Para Cawdor, mi querido, mi amado…
Mimyo no espera en el puente todas las tardes. A veces pasa por allí sin intención, llevado por una inercia que parece revestirse de significado, aunque en realidad esté totalmente desnuda y desaliñada. Hay ocasiones –se dice– en que sencillamente no tiene tiempo para tales niñerías. ¿Por qué ir siempre a lanzar hora tras hora al agua apolillada, llena de mierda, llena de cartones, llena de ojos pardos que no lo miran? ¡Se le olvida, también! No es cierto, claro, mas, ¡qué excusa tan deliciosamente vulgar! Ah, si tampoco es que haya dejado la costumbre en un total abandono; él es hombre de palabra. Bueno, no en estricto rigor, pero sí a grandes rasgos, con tropiezos y descuidos y perezas… Interrumpo. ¿No será, todo esto, desviarse demasiado del asunto? Regreso, regreso.Mimyo no espera en el puente todas las tardes. Ésta, sin embargo, se lo ve medio derrumbado contra el barandal maltrecho. Costras de pintura añeja, rayas descuidadas, mierda de pájaro y cigarrillos aplastados con malevolencia. ¿Compañía? No, no, tal vez, da igual, buenas tardes. El zapato entre los barrotes. Fuma, apoyando los codos en un periódico viejo que se robó de jamás-supo-dónde. Se rasca debajo de la gorra cuya presencia no puede explicarse por medio racional, saluda a una conocida, ve media hora que sucumbe luego de batallar fieramente contra la corriente de bolsas plásticas. Perdón, perdón; también flota por allí una náufraga de papel marrón.
Buenas tardes. El rostro, que alguna vez tuvo nombre y un par de señas, no sólo le responde el saludo, sino que hasta se detiene. ¿Cómo está? Eso no lo pregunta a las cuatro de la tarde ninguna persona decente. Bien, sí, ¿y usted? Qué gusto. Espléndido. ¡Vaya! ¿Qué, se marcha ya? Bueno, como quiera, pero lárguese. ¿Cómo dice? ¿Café? Maravilloso, un día de estos. Adiós, adiós. ¡Ah, espere! ¿Tendría, por casualidad, un cigarrillo? Gracias, amigo. Adiós. Y Mimyo fuma, después de conseguir fuego de un par de niñas casi bellas a las que asustó su ronco “oye”.
Cigarrillo desvanecido, él desvanecido, suelo de tablas sucias por los pasos de la grey. Acalorado, sediento, buenas tardes, alguien lo pisa. ¿Por qué, se pregunta furioso, está allí esperando? En vano. Sed. En vano. Tiene antojo de limonada y ojos pardos. Un chiquillo se tropieza con sus piernas extendidas y lanza una exclamación. “Cuidado, pendejo”, no dice.
Se levanta y se emborracha con el agua turbia picoteada por esas gaviotas falsas, inventos ciudadanos, con plumas blancas de hacendosa dueña de casa y plumas grises de smog. Se rasca, movimiento en falso, la gorra al agua y una maldición entre dientes. La iglesia escupe campanadas, le tocan el hombro. Buenas tardes, ojos pardos. Buenas tardes, Mimyo. Un vendedor ambulante les ofrece cordones, que rehúsan con cortesía de caballeros andantes. Mimyo, oye, ¿estás esperando a Amador? Sí, claro, puede ser… llegaste. No, perdona, no llegaste. Me volé. Será el hambre, piensa. Los transeúntes no le hacen caso alguno a ese tipo que habla solo. Quiere comer, y fumar, y beber limonada. Es posible que venga mañana, que no venga. ¿Hay alguna diferencia? Amador no va a llegar. Y, si aparece como hace en ocasiones, se darán las buenas tardes. Luego compartirán un cigarrillo y se despedirán con una promesa que Mimyo cumplirá a veces, no siempre, ni siquiera la mayoría de las tardes.
Amédeé, barón de Montesquieu
[Dark Yuki-Chan]
XVII – X – MMV11:50PM