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Bondad por zion no bara

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Notas del fanfic:

Fic dedicado a LadyPisces quien me sugirió a esta pareja, espero que te guste.

Y que les guste a los demás.

Notas del capitulo:

Nunca he utilizado a esta pareja pero espero que les guste el fic. 

 

 

 

¿Cómo dan inicio los relatos, las leyendas, los mitos? Pues cuando la gente empieza a contar de generación en generación lo que sucedió en otros tiempos a otra gente, el porqué de las cosas y de los acontecimientos. Como esta pequeña historia, en la que se pretendía explicar porque un lago se cubría de las más hermosas rosas de amor* desde hacía muchos años.

Hace mucho tiempo, tanto que la gente cuando habla de esos días parece que habla de otro mundo y de otros hombres, vivía en una pequeña aldea un hombre llamado Asmita de Virgo, el cual era un hombre mayor pero sabio y respetado por los demás, mesurado y piadoso, tenía solamente un hijo al que había dado el nombre de Shaka, el cual se había convertido en el bastón de su vejez al perder la vista. Lo había educado de manera completa y en todo cuanto él mismo sabía, además de ello su hijo era un joven muy bello que en gracia, talento y cultura sobrepasaba a todos los jóvenes de su edad además de poseer la madurez de un hombre mucho más grande pero pese a todo seguía siendo un joven al que faltaba experiencia en la vida.

El joven Shaka no tenía sino atenciones y respeto a la par de afecto por su padre, huérfano de su otro padre siendo pequeño todo su amor se había concentrado hacia su anciano padre quien a pesar de su pobreza lo había instruido muy ampliamente en todas las ciencias que conocía. Por eso cuando la enfermedad llegó a la casa y postró al padre en cama su hijo lo cuidó con esmero y cariño aunque lo inevitable estaba ahí.

Sabedor de que su final se acercaba, Asmita de Virgo decidió que debía intentar proteger a su hijo de alguna manera pues él ya no estaría ahí para velar por su futuro. Ante eso fue sincero con su heredero.

—    Shaka—lo llamó con cariño—Mi hijo, cuando muera estarás solo y este mundo es duro para un hombre que se encuentra solo, tu padre ya no podrá velar por ti y deberás valerte por ti mismo. Cuando yo muera toma la carta que está en mi cajón y haz lo que dice.

—    Padre…—decía llorando el joven.

—    Mantente como un hombre de bien Shaka, no importa lo grande o pequeño que hagamos en esta vida siempre tendrá que ver con nuestro futuro. Que lo modestia, la honradez y la bondad siempre te guíen.

Shaka veló a su padre toda la noche pero al amanecer el caballero falleció.

El joven se sentía desconsolado, sus ojos azules estaban anegados por el llanto y en una muestra de dolor cortó sus cabellos dorados, que según todos los que lo conocían no tenían igual de lo hermosos que eran, pero aun así lo hizo y rindió todos los ritos funerarios a su progenitor y una vez que estuvo todo listo se dispuso a seguir las instrucciones que le dejara su padre Asmita.

Encontró la carta donde le había dicho su padre y con ella se dirigió al sitio que le indicaba, pese a que ya no veía el caballero aún podía escribir y gracias a eso velaba por el bienestar de su hijo. Shaka se dirigió a la capital de una provincia vecina donde vivía un amigo de su padre, un hombre llamado Matsumaza Kido.

Tardó días en llegar pues no contaba con fondos para hacer el viaje, todo con lo que contaba lo había utilizado en el servicio fúnebre a su padre, pudo hacer algo más sencillo pero se negó pues para él su padre merecía todo lo que pudiera darle. Como era joven sobrellevó bien las privaciones del camino y el quedarse a la intemperie a dormir, hasta que finalmente alcanzó el sitio al que deseaba llegar.

Se trataba de una comunidad próspera pues se podía ver las calles llenas de gente, las personas llegaban con sus cargas de frutas y flores, pescado, huevo y leche, abriéndose camino entre todos los demás y el olor a comida y el pan que llenaba el ambiente además de las voces que se daban entre quienes compraban y vendían. Como fuera él pasó entre todos ellos dejando atrás los comercios y llegando a la vereda cuyo camino guiaba a una casa amplia y más apartada que las demás, como si dijera que quien habitaba ahí era alguien importante y de hecho lo era.

Shaka se hizo anunciar y como única referencia llevaba la carta que le dejara su padre, aunque eso bastaba pues se trataba del hijo de Asmita de Virgo, quien fuera amigo de Matsumaza Kido.

Resultaba que ese caballero era ministro de esa provincia, era además rico, de alto rango y señor de vastas tierras como comisario del gobierno que era.

Cuando recibió al joven lo observó por un instante y le bastó para saber que se trataba de alguien honesto.

—    Lamento lo de tu padre Shaka—le dijo con sinceridad—Siendo tan amigos como lo fuimos y no pudimos vernos una vez más.

—    Sé que a mi padre también le hubiera gustado verlo, una vez más, ante de…su partida—decía el joven.

—    Tu padre me dice en su carta que eres un muchacho bien preparado, creo que podría emplearte en mi casa.

—    Ese es mi deseo.

—    Necesito un buen maestro para mis nietos, si aceptas se te pagará tu salario y podrás vivir aquí ¿Qué te parece?

El de cabellos dorados sabía que era una muy buena oferta, y ante eso solo podía dar una respuesta.

—    Muchas gracias.

Desde ese día Shaka de Virgo viviría en la misma casa de los Kido como preceptor de los niños.

 

**********

 

Fue un tiempo grato para Shaka, conoció a los que serían sus pupilos, se trataba de un grupito de cinco niños. Los niños eran Ikki, Hyoga, Shiryu, Shun y Seiya, todos con personalidades muy propias y que se interesaban en diferentes temas. No había inconvenientes, los pequeños eran agradables y no representaban ningún problema que el de Virgo no fuera capaz de manejar, así que sus días con ellos transcurrían en paz y el de cabellos dorados podía seguir estudiando a su vez y meditaba ya que su padre le había enseñado a hacerlo, no se dedicaba a nada más y ni siquiera pensaba en otra cosa que no fuera seguir honrando el nombre de su padre.

Los demás de la casa veían en Shaka a un joven amable y devoto de sus deberes, nunca hubo una sola queja en su contra, no se entregaba a las banalidades ni al ocio, así que contaba con una gran estima de parte de los demás. Sin embargo, pese a todos sus talentos y la gracia de su persona no se fijaba en los muchachos, aunque varios muchachos suspiraran por él.

Pero sucedió que cuando ya llevaba tiempo en la casa Kido se acercaba una celebración especial, la fiesta de la primavera, era una buena celebración que unía a las familias pero como el de cabellos dorados no contaba con parientes prefirió hacer un peregrinaje a un antiguo y abandonado templo que estaba a cierta distancia de la casa y del resto de la población en general, justamente por eso ya no contaba con seguidores.

Así que la misma mañana de la fiesta se puso en camino desde muy temprano, el camino era solitario pero no le molestaba ya que podía escuchar sus propios pensamientos, sin embargo cuando ya estaba cerca del sitio cruzó por un lago, en las orillas se podían ver alegres flores llenando la vereda sin problemas, y dejándose acariciar por los rayos del sol. Pero mientras observaba a la naturaleza seguir con su propio tiempo se dio cuenta que en una parte del lago, donde el fango era muy denso y que la sombra de los árboles impedía el paso de la luz del sol, había una sola flor, que se quedaba atrás, parecía buscar salir de ahí, luchaba con sus delicadas hojas y finos pétalos pero no tenía la fuerza para seguir su camino con la brisa, se veía retenida por la maleza que se extendía por el lugar alcanzando el agua.

El rubio casi pasaba de largo pero se dispuso a ayudarle, era un ser vivo y no quería que estuviera solo en ese lugar, así que pasó por la alta hierba que le llegaba hasta la cintura y entró al agua ensuciándose los pies pero se inclinó y liberó con suavidad a la linda rosa de tonalidad celeste que estaba cautiva para que siguiera su camino y alcanzara a las otras aunque no había más de su tipo. Era sin duda una flor muy hermosa con sus  pétalos azules brillantes que se abrieron apenas sintieron el roce de los rayos del sol, como un saludo de alegría.

—    Ve con las demás—le dijo con una sonrisa.

Con eso el de cabellos dorados regresó a su camino, le parecía que el aire estaba impregnado del aroma de las múltiples flores que lo rodeaban, los árboles daban su sombra, los pájaros cantaban, no parecía que por ahí hubiera pasado una persona en mucho tiempo. Todo era tan hermoso.

Como fuera alcanzó el templo y al entrar lo hizo descalzo, dio las gracias por su vida y pedía por el descanso de los suyos, hizo una ofrenda de frutas e incienso para después disponerse a volver. Cuando salió y anduvo por el camino de nuevo vio que todo cuanto lo rodeaba era hermoso y no vio nada de malo en tomarse unos minutos y descansar, se recostó sobre la hierba y se dejó llevar por el ambiente.

Estaba así, disfrutando del sol y el silencio cuando un sonido perturbó todo ello, se incorporó lentamente y se decidió a averiguar lo que ocurría, sus pasos lo llevaron a un sitio aparte en que las flores parecían trepar por enredaderas y se hacía más espesa la hierba pero más allá de eso no se veía nada. No lo hizo hasta que algo lo sobresaltó: había otra persona ahí.

El de ojos azules adivinó que era un muchacho, uno muy bello, más bello que las mismas flores tras las que se ocultaba. No pudo más que entreverlo un instante pero quedó impresionado por la belleza de su rostro límpido, por el esplendor de dos largos ojos brillantes, cabellos sedosos y por su aspecto de flor, hermoso y delicado como nenúfar recién abierto.

Shaka tuvo que apartar su mirada de esa visión y buscó continuar su camino pero lo hizo con tanta prisa que no se dio cuenta de que perdió un medallón, nada especial de manera física pero era un recuerdo de su padre. Lo supo hasta que estaba en su habitación en la casa Kido y ya no fue capaz de dormir ni de descansar, su mente se poblaba de imágenes de esa belleza entre las flores que lo había mirado.

 

**********

 

Al día siguiente dio sus clases como siempre pero por la tarde se dirigió al mismo camino que había cruzado intentando encontrar su medallón mientras su corazón latía extrañamente pensando en el adorable muchacho que vio entre las flores. Seguía sus pasos por el sendero desierto pero no encontraba nada, no escuchaba nada tampoco o al menos no hasta que le hablaron.

—    Dejaste caer esto ayer.

Volteó asombrado, ahí estaba él.

Mientras la contemplaba el de cabellos dorados sentía una extraña dicha, mezcla de temor y asombro, ese joven ante él era misterioso como las mariposas, hermoso y con aspecto juvenil, fino como un bello lirio, llevaba sus cabellos de color celeste entrelazados con flores silvestres y no dejaba de sonreírle con la mirada de sus ojos azules de cielo extendiéndole su medallón. A pesar de su sencillo atuendo, de la tela tan humilde, de llevar los encantadores pies desnudos, era sin duda una resplandeciente belleza que opacaba a todo lo que le rodeaba.

—    Gracias—logró decir el rubio.

—    Eres Shaka de Virgo, el preceptor de los pequeños Kido.

—    Así es ¿Quién eres tú?

—    Soy Afrodita y no tengo familia.

La voz era musical y armoniosa, el de ojos azules nunca había escuchado algo igual y por eso no tardaron en ponerse a conversar y a quedarse así durante un buen tiempo; el de la familia Virgo no podía sino sentir una secreta alegría pues Afrodita le parecía el joven más hermoso y exquisito que hubiera conocido.

—    Perdí a mi familia—le contaba el de mirada celeste—Ahora vivo solo y tejo para salir adelante, a veces me gustaría no estar solo.

—    Entiendo lo que sientes—respondía él—Yo era un niño pequeño cuando perdí a mi padre pero conservé a mi otro padre por varios años aún, él cuidó de mí con amor y firmeza.

—    Era un buen hombre.

—    Sí, muy sabio, guio mi vida y nunca tendré nada que reprocharle.

—    Dicen que eres un hombre muy sabio pese a tus pocos años.

—    Solo soy estudioso—dijo un poco avergonzado de que le dijera eso.

—    ¿Te gusta venir por aquí Shaka?—le preguntaba sonriendo.

—    Sí, me gusta.

Claro que le gustaba cuando la veía sonreír de esa manera.

Siguieron charlando por un largo rato pero se acercaba el ocaso y ambos debían despedirse, lo sabían.

—    Es mejor que regrese a mi casa—comentaba Afrodita.

—    Sí, yo también debo regresar.

Aunque el rubio no tenía la misma necesidad de volver a la casa Kido pues significaba separarse.

—    Espero volver a verte Shaka—dijo el de ojos celestes sonriendo y alejándose al mismo tiempo.

Y él tan solo pudo quedarse ahí de pie extendiendo la mano sonriendo, incapaz de controlarse, claro que iba a verlo de nuevo.

Durante los días que vinieron Shaka cumplía con dedicación todas sus labores pero en cuanto estaba libre por las tardes sus pasos lo llevaban al mismo camino que felizmente recorría esperando encontrarse con Afrodita y el muchacho siempre estaba ahí, aguardando por él. No pasó mucho tiempo para que el corazón de Shaka adorara al maravilloso muchacho que lo hacía olvidarse hasta de sí mismo al estar a su lado, cuando conversaban sentados los dos sobre la hierba, sus palabras se entrelazaban como las ramas de los árboles y sus risas jugueteaban como las aves en el cielo.

 

**********

 

Sin embargo sucedió que un día Shaka cayó enfermo en cama, estaba tan débil que no podía ni levantarse, una intensa fiebre lo aquejaba y se temió por su vida. El señor Kido, quien lo estimaba, hizo llamar al mejor médico de la región para que lo atendiera pero el diagnóstico no era bueno.

—    Si la fiebre no cede no habrá nada que hacer.

Pero a la medianoche, mientras el rubio se agitaba en su lecho por la enfermedad, vio entre sueños a Afrodita ir a su lado y acariciaba su frente buscando darle consuelo. Se sintió preso de un estremecimiento suave y profundo que reanimaba su ser, veía con sus ojos azules maravillado al joven a su lado. La llama de su fiebre se apagó y una frescura deliciosa reanimaba cada fibra de su ser, el íntimo estremecimiento que lo había despertado de su sueño persistía en su sangre como una gran dicha.

La mirada de ese chico estaba sobre él, lo miraba con dulzura, sus ojos eran bellísimos,  brillaban como grandes diamantes y parecía atravesarlo como la luz atraviesa el cristal. Sin dejar de acariciarlo le habló con suavidad y afecto.

—    Vine para curarte porque quiero ser tu esposo.

Su voz era clara y profunda, ondulada con acentos melodiosos pero en su mirada había una potencia imperiosa a la cual el de cabellos dorados comprendió que no podía resistir. Quería hablarle, decirle que también lo deseaba pero no contaba con algo tangible que ofrecerle.

—    Los dos lograremos tener algo—decía adelantándose el otro.

El de ojos azules pensaba en que ni siquiera tenía buena ropa y el de mirada celeste lo atajó de inmediato.

—    Yo ni siquiera tengo sandalias.

Ambos se sonrieron y parecía que todo estaba en claro.

—    Quiero casarme contigo—dijo Shaka.

Con eso todo quedó sellado entre los dos.

El rubio volvió a dormirse y cuando se despertó se encontraba perfectamente bien, restablecido, apenas pudo salir de la casa sus piernas lo llevaron al camino que había llegado a serle tan querido porque lo llevaba al lado de su amado y ese día no fue diferente…casi.

Cuando los dos se encontraron de nuevo Shaka contempló a Afrodita quien se engalanaba con una especie de sayuela, muy hermosa, así, vestido de lino blanco como la luna, con brazaletes de fibra en sus muñecas y sus tobillos, y una corona de flores en sus celestes cabellos que ese día estaban sueltos, estaba más hermoso que nunca. Sin decirse nada se tomaron de la mano y fueron al abandonado templo llevando flores como ofrenda, en donde se arrodillaron y oraron en voz alta jurando ser uno del otro, intercambiaron palabra de matrimonio y de esa manera se desposaron. Fue una ceremonia única pues solo ellos lo supieron y no necesitaron de nada más que sus corazones y la sinceridad de sus sentimientos como toda bendición.

Sin embargo cuando salieron del templo Afrodita lo tomó de la mano muy serio y con la mirada suplicante le habló.

—    Amor, eres un hombre de fe y honor, tuyo soy, solo te suplico que no olvides que los cielos son los testigos de nuestra felicidad y en nombre de ellos te pido que no me preguntes nada sobre mi procedencia o por lo que hago.

—    Como tu esposo te juro que no preguntaré nada de esto ya que es tu deseo y por lo tanto es el mío también—juró el de cabellos rubios.

El de mirada celeste le sonrió dichoso y deslizó en su mano un anillo, era de un jaspe resplandeciente como ninguno que se hubiera visto jamás.

Con un beso, el primero que compartían, quedó sellado su pacto de matrimonio.

Afrodita le habló a su esposo de una casita de las afueras, no era demasiado pero se podía comprar y hacer una vida en ella, Shaka estaba de acuerdo pero aunque contaba con lo que tenía ahorrado trabajando para la familia Kido sabía que necesitaría más.

—    Yo te ayudaré—decía el de cabellos celestes sonriendo ampliamente—Será nuestro hogar.

De hecho así fue pues Afrodita, que como ya sabía el rubio, tejía, le entregó un maravilloso manto de finísima seda que él misma había creado en su telar, el rubio a su vez lo puso en la mano del señor Kido pidiéndole que lo vendiera y el caballero lo hizo por un excelente precio. Cuando llevó el dinero a su esposo este no lo aceptó, sin tocarlo siquiera le habló de su parecer.

—    Eres mi esposo, sé que te harás cargo.

Con eso le entregó otro manto que fue tan bien vendido como el primero.

Los mantos que llevaba Shaka prontamente fueron codiciados pues eran maravillosos, las sedas fluían como una lenta corriente de oro resplandeciente presentando imágenes de caballeros antiguos, animales fantásticos, batallas ancestrales. Todos los días Afrodita tejía una maravillosa seda que pronto era admirada, la pagaban muy bien y con eso costeó la casa a la que pudieron ir a vivir juntos el joven matrimonio.

—    Ahora es nuestra—decía Afrodita sonriendo al lado de su esposo.

Shaka no podía sentirse más feliz, adoraba a su esposo que sabía bien que lo amaba, era un joven espléndido a sus ojos azules, enamorado como estaba tan solo ansiaba hacerlo feliz. Entraron juntos pues ahora podrían vivir ahí y si bien en la casa Kido les extrañó que deseara vivir en un sitio que se consideraba más bien abandonado, el de los Virgo, en esa casa tan alejada, no se lo reprocharon ya que el muchacho no explicó demasiado sobre lo que pasaba con su vida.

 

**********

 

La casa en si era un sitio amplio pero sencillo, muebles finos pero resistentes, reinaba el silencio en esos instantes. Shaka sabía bien que su esposo había trabajado mucho en ese sitio, en limpiarlo y arreglarlo con todos sus pequeños detalles para hacerlo habitable, un verdadero hogar para ellos dos.

Sin decirse una sola palabra los esposos entraron y se dirigieron a la que sería su habitación nupcial.

El sitio era cálido, acogedor, bien distribuido y limpio, el de los Virgo notó que su esposo lo había puesto todo blanco esa noche, desde las sábanas hasta las cortinas y el mantel sobre la mesita, todo deslumbrante en su blancura.

Shaka lo vio apartarse un poco, quedando en el centro de la habitación para después empezar a soltarse su cabello que cayó como agua por su espalda.

—    ¿Me ayudas?—le preguntó sonriendo.

El rubio se acercó y soltó el cinturón que sujetaba su indumentaria, dejando que la prenda se abriera y el de ojos celestes apartó la ropa sin parecer nada intimidado de que él estuviera ahí, quedándose solo en camisa de un inmaculado tono blanco. Afrodita sonrió y fue a una mesita donde sirvió vino en un par de vasos, le ofreció uno y ambos bebieron, era fresco pero encendía la sangre con un extraño fuego. A Shaka todo le parecía más luminoso, los muros se alejaban y el techo se elevaba, la voz de su esposo le llegaba como una melodía lejana desde lo infinito de una noche llena de languidez.

El de cabellos dorados sentía que su corazón estallaba y de sus labios brotaron palabras, frases que nunca habría osado proferir, su esposo no trataba de serenarlo, sus labios no sonreían pero sus largos ojos brillantes parecían reír de placer a cada alabanza. Así que sintiéndose más animado que nunca el de ojos azules se acercó mirándolo como jamás había mirado a nadie: como un hombre. Su esposo.

—    Eres muy hermoso—decía el rubio de repente sin dejar de mirarlo.

—    Tú eres muy apuesto—le respondió el otro sonriéndole con la mirada.

—    Creo que desde el primer momento que te vi supe que eras alguien especial.

—    Yo lo supe al mirarte, estaba aquí para ti.

El de cabellera dorada no dejaba de mirarlo hasta que se acercó lo suficiente para besarlo, se apoderó de sus labios con suavidad, eran tan dulces, no estaba seguro de si era por el vino o algo más pero se sentía aturdido. Afrodita no dejaba de mirarlo como aguardando por lo que haría y él no podía sino sentir esa inquietud en su interior, le hubiera gustado saber cómo comportarse ante su esposo, saber qué hacer, ser un hombre para ese joven tan hermoso, tenía una idea pero no era lo mismo. De todas maneras no dejó que eso lo intimidara y lo sujetó por la cintura con un poco más de fuerza de la que había querido imprimir en su movimiento pero no parecía que le disgustara en nada a su compañero pues sonreía.

Echándole los brazos al cuello y acariciando su cabello dorado parecía que solo tenía una pregunta que hacerle.

—    ¿Serás dulce y bueno conmigo amor?

—    Lo seré—prometió el rubio.

Con esas palabras no dudó en besarlo y estrecharlo entre sus brazos con necesidad, podía sentirlo, la masculina forma tan parecida y tan diferente de la suya, las suaves curvas que la marcaban, aspiraba el aroma de su piel y sentía el calor de su presencia aún con la ropa entre ambos. Sin apenas separarse los dos lograron llevar sus pasos hacia la cama y quedaron recostados sobre las sábanas, compartiendo tiernas caricias y avivando sus sutiles deseos, no era para menos ya que ambos se encontraban dispuestos y sus manos se volvieron ansiosas en llegar a los sitios que en verdad anhelaban. Por eso Shaka no tardó en ser despojado de la camisa y los pantalones mientras que su compañero tenía su camisón a la altura de su cintura permitiendo el primer contacto de su intimidad que los hizo desear seguir adelante.

Afrodita se quedó recostado sobre la cama muy quieto permitiendo que Shaka lo explorara, las masculinas manos lo recorrieron con suavidad deleitándose con su suave piel y su dispuesto ser, fueron tiernas en las zonas más blandas y algo deseosas en las más largas, pero no dejaban de incitar sus deseos para continuar. El de cabellos rubios se recostó sobre su joven compañero y sin dejar de acariciarlo y besarlo buscó por debajo de la tela, encontró lo que buscaba, una suave pieza que trabajó en retirar y el otro lo ayudó, permitiéndole a su vez despojarse del resto de su ropa para guiar su excitada virilidad al punto que quería.

Los primeros momentos no fueron tan sencillos, al menos para el rubio estaba resultando un poco mortificante no saber comportarse como un esposo pero el de ojos celestes solamente le sonreía y lo acariciaba, con eso le bastaba para volver a lanzarse al ataque y tratar de traspasar la tierna intimidad que no se le resistía. No podían dejar de besarse con suavidad, pasando sus manos por esa piel tibia e invitante, se acariciaban tiernamente en la entrepierna, con inocente curiosidad. La excitación era mutua, parecían no poder dejar de tocarse de todas las formas posibles. Afrodita fue quien buscó el cuerpo de su compañero, lo besaba uy descendió por el elegante cuerpo por ese pecho terso, el abdomen plano, hasta tomarlo con sus labios, suavemente estimulaba el erguido sexo que se llenaba de deseo a cada caricia.

Shaka lo buscó como a ciegas con sus manos, lo apartó un poco y lo hizo volver a su lado, mirándose un instante sus ojos brillaron, los besos volvieron con mayor intensidad, ya no eran tan inocentes. El de Virgo hizo que el de cabellos celestes se recostara y apenas sin separarse de su suave cuerpo, guio sus dedos con calma al sitio deseado, se dio cuenta que necesitaba un poco más y los cubrió lo mejor que pudo con su saliva para después volver a su labor. El delicado anillo tan celosamente cerrado parecía dispuesto pues no dejaba de cooperar para ser dilatado hasta el punto en que haría más sencillo que permitiera el empuje de otro ser.

La necesidad en ambos pulsaba con fuerza, fue el instante preciso en que el de cabellos rubios se acomodó sobre su compañero, sintiendo el poder de dominar, de ser él quien llevara la ventaja, quien hiciera suyo a ese hermoso y perfecto ser de divina mirada. Finalmente el cuerpo del de mirada azul encontró la posición más cómoda para su labor y estrechando a su compañero por los brazos se impuso entre sus muslos para arrojarse al ataque, su turgente sexo estaba listo y pudo encontrar el punto que deseaba, empujó suavemente las primeras veces sin dejar de besarlo buscando hacerlo lo menos doloroso posible y unos cuantos embates después se consideraba el dueño de la situación. Aunque aún faltaba para que el encuentro fuera consumado.

Su esposo no parecía estar en desacuerdo, lo abrazó con ternura estrechándolo por la espalda y no dejó de responder al movimiento de sus caderas, se diría que lo estaba disfrutando bastante pues las tenues voces que daba no eran de alarma ni lamentos sino de satisfacción. Logró acoplarse a su compañero y entre los dos encontraron el ritmo adecuado a sus deseos, disfrutando de su intimidad y su deseo como esposos que eran. No dejaban de besarse y sentirse, disfrutando de un goce que los sumergía en un mar de sensaciones, como agitados y sometidos se entregaban al compañero de su vida que los estrechaba con amor y les entregaba todo de sí mismos, sabiendo que su vida común contaba con un elemento más por el cual sentirse completamente dichosos.

Shaka besaba a su esposo por los hombros, el cuello, se movía sin apenas separarse, gozando de ese cuerpo abierto y dispuesto. Afrodita se dejaba llevar y pasó sus tobillos por encima de los hombros del de cabellos rubios, lo cual el otro disfrutó mucho, haciendo la penetración más profunda. Los gemidos de ambos se mezclaron como su sudor, el aroma de su cuerpo y los besos sensuales que los dejaban sin aliento. El de Virgo se inclinó hacia atrás guiado por el deseo, y su compañero lo impulsó a quedar sobre su espalda, con lo cual se colocó a horcajadas sobre él y se movió como si danzara únicamente con sus caderas. Su compañero gozaba de esos movimientos, de ver a ese bello joven disfrutar por completo al igual que él.

No podían sino disfrutar de la delicia física de sus placeres, entregarse a esa sensación de calidez y dicha que los iba llenando y endurecía sus músculos, convirtiéndolos en parte del otro, buscando desesperadamente acoplarse y complacer a esa persona a la que amaban y vino algo más. La sensación de que se ahogaban y quedaban sin aliento, el latido de sus corazones que se volvía terriblemente veloz, la sensación de estar plenos y súbitamente, sorprendiéndolos, la culminación de todos sus deseos en un delicioso clímax que los llevó a refugiarse con mayor intensidad en los brazos de su amante.

Esa primera noche fue plácida y hermosa.

La noche siguió pasando pero ellos dos no se apercibieron.

Los pájaros se despertaron, las flores se volvieron al sol, mientras tanto Afrodita abrazaba a su esposo con ternura.

—    ¿Eres feliz?—le preguntó con ternura.

—    Lo soy—respondió el rubio acariciándolo.

 

**********

 

Shaka sentía que su dicha era completa aunque nunca vio nada de inusual o al menos extraño en el comportamiento de su esposo, que jamás le confiara el nombre de su familia o que no dijera ni una palabra de su procedencia fueron cosas que no se molestaba en discutir, ni siquiera el que no saliera de la casa a no ser que fueran los dos solos por el camino.

—    Te tengo a ti aquí—le decía Afrodita—No necesito nada más.

Tampoco comentaba nada al verlo trabajar en su telar, pues pareciera deslizar sus dedos con tal habilidad que ni siquiera se distinguían, le llamaba la atención sin duda pero no pedía explicaciones.

—    Te ves contento cuando usas tu telar—le dijo en una ocasión.

—    Me gusta hacerlo—fue su respuesta con una sonrisa.

Y no dijeron nada más al respecto.

Así que Shaka pasaba sus días al lado de la familia Kido y al atardecer volvía al lado de su esposo, el bellísimo Afrodita siempre lo recibía con una sonrisa llena de ternura. Así transcurrían sus noches en los mismos placeres que encantaron la primera; charlaban, cantaban, jugaban, no pocas veces se entregaban a los refinamientos de la pasión y eran dichosos por tenerse.

Pasaba el tiempo sin sobresaltos entre los dos, Afrodita se dedicaba a trabajar en su telar y con sus maravillosos tejidos siguió apoyando el bienestar de su esposo, llegó incluso a obsequiarle unas plantaciones y boscajes de los alrededores para que fuera señor de todo ello.

—    Todo es tuyo Shaka.

El rubio había querido arrodillarse ante él pero su esposo se lo impidió, tomó su rostro entre sus manos y lo besó con ternura.

La prosperidad no se hizo esperar, sembrara lo que sembrara el de ojos azules se le devolvía centuplicado y la gente a la que daba trabajo lo bendecía.

Sin embargo la mayor dicha desde que se casaran que experimentó el de cabellos dorados fue cuando su esposo le anunció algo.

Lo encontró de pie ante una ventana dejando que los rayos del sol lo cubrieran y volteó a mirarlo resplandeciente con una sonrisa.

—    Shaka, amor.

—    ¿Qué ocurre?

—    Seremos bendecidos con un hijo.

El de ojos azules no podía ni hablar.

—    Será un gran varón y se llamará Arjuna—le dijo con convicción.

—    Así será—le dijo él acercándose y abrazándolo con amor.

El rubio estaba completamente dichoso, pensaba en esos momentos que su vida no podía ser mejor.

Con el tiempo correspondiente el embarazo llegó a su término y tuvieron en su vida, durante una mañana hermosa, a su pequeño.

—    Arjuna—lo llamó su padre rubio sosteniéndolo entre los brazos con amor, derramando lágrimas de dicha.

Su otro padre se sentía muy feliz mirándolos a ambos, tenía a un hombre al que amaba y un pequeñito al que adoraba.

Arjuna** era una criaturita tan bella e inteligente que sorprendía, contaba con el cabello celeste de su padre y sus ojos como gemas, aunque no parecía a veces que se tratara de un bebé sino que miraba el mundo como si fuera más grande. Cuando estaba con Afrodita a momentos parecía que ambos podían comunicarse de una manera especial, no con palabras sino como si hubiera un lazo más allá del que existe naturalmente entre padre e hijo. Sin embargo Shaka solo sentía la dicha de tenerlos y con ello cualquier suspicacia quedaba de lado.

Su pequeño era un prodigio, un encanto y el de cabello rubio lo adoraba, más aún cuando había heredado la hermosa mirada de su compañero, como si tuviera alhajas por ojos en realidad.

Para él era la prueba de ser amado.

 

**********

 

Pero el tiempo había transcurrido como si nadie se diera cuenta de ello, al menos Shaka no lo hacía, ahora su dorado cabello había crecido de nuevo y tenía el mismo largo que tuviera a la muerte de su padre, cuando lo había cortado en señal de duelo. El rubio no pensó demasiado en ello pero su esposo sí.

Ambos estaban en su casa una noche ante el fuego del hogar, por largo tiempo se quedaron ahí mientras él hablaba, sobre todo su hijo era lo que llenaba sus pensamientos, también hablaba de las esperanzas a futuro pero Afrodita callaba, lo escuchaba y sonreía mirándolo con sus ojos maravillosos. De pronto se puso de pie y lo tomó de la mano para llevarlo ante su pequeño que dormía y lo miró de una forma que lo atravesaba.

—    Amor—dijo tomándolo de la mano con ternura—Estamos a punto de separarnos para siempre. Sabía que tenía que suceder. Es la última noche que pasaremos juntos pues no volveremos a vernos más. Deseo que mi memoria no te sea penosa y recuerdes más mis risas que mis lágrimas.

El de cabellos dorados no estaba seguro de lo que le decía pero no parecía capaz de hablar, el de ojos celestes derramó una lágrima y sin poder explicarse cómo o porqué su esposo observó que su aspecto parecía cambiar, resplandecía como el sol pero su voz resonaba con la misma ternura.

—    ¡Mira amor! Ha llegado el momento de irme porque no soy humano y los míos solamente pueden quedarse entre los hombres por poco tiempo. Pero no te quedarás solo, te dejo la prueba de nuestro amor, nuestro hermoso Arjuna que te amará siempre y será tan gentil como tú, que ayudará a quien necesite de él sin importar quien sea, incluso una florecita que se separó de las otras. Vine a ti porque te amo y ahora debo irme. Soy Afrodita, la rosa de amor.

En el momento que dejó de hablar la luz de su ser se extinguió y Shaka comprendió que se había ido para siempre tan misteriosamente como se van los vientos en el cielo.

Y lloró por perderlo.

Su hijito dormía profundamente, sonriendo.

En los años que le siguieron Shaka de Virgo alcanzó grandes honores por su talento y erudición y su hijo fue celebrado por sus virtudes y sus talentos pero el de cabellos dorados jamás olvidó a su amado Afrodita, aunque nunca hablaba de él. Su pequeño era su mundo, todo lo que le quedaba de su compañero y por eso velaba por él con todo su ser y toda su alma.

Ambos estaban dando una vuelta una mañana, su pequeño estaba ya a un paso de ser un muchacho, se festejaría con la restauración del templo que había sido abandonado hacia tanto, su padre así lo había decidido y solo los mejores artistas trabajaron en ello, contaba con nueva vida para que la gente pudiera utilizarlo.

Los dos estaban a la orilla del lago, el mismo lago que se cubría de flores, rosas de amor, cada año sin que nadie supiera cómo habían llegado ahí.

—    Espero un día poder utilizar un anillo como ese—le decía su hijo.

Shaka no se separaba de esa pieza, del anillo de jaspe que dejaba pasar la luz y brillaba por ello.

—    ¿Cómo lo conseguiste papá?

—    Fue como tú, un regalo de los cielos.

—    ¿Sí?

—    Aunque a ti te quiero más.

Su hijo sonrió al escucharlo, se acercó al agua y parecía juguetear con las flores que flotaban alegremente, suspiró ante la escena, sin duda seguía velando por ambos. Él mismo se inclinó y tomó una de las flores y la besó con ternura.

—    Mi Afrodita…mi amor.

Era el mismo amor que nunca dejaría de sentir por su rosa, que al igual que todas las suyas que llenaban el lago, siempre llenaría de dicha su corazón en recompensa a su bondad.

 

 

FIN

 

 

 

 

Notas finales:

Algunas notas solamente:

 

*El nenúfar tiene varios nombres, se le conoce como rosa de Venus, ninfa blanca, lirio de agua o flor de loto y también como Rosa de amor. Ya que la diosa Venus está ligada al signo de Piscis y el loto al budismo me pareció bien para estos dos caballeros.

El Nenúfar Azul el que se convirtió en símbolo del Alto Egipto y desde los primeros tiempos de esta civilización alcanzó gran transcendencia simbólica al asimilarse con el ciclo solar, y por tanto a la idea de eternidad, porque:

Era la única planta con flor en Egipto que florecía todo el año.

La flor se cierra al amanecer y se sumerge en las aguas lentas, para emerger de nuevo al amanecer y abrirse orientándose al sol.

Sus pétalos azules en contraste con su botón amarillo dorado parece que representen el cielo y el sol.

Su capacidad para emerger de un sustrato fangoso y elevarse hacia la luz se interpreta como una representación del origen del mundo, del orden y la bondad.

**Arjuna era el mayor de los cinco Pandavas además de un héroe magnífico en la literatura mítica de la India.

Si nada sucede nos vemos la semana entrante, nos leemos.

 


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