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Ignis Draco por Cucuxumusu

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Notas del fanfic:

Siempre había querido escribir una historia sobre dragones, el problema es que nunca había sabido encajar lo de los dragones en una historia romántica. Hasta este verano. 

En fin, agradezco a mi hermana, amigas y el resto de personas que me han animado a publicarlo por fin.

Como siempre los persojanes no son míos, son de Echiro Oda, y cualquier parecido con personas, organizaciones o hechos reales es pura coincidencia. 

Espero que os guste. 

Notas del capitulo:

Disfrutad. 

 

 

Era noche cerrada cuando el moreno apretó la espada con los dedos entumecidos por llevar tanto tiempo agarrándola. Sus botas de cuero chirriaban contra la grava bajo sus pies de una forma casi imperceptible cuando se movía, aunque, para sus entrenados oídos, el sonido era como una maldita avalancha de rocas rugiendo a su alrededor. Gracias a dios, su ropa completamente negra le camuflaba en el entorno y, aunque alguien le escuchase, solo vería sombras en la oscuridad de su escondite.

 

Con ojos del color de la plata antigua, el hombre de negro escrutó la aldea que se distinguía a lo lejos. Acunada en el pequeño valle formado entre dos altas montañas oscuras plagadas de cuevas y de centenarios árboles de espesas ramas, el pueblo no debía de tener más de treinta casas y un antiguo y ruinoso castillo donde vivía un repulsivo virrey.

 

Era el pueblo que le habían encargado proteger en aquella misión, situado justamente en medio de la nada absoluta de Rumanía. Era un pueblo que casi no conocía de su existencia pero el cual dependía totalmente de él en aquellos momentos, y era justamente de ese pueblo, de donde se escapaban los gritos que inundaban la noche, partiendo la niebla y el cielo inundado de nubes con un canto siniestro.

 

Provenían de su aldea sumida en aquella opaca niebla que no dejaba ver nada, del lugar que supuestamente debía proteger.

 

Pero aun así el hombre no se movió. Aún no era su momento. Hasta que no lo viese con sus propios ojos tenía prohibido actuar pasara lo que pasase. Porque Trafalgar Law solo cazaba un único tipo de presa. Solo le habían entrenado para aquello, el resto del mundo y sus problemas no eran de su incumbencia y, por lo tanto, él no debía mezclarse en sus asuntos y alterar lo que ya se había escrito. Él no podía cambiar el destino por muy trágico que fuese.

 

 A menos que tuviese que ver con ellos.

 

Law cambió cansado el peso sobre sus pies mientras que, con los brazos cruzados, aguardaba impaciente la señal que le indicase el inicio de la diversión. Le importaban una mierda los gritos desesperados que seguían escuchándose; la gente para él nunca había valido nada. Lo único que le importaba era empezar la cacería y sentir la adrenalina bombear por sus venas mientras sentía la vida de aquellas abominaciones escaparse bajo el filo de su espada.

 

La luna continuaba cubierta por el denso manto de nubes, ocultando al mundo de todo brillo. Pero, aun así, cuando en la hora más fría de la noche, el hombre daba ya por perdida la cacería y comenzaba a pensar que aquello era sólo una equivocación más y que, como siempre, los aldeanos habían adornado demasiado la historia, escuchó el fuerte rugido estremecer el suelo a sus pies. Alto y poderoso, como un demonio salido del infierno y liberado al fin. El bosque donde estaba oculto se sumió en un asustado silencio mientras el eco del horrible rugido seguía haciendo vibrar las piedras.

 

El hombre esbozó una sonrisa siniestra que brilló entre las sombras.

 

Sus sentidos, tan agudos como siempre, captaron de inmediato las señales e intentó clasificar a su nueva presa en alguna de las categorías que se habían establecido para los de su clase. El olor del azufre demasiado denso en el aire, el brillo rojizo en medio de la oscuridad,  el viento espantándolo todo y el temblor del rugido aún retumbando a sus pies...

 

Oh dios, pensó con excitación mientras se daba cuenta de a lo que se estaba pudiendo enfrentar.

 

Por fin algo decente contra lo que pelear, por fin algo de emoción entre aquellas presas a las que llevaba enfrentándose desde hacía años y que eran tan débiles que no hacían más que aburrirle y malgastar su preciado tiempo. Es más, puede que aquella fuese la mayor presa a la que nunca se había enfrentado.

 

Saliendo de las sombras de su escondite tras una pila de rocas negras, desde donde había estado observando todo el valle sin que nadie le descubriera, recorrió la distancia hacia el pueblo rápidamente. Esquivando ramas y piedras con elegancia y moviéndose como un letal felino en medio del silencio reinante.

 

Según se acercaba a su aldea, todo se iba haciendo más claro y brillante, iluminado por el ardiente fuego que arrasaba algunas casas del pueblo. La gente corría aterrorizada de un lado a otro intentando salvar a los suyos y huir de la masacre, mientras el humo negro ascendía hasta el cielo mezclándose con la noche.

 

A la mañana siguiente, la mitad de la aldea estaría arrasada, las casas de madera demasiado débiles al fuego.

 

Law, sin embargo, tomó la dirección contraria que seguía la muchedumbre, dirigiéndose al centro del pueblo esquivando las casas de madera y cadáveres hasta donde se podía observar al monstruo desde lejos y, una vez que llegó a su destino, Law se paró durante un momento a observar el espectáculo y admirar a su siguiente víctima.

 

Rojo era lo único que pudo ver en un primer vistazo. Un rojo intenso y puro, el rojo de la sangre recién derramada o de las rosas que a las mujeres tanto les gustaba recibir. Rojo recubriendo aquel cuerpo alargado y poderoso, como una armadura cubriendo a su caballero, rojo en un mudo recordatorio de lo que su portador podría llegar a hacer.

 

Después, Law enfocó la vista y percibió las afiladas garras que se clavaban en el suelo creando firmes y profundos surcos; distinguió la boca plagada de mortíferos dientes entre los que se escapaban los salvajes rugidos y que, a aquella distancia, podrían dejar sorda a la gente, y observó ligeramente sobrecogido las enormes alas que llegaban a cubrir con su sombra casas enteras.

 

Law tragó saliva apretando la espada y afilando los ojos ante aquella bestia salida de leyendas.

 

Ante aquel descomunal dragón más alto que el campanario de la maldita iglesia.

 

Definitivamente no se había esperado algo tan grande. El elegante cuello, plagado de escamas y púas, era tan ancho que ni cuatro hombres podrían rodearlo con los brazos. Los músculos en sus patas hablaban de la descomunal fuerza que tenía la criatura y que ya habían arrasado con todo a su alrededor, y eso sin contar con los pectorales bajo los que brillaba el ardiente fuego que había visto brillar desde las montañas.

 

Pero aun así, a pesar del temible monstruo que tenía delante, el delgado chico moreno no dudó en absoluto.

 

Aquella era una criatura de otro mundo. Algo que nunca había debido existir en este y, por lo tanto, algo que él debía matar y arreglar como exorcista. Le habían entrenado para acabar con ellos, para que devolviese al infierno lo que éste había dejado escapar y por eso, aunque nadie diese nunca nada por él, aunque todo pudiera estar en su contra, él se lanzaba a la batalla.

 

Porque aquello era lo que debía hacer, lo único para lo que había nacido.

 

Desenfundando la espada observó a su oponente, buscando rápidamente sus puntos débiles. El dragón estaba totalmente cubierto de gruesas escamas escarlata, cubriéndole como una armadura impenetrable, sin embargo, bajo las patas y en el vientre parecían mucho más débiles y frágiles. Punto débil encontrado, ahora la cuestión era meterse debajo del dragón para aprovecharlo mientras esquivaba garras, dientes, y el mismísimo fuego del infierno.

 

Decidido, comenzó a acercarse a su presa con paso rápido y firme.

 

Y entonces el dragón le vio. Ojos del color del oro bruñido, que los de su especie tanto atesoraban, le miraron con curiosidad.

 

Law sabía lo que su aspecto decía de él. A diferencia de los soldados de la ciudad, que intentaban pinchar al monstruo con aquellos palillos llamados lanzas, sus ridículas espadas quebradizas y con los enormes músculos de quienes entrenan todos los días con pesadas armaduras, él parecía un muchacho flacucho y descoordinado. Pero no era por falta de entrenamiento, era sólo que él priorizaba otras cosas sobre la fuerza bruta ya que los monstruos a los que se enfrentaba solían superarle siempre en aquel aspecto. El había decidido enfocarse en otras habilidades: agilidad, rapidez, flexibilidad... sus reflejos le habían salvado la vida en más de una ocasión.

 

Aun así, no pudo evitar sentirse ligeramente humillado ante la mirada de burla que le dedicó la milenaria criatura, o el pésame que le dedicaron los soldados al verle acercarse a ella.

 

Law apretó los dientes furioso y, sin dudar, se dirigió hacía la bestia levantando la espada y moviéndose con aquella hipnotizante elegancia que siempre le caracterizaba.

 

Los soldados le gritaron que se alejase.

 

La criatura soltó otro rugido que sonó a carcajada de incredulidad mientras levantaba una garra del tamaño de un carromato y la blandía por encima de su cabeza, dispuesto a aplastarle patéticamente.

 

Como si eso bastara para acabar con él.

 

Kikoku, su querida espada, rasgó el aire por encima de su cabeza y, como suponía, las escamas de la bestia se partieron como mantequilla bajo su espada maldita hasta alcanzar la fina y suave piel bajo ellas. Luego giró, corrió y finalmente se colocó debajo del animal.

 

Deteniéndose un mínimo segundo escuchó con deleite el grito de dolor del dragón mientras la sangre hirviendo borboteaba ligeramente de la herida cayendo al suelo. Por idiota. Los gritos de los soldados inundaban el aire entre vítores satisfechos cambiando rápidamente de actitud.

 

Law les ignoró.

 

Levantando la espada de nuevo, la clavó cerca del hombro de la bestia y, corriendo, comenzó a abrir otra nueva herida hasta la pata trasera del monstruo. De un hombro a la cadera contraria. Atravesándole todo el pecho en una impresionante herida de la que sería un milagro sobrevivir.

 

La bestia se levantó inmediatamente sobre sus patas traseras mientras otro enorme rugido de dolor rasgaba el aire. Law entonces retrocedió saliendo de debajo de la bestia antes de que el dolor pasase y este le atrapara y le aplastase vengativamente

 

Sin embargo, para su sorpresa, el dragón solo gruñó enfadado y, mirándole con la muerte en sus ojos, abrió la boca.

 

—Mierda—maldijo el moreno deteniéndose y encarando al dragón.

 

Si no puedes huir, lo mejor es pelear. Porque no había forma de huir de lo que iba a pasar, así que, dejando la espada en el suelo un momento y arrodillándose, levantó las manos en el aire y cerró los ojos con cara de absoluta concentración.

 

El infierno se desató a su alrededor.

 

Fuego líquido se derramó en el suelo a su lado mientras el dragón soltaba una bocanada furiosa. Las piedras bajo sus pies se derretían ante el espantoso calor y todo a su alrededor se sumía en aquel intenso brillo rojo. Pero a Law no le afectó en lo más mínimo. Con los brazos en alto resistió el infierno, con aquel pequeño escudo que apenas había comenzado a crear con un hechizo.

 

Sin embargo, tragó saliva al darse cuenta del descomunal poder que tenía aquel ser.

 

Un poder tan grande y tan denso que supo que no podría aguantar mucho contra él.

 

Mierda, esa era la primera vez que pasaba. Nunca había perdido su poder tan rápidamente y de manera tan estúpida. Normalmente, era él quien superaba con creces a sus oponentes, pero, con aquel enorme dragón, sintió por primera vez una ligera ansiedad de quien sabe que esta vez puede fallar y perder la vida.

 

Jadeando mientras aguantaba las últimas llamaradas de su enemigo con el poder escapándose entre sus dedos irremediablemente, consiguió controlar su mente y endurecer su protección. Las puntas de su revuelto pelo negro comenzaron a humear, las ampollas surgieron en sus manos y su respiración se volvió pesada ante el azufre y calor que le rodeaban.

 

Por favor que acabase ya, por favor.

 

Y tan pronto como había comenzado y como escuchando sus plegarias, el infierno se detuvo. Law bajó los brazos jadeando y quedándose a cuatro patas sobre el derretido suelo intentando recuperar su fuerza rápidamente y seguir con aquella pelea.

 

Pero no se podía mover. Su cuerpo no respondía como siempre después de aquel último fogonazo de poder, sus músculos estaban aún demasiado entumecidos.

 

Y en aquel mínimo momento de debilidad en el que el mundo daba vueltas a su alrededor, esperó algún golpe del dragón, una segunda bocanada que le derritiese a él como había derretido al suelo, un golpe de aquellas garras que le partiese por la mitad y acabase con su vida.

 

Era la primera vez que estaba a merced de un oponente incapaz de plantarle cara de ninguna manera, la primera en que enfrentaba a la muerte tan indefenso. Y lo odió. Odió sentirse tan débil y tan vulnerable. No había pasado por lo que había pasado para aquello. Alzando su mirada nublada, observó a la criatura que iba a acabar con él, por lo menos le miraría a la cara cuando lo hiciese, por lo menos le vería retorcerse de dolor ante la herida que le había infligido.

 

Pero delante suyo no había nada.

 

Atontado aún por la falta de fuerza miró a su alrededor hasta que volvió a sentir el caliente aire acariciar su nuca.

 

Alzando la cabeza, observó al enorme dragón planeando por encima de su cabeza, como una sombra del apocalipsis cerniéndose sobre él. Solo que, fijándose más, el dragón parecía también cansado por la enorme herida en su pecho que seguía sangrando con aquel líquido rojo y denso. Claramente la herida le impedían volar con la facilidad y la elegancia de antes y sus movimientos eran tensos y bruscos.

 

Una debilidad se dio cuenta el moreno analizando todavía la situación a pesar de que no podía ni siquiera mantenerse de pie, pero aun así, con los dedos doloridos y temblorosos, Law aferró la espada mientras, desafiante, le dedicaba una mirada de odio a la criatura dispuesto a seguir con la pelea.

 

El dragón le rugió en respuesta, furioso, abriendo la boca y enseñándole los afilados dientes del tamaño de su antebrazo.

 

"Esto no ha acabado". Susurró una voz en su cabeza con un tono grave y oscuro que hizo que los pelos de la nuca se le erizasen. "La próxima vez no tendrás tanta suerte, mortal".

 

Law sonrió retorcidamente mientras, por fin, conseguía mantenerse en pie y volvía a encarar al dragón con la espada en la mano.

 

"Igualmente". Respondió Law a la bestia en su mente. "La próxima morirás, monstruo".

 

Y el dragón volvió a rugir en su cabeza antes de alzarse en el aire y desaparecer entre nubes de humo rindiéndose y marchándose del pueblo.

 

 

 

Notas finales:

En fin, ya está, no sé si os habréis dado cuenta, pero Kidd-kun ya ha salido en la historia, ¿Adivináis quién es? XD

Bueno, como siempre dejadme algún review diciéndome si os ha gustado o la primera opinión que tengáis de él. 

La actualizaciones serán cada dos semanas. Y sin nada más que decir, un beso muy fuerte guapos.

Gracias por leer. 


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