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Todo tiene un precio por Chibi-Chan

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Notas del fanfic:

Los personajes aquí mencionados no son míos (aunque quiera lo contrario) son de Masashi Kishimoto.

 

La historia propiamente dicha, descrita y adaptada por su servidora está basada en otra leyenda de la época colonial, que si no fuera por la Srita. Minerva Ramírez Santana nunca me hubiera enterado de esta historia. El nombre del libro es “Las novias del diablo”, por si quieren leerla. Y no, no es plagio, antes de denunciar (Tal vez) lean y comparen, por favor n3n

Todos saben que las brujas y los hechiceros son malos, que hacen pactos con el demonio, que hechizan y maldicen a quienes odian. Lo que pocos conocen son las razones por las que dichos hombres y mujeres deciden ignorar a lo divino. Puede ser que desde un principio las personas de su pueblo los hayan apartado del resto por alguna deformidad, rareza física, mental o una extrañeza en su conducta. Así pasaba casi siempre durante la cacería de brujas en la época de la Santa Inquisición Inglesa.

 

A decir verdad, los hechiceros en la realidad no son muy agraciados físicamente. Se sabe que algunos brujos engañan a las doncellas inocentes con apariencias falsas. Los brujos no son guapos porque a los hombres con complejo de adonis nunca tienen problemas para conseguir pareja, y por supuesto, nunca son rechazados.

 

Pero el hechicero del que les voy a contar no es un brujo común; este chico podría ser cualquier muchacho de ésos, de los atractivos, de los deseados, de los que reciben invitaciones y regalos, de los que jamás piensan en quedarse solos o amargarse la vida esperando a alguien que los acepte por lo que son. Este chico llevaba por nombre Deidara, un muchacho pobre y muy honrado que dedicaba sus días al trabajo y el bienestar de su familia.

 

Como las virtudes físicas que Deidara poseía eran muy obvias, su abuelo procuraba tenerlo lejos de las miradas maliciosas de los hombres, porque la mayoría de ellos pensaban en Deidara de una manera no tan decente como se pudiera esperar. Siempre le advertía que se cuidara de ellos, que tipos como esos habían sido la desgracia de muchos otros hombres y mujeres jóvenes, tanto de los atractivos y ricos como de los tímidos y cerrados.

 

Las flores y las cartas de amor de varias personas llegaban a frecuencia a la puerta de su casa. Con apenas dieciocho años de edad, el rubio llamaba mucho la atención de los hombres y mujeres de todas clases sociales en New Forest, incluso de los visitantes de los pueblos vecinos. Tenía una cabellera larga, del mismo color que el oro, un mechón le cubría uno de sus hermosos ojos azules, pómulos rosados y esbelta figura. Dicen que sus ojos azules hipnotizaban a quien osaba sostenerle la mirada por más de un minuto, y que su voz era muy hermosa, pues le gustaba mucho cantar.

 

Deidara era atractivo, es cierto, pero también es verdad que era muy pobre. Se cuenta que los franceses pasaron por algunos pueblos como New Forest y Exmouth durante la guerra de los cien años, y eso tuvo como consecuencia varios niños sin padre. Niños rubios, muy lindos, pero también muy pobres. El joven muchacho comenzó a trabajar desde muy pequeño ya que su madre había muerto de disentería*, quedándose al cargo de su abuelo; lavaba ropa en el río y limpiaba algunas de las casas más adineradas del pueblo. Como era de esperarse, la belleza del chico llamó la atención de varios hombres, en especial del único nieto de la millonaria señora Chiyo, Sasori.

 

Ambos chicos se enamoraron; fue imposible para ellos no rendirse ante sus sentimientos y deseos. Sasori sabía desde un principio que no podría hacer una vida junto al rubio, pues las clases sociales aún estaban muy separadas una de la otra. Sin embargo, el pobre muchacho aceptó la propuesta de el pelirrojo, ya que le había prometido tantas cosas con las que él había soñado que no supo de qué manera decirle que no, y mucho menos por ese romance que se había instalado en su corazón como las ramas de un árbol bejuco.

 

Pasado algún tiempo, en una mañana fría y lluviosa, el abuelo de Deidara enfermó, y no hubo doctores ni algún remedio casero que lo ayudaran a sanar, hasta que finalmente murió. Deidara había gastado todos sus ahorros en la salud de su anciano abuelo, no le quedaba ni un centavo para el funeral y los demás gastos. Pensó que su amado era el único que podría ayudarlo a salir de tan terrible pena, así que corrió hasta llegar al portón de la casa de Sasori. Las criadas lo dejaron entrar porque lo conocían, y pensaban que llevaba con él alguna preocupación de interés para su joven amo.

 

Pero de pronto todo cambió: Su fino rostro reflejaba cómo su corazón se rompía al escuchar de boca de la cocinera la noticia del compromiso del pelirrojo con Sakura Haruno, la hija de una familia adinerada de Liverpool.

 

La cocinera. Las sirvientas. Los mayordomos. Todos se regodeaban con la felicidad de su joven amo. Agradeciendo que se casaría con esa bella joven que le podría dar hijos (y de paso aumentar mucho más su fortuna), y no con ese tonto trabajador de campo como lo era Deidara.

 

Sentía cómo le temblaban las piernas a medida que todos reían y celebraban; aun así, Deidara quiso hablar con él, pues daba por seguro que no se trataba de otra cosa más que un cruel y despiadado error. Sasori no quiso ni recibirlo, le mandó un mensaje con una de sus asistentes que decía: "Entre usted y yo no hay ni nunca hubo nada. De hoy en adelante mi familia no requiere más de sus servicios. Se le pagará una cantidad por su tiempo a nuestro servicio."

 

La amable sirvienta le extendió una pequeña bolsa con monedas de oro. A Deidara le pareció la misma cantidad con la que hubiera podido pagar el servicio funerario de su abuelo, pero al ver que la sirvienta reía bajito se sintió humillado y no lo aceptó. Al salir escuchó como las risas de la sirvienta se hacían presentes, aumentando así su tristeza y desdicha.

 

Destrozado, regresó a casa, preparó a su abuelo lo mejor que pudo, se despidió de él y lo enterró en el cementerio detrás de la Iglesia, en el lugar que el párroco del pueblo le asignó más por obligación religiosa que por bondad verdadera. Deidara aprendió que algunas personas podían ser muy crueles. Desde ese momento, comenzó a engendrar rencor y odio hacia los seres humanos.

 

A pesar de las penas que secaban su corazón, su belleza seguía intacta, como si el tiempo no tuviera efecto sobre él.

 

La gente comenzó a hablar. Ya no asistía a la Iglesia, no frecuentaba las librerías a las que solía ir, y pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en su casa en mitad de la oscuridad: Las ventanas siempre estaban cerradas y en las noches con y sin luna no se veía ni una sola vela encendida iluminar el interior de la pequeña casa. Tampoco se le veía por el cementerio para visitar la tumba de su abuelo.

 

El tiempo pasó como las nubes sobre el cielo, secando el atractivo de los jóvenes de la edad del rubio, pero lo más sorprendente era que Deidara seguía sin ningún cambio visible y se veía aún mejor que el chico o chica promedio. Por otro lado, Sakura, quien había dejado su belleza atrás en sus intentos fallidos por darle un hijo a su querido esposo Sasori, lucía verdaderamente avejentada, seca, y por si fuera poco su carácter se había agriado como la leche de vacas asustadas.

 

Después de muchos intentos, Sakura al fin pudo concebir al hijo que tanto anhelaba.

 

Al enterarse de la noticia, el triste ojiazul dejó escapar su última esperanza de poder recuperar a su amado. Pero recordó como le había negado verlo, la humillación que sufrió al quedar sólo como una pequeña "distracción" de sus deberes y cómo había jugado con sus sentimientos, entregándole nada a cambio de su cuerpo y corazón; recordó la hipocresía del párroco al darle un espacio en el cementerio por mera lástima, los odió más que nunca. Ahora ya conocía las razones que llevan a los hombres y mujeres a pactar con el Señor de las Tinieblas: La venganza. Hasta ese día Deidara tuvo el valor de regresar a visitar la tumba de su abuelo para pedirle perdón por lo que iba a hacer.

 

Cada noche encendía velas negras y rojas en mitad de su casa, rezando bajito porque el Señor de la Oscuridad se hiciera presente. Cada noche por más de tres meses hizo lo mismo sin descanso alguno. Pero un buen día, mientras contemplaba la luna bañada en un tono plata, una figura por demás intimidante apareció entre la oscuridad.

 

-¿Eres quién creo?-Preguntó sin mirarle.

 

-¿Quién crees que soy?-Respondió la profunda y lúgubre voz.

 

-El ser que he estado llamando hace ya un largo tiempo. El demonio. El Señor de las Tinieblas.-Dijo el rubio mirando a ese ser de la oscuridad.

 

Temblaba un poco pero eso no le impidió lograr sostenerle la mirada. Era lo único que podía ver. Sus sorprendentes ojos rojos eran lo único que relucía entre las sombras.

 

-Esos nombres son demasiado antiguos.-

 

Comenzó a caminar, haciendo que Deidara se pusiera más nervioso, además de que su tono de voz no era muy relajante que digamos, porque le dejaba la piel de gallina. Su figura se empezó a mostrar gracias a la luz de luna que entraba por la ventana.

 

-Soy Itachi.-

 

El rubio no se lo esperaba, pero Itachi (como se hacía llamar) tenía una apariencia humana. Cabello negro tan largo como el suyo, piel blanca, cautivador, de buen cuerpo y sobre todo... tenía un aura alrededor de él que parecía más bien una capa de misterio y seriedad. Además de que lo miraba como a un ser muy inferior.

 

-¿Y tú eres?-Preguntó de la manera más elegante posible.

 

El ojiazul titubeó pero terminó por decirlo en un susurro.

 

-Entonces, Deidara, ¿para qué me has traído a este mundo? Tengo una vida algo ocupada y mi tiempo es valioso.-Dijo mirando un reloj de bolsillo había aparecido en su mano desapareció entre una pequeña llama de fuego.-Aunque no importa en realidad, soy inmortal.-

 

Itachi pudo ver la duda en los ojos de Deidara. Era una mirada algo extraña, como si no supiera qué hacer después de haberlo invocado en la Tierra. Ante él, Deidara no era más que otro chico inmaduro deseando tener poder.

 

-Quieres venganza ¿No? Quieres devolverle todas tus penas y desgracias a... ¿cómo se llamaba? ¿Sasori?-

 

Deidara no hizo más que mirarlo incrédulo. ¡¿Pero que esperaba?! Era el diablo en persona. No se podía esperar menos.

 

-¿Te hice recordar algo que no querías? ¡Oh! ¡No sabes cuánto lo siento!-Decía con un tono de sarcasmo marcado.

 

Por cada mueca de molestia que reflejaba el rostro de Deidara, Itachi ampliaba su sonrisa. Le gustaba ser cruel con las personas, sin excepción. No le importaba que fueran hombre, mujeres o niños. Tampoco las clases sociales eran un impedimento para causar desdicha a cualquiera que él quisiera molestar.

 

-Sólo quiero que sufra. Que se amargue tanto que ni siquiera él se pueda soportar. Y que pague en carne viva por lo que yo pasé cuando me rechazó.-Dijo decidido.

 

Al moreno no le desagrado ésta actitud, por el contrario, estaba más que satisfecho con su comportamiento. Sabía que ese chico podía llegar a ser un gran hechicero, si se le daban las instrucciones correctas y que él siguiera por el camino de rencor y amargura que iba recorriendo hasta ahora, pues era más que razonable. Daba gracias al averno que su viaje no había sido en vano.

 

-Quiero hacer un pacto contigo. No podría hacerlo solo.-Contempló la luna como si fuera la última vez que la vería en su vida.

 

Sabía que a raíz de ese convenio (que de antemano sabía que estaba mal en hacerlo, pero no le importaba en lo absoluto) todo serían sombras, oscuridad, lágrimas y penumbra por el resto de su vida.

 

-¿En serio quieres hacer un trato? ¿Conmigo? ¿El Rey del Abismo?-Preguntó con cinismo, sabiendo que la respuesta era evidente.

 

-Por eso te llamé. Él me rompió el corazón. No hay otra manera de poder verlo retorcerse en su propia inmundicia.-

 

-Entonces te daré los poderes más grandes que cualquier brujo o bruja con experiencia desearía tener. Pero siempre pido algo a cambio, tratándose de brujas y hechiceros nuevos.-

 

Una sonrisa perversa había salido a relucir en el rostro del moreno demonio. Su mayor y más practicado pasatiempo era aprovecharse de las debilidades de sus seguidores y sacarle partido de una manera u otra. 

 

-¿Qué quieres?-Preguntó mirándolo de manera algo endeble.

 

-Tu cuerpo y alma.-Dijo como si nada.

 

La seriedad del pobre rubio casi se desvanecía, pero no podía demostrar debilidad. No al menos durante una negociación.

 

-¿Qué quieres decir con que quieres mi alma y cuerpo?-Preguntó dudoso, pero el mayor le respondió de la manera más clara posible.

 

-Simplemente, quiero poseerte en todos los sentidos que te puedas imaginar.-

 

Todos sabemos que un acto tiene consecuencias, ahora Deidara estaba por asumir las consecuencias de hacer un trato con el ser más malvado bajo la tierra.

 

Por el tiempo en que Deidara tardaba en responder Itachi dijo algo que picaría un poco su orgullo y así tener asegurado el convenio.

 

-¿Eh? Veo que no te decides. Que lastima.-Se encogió de hombros, dándole la espalda al rubio.-Y yo que pensé que no estaba tratando con un niño.-

 

-¡Espera!-Gritó captando la atención del mayor, que parecía tener ganas de irse ya.- ¿Si acepto... qué harás?-Preguntó con algo de miedo a lo que pudiera pasar.

 

Itachi se acercó a Deidara, que en esos momentos estaba de rodillas sobre el suelo (tratando de no hacer contacto visual por alguna razón), puso sus dedos en su barbilla, levantando el rostro del rubio con tal delicadeza que hasta él mismo se sorprendió.

 

-Si aceptas ten por seguro que no harás algo sin que yo lo diga. No comerás nada si yo no quiero que comas. Dormirás sólo cuando se me dé la gana y, por supuesto, te entregarás a mí cuando yo lo desee. Y nunca vas a contradecirme. Un pequeño sacrificio comparado con tu preciado objetivo ¿no crees?-

 

A esa distancia tan corta, Itachi comprobó que los rumores sobre el blondo eran ciertos. Le había sostenido la mirada por más de dos minutos y ya se sentía atrapado por esos orbes de zafiro. Curioso, llegar hasta dominar al mismo demonio con una sola mirada y por accidente.

 

-Pero tengo que advertirte que, si aceptas, ya no podrás ir a la Iglesia, tu conducta no será la misma y puede que haya uno que otro efecto secundario: Tales como alucinaciones o fiebre, pero eso siempre son los primeros días, nada fuera de lo común. Igualmente, a cambio recibirás los poderes que yo te daré. Es lo más sencillo que pudieras hacer en tu vida. Agregando a todo eso que no podrás ir al cielo, y te quedarás vagando por el infierno cuando mueras.-

 

-¿Cómo sé que no estás mintiendo?-

 

El moreno se extrañó ante tal pregunta y luego explotó a carcajadas, unas muy perturbadoras. Deidara temía que sus vecinos lo escucharan ¿pero quién va a hacer caso a algo así a las dos de la mañana?

 

 -No puedo creerlo. De verdad eres un novato.-Se mofó en la cara del ojiazul, haciendo que aumentara más su irritación.-Puedes creer en mí o no. Es tu decisión a fin de cuentas. ¿Qué dices? ¿Te arriesgas?-Extendió su mano para que el rubio se pusiera de pie.

 

-Acepto.-Dijo tomando la mano del demonio.

 

Al levantarse del frío suelo de madera, y teniendo aún sujetada la mano de Itachi entre una de las suyas, sintió una gran corriente eléctrica recorrer su cuerpo. Eso causó que cayera rotundamente de rodillas al piso, mientras se apretaba el abdomen con fuerza. Parecía como si algo dentro de él quisiera salir pero no lo hacía. Esa cosa le quemaba la garganta, el estómago, los brazos, la cabeza, todo cerca de esa zona le quemaba como nunca en su vida creyó que sentiría, añadiendo el dolor de esa molesta corriente eléctrica.

 

Miró a Itachi, que por algún motivo, estaba sentado en una silla cerca de él. Estaba sonriendo placenteramente, disfrutando del espectáculo, al parecer.

 

Deidara no pudo evitarlo y terminó por tirarse en el suelo. No podía hacer más que reprimir unos grandes y necesitados gritos de dolor, al tiempo que sus lágrimas no dejaban de correr por sus ojos, cayendo hasta el piso donde se perdían sin remedio. Parecía que esa tortura no iba a acabar, cuando de pronto, simplemente, dejó de dolerle el cuerpo. No le dolía la cabeza o la garganta. Fue como si no hubiera pasado nada. Pero un nuevo dolor lo atacó como una serpiente a un ave indefensa. Su antebrazo izquierdo quemaba y punzaba como loco. De pronto, unas marcas aparecieron en él, tomando la forma de un largo brazalete hecho de espinas. Quemaban, y no parecía del tipo de marcas que deja cualquier cosa en la piel, sino, más bien, una cicatriz; una cicatriz provocada por quemaduras muy graves.

 

-Levántate.-Ordenó Itachi.

 

De alguna forma u otra, esa demostración de dolor le había agradado bastante al pelinegro. Sería muy poco decir que Deidara logró que se excitara. Estaba un poco ansioso, pero no olvidaba como debía de comportarse en público.

 

-¿Qué... qué es... esto?-Preguntó hiperventilando, debilitado por el dolor en su brazo y por el molesto fantasma de dolor que había dejado el "fuego" que le quemaba por dentro, apenas sosteniéndose de la pequeña mesa de madera a un lado suyo.

 

-Es tu "nueva fuente de poder". Puedes pasarlo por una cicatriz pero de ahí provendrán tus poderes. Puedes usarlos como quieras, claro está.-

 

Mientras hablaba, Deidara no se daba cuenta que él hombre de piel blanquecina se acercaba a él y lo aprisionaba cada vez más contra un rincón de la casa.

 

-Pero no hablemos de eso ahora.-Cuando el ojiazul se dio cuenta de la situación en la que estaba ya era demasiado tarde.-Es hora de cumplir con tu parte del trato.-

 

El moreno había tomado las manos de Deidara, alejándolas de éste y sujetándolas sobre su cabeza. Aprovechando que no podía mover su cuerpo, el hombre de ojos rubí comenzó a pasar su lengua por el cuello del blondo.

 

No lo quería admitir, pero la manera tan calmada con que la lengua de Itachi recorría su piel era muy sugestiva. Notó que comenzaba a retorcerse, por lo que empezó a forcejear.

 

Para incitar al rubio y que no se resistiera más, el pelinegro colocó su pierna entre las de Deidara. Le encantó escuchar los primeros gemidos que salían de la boca del rubio cuando frotaba con su rodilla la entrepierna del blondo.

 

-E... espera.-Dijo con dificultad, tratando de que con esa palabra no se escapara un gemido traicionero.-No sé si pueda hacerlo.-

 

Respiraba algo rápido y sus mejillas estaban más rojas que de costumbre.

 

-No...n-no sé si pueda hacerlo.-Repitió bajando la cabeza apenado.

 

No quería mirarle a la cara, con tan sólo el roce entre ambos cuerpos se le hacía raro e incluso insólito. El mayor sólo bufó. No habían pasado ni veinte minutos cuando Deidara ya había olvidado las condiciones del contrato. Pero nada como un buen polvo para refrescar la memoria, ya sea con gentileza o a la fuerza. Personalmente, el moreno prefería la segunda opción.

 

-Yo creo que sí lo harás. ¿Crees que no sé sobre los días en que ibas a la casa de Sasori y te quedabas ahí, y no precisamente a dormir?-Tenía fuertemente agarradas las muñecas del rubio entre sus manos, a la altura de su pecho, haciendo presión sobre ellas porque Deidara no le sostenía la mirada.

 

-¡Lo haces parecer como si yo fuera cualquier zorra barata!-Gritó, no por el dolor en sus muñecas, sino porque no le gustaba que lo compararan con algo así.

 

-¿Y no lo eres?-

 

Esa fue la gota que derramó el vaso. Para todo hay límites e Itachi se había pasado por mucho. Con toda la fuerza y rapidez que pudo reunir, Deidara golpeó a Itachi en el rostro, logrando que se alejara sólo un par de centímetros.

 

-¿Qué fue eso?-Preguntó tranquilo. Ese golpe no le había dolido en lo absoluto.- ¿Te han dicho que pegas como niña?-

 

-No me...importa.-Dijo casi al borde del llanto, apoyándose sobre sus rodillas.-No me... importa para nada lo que piensen de mí.-

 

Itachi suspiró, sí que era difícil de tratar su nuevo subordinado.-

 

-Eres completamente extraño.-Comentó atrayendo la atención del menor.-Te entregaste a un hombre que luego te dejó botado como cualquier basura insignificante, pero en cambio, yo te doy lo que has estado deseando, y aun así no quieres cumplir mis demandas. ¿Qué no te acuerdas de " nunca vas a contradecirme"?-

 

-Sé que estoy faltando a lo estipulado, pero no puedo hacerlo.-Había puesto su propio límite de espacio personal.

 

No dejaba que Itachi se acercara, poniendo sus brazos sobre el pecho del mayor, una distancia entre 50 a 55 centímetros.

 

Suspiró otra vez, ahora venía lo divertido.

 

-Entonces lo haremos a mi manera.-Dijo sonriendo con malicia.

 

El ojiazul miró al demonio a los ojos. A diferencia de antes, sus ojos ahora brillaban como las llamas del mismísimo infierno.

 

En menos de lo que se esperaba, ya estaba tirado sobre el suelo. No sintió el dolor de la caída sobre su espalda hasta que miró a Itachi encima de él. Aprisionándolo entre su cuerpo y el suelo.

 

-¿Qué crees, Deidara? Vas a saber qué les pasa a las personas que osan contradecirme, y sobre todo... siendo principiantes.-

 

Los ojos del rubio se abrieron súbitamente. El moreno estaba metiendo una mano por debajo de sus ropas, cosa que el rubio no podía impedir; porque tenía su mano faltante sosteniendo fuertemente sus muñecas por encima de su cabeza. En un instante unas enredaderas espinosas y oscuras salían del piso, enredándose y sujetado las manos, muñecas y tobillos de Deidara.

 

Con cada roce que tenían ambos cuerpos entre sí, Deidara levantaba instintivamente un poco sus caderas.

 

Todo era tan perturbador. Parecía como si estuviera atrapado en algún tipo de sueño húmedo. ¿Para qué ocultar que le gustaba?

 

Itachi rasgó su camisa en un descuido, proporcionándole la gran vista del sometido rubio debajo de él. Comenzó a tocarlo suavemente. Pasó sus manos por el abdomen del chico, sintiendo cada centímetro de piel, subiendo gradualmente hasta alcanzar sus pezones. Sonrió apoyando su cabeza en el níveo pecho.

 

-Es curioso. ¿Cómo es que tienes una piel tan sensible siendo un chico?-

 

Deidara iba a protestar al escuchar eso, pero al sentir un dolor proveniente de su pecho sólo pudo dar un pequeño respingo.

 

Al levantar un poco la cabeza pudo ver como Itachi succionaba, besaba y lamía sus pezones, a la vez que los mordía, provocando que saliera un poco de sangre de las heridas.

 

Al mirar a Deidara, Itachi tenía algo de sangre en su boca, como si hubiera bebido algo de ese líquido rojizo. Levantó una de las manos del rubio, hasta la altura de su boca, y empezó a pasar su lengua desde la muñeca hasta la punta de los dedos.

 

Sin darle más vueltas al asunto, el moreno arrancó la prenda que quedaba sobre el rubio, dejándole ver su sexo muy despierto.

 

-Veo que te está agradando, principiante.-Dijo en un susurro al oído del ojiazul.

 

Éste sólo se estremeció por el tibio aliento del mayor. Sentía como sus labios recorrían su cuello, para después sentir un espeso y cálido líquido recorrer su hombro izquierdo, seguido de un dolor provocado por una mordida profunda.

 

-¡¿Qué se supone que haces?!-Quiso mover su brazo pero le resultaba doloroso porque los colmillos del moreno se encontraban dentro de su piel.

 

El moreno no dijo nada, sólo se limitó a seguir degustando de tan exquisito líquido. Le resultaba un sabor diferente de la sangre habitual, y al mismo tiempo con un dulce sabor a miel.

 

-Nunca había probado una sangre igual.-Dijo algo intrigado, poniéndose en una posición más cómoda para lo que venía.

 

Deidara apenas si se podía mover. Esa última mordida lo había dejado paralizado por el dolor, sólo podía observar y emitir uno que otro sonido leve. Respiraba con algo de dificultas y el miedo a que algo "realmente malo" pudiera pasar invadía sus pensamientos, pero seguía con la misma perseverancia con la que juntó las fuerzas para invocar a ese demonio.

 

De pronto, el moreno sacó su miembro, dejando ver que era bastante grande y erecto. Al verlo, el rubio quiso gritar, pero no podía, la agonía y el dolor era bastante. Itachi posicionó la punta de su sexo en la pequeña entrada den rubio, y sin que Deidara lo esperaba, dio una estocada profunda y decisiva. El ojiazul soltó varias lágrimas, dolorosas y pesadas, el dolor era inmenso. El ojicarmín entraba y salía de su cuerpo, cada vez que lo hacía, lograba sacar cantidades grandes de sangre de su entrada.

 

-Se nota que nunca te han cogido así.-Dijo el mayor con una sonrisa burlona, aprovechando la sangre como un lubricante natural.- Pareces virgen, novato.

El rubio no estaba en posición de decir algo, ni siquiera de hablar, pues el dolor evitaba que pudiera hacerlo.

 

Itachi seguía dando vigorosas estocadas, y en un momento, cuando pensó que Deidara se correría, sostuve el miembro del menor entre sus manos, tapándolo con un dedo.

 

-Espero que estés preparado para sentir más dolor.-Su sonrisa siniestra se ensanchó más, a un nivel al que ningún humano podría aspirar a sonreír.

 

Deidara ya estaba en su punto, necesitaba sacarlo, necesitaba correrse, pero el dedo del mayor lo retenía, proporcionándole cantidades descomunales de un insufrible dolor.

 

Al poco tiempo, Itachi hizo lo propio, y se vino dentro del cuerpo del chico. Al salir, el líquido espeso se había vuelto una mezcla rosácea de semen y sangre. Al final quitó el dedo, pero ya era muy tarde, nada salió y Deidara tenía un serio dolor en su sexo.

 

-Disfrútalo, novato.- Dijo retirándose a las sombras en una risa perversa y profunda.

 

Tirado sobre el suelo, con un dolor en su entrada sangrante y en su miembro, Deidara no pudo ni levantarse. Sentía la cadera rota además de que las espinas no habían desaparecido.

 

Poco a poco comenzó a descubrir un escozor intenso en su entrada, la esencia de Itachi le quemaba por dentro. Las enredaderas desaparecieron de poco a poco, y cuando creyó que el dolor llegaba a un punto imposible de soportar, su cuerpo no dio para más y se desmayó sobre el piso.

 

 

 

 

No podía ver nada, sus ojos estaban sumergidos en una total oscuridad, no sentía su cuerpo para después de unos cuántos minutos. Su boca tenía un sabor metálico, su entrada ya no dolía. Escuchaba una voz a la distancia pero no podía distinguirla. Parecía como si esa voz proviniera del fondo de un lago. Sus oídos zumbaban, pero la voz era cada vez más audible.

 

-ii-han.-Dijo la voz que no reconocía.

 

Sintió unas sacudidas repentinas sobre él. Su cuerpo se movía pero no alcanzaba a sentirlo.

 

-De...da.a...ii…an.- Sus ojos, por más esfuerzo que hacía, no lograban abrirse, hasta que la persona dueña de la voz le tomó la espalda con un brazo y lo pudo sentar.

 

Deidara gritó al sentir el contacto de su pelvis con el piso. La persona que sostenía su espalda se asustó, casi lo tira al piso, pero lo sostuvo con firmeza.

 

-Deidara nii-chan.-La voz que escuchaba era la de una mujer joven.

 

-Vol… téame, por-por favor.- Deidara se consumía en el dolor que su pelvis le provocaba.

 

La chica hizo lo que se le indicó, lo acostó de lado y tomó una manta para ponérselo de almohada.

 

Una vez suprimido el dolor, Deidara pudo finalmente abrir sus ojos.

 

-¿Te encuentras bien, Deidara nii?- La chica frente a él tenía unos hermosos ojos verdes, cabello rubio y largo.

 

-¿Qué haces aquí, Ino?- Preguntó el ojiazul, pues le era bastante raro tener visitas desde hace meses.

 

-Perdóname, pasaba cerca de aquí, la puerta estaba abierta y te vi desmayado.-Respondió ella.- ¿Cómo pasó? Pudo haberte hipotermia o tuberculosis, estás desnu…-

 

Al darse cuenta de la situación, la muchacha volteó hacia la cama, donde estaba una manta y la puso sobre el cuerpo de Deidara.

 

-Desnudo.- Dijo bajando la mirada sonrojada.

 

-Lo siento, no había planeado esto.-Comentó recordando lo de la noche anterior.

 

-Te ayudo a levantarte.-

 

Ino tomó por los hombros al rubio, éste a duras penas podía mantenerse de pie, así que primero acercó varios objetos, tales como sillas, incluso tomó la escoba a modo de bastón y lo recostó sobre su cama, cubriéndolo con una manta pequeña.

 

-¿Te encuentras bien?-

 

-Claro, sólo necesito descansar un poco, no me encuentro muy bien.- Contestó él tallando su rostro contra la manta.

 

Ino miró alrededor. Todo estaba hecho un asco, había marcas en el suelo de arañazos, había velas derretidas por completo sobre algunos estantes y Deidara no se encontraba en las más óptimas condiciones.

 

Un movimiento ligero entre las sombras de la pequeña casa atrajo su atención, no podía verlo con claridad, así que esforzó un poco más la vista para distinguirlo.

 

-No sabía que tenías un perro.- Mencionó al ver con claridad lo que se encontraba entre las sombras.

 

Asombrado del comentario, el rubio levantó la mirada, encontrándose con un gran groenendael caminando hacia ellos.

 

Su pelaje era negro y espeso. Un perro lo bastante grande como para matar a una persona. Su pelaje estaba peinado a la perfección, era brillante y oscuro. Sus ojos no poseían brillo alguno, mas se notaba la ira emanando de ellos.

 

El perro comenzó a gruñir de una forma en que ningún otro perro había ladrado. Sólo en las pesadillas de las personas más enfermas podría escucharse un gruñido tan espeluznante y grotesco como el de ese perro, que más que eso parecía un demonio.

 

Sus bravos gruñidos se convirtieron en ladridos feroces que asustaban por demás a la chica rubia, casi haciéndola gritar.

 

-S-sabes, Onii…onii-chan, creo que mejor te dejo descansar.-

 

Ino salió de la casa, pegándose a la pared para evitar al perro, pero éste seguía ladrando como si ella fuera la persona más indeseable de la tierra. Sin más, cuando encontró la salida, la rubia salió corriendo lo más pronto posible.

 

El perro miró a Deidara de la misma forma en la que veía a la rubia. Naturalmente se asustó demasiado, dejando a ver una expresión por demás frágil y temerosa.

El canino comenzó a reír a carcajadas, sonoras y guturales carcajadas, provocando que el rubio se asustara aún más, nunca se esperó escuchar a un perro reírse de la forma en la que ese lo hacía.

 

-¡Así me gusta, chiquillo!-Gritó el perro entre carcajadas.- ¡El temor es el mayor respeto que puedo tener!-

 

-¡No me jodas!- Gritó el rubio.

 

-Lo hice anoche.- Dijo calmado y con una sonrisa sobre su rostro.

 

El rubio se quedó sin palabras. Había llegado al final de su paciencia en menos de un día.

 

-¡Vete al infierno!-Gritó el ojiazul.

 

El animal dio un salto grande, cayendo sobre la cama, casi sobre las piernas de Deidara. Éste agradecía que no le hubiera caído sobre sus piernas, pues por el peso que ejercía sobre la cama no dudaba que ese mismo peso le hubiera roto las piernas. Un zarpazo alcanzó la mejilla del rubio, una herida se había quedado en la piel de Deidara. A primera vista parecía un rasguño pequeño, pero poco a poco se fue extendiendo hasta que sobre la cama cayeron gotas pesadas de sangre, y con ella un pedazo de carne que antes estaba adherido a la piel del ojiazul.

 

Había un gran hueco en su cara, sus dientes podían verse desde el exterior de la lesión. No pudo evitarlo y empezó a gritar de manera incontrolable, no podía creer que había perdido tanta cantidad de carne y sangre al mismo tiempo. Pensaba que iba a morir.

 

-¡Volveré al infierno cuando me lleve tu alma conmigo! Eres un subordinado, no mi igual. Si vuelves a hablarme de esa manera te quito tus poderes y nos vamos al infierno, ¡¿Escuchaste?!-

 

Deidara no atinó a más que tomarse la mejilla sangrante. Con lágrimas en los ojos y un fuerte dolor sólo pudo asentir con la cabeza. Debía ser obediente, acatar las reglas para cumplir su objetivo sin respingar.

 

- Considéralo si es que quieres jugar sin reglas, yo me sé todos los trucos, peón.-

 

El perro salió de la pequeña casa, con destino desconocido para Deidara. Esperó a que desapareciera, trató de levantarse pero su cadera aún dolía bastante. Alcanzó a ver algo sobre la mesa, eran un par de trapos viejos que tenía, pero estaban limpios. Estiró su mano, llamándolos. Sólo se movieron un poco, a duras penas cayeron de la mesa. Deidara tuvo que arrastrarse, sangrando y a punto de desmayarse, al final los alcanzó y los ató a su rostro, tratando de parar el sangrado. Dolía, dolía más de lo que pudiera soportar. No supo cómo llegó a su cama pero así lo hizo, se quería morir, morir de una vez, ¿qué iba a hacer con el rostro así?

 

Eso dejaría una gran cicatriz, ya no sería hermoso, sería un chico normal y corriente.

 

Lágrimas pesadas recorrían sus mejillas, mojando los trapos viejos y escociendo aún más su herida sangrante. Lloraba de rabia y dolor. Sin poder soportar mucho y debido a la hemorragia, perdió la conciencia.

Notas finales:

Disentería*: La disentería es una enfermedad infecciosa asociada a dolor abdominal, fiebre, cianosis peri bucal, diarrea, e inflamación y ulceración de la boca. Además de esto, la disentería por shigella o disentería bacilar puede dar signos meníngeos que son confundidos con una meningoencefalitis: ésta era la causante de epidemias en los barcos en la antigüedad; asimismo en las grandes guerras, en ocasiones era la causante de más muertes que las que causaba la guerra en sí.

 

Hola, chic@s lind@s. ¿Cómo andan? Yo muy bien, y alegre por estrenar fic. ¿Qué les pareció? ¿Tétrico, raro, fuera de los estándares de normalidad? Me divertí mucho al hacer éste primer capítulo, aunque debo admitir que mis dedos me daban miedo, escribían sin parar y al final, cuando lo leí, casi me daba un infarto. ¿Cómo pueden llegar a ser tan malas las personas? No lo sé. Bueno, hora de irse. Hasta la próxima. n_n


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