Levi estaba seguro de que los ojos de Eren eran los más verdes, brillantes e intensos de toda la creación de su padre. Jamás había visto unos ojos más bonitos. A la luz, se iluminaban como llameantes y vivas esferas, y a la sombra, se hacían de un filtro azul grisáceo que le daba aún más intensidad a su mirada. Y bueno, aunque sus ojos eran preciosos, no eran la única cosa de Eren que maravillaba a Levi. También estaba su cabello desordenado, su sonrisa, sus bromas, su fuerte carácter heroico, su corazón de oro y la casi suicida manera que tenía de ponerse a si mismo en peligro para proteger a los demás. La dulce forma en la que trataba a su hermano pequeño, Armin, como si fuera la cosa más delicada del mundo. Su adoración por Mikasa, la chica del tatuaje de Dungeons and Dragons que solía ayudarlos en las cacerías y que era como una hermana para él. Su testarudez. La manera en la que repetía los mismos casettes de Rock clásico una y otra vez cantándolos como si fuera la primera vez. Bueno, básicamente, todo Eren: con sus cosas buenas y malas. Con su obstinación infantil y sus malas bromas, con el poco valor que le daba a su vida y con su inminente valor.
Podía pasar horas y horas observándolo desde arriba sin cansarse; Levi estaba obsesionado con él y completamente convencido de que su padre jamás había creado otro ser humano, ángel o criatura que se le asimilase. Estaba seguro de que cuando Erwin, su superior, le había comunicado que Dios deseaba que tomara a Eren como su protegido, lo había hecho a sabiendas de que Levi lo adoraría como nunca había adorado a nada en toda su milenaria existencia. No le cabían dudas que su padre lo había hecho solo y exclusivamente para él, aunque tuviesen prohibido el revelar su existencia a humanos que no fuesen profetas. Aunque no le estuviese permitido besarlo y tocarlo tanto como quisiera, aunque la tan sola unión de sus manos fuera un sacrilegio.
A veces, le gustaba bajar a la tierra sin un recipiente a vigilar su sueño. Y también quizá ayudarlo con algún caso, mantenerlo despierto cuando manejaba con sueño por la carretera, darle algo de suerte o ayudarlo a dormir erradicando sus pesadillas y alejando el doloroso recuerdo de la muerte de su madre, junto con todas las pesadas cargas que llevaba en su corazón. Y la mayoría de esas veces, Eren sentía su presencia y sabía que algo lo acompañaba tratando de darle paz, sin saber muy bien el qué. ¿Qué pasaría si, una de esas veces que el muchacho ha lanzado un temeroso "Hola" al aire al sentirse acompañado él le hubiese respondido? Levi moría de ganas de saberlo. Quizá podrían hablar largas tardes tal como Eren lo hace con su hermano menor, escuchar alguna buena canción en la carretera o simplemente compartir el silencio sin necesidad de nada más que la compañía del otro. Pero para alguien como él, eso solo eran anhelos vacíos, ya que Levi simplemente no podía darse ese lujo, ni tampoco los otros ángeles de la guarnición. Porque eran guerreros, soldados de Dios que están hechos exclusivamente para servirle a él y a la humanidad. Porque su deber era obedecer ordenes y porque el libre albedrío era algo netamente humano a lo cual ellos jamás tendrían el derecho.
Así que Levi solo se limitaba a deseos. A soñar en lo que haría si fuese humano y a observar a su perfecto muchacho de brillantes ojos verdes desde arriba. A ir algunas veces a recostar su etérea y somera figura en el pecho del humano cuando este estaba dormido y a desaparecer segundos antes de que se despertase. A amarlo y guardar sus caminos sin que éste supiera si quiera su existencia.