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Parentesco por zion no bara

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Notas del fanfic:

Deseaba un fic con esta pareja que he utilizado tan poco, aunque sea algo corto, espero que les guste.

 

Notas del capitulo:

Algo con estos dos caballeros que me parece tiernos cuando se enamoran.

 

 

 

— Somos hermanos…pero no como los demás.

Esa era la primera explicación que debían dar por lo regular, ya que la gente terminaba mirándolos de forma extraña al notar que tenían los mismos apellidos y que sus padres eran las mismas personas. Aunque eran hermanos de cierta manera no lo eran como lo comprendía la gente por lo regular.

La historia de su vida, de la relación que llegarían a tener, daba inicio cuando eran niños, ya que ambos fueron adoptados por un matrimonio que les brindó el calor y amor de un hogar que no habían tenido hasta ese momento.

Claro que no fue al mismo tiempo.

El primero de los pequeños y mayor de los dos jóvenes era Saga de Géminis. Su historia daba inicio cuando quedó huérfano siendo un niño de seis años, sin familiares fue enviado a un orfelinato del estado. Hasta el momento en que fue adoptado parecía que su vida tomaba un nuevo inicio. El problema fue que al “rescatarlo” de la orfandad no fue exactamente con las mejores intenciones. De hecho eran más bien dudosas y hasta temibles esas intenciones, las verdaderas.

Listo, educado, y muy lindo con sus ojos verdes y cabellos azules, el pequeño Saga atrajo la atención de gente que parecía un sueño, una pareja que deseaba tener un hijo; buenos trabajos, tiempo libre, dispuestos a dar un hogar a un niño. Nada parecía levantar sospechas y por lo mismo no se negaron a otorgarles la custodia, aunque definitivamente lo que buscaban esas personas no era un hijo.

En un principio las cosas marchaban bien, sin nada que reprochar, ya que eran gente importante en diversos negocios no resultaba extraño que tuvieran varios empleados, entre ellos a un caballero de edad mediana que era un contador. El señor en cuestión iba con frecuencia a la casa y veía a Saga, le agradaba porque le parecía un niño bien educado, aunque le llamaba la atención la cantidad de fotografías que le tomaban y que parecían enviar a muchas personas. Lo tomaban en todos momentos y actividades: corriendo, andando en bicicleta, nadando, leyendo, estudiando, durmiendo…

Las cosas hasta ese momento no parecían causar ninguna duda, pero un buen día el matrimonio dijo que se iba de viaje, su contador necesitaba poner en orden algunos asuntos, por lo cual terminó utilizando la computadora de la casa. No era un hombre que supiera demasiado de tecnología, solo la utilizaba, por lo mismo nunca estuvo seguro de los botones que oprimió esa tarde que se levantó aprisa y puso la mano directamente sobre el teclado. En un principio no estaba seguro de lo que sucedía, pensaba que era un error, pero lo que iba mostrando la pantalla eran mensajes e imágenes. Lo que vio primero lo horrorizó, después sintió nauseas, pero se controló lo suficiente para llamar a la policía y decirles lo que había encontrado.

Las autoridades intervinieron de inmediato y apenas vieron algo de lo que había en la computadora comprendieron de lo que se trataba. La pareja fue arrestada apenas regresaron a la casa con los boletos del viaje que iban a emprender y la trama completa se puso al descubierto.

No eran un matrimonio, eso solo era una fachada para moverse con mayor facilidad y en mejores círculos, lo que hacían era “suministrar” niños a pederastas. Niños que nadie iba a reclamar, como pequeños huérfanos que parecían haber llegado a un hogar de ensueño. Todas esas fotografías que le sacaban a Saga eran como un catálogo, entraba a una subasta y el objetivo del viaje era entregarlo a quien había pagado por él para después desaparecer e iniciar la misma treta en otro lugar. Con la policía haciéndose cargo de todo parecía un asunto resuelto, pero quedaba una cuestión.

¿Qué sería de Saga?

Volver a orfelinato parecía su destino, pero el caballero que se diera cuenta de lo que estaba sucediendo era un buen hombre y un hombre decente, sobre todo se sintió angustiado por el destino de ese pequeño ¿Qué iba a ser de él? Su esposa se daba cuenta de esa preocupación y propuso lo que parecía una solución para todos: ¿Por qué ellos no tomaban al pequeño bajo custodia hasta que todo terminara? Y si Saga estaba bien con ellos, y lo deseaba, podrían adoptarlo.

Siendo así solicitaron ser guardianes legales del pequeño de cabellos azules, al menos hasta que se resolviera su situación.

El de ojos verdes fue a su nuevo hogar, el matrimonio era una pareja que no había tenido hijos, se trataba de personas buenas que tenían mucho amor para dar. Lo instalaron en una bonita habitación llena de diversos objetos pues no estaban seguros de lo que el de ojos glaucos prefería. Al paso de los días corrieron algunas aventuras ya que ambas partes debían acostumbrarse a que estaban juntos bajo el mismo techo. Pero iban resolviendo las cosas conforme se presentaban, permitiendo que el afecto y cariño tendiera sus lazos poco a poco.

Al paso de un año se decidió que podían ser los padres legales del pequeño Saga y lo celebraron como si fuera una fiesta, solo ellos tres, con pastel y regalos, pues sentían que una nueva existencia los estaba esperando.

Pero a pesar de ser tan unidos y quererse no pudieron dejar de notar los ahora padres que su hijo era más bien solitario, necesitaba a alguien en su vida, alguien de su edad quizás, así que llegaron a una misma conclusión.

—     ¿Te gustaría tener un hermanito?—le preguntaron a Saga.

—     ¿Un hermanito? ¡Sí!—respondió el pequeño.

Como la idea fue bien acogida estaban dispuestos a trabajar de inmediato en ella, pero fue el destino quien los puso en el camino sin siquiera sospecharlo.

En esa misma época pidieron apoyo del caballero pues sus habilidades para la contaduría eran excelentes, la policía trabajaba en un caso de bienes ocultos y se sospechaba de esclavitud laboral. Resultaba que se trataba de una empresa fantasma que escondía una fábrica en la que tenían a migrantes ilegales en condiciones inhumanas. La cuestión era que entre las personas a las que habían liberado (pues no se podía definir de otra manera) estaba un pequeño. Su madre había llegado con él a trabajar ahí pero había fallecido y el niñito quedó en ese sitio, donde era tratado verdaderamente como esclavo.

Al cerrarse la operación el caballero preguntó por el pequeño ¿Qué sería de él? Las autoridades no estaban seguras pero sin duda estaría en una casa hogar estatal. Con esa perspectiva pidió ser su custodio legal hasta que se resolviera su situación, como contaba con contactos e impecables antecedentes le fue concedido su pedido.

Fue de esa manera que ese pequeñito de ojos y cabellos castaños, llamado Aioros, llegó a sus vidas.

La convivencia en la casa debía cambiar, era natural cuando ya no era solo un niño, sino dos, de los cuales cuidar. Ya que Saga le llevaba dos años a Aioros de inmediato asumió el papel de “el mayor” y trataba de mostrarse como la imagen positiva que necesitaba el castaño. Entre las medidas que tomó para hacer valer esa postura estaba la de dirigirse al de ojos pardos como “Chiquillo”, pero claramente lo hacía con afecto. Claro está que no todo fue sencillo, a veces se daban incidentes y se necesitaba tratar con cuidado lo que se les iba presentando, formar vínculos y aprender a ser una familia.

Los padres supieron que todo iba bien cuando los llamaron cierto día del colegio, no sabían que iban a decirles pero aguardaban. Sus hijos estaban afuera de la dirección con la frente muy en alto, como si fuera injusto que los tuvieran en ese sitio.

El director los puso de inmediato al tanto de lo sucedido, se habían peleado con otros niños, mayores que ellos dos, se hicieron de palabras con uno de ellos y el otro llegó a defenderlo. O al menos eso era lo que decían.

—     ¿Qué sucedió Aioros?—preguntó el caballero intentando resolver la situación.

—     Te insultaron papá, dijeron que  te dedicabas a recoger la basura que nadie quería—respondió el castaño.

—     ¿Qué hiciste Saga?—preguntaba la señora con suavidad.

—     Solo defendí a mi hermano, eran cuatro contra uno—se explicaba el de cabellos azules con orgullo.

Sus padres se miraron entre ellos y pidieron hablar a solas con el director. Cuando los niños salieron el de la escuela de inmediato comenzó con una perorata de los lineamientos de la escuela, que ese comportamiento era inaceptable, que los niños podían ser expulsados por ese comportamiento.

—     ¿Por qué solo mis hijos están aquí?—preguntó la dama con severidad—Los otros eran más y mayores que mis hijos ¿por qué solo a ellos se les castiga?

—     Bueno, ellos fueron señalados como los instigadores—intentaba exponer el directivo.

—     Mis hijos defendieron a su familia—intervino el caballero—y si esta escuela no es capaz de ofrecerles la protección y trato igualitario que merecen estoy dispuesto a hacer de esto un pleito muy gordo.

—     Esos niños golpearon a otros niños—alegaba el director.

—     Esos niños como les dice son mis hijos, serán castigados, se lo aseguro, pero también le aseguro que si esta escuela discrimina a mis pequeños por ser adoptados moveré cielo y tierra para que paguen por ello, nadie va a darles semejante trato sin que yo los defienda.

—     Pero señores…

—     Buenas tardes.

Sin más el matrimonio se puso en pie y salió de la oficina para llevarse a sus pequeños directamente a casa.

Fue cierto que al llegar a la casa los regañaron y declararon que no habría televisión ni videojuegos por una semana. Los mandaron a su habitación de inmediato y ambos pudieron hablar de lo sucedido.

—     Me dijeron papá—decía conmovido el caballero.

—     Se llamaron hermanos—agregaba la dama a punto de llorar.

Los dos lo sabían las cosas iban a estar bien, ahora eran una familia.

Pero los años iban a pasar y dejarían de ser niños, fue entonces que vinieron los cambios, pues fue cuando ambos jóvenes se enamoraron.

 

**********

 

No lo supieron al instante, durante todo ese tiempo los dos hijos del hogar, Saga y Aioros, se limitaron a sentirse cómodos con el amor de sus padres y ese fraternal cariño que se profesaban uno al otro. Eran personas que habían crecido juntas y estaban felices con el maravilloso giro que había dado su existencia en esos años, nada parecía que pudiera perturbar eso.

Pero el amor es como el fuego: no se puede mantener en secreto.

Todos esos años de convivencia habían hecho de Saga y Aioros dos chicos sumamente unidos para todo, parecían no poder separarse a pesar de llevarse dos años de diferencia. Iban juntos a la escuela, practicaban deportes, asistían a los mismos eventos, simplemente donde estaba uno estaba el otro. A quienes los conocían no les parecía tan inusual, pues sabían que eran hermanos. Que no se parecieran no importaba ya que no serían los primeros hermanos que no se parecían en nada físicamente.

Pero los mismos jóvenes que parecían incapaces de separarse de pronto empezaron a tener un comportamiento más reservado hacia el otro ¿Cómo dio inicio eso? Pues no fue en un momento exacto, pero sin más para Aioros fue en aquella ocasión en que vio a Saga aparecer después de un juego de basquetbol. No le había pasado nada semejante antes, tan solo aguardaba por el de cabellos azules, su equipo había ganado y se bañarían para después festejar. Cuando el de cabellos azules se mostró llevaba su cabello húmedo y lo iba sacudiendo con suavidad para quitarle el exceso de agua.

El castaño lo vio hacer lo mismo decenas de veces antes, pero ese día sintió claramente como una oleada de calor lo envolvía, sus pezones se pudieron erectos, su corazón latía más aprisa y una punzada en su entrepierna lo sobresaltó.  Se quedó sin habla por unos segundos y seguía igual cuando su hermano llegó a su lado.

—     Podemos irnos Aioros—le dijo.

Pero el castaño no se movía de su sitio.

—     ¿Te sientes bien chiquillo?

—     Sí.

Pero fue todo lo que pudo decir, el resto de ese día no se atrevió a mirar siquiera a Saga.

En cuanto al de cabellos azules las cosas sucedieron un poco distintas aunque con los mismos resultados.

Estaban en su casa, tenían que limpiar el patio, lo cual era responsabilidad de ambos. Puestos en la labor no se demoraron demasiado, pero hacía algo de calor, y Aioros terminó por quitarse la playera para quedarse solo en camiseta, dejando al descubierto su piel dorada. No había sido nada sensual ni provocativo, pero el de ojos verdes sintió que se le secaba la boca y se quedaba sin habla cuando el de mirada parda se despojó de la prenda. Casi le había parecido que los movimientos del otro joven se habían dado en cámara lenta, con una natural sensualidad que lo excitaron sin poderse controlar.

—     ¿Estás enfermo Saga?

—     N-no.

—     Estás rojo ¿te sientes bien?

—     No me pasa nada.

Sin ningún tipo de explicación se dio vuelta y se fue, pues no se sentía capaz de permanecer más al lado del de cabellos castaños.

Los dos jóvenes desde ese instante buscarían estar juntos pero al mismo tiempo se sentían mal si reaccionaban de otra manera que no fuera el fraternal cariño que habían compartido hasta ese momento. En la soledad se decían que algo estaba mal con ellos, que estaban enfermos por sentirse de esa manera ¡Se trataba de su hermano por todos los cielos! Pero aun así no eran capaces de dejar de sentir lo que sentían.

De repente las cosas usuales entre los dos se volvían especiales, sus entusiastas charlas se profundizaban y al mirarse a los ojos sonreían para después callar. Pasar tiempo juntos era una necesidad al mismo tiempo que una tortura por sentir que lo que estaba sucediendo no estaba bien.

Las cosas sin embargo no podían continuar indefinidamente de esa manera y una cuestión más lo iba a precipitar todo.

—     Quiero ver el partido—decía Saga.

—     Tienes la otra pantalla—decía Aioros.

—     Pero esta es la más grande, estamos a un paso de la final.

—     Yo llegué primero.

—     Pues yo soy el mayor chiquillo y te aguantas.

Sin más se enfrascaron en una pelea por el control remoto, ya no importaba ver el programa, se trataba de marcar territorio. Entre el juego y las risas y el forcejeo los dos terminaron cayendo sobre el sofá y después al suelo. Por eso se miraron de frente por un segundo y no pudieron sino hundirse en esa brillante mirada mientras su corazón latía terriblemente aprisa ¿Qué sucedería si él…?

—     Ya estoy en casa chicos—se escuchó la voz de su madre.

Los dos se separaron con velocidad, sin poder mirarse siquiera, pero su madre vio el desastre de cojines y supuso que habían peleado por algo.

—     Pero sí parece que tienen siete años otra vez—decía la dama con calma—Ya deben comportarse mejor, Saga, estás por irte a la universidad, no peleen, no se van a ver por un largo tiempo.

Esas palabras terminaron de caer en los dos como agua helada, era verdad, iban a separarse por bastante tiempo. Sin embargo la sensación de sentir a ese otro joven continuaba con fuerza en su interior.

Ambos continuaban confundidos, resultaba imposible que fuera de otra manera, sentían que necesitaban hacer algo pero no sabían qué, pero ya que el mayor iba a partir era como si no quedara tiempo para las dudas. Esa noche en sus habitaciones ambos permanecían en silencio sin poder dormir, no se sentían capaces de hablar pero la idea de separarse era muy intensa y provocaba que les dolieras el pecho.

Entre los planes de la familia estaba dictado con anterioridad que iban a cenar todos juntos, el motivo era que Saga partiría a la universidad y deseaban celebrar. A pesar de todo dominaba un aire de melancolía en el comedor, tantos años juntos y uno de ellos estaba por marcharse. Sus padres se mostraban orgullosos del de ojos verdes, pero también se daban cuenta que sus hijos estaban tristes por la inminente separación, lo cual atribuían a nunca haber estado lejos en todos esos años.

—     Nos veremos en las vacaciones de fin de año—decía su padre con afecto—Y siempre podrás llamar a casa.

—     No dejaremos de pedir por tu bien Saga—le dijo su madre con ternura—Comprende que aunque ya seas mayor para nosotros sigues siendo nuestro pequeño hijo.

Pero el de mirada verde no dijo nada, solo bajó la vista, sin duda influenciado por el castaño que ni siquiera parecía poder comer un bocado.

Al final de la noche parecía que solo quedaba descansar, iba a ser un día atareado con la partida del de cabellos azules.

Pero la noche no terminaba, sino que iba empezando.

 

**********

 

A solas en su habitación Aioros se sintió de nuevo como un niño, cuando recién llegara a esa casa.

Las noches solían ser los peores momentos en la atribulada vida del pequeño castaño, ya que tenía terribles pesadillas en las que monstruos horrendos lo perseguían y lo atormentaban. Entonces, repentinamente, sentía un maravilloso calor en todo su pequeño cuerpo y la pesadilla acababa. Sabía el motivo de este calor suave y dulce que lo recorría desde el cabello hasta los dedos de sus piecitos. Se trataba de Saga, quien llegaba a su lado en algún momento de la noche y no lo abandonaba hasta la madrugada. A veces para el de mirada parda era como creer que se trataba de un sueño increíblemente hermoso.

Pero las cosas habían cambiado con el paso de los años, ya no eran niños y esas caricias y acercamientos, ese calor provocaba en ambos sensaciones muy diferentes de cuando tenían siete años. Los hacían estremecer, les secaba la boca y les erizaba hasta las uñas de los pies. Esa noche, quizá por lo terrible que era la situación para el castaño, se quedó abrazado a la almohada, con el rostro cubierto de lágrimas.

Luego de apenas unos segundos, sintió el peso de alguien que hundía el colchón a su lado. No se atrevió a decir nada por la angustia que aún le provocaba el saber que iba a separarse de Saga, así que permaneció con los ojos cerrados, lleno de dolor. Entonces un aliento cálido tocó su mejilla con un beso tierno, y una mano cariñosa acarició su cabello una y otra vez. Sabía que era Saga, no podía ser nadie más. Así que suspiró hondamente y apoyó su cabeza contra su pecho. Quería decirle cuánto lo quería y cuánto le agradecía que estuviera allí, a su lado, pero por algún motivo solo callaba.

Saga sabía que no estaba dormido y acarició su brazo, y le dio dulces y húmedos besos en el cuello y en la espalda, por encima de la chaqueta del pijama. El de mirada parda volvió a suspirar, mientras quitaba la sábana que cubría al joven a su lado y que los separaba. Ambos sentían un calor distinto, sofocante, que los llenaba de nuevas sensaciones. Aioros sentía la mirada de Saga sobre él, y de alguna forma infantil e inocente, se creía poderoso por ello, por saber que en ese momento toda la atención del de cabellos azules estaba únicamente en él.

Lo cierto era que ninguno de los dos sabía muy bien lo que estaba sucediendo, pero una sensación de ardor en el abdomen comenzaba a bajar hasta su entrepierna y a causar un cosquilleo que nunca antes habían experimentado con tanta fuerza. Casi no podían respirar, la presencia del otro joven a su lado hacía que se marearan con su aroma a hombre limpio y su olor tan desconocido por la excitación, todo eso les provocaba deseos inexplicables en su ser.

Saga se acercó más al castaño en su estrecha cama y muy lentamente, casi con reverencia, introdujo su mano dentro de los pantalones de pijamas, y apoyó la palma sobre los cálidos genitales, que comenzaban a cobrar vida y a latir dentro de los calzoncillos de algodón. Allí el de cabellos azules se detuvo un instante, y luego comenzó a recorrer el firme sexo lentamente por sobre la tela fina, sobando en círculos los testículos para retornar al semi despierto miembro, apretándolo entre sus dedos como si se tratara de una pequeña pelota de goma.

Aioros contuvo la respiración sin saber qué hacer. Por un lado sentía miedo, nadie lo había tocado así nunca, ni siquiera el mismo. Pero por otro, sentía un calor desbordante en todo su cuerpo y especialmente en su miembro y los testículos. La tela de calzoncillo se pegó a su sexo por el roce insistente y el sudor de su recién descubierta sexualidad. Casi sin darse cuenta, lanzó un suspiro de disconformidad y abrió las piernas por instinto. Entonces el de ojos verdes retiró su mano del mismo modo sigiloso que usara antes y se incorporó un poco.

El castaño creyó que lo abandonaba y se sintió triste, pero el de mirada glauca fue hasta los pies del morocho y comenzó a quitarle el pantalón sin hacer ruido, con mínimos movimientos. El de ojos pardos se dejó hacer sin protestar, y el otro continuó con la ropa interior. Sacó los calzoncillos lentamente, como si deseara perpetuar el momento lo más posible. Lo escuchó suspirar y el sonido de ese suspiro despertó con fuerza el sexo del jovencito, y sintió aún con los ojos cerrados que su sexo comenzaba a crecer. Todo era nuevo, el dolor en las ingles, el cosquilleo en el abdomen, el sexo cobrando vida. Saga se acercó y se arrodilló entre las esbeltas piernas del castaño, las abrió mientras doblaba sus rodillas y apenas, muy suavemente, soplaba sobre su pene semi erguido. El de ojos pardos ahogó un gemido y entreabrió los labios, mientras estiraba todo su cuerpo, preso de una sensación electrizante que le recorría el pubis hasta la garganta.

El de cabellos azules le inmovilizó las piernas abiertas y hundió su boca hasta engullir todo ese tierno y erguido sexo, para luego comenzar a succionar con deleite como si se tratara de una golosina. El morocho podía sentir esos labios húmedos recorriendo el tronco y haciéndolo crecer con cada movimiento, y esa lengua avariciosa que masajeaba con insistencia el enrojecido glande y se introducía en el orificio del ya crecido pene, buscando las primeras gotas de su masculina esencia.

Saga chupaba con intensidad, pero también tocaba los testículos y acariciaba el pubis lampiño para después, repentinamente, retirar su boca del erguido sexo. Aioros sintió como una suave brisa en la entrepierna, y la sensación de pérdida, fue entonces que el de ojos verdes comenzó a desabotonar la chaqueta del pijama hasta dejar al de ojos pardos totalmente desnudo. Le susurraba palabras de amor con dulzura, las que podrían ocurrírsele en ese instante: mi chiquillo, te amo, eres lo más preciado en mi vida, y ahora eres mío, mío para siempre.

Aioros hubiera querido responderle, decirle que sí, pero las palabras no salían de su garganta, así que permanecía en silencio.

El de ojos glaucos le succionaba los pezones mientras acariciaba de nuevo el rígido sexo, entonces entreabrió apenas los castaños ojos para observarlo. Su rostro estaba iluminado, casi rojo, sus labios estaban hinchados y húmedos, y sus ojos despedían deseo y amor. Entonces acercó su rostro a esa bella cara y besó suavemente los labios tersos que se rindieron de inmediato. Aioros exhaló un suspiro de puro éxtasis y Saga volvió a besarlo con un poco más de urgencia, abriendo un poco esa boca para introducir la punta de su lengua. La cual, sin darse cuenta, el morocho atrapó con sus labios. Fue un acto instintivo que los sorprendió a ambos. Entonces miró con atención al castaño quien pensó que se marcharía, pero esa mirada dubitativa se dulcificó, y el de cabello azul se sentó sobre el colchón, sin dejar de acariciar el terso abdomen y las largas piernas.

El de mirada parda solamente podía observarlo con el amor que siempre le había tenido, sin atreverse a más, esos ojos glaucos le sostenían la mirada para ver su reacción. Sin más comenzó a masajear sus testículos con insistencia, tocándolos, apretándolos, deslizando lentamente un dedo desde la base del pene hasta la masculina entrada de su trasero, apenas rozándolo, para volver a masajear sus ingles. El de cabellos castaños respiraba cada vez más y más agitado sin poder quitarle la vista de encima. El de ojos glaucos sonrió con dulzura y preguntó lo que necesitaba saber.

—     ¿Estás bien?

El de mirada castaña solamente pudo asentir, muy nervioso, y entonces Saga volvió a preguntar.

—     ¿Estás seguro?

Aioros apenas pudo murmurar un débil Sí.

Saga se puso de pie y se quitó su bóxer, el castaño pudo contemplar por primera vez el cuerpo desnudo de un hombre. Se sorprendió y retiró la vista un instante. El de ojos verdes tenía un maduro, excitado, con una cabeza reluciente y roja, miembro de hombre por completo y su entrepierna estaba cubierta de vellos. El morocho miraba su propio sexo, se dio cuenta de que aunque lo tenía totalmente parado, no tenía comparación con el de ojos verdes. Escuchó la risa cariñosa del otro joven y lo miró, comprendió lo que sucedía y le habló.

—     No te preocupes chiquillo, ya vas a crecer, eres tan hermoso.

Todavía sorprendido el castaño le respondió.

—     No sé qué tengo que hacer.

Saga volvió a sonreír y contestó.

—     Nada, déjame a mí.

Asintió, entonces el de largos cabellos azules volvió a su posición entre esas bonitas piernas y las abrió más todavía, mientras las colocaba sobre sus hombros. Luego, volvió a engullir todo ese tierno sexo y a apretarlo con sus labios, antes de comenzar a bombearlo con su boca.

Aioros empezó a gemir y a respirar agitado, su abdomen subía y bajaba, y trataba de acompañar el movimiento de succión de Saga. El de cabellos azules le tocaba las firmes y redondas nalgas, las apretaba y continuaba succionando con los labios y con la lengua de una forma que enloquecía al morocho. Después, repentinamente, dejaba esa labor pero solo para dedicarse a otra, metía los tersos testículos en su boca, los saboreaba, los apretaba con su lengua y con sus labios y bajaba hasta el cerrado músculo del trasero, donde apenas introducía la punta de la lengua. El de ojos pardos pegaba pequeños grititos de sorpresa y placer, sentía que su juvenil entrepierna iba a estallar.

Entonces, con voz entrecortada, tuvo que hablar pues algo le estaba sucediendo.

—     Saga, me hago pis, déjame que me hago…

En medio de su delirio sexual, Saga comprendió que no era orina, sino que estaba por tener su primera eyaculación, así que apretó el enrojecido glande con sus labios, succionó con fuerza y prácticamente obligó al castaño a tener su primera eyaculación, se trataba de un líquido blancuzco, no muy espeso y tibio. Aunque apenas fue un chorro de semen, esa primera eyaculación provocó cierto dolorcito en la cabeza del rígido pene.

El morocho se sentía aliviado luego de terminar, pero por otro lado, sentía bastante vergüenza porque creí que había orinado en la boca de Saga. Jamás pensó que pudiera sentir tanta pena, se ruborizó y miró la cara del de ojos verdes, pero él parecía bastante feliz.

—     No es pis, chiquillo—le dijo—Es semen, la leche que largan los hombres cuando tienen sexo.

Se notaba que el castaño no entendía muy bien, pero le alegró saber que no era orina, y que al de mirada glauca le había gustado, se notaba cuando todavía se pasaba la lengua por los labios.

—     ¿Te sientes mejor?—preguntó.

El castaño logró decir que sí, aunque sentía una sensación rara en el estómago y en su aún erguido sexo. El de cabellos azules lo abrazó y le explicaba que eso era normal, que ya no era un niño, y que esa sensación en su vientre era que estaba excitado. No parecía que el morocho entendiera muy bien pero no quiso preguntar para no parecer tonto. Entonces se sentó en la cama, fue tomado por la cintura y se acomodó con las piernas abiertas sobre el de ojos glaucos. Podía sentir su miembro totalmente firme y duro, y se movía para estar más cómodo. Esos movimientos indudablemente excitaron al otro aún más porque gruñó algo que hizo reír al de cabello azul, y él también se rio. Entonces el de cabellos azules lo miró a los ojos con ardor mientras abría y separaba sus firmes nalgas con las manos y acariciaba la sensible entrada por afuera con suavidad.

—     ¿Estás listo para esto?—preguntaba Saga.

El de cortos cabellos castaños comenzó a excitarse de nuevo y agarró al de cabellos azules por los hombros mientras apretaba el rígido sexo contra su abdomen, en busca de satisfacción.

—     ¿Listo para qué?—preguntaba con inocencia el jovencito.

Saga se chupó el dedo índice y lo cubrió con bastante saliva y lo llevó hasta el estrecho, pequeño y rosado anillo masculino, lo introdujo un poco, pero el menor se sobresaltó y dio un respingo, y el de cabellos azules se rio.

Pero aunque sonreía, su rostro mostraba insatisfacción y pena. Aioros ya tenía de nuevo el miembro totalmente erguido y comenzó a friccionarse contra el abdomen del de mirada glauca, pero el otro lo recostó en la cama y le habló con suavidad acariciando su cabello castaño.

—     ¿Qué quieres hacer?

La verdad, en los términos más sinceros y dada su inexperiencia, lo que quería el de mirada parda era solamente que le exprimiera el pene, que succionara hasta la última gota de su ser, pero también quería hacerlo feliz. Odiaba ver que como el de cabellos azules hacía lo posible por satisfacerlo y que aún no podía satisfacerlo a él.

—     Lo que tú quieras—le contestó—Quiero hacer todo lo que tú quieras.

Eso pareció darle alas a Saga, porque le preguntó, todavía indeciso, a ese encantador castaño que no parecía negarse a nada.

—     ¿No te importaría aunque te duela un  poco?

Aioros asintió algo asustado pero al mismo tiempo con confianza en él.

—     Vamos a hacerlo despacito—le dijo—si sientes que es demasiado paramos de inmediato.

El morocho volvió a asentir y entonces el de ojos verdes le pidió que se acercara a él y lo tocara.

—     ¿Cómo?

—     Como más te guste, pero tócame, quiero que conozcas mi cuerpo.

El de cabellos castaños apenas se atrevió a tocar su rígido sexo con los dedos y luego estrujó blandamente sus testículos con las manos. El de ojos verdes no decía nada, lo miraba con la cara seria y acalorada. Entonces el de mirada parda pensó que le gustaría que pasara su lengua por ese rígido sexo como Saga había hecho antes, así que bajó la cabeza y posó los labios sobre su glande. Estaba caliente y húmedo, pero también suave y algo salado. Lo apretó entre los labios y lo rosó apenas con los dientes. Entonces el de cabellos azules dio un gemido, lo miró y le sonrió extasiado. Eso dio valor al castaño, succionó un poco más, intentó meter el turgente sexo dentro de su húmeda boca, pero era demasiado grande en ese momento, así que pudo introducir sólo una parte de su carne palpitante y chupó con fuerza.

Saga, mientras lo complacía, le acariciaba el pelo y la espalda con cariño, parecía comprender esos frágiles intentos por complacerlo. Lo retiró despacio por los hombros y lo volvió a recostar boca arriba, utilizando sus fuertes manos separó los juveniles muslos, dejándolo con las piernas bien abiertas. No le bastó con eso, sino que separó las tersas nalgas y frotó con su lengua el orificio de esa entrada masculina, presionando hacia adentro. Decidido a no protestar el castaño se dejaba hacer, pero sentía algo de miedo y cerró el músculo instintivamente. El de ojos glaucos volvió a meter su lengua, lentamente, mientras con una mano frotaba el pene y los testículos del joven que tan naturalmente se le entregaba.

Lo escuchaba gemir entrecortadamente, y le abrió más las piernas, mientras saboreaba la dulzura de su virginal interior. El estrecho pasaje era rosado como un capullo, suave y tierno, y él parecía totalmente absorto de placer. Lo miraba detenidamente y luego lo chupaba con deleite, mordía despacito el interior de esas nalgas y volvía a introducir la lengua cada vez más profundamente. Después se ensalivó bien el dedo índice, no contaban con otro lubricante en ese momento, y lo metió hasta la mitad, lo movió en su interior y volvió a sacarlo, para repetir el movimiento una y otra vez, masajeando los genitales hasta que notó que la mano se le humedecía con unas gotas de semen del castaño.

Estaba a punto de terminar.

Entonces dejó de masajearlo y bajó sus labios hasta la delicada entrepierna, metió el sexo por completo dentro de su boca y succionó con fuerza una y otra vez, masturbándolo con su lengua, y dilatando la masculina entrada con su dedo. La sensación era indescriptible, el morocho sentía que iba a explotar, casi no podía respirar, pero el de mirada glauca lo sujetó con la boca, succionó más fuerte, apretó el glande con los labios, y entonces un chorro más fuerte que el primero salió de su cuerpo e inundó su garganta. El de ojos verdes continuó succionando con verdadero placer, hasta secar el tierno sexo, luego introdujo la punta de la lengua en el orificio del glande, jugueteando y buscando hasta la última gota del de ojos pardos.

Aioros quedó exhausto, pero Saga todavía tenía la virilidad dura, más gruesa y roja que antes. Era lógico, lo daba todo y no recibía nada. Por eso abrió bien esas juveniles piernas y puso una almohada debajo de las firmes nalgas del castaño. Sostuvo las rodillas con sus manos y acercó finalmente la punta de su miembro a la entrada de ese cerrado pasaje que iba a ser descubierto por la sensualidad. Tenía el miembro tan hinchado que no necesitó guiarlo con su mano.

—     Deja las piernas abiertas—le dijo Saga.

Lo obedeció, el de ojos verdes le separó las nalgas con sus manos lo más que pudo, después, muy lento, entró la cabeza roja y prominente de su sexo dentro del esbelto cuerpo. El castaño sentía un dolor agudo, ya que era una virilidad algo grande para un anillito sonrosado y juvenil, aun así se mordió los labios y aguantó la invasión. El de cabellos azules suspiraba entrecortadamente, agitado, y empezó la penetración con más convicción. El dolor se intensificó, ese sexo era demasiado grande y duro dadas las circunstancias para el joven morocho.

—     Me duele Saga, detente, me duele de verdad—le suplicaba a punto de llorar.

En vez de obedecerlo, Saga dejó de empujar y se detuvo

—     Acomódala dentro tuyo, chiquillo, muévete hasta que te sientas cómodo—le pidió casi sin voz.

—     No quiero moverme, me duele, quiero que la saques.

—     Está bien—le dijo con voz de resignación y empezó a salir despacio—Relájate o te va a doler más—le pidió.

Como sintió que la sacaba dentro de su cuerpo, se relajó y se distendió un poco, y entonces para su sorpresa, Saga volvió a empujar con más firmeza hasta penetrarlo con la mitad de su sexo. El castaño creía que iba a morir del dolor y empezó a sollozar, pero Saga, sin apartarse, lo incorporó un poco y lo besó en los labios, metió su lengua en esa tierna boca y mordió el interior hasta que el castaño comenzó a responder al beso entre algunas lágrimas. Lo consoló con palabras de amor, pero no se retiró ni por un segundo.

—     Te dije que te iba a doler un poco chiquillo, pero necesito que te relajes porque si no te voy a lastimar.

Le explicó con paciencia, pero totalmente excitado.

Aioros asentía todavía perturbado, pero Saga lo recostó sobre la cama, inclinando su cuerpo sobre el del jovencito, de modo que su sexo se introdujo un poco más. El de ojos pardos gemía, pero el de mirada glauca, así inclinado sobre su cuerpo, atrapó la dulce boca con su boca hambrienta y lo devoró, mientras su miembro llenaba el estrecho pasaje de la sensualidad que luchaba por ajustarse a la invasión.

El castaño aun luchaba con el dolor, era un dolor tan agudo que pensaba que se iba a desmayar. Pero Saga no pensaba dejar las cosas de esa manera.

—     Aioros, mírame.

Pero el morocho cerraba los ojos con fuerza, solo quería que sacara su enormidad de su trasero.

—     Mírame—repitió con más firmeza.

Entreabrió los ojos y lo miró con dolor. Saga tomó ese rostro entre sus manos, lo besó apasionadamente antes de continuar.

—     Hoy eres mío por primera vez y para siempre, en este momento los dos somos uno, yo estoy dentro de ti y tu dentro de mí, y nunca vamos a separarnos.

Sus palabras le abrieron el alma al de ojos castaños, le devolvieron la confianza. El masculino pasaje ya se había dilatado lo suficiente como para olvidar un poco el dolor, así que asentía aún con lágrimas en los ojos y le dio un beso inexperto, pero lleno de amor. Saga le devolvió el beso, mientras se movía dentro de su cuerpo en un vaivén de placer y dolor, creando fuego puro en cada rincón de su ser, hasta que su rostro se contraía, igual que el del de ojos verdes, lo que lo hacía pensar que a él también le dolía. Sus facciones se estiraron y todo él se tensó.

Aumentó el ritmo entre ambos y Saga lo tomó de las nalgas para apretarlo todavía más contra sus caderas, como si quisiera fundirlo a su sexo. Podía sentir sus testículos golpeando contra las nalgas sonrosadas, el vello áspero de sus genitales restregarse contra la enrojecida piel y ese sexo inflamado palpitar en el interior hasta hacerlos desfallecer. Aioros quedó hipnotizado por las venas azules de esa masculina garganta a punto de estallar, por la visión de sus pezones erguidos, crispados y duros como botones, y por su boca abierta, que emitía sonidos estrangulados, entremezclados de satisfacción y pasión, hasta que dio un gemido ahogado y su simiente tibia recorría su interior. El de ojos glaucos dio varias sacudidas, y en cada una de ellas, un chorro de fuego líquido se disparó dentro de su joven amante. Sin poder evitarlo, el de cabellos castaños apretó el turgente sexo con su trasero, mientras su pelvis se movía hacia arriba y abajo en un intento de alargar la sensación que le provocaba el calor de esa esencia caliente al inundar sus entrañas de manera deliciosa.

Saga abrazó a Aioros sin sacar su miembro de su interior y comenzó a respirar con fuerza. El morocho lo abrazó llorando con una mezcla de alegría, amor y angustia por todo lo vivido. Poco a poco se tranquilizó, y entonces el de ojos verdes retiró su sexo ya fláccido del no más virgen trasero castaño. Su dueño protestó con un suspiro, y el otro sonrió. Se acostó en la cama y el de mirada parda se acomodó sobre él entre sus brazos. Los dos estaban sudorosos y extenuados. Ya era casi la madrugada. Se escuchaban algunos pájaros en el jardín.

Aioros cerró los ojos un momento, pensó que dormiría un ratito nada más. Antes de dormirse escuchó que Saga le hablaba.

—     No podía irme sin decírtelo—murmuraba el de largos cabellos azules—Te amo, chiquillo mío.

No le respondió, no pudo por el cansancio y las emociones, pero pensaba que también lo amaba, muchísimo.

A la mañana siguiente los planes para la partida de Saga estaban en marcha, el joven se iría, ya estaba listo su equipaje, sus padres lo abrazaron con cariño y le desearon lo mejor. Al despedirse de su hermanito tan solo una frase salió de sus labios.

—     Hasta pronto chiquillo.

—     Hasta pronto.

Pero parecía todo lo que podían decirse en ese momento.

 

**********

 

Durante ese tiempo lejos los dos jóvenes se mantuvieron en un contacto muy estrecho por llamadas telefónicas, correos, mensajes y todos los medios que tenían a su disposición. Siempre habían sido muy unidos y a nadie le parecía extraño eso. Sin embargo, sin importar todo lo que se dijeran, no mencionaban nada de lo ocurrido durante esa noche antes de la partida del de cabellos azules. Definitivamente preferían hablar de ello en persona.

Para eso necesitaban verse y esa oportunidad se daría cuando se reencontraran en las vacaciones de fin de año.

—     ¡Saga, estás de regreso!

Sus padres de inmediato lo abrazaron al verlo cruzar la puerta de su casa, estaban felices de verlo volver.

—     Hay tanto que quiero que nos digas hijo—le decía su madre feliz sin dejar de abrazarlo.

—     Ya después lo hará—decía su padre—Déjalo respirar un poco ¡Aioros, tu hermano está aquí!

Unos instantes después apareció el castaño, aparentemente estaba contento de recibir al de cabellos azules, pero por dentro temblaba de impaciencia, necesitaba hablar con él sobre lo ocurrido. Pero durante las horas siguientes eso no fue posible, pues sus padres estaban terriblemente felices de tener de nuevo al de ojos glaucos en casa y no los dejaban a solas ni un instante. Desempacaron, hablaron, comieron, pero nada de dejarlos a solas ni un segundo.

Al terminar ese día el castaño se sentía desalentado, necesitaba hablar con Saga pero no parecía posible. Terminó recostándose y trataba de conciliar el sueño, pero hasta que ya estaba entrada la noche lograba algo de descanso.

Pero apenas estaba durmiendo cuando alguien abrió la puerta de su habitación subrepticiamente y entró de puntitas para no hacer ruido alguno.

—     Mi chiquillo—dijeron en voz baja.

Un instante más y estaban acariciando su castaño cabello y lo besaban en los labios con ternura.

—     Saga…

Pero los besos continuaban y no parecía que desearan separarse.

Claro que también era necesario que se tranquilizaran un poco y discutieran las cosas entre los dos.

—     No dejaba de pensar en ti Aioros.

—     Yo tampoco Saga.

—     Apenas si soporté no poder besarte desde que llegué.

—     No nos dejaban a solas.

—     Por eso vine, necesitaba estar contigo de nuevo.

—     ¿Qué es lo que vamos a hacer Saga?—le preguntó con suavidad—No sé qué decir sobre esto.

—     Tal vez sea mejor no decir nada por un tiempo.

—     ¿Crees que es lo mejor?

—     Aioros, somos dos hombres que se quieren y somos hermanos, no es exactamente lo que la gente acepta con naturalidad.

El de mirada parda lo pensó unos instantes pero notaba que el de ojos glaucos llevaba la razón, no iba a ser sencillo de aceptar con toda seguridad, tomaría tiempo a los demás comprenderlos y hacerse a la idea.

—     Por ahora basta que lo sepamos nosotros dos Aioros.

—     ¿Qué es lo que sabemos Saga?

—     Que nos amamos chiquillo—respondió sonriendo.

Al ver la sonrisa en ese castaño rostro supo que todo iba bien y como todo marchaba así no dudó en besarlo y unos instantes después ya estaba metido en su cama para pasar la noche al lado del morocho. Tan solo durmieron, pero lo hicieron increíblemente felices al poder estar juntos.

Durante los días siguientes parecía que sus planes marchaban bien, se trataban como siempre ante los demás y no parecía que su comportamiento levantara sospechas. En lo privado sin embargo no dejaron de entregarse al cariño y la pasión que se enraizaba cada vez más en su interior.

Aunque definitivamente no iban a poder ocultar las cosas entre los dos para siempre como lo planeaban.

Las cosas terminaron por ser evidentes para sus padres cuando salieron a hacer unas compras y los dejaron solos en casa.

—     No vamos a tardar—decía su madre—Tan solo recogeremos los obsequios y regresamos.

—     Tienen el árbol por decorar—les recordó su padre— ¿De verdad no se les olvida nada?

—     Ya tenemos nuestros regalos—dijo el de ojos verdes.

—     No se preocupen, no habrá compras de último minuto—aseguraba el de cabello castaño.

—     Muy bien—continuó el caballero—Diviértanse con el árbol.

Los almacenes estaban llenos por la época, así que los jóvenes contaban con que tenían unas horas para ellos solos en la propiedad. Se dedicaron a decorar el árbol de navidad y la casa, terminaron de forrar sus obsequios, bebieron algo de té de canela con nuez moscada y charlaron. Por un tiempo funcionó, hasta que las risitas se hicieron continuas, las manos no se estaban quietas y terminaron correteando por la casa riéndose de manera abierta por sentirse felices.

Se alcanzaron en la sala, frente al árbol, jugueteaban con coquetería y ternura, el de cabellos azules sujetaba por la cintura al castaño, se miraron con suavidad y sin más pasaron a los besos. Fueron suaves al inicio, pausados, se iban dejando llevar, se sentaron sobre el sofá y en brazos uno del otro se acariciaban, sus labios se separaban y sus lenguas se hicieron presentes al ritmo en que acariciaban sus cabellos. Se querían tanto, nunca podrían volver a amar a alguien como a ese joven entre sus brazos que llenaba su corazón…

—     ¡Por todos los cielos!

La voz asombrada e incrédula los hizo sobresaltarse y separarse de un movimiento, sus padres habían regresado.

Aparentemente, sumergidos como estaban en sus besos, no los escucharon llegar con los regalos que habían ido a buscar. Su padre no decía nada pero su madre dejó caer los paquetes y parecía a punto de desmayarse.

Tuvieron que llamar a un médico para que fuera a atenderla a la casa, parecía una crisis nerviosa. El galeno llegó y le dio un sedante suave y les dijo que necesitaba descansar, pero al irse quedaba en claro que era necesario que ellos tres hablaran sobre lo que había sucedido.

Fue su padre quien decidió ser directo.

—     ¿Qué está sucediendo?

Se veía afectado por la escena que presenció pero deseaba escucharlos antes de decir nada definitivo.

Los dos jóvenes se miraron pero en sus ojos brillaba la respuesta: iban a ser sinceros con su situación. Se tomaron de la mano y fueron honestos con su padre.

—     Nos amamos—dijo Aioros—Solo sucedió.

—     No somos hermanos de verdad—decía Saga con firmeza—No queremos herir a nadie, solo deseamos ser felices.

El caballero los escuchó y los observó, parecía intentar llegar a una resolución pero sin duda le costaba trabajo, aunque al final suspiró y fue hacia ambos para abrazarlos con ternura.

—     Son mis hijos, los amo, nada ni nadie hará que eso cambie, lo que más quiero es verlos felices.

—     Papá…gracias—dijo Saga.

Sin más los dos jóvenes lo abrazaron a su vez, las cosas estaban bien entre ellos.

Aunque quedaba algo por discutir.

—     Pero deben pensar en su madre—les recordaba el caballero.

Los tres se miraron, era verdad, parecía que para ella no era igual de sencillo aceptar lo que había visto.

—     Voy a hablar con ella—les prometió su padre.

A los dos jóvenes solo les quedaba esperar, no había nada más que hacer.

Así que solo podían aguardar en silencio y ansiosos desde el momento que su padre fue a la recámara hasta que saliera de la misma.

Cuando ambos salieron de la habitación y se dirigieron a la sala fue inevitable notar que la señora aún se veía algo descompuesta, pero al menos parecía más tranquila. No se dijeron nada durante los primeros segundos, un silencio abrumador llenaba la estancia.

Fue justo en el momento que parecía no poder sostenerse más esa situación que la dama a la que ambos jóvenes consideraban su madre fue hacia los dos y los abrazó con ese cariño que solo alguien que ama puede dar de manera tan natural y sincera.

—     No quise hacerlos sentir mal—aseguraba con delicadeza—Solo me han sorprendido, no lo imaginaba, no fui capaz de verlo.

—     Mamá—la llamaba con suavidad Saga.

—     Solo quiero verlos felices, muy felices.

—     Lo somos mamá—decía Aioros.

—     Ahora podemos tener nuestra navidad en familia—dijo su padre sonriendo.

Todos estaban de acuerdo con eso.

Así que pasaron las fiestas juntos, como siempre y no dejaron de mostrarse contentos, aunque aún desconcertaba un poco a los padres de los dos jóvenes el ver que sus hijos estaban enamorados…uno del otro.

—     No sé qué decir—comentaba la señora de la casa al mirarlos.

Los dos estaban ante el árbol muy sonrientes y tomados de la mano con cariño, del que ya no es fraternal simplemente.

—     Ellos se aman—decía su esposo—Debemos darles la oportunidad de ser ellos mismos, de ser felices.

—     ¿Y si no funciona? ¿Qué tal si descubren que no es esto lo que quieren? Podemos perderlos—decía angustiada.

—     Tenemos que confiar en ellos, el resto…solo el tiempo lo dirá.

Le sonrió y ella confió en esa sonrisa, se abrazaron y decidieron que pasara lo que pasara lucharían por mantener a su familia unida.

 

**********

 

De hecho las cosas funcionaron para la pareja de enamorados.

En los años siguientes continuaron estudiando y haciendo sus planes de vida, el más importante de esos proyectos fue que Aioros asistió a la misma universidad que Saga, se graduaron y cuando el de cabellos azules ya estaba en el mercado laboral el castaño no tardó en unírsele. Para esas alturas ya los dos eran unos hombres y llegaron a la conclusión de que deseaban casarse. Lo siguiente de esa decisión fue decírselo a sus padres, quienes sonrieron ante las noticias.

—     Lo que más queremos es establecernos y estar juntos—decía Saga—Formar nuestro propio hogar.

—     Puede parecer un poco apresurado pero no queremos esperar más—les decía Aioros—Deseamos ser felices.

—     Bien, los asuntos de un hombre deben ser resueltos por él mismo—respondió su padre.

—     Tan solo queremos verlos felices—agregó su madre.

Los dos jóvenes sintieron, todo el apoyo que necesitaban para continuar estaba ahí para ellos.

Aunque la verdad era que todos comprendían que estaban por dar un paso muy importante en sus vidas.

Fue así que la pareja pudo llevar a cabo sus planes y pudieron estar juntos. En la ceremonia sus padres estaban sonrientes y orgullosos, sus amistades los felicitaban y la joven pareja estaba más enamorada que nunca cuando intercambiaron sus votos, convirtiéndose en un matrimonio.

—     ¿Estás feliz de estar conmigo?—le preguntaba Saga un día a su esposo.

Vivían en un edificio de apartamentos, no eran muy grandes pero para ellos dos estaba bien por el momento, con el tiempo sin duda podrían ver algo más espacioso y en lo cual fundar nuevos recuerdos de hogar.

—     Claro que estoy feliz—le dijo Aioros—Pero he pensado en algo.

—     ¿En qué?

El de cabellos azules lo tomaba entre sus brazos y lo miraba de frente, deseando saber todo lo que pensara.

—     Ya estamos más estables, y tenemos nuestras carreras Saga, así que tal vez podríamos…

—     ¿Sí?

—     ¿No te gustaría que fuéramos padres?

Por unos segundos el de ojos verdes guardó silencio, dejando a su compañero un poco nervioso, pero al final sonrió.

—     ¡Es una maravillosa idea Aioros!

—     ¿De verdad lo crees?

—     Por supuesto, papá y mamá estarán encantados de ser abuelos.

—     ¿Aunque debamos adoptar?

—     ¿Por qué no? Nosotros somos adoptados y mira lo bien que resultaron las cosas.

—     Tienes tazón.

—     Como siempre chiquillo.

No aguardaron para besarse y siguieron felizmente haciendo sus nuevos planes para el futuro, eran una pareja que se amaba profundamente y nada iba a poder cambiar eso en sus vidas.

Sin embargo aún quedaba esa historia de tener que ver la mirada desconcertada de la gente cuando escuchaban que tenían los mismos apellidos y sabían que tenían a los mismos padres. Entonces era necesario recordarles lo mismo.

—     Somos hermanos…pero no como los demás.

O al menos no lo era de la manera en que la gente lo pensaba.

Pero no les importaba en realidad, lo que llenaba su vida fue encontrarse y enamorarse, eran familia de corazón...hermanos por elección…amantes con todo su ser…después de todo era el amor el que les daba su verdadero parentesco.

 

 

FIN

 

 

Notas finales:

Espero que les gustara, nos leemos.

Atte. Zion no Bara

 


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