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EVANESCENTE por Osaki

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Notas del fanfic:

Estoy enojada, el documento se desconfigura, y no me gusta, es molesto leer así. No quiero que mi texto se vea así, por favor, no sé qué pasó pero disculpen el caos que puedan ver.

Si no logro resolver esto me iré a Wattpad.

 

—Sakura, basta. No puedes seguir así…

—Sólo, saldré a despejarme. Tomar aire… beber algo.

—No es cierto y lo sabes —Contradijo Ken. Largó un suspiro cansado, no conseguía el suficiente valor para decirle nada a su mejor amigo. —Sólo espero que no…

—No me estoy drogando, Ken. Se lo prometí…

 

Y así pasaba otra noche más. Por las tardes tocaba como soporte en un bar y luego, entrada la noche, se perdía en ese sub mundo enloquecido, detrás de las sombras.

Iba uno… dos… tres chupitos de tequila, la garganta ardía en calor y sabía que podía comenzar, pedía una botella de licor cualquiera, lo que fuese estaba bien, sólo necesitaba adormecerse una vez más, y ser inmune al dolor, a cualquier dolor. Casi había olvidado su facha de casanova y comenzaba a olvidar incluso los placeres cárnicos que brindaba una mujer; pero se hizo pronto con la compañía de una y al cabo de un par de horas ya estaban dentro de una pieza barata de motel.

Él la besaba furioso, ansioso, ella se dejaba llevar presa de la falsa ideación de deseo y sin embargo sólo era apetito sexual, menos que eso, algo tosco, como el hambre bruta, que hace del pan duro y la fruta podrida, todo un manjar.

Se arrancaban la ropa como animales, caminando torpes y ebrios hasta caer sobre un remedo de cama; los resortes metálicos provocaron el rebote de los cuerpos y en el mismo preciso instante Sakura cubría con su cuerpo la desnudez de la joven entre sus brazos. Aquella sin nombre se abría de piernas dando la bienvenida a su amante, a ése que no la veía a ella, pero sucumbía a una necesidad asfixiante de tocarla, de besarla, falsamente amarla.

La volteó con brusquedad sobre el colchón tomándole la cintura para elevarla a la altura de su propia cadera y estrujarle los glúteos blancos y redondos, de aire infantil, poco maduros en sus manos, recorrer su talle delgadito y volver a la cadera, asirla a su cuerpo para penetrar con una sola estocada entre la carne, abrirse paso con rudeza y clavarse en ella gruñendo. 

Abandonó su cordura y se entregó al instinto. Su cadera iba en vaivén por simple inercia ante la unión de ambos sexos, su mente vagaba en un espacio oscuro envuelto en sombras que poco a poco dejaban ver un hilo de luz, punto de luminiscencia que se agrandaba conforme su cuerpo cedía  al deseo sexual, pronto todo era blanco y su mente dibujaba aquello que sus manos palpaban, una piel nívea, suave y tersa, nalgas redondas y firmes rebotando contra su pelvis, ascendía en sus caricias… la cintura, abriendo el camino a un torso delgado, un cuerpo frágil, hombros y brazos ligeros, manos asidas con fuerza  a la cama, el cabello cayendo como cascada para cubrir un rostro ajeno, escondiendo la faz del cuerpo que poseía.

Sintió de repente la necesidad de abrir los ojos y tomarle de los hombros para intensificar el movimiento de su pelvis y vio con desazón que la espalda era nada más blanquecina y lisa, sin aquel grabado que amase y ansiase besar, no tenía las alas tatuadas, no era él. Desató su rabia con violencia provocando quejidos más fuertes, gemidos gritados, placer masoquista en la mujer a la que victimaba con su frustración,  y ella no entendía que era la desolación en él.

Observó con desdén  el cuerpo mal cubierto entre sábanas y la sonrisa torcida de la joven que no parecía comprender: Sakura estaba herido.

Abandonó el lugar como si fuese la escena de un crimen, como el lugar de la traición, y es que sí, se sentía un traidor.

Condujo como loco hasta el bar más próximo y guiado por su deseo de olvidar, de ahogar la culpa infundada en su pecho. Bebió. Fumó. Ahogándose en sí.

Cual si fuese un muerto vivo deambulaba por las calles, sin rumbo y embotado por el alcohol… ¿Qué demonios hacía?

 

Daban las cuatro de la mañana cuando logró después de un par de intentos, insertar la llave en la hendidura y quitó el seguro; empujando la puerta con el hombro se abrió paso a su hogar, si así podía llamarlo, porque sentía a veces que no era más que último rincón del mundo al que quería llegar para confrontarse a su culpa, y sin embargo allí estaba… La razón por la que se devanase los sesos y por la que a su vez, sintiera que aquel no era un rincón indeseable, el purgatorio, ni nada de lo que pensara su torcida mente, sino, aquel era un refugio, el refugio alado y celestial, la calma en la tempestad, era de verdad más que un hogar.

Le sonreía, dulzón sentado en el sofá, como si lo hubiese estado esperando, desde hace horas: mucho, simplemente nada; Sakura se sintió hastiado de sí mismo. Lágrimas amargas escaparon de sus ojos arrastrando consigo la culpa. ¿Cómo podía sonreírle así? Si de seguro se notaba aún el lápiz labial manchando su piel, y la pestilencia del alcohol se percibía a metros, cualquiera o habría despreciado tan sólo verlo deplorable, pero él no.

Sakura avanzó dejando caer su chaqueta al suelo, silente y aferrando su mirada a los ojos grandes y castaños que lo recibiesen en su llegada, los confrontaba preguntándose el porqué de su sosiego, preguntándole por qué parecía tan ausente y real al mismo tiempo; se aproximó al dueño de esos ojos castos y ensartó la mano entre las hebras lacias de su cabello para sostener su nuca y besarle.

Su ser no soportó la intensidad del encuentro, pronto se desarmó en llanto aferrándose a esos labios carnosos que no parecían responder…

—Te… Joder, lo siento, por favor, dime algo, lo sabes… no te puedo mentir, maldición, háblame, o… ¡mierda! —tomó el cuerpo ajeno entre sus brazos, envolviéndolo torpemente para tomar sus labios de nuevo, abriéndose paso entre los belfos que fungían de portón mágico a la dulzura de su boca, tan condenadamente exquisita, inocente y vulgar, si él lo sabía.

No hubo queja alguna, tan sólo una sonrisa corta ante la torpeza, cediendo para que el hombre atormentado que lo sostenía buscara la paz en su esencia, ah… sus brazos cortos envolvían al azabache por el cuello y lo atraían con ternura.

Sakura se ahogaba con tanta bondad.

Sus ojos…

Sus manos…

Su boca…

Sus labios…

Su aroma…

Su piel…

Ilusiones vagas en su cabeza.

Despertando…

Brillante crepúsculo…

Voces en el viento…

De prisa…

 

—Antes de que el amanecer me consuma…

               

Aquel día de verano…

—Déjame volar hacia ti...

 

                Deslumbrante como el sol…

 

—El amor…

                Quema…

               

Notas finales:

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