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Locas Confesiones Navideñas por Shuneii

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Notas del fanfic:

N/T: ¡Hola! Si lees esto del 25.12 al 01.01 déjame desearte unas ¡felices fiestas llenas de bendiciones para ti y tu familia! ¿Recuerdan que dije haría una historia alterna al fanfic “¡Descubriendo que soy gay! – Cambio de sexo” en el capítulo “¡¿Una visita a Marte?!?”. Bueno, he acá la historia que estará dividida en dos capítulos. Espero que la disfruten tanto como yo al escribirla c;

Notas del capitulo:

Bueno, terminó siendo una pequeña historia de dos capítulos. Decidí hacerla así para que no lo sintieran muy largo. ¡Disfruten! c;

      El frío invierno trajo consigo un escenario hermoso que cubrió la ciudad de Atenas con una fina capa de nieve. Los caballeros de Athena se encontraban en el Gran Salón del Patriarca con sus más finas galas, esperando a que la fiesta de navidad y fin de año diera inicio. Como es de saber, la navidad es una fiesta del cristianismo dónde se celebra el nacimiento de Jesús; para Athena la diosa en sus años de adolescencia es solo un motivo más para pachanguear.  Así pues, invitó a todos los dioses del Olimpo y al mismísimo Hades a la gran fiesta, estos llegaron con su séquito de leales peones a su servicio; aprovechando que era la única fecha en la que Athena rompía todos sus sellos haciéndolos firmar un acuerdo de tregua momentánea.

     Uno de los invitados más esperados era nada más y nada menos que el famoso, terrenalmente conocido, Cupido; dios del amor. Tanto caballeros, marinas, espectros, etc.; como a los dioses, les interesaba iniciar el año con pareja. Por lo que acudían a suplicarle a Cupido por una de sus flechas para poder obtener el amor de manera casi forzosa. Y, por más que éste les explicase que no funcionaba de esa forma, sino que sus flechas solo servían de apoyo para que las personas pudieran juntar el coraje suficiente para declarársele a aquellos a quienes amaban; ellos seguían insistiendo como los buenos tercos que son.

     Cupido, agotado de lidiar con las bestias, emprendió su fuga hacia los jardines del edificio. Al estar la casa de piscis cerca, se podían apreciar algunas flores verdaderamente bellas. No muy lejos se encontraba una pequeña colina dónde un árbol de cerezo había decidido florecer hacía cientos de años. Los copos de nieve cubrían sus ramas y su tronco servía de respaldo para un joven que en él se encontraba recostado. Aquel chico pelirrojo llamó su atención. A pesar del frío él no llevaba un abrigo encima, pero con sus manos se abrazaba a sí mismo, más que por el clima, como si se estuviera auto consolando. Se ocultó al ver que un segundo se aproximaba. Con dos tazas de chocolate en su mano, acarició aquel cabello color fuego similar al suyo. Ladeando una sonrisa le ofreció una de las tazas, este no quiso y simplemente limpió su rostro. La luz de la luna lo iluminaba parcialmente, dándole brillo a sus ojos carmín.  Aquella mirada perdida la conocía de sobra, la mirada de alguien cuyo amor no era correspondido. Una mirada de confusión ante un deseo que nunca se cumplirá.

<<Supongo que podría… >> Susurró siguiendo a hurtadillas a ese chico que había vuelto a la fiesta, desanimado.

     Sin perderlo de vista notó que un chico, diferente al que se encontraba afuera con él, lo llamaba por su nombre.

<<Camus, ¿dónde te habías metido? Quería presentarte a una chica que está que arde. Si esta noche tengo suerte, se unirá a mi colección de historias.”

     Sin siquiera prestarle atención Camus siguió de largo, hacia la mesa de las bebidas. El otro chico, de piel bronceada, y cabellos de oro, se quedó de pie. Viendo como quien parecía su amigo se alejaba dejándolo con las palabras en la boca. Un halo de tristeza emanaba de él.

“Así que esto es un amor no correspondido para ambos, ya que ninguno es capaz de expresar lo que siente” Pensó Cupido. Este tipo de amor era justo con el que podía trabajar. No un amor forzoso. Mas bien un amor verdadero que necesitaba de su ayuda para ser.

     Considerando que lo reconocería al instante, optó por disfrazarse. Chasqueó sus dedos y tras unos segundos cambió por completo. Ya no era más un pequeño ser volador. Largos canelones castaños cubrían su espalda y un lindo vestido largo cubría su silueta femenina. Se acercó a la mesa dónde el joven se encontraba. Tomando una bebida y, sin que nadie lo viera, dispersó un poco de del polvo mágico con el que hacía sus flechas, sobre él. Dirigió su vista hacia el chico, quien estaba a punto de tomar una copa.

<<Oye, ¿quieres tomar un trago? ¿Puedo tomar contigo? Me siento algo solitaria con todas estas personas por acá. Te vi en una situación similar y pensé que podríamos hacernos compañía.>>

     Ofreció la copa que tenía en su mano y Camus la tomó algo dubitativo. Tras tener la copa en sus manos apresuró su vista hacia el muchacho que lo había llamado antes para ver si lo había notado. Como si no quisiese que aquel le hubiera visto charlar con una dama. O al menos eso creía él de Cupido. Para su sorpresa, el rubio se hallaba bailando con unas cuantas amazonas en la pista.

<<Ya que. No me molesta charlar un rato con otra persona.>> Suspiró aun viendo con sospecha la bebida. <<Podría preguntarte… ¿Quién eres? Nunca te había visto por acá antes.>>

<<Oh bueno, soy una de las doncellas de Zeus.>> Sonrió tomando otra copa para dar un sorbo y así invitarlo a que él también lo hiciera.

     Tal como esperaba, el pelirrojo llevó la copa hacia sus labios y dio un largo trago. La magia de Cupido, al no ser instantánea dejó al joven unos segundos ido. Viendo algún punto en el vacío, sus pupilas dilatadas y sin ningún movimiento corporal más que el movimiento que hacía al respirar. Aprovechando la situación corrió por el chico en la pista de baile. Abriéndose paso entre la gente, logró llegar y con preocupación dijo.

<<Disculpe, ¿usted es amigo de Camus? El chico que está por allá. Está algo mareado y me preocupa mucho.>>

     Sin decir ni una palabra dejó a las amazonas con las que bailaba, corriendo tras la chica de cabello castaño.

<< ¿Camus estas bien?>>

     Preguntó al llegar, sorprendiéndose al no recibir respuesta. Su amigo parecía una estatua. Pocos segundos después de escuchar su voz, al fin, volvió a moverse. Movió su mano hasta su cabeza y recargó su cuerpo en el del otro. Este tomó la copa que Camus aún sostenía. Olfateó y le dio un trago cerrando los ojos debido a lo fuerte de la bebida. Parecía tener un poco más de resistencia por lo que el hechizo únicamente le causó mareos.

     Nuevamente, se fue sin decir nada. Llevándose a Camus entre sus brazos quien no decía nada más que “Milo” mientras se alejaban.

     Una vez afuera. Tomaron asiento bajo el mismo árbol de cerezos dónde Camus se encontraba antes. Cupido se quedó observando desde adentro.

<<Pero mira nada más, sabiendo la poca resistencia que tienes con la bebida.>>

     Dijo más a manera de consuelo que de regaño. Acariciando su fino cabello. Milo se encontraba sentado con su espalda recostada sobre el tronco del árbol con sus piernas extendidas que servían de almohada para Camus, quien le veía con sus ojos entrecerrados.

<<Es tu culpa…>> Logró articular.

<<¿Mi culpa?>> Dejó de acariciar su cabello poniéndose tenso.

<<Sí, tú tienes toda la culpa. Siempre, siempre… Siempre andas presumiéndome de tus amoríos.>>

     Así pues, el hechizo comenzaba a hacer efecto. Ellos comenzaron a expresar sus sentimientos.

<<¿Nunca te diste cuenta de cuánto me herías? El verte con alguien más, no lo tolero. Pensar que otras personas te acarician, te besan… El pensar que haces el amor con tantas, pero nunca conmigo.>>

<<No sigas, por favor.>> Cubrió sus labios con su dedo índice. <<Esto lo dices porque estas ebrio… Si continúas yo… Yo…  Creeré que tengo esperanza de amarte.>>

     Camus, viendo que pequeñas lágrimas comenzaron a surcar el rostro de su amado, las retiró con el reverso de su manga.

<<Sabes, yo siempre te he amado. Primero como amigo y no sabría decir cuándo empecé a verte como un platónico. Me conformaba con tenerte a mi lado y protegerte si era necesario. Era suficiente para mí. Cuando sentí que necesitaba más atención de tu parte tomé la decisión de empezar a salir con chicas para que tú me vieras. Nunca me dijiste nada por lo que pensé que, la verdad, no te importaba. No sabía si llamar a eso que sentí un amor no correspondido pues lo que sentía por ti era algo que no conocía. La simple necesidad de querer atesorarte sea como sea. En intentos de citas, nunca podía siquiera besar a la persona con quien salía. Venían a mi mente los recuerdos de tus besos… De tu sonrisa tras ellos. Tu voz, tu mirada. Tú.>>

     Con cada palabra dicha los ojos del otro casi salían de sí. ¿Acaso había dicho besos?

<<Espera… Pero tú y yo nunca nos hemos besado.>>

<<No que tu recuerdes.>> Le dijo apenado. Y sin darle tiempo a hablar comenzó a narrar.

 

-Era la noche más hermosa del año. La noche en la que todas las constelaciones brillaban en su mayor expresión y se sabía que una lluvia de estrellas fugaces llenaría el cielo a la media noche. Teníamos doce años para ese entonces. Te pedí que te quedaras en mi templo para poder apreciarla juntos. Aceptaste con una sonrisa y me ayudaste a preparar nuestro fuerte improvisado con las sábanas y almohadas de mi templo. Contamos chistes hasta que vimos las primeras estrellas fugaces aparecer. “Pide un deseo” dijiste cerrando tus ojos y llevando tus manos juntas hasta tu barbilla, haciendo lo mismo. Te obedecí e imité. Recuerdo a la perfección lo que pedí, que tú y yo siempre estuviéramos juntos sin importar qué nuestras almas estarían conectadas. Al abrir mis ojos te encontré dormido, estabas realmente cansado. “Milo” te escuché decir mientras sonrías. Algo nervioso, me acerqué. Nunca me había sentido así. Incontables veces antes, habíamos dormido juntos, y jamás había sentido la necesidad de abrazarte. Lo hice tratando de no despertarte juntando nuestras frentes. Sentía tu respiración acariciar mi piel, eso me erizó la piel; mis ojos no podían dejar de ver los labios que tantas veces habían llamado mi nombre. Con mi pulgar los toqué, eran realmente suaves. “Como se sentirá… “ pensé recordando las veces que había visto a las parejas unir sus labios cuando contigo nos escapábamos para comprar dulces en Rodorio. Cerré mis ojos y apretando mis labios los uní con los tuyos. Sentía que no podía respirar y me separé casi inmediatamente, muy sonrojado. Se había sentido sumamente lindo. Antes de caer dormido junto a ti, logré ver una sonrisa distinta en tu rostro. Así acabó esa vez.

¿Recuerdas la vez que fuimos asignados juntos a una misión en Rusia? Esa vez teníamos ya diecisiete años. Estaba muy feliz de que fuéramos juntos. Cumplimos nuestra misión, pero era demasiado tarde como para volver por lo que me sugeriste buscar un refugio y volver el día siguiente a primera hora. Acepté comentándote que de camino había visto un pequeño hotel donde probablemente podríamos quedarnos por un precio justo. Al llegar, para nuestra sorpresa solo tenían una habitación. Al parecer todas las habitaciones estaban llenas y de balde sería buscar en otro lado ya que era un día festivo para su nación. Sin otra opción tomamos la habitación. Dije que podías tomar la cama, con nuestra adolescencia ambos habíamos ganado pudor por lo que las pijamadas habían ido reduciéndose. “No es como si no hubiéramos dormido juntos antes, solo trata de no patearme” bromeaste mientras retirabas tu armadura. Ninguno de nosotros había empacado una mudada pues habíamos pensado regresar el mismo día. Fue así como tuvimos que dormir sin nuestro vestuario de la parte superior. A través de la delgada tela de las sábanas podía ver como tu espalda se marcaba. Era tentador acariciarla, pero te diste vuelta quedando boca arriba con tu boca semi abierta. Siempre has sido de las personas que se duermen al momento de tocar la almohada. La tenue luz de la lámpara de noche iluminaba tu rostro. Te veías tierno que tenía ese impulso de besarte, de nuevo. No sabía si hacerlo, años atrás si me hubieras visto haciéndolo podría haberte dicho que habría sido simple curiosidad… Ahora, de hacerlo, tenía miedo de que todo acabase mal. Nuevamente comenzaste a murmurar mientras dormías, pero esta vez fue distinto. “Milo” me llamaste mordiendo tu labio inferior y así perdí la razón. Retiré la tela que cubría tu cuerpo para poder posicionarme sobre ti, sin recargarme en tu cuerpo. Tiendes a tener un sueño sumamente pesado y profundo, pero no debía confiarme de ello. Moviendo unos cuantos mechones que cubrían tu rostro me acerqué. Volviste a llamarme, abriendo tus labios. En ese momento volví a unir nuestros labios después de tanto tiempo. Al igual que cuando tenía doce sentí que me quedaba sin oxígeno y me separé. No fue suficiente, quería más. No me conformé con sentir mis labios sobre los tuyos. Inhalé profundo y cerrando mis ojos volví a besarte, torpemente y por instinto mi lengua escapó de mis labios invadiendo tu boca. Sentí tus manos en mi espalda, me asusté pensando que habías despertado. Pero no fue así. Seguías dormido. Suspiré separándome nuevamente mas me atrajiste a ti, invadiéndome con tu lengua esa vez. Leves sonidos escapaban de nuestras bocas y susurrando entre besos me pedías más. No sabía a qué te referías con eso, admito que me sentí mal al pensar que tú eras más experimentado que yo. Dejándome llevar mordí tu labio, no sabría decir si fue el superior o el inferior, pero eso te hizo saltar y tus ojos comenzaron a abrirse. Rápidamente volví al lugar donde estaba acostado antes de que todo sucediera, cubriéndome con toda la sábana que antes había dejado de lado. Sentía un pequeño bulto en mi parte baja y de ser visto por ti creo que habría muerto de pena. “Milo ¿sigues despierto?” no respondí. “Tuve un sueño raro… Oye, no tomes toda la manta para ti solo.” Por el tono en el que lo dijiste apostaría que volviste a hacer aquella sonrisa que había visto tan solo una vez en mi vida. Volviste a dormir sin decir nada más. Pero a partir de esa noche nunca más volvimos a dormir juntos.

Tus constantes viajes a Siberia hacían que nos viéramos menos. Ocasionalmente pasaba por tu templo solo para ver si habías vuelto, muchas veces regresaba triste al no haberte encontrado. Otras veces, si tenía suerte o algo así; puesto que, si te hallabas en tu templo, a pesar de ello siempre te quedabas dormido con uno que otro libro sobre tu regazo. Aprovechaba para darte un tierno beso en la frente, casualmente besaba tus labios… Y fue así como decidí guardar este secreto.

Seguí saliendo con más chicas para ver si podía olvidarte, no quería arruinar nuestra amistad.-

     Una vez concluida su memoria dirigió su vista a un boquiabierto Camus. No podía creer lo que había escuchado. Acaso era el amor imposible de su amor imposible, sonaba demasiado bueno para ser verdad.

<<¿Entiendes todo lo que quise decir con ese relato verdad?>>

<<Sí, creo… ¿Te refieres a que de verdad tengo el sueño muy pesado?>>

<<No arruines el momento, por favor.>> Rió, siguiéndole la corriente a Camus. <<Me refiero a que, a pesar de todo lo sucedido, no sabía cómo nombrar esas emociones que sentía hacia ti. Ahora puedo decir que eso no puede ser otra cosa más que amor. Te amo, ¿lo entiendes?>>

<<Yo también te amo, Milo.>> Sus labios volvieron a decir el nombre de quien fuese su amigo de la infancia con el mismo tono que tan loco volvía al otro. Ese tono que lo invitaba a besarlo.

     Y así fue, sus labios se unieron hasta que…

Notas finales:

¡Sigue leyendo que esta historia continúa!


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