Al salir, el sol se recuesta sobre su espalda mientras sus manos se agitan cuando mira hacia los mosaicos de cristal. Ojos dulces devuelven la despedida y un ¡hasta luego, nos vemos! en labios callados, atraviesa sus pupilas adormiladas. Parándose en la esquina llena de árboles y flores azules, espera para subir al autobús que le lleve directamente a su trabajo; la entrada es a las 10 am, un café helado es su único desayuno.
Es así como Sehun empieza su verdadero día a día.
Es todo tan normal, tan desconsoladamente normal; luces que no brillan, blanco palideciendo, y un negro aún más negro.
Pero Sehun, realmente es exigente a la vida; solo que no lo grita, lo esconde. Un secreto tan profundo, aparentemente muerto; tan solo deseando. Deseando que Jongin vuelva a ser el mismo de antes, con esa sonrisa tan distintiva de su ser, similar a las noches de fulgor gozoso y lunas de terciopelo, con esa gentileza extrema y compañía incondicional.
¿Cuándo ocurrió? Sehun no lo sabe; y en realidad no quiso saberlo. Cerrar sus ojos y vivir en la mentira hubiese sido el más preciado de los regalos. Debió, quizá, haber aceptado la invitación de Luhan al bar, y de esa manera vivir por siempre en lo utópico de la blanca felicidad. Eso, eso que se negó a saber, que ni siquiera pensó un día en saber, y que ¡maldita sea! Lo sabe. Y es que es tan extraño, lo es demasiado.
Sucedió una noche, justo después del trabajo y haber terminado sus labores. Las luces fueron apagándose, los trabajadores se retiraban, quejándose por lo repugnantes que sus vidas eran; otros, en cambio, festejaban asensos no correspondidos. La voz de Luhan susurrándole al oído, entre coqueto y disimulado, y él negándose, diciendo que su pareja lo esperaba para cenar.
La noche se acrecentaba y nubes grises ocultaron cada mínima parte de luz de las estrellas, lluvia empezó a caer, brotes inclementes, sin piedad hacia nadie. El autobús partió, Sehun con él. Pasaron varios minutos, casi dos horas antes de llegar a su destino; el tráfico de siempre, más del habitual, y un par de desvíos a su trayecto impidiéndole llegar a la hora acordada. Llegando al portón de su casa, y luego de abrir, un par de velas con aroma a rosas adornaban la mesa, comida intacta y vino regado al piso también le esperaban.
De pronto, gemidos y lamentos nacieron en la habitación de él y su amado. Sehun no quería saberlo, no quería saber más de lo que ya sabía. Su mente intentaba engañarle, incitándole a abandonar el lugar; pero no la escuchó, no pudo simplemente marcharse y vivir a oscuras de una dulce mentira. Sus pies le guiaron torpemente al lugar, y su corazón latió como si quisiese escapar y dejarle a solas, en la muerte nada más. Sus ojos se abrieron horrorizados y calló el grito a punto de ser expulsado.
Un cuerpo sin vida, torturado en minutos, y parcialmente despedazado en solo unas horas, se encontraba sobre su cama, con Jongin arriba de éste, gritando desquiciado, gritándole al cuerpo que Sehun era de él, solo de él y nadie más. Sehun lo recordó entonces, el momento que su vecino le saludó y Jongin forzadamente le sonrió. Recordó más allá, sus dos amigos, quienes enamorados estuvieron de él y poco después fueron encontrados muertos, una muerte tan similar a la del chico que dejó de gritar hace poco; recordó a 3 chicas que entusiasmadas le confesaron su amor, y que desparecieron al poco tiempo, siendo encontrados restos de sus cuerpos, sanguinariamente descuartizadas y emanando olores nauseabundos.
Sehun no quería saber más de lo que nunca quiso saber, pero lo supo entonces. Y Luhan, ¿qué pasaría con él? ¿Qué pasaría con Sehun al haberlo descubierto? Sehun no quiso saberlo, por eso, mintió. Aunque no debió hacerlo.
Pero el psiquiátrico es el mejor lugar para Jongin y su amor enfermo. Y Sehun debe de mentirle, mentirse; sabiendo que duerme en brazos de quien no ama, extrañando el aroma y las sonrisas cálidas de su Jongin.
Sehun simplemente, desearía no saber nada, y que al beber café helado no le recordase a Jongin, su amor adictivamente prohibido.