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Corazón de Faraón, estómago de niño. por Cianuron

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Notas del fanfic:

Cada personaje utilizado aquí no me pertenece, todos son de Kazuki Takahashi.

Si se tuviese que empezar a contar lo que sentía él en ese momento obtendríamos un listado bastante corto: Enojo y miedo. El desencadenante era simplemente uno, pero eso solo bastaba para poner de pelos de punta a éste: Él no podía acompañarlo ¿Qué podría hacer su otra mitad sin él? O peor ¿Qué NO podría evitar hacer? Esa ultima interrogante le daba escalofríos con tan solo pensarla y hacerla presente en su mente. El Yin y el Yang habían sido creados para estar juntos, una desproporción de uno sólo lograba cosas malas… Ahora imaginen si faltase una.

  Catástrofe, pensó para si mismo estando en lo correcto, esto iba a ser terrible y ya tenía una idea de cómo terminarían las cosas al  final de las cuentas pero ¿Qué podría hacer él contra aquello? Ninguna solución estaba a su alcance. Lo que tuviese que ser, sería, ya no habría vuelta atrás para nadie; la decisión  estaba tomada y, cuando seres como aquellos acordaban algo, lo llevaban a cabo, sin importar el qué pasara ¡Maldición! Esto si que iba a salir mal.

  -Ra, que los daños sean lo más pequeños y pasajeros posible, por favor.- Se dijo, mientras daba un respingo cerrando sus ojos. Él estaba sentando frente a su pequeño escritorio, intentando depositar toda su concentración en las cuantas preguntas de biología, escritas en tinta azul, y garabateadas tan vagamente que representaban, claramente, que aquella materia era la última que tenía en el día…  A cada “o” aplastada y cada “p” sin panza, las palabras de Yugi gritaban “¡Por favor, no nos escribas!”         

  Se había acomodado en aquella silla alrededor de las seis de la tarde con la intención de terminar su trabajo, pero, ahora siendo casi las nueve de la noche, su mente seguía, caprichosa, metida en aquel tema que le volaba los sesos más que cualquier asignatura escolar, y no encontraba fórmula alguna que bloqueara, aunque sea unos minutos, aquello ¿Y si le pasaba algo? ¿Y si hacía algo? ¿Y que si alguno de aquellos bastardos le hacían daño? Los mataría, o bueno, los intentaría matar.

  Llevó sus manos a las sienes, haciendo que sus codos, apoyados en la dura mesa de madera, cargaran con el peso de su cabeza. Confiaba plenamente en su otro yo… Los que le daban mala espina eran los otros dos, tan malvados con ellos solos.

  En aquel momento, sintió la puerta de su baño abrirse. Llevó su mirada hacia donde provenía el sonido para poder ver a Yami parado en la entrada. Su corazón comenzó a dar saltos cada vez más acelerados y alocados. Si bien hacía unas cuantas semanas que el espíritu tenía su propio cuerpo, no estaba acostumbrado verlo frente a frente, e inevitablemente, siempre que lo hacía, no podía impedir detener su mirada en aquel y apreciar cada centímetro de su compañero, como lo estaba haciendo en ese momento. Al darse cuenta de su descaro, le sonrió vagamente. Acto seguido, devolvió su atención a la tarea.

   -¿Qué pasa,Yugi?-Sintió como un peso se apoyaba en el respaldar de su asiento, y el suave  susurro en su oído, tomándole totalmente de improviso. Un escalofrío recorrió su columna vertebral hasta hacerle enderezar. Giró su cuerpo para encontrarse a centímetros del otro rostro; Su yami acababa de bañarse y ya estaba vestido para la ocasión. Estando tan cerca de él  pudo advertir un sutil aroma a jabón y almendras, lo cual  hizo que su estómago gruñese.

  -Nada, Faraón, estoy bien.- Le sonrió abiertamente como pleno acto de honestidad. Atem sólo entrecerró los ojos dejando a plena vista su desconfianza.

  -Sabes que no me gusta que tú me llames Faraón.- Sentenció clavándole, como estacas, sus orbes  carmesí mientras cruzaba sus brazos en su pecho.- No tenemos más en Rompecabezas del Milenio, no puedo sentir directamente tus pensamientos ni tus emociones, como tú tampoco los míos, pero el lazo que nos une sigue siendo tan fuerte como siempre, y sé cuando me mientes y cuando no.- Finalizó estampando una sonrisa media en su rostro. Yugi sólo agachó la cabeza como sinónimo de rendición, Yami como contra-respuesta, rió.- Además, para que no maldigas a ningún dios por tus adentros, eres de Sagitario, mientes como el infierno.

  El menor de los dos bufó y para sus adentros maldijo a las constelaciones ¿Ahora que diría? ¿Correspondía confesar lo que estaba pensando o no era el momento oportuno? No, no cabían tales palabras en ese momento; Ya había tenido su tiempo para manifestarlo así que Yugi resguardó su silencio como respuesta final para  volver a girar su cuerpo, solo que ésta vez retomando la pregunta por la cuál iba.

  Por su parte, Yami no entendía en absoluto qué sucedía; hacía una semana que el pequeño estaba distante y cada tanto lo sorprendía vagando en su mente con algo, que seguramente, le preocupaba. Se vivía preguntando que estaba mal en Yugi y se sentía cada vez peor al darse cuenta que aquel no le brindaba pista alguna sobre qué causaba su malestar. Quería ayudarlo, pero no sabía que debía hacer para volver a tener a su Yugi; Aquel Yugi que  apreciaba, ese Yugi por el cual daría su vida entera, ese muchacho por el cual había rechazado su descanso luego de haber perdido La Batalla Ceremonial.

  Cuando aquello apareció en la mente, nuevas suposiciones lo acompañaron: ¿Y si su hikari no estaba contento con la decisión que Atem había tomado? ¿Y si Yugi se quería que Atem volviese con sus amigos? Pues, en ese caso, había cometido un acto puro de egoísmo; Nuestro Faraón había decidido quedarse porque había comprendido una cosa: No sabía como vivir sin él. Luego de haber pasado años y años juntos, Yugi ya era parte de Yami. Dejar que su alma descansara en paz era como volver a permanecer perdido en la oscuridad de su Rompecabezas Milenario.

  Se estremeció al recordar esos momentos. Cada vez que ese pasado tan hostil reaparecía en su mente, era como volver a vivirlo: La sensación de flotar en la nada y a su vez, ser la nada. Estaba en el medio de ser algo y asimismo no serlo, lo cual lo llevaba a cuestionarse qué era, o peor, que sería… Hasta que apareció el niño que ahora parecía ignorarlo. Lo hizo volver a creer y a vivir. Yugi le había abierto puertas, ventanas y más a un ser, que ni a humano llegaba, sin siquiera conocerlo en lo más mínimo.

  Y ahora, él niño le estaba apagando las luces.

  -Yugi- Comenzó el mayor con la cabeza gacha, para luego volver a tener la atención del menor.- Este malestar tuyo…¿Se debe a que ya no me quieres cerca tuyo?- Esas palabras sonaron mucho más crueles y crudas al decirlas en voz alta que para sus adentros y en tal manera que lograron herir un poco más al hablante. Yugi, al oír y procesar esa pregunta, se paró y dibujó en su rostro una expresión de incredibilidad ¿Cómo podía su yami siquiera pensar aquello?

  -  Bakabakashii*…-Respondió casi en susurro.- ¿Realmente crees que podría yo podría querer aquello?-Su voz comenzó quebrarse ya que se dio cuenta de que Atem había pensado en aquella atrocidad sólo por su estúpida manera de actuar. En que demonios estaba pensando cuando decidió ocultárselo, si al fin y al cabo, él era el único que podría ayudarlo.

  -¿Entonces cuál es tu problema? Tu mente ha estado perdida durante toda esta semana en ve a saber tú qué.- Soltó casi a reproche. Al darse cuenta de que esa subida de tono había hecho estremecer a su pequeño, trato de volver a su voz neutral.-Es que, ya estoy preocupado, Yugi.

  Como efecto colateral, Yugi no pudo contener más sus lágrimas y echó a llorar como niño de seis años. Caminó hasta dónde su compañero en busca de contención, la cual fue brindada sin problemas. Estar entre los brazos de aquel era su más sana droga; Los latidos del ajeno lo tranquilizaban y el subir y bajar de sus pulmones le recordaban que todo aquello era real. Nunca comprendió porque solo él podía lograr tal efecto.

  -Yo, bueno… yo.- Dijo entre hipidos.- Me preocupa este próximo acontecimiento. Tengo miedo de que algo llegue a pasarte.- Sintió la sangre subir hasta sus mejillas de manera automática. Generalmente, él no confesaba este tipo de sentimiento protector. El que solía hacer de mamá preocupada era Yami.

  Por su parte, el Faraón se tranquilizó y como prueba de aquello suspiró como si al exhalar desterrara cada mal pensamiento que en su mente habitase. Yugi lo seguía queriendo y más de lo que se podría imaginar ¡El niño estaba preocupado por él! Se aferró más a este quitándole un poco de aire al menor, detalle que pasó por alto unos segundos hasta que recordó que el oxigeno era vital.

  -No va a pasarme nada.- Habló sereno Atem tal como lo haría una madre intentando tranquilizar a su hijo.- Los peligros han concluido y podemos estar tranquilos al fin… Además de de Bakura y Marik me acompañan ¿Qué podría salir ma…?

  -Exacto, ¡ellos son el problema!- Exclamó su hikari llorando el triple que antes y Yami, sin poder evitarlo, rió por la ternura que emanaba el pequeño.- ¿De que te ríes, gran Bakamono*?-Siguió Yugi tirando del mechón más largo del mayor con el afán de reprenderlo, pero solo logró que este riera un poco más mientras intentaba recuperar su pelo.

  -Ellos no harán nada, Yugi.-Contestó intentando recuperar la compostura (Cosa que había perfeccionado bastante desde que sus memorias habían vuelto; siempre que lo necesitaba, recordaba como lo hacía ante miles de sus súbditos.) ya que sabía que el niño era el que más respetaba y temía aquel rostro autoritario.- Han cambiado y yo los he perdonado y si, puede el Marik me ha odiado muchísimo en su momento y mando a algunos de nuestros amigos hacia el Reino de las Sombras. Y  puede que Bakura intentó arruinar mi pasado, robar nuestro rompecabezas  y también que…

 - ¡Ya sé que han hecho, lo recuerdo perfecto!- Vociferó el menor sacando a Yami de su intento de recordar todo lo que habían hecho aquellos espíritus milenarios y hacerlo saltar en su lugar.

 - Bueno, pues, el punto es que si yo he perdonado todo aquello ¿Por qué tu no? Además, esto ni siquiera involucra a los Duelos de Monstruos, nada saldrá mal.

  Yugi rodó los ojos. Su yami no comprendía que no esas dos serpientes no necesitaban de un mazo de cartas para hacer maldades; Tenían conocimiento de sobra de como poner las cosas patas hacia arriba ¿Ellos perderse la oportunidad de molestar a alguien?¿Qué seguía?¿Joey aceptando de manera pacífica los sentimientos que por Kaiba nacían?

  Definitivamente, iba  a prepararse para lo que viniese y a dejar el celular cargándose a mano, por si en un futuro bastante cercano tuviese que llamar a las respectivas luces de cada yami.

  -Tienes razón, nada podría salir mal.-Concordó aferrándose más  a su compañero.

 

  E, inevitablemente, el momento de llegó.

  Ya eran las diez y luego de  haber pasado el tiempo hablando y, por el lado de Atem, intentando que su hikari terminara su tarea, el momento llegó. Con pura pereza y desanimación se acercaron a la ventana para poder observar el auto de Marik estacionado en la entrada. Los yamis estaban apoyados en el capó del automóvil y, al notar que dos pares de ojos los observaban desde las alturas, alzaron sus manos. Yugi maldijo para sus adentros.

  Bajaron sin emitir palabras  hasta que llegaron a la entrada. Yami fue quien salió primero y apenas cruzó miradas con el egipcio y el albino, estos segundos sonrieron de medio lado.

  -Faraón nuestro.- Comenzaron con fingido respeto, mientras hacían una reverencia exagerada. El aludido sólo observó  la burla mientras evitaba mirar a su hikari, ya que seguramente a este le estaría hirviendo la sangre… Y estaba en lo correcto.

  - ¡Mira, Marik, a quién tenemos aquí!-Prosiguió Bakura llevando su atención a Yugi.-¡Si es Yugi! ¡Tiempo sin vernos, pequeño!- y, a continuación, revolvió los cabellos del tricolor, lo cual esta vez hizo molestar a Yami, quién tomó automáticamente la muñeca de Yugi para llevarlo unos pasos hacia atrás y luego clavarle  la mirada como cuchillas al intrometido. Bakura pudo percibir su enojo, y sonrió con maldad.

  -Nos vimos hace dos días, cuando recogiste a Ryou a la salida del colegio.- Yugi soltó esas palabras lo más secamente posible.

  El albino, como respuesta automática, rió por lo bajo, agachando la cabeza.

  -Jajaja, si, lo re-cog…-Se detuvo al darse cuenta que ese comentario no iba acorde a la situación. Tosió-Digo, si, tienes razón.

  -Lamento ser el vocero de las malas noticias.- Habló esta vez  Marik, interrumpiendo la conversación.- Pero creo que es momento de irnos.- Señaló con su pulgar su auto.- He olvidado cargar gasolina y si no lo hago, deberemos volver caminando.

  Todos miraron al egipcio y asintieron, salvo Atem, quien con cara extrañada preguntó:

  -¿Gosalina?

  Bakura se dirigió a Yugi

  -No le has enseñado mucho ¿No?

  El interrogado se encogió de hombros.

  -Intenté enseñarle a usar el televisor, pero la práctica salió mal.- Respondió haciendo memoria de como, al encender el aparato, una propaganda de un niño diciendo con entusiasmo “¡Es hora de un duelo!” apareció. Atem, como reacción instantánea, activo su disco de duelo y al hacerlo no se dio cuenta que cerca estaba Yugi. Resultado: Un ojo morado y un Faraón maldiciendo a la tan “malvada” televisión.

  -Maldito objeto de las Sombras.- Susurró Yami. Luego se dirigió al menor.-Bueno, es tiempo de irme, recuerda que vuelvo en dos horas.- Estrecharon las manos para luego dirigirse al auto.

  Una vez que el conductor y sus acompañantes subieron, Bakura bajo el vidrio para poder gritarle una última cosa a Yugi.

  -Te lo cuidaremos bien, no te preocupes.- y acto seguido, se marcharon a toda velocidad. Yugi, por su parte, volvió a la casa-tienda, queriendo creer en las palabras dichas  por el albino, lamentablemente, su lado realista lo impedía.

 

(Casa-tienda 2:48 am)

Yugi’s POV.

  Cuatro horas ¡Cuatro, malditas, horas y esos desgraciados no aparecen! ¿Dónde demonios se supone que fueron a “beber algo y hablar”? Estoy a punto de arrancarme los cabellos hasta enloquecer. Sabía que confiar en aquellos dos era cosa de ingenuos, pero no, lo hice de todos modos.

  ¡Por Ra, juro que  los mataré!

  Luego de terminar mi tarea, ver algunos duelos, subir y bajar las escaleras como cinco mil veces, intentar dormir, llamar a Joey para solo escuchar su contestador-maldito rubio, deja de pensar en Seto y atiende.- y  revisar por la ventana a ver si el bendito auto aparcaba en mi entrada, sigo aquí, esperando a que se les ocurra traer sus traseros. No puedo parar de pensar en las cosas que deben de estar haciendo o que ya hicieron con Yami. La rabia y la ira que siento en este momento son indescriptibles y la simple idea de volver a ver a aquellos hace que mis peores emociones, que nunca pensé tenerlas con nadie, florezcan.

  Si bien a penas subió a aquel automóvil sentí como mi corazón se achicaba, hasta hacerse del tamaño de mi dedo pulgar, a partir de la medianoche  las peores ideas y sentimientos emanaron de mí.  Quería que se me ocurriera alguna maldad que éstos podrían estar haciendo, para prevenirme,  pero intentar imitar la mentalidad de aquellos ex espíritus era como igualarse a un demonio ya que cosas raras deambulaban en esas cabezas y, para bien de la cordura ajena, lo mejor era mantenerse al margen… Siempre me hubiera encantado comprender el cómo lograban sus luces lidiar con los demonios de sus yamis.

  Desde que Malik  y Ryou estaban libres de Bakura y Marik, pudimos formar un vínculo mucho más fuerte, logré conocerlos mejor que antes y, al hacerlo,  puede ser testigo del vacío que en ellos vivía; Sus yamis eran esenciales en sus vidas y, no tenerlos era como perderse un poquito más en la soledad. Y si, aunque su relación no era tan buena como la mía con Atem, los necesitaban y yo entendía perfecto como se sentían, así que los ayudé a recuperar lo que tanto querían, por más que ninguno me cayera del todo bien.

Recurrimos a Ishizu, quién a regañadientes acepto nuestra petición. Se contactó con varias personas que se encargarían de comprobar que la idea no terminara en desastre. Los ya mencionados enmendaron las almas y las despojaron de la maldad que en ellos habitaban. Al cabo de un mes ya estaban al lado de sus hikaris, con almas y cuerpos propios. Desde entonces, Ryou y Malik eran cien veces más felices y en sus ojos se podía apreciar   el brillo que creían perdido. Siempre que los veía me contaban como habían mejorado sus oscuridades, para bien; Según Ryou, Bakura, bajo toda esa fachada descarada, era una buena persona, hasta le cocinaba cada postre que él quisiese, al momento en el que se lo pidiese. Por su parte, Malik había tenido algunos problemas entre Ishizu y Marik, dado a que este último solía hacer bromas de mal gusto refiriéndose a la hermana Ishtar, pero pasando por alto aquello, todo marchaba perfecto.

  Y ahora, a casi las tres de la mañana, me costaba creerles esas palabras a mis amigos.

  Preso de los malos pensamientos y sensaciones, decido intentar tranquilizarme y tomo la solución de bajar al comedor y tomar un vaso de chocolate. Así  lo hago descendiendo las escaleras de maderas que rechinan a cada escalón que bajo.  Una vez que llego a mi destino abro la heladera para encontrarme con que no hay más. Me  maldigo para mis adentros y hago memoria de que mi abuelo, esta misma mañana, me había dicho que fuese a comprar. Primero unos ex bandidos, prácticamente, secuestran a mi yami, luego no hay chocolate ¿Cuántas atrocidades más deben pasarme en un mismo día?

  Resignado, me dirijo de nuevo a mi habitación, no puedo seguir esperándolo toda la noche ya que debo de estar despierto a la primera hora del día. Subo  la escalera con el mismo sigilo para no despertar a nadie… Pero antes de llegar a la mitad, escucho algo proveniente de la calle: Música y un motor ¿Serán…? No lo sé, sólo tengo una cosa en mente: Salir automáticamente, y así lo hago olvidando el ruido que pueda hacer.

  Abro la puerta de la entrada para, efectivamente, encontrarme con ese auto rojo que ya conocía. Las ventanas están bajas y puedo hacer contacto visual con Bakura y Marik, quienes me sonríen y saludan desde adentro. El corazón me da un vuelco al no ver rastro de Yami. Comienzo a enfurecerme.

  -¿Dónde demonios está Atem?- Digo cada palabra lo más lento posible, intentando contener la calma.

  -¡¿Qué dices, Yugi?!- Grita Bakura ya que no logra escucharme porque dentro del auto la música está demasiado fuerte. El ya mencionado hace un gesto a Marik para que baje el volumen, pero este segundo está demasiado ocupado moviéndose  al ritmo de “Fantastic baby” y cantando. Antes de poder decir nada, Bakura apaga el aparato.

  -BOOM, SHAKA L¡Oye!¡Qué pasa contigo!- Se queja Marik. El aludido sólo me señala y el primero me mira, para luego depositar sus ojos en la parte trasera de su auto, sonriendo. – Oh, entiendo. Ven, ayúdame.

  Sin entender mucho y con los brazos cruzados, sigo sus movimientos con la mirada; Bajan del auto y abren una de las puertas de la parte de atrás del mismo. Meten sus cuerpos y haciendo fuerza, como intentando sacar algo de allí, traen sus cuerpos  de vuelta sólo que esta vez con algo entre sus manos: El cuerpo de Yami… ¿Dormido?¿Desmayado?¿MUERTO? El corazón empieza a latirme con fuerza  y mis instintos asesinos se avivan cada vez más al ver como, cada uno en sus hombros, cargan con un brazo del Faraón, intentando que éste no se caiga al suelo.

  Inhalo. Exhalo. Inhalo. Ex…

  -¡¿QUE SUCEDIÓ AQUÍ, GRAN PAR DE ESTÚPIDOS?!- Exclamo, ya perdiendo la calma, logrando que salten en sus lugares y haciendo que Yami entreabra los ojos.

  -Nada, pequeñín.- Comienza Marik calmado, todavía con la sonrisa burlona de medio lado clavada en su rostro.- Sólo tomamos un par de cosas…

  -¡¿Cosas?!

  -Si, cosas.- Contesta Bakura,  afirmando mi pregunta como si fuese algo obvio.

  -¡¿Y como que ustedes no están igual si tomaron esas mismas cosas?!-Vuelvo a preguntar haciendo énfasis en “tomaron” y “cosas”

  Marik me mira y sonríe ampliamente.

  -Lo que pasa es que nosotros tenemos un poco más de control que su alteza. –Chista, como si fuese una madre.- Deberías anotarlo en uno de esos grupos de “Ayuda al alcohólico” El faraoncito es todo un borrachín.- Cierra su puño dejando su dedo pulgar en alto y lo mueve repetidamente  delante de su boca.

  -Yo se de líneas telefónicas para estos temas.-Apoya Bakura.

  -¡NO ME INTERESAN ESOS MALDITOS GRUPOS Y LINEAS!- Suelto.- ¡Sólo dejen a Yami aquí y lárguense!

  Se miran entre ellos y se encogen de hombros, haciendo un puchero.

  - Como desees.- Dicen al unísono y luego sueltan el cuerpo ebrio de Yami sobre mí, lo cual hace que trastabille un poco.- Nos vemos, Yugi.- Acto seguido suben al auto y desaparecen en la carretera.

  Y entonces aquí me encuentro, con el cuerpo alcoholizado de Atem entre mis brazos y la ira emanando por todos los lados posibles. Esto no quedará así como así; Estoy plenamente seguro de que Ryou y Malik no sabían absolutamente nada de lo que sus parejas tenían planeado hacer esta noche, y yo seré el primero en informárselos.

  Luego de pensar eso, aparece mi nuevo problema: Debo de subir por las escaleras a Yami, y sin hacer el menor de los ruidos. Si bien puedo sostenerlo por unos momentos, cargar con él pisos arriba ya no es una buena idea que yo pueda efectuar.

  Mi única opción es despertarlo.

  -Atem, despierta.- Le digo, sacudiéndolo un poco. Nada.- Atem, vamos, tienes que subir.- Y otra vez nada. Recurro a mi opción final y entonces le tiro de un mechón de pelo. Despierta.

  -Auch, dolió.- Lleva su mano a la cabeza y de a poco intenta mantenerse de pie, no obstante las piernas le siguen temblando. Le ofrezco mi brazo, él se queda unos segundos mirándome extrañadamente como si le costara reconocerme, pero al fin y al cabo termina sosteniéndose en mi.

  Sin emitir palabras lo conduzco por la casa, evitando que rompa algo. La parte más complicada son las escaleras, ya que le cuesta coordinar bien sus pasos y termina pisando tan fuerte que hace que la madera cruja más de lo normal, pero al final logra pasarlas. Una vez en el segundo piso lo llevo a mi cuarto, cierro la puerta y hago que se siente en mi cama.

  Él se queda allí, sentado en el borde de la misma, con los brazos colgando y la mirada fija en mis ojos. Yo estoy a unos metros de él, parado y también observándolo. Puede ver perfectamente mi enojo, pero obviamente el alcohol está nublando su mente y descaradamente mantiene la mirada como si mi seño fruncido no importara.

  El silencio que habita en la habitación parece infinito,  sin embargo, él lo rompe.

  -Yugi...-Dice casi a susurro.

  -¿Ajá?

  Se queda afásico otra vez. De a poco y con torpeza levanta su brazo derecho y lo apoya en su rodilla, entretanto con la mano señala con el dedo índice la nada misma, parece que en su subconsciente eso ayuda a recuperar los pensamientos que tenías hace dos segundos. Los iris de sus ojos empiezan a subir y sus parpados intentan mantenerse abiertos.  Esto es toda una escena típica del borracho, que admito me da risa por unos momentos,  sin embargo lo que hizo no es digno de alguien como Atem. Muerdo la parte interna de mis mejillas para reprimir la risa.

  Y entonces, de la nada, se endereza y en su rostro la austeridad se abre paso. Evidentemente ha recordado lo que quería decirme.

  -Quítate la ropa.- Continua en seco, todavía serio, tomándome plenamente de sorpresa. No esperaba proposición tal ya que Yami nunca había demostrado “deseo” por mi o mi cuerpo. Sigo atónito, así que al notar la faltante respuesta, habla otra vez.- Quítate la ropa, Yugi Muto.

  -No me quitaré ninguna prenda, Faraón.- Le respondo maquinalmente, frunciendo más el seño y afianzando mi negación.  Puede que alguna vez haya notado lo atrapante en el color de sus ojos, o el tallado de su cuerpo, su forma tan cortés de ser conmigo, y si, puede que todos esos pensamientos me hayan hecho cuestionarme alguna vez cuales eran mis sentimientos hacia él, pero siempre llegaba a la misma conclusión: Él solo era mi amigo, confesarle los remotos sentimientos que en mi habían nacido podría arruinar nuestra relación.

 -No te lo pregunté, Yugi.- Contesta tan calmado como al comienzo que, si Bakura y Marik no me hubiesen dicho que había tomado hasta casi llegar al coma alcohólico, podría jurar que está tan sobrio y lucido como siempre.-Anda, sé que quieres.- Casi como un reflejo se para olvidando el temblequeo, y queda a centímetros de mi.

  Ahora tengo sus grandes ojos carmesí estampados en los míos amatistas y viceversa. Toma mi rostro entre sus manos para alzarlo un poco más, logrando chocar miradas y como acto ineludible crear una tensión entre los dos ¿Sabes algo, yami? Si no estuvieses ebrio y con los cinco sentidos bien puestos, sabiendo qué es lo que quieres, juro que ya estaría estampado en ti, besando las comisuras de tus labios  para más tarde saborear aquellos hasta perder la noción del tiempo y la realidad, y poder únicamente disfrutar de lo lujurioso en ellos.

  Pero no le-me- concederé tal deseo estando alcoholizado y, menos, si me lo pide de esa forma, así, que siguiendo mi lado racional, subo mis manos y presionando desde su pecho, lo aparto dejando entre nosotros un espacio equivalente al largo de mis brazos. Luego desvío la mirada, rompiendo la conexión y toso para aclarar mi voz.

  -Yami, no.-Musito.- El único que se sacara sus prendas aquí  eres tú.- Aun teniendo mis manos sobre él puedo sentir como su pecho se hincha. Bufo-No tonto, no para lo que debes de estar pensando. Vas a tomar una ducha fría, a ver si te recompones un poco.

  -¡No voy a tomar ninguna ducha fría!-Exclama, perdiendo el tono de su voz de a ratos.- ¡Es invierno!

  Le sonrío burlonamente, esta vez volviéndole a mirar.

  -No te lo pregunté, Atem.

  Y es así como termino llevando de la mano hacía el baño de mi habitación al que, en su momento, era el merecedor del trono egipcio, hace unos 5000 años, para bañarlo como si fuese un niño. Entramos al pequeño cuarto, él lo hace primero, yo cierro la puerta y me quedo parado frente a esta cruzado de brazos, para evitar que el tan maduro Faraón  quiera escapar de su tan terrible final.

  De espaldas a mi, comienza a desvestirse, tambaleándose de un lado al otro, intentando coordinar brazos y piernas. Se me ocurre ayudarlo, pero prefiero disfrutar de la escena. Empieza quitándose la camisa negra, la cual le da bastante trabajo por los botones, pero, al fin y al cabo, logra batallar contra ellos y entonces se despoja de la misma, dejando su espalda al desnudo. Luego sigue con su jean, que no representa ningún problema. Una vez en ropa interior, lleva sus manos a la única prenda que resguarda su hombría. Para mi pesar, lo detengo.

 -No, esos te los quedas.- Le digo, mi voz logra que gire y que quede de frente a  mi. Contemplo su cuerpo semidesnudo, que entre músculos bien marcados y medidas perfectas logra hacer que  por poco no note aquello. Frunzo el entrecejo y enfoco mi visión en esa parte, incrédulo.  Me acerco a Yami y me arrodillo para apreciar más de cerca  lo inusual, ignorando la falsa idea que pueda estar brindándole al Faraón,  me quedo a la altura de su estómago. Es una hoja- ¿Y  esto?

  Como única respuesta baja sus ojos para hacer un puchero encogiéndose de hombros. Alguien le ha pegado en la panza, peculiarmente llegando a la pelvis, un papel mediano y escrito. Me dispongo a leer las oraciones:

  “Yugi, como suponemos que no nos escucharás cuando veas a la alteza en tan deplorable estado, decidimos escribírtelo aquí, ya que unánimemente supusimos que de alguna forma terminarías viendo esta zona del faraón antes que cualquier otra (Lo que hace un poco de alcohol en las hormonas de Atem es algo que nunca habíamos visto) Simplemente, ten cuidado con él, de a ratos es un tanto…sexópata.”

Bakura y Marik.-”

  No sólo me lo capturaron por cinco horas, le hicieron probar el alcohol y me lo descuidaron terriblemente ¡También osaron de aprovecharse de él y le pegaron un papel, prácticamente, en la pelvis! Esos dos vándalos no conocen los limites de nada y dudo que alguna vez en sus vidas logren conocerlos, no sólo por su tan bergante forma de ser, sino también porque a este paso Ryou y Malik están por quedarse sin sus parejas.

  -¿Qué dice, aibou?-Pregunta Yami, intentando acariciarme la cabeza, pero solo logra golpearme repetidamente la frente, así que, antes de que me saque un ojo, tomo su muñeca y me paro.

  -Que no vuelves a salir hasta dentro de cinco milenios más.- Respondo, a continuación lo corro para poder abrir el grifo y hacer que el agua corra.- Métete de una vez.

  Y sin chistar ni hacer mueca se acomoda en la bañera. Sus músculos se tesan al sentir el impacto de la lluvia helada pero como si no importara se sienta. Me remango para no mojar la campera de la escuela y comienzo a acariciar los cabellos de mi yami, así lograr que el agua llegue a todos los lugares posibles. Él sólo cierra los ojos y comienza a dar inhalaciones y exhalaciones lentas y profundas. Aprieta los puños, haciendo que sus nudillos lleguen a un color rojizo. Yo, por mi parte, ignoro el comportamiento de mi compañero y sigo con mi labor.

  Con cuidado, tratando de no lastimarlo, muevo su cabeza hacia atrás así lograr mojarle el pecho y con el jabón en mano, acariciar repetidamente la zona. Puedo volver a apreciar como eso hace estremecer al Faraón, ya que esta vez, aprieta su muslo con la mano,  como si intentase descargar todas las sensaciones en ese lugar.  Lo miro intrigado ¿Qué está pasando en su mente? Él me devuelve la mirada y se muerde el labio, hinchando su pecho más y más. Llevo mi mano libre y la apoyo cerca de su corazón, el cual esta latiendo desaforadamente. Alzo una ceja en busca de respuestas.

  Para mi desdicha no recibo ninguna proveniente de su boca. Él sólo se queda ahí, lastimándose el labio con los dientes y por poco arrancarse la piel con las uñas. Sigue sosteniéndome la mira, como si lo que esta haciendo no estuviese ocurriendo en ese pequeño baño. Lleva su mano completamente mojada para apoyarla sobre mi muñeca  ejerciendo una presión que sin problemas puedo obviar.  Desvía su mirada, cierra los ojos y entonces con una voz un tanto apagada dice:

  -Perdóname, Yugi.

  Y entonces, cuando pienso que sólo es una neurosis en estado de ebriedad, estira sus brazos llevándolos hasta mi cintura así poder tomarme y alzarme, haciéndome quedar sobre él, mojando toda tela que pueda separar nuestras pieles. Enriendo mis brazos en su cuello y luego  me encuentro con que estoy a escasos centímetros de su rostro, sus ojos, su nariz… sus labios.  No puedo pensar en otra cosa que poder concederme el deseo de probar, por primera vez, lo salaz en ellos, prácticamente sin importarme que así pueda perder algo más que la virginidad en mi boca: Mi tan preciada amistad entre él y yo.

  Me doy  cinco segundos para cuestionarme si de verdad debo de  hacerlo, pero rápidamente el  lado racional y ecuánime en mi  cerebro se ve opacado por el imprudente y egoísta que mi yami tanto aborrecería. Me han consumido por completo, y ya es casi imposible apagar el bullicio en mí, así que, sin pensarlo más, rompo la barrera invisible de diez centímetros que nos separa y estampo mis labios sobre los suyos.

  Es tan… sedante. El mero hecho de sentirlos hace nacer desde el interior de mí ser una paz y tranquilidad capaces de adormecer cualquier malestar o mal pensamiento. Intento percibir lo máximo posible como lo es todo; la textura tan fina de sus labios, el  sabor  a dulce, el latir yendo al unísono de nuestros corazones, la lluvia helada y la tela que se vuelve más pesada. El todo es todo en este momento. Quiero poder atesorar y mantener vivo el recuerdo lo más exacta y perfectamente posible.

  El oxígeno escasea y debo apartarme. Bajo la mirada y con el rubor hirviendo en mis mejillas susurro:

  -Perdóname, Atem.- Espero el sonido de indignación salir por su boca como espera el condenado el día de su muerte, pero para mi sorpresa, se queda en silencio. Levanto los ojos para notar que me está mirando analítico, y mantiene esa postura por unos segundos. Finalmente sonríe tímidamente, para luego tomarme de la chaqueta y llevarme hasta su boca nuevamente.

  Esta vez es salvaje. Nuestras lenguas  hacen contacto enseguida, bailan como si fuese el fin y las emociones son mucho más poderosas que en su primera vez. Cada movimiento hace esperar con ansias el siguiente. Me siento tan extasiado por su boca que creo poder volverme adicto a ella, tanto que necesitaría probarla cada día de mi vida para poder seguir respirando tranquilo.

  No quiero que pare, no quiero que aleje su boca de la mía, pero la necesidad de respirar nos obliga a hacerlo. Me separo, doy unas cuantas bocanadas y, como si fuese el efecto de un resorte, vuelvo en busca de a sus labios, sin embargo, esta vez es Yami quien me detiene colocando una mano en mi pecho. Acerca su frente, la apoya en la mía y entre jadeos lentos y controlados, susurra:

  -Yugi, esta noche, vas a ser completamente mío.- Hace que el sonido se apague por segundos, luego continua:- ¿Me lo permites, aibou?

  Aibou, me ha llamado aibou, amo como suena esa palabra y más si proviene de él dedicándomela a mi. Siento la sangre subir a mis mejillas y mi corazón yendo a un latir inimaginable ¿Por qué  mi mente está reaccionando así?¿Por qué siento que nada más que Atem es importante en mi vida? He escuchado que el amor era así: Te hundes en una ola de sentimientos que te consumen, convirtiéndote en un vasallo de tus impulsos y, cada vez que miras a quién amas, sientes que aunque todo este derrumbándose, aunque estés entre los cimientos de tu propio fin, estando cerca del dueño de tu corazón todos esos problemas se vuelven minúsculos.

  Si estoy en lo correcto, pues sí, le quiero, le amo y deseo derrumbarme con él.

  Lo miro a los ojos y le sonrío, aclaro mi voz y contesto:

  -Te lo permito, Yami, te lo permito.

 

 

(Casa-tienda, habitación de Yugi, alrededor de las 7 am.)

  El claro entra por la pequeña ventana del cuarto iluminando especialmente la cama del joven. En la misma dos figuras desnudas están despertando de su sueño, la más pequeña de ellas tiene su cabeza en el pecho del mayor y sus piernas están entrelazadas. Abren sus ojos para encontrarse con los del otro, inevitablemente, se sorprenden al encontrarse a tan escasa distancia, sin embargo, esa cercanía les agrada, se siente inigualable con nada.

   Quieren comenzar a hablar, pero ¿Qué decir? La noche ha sido larga, y todo lo que ha pasado es suficiente información para ambos. Ellos no saben que los dos se sienten igual.

   Él mayor no está acostumbrado-y tampoco le gusta- a sentirse intimidado, menos por un ser tan inofensivo como el que en sus brazos yace. Tose levemente y musita sus primeras palabras.

  -Yugi…

  El mencionado levanta el rostro un poco y roza, con los suyos, los labios del hablante.

  -…Te quiero- Finaliza.

  -Y yo a ti.- Responde abrazando más fuerte a su yami. El otro responde de igual manera cruzando sus brazos entre el torso de su hikari e, instantáneamente, comienza a reír.

  -Quién iba a pensar que esos dos imaginaran tan buenas ideas…

  Yugi, sin entender, se sienta en la cama y mira al Faraón extrañado.

  -¿A que te refieres?

  Atem se ruboriza en tal manera que su rostro parece un tomate sobre un cuello. Ha metido la pata hasta el fondo del barro ¿Qué excusa puede idear ahora? Ninguna. Tendrá que decir la verdad.

  -Eh, bueno… yo.- Dice inquieto esquivando al de los ojos amatistas.- Es que, ya sabes, supongo que ya ha pasado y  no te molestará.

  -Suéltalo de una vez.- Responde el menor escupiendo cada palabra lo más lento posible.- Ya.

  Atem bufa.

  -Pues, como obvio sabes, ayer salí con Bakura y Marik.- Comienza a narrar.- Y, no sé como, terminé contándoles sobre, bueno, lo que siento por ti… Una cosa llegó a la otra y terminaron ayudándome a encontrar forma de armarme de valor: El alcohol. Intenté tomar un sorbo, pero terminé escupiéndolo de lo asqueroso que era. Luego de pensar un poco, a Marik se le ocurrió que si no podía quedar en estado de ebriedad, que lo actuara. Eso hice  y bueno, ya sabes el resto.

  Yugi queda perplejo con la confesión que Atem le ha dado ¡Su yami lo ha engañado y se aprovechó de él! ¿O sea que cada movimiento y cada palabra sin sentido eran en pleno estado de lucidez?¿Y que con esa nota en la pelvis? Está enojado y sólo piensa en asesinarlo vilmente, pero, muy en el fondo sabe que, aunque odie a ese ladrón y al egipcio, también cree que fue una idea fenomenal, sin ella, jamás se hubiese enterado que compartían el mismo sentimiento. Jamás se hubiesen besado ni hecho el amor como horas atrás. Así que como si nada se para y en su rostro dibuja una cara de pura indiferencia, va hasta la silla y comienza a vestirse, mientras lo hace de espaldas a su contraparte, contesta:

  -Y claro que no te iba a gustar el alcohol; Tendrás el corazón de un Faraón, pero el estomago de un niño. 


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