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Never let me go por kyuketsuki chan

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Todos los personajes reconocidos públicamente son propiedad de sus respectivos dueños. Los personajes originales e historias son propiedad de cada autor. No se está lucrando con este trabajo ni se pretende infringir los derechos de autor.

Notas del capitulo:

Lumos,

Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.

Un pequeño OS, inspirado en la canción de NEVER LET ME GO de FLORENCE + THE MACHINE. Y en una frase de mi libro favorito TOKIO BLUES de HARUKI MURAKAMI.

Sin más, a leer

Descanso.

Esa era la única palabra en la cual podía pensar.

Suficiente.

Había tenido suficiente de todo, ya estaba harto.

Esos eran los pensamiento que tenía Severus mientras caminaba por las calles vacías de Londres muggle sin un rumbo fijo.

Era una tarde de invierno, y estaba haciendo un frío infernal, cada vez que resoplaba el vaho aparecía como pequeñas circunferencias. Rodaba los ojos por centésima, tal vez milésima vez en lo que llevaba de trayecto.

—Maldito frío —se quejó una vez más.

Siguió su trayecto. Si en algún momento hubiese fijado la mirada en otro punto, se hubiera dado cuenta del paisaje que se abría paso ante él, pero no, él seguía mirando a la nada, enfurruñado y harto de todo lo que le rodeaba e incluso de todo lo que él era.

A su lado derecho se habría paso la hermosa vista de un majestuoso Big Ben que, si tan solo hubiera prestado un poco de atención, hubiera quedado anonadado ante aquel hermoso espectáculo que le ofrecía ese lugar, pero no. Lo único que pensaba era en huir de aquel lugar; lo único que quería era huir de todo, de todo lo que le recordara a él…

Sí, a él, ya hace unos años perdido por una loca que lo único que tenía en su cerebro era poder. Caminó hasta llegar al Caldero Chorreante, donde desapercibido llegó al lugar que lo llevaba a su “hogar”.

–No hay hogar si él ya no está- pensó con amargura y siguió, siguió sin nada que lo detuviera ya; cada paso era un tormento para él, pero se había propuesto llegar ahí, aunque le doliera en el alma.

—Severus —le llamó una voz conocida, bufó y se detuvo, pero no encaró al hombre—… Severus, yo… yo de verdad siento todo esto —dijo aquel hombre.

—Da igual, sabes —respondió secamente, y quiso seguir, pero el otro fue más rápido y lo detuvo por la manga de su túnica, Severus gruñó, pero no volteó.

—En ese momento ella apareció y fue más rápida que yo —dijo lastimeramente—, de verdad, si yo la hubiese visto antes, de verdad, tienes que creerme…

—Da igual, he dicho —cortó la perorata que ya hasta el colmo lo tenía, deseo seguir, deseo tener esa fuerza de antes para poder seguir su trayecto sin problema alguno. Pero no podía, ya no podría, no estaba ya su fuerza, se había desvanecido, justo como él.

—Como digas —al final respondió quien lo detenía—, quiero que sepas que cuentas conmigo, no importa que, ¿recuerdas? —preguntó esperanzado.

—Malfoy, lo único que deseo en estos momentos es que te pierdas de mi vista, de mi camino, como sea, pero no quiero la lástima de nadie, y mucho menos la tuya —recobró su fuerza y se soltó del agarre, limpio su manga y aclaró su garganta—, con permiso.

—Sé que vas allá —le gritó Lucius.

— ¿Y qué si lo hago? Nada de lo que haga es asunto tuyo —respondió ya sacado de sus casillas.

—Ya no lo encontrarás. Se ha acabado, entiende —dijo ya desesperado Lucius.

—Y lo dice quien ni siquiera ha superado la pérdida de su amante —dijo encarándose a su amigo. El peli-plata flaqueó por unos instantes, ya no supo cómo responder ante eso, sabía que era cierto, que jamás lo superaría, que su amante ya no estaba, había desaparecido, justo como lo había hecho el amante de su amigo.

Recompuso su gesto, y su máscara impenetrable había vuelto a aparecer. —Lo mío fue diferente, ni siquiera pienses en compararlo.

—No es distinto, todo es igual, yo siempre te apoyé, hasta te ayudé a buscar y probar mil y un hechizos, mil y una pociones con tal de regresarlo. No funcionó, nada funcionó… —dijo ya exaltado.

— ¿Y qué te hace creer que lo que tú haces, lo hará? —respondió con amargura Malfoy, dio media vuelta y antes de partir dijo secamente—. Piensa en ello. —y se retiró con paso firme. Snape quedó anonadado, sabía que su amigo tenía razón, todo esto en medio de una guerra, todo esto en medio de algo que podría acabar bien o mal no importara que, el jamás podría regresarlo a su mundo, aun cuando llegó a creer que quizá habría algo de esperanza.

***

El manto estaba inquieto, consciente de que una de las almas lo había abandonado una vez más mientras fuera de noche. Ahí, sentado cerca de aquel manto se encontraba un hombre se cabello ondulado, piel ahora pálida, pero conservando esa vivacidad en sus hermosos ojos celestes.

Decidió caminar, ya no aguantaba, estaba desesperado, sabía que pronto amanecería, que quedaban pocas horas antes de que él regresara a ese lugar, lugar, de donde ya no podría salir. Pensó una y mil maneras para decirle a Severus esa palabra que era difícil en todo momento; más difícil que un “te quiero” e inclusive más que un “te amo”, puesto que estas podían aparecer y desaparecer fácilmente cuando se necesitaban, cuando ya no se podían guardar más. Pero esta palabra ya no esta era tan complicada, muy dolorosa.

Tarareó, y silbó con impaciencia; hasta que escuchó la puerta abrirse, y ahí vio a su amante, a la persona que jamás dejaría de amar aun ya no estando físicamente. Snape corrió a su encuentro, corrió como si su vida dependiera de ello y sólo de ello.

Quisieron abrazarse, sentirse mutuamente, pero el alma de Sirius lo había traspasado como muchas otras veces. Se sentaron y un silencio lúgubre se hizo en el salón. Sirius era consciente de que Severus se había deprimido una vez más. Pero cómo asegurarle que todo estaría bien, si era todo lo contrario. Se sintió mal, ya nada quedaba por hacer.

Él sabía que lo que le llegase a pedir lo haría sin siquiera rechistar, pero también a conciencia de que si le pedía esto último lo destrozaría más que cualquier otra cosa. Sintió la desesperación a flor de piel; ya ni siquiera quedaba tiempo para reunirse una última vez. No se sentía preparado, y quizá, jamás se sentiría de esa manera.

Pasaron algunas horas en silencio absoluto, con el mísero intento de darse caricias el uno al otro. Sirius tratando de abrazarle sin traspasar el cuerpo de su acompañante, de besar su mejilla sin que el otro se estremeciera por el frío que emanaba. Y por su parte, Severus, intentaba no pensar en la penosa situación; estaba seguro que cualquiera que entrase en ese momento lo tomaría por loco, por ver que acariciaba el viento, cuando en realidad intentaba acariciar aquella cabellera que le encantaba; que abrazaba al polvo, cuando en realidad abrazaba tal vez a la única persona que amaría hasta la muerte; y besaba a la nada, cuando en realidad era un vano intento de besar los labios de él.

Siruis sentía la necesidad de decir algo, de salir de aquel silencio que lo estaba volviendo loco, claro, si es que todavía se podía. No sabía cómo empezar y menos sabía cómo despedirse.

—Sev… —llamó.

— ¿Sí? —dijo esperanzado.

—Háblame…

— ¿De qué? —preguntó en un susurro.

—De todo, de tu trabajo, de Harry… de la guerra —respondió Sirius.

—Bien, pues, en mi trabajo no hay mucho que contar, serían las mismas historias aburridas de niños reprobados por su ineptitud, por jóvenes brillantes como la mitad de Slytherin, de jóvenes problema, como tu ahijado —dijo agriamente, Sirius rió, Severus sonrió. Merlín, cuanto amaba esa melodiosa voz. Si tan sólo pudiera volver a oírla todos los días, se consideraría un hombre afortunado.

—Sigue, por favor —pidió Black.

—Tu ahijado está mal por tu partida, pero tiene a sus guardaespaldas que lo ayudan a salir adelante. Ha salido mejor en la clase de pociones, estando con Slughorn, supongo que todos salimos como esperamos. También ha mejorado en combate, y en transformaciones —hizo una pausa, un nudo se le había formado en la garganta. Suspiró al sentir el frío que emanaba el alma Sirius contra su cuerpo, sabía que estaba a su lado con su cabeza recargada en su hombro. Morgana, cuanto lo extrañaba—. Escuché decirle a sus amigos que todos sus logros serían para su familia, incluyéndote claro.

—Ese chico, es tan puro de corazón. No entiendo como no te agrada —dijo Canuto en un suspiro. Dios no, sabía que cuando le escuchaba así era porque pronto se iría, no quería eso, no quería dejarle ir, no otra vez. Lanzó un tempus, y supo que solo quedaba media hora antes de despedirse. No podía creer que había desperdiciado su tiempo en caricias sin sentido. Tragó grueso, para alejar rastros de tristeza.

—Simple —respondió con ese nudo en su garganta—, es igual que todos ustedes, igual de problemático, igual de despistado, esperas más respuestas o con esas —dijo en un tono parecido a la burla. Sirius sólo rió de nuevo. Jamás olvidaría ese humor negro que tenía su pareja.

—Bueno, tenía que sacar algo de nosotros, ¿no crees?

—Black, no me hace gracia —dijo enfurruñado; sintió frío en su mejilla, quería creer que eso había sido un beso. Cerró los ojos y disfrutó del momento, ese preciado momento que guardaría por siempre.

— ¿Y a ti? —Preguntó bajo—, ¿qué tal te va?

—Pues es tranquilo, jamás me había sentido tan en paz, como lo hago ahora. —sonrió Sirius. Severus le miró con cierto miedo, vio la sonrisa relajada y socarrona que tenía cuando aún iban en la escuela, no quería creerlo, no podía.

Sirius notó miedo y desconcierto por parte de su pareja, prosiguió: —Es realmente agradable, claro más agradable cuando salgo para verte.

—Sé que es cansado…

—No hagas esto, por favor —le cortó Sirius. Snape sólo le miro con los ojos brillosos.

Si no se lo decía ahora cuándo. Suspiró y se frotó las manos muchas veces antes si quiera poder decir su perorata. Aclaró su garganta y trató de hacer sentir a su pareja el frío de su mano. El pelinegro tardó tiempo el voltearle a ver; no quería, no podía aceptar lo que venía.

—Sev, ¿me prometerías algo? —preguntó Sirius con precaución, su acompañante sólo asintió—. Jamás… escúchame bien Severus Snape, jamás en lo que te resta de vida te lamentes de esto. En algún momento pudo haber pasado.

El pelinegro lo vio con asombro, eso sonaba mal, sonaba a una despedida, no quería que fuera ya el tiempo. No, eso no podía ser, es que, tenía tanto por que recorrer, no se sentía preparado para eso, no ahora que la guerra estaba a flor de piel -por favor no… -pensó Severus.

— ¿Qué…? —se le quebró la voz, tomó una bocanada de aire para tranquilizarse. Juntó todas sus fuerzas para mirarle y terminar de formular su pregunta—. ¿Qué intentas decirme?

—Que, a partir de ahora, prométeme, júrame que no volverás aquí —habló con mucho autoritarismo, aunque por dentro temía que le olvidase, sabía que era lo mejor. Ya no sufriría por su recuerdo, ya no más—. Necesito que hagas esto último, no por mí, sino por ti. Ya no quiero que me sigas invocando, ya no quiero sentir tu pena, tu sufrimiento por mí. Se ha acabado.

>>Necesito que me borres de tu mente, que cada vez que evoques mi recuerdo no sea con pesar, sino con alegría. Ya no me busques a partir de ahora, cuando cruce ese manto dentro de unos minutos, no volveré. Ya no podré, ya no querré regresar aquí; mi lugar es allá, junto a James, junto a Lily, y es lo mejor. Severus escúchame con mucha atención, te amo como jamás pensé amar a alguien, te amaré aun cuando ya no pueda volver, se consiente de ello; tú me enseñaste lo valioso de la vida, lo valioso del amor, me hiciste sentir cerca y más allá de las estrellas, me hiciste sentir vivo aun cuando para mi familia ya no era así; me hiciste desear todo, felicidad, cariño, una familia, me hiciste desearte como nunca y de verdad, te lo agradezco. Estoy más que agradecido con esto y más. Pero ahora, ha llegado mi tiempo de partir.

Severus lloraba silenciosamente, Sirius lo observaba con pesar.  Se volvieron a hundir en un silencio sepulcral, trataba de asimilarlo, de verdad que trataba, pero nada de eso le hacía gracia, nada de eso le daba algún sentido. Ese año que lo visitó sin falta, todas las noches que le dedicó a él, ya no serían nada. Así como así había acabado todo.

—No te dejaré ir —dijo seriamente. Black le miró confundido—. Jamás lo haré, no así, esto no ha quedado aquí, sé que se puede hace algo, he estado leyendo. Si tan sólo me dieras unos meses más…

—Severus —llamó el alma—, no te pido que me dejes ir como recuerdo, sólo mi alma.

—Es que… no puedo… —respondió el ojinegro.

—Por favor, ya no pertenezco a este mundo, ya no más. Prometo, que cuando sea hora, iré a buscarte, y podremos estar juntos por la eternidad, no importa qué, estaremos juntos, cuando sea el momento —dijo ya en un hilo de voz; Severus levantó la mirada y lo pudo reconocer, ya era hora. El alma estaba desvaneciéndose de a poco, limpió su mejilla y se armó de valor.

—Siempre te amaré —dijo, el alma asintió con una borrosa sonrisa—. Sólo te pido que no me dejes ir tú a mí, no te olvides de tu promesa. Estaré esperando tu regreso. Ahora… —se le quebró la voz de nuevo—. Ahora, descansa. Eres libre.

El alma asintió, cerró los ojos y se dejó llevar por el viento que emanaba de aquel manto. Severus logró ver la expresión de felicidad aquel que fuera en vida su amante. Sonrió con tristeza y no evitó quebrarse frente al arco ahora ya sin ningún manto visible. Sintió una mano en su hombro que lo reconfortaba, le ayudó a levantarse y juntos salieron de aquel lugar, con la promesa de jamás buscarle otra vez, hasta que él lo hiciera para volverse a ver, y esta vez sería para siempre. Mientras tanto, se juró a sí mismo, jamás volver a ese lugar.

 

“Me lleva tiempo evocar su rostro. Y conforme vayan pasando los años, más tiempo me llevará. Es triste, pero cierto. (…)El tiempo fue alargándose paulatinamente, igual que las sombras del crepúsculo. Puede que pronto su rostro desaparezca absorbido por las tinieblas de la noche…”

Tokio Blues, Haruki Murakami.

Notas finales:

Espero les haya gustado.

Travesura realizada.

Nox


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