Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Destinado a marcharse por adanhel

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Situé el fic en un universo alterno donde existen donceles y varones, los primeros capaces de concebir, y para facilitar mi trabajo, los llame madres en el caso necesario.

 

Destinado a marcharse.

El sol, pálido y velado por jirones de nube, se alzaba en su cenit cuando su hijo mayor cayó al suelo, a unos cuantos metros de la puerta de la casa, empapándose con el cubo de agua que traía del río un poco más adelante. Lyse corrió a donde estaba, abandonando el abrigo que remendaba afuera para aprovechar la luz, e intentó ayudarlo a ponerse de pie, pero un dolor punzante le impedía levantarse y lo hacía doblarse en el suelo, por lo que no le quedó más remedio que llamar a gritos a su marido, que partía la leña necesaria para mantener el fuego de la chimenea y de la que no se había ocupado en varios días.  

-Levanta a Sabel y llévalo dentro. Que se quite esa ropa o se enfermara. 

Obediente, el fornido hombre asintió y levanto su frágil carga, el adolescente de no más de dieciocho años que, aterido por el frío y el dolor, temblaba en el suelo mojado.

Buscando que estuviera caliente, pues Sabel era su favorito, lo llevó a su propio cuarto, que compartía una pared con la chimenea y era el más cálido de su casa, y lo ayudó a ponerse de pie junto a la cama, dejándolo solo mientras iba a su habitación por algo que se pusiera, volviendo con su camisón y una manta.

-¿Estás enfermo?-le preguntó al entrar, apenas lo llamó para decirle que ya se había cambiado.

-Me duele mucho.-respondió, mirándolo con sus ojos claros, húmedos por las lágrimas.-La espalda, el estómago… se está volviendo peor…

Su padre asintió, pensando ya en que podría hacer él. Sabel nunca se quejaba y siempre había sido muy sano, aunque desde hacía unos meses lo veía un poco desmejorado. Ojeroso y pálido, sin hambre. Le había preguntado a su esposo que le pasaba, y Lyse le dijo que seguro no era nada. Tal vez se había enamorado y no era correspondido, pues sus hermanos menores se habían quejado tanto al respecto con él de que lloraba por las noches que por eso lo había mudado al cuarto de huéspedes, siempre que no llegara algún visitante a hospedarse… lo hizó y Lyse se enojó, por su favoritismo, y tal vez tuviera razón.

Quería darle algo a Sabel en vista de que desde hacía tres años venía rechazando las peticiones de matrimonio que le hacían por él. Se decía que era porque era muy joven, pero él mismo desposo a Lyse más o menos de esa edad, y en realidad era porque no quería alejarlo de su lado. Por qué no creía que ninguno de los que lo habían pretendido lo mereciera. Sabel era el mejor partido de la región, no tanto por su dote, aunque era buena, pero si por su belleza, por sus talentos.

Le preparó una taza de té e ignoró la mirada de soslayo que le dedicó su esposo al llevárselo, pero al ver lo mal que seguía, como el sudor cubría su frente y sus mejillas estaban enrojecidas, decidió que era lo mejor llamarlo. Fuera de un dolor de panza por comer de más, una jaqueca por un golpe, o la resaca por una borrachera, había pocas cosas que él supiera curar. Pero Lyse si sabía.

-No puede ser…-murmuró después de revisarlo, a solas, luego de sacar a Gilles de la habitación pues no hacía más que ruido y los distraía. Además, conocía a sus hijos, y si les prestaban demasiada atención cuando estaban enfermos pronto pasaban a no querer levantarse de la cama por un simple resfrió.

Aun así, lo que tenía Sabel era grave. Peligroso. Se preguntó como podría no haberse dado cuenta de lo que pasaba, pero por lo que preguntó a su hijo, ni éste mismo lo sabía. No se había dado cuenta. En  verdad no había engordado mucho, ni siquiera podía estar seguro de que ya estuviera a término, y tampoco sentía que su panza se moviera, aunque eso podía ser por las punzadas de dolor que sentía…

Como fuera, Sabel estaba embarazado y punto de dar a luz, según lo que él entendía, y no había nada más que hacer que la naturaleza siguiera su curso. Si solo fuera tan fácil.

-Cálmate, Sabel.-le ordenó después de que gritara y comenzara a llorar de nuevo, apartando los negros mechones que se pegaban a su cara y recogiéndole el cabello, largo hasta donde su cintura aún se marcaba bajo el camisón, en la nuca.-Vas a tener un bebé.-le puso la mano sobre su vientre y la presionó, para que lo sintiera. Los ojos azules de su hijo se abrieron enormes y lo miró boquiabierto, solo un segundo, antes de volver a tensarse.

-¿Qué?

-Un bebé. Ahora dime, ¿de quién es?-quiso saber, pero Sabel se limitó a verlo, ausente hasta que el dolor lo hizo gritar de nuevo.

-¿Qué pasa aquí? ¿Qué tiene?-incapaz de escuchar a su hijo sufrir, Gilles había abierto la puerta, seguido de cerca por sus dos hijos menores, que habían llegado corriendo al escuchar los gritos.

-Un niño en la tripa, pero no por mucho.-respondió cortante Lyse, que veía como la situación se le escapaba de las manos.-Ange, Dorianne, traigan agua, caliéntenla, y hagan unos trapos con las sabanas viejas.-así al menos alejaría a sus hijos por un rato, aunque de todos modos escucharían cosas para las que eran demasiado jóvenes.

-¿De quién es?-la voz de su marido sonaba peligrosa. Tal como lo esperaba.- ¡Dilo!

-Él dijo que no pasaría nada… que era la primera vez…

Eso era un alivio, en cierto modo, pensó Lyse, guardándolo para dentro de un rato, cuando intentara calmar a su marido. Pero por ahora lo dejaría. Tenía derecho.

-¿Quién fue el bastardo que te deshonró?

-Prometió que se casaría conmigo…

-¡¿Y entonces dónde está?! Si ya va a nacer…-hizo unas cuentas rápidas con los dedos- debiste deshonrar mi casa, tu nombre, ¡a mí!, en la primavera pasada.

-Yo no quería deshonrarte, papá, créeme… yo no quería…

-¿Entonces por qué lo hiciste?

-Por qué él me lo pidió…

-¡Lo mató! ¿Quién es? ¿Dónde está? ¿Cuándo abusó de ti?

-No abusó… yo acepté…-y eso le había pesado desde hacía meses, cuando él no volvió. Cuando supo que algún día podría darle la vergüenza a su padre de que supiera que su hijo no era virgen cuando lo casara, que eso pudiera afectar a sus hermanos cuando llegara el tiempo de desposarlos. Y eso era solo por haberse entregado antes del matrimonio, pues no se le había ocurrido siquiera la idea de estar esperando.

-¿Y todavía tienes el descaró de decírmelo?-le gritó, tomándolo por los brazos, y Lyse estuvo de acuerdo. Sabel era cruel. Su padre lo habría perdonado de creer que lo forzaron, pero decirle así que antepuso su… estupidez, por no acababa de creer que hubiera sido lujuria, a su honra, era un golpe duro.- ¿Quién es?-le gritó, sacudiéndolo, mientras sus hermanos miraban desde el vano de la puerta, pero Sabel solo dobló en cuello, intentando ocultar la cara, demasiado avergonzado para verlo o hablarle.

-¿Por qué lo defiendes si no cumplió su promesa?-intervino su madre, rogando que no se aferrara a ideas estúpidas de lealtad cuando él no había vuelto.

-Jackes.-la voz clara, infantil, de Ange se dejó oír, pero sus padres no se volvieron a verlo hasta que lo repitió.-Se llama Jackes.

-¿Cómo lo sabes?-rugió su padre, girando en su dirección y soltando a Sabel, que se dejó caer sobre la cama, con los ojos empecinadamente cerrados y las lágrimas corriendo por las mejillas.

-Por qué Sabel llora por él.-explicó.-Y cuando está dormido le pregunta por qué no vuelve y por qué lo engaño. Por eso te pedimos que lo enviaras a otro cuarto.

-¿Y desde cuando pasa eso?

-Desde que empezó a llover y Jackes no volvió.

-¿Y quién demonios es Jackes?

-Un viajero. Pasó un par de noches aquí, en la primavera.-Lyse se había levantado y secaba el sudor de la frente de Sabel con su pañuelo, escudándolo inconsciente de la furia de su padre.-Luego se fue al pueblo. Dijo que no era decente que él permaneciera en la misma casa que un doncel casadero.

-¡Claro! ¡Lo decente era deshonrarlo…! ¡Aunque no en mi propia casa, espero!

No, negó Sabel débilmente, pero nadie le hizo caso. No fue en su casa. Fue en el campo, un día soleado, la tarde antes de que se fuera. Habían ido a pasear y le dio flores, le dijo que lo amaba, que volvería por él apenas terminara de atender sus asuntos al otro de los Alpes. Desde su casa se podían ver los Alpes, el suyo era el último poblado grande antes del paso de las montañas, y los meses siguientes, pasó muchas horas vigilando el camino por donde lo había visto alejarse. También muchas veces le gritó, solo en el campo, pero nada más que el eco volvía a él… ahora oía también las voces de su familia como un eco lejano, peleando…

-¡Sabel!

Dorianne fue el primero en darse cuenta de que se había desmayado, y aprovechando su inconciencia, Lyse logró sacar a su marido de la habitación aunque dejó la puerta abierta para que lo viera desde el comedor en los que sus otros hijos le acercaban la botella de coñac y un vaso mientras mascullaba horribles juramentos contra el bastardo que deshonró a su hijo, y contra el mal hijo que defraudó su confianza, y el cual, apenas se restableciera, arrojaría de su casa con todo y la prueba de su deshonra.

-Ange, ven conmigo.-Lyse estaba furioso, pero logró contener el temblor de su voz al llamar al menor de sus hijos, que estaba a punto del llanto por lo que decía su padre. Ya después les explicaría que era mejor dejarlo desahogarse que reñirlo para que se callara, y que ya encontraría el modo de que no los alejaran de su hermano, en especial a Ange, que era el más apegado a Sabel, pero por el momento solo podía tenerlo a su lado.

Sabel se había portado como un estúpido, enamorándose del primer imbécil que le dijo palabras de amor, entregándose a él. Y más estúpido había sido él al no darse cuenta que su hijo empezó a llorar un par de meses después de que se fuera, pero es que tantos se habían hospedado en su casa… Pero ninguno tan apuesto, tan fascinante.

Sacudió la cabeza y se secó algunas lágrimas que pendían de sus pestañas luego de dejar una jofaina con agua junto a la cama y ponerle un paño húmedo sobre la frente a su hijo. Luego fue por la botella de láudano que guardaba en su armario para cuando enfermaban, medicina sin par según un antiguo conocido, el ilustre doctor Maturín, y pensó cuanto debería darle, pues si no sentía el suficiente dolor no se esforzaría en el parto, y si sentía demasiado, volvería a desmayarse.

*

Al volver en sí, Sabel deseó que los minutos que habían pasado hubieran sido de reposo, de perderse en la nada y olvidar sus problemas aparte del dolor, pero no había sido así. Lo había visto a él. Siempre a él, como cada vez que cerraba los ojos. E igual que la primera vez que lo vio, sintió que el corazón le daba un vuelco.

Llegó a pedir hospedaje en su casa, por qué la hostería del pueblo era muy ruidosa, y él había dejado de hacer de inmediato lo que hacía. Ni siquiera recordaba qué. Tampoco sabía cómo pudo disimular, pues si su padre se hubiera dado cuenta que le gustaba lo habría sacado sin miramientos de su casa al día siguiente luego de hacerlos dormir a todos bajo llave en distintos cuartos…

Sonrió por un segundo al recordar eso… su padre lo amaba… lo amaba y él lo había lastimado. Podía sentir su mirada, su enojo aunque estaba lejos de él… lejos de su cabecera estando enfermo por voluntad propia por primera vez desde que recordaba, furioso con él por primera vez.

Nunca había tenido prisa por casarse, ni había soñado con eso como hacia Dorianne aunque era seis años menor que él, hasta que conoció a Jaques. Debía ser porque nunca había amado a nadie, y si el amor era como lo había experimentado todos esos meses, recordando la felicidad del par de semanas que estuvieron juntos, llorando por su ausencia, temiendo no volver a verlo, había sido lo mejor.

Él se fue dos días después de su casa, no sin antes hablarle en privado, aprovechando que lo encontró camino al pueblo, cuando iba a comprar algunas cosas que hacían falta en su casa. Entonces le dijo que era lo más hermoso que había visto nunca, que era encantador, que si sus ojos eran del color de los lagos en los Alpes y que si su voz sería tan dulce al pronunciar su nombre como lo había sido en sueños…

Creía amarlo ya, pero se dio cuenta que no era así cuando él postergo por casi diez días su partida y a fuerza de verlo su corazón ya no amenazaba con escapársele del pecho cuando estaba cerca y su voz volvía a salir sin dificultad de su garganta al hablarle. Entonces fue consciente de que lo que sentía por él se hacía más fuerte, más profundo… un sentimiento más sosegado, más parecido a lo que sentía por su familia que a la emoción pasajera que sintió la primera vez que se enamoró.

Luego le propuso ir con él, que dejara a su familia y lo acompañara al otro lado de las montañas, que solo serían un par de meses, en lo que arreglaba algunos asuntos… pero no aceptó. No podía dejar así a sus padres, a sus hermanos, decirles que en solo días los abandonaría, y él lo entendió...

O eso creyó, pues si no, ¿por qué el día antes de irse volvió a insistir? ¿Por qué no se conformó con un beso de despedida y le pidió algo más? Él tenía miedo de que alguien pudiera enterarse, de que pudiera haber consecuencias, pero Jaques lo convenció de que no sería así. Que solo sería una vez para tener un recuerdo suyo en lo que estaba ausente, que no pasaría nada malo porque cuando volviera, traería con él el vestido de novia más hermoso que pudiera hallar y pediría su mano... Se lo prometió. Se lo juró. Pero no cumplió.

Entonces comenzó a sufrir.

Primero lo hizo por su ausencia, preguntándose si le habría pasado algo, y después por su engaño. Él le había mentido, le dijo que lo amaba, que volvería, y los meses pasaban sin noticias suyas. Un par de palabras en un papel le habrían bastado, pero no tenía nada. Nada que le dijera que volvería, que cumpliría su promesa, que seguía vivo… y nada que se lo recordara pues incluso sus flores al secarse las había tirado, pensando que habría más.

Después, y mientras más lo pensaba, lo hacía por su futuro. Su padre no tenía modo de saber lo que él hizo, y si era posible, quería que jamás lo supiera, pero algún día lo casarían, y no sabía si habría modo en que su futuro marido se diera cuenta que ya no era virgen. Suponía que sí, pues si no, no sería algo tan importante de guardar, así que tendría que decírselo a su madre, pues era el único que sabría qué hacer, si es que se podía hacer algo.

Y de nuevo, lo hacía por él. Aunque a veces estuviera furioso, aunque lo hiciera llorar solo pensar que no había sido más que un pueblerino al que no quería volver a ver por qué ya había tomado de él lo único que valía, no podía dejar de quererlo. Entonces no sabía qué hacer, si pensar que él lo abandonó, o creer, como quería, que era algo más lo que lo demoraba, porque en ese caso, cuando entregaran su mano, tendría que desobedecer a su padre, y si no, aceptar casarse con alguien que no amaba. Traicionar a Jaques.

*

-¿Por qué no nace?-su marido, sentado en la misma posición que hacía ocho horas, miraba fijamente a Sabel, que estaba laxo sobre la cama húmeda, agotado por las horas de esfuerzo.

-Hay niños que tardan en venir.-le respondió Lyse, para no preocuparlos, a él y sus hijos. Intentar tranquilizarse a sí mismo, pues tenía un mal presentimiento.-Ange fue mi tercer hijo y estuve mal dos días…

Sabel lo recordaba. Recordaba cuando nacieron sus dos hermanos, pero algo le decía que había sido distinto, y no solo porque sus padres estaban casados, porque los habían esperado llegar por meses. En ambas ocasiones, su panza era bien redonda, notoria bajo su ropa y poco a poco, le había ido costando trabajo moverse como siempre… en cambio él apenas si había engordado y se movía como antes. Había creído que engordaba por la llegada del invierno, como cada año, y por qué cuando no lo veían se robaba el pan de la alacena, pero era el bebé.

Ese bebé que aún no acababa de sentir que fuera real, y por el que se sentía culpable, por no haberlo notado. ¿Sería una mala madre por eso? Si lo hubiera sabido habría comido por ambos, y habría intentado llorar menos para no entristecerlo… tal vez nunca lo había sentido porque mejor su bebé no quería entristecerlo a él…

-Vamos, no llores…-a su lado, Lyse se dejó abrazar por él y le acarició el cabello, preocupado. No era poca cosa tener un hijo, y Sabel aparte debía lidiar con saber que lo tendría. Y también lo preocupaba el bebé. Apenas lo sentía moverse y no sabía por qué, si era muy pequeño para sentirlo, o si acaso lo era para hacerlo, pues tal vez aun no fuera tiempo y se le había adelantado el parto con la caída, o tal vez por la caída no lo sentía. O quizá solo le había dado demasiado láudano y eran sus nervios los que lo hacían preocuparse en vano.

Se levantó y fue donde su marido, quitándole el vaso de coñac de la mano para tomárselo.

-¿No deberíamos llamar a alguien?

-Si no mejora en un par de horas.

-¿Horas?-Gilles estaba preocupado, aunque fingiera que no.

-No va tan mal, y es su primer parto… si puedo, quiero arreglármelas solo… ¿Aún quieres echarlo de la casa?-era el momento de ablandarlo, ahora que estaba sufriendo, así que ignoro el gruñido con que le respondió.-Nadie sabe que esta embarazado. Si ambos nos quedamos en casa unos días, podríamos fingir que yo tuve al bebe y él me estuvo cuidando. Después tú y los niños esparcirían la noticia…

-A ti tampoco nadie te vio embarazado…

-Ni mis amigos lo sabrían porque yo habría temido perderlo y lo guardé en secreto. A mi edad es posible.

-¿Por qué? ¿Por qué quieres hacerlo? ¿Por qué quieres tener aquí la prueba de mi deshonra?

-Por qué es el hijo de tu hijo. Y si nadie lo sabrá, ¿qué deshonra hay en eso?

-Yo lo sabré.

-No te estaba preguntando.

Dolido, molesto, Gilles se levantó de la silla y le dio la espalda a Lyse, parándose frente a la chimenea y moviendo sus rescoldos para avivarla, pues la nevada intensificaba el frío. Nunca había sido bueno con los sentimientos, y en esos momentos sentía demasiados, estaba confundido, y de todas las palabras de su esposo solo entendió algo, que si se quedaban al niño, Sabel se quedaría. Y si Sabel se quedaba, tal vez nunca tendrían que casarlo, podrían decir que estaba enfermo, y se quedaría con ellos para siempre…

Se quedaría a su lado y nunca le volvería a dar problemas, porque era un niño bueno y entendería la lección, y él cuidaría que nunca volviera a sufrir como ahora que gritaba de un modo que le desgarraba el corazón… no podía ser bueno que gritara tanto… pero la nevada que comenzara cuando anocheció se convirtiendo en ventisca, y si salía a buscar a alguien, no querrían acompañarlo. Debió haber salido hacia horas por el doctor. Él tampoco hablaría si le pagaban por su silencio…

-Ya falta poco, Sabel, aguanta…

Gilles regresó a su silla preguntándose como Lyse sabría eso y abrazó a Ange, que por fin se acercaba a él de nuevo. A sus espaldas, la fuerza de la tormenta abrió la puerta, que se azotó con estrepito, pues nadie la había atrancado esa noche, y Dorianne se apresuró a cerrarla, pues desde hacía algunos minutos Sabel temblaba, de frío creía, y no debía ser bueno ni para él ni para el bebé que ya quería conocer.

*

-Jaques…

De pie frente a su cama, alto, apuesto, usando el mismo abrigo que cuando se fue, él le sonreía, y unas líneas ligeras se marcaban entorno a sus ojos oscuros al hacerlo, tal como lo recordaba.

-Sabel.-su voz tranquilizadora lo calmó de inmediato, aunque el dolor era intenso. La alegría de verlo.

-Volviste.

Sin dejar de mirarlo, acercándose a su cabecera para que no tuviera que esforzarse al verlo, Jaques asintió.

-Lo hice por ti… por ustedes.-ahora, sus ojos vagaban por la cama deshecha, mojada, manchada de sangre. Hincado a sus pies, Lyse apenas le ponía atención, maldiciendo porque casi tenía al bebe en sus manos y Sabel cada vez tenía menos fuerza para pujar.

-¿Con quién habla Sabel?-a sus espaldas, en la puerta, Dorianne lo señalaba, mientras que Ange, de nuevo a su lado, los veía fijamente.

Lyse levantó la mirada y prestó atención a sus palabras, entrecortadas por sus gemidos, y lo que vio le heló sangre. Estaba hablando solo y su mano extendida parecía querer tocar a alguien que solo existía frente a sus ojos, pero eso no era lo peor. Que alucinara, mientras fuera capaz de pujar, no le preocupaba, pero sí que lo hiciera con el hombre que lo abandonó. Que fuera con alguien que casi podía sentir a su lado, aunque no hubiera nadie.

-Con Jaques, cariño. Por la medicina.-no quería decirle a su hijo que con un muerto. No podía con tanto al mismo tiempo.- ¡Puja, Sabel, ya falta poco!

Cansado, Sabel lo hizo mientras Jaques le sostenía la mano, feliz de que lo dejaran estar a su lado, pues no era cosa de varones, incluso su padre seguía afuera, sentado frente a la puerta. Pero él lo quería ahí, y si alguien le preguntaba se los diría, aunque parecía no importarles… tal vez solo lo ignoraban, dejando las peleas para después, pues ahora lo importante era que su bebé naciera, y él ya estaba tan cansado…

-¡Gilles!

Por fin, tras un último esfuerzo, su madre tuvo a su bebé en sus manos, y de inmediato llamó a su padre para que lo cargara, lo limpiara, y lo vio ir a una esquina del cuarto con él, envolviéndolo en una manta y poniéndolo sobre la mesa… dejó de fijarse en lo que hacía cuando nuevos dolores lo acometieron y se preguntó por qué aún no terminaba, por qué su madre no se levantaba se suelo frente a él y se mordía los labios.

Jaques, que se había alejado siguiendo a su padre, volvió a su lado, dejándolo sentado frente a la mesa, cargando a su hijo. Una pelusilla oscura cubría su cabeza, y sus ojitos estaban cerrados. Debía estar dormido, cansado de tanto pujar y pujar de su parte.

-Es hermoso.-estiró sus dedos para tocarlo y Jaques se inclinó hacia él.

-Como tú.-le respondió, y Sabel sonrió, divertido por el halago. Debía verse horrible en esos momentos. Su mamá no dejaba de decir algo sobre la sangre.

-¿Por qué volviste hasta ahora?

-Era imposible antes.

-Pero prometiste volver…

-Y aquí estoy.

Al fin, escuchando lo que decía, Gilles se acercó a sus hijos menores y los aparto del lado de Lyse, para que no lo estorbaran, abrazándolos contra sí. Los lienzos en sus manos estaban empapados de sangre, y conforme esta parecía no dejar de salir sus ojos se mostraban cada vez más desesperados. Los apretó, y se maldijo por haber sido capaz de maldecirlo, de desear que muriera para no tener que sufrir su presencia en el momento más abrupto de su coraje, aunque de inmediato se había arrepentido y lo más que llego a pronunciar en voz alta fue su deseo de que desconocerlo, de arrojarlo de su casa…

Ahora ya ni siquiera quería que viviera con la humillación de saber lo que hizo, de que tuviera que quedarse solterón… ahora solo quería que no muriera. Que si él ya se había llevado al bebé le dejara a Sabel. Porque al menos ese bastardo no lo había abandonado, pero en mala hora volvía a su casa.

-¿Te sientes mejor?-Jaques ya le había contado que si no regreso a tiempo fue porque sufrió un accidente, un deslave en las montañas, cuando apenas las cruzaba de ida. Saber eso lo tranquilizó al fin, después de tantos meses de angustia.

Asintió, pensando si sería por eso, pero no… Inesperadamente, también el dolor se había ido. El frío se había ido.

-Es hora de irnos.

-¿Ahora? Pero… ¿y mis padres, mis hermanos?

-Ellos no pueden venir. No ahora.

-¿Entonces cuándo?

-Cuando sea tiempo.

-¿Vendremos por ellos?

-Si tú lo deseas…

Sabel asintió y se levantó de la cama, tomando primero a su bebé, que Jaques le entregó, y dejándose cubrir por su abrigo cuando él se lo quitó. Luego tomó su mano y caminó tras él.

A su lado, hincado a los pies de la cama, su madre dejó de intentar detener la hemorragia con las tiras de la sabana que había desgarrado y se echó a llorar.

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).