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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Sólo diré... ¡Les traigo azúcar! Así que busquen la playlist más bonis que tengan. 

"As the world cave in" es una buena opción para llorar aquí.

(Aproximadamente 1 año y medio después del desastre)

Caminé en la oscuridad y me balanceé sobre el asfalto destrozado de la avenida. Tanteé el camino y sacudí la linterna de un extremo a otro para ubicarme.

Habían pasado seis meses desde el incidente ocurrido en la base de E.L.L.O.S.

Nos habíamos reagrupado y ahora dos escuadrones ocupaban el espacio de uno.

Anoche, Scorpion y yo hablamos sobre la necesidad de un lugar más grande.

Un lugar donde reunir a todos nuestros hombres.

Un lugar donde comenzar.

¿Quizás se trataba de eso?

Él sólo pasó a mi lado esa mañana y susurró:

   —Ven a la escuela abandonada esta noche. 

Y yo simplemente vine.

 Cuando llegué, noté que la entrada ya había sido forzada y me adentré en el edificio sin anunciarme. Esta escuela quedaba a unos minutos de nuestro refugio actual, pero estaba lejos de estar en mejores condiciones. Demasiadas ventanas rotas que cubrir, demasiados salones que reparar y demasiados cadáveres de niños quemados que quitar del frontis. 

Oí un ruido y apunté mi linterna hacia él; una de las sillas apostadas cerca de la entrada se había movido sin razón aparente. Sólo se arrastró por sí sola por más de un metro. Sí, también había demasiados sucesos sin explicación que aclarar. Scorpion solía bromear con que este lugar estaba embrujado. Les hablaba a sus hombres de fantasmas y almas en pena que habían quedado atrapadas aquí para siempre. La mayoría del escuadrón le temía a esta escuela.

Pero, si este no era un buen lugar para mudarse, ¿entonces para qué carajo me había citado? 

Vi una pequeña luz que se colaba escaleras abajo y, sin dudarlo, descendí. Scorpion estaba ahí, sentado en medio de un espacio vacío, que antes debió haber sido el gimnasio y que ahora se había transformado en las ruinas de lo que alguna vez fue un refugio. La luz que vi venía desde la lámpara que había traído con él.

Noté que varios infectados colgaban boca abajo del techo. Muchos de ellos seguían vivos. Él los había estado usando como sacos de boxeo.

   —¿Scorpion? —pregunté, a pesar de que le había visto. Él no reaccionó enseguida. Parecía ensimismado y miraba hacia algún punto vacío en una pared manchada con sangre y polvillo de hormigón. Se veía exhausto; bañado en mierda de zombie y con los ojos cansados. El vahó que salía de su boca en cada jadeo parecía ser lo único cálido en todo ese frío lugar.

Tenía ambas manos, que temblaban, apoyadas sobre sus rodillas y noté que le sangraban los nudillos.

Volteó hacia mí y sus ojos, enrojecidos y ojerosos, me dedicaron una mirada indescifrable.

   —Entréname, Branwen —dijo—. Enséñame cómo ser más fuerte.

 

Evité su izquierda, me incliné hacia el lado contrario y me burlé de él cuando le di una pequeña bofetada en la mejilla y le toqué el pelo antes de que él volviera a atacar. Tenía el cabello mojado y la humedad del aire apenas lo comenzaba a secar, lo que lo hacía caer ondulado por el borde de su cuello y le daba una apariencia casi adorable.

Golpeé una mano contra su pecho, para desestabilizarlo y quitarle el aire. Lo agarré y cargué sobre mis caderas para tirarlo al suelo. Con cierto placer, oí su espalda tronar contra el caucho del piso.

Pero él no se quejó.

   —¡Vamos, ricitos de oro! —bromeé, para hacerle enojar—. ¿Eso es todo lo que tienes? —Él me miró, con sus ojos fríos a punto de estallar en furia, y enredó sus piernas en las mías, para hacerme caer. Le vi levantarse incluso antes de sentir el impacto de mi cuerpo golpear. Entonces me saltó encima, como una bestia. Doblé mis rodillas para evitar que me tocara, lo jalé del brazo y lo envié lejos de mí.

Volvió a caer.

   —Hijo de… —gruñó.

  —¡Recuerda que llevas un arma en vez de brazo! —le regañé—. ¡Pudiste haberme cortado y no lo hiciste! ¿¡En qué diablos piensas!? ¡Tienes que acostumbrarte a usarla!

Me levanté y esperé a que corriera hacia mí. Cuando se trataba de pelear, Scorpion era un idiota; nunca analizaba lo suficiente la situación y sólo se lanzaba a la ofensiva, confiado plenamente en sus habilidades y en su fuerza. Y sí, es verdad que muchas veces eso le había dado excelentes resultados, y no voy a negar que había algo excitante en verle improvisar sobre la marcha durante una batalla. Pero eso algún día acabaría por matarlo.

Esperaba un ataque frontal, pero él se desvió y me dio un codazo en el costado, lo que me hizo perder el equilibrio y cambiar de posición.

Apenas pude proteger mi cara del puñetazo que me lanzó. Y del siguiente, y el siguiente, y toda la lluvia de golpes que arrojó, furioso, sobre mí. Llevé ambos brazos a mi rostro y resistí toda la fuerza de su puño mientras retrocedía e intentaba alejarme. Scorpion golpeaba duro, su mano era áspera y pesada y, por cada golpe que él daba, sentía mis huesos tambalear.

Potente.

Salvaje.

Brutal.

«Si no puedes tirarlo abajo, entonces golpéalo hasta quebrarlo.»

Apuesto a que eso era exactamente lo que pensaba.

Sacrifiqué mi mejilla y dejé que encestara un golpe, pero entonces aproveché para acercarme a él y enganché mi bota en su pie, ahí, en la parte más débil; el tendón de Aquiles. Él perdió el equilibrio, sonrió y cayó hacia atrás. Me sujetó de la camiseta y tiró de mí con todo el peso de su cuerpo. Me precipité contra el piso e hice lo que estaba a mi alcance mientras caía; busqué mi arma, que habíamos acordado descargar antes de comenzar el entrenamiento, y la apunté a su cabeza cuando ambos nos estrellamos.

   —Te tengo —sonreí sobre él y cargué el cañón contra su sien.

Entonces sentí el filo del machete que él llevaba en el brazo punzar en mi cuello. Y otra cosa más. Peligro.

   —¿Estás seguro de eso? —preguntó y sonrió también. En ese momento, sentí el peso de su revólver, a punto de dispararle a mi estómago, y sus piernas me envolvieron para no dejarme escapar—. Yo tengo dos armas, tú sólo una. Creo que yo te tengo a ti, pajarito.

Abrí los labios para contestar algo, pero él me rodeó con su brazo para apuntarme en la espalda, en una especie de abrazo que me cargó más contra su cuerpo. Fue entonces cuando sentí su erección contra mis pantalones. Y no pude gesticular palabra. 

   —¿Acaso estás rojo otra vez? —se burló.

   —¿Acaso te excitaste? —susurré y dejé caer mi revólver. Me había ganado. Él soltó el suyo y sólo dejó el machete bajo mi cuello. Me sujetó las caderas y su pulgar estuvo a punto de acariciar mi entrepierna. Eso me puso como una piedra.

   —Me excita apuntarte con un arma —contestó—… o con dos —corrigió—. Bien pude haberte disparado o cercenado la garganta. 

   —Eres bueno —le dije.

   —Aprendí del mejor.

Le miré a los ojos, eternamente fríos, e intenté descifrar lo que jamás logré interpretar en ellos. Un vacío o un espacio abierto y sin fin que se desprendía más allá de lo que podía entender. Y fue ahí cuando lo comprendí un poco más: Liberación. Desastre. Revolución. Caos. Muerte. Cambio.

Su mirada decía todo eso.

   —Fóllame —susurré, casi en un ruego—. Ahora —Él sonrió y las pequeñas pecas en su rostro se ocultaron aún más cuando le vi sonrojarse un poco.

   —¿Y con toda esta gente viéndonos? —preguntó y rió. En ese momento volví la realidad y me percaté de todos los mirones que nos observaban. Casi todos nuestros hombres estaban ahí. Aiden, Reed y el pelirrojo, junto a algunos de sus amigos y miembros de La Resistencia, también fisgaban. Me aparté de Scorpion rápidamente y me levanté.

   —¡Ah, vamos! —gritó una chica—. ¡Pensé que ustedes iban a…!

   —¡Cierra la boca, Bell! —le gritó otro.

Carraspeé la garganta.

   —Seguiremos mañana, Scorpion —dije, en voz alta, para que todo el mundo me oyera y se largara luego de ahí—. Tu suerte no volverá a repetirse.

   —Ya veremos —rió él. Caminó hacia la puerta y me tocó un hombro cuando pasó a mi lado—. Pasillo de los dormitorios. Cinco minutos —susurró y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Sólo asentí con la cabeza y le vi marchar.

Me quedé ahí, caliente como un jodido día de verano.

  —O-h, oh… —me miré los antebrazos, que sangraban. Se habían roto por tantos golpes descargados sobre ellos—. Creo que este cabrón me quebró algo, apenas puedo mover la muñeca.

   —¿Te duele? —Siete, que también estaba en la multitud, se me acercó.

   —¡Sí! —exclamé—. Es decir, no. No duele. Es sólo que… —moví la muñeca, o fingí intentar que lo hacía—. No puedo moverla bien. Iré por algo de hielo, ¿vale?

   —¿Estás bien?

   —Sí, sí —moví la otra mano para restarle importancia—. Aprovechen que están ahí de mirones y entrenen un poco entre ustedes. ¡Vamos, ¿¡qué esperan!? —gruñí—. ¡Hay gente que quiere matarlos!

Todo el mundo volvió a sus lecciones y mi muñeca y yo pasamos a un segundo plano. Por unos momentos, me detuve y observé a mis hombres entrenar. Lo hacíamos normalmente, pero esta era la primera vez en mucho tiempo que lo hacíamos por nuestra vida. Fue hace más de un mes que E.L.L.O.S atacó y, si no lo había hecho de nuevo, era sólo porque habíamos estado encerrados aquí todo el tiempo. Las excursiones se habían reducido al mínimo y no habíamos vuelto a la Zona Cero.

No voy a mentir. Todo el mundo estaba cagado del miedo. Incluso los cazadores. Incluso yo.

No quería ver morir a más gente.

Sentí un escalofrío en la espalda y miré disimuladamente hacia atrás. Los ojos oscuros de Veronika, una cazadora de Viuda, cuyo escuadrón frecuentaba este lugar, me miraban fijamente. Fingí no haberla visto y caminé hasta la puerta. Debía ver a Scorpion. 

La sentí tras de mí y aceleré la marcha. Había evitado a esa mujer todo este tiempo y ella había intentado acercarse más durante la última semana. No la culpaba. Ella era la novia de uno de mis hombres, que yo mismo tuve que matar, y supongo que pretendía recriminarme su muerte. Pero yo no quería hablar del tema. Me jodía recordar ese día. 

Caminé más rápido y oí sus pasos, cortos y rítmicos, más cerca todavía. Por lo general yo siempre estaba acompañado, siempre estaba con Scorpion o algún otro cazador y eso a ella la intimidaba, por lo que no había tenido oportunidad de atraparme. Pero ahora estaba solo en el pasillo. Y parecía que la conversación era inevitable.

Doblé por una esquina y ella no se rindió. Caminé un poco más e intenté perderla, pero la mujer se mantuvo, persistente y en silencio, tras de mí. Casi sentía su aliento en mi nuca.

No lo soporté más y me detuve de golpe. 

   —¡Ay! —Ella chocó contra mi espalda.

   —¿Qué mierda quieres? —gruñí y volteé. Ella se irguió y me miró a los ojos, no supe muy bien qué quería decirme con esa mirada, pero parecía que estaba enojada. Se ajustó la coleta baja que le amarraba el cabello negro y preguntó:

   —¿Por qué me evitas? —arqueó una ceja y se apoyó contra la muralla—. ¿Acaso me tienes miedo?

   —¿Por qué me sigues? —contrarresté.

Nos miramos por un par de segundos y ella suspiró. Entonces algo cambió en su mirada.

   —Dime, por favor… —me pidió—. Dime cómo fue.

Negué con la cabeza. Sabía perfectamente a qué se refería.

   —No te tortures con eso —contesté. Carajo, esta era justamente la razón por la que la había evitado por más de un jodido mes—. No es necesario.

   —¿Cómo fue? —insistió—. Nadie ha querido hablarme sobre su muerte. ¿¡Cómo se supone que debo sentirme entonces, si…!?

   —Debes superarlo y pasar página.

   —¡Tom era mi novio, maldita sea! —ella alzó la voz—. ¡Y lo único que les pido es saber cómo demonios pasó sus últimos momentos! ¿¡Es tan difícil de entender, Cuer...!?

   —¡Se convirtió, ¿vale!? —la interrumpí y también me apoyé contra la muralla, porque necesitaba sentirme estable y porque de pronto sentí que me temblaban las rodillas. Recordé a Tom, a Jamie, a Tadder y a todos los compañeros que tuve que acabar ese día. Jamás iba a perdonarme haberlos perdido de esa forma—. Pero no duró demasiado. A los pocos días lo encontré y… —me detuve un momento—. Terminé con él. 

Ella sollozó; un gemido que intentó ahogar en su garganta y que salió como un hipo. Se cubrió el rostro con las manos y empezó a llorar. No supe cómo reaccionar, así que estiré la mano hasta tocar su hombro y acariciarlo.

   —Lo siento… —se disculpó, mientras intentaba secar sus mejillas—. Es sólo que…

Se me formó un nudo en la garganta.

   —Soy yo quien debería disculparse… —me acerqué a ella para secarle las lágrimas con la manga de mi chaqueta. Era lo mínimo que podía hacer—. Fui un mal líder. Les fallé a… todos los que murieron ese día.

Veronika atrapó mi mano y negó con la cabeza.

   —No es tu culpa —dijo, con la voz baja y quebrada por el llanto. Entonces entrelazó sus dedos con los míos, en un gesto que me dio escalofríos y me conmovió hasta los huesos—. Tom siempre hablaba de ti. Decía que eras un buen líder.  

   —No lo soy —debatí—. No lo soy ahora ni lo seré nunca. Soy…

   —Él decía que eras justo —siguió ella—. Y que actuabas como un humano… —me miró y sonrió, mientras me acariciaba los dedos—. Eres un buen líder, Cuervo. Nunca dudes de ello.

La solté y me aparté de ella.

   —Aún así no pude salvarlos.

   —Sí lo hiciste. No los abandonaste después de eso y les diste una muerte digna… —Ella me volvió a agarrar la mano—. Y te gustaría saber que, al menos Tom, aún sigue vivo.

   —¿Qué? —pregunté, confundido—. ¿Cómo que vivo?

Ella puso los ojos en blanco y soltó una pequeña sonrisa.

   —¿No lo pillas? —inquirió.

   —En absoluto —contesté.

Entonces guio mi mano hasta su abdomen.

   —Estoy embarazada —me informó y amplió su sonrisa—. Tom me dejó este regalo antes de morir.

¿Un regalo… decía?

Acaricié su estómago, con cuidado y con un incómodo miedo a romper lo que sea que estuviese dentro de ella. Antes, había tenido malas experiencias con chicas embarazadas.

«¿Cómo algo tan pequeño e insignificante puede ser un regalo?», pensé, mientras le acariciaba la incipiente panza. Apenas se notaba.

Ella sollozó un poco. Yo sonreí.

   —E-Es… —balbuceé. Me sentía extrañamente alegre y preocupado, por partes iguales. El significado de sus palabras, la idea de que una parte de Tom estuviese ahí dentro de ella, me hizo sentir repentinamente esperanzado—. Es una buena noticia —celebré. Ella todavía lloraba, pero ahora con una sonrisa en la cara—. Voy a protegerlos… a ambos —prometí—. Lo juro

   —Gracias… —puso su mano sobre la mía—. Y gracias por contarme. No sabes cómo me ayuda saber que murió y que no está vagando como un zombie en Zona Cero ahora mismo. 

   —Lamento no haberte contado antes. Es sólo que…

   —¿Temías que te gritara?

   —Me gritaste.

   —Pude haberte gritado peor.

Ambos nos reímos.

   —Bien… —Ella me acarició el hombro y caminó hacia uno de los laboratorios. No sé cómo, pero nuestra conversación había resultado mucho mejor de lo que esperaba—. Debo ir con Cristina. Me revisará.

   —Sabes que, si pasa cualquier cosa, puedes…

   —Eres el padrino, Cuervo. Claro que acudiré a ti.

   —¿El qué?

   —¡Tú mismo te amarraste! —gritó, antes de doblar por el pasillo y desaparecer.  

Después de que se fue, me quedé algunos minutos parado ahí, en el solitario pasillo. Acaricié la extraña sensación que Veronika había dejado; esa mezcla de emoción y preocupación por la misma causa. Pensé en lo que había dicho y quise verlo como ella lo hacía.

«Tom aún sigue vivo», o al menos una parte.

Algo había sobrevivido después de la masacre que habíamos pasado.

Eso era un poco esperanzador.

   —¡Abercrombie! ¡Abercrombie, ven acá! —El perro pasó por mi lado, como si lo siguiera el mismísimo Satanás—. ¡Atrápalo, Cuervo! —me gritó Chris, que corría desesperadamente tras él. No atiné a hacer nada y lo dejé pasar—. ¡Demonios!

El hombre, que llevaba un machete como el de Scorpion en el brazo, se detuvo frente a mí e intentó recuperar el aire. No me reprochó no haber hecho nada para atrapar al perro.

   —Dios… —gimoteó, ahogado—. Sandy está pariendo y Abercrombie se ha vuelto loco —me explicó—. Estuvo ladrando por media hora frente a la puerta donde la tienen…

   —¿Ya nacieron los cachorros? —pregunté. Chris parpadeó tres veces antes de contestar.

   —¿Te gustan los perros?

   —No… sí…es decir… —titubeé—. Me causa curiosidad —aclaré—. Digo, después de todo el escándalo que hizo la chica para que se quedaran acá hasta que nacieran las crías…

   —Sí… —Él rió—. Amy es muy terca cuando algo se le ha metido en la cabeza. Pero tenía razón. El parto se complicó un poco y Aiden está ayudando con eso. Sin él quizá las cosas habrían ido peor.

   —¿Hay algo que no haga bien? —resoplé.

   —Peinarse —contestó.

Ambos reímos.

   —Pasa a ver a los cachorros en unas horas… —me dijo—. Quién sabe, quizá alguno te convenza y lo adoptes —me hizo un gesto de despedida y se echó a correr, para ir tras Abercrombie, que probablemente se hallaba demasiado lejos.

Quizá un perro no era tan mala idea.

Caminé un poco más y, cuando llegué por fin al pasillo de los dormitorios, noté que la única luz que lo iluminaba parpadeaba incesantemente. No pasó demasiado para que la ampolleta se quemara y, como no había ventanas cerca, quedé prácticamente a oscuras.

Apoyé las manos en la muralla y busqué la puerta más cercana. La situación se me hizo ligeramente familiar y entonces me recordé a mí mismo hace algunos meses, borracho hasta la médula y arrastrado por Scorpion por este mismo lugar, sin saber qué estaba a punto de pasar.

Pero ese momento me parecía muy lejano ahora.

Me topé con la manilla de una puerta y la abrí sin dudar. Si él no estaba aquí, al menos buscaría una linterna para seguir mi camino. El pasillo de los dormitorios era jodidamente largo e iba a necesitarla.

Ni siquiera alcancé a cerrar la puerta cuando oí un ruido. Alguien me saltó encima, me empujó contra la pared y me puso la mano en la boca.

Por un momento sentí pánico. Un escalofrío me sacudió la espalda y me dejó en blanco, sin saber exactamente qué hacer. Fue una sensación extraña y que no recordaba haber experimentado. Sentí el corazón palpitarme en la garganta y el aire se me cortó repentinamente. Tomé la mano para quitármela de encima, pero ésta era más fuerte. Me sentí agobiado. Justo como en el campamento junto a Aiden.

Hasta que me besó.

No fue necesario que dijera algo, porque conocía el sabor de sus labios de memoria. Los besos de Scorpion eran profundos y ansiosos. Su boca siempre parecía tener un hambre insaciable y su lengua siempre estaba sedienta. Y yo podía ser pan y agua por la eternidad si él lo quería.

El frío del espanto pasó a medida que él me devoraba y bebía. Los escalofríos de miedo fueron reemplazados por unos de puro placer. Él sujetó mi cintura y yo rodeé su cuello, en un beso tan intenso que creí iba a asfixiarme. Pero entonces me soltó.

   —¿Por qué tardaste tanto? —jadeó sobre mi boca.

   —Crías —fue todo lo que contesté.

   —¿Crías? —me volteó contra la pared y me acarició el culo—. ¿Crías de qué?

   —Humanas y caninas… —gemí cuando me acarició la notable erección que tenía entre las piernas—. Los cachorros han nacido. O están naciendo, no sé… ah…

   —Perritos. Qué lindo —gimió contra mi oreja y la mordió—. Como tú.

   —Scorpion… —busqué su boca con mi rostro. Quería besarlo otra vez.

   —Branwen —mordió mi labio y su mano contorneó mi cintura y mis brazos. Pero entonces se detuvo—. ¿Estás sangrando?

Se apartó de mí y encendió la luz.

Me miró de arriba abajo y sonrió.

   —¿Fui yo? —preguntó.

   —Tú también estás sangrando —contesté—. Sí, fue la pelea.

   —Ah… —Él se encogió de hombros y se acercó otra vez. Mordisqueó mi cuello y parte de mi pecho. Pero entonces se detuvo de nuevo—. Deberíamos limpiarte, ¿no?

   —Es sólo un poco de sangre, Scorpion… —insistí, para que siguiera—. No es nada.

Sujetó mi rostro y me besó otra vez. Pero fue más suave, más lento y su toque me dejó aturdido.

   —Vamos a darnos un baño —decretó—. Nos conocemos desde hace años y jamás nos hemos duchado juntos… —No me soltó la mejilla para decir eso y me miró a los ojos—. Ya sabes, sin otros treinta lunáticos alrededor —Sonrió. Carajo, su sonrisa era hermosa—. Te has puesto rojo otra vez.

   —Cierra la boca.

   —Aprovechemos que todo el mundo está entrenando o atento a los cachorros y vamos a las duchas —ordenó y yo asentí con la cabeza. Me habría gustado seguir con lo que estábamos, pero su voz se oyó tan demandante que me convenció enseguida—. Iré a encender el agua. Tú busca un par de toallas —me acarició el borde del pómulo, se apartó y salió de la habitación tan rápido que ni siquiera pude contestar algo.

Me quedé ahí, con la mano sobre el lugar que él había tocado. Todavía estaba caliente. 

¿Qué había sido eso?

Busqué las toallas. Mientras lo hacía, pensé en lo que acababa de pasar. No recordaba la última vez que él mostraba un comportamiento así y eso me hizo sentir extraño. Pero las cosas habían ido caóticas en los últimos meses. Lo que pasó en el barco significó un cambio para mí, para Aiden y supongo que, de alguna forma, a él también le afectó.

No voy a mentir; el Scorpion que conocía, ese monstruo cruel que disfrutaba de destruir y dañar al resto sin remordimientos, me encantaba. Pero el Scorpion que sonreía mientras me acariciaba el rostro me removió las tripas hasta hacerme sentir como un jodido niño de dieciséis años. Esto era nuevo y creo que me gustaba.

Encontré una linterna, que apenas funcionaba, y un par de toallas en un cajón. Estaban manchadas y un poco deshilachadas por los años, pero el molesto olor a lavanda que tenían impregnado me indicó que estaban limpias. Salí de la habitación y caminé de nuevo en penumbras por el pasillo. La linterna también parpadeaba, pero me dejaba ver el camino cada dos o tres segundos.

Cuando acabáramos, me preocuparía de cambiar esa ampolleta de mierda. Y también de tirar la maldita linterna… o conseguirle pilas.

Scorpion no había mentido; todo el mundo estaba ocupado y La Resistencia parecía abandonada. Había tanto silencio allí que oí el ruido del agua mucho antes de llegar al cuarto de duchas. Cuando entré, noté que él ya había comenzado. Estaba desnudo bajo el chorro y la tinta de los tatuajes, ya un poco desgastada por el tiempo, parecía brillar por el agua. Carajo, qué bueno estaba.

Me quité la ropa rápido y me metí silenciosamente a la ducha. Aproveché que parecía distraído y posé mis manos sobre sus hombros cuando me hallé lo suficientemente cerca.

Él dio un respingo, miró hacia atrás y cuando me vio, sus ojos, furiosos y punzantes, aflojaron y su expresión se suavizó.

   —¿Qué haces? —preguntó y siguió frotando una herida que tenía en el brazo mutilado, para limpiar la gruesa costra que se había formado y que todavía le daba problemas, sobre todo porque de vez en cuando Scorpion se las arreglaba para volver a abrirla.

Yo acaricié su espalda con la yema de mis dedos y recorrí cada tatuaje que había dibujado sobre ella. En la piel de Scorpion estaban todas mis quimeras, todas mis fantasías e imaginaciones. Me había dedicado por años a tatuarlo y, de alguna forma, era como si una parte de mí estuviese pintada a lo largo de todo su cuerpo.

   —Sólo aprecio una obra de arte —susurré. Él se rió en voz baja y dejó que le masajeara. Sus hombros siempre estaban duros y, cada vez que los tocaba, los sentía tensos. Parecía que él nunca estaba relajado.

Por primera vez quise sentirlo tranquilo y desprendido.

Hundí mis dedos en su piel para así llegar al músculo y amasarlo un poco. Me topé con un nudo, cargué las yemas sobre él e hice pequeños círculos profundos, una y otra vez, para aplastarlo y desviar la rigidez hasta deshacerlo.

   —Oh, Brann… —gimió él—. Sea lo que sea que estás haciendo, no te detengas —pidió. Presioné con un poco más de fuerza, friccioné más piel y músculo y deslicé mis manos, desde la palma hasta los dedos, por toda su espalda. Él emitió otro ruido de placer y apoyó su mano sobre la muralla—. Ah, joder… ¿hay algo que no hagas bien, cabrón?

Sentí una erección levantarse entre mis piernas al oírlo y verlo de esa forma, pero la omití. Porque descubrí que nunca antes, en todos estos años, habíamos vivido un momento como este. Era primera vez que me permitía masajearle la espalda.

Y había algo gratificante en oírlo gemir por algo tan simple y en verlo encantado con tan sólo la fricción de mis manos sobre esa piel, contenedora de todas mis ideas y dueña absoluta de mi creatividad, frustraciones y deseos más profundos.

   —Te amo… —susurré, mientras deslizaba mis pulgares bajo su escápula. Nunca antes había sentido tanta necesidad de decírselo. Entonces él volvió a tensarse y yo le solté. Dejé caer mis manos a mis costados—. Lo siento —me disculpé.

Él, sin voltear a verme todavía, me agarró del brazo y me tiró hacia él, hasta que nuestros cuerpos se tocaron y sentí su espalda contra mi pecho.

   —¿Por qué pides perdón? —preguntó y él mismo tomó mi mano y la dejó ahí, cerca de sus pulmones, donde podía sentir el palpitar, frenético y acelerado, de su corazón—. ¿Tan mal está eso?

Le abracé y crucé ambas manos sobre su pecho. Lo envolví con cierta desesperación; lo aprehendí entre mis brazos y hundí mi cabeza en su hombro. Él jadeó cuando le apreté con demasiada fuerza.

Claro que no, demonios. No había nada malo en amarlo. Él no tenía cómo saberlo, pero estos sentimientos me habían hecho sentir vivo durante todo este tiempo. Él no tenía cómo saberlo, pero no estuve lleno hasta el día en que lo vi aparecer en esa jodida guarida.

   —No… —fue todo lo que contesté.

Él se quedó ahí, quieto como una estatua, y se dejó abrazar por mí. El agua caliente nos empapaba a ambos y el chorro comenzó a molestar sobre mi nuca, pero yo tampoco me moví. En ese momento, Scorpion acarició mis manos y volteó el rostro hasta tocar el mío. Recorrió mi mejilla con sus labios y descendió lentamente hasta alcanzar mi boca. Me besó, con lentitud y suavidad, en apenas un roce.

   —Yo…—susurró sobre mi oído—. Quiero que sepas que elegiría cien veces el fin del mundo con tal de haberte conocido —me estremecí y alejé un poco mi rostro para verlo a los ojos. Él me vio fijo y pareció atravesarme con esa mirada que nunca supe entender. Estaba desnudo, pero me sentí mucho más vulnerable ante ella. Parecía que Scorpion era capaz de mirar en mi interior; de atravesar mis músculos y tripas para ver directamente a lo que sea que había más allá de este saco de carne y huesos—. En otra situación no habría ocurrido, así que prefiero el apocalipsis.  

   —Esa… —balbuceé, un poco aturdido, tal vez—. ¿Esa es tu forma de decirme que me amas?

   —No voy a decir algo tan cursi —sonrió.

   —Decir que eliges la destrucción del mundo con tal de tenerme es bastante cursi, la verdad —sonreí de vuelta.

Me abrazó.

   —Entonces soy un blando de mierda —hundió su mentón en mi hombro y se aferró a mi cintura—. Quizá algún día pueda decirlo como corresponde.

   —No creo que el apocalipsis sea el único lugar donde podamos encontrarnos… —lo abracé también—. Quizá, en otra vida…

   —Si hay más vidas después de esta, iré a buscarte en cada una —sentenció y me estrechó aún más.

Por alguna razón, me sentí feliz.

    —Promételo.

    —Lo juro, Brann. Te encontraré en esta, en otras y en todos los fines del mundo que puedan ocurrir en ellas.

No contesté y sólo lo abracé con fuerza. Nos quedamos así, quietos bajo el chorro del agua, por quién sabe cuánto tiempo. Por primera vez en años no lo sentí a la defensiva. Estaba tan desnudo y vulnerable como yo. E irónicamente, por primera vez en años, me sentí seguro y tranquilo junto a él.

Notas finales:

Bien... eso ha sido precioso, ¿no? Desde hace meses que tenía esta escena guardada. Y sí, quizá Scorpion aún no es capaz de decir "te amo", pero existen muchas formas de decirlo, así que no hay problema. 

Scorpy está empezando a soltar todo lo que no se ha permitido sentir por años. Dejémoslo fluir

 

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review. 

 

Saludos! 


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