió sus ojos celestes hasta él, quien le sonreía con algo más que simple confidencia—. Soy un asco cocinando, entonces pido siempre comida en el museo. Y los fines de semana como afuera.

—Ya iba a decir que tanta perfección debía tener letras pequeñas en el contrato. No sé, ¿impotencia sexual? —Bromeó dedicándole una mirada apreciativa a la que Camus correspondió de la misma manera.

—Te puedo asegurar que… no. Al menos no eso.

—Eso es muy bueno saberlo, muy bueno. —Asintió mientras jugueteaba con la bufanda tejida y observaba el resto de la cocina, ahora con una curiosidad casi infantil—. Al menos tienes algo en el refrigerador, ¿no? Sino tendremos que pedir algo para traer después del sexo. Me da hambre, advierto.

Camus afiló la mirada, con un brillo intenso en sus ojos color caoba. Se acercó a la nevera, con ese andar tan suyo, para abrir y dejar a la vista la fila de postre que tenía adentro: malvaviscos, cupcakes, bocadillos, incluso un bote de helado. Afrodita no pudo contenerlo. Tuvo que reír con felicidad anticipada.  

—Ahora, no sé si prefieres un chocolate caliente antes.

—No quiero desaprovechar tu gentileza. Es… adictiva y eróticamente confortable. 

—Eróticamente.

La manera en que la palabra bailó en los labios de Camus provocó una sonrisa sencilla. Afrodita lo miraba, analizaba cada movimiento mientras pensaba en cual franco atacar. Aunque ya sabían a que habían ido, era innegable que la sensación de cacería intensificaba el momento. 

Decidió acercarse con sigilo, sujetando la bufanda para darle un uso menos común. Los ojos celestes de él fulguraron ante la idea de envolver el cuello de Camus y buscar captar su total y absoluta atención. Pero detuvo sus movimientos cuando la puerta de la lacena se abrió y dejó ver la hilera de tazas de diversos colores y diseños listas para ser adoradas. Los ojos de Afrodita se fijaron en ellas con interés, abandonando su idea anterior.

—¿Y esas…? 

—Tazas. —Afrodita lo miró con una ceja enarcada para hacerle saber que esa no era la información que esperaba—. Las colecciono. Son de distintos lugares, a todos los que he ido de vacaciones, incluso unas eran de mi abuela. Le gustaban. 

—Coleccionas tazas.

—Sí. Escoge en cual quieres el chocolate. Te daré ese honor.

Los ojos de Afrodita lo miraron con un brillo renovado de emoción. Y no por el hecho de que Camus le invitara a escoger una de sus tazas, no por el chocolate, no por tener el rostro de Camus tan cerca y poder ver desde tan poca distancia las pestañas de sus bellos ojos. No, era porque Camus, Camus resultaba tener más detalles, más de esas pequeñas cosas adorables, inolvidables, que sin haberle quitado un solo botón de su vestuario ya se había catapultado a ser de los seres más importantes que había cruzado en su vida.

El impulso que orilló sus acciones no tenía que ser explicado. La sonrisa se mostró de forma natural y sus manos se movieron hasta que se enroscaron alrededor del cuello de Camus. Los labios de él buscaron los del dueño de aquel departamentos que presto, le recibieron con la chispa que amenazaba con incendiar la noche. 

Un leve chasquido se escuchó en la silenciosa cocina al separarse. Y ambos, al mirarse a los ojos, reconociendo sus manos en el cuerpo del otro y a sabiendas de lo que querían, se sonrieron con expectación. El crepitar de sus pechos resonando como una banda marcial era solo el inicio.

—Sabes qué, mon amí… —Le susurró Afrodita con esa inflexión en su voz que pese a ser distinta a la francesa, a Camus tanto le gustaba—: Ya no quiero chocolate.

Notas finales:

Espero que les haya gustado.


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