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Modelo solitario por Fullbuster

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Actualizaciones: los miércoles

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Kise Ryota

 

 

 

Abrí los ojos cansado de sentir frío y buscar la sábana inútilmente. Mis manos tanteaban todo el colchón tratando de encontrarlas pero no había forma, al final, tuve que incorporarme para verlas al final de la cama o más bien… del colchón en el suelo. Me sobresalté un poco y es que no sabía dónde estaba, me había quedad en blanco unos segundos. Miré a la ventana para ver casas que jamás había visto antes y volví a mirar la habitación para encontrármela llena de cajas y más cajas, era un desastre y entonces me acordé de la maldita mudanza. Llegamos anoche tan tarde que no me había dado tiempo a abrir las cajas, ni a ordenar y mucho menos… a familiarizarme con el lugar.

 

Tiré el colchón al suelo y cogí las primeras sábanas que vi para pasar al menos la primera noche. Nunca había estado en Japón y al parecer… por las noches hacía frío, supongo que porque era prácticamente invierno y había dejado la ventana medio abierta al no acordarme de cerrarla tras lo cansado que estaba. Sólo quería dejarla abierta un rato para que ventilase y airease ese aroma a cerrado que tenía la casa cuando llegamos. Estornudé una vez y supe que me resfriaría.

 

-        Odio este sitio – exclamé enfadado volviendo a estornudar.

 

Me levanté y traté de hacer la cama, no hubo manera, las sábanas eran más pequeñas que el colchón y cuando estiraba de un lado se soltaba del otro. Cabreado y medio enfermo le pegué una patada al dichoso colchón y quité las sábanas haciendo un revoltijo con ellos para bajarlas al piso inferior. Al menos lo bueno de Tokyo eran las casas. Mi padre había conseguido una casa de dos plantas con algo de jardín delantero a las afueras, una gran oportunidad me decía él, para mí no tanto porque era yo quien lo pagaba todo con mi trabajo.

 

Al llegar a la cocina crucé como un rayo y metí a presión las sábanas en la basura bajo la atenta mirada de mi padre que tomaba su café recién hecho y había apartado sus ojos del periódico para mirarme atentamente.

 

- ¿Te has levantado con mal pie? – me preguntó.

 

- No me gusta este sitio, ni estas sábanas, ni ese colchón. Sólo quiero dormir.

 

- No puedes – me dijo cuando vio que iba a subir las escaleras de nuevo a intentar dormirme un rato más.

 

- ¿Cómo que no puedo? Tengo que ir al estudio fotográfico a las cuatro de la tarde y son las siete de la mañana – le dije.

 

- Tienes instituto.

 

- ¿Estás de broma? – le pregunté – muy buena papá, casi me la trago.

 

Coloqué el pie en el primer peldaño para irme a la habitación de nuevo y es que era imposible ¿Yo y un instituto? Eso era incompatible. Mi padre jamás me había llevado a un instituto. Tenía tutores particulares que me enseñaban las lecciones y hasta iba más adelantado que en los institutos. Tenía siempre mucho trabajo y no podía ir a clase y ser modelo al mismo tiempo.

 

- Va enserio Kise, tienes instituto.

 

- Querrás decir tutor.

 

- No, instituto. Al parecer aquí en Tokyo es obligado que asistas aunque te permiten seguir trabajando a medio tiempo como modelo. ¿A qué está bien?

 

- ¿Pero a qué asco de país me has traído? – le pregunté enfadado – yo no quiero ir a un instituto, nunca he ido a uno. Te recuerdo que fue tu idea sacarme del colegio.

 

- Porque te distraías con ese… deporte horrible que podía complicar tu carrera de modelo.

 

- Era baloncesto – le dije – y me gustaba jugar.

 

- No vuelvas a decir eso. Ese deporte no es nada bueno para tu carrera de modelo, acababas siempre con marcas y moratones, tardaban mucho en cubrirte las heridas. Tú eres un buen modelo, de los mejores de Europa y ahora tienes la oportunidad de trabajar con una de las mejores marcas de Japón, todos te desean.

 

- Porque soy rubio y aquí en Japón no conocen a un chico rubio al parecer. Todos son… morenos – me quejé – soy como el bicho raro.

 

Mi padre sonrió antes de volver a su taza de café y supe que había dado por finalizada mi discusión. Siempre hacía eso, me sonreía y empezaba a pasar de mí, no quería escuchar mis argumentos por buenos o malos que fueran, simplemente con él… había que obedecerle en todo. Adoraba el baloncesto, siempre lo había hecho, pero mi padre me lo prohibió, hacía años que ya no tocaba un balón de baloncesto y cuando veía a la gente jugar… los miraba ilusionados queriendo ir a jugar con ellos, pero yo no podía, mi padre siempre estaba detrás de mí diciéndome lo que era mejor para mí, esta estúpida carrera de modelo que había empezado a odiar pero que a mi padre como mi representante le proporcionaba grandes ingresos.

 

- Tienes el uniforme en el armario – me dijo sin mirarme.

 

- ¿Uniforme? Venga ya – me quejé pero él volvió a pasar de mí así que resoplé y subí las escaleras.

 

Al llegar a mi habitación aparté las cajas de mala manera arrastrándolas a patadas por el cuarto hasta que llegué al armario. Al abrirlo vi el maldito uniforme, encima tenía que llevar camisa blanca y corbata. ¡Corbata! Yo sólo la llevaba para entrevistas importantes. ¿En qué instituto me había inscrito?

 

Cuando acabé de vestirme con el uniforme fui a salir de la habitación cuando me golpeé el pie con una de las cajas más pesadas teniendo que sentarme en el colchón del suelo cogiéndome el pie mientras veía como la caja volcaba y todo se esparcía por el suelo.

 

Iba a quejarme cuando frente a mí apareció el marco roto de una vieja fotografía y la cogí entre mis manos. Mis antiguos compañeros del equipo de baloncesto. El cristal estaba completamente roto y aún recordaba cómo se rompió… mi padre harto de ese deporte me sacó del equipo, del colegio y lanzó aquel marco contra una de las paredes haciéndolo añicos. Ahora sólo quedaba la fotografía un poco desteñida y arrugada agarrada por el marco. La saqué y la miré. En aquel tiempo era feliz, ahora veía a ese niño rubio de risueña sonrisa y no podía reconocerme.

 

Mis padres se habían divorciado cuando yo aún era muy joven, sufrí aquel altercado pero la custodia recayó en mi padre. Él siempre me contaba que mi madre tuvo que ser ingresada en un hospital psiquiátrico, que no estaba muy bien pero que allí la cuidarían como se merecía. No me dejó ir nunca a verla preocupado por mí y mi estado emocional si la veía en esas condiciones, así que ahora debía conformarme con ver sus fotografías.

 

Salí de la habitación para ir al instituto, nunca había ido a uno y la verdad… me asustaba un poco, más cuando ni siquiera sabía hablar japonés ¿Cómo me iba a enterar de lo que me dirían? Si seguía a este ritmo acabaría hablando todos los idiomas del mundo… ya había vivido dos años en Alemania, uno en Suiza, otro en Egipto, dos años más en Francia… otros dos en Estados Unidos y ahora… Japón y eso que me olvidaba de mencionar algunos países más donde estuve apenas meses. Esto era un infierno, no parábamos de movernos de un lado a otro por mi carrera de modelo. Quería parar pero mi padre no compartía ese mismo deseo, él sólo veía el dinero que ganábamos, pero yo veía la inestabilidad en mi vida, jamás podía tener amigos, siempre estaba solo, no había un lugar al que llamase mi hogar, cuando aprendía un idioma ya tenía que aprender otro porque volvíamos a mudarnos, estaba harto.

 

Salí de casa despidiéndome de mi padre y caminé por las calles hacia el instituto. Llevaba un plano de donde debía estar pero sinceramente… me perdí, estuve horas caminando y a las once de la mañana estaba tan cansado que entré en un supermercado a comprar un zumo para beber algo. Hacía frío y llevaba la chaqueta bien abrigada. Quería encontrar un lugar a cubierto pero mientras caminaba, lo único que escuché fue los gritos y risas de unos jóvenes así que me acerqué para ver cómo jugaban a baloncesto en una cancha abandonada del parque. Algunos de ellos eran muy buenos y me quedé sentado en un banco viendo cómo jugaban. Sabía que yo jamás volvería a tener una pelota de baloncesto en mis manos, mi padre no lo permitiría pero al menos aún podía verlos jugar aunque no por la televisión… eso también lo controlaba mi padre. Mi vida era como estar en una maldita jaula dorada, jamás sería libre para hacer lo que yo quería.

 

Escuché algo en japonés que no entendí y tras varios intentos y yo sacar el diccionario, el chico me lo repitió en inglés.

 

- Ey chico… nos pasas la pelota – me comentó un chico pelirrojo con una gran sonrisa. Era un chico muy alto y con unas extrañas y anchas cejas al que le seguía un debilucho de cabello azulado.

 

Me quedé petrificado en el sitio mirando la pelota a mis pies, no me atrevía a cogerla, mis manos temblaban y sabía que me metería en un problema si mi padre se enteraba de que estaba aquí. No me di cuenta cuando el joven de cabello azulado se colocó frente a mí con mirada seria y me asusté un poco, era casi como un fantasma, no le había visto llegar.

 

- ¿Estás bien? – me preguntó con esa cara inexpresiva en un inglés más bien malo. Creo que el único que hablaba un buen inglés era aquel pelirrojo que me había hablado al principio.

 

- Sí, estoy bien – le dije levantándome para marcharme al ver que el joven de cabello azulado recogía la pelota frente a mí.

 

Me  marché con rapidez del parque, no quería permanecer más tiempo viendo un deporte al que jamás jugaría de nuevo. Ya cruzaba la calle cuando me choqué con alguien al que le tiré una bolsa de plástico al suelo. Se quejó en japonés como era costumbre y yo me disculpé en inglés que era el idioma oficial y creí que lo entendería. Sí lo entendió porque cambió su idioma a inglés.

 

- Ten más cuidado chico – me dijo cogiendo su bolsa y marchándose.

 

Me giré para ver a ese chico moreno y de semblante despreocupado que iba hacia la cancha del parque donde ya el chico de cabello azul le saludaba para llamar su atención y que fuera donde estaban. Llevaba el uniforme de mi instituto y me extrañó, porque él no debería estar aquí, sino en clase igual que yo.

 

Llegué a casa y mi padre vino hacia mí dándome un bofetón de entrada, supuse que ya le habían llamado para comentarle que no había asistido.

 

- ¿Dónde estabas? – me preguntó – tenías que haber ido al instituto.

 

- Lo siento, me perdí – le dije sin mirarle, agachando mis ojos hacia el suelo aguantándome las ganas de llorar por el dolor.

 

- Ve a tu cuarto, hablaremos de esto más tarde. Arréglate enseguida, tenemos que ir a tu sesión fotográfica en un rato.

 

- Claro – le dije con pocas ganas.

 

Tras ducharme y arreglarme, nos marchamos hacia la empresa donde me harían la sesión de fotos. Iba a posar para una exitosa marca de ropa interior y aquello hizo que me ruborizase. Quería salir corriendo de allí porque la revista se vendería como la seda y mañana temprano estaría en todas las tiendas, no quería salir medio desnudo pero mi padre me cogió del brazo con fuerza y tuve que aguantar el quejido.

 

- Ve allí y no me dejes en ridículo, pagan mucho por esta publicidad.

 

- No quiero salir en ropa interior. Podrían verme mis compañeros de instituto y sería el hazmerreír.

 

- He dicho que vayas allí, a mí me dan igual tus compañeros, ellos no trabajan pero tú ganas mucho dinero con esto, eso es lo importante. Ahora camina.

 

Mi padre me lanzó prácticamente al escenario y al final no me quedó más remedio que posar medio desnudo con la ropa que me pedían que me pusiera. Odiaba que me manipulasen pero también era cierto que era menor de edad, mi padre era mi tutor y mi representante, no tenía donde ir, tenía que aguantar hasta los dieciocho años cuando por fin pudiera hacer lo que quisiera con mi vida. La verdad… es que ni siquiera debía estar haciendo esto, pero mi padre mentía a todos con mi edad, les decía que tenía los dieciocho años para poder posar medio desnudo… esto era un infierno. Odiaba mi vida, no podía sentirme más desgraciado de lo que ya me sentía. Mi vida estaba completamente vacía.

 

 


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