Hace miles de años…
Las personas vivían en total armonía, todos estaban llenos de alegría y sentimiento, en un mundo lleno de amor y felicidad que regaló el dios Asrod, dios de los corazones.
Todo estaba bien, hasta que Asrod decidió el hacer un hechizo en todos. Cansado de ver relaciones por, los cuales, se tomaban entre sí y, podían después estar con otro y ser felices, decretó desde su santuario, un hechizo, donde establecía que una persona debería ser amada por otra, sin importar su color, raza o lenguaje propio; y sólo serían esas dos personas, para que vivieran felices.
La única condición para romper el hechizo era el pensamiento. Según decretos de Asrod, aquella persona por la cual no podía pensar en ella y, sus recuerdos hacia esa persona eran vagos, esa era la persona, la cual, iban a vivir felices para toda la vida.
Este decreto hizo que todas las personas estén en busca de esa persona especial, con la cual, estaría por el resto de su vida, para amarse y respetarse, hasta la muerte.
Capítulo uno.
Encuentros inesperados.
En valle de Esperanza, todos estaban trabajando, las personas se levantaban temprano para poder hacer sus quehaceres de su casa, excepto Andrés, Andrés era el último hijo de los Dorsa. Una pequeña familia de un clan extraño. José, que era su papá, lo amaba mucho, tanto como su madre Inés; era su hijo preferido, ya que, nació en su vejez.
La familia Dorsa contaba con cinco hijos, incluyendo a Andrés, sus hermanos Jesús, David, Andrea y Juan ya habían encontrado sus almas gemelas, pero Andrés no contaba con la misma suerte. Andrés era delgado, era de una hermosa tez blanca, aunque era hombre, le gustaba tener su cabello largo, esos mechones de cabello negro que, se deslizaban por su espalda sin ninguna dificultad, era la envidia de sus amigas mujeres; a pesar de sus padres, el nació con ojos azules, no se sabía de donde salieron esas piedras preciosas, ya que, en su familia, ningún pariente contaba con ese color de ojos especial que tenía Andrés; pero, a pesar de todo, a sus papás les gustaba dicho color.
Todos en su familia habían encontrado a su alma gemela, pero Andrés no contaba con dicha suerte. No se sabía el por qué no podía encontrar a su alma gemela, ¿Será otro hechizo? Decía su papá, preocupado en las noches, pensando en su hijo, ya que, lo quería mucho.
Ese día había comenzado un poco agitado. Andrés no se había levantado de su cama, y era demasiado tarde para que se pudiese alistar y que el bus no lo dejase. Lo cual, José decidió ir a su cuarto.
—Este muchacho, ¿Por qué se demora? —Decía José, mientras iba subiendo las escaleras hacia el cuarto de Andrés.
Cuando José logró entrar al cuarto, se dio cuenta en el estado que estaba Andrés: Estaba dormido, era como una especie de ángel cansado, un ángel caído de aquel cielo despejado que hacía ese día… Era un niño que, estaba disfrutando de aquél sueño lúcido. No lo quería despertar, porque amaba el ver a su hijo, ese hijo amado, al cual, haría lo que fuese para mantenerlo feliz.
—Me gustaría dejarlo así —Dijo en un tono de voz baja —Pero el deber es primordial.
En ese momento, decidió levantarlo, se hacía tarde para ir a la escuela.
—Hijo, levántate. — Dijo su papá, pasando su mano sobre su cabello — Es hora de que vayas al colegio, o, ¿Quieres quedarte hoy?
—Oh, uh…— Andrés estaba con sus ojos entrecerrados, todavía tenía sueño. Se sentía cansado, no sabía el por qué— ¿Qué hora es, papá?
—Hijo…— En ese momento, José miró el gran reloj que tenía Andrés en su cuarto, como era un reloj analógico, le costó un tiempo el poder descifrar que hora era. Pero después de varios intentos, logró saber qué hora era en sí— Son las 7 de la mañana. Creo que alguien no podrá llegar hoy a la escuela.
Andrés, todavía con sueño, escuchó aquella hora, pero no la escuchó bien, fuese como si se las hubiese llevado el aire, o, de pronto, no quería que se despertara.
—Padre… —Andrés hablaba con una voz entrecortada, tenía todavía sueño — ¿Qué hora me dijiste que era?
Su padre soltó una carcajada, le daba gracia ver a su hijo hablar así, pero, aun así, le repitió la hora.
—Son las 7 de la mañana hijo — Lo dijo en un tono tan dulce, tan suave, tan encantador— Levántate, o, no vas a poder llegar a la escuela.
— ¡Voy tarde! — Andrés saltó de su cama— ¿A qué hora pasa el bus de la escuela?
—A las 7 y 30, aunque todavía te da tiempo.
— ¿Me puedes buscar mi uniforme? — Andrés estaba quitándose el pijama que, tenía puesta— Para no perder tiempo.
—Claro hijo, ya te la busco— En ese momento, José fue a su armario, buscando su uniforme.
En ese momento, Andrés entro a la ducha, quería hacerlo lo más rápido posible. En ese momento, se dio cuenta de, que las gotas de agua quedaban paralizadas, no sabía el por qué, pero no le dio mucha importancia, ya que, estaba muy atrasado y no quería faltar a su colegio.