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Cómo supe que Bruce Wayne era Batman por Tanis

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Notas del capitulo:

Cómo supe que Bruce Wayne era Batman

 

-          Pero … - Trató de replicarle a Margaret sin éxito – Seguro que hay otros que …

-          No se hable más Gordon ¿Me ha oído? Las órdenes vienen de muy arriba.

-          Sí capitana Sawyer – Acabó por decir y se fue de su despacho dando un portazo.

 

Ya era malo que le hubieran hecho venir durante el día. Llevaba tantos meses trabajando en el turno de noche que sus ojos se habían acostumbrado a  la oscuridad. La luz del Sol, al salir de su apartamento, le cegó.

 

Gotham era una ciudad totalmente diferente por el día. Costaba creer que fuera la misma cabrona que por las noches te apuñalaba por la espalda.

 

Las risas de los niños resonaban extrañas en su cabeza. Tan poco familiares.

 

La cabeza le iba a estallar.

 

Se fue a la azotea de la comisaria y sacó un cigarrillo.

 

Ya no se sentía culpable por fumar. Ya nadie le recriminaba el hacerlo. Había intentado dejarlo tantas veces que ya no llevaba la cuenta de sus fracasos. Así que asumió que de algo tenía que morirse, ya fuera por el tabaco o por una bala en el pecho.

 

Por estadística en la Policía de Gotham, era más probable lo segundo que lo primero.

 

Las migrañas eran cada vez peores y la medicación no surgía efecto. No como antes.

 

Apenas podía dormir.

 

“Sólo me faltaba esto para acabar de joderme el día”

 

Tenía tantos expedientes de casos abiertos sobre la mesa que ni siquiera se veía el color de la madera raída. La mitad de policías del departamento no le hablaban por haber delatado al detective  Flass a asuntos internos, y la otra mitad lo odiaba, por ser más corruptos incluso que el rubio.

 

Todo el mundo critica a los malos polis, pero nadie tiene el coraje de enfrentarse a ellos. Gordon sí, y ahora estaba solo.

 

Tan solo unos pocos le dirigían la palabra. Los que trabajaban en el turno de noche junto con Cornwell y sus hombres en la Unidad de Crímenes mayores.

 

Les llamaban “Los caballeros del Murciélago”

 

“Tómatelo como unas vacaciones”  Le había dicho la capitana.

 

¡Seguro!  

 

Hacer de niñera de Bruce Wayne era justo lo que NO necesitaba en esos momentos en los que tenían contra la espada y la pared a Máscara Negra, el jefe del crimen organizado de todos los Narows.

 

A regañadientes cogió un coche de paisano de la comisaría y tuvo que aguantar las burlas de sus compañeros del turno diurno  “Mirad, pero si el vampiro de Gordon ha salido de su cueva” o “Mirad, es el perrito faldero de Batman”

 

-          ¡Que os follen a todos! – Les había dicho con su particular tono prosódico, levantando el dedo corazón al salir de las dependencias policiales – Malditos polis de guardería.

 

¿Qué sabrían ellos de lo que se movía entre las lúgubres calles cuando caía la oscuridad?

 

¿Qué sabrían ellos de Batman?

 

Nada.

 

Si lo hubieran visto como él. Si lo hubieran visto acudir a la señal del murciélago en el cielo. Si hubieran visto como aparecía entre las sombras. Como un espectro en la noche, que viene a repartir justicia divina. Como una criatura expulsada del Averno, juzgando con el peor castigo a los delincuentes que forjaba aquella ciudad endemoniada.

No hablarían así de él.

 

Si les hubiera mirado a los ojos y hubieran visto reflejados los pecados de sus almas, le mostrarían más respeto.

 

Le mostrarían sumisión.

 

Batman le había mirado a los ojos, le había otorgado ese privilegio, privilegio que sólo regalaba a unos pocos,  entre ellos él. Le había dirigido la palabra y explicado sus planes y sus hipótesis sobre los peores delincuentes de Gotham.

 

Se sentía agraciado por ello, porque realmente era un regalo trabajar con él.

 

Aunque diría más bien, “para él”

 

Había sucumbido ese primer día a sus designios. En el momento en que sus miradas se cruzaron por un instante fugaz,  cuando salvó de morir atropellada a esa joven embarazada.

 

Desde aquel instante ya no pudo negarse a ninguna de sus peticiones. Hubiera hecho todo lo que le hubiera pedido. Incluso más.

 

Dedicó su cuerpo y su alma a la misma cruzada que el caballero oscuro de Gotham, contagiado por su obsesión. Por limpiar aquella ciudad que no acababa de sentir como suya, aunque hubiera nacido y se hubiera criado a un par de manzanas de la comisaría del distrito central.

 

Bárbara le decía continuamente que no pasaba tiempo en casa, ni con ella ni con  la pequeña Babs. No podían entenderle. No podía hacerle entender que su trabajo salvaba vidas, que no podía simplemente dejarlo para ir a pasear o a hacer las compras en el supermercado.

 

Era injusto para ella.

 

Su mujer le decía que estaba obsesionado con el trabajo.

 

Pero lo cierto es que estaba obsesionado con él.

 

Con Batman.

 

-          Ha llegado a su destino - El GPS del vehículo habló con voz metálica.

 

No sabía ni qué carretera había tomado, lo único que recordaba era el sinuoso paisaje de cedros y pinos que se extendían frondosos tapando la luz del Sol.

 

Agradeció a la madre naturaleza por darle una tregua a sus ojos cansados.

 

Se bajó del coche ante el altísimo muro de piedra gris que se perdía más allá de lo que alcanzaba la vista. Había cámaras de seguridad y sensores de movimiento por todo el perímetro.

 

Aquello más que una mansión parecía una fortaleza.

 

Wayne no escatimaba en gastos.

 

Suponía que tampoco debía hacerlo. Era el multimillonario más rico de todo el país, y aquellos era los dominios de su reino, como lo era toda la alta sociedad de Gotham, que bebía los vientos por tener algún contacto con él.

 

En Gótica no  había aristocracia, un símbolo de la decadencia del viejo mundo, pero sí la hubiera habido, desde luego, su príncipe habría sido Bruce Wayne.

 

Picó al interfono, después de apagar su cigarrillo contra la húmeda tierra.

El olor a hierba mojada se le hizo extrañamente agradable. Con el dedo índide se colocó bien las gafas.

 

-          Soy el teniente Gordon del GCPD – Enseñó su placa a la cámara y la enorme puerta forjada de hierro se abrió automáticamente.

 

Subió a su coche, y al menos tardó otros diez minutos en llegar hasta la entrada de la mansión, aunque más bien, parecía un castillo, por las exageradas dimensiones.

 

El policía hacía mucho que no veía a Wayne.  Desde su sonada vuelta a la vida social de Gotham, sólo le había visto un par de veces. Apenas habían cruzado un par de miradas mientras él se encargaba de la seguridad de algunos de estos eventos pomposos de la alta sociedad de la ciudad, mientras que el otro era el invitado de honor.

 

Ahora sólo sabía de su vida por las revistas del corazón que compraba su hija Babs, pero al parecer, no desperdiciaba el tiempo. Era increíble que en cada número apareciera con un escándalo mayor que el anterior. Hombres y mujeres sucumbían al más frívolo Don Juan de la época actual.

 

El ególatra y extravagante niño rico de Gotham.

 

Y ahora tenía que protegerle, en vez de estar donde más falta hacía. Junto a Batman.

 

La capitana se lo había ordenado después de Bruce sufriera un intento de secuestro al salir de su limosina, en la misma puerta de la torre Wayne.

 

“No nos podemos permitir otro escándalo como el de sus padres” Le había dicho Sawyer.

 

Era curioso, pero Gordon siempre pensó que el lamentable asesinato de los padres de Bruce había sido una desgracia, y no un escándalo,  aunque copara las primeras páginas de todos los diarios durante semanas, como si hubiera sido la maldita gala de los Oscars.

 

Suponía que por eso precisamente le habían encargado aquella misión, ya que la primera plana fue ocupada por él mismo arrodillado, abrazando al joven Wayne, de apenas ocho años, con los cadáveres de sus padres tirados sobre el mugriento callejón, tapados por las mantas forenses.

 

Aquel sensacionalismo barato le ponía enfermo. Se encendió otro cigarro.

 

Sólo quería que aquellos buitres de la prensa dejaran en paz al pobre chico.

 

-          Permítame su abrigo, teniente – Le dijo un hombre exquisitamente vestido, con acento inglés - Aquí no se puede fumar.

-          Bien – Dio una última calada y apagó el cigarro con la suela de su zapato - Gracias, pero prefiero llevarlo conmigo – Dijo refiriéndose al abrigo. En el interior de aquella enorme mansión hacía tanto o más frío que afuera.

-          Acompáñeme ,  el señor Wayne le espera.

 

Pero no fue así.

 

Tuvo que esperarle por más de una hora, sentado en un aberrante comedor, con una mesa irrisoriamente larga, de más de veinte metros de largo. Todo tallado en la más excelente madera, desde las sillas, hasta el suelo, las paredes, el techo perfectamente trabajado …

 

Gordon no sabía nada de arte, pero los cuadros que colgaban de las paredes parecían caros. Muy caros.

 

Se sentía completamente fuera de lugar, desperdiciando su preciado tiempo en algo que podían haber encargado a cualquier otro.

 

-          Teniente – Dijo Wayne abriendo las puertas que daban a ese salón, desde otra estancia – Espero no haberle hecho esperar demasiado.

 

El oficial prefirió no decir nada, para no tener que arrepentirse más tarde.  Le devolvió el saludo a Wayne estrechándole la mano, con su cara de póker.

 

No lo recordaba tan alto. Desde luego, lo era. De al menos un metro noventa, complexión fuerte, moreno, con profundos ojos de color gris plomo. Vestía una bata de larga de color azul oscuro y unos pantalones de pijama.

 

Sólo los ricos pueden permitirse dormir hasta tan tarde.

 

No podía evitar sopesar cuánto le costaría derribar a una mole humana de semejantes características.

 

Deformación profesional.

 

Curiosamente no llevaba zapatos.

 

-          ¿Le apetece almorzar? – Le preguntó.

-          Son las seis de la tarde – Respondió Gordon impasible mirando el reloj.

-          Oh, ya veo – Wayne hizo un mohín con los labios – A veces pierdo la noción del tiempo, sobre todo cuando bebo demasiado la noche anterior.

-          Señor Wayne, me gustaría estudiar su agenda para poder saber qué tipo de seguridad será necesaria para …

-          Yo no tengo agenda – Sonrió fanfarrón. Le hizo un gesto con la mano para que le siguiera – Hago lo que quiero, cuando quiero y tomo lo que me apetece – Abrió una puerta doble de madera, de más de tres metros de alto.

-          Eso sí que va a ser un problema …

-          ¡Que se lo digan a mi secretaria! – Rió Wayne mientras bajaba unas escaleras de mármol – Igualmente hoy, no pensaba alejarme mucho de la cama.

 

“Genial” Todo lo que decían del playboy multimillonario se quedaba corto con aquel joven consentido, que le miraba por encima del hombro.

 

El teniente lo acompañó entre todos aquellos majestuosos pasillos, reminiscencia de una época que no parecía la actual.

 

Niño  egocéntrico, echado a perder por falta de modelos paternos.

 

Corrompido por un dinero que no se había ganado. Sin guía, aquel chico, había sido como una cometa arrastrada por el viento hacia el vicio y la perdición.

 

No debía perderlo de vista, pues no estaba seguro de saber volver a la puerta principal.

 

“Policía perdido en la mansión Wayne”

 

“Ridículo”

 

Bien, al menos, él sólo se encargaría del turno de día. Le quedaban cuatro horas de espera en el auto. Se encendió un cigarrillo.

 

A las diez de la noche entraban dos agentes más de servicio,  Montoya y Bullock.

 

No hubiera podido soportar tener que hacer la guardia nocturna, viendo pasar las horas desde el coche, aparcado en la puerta de aquella mansión.

 

No hubiera podido pasar una sola noche más si verlo.

 

¿Desde cuándo se había vuelto una necesidad su compañía?

 

¿Sus escuetas palabras?

 

¿Su voz rasposa y grave?

 

Era como una droga para él. Empezaba a ser consciente de ello.

 

Una punzada de dolor le atravesó la sien ¡Malditas migrañas!

 

Ir a casa tampoco era la mejor opción.

 

Hacía dos meses que Bárbara se había ido. “Necesito tiempo para pensar sobre lo nuestro “ Le había dicho.

 

Gordon no había reaccionado, y eso es lo que convenció a su mujer para que tomara la decisión no declarada de no volver a intentarlo. “¿Es que ya no me quieres?”

 

No respondió.

 

No volvieron a hablar, ni siquiera por teléfono.

 

Lo peor de todo era que no le importaba.

 

No es que tratara de hacerse el duro, o de racionalizar su situación. Era simplemente, que le era indiferente su compañía.

 

Ya casi todo le daba igual.

 

Se había acomodado tanto a su soledad que no sabía estar en compañía de otras personas. Sólo echaba de menos a su hija, la pequeña Babs. Su pelo rojo como el fuego, su sonrisa, sus palabras amigables, el beso que le daba antes de irse a dormir.

 

Se volcó en el trabajo.

 

Era bueno en su trabajo.

 

Al menos le quedaba eso.

 

Al menos le quedaba él.

 

 

***

 

A la mañana siguiente, Gordon esperó pacientemente a que el susodicho saliera de su palacio.

 

Lo hizo a las  cuatro de la tarde.

 

Toda una mañana perdida para nada, pues Wayne tenía más seguridad en su casa que el banco central de Gotham.

 

¿Por qué demonios habría pedido protección policial? Podía costearse a los mejores en seguridad privada.

 

El multimillonario iba vestido con pantalones beige,  unos extraños zapatos de cordones y un polo de color oscuro.

 

Un lamborghini murciélago se paró ante la puerta principal. El conductor salió del interior y le dio las llaves a Wayne “Que pase un buen día señor Wayne. Tiene el material en el interior”

 

-          Señor Wayne – Se apresuró a decirle Gordon– ¿Qué cree que está haciendo?

-          Voy a jugar al golf ¿Tú juegas?

-          No, yo no juego, y esto no estaba en la programación de hoy.

-          Por eso precisamente Jim – Hizo rugir el motor de aquella máquina infernal - ¿Subes, o te quedas?

 

Gordon entró en el deportivo acordándose de toda la difunta familia de aquel joven de casi veintisiete años, que parecía tener una edad mental de no más de quince.

 

Wayne sonreía mientras pisaba el acelerador haciendo que aquella carretera se asemejara a un circuito de carreras.

 

El teniente pensó que echaría el desayuno por la ventana si tardaban más en llegar al destino. Cuando estacionó el vehículo, se fue directo al servicio. La cabeza y el estómago le daban vueltas.

 

Algo recuperado salió del baño y tuvo que buscarlo por todo el maldito campo de golf. Después de más de cuarenta minutos, observó a Wayne cogiendo el palo que le daba un empleado del golf.  Golpeó la bola con fuerza. Estaba jugando con un par de hombres más, todos de la edad de Bruce, o más jóvenes, a los que el teniente les sacaba más de veinte años.

 

-          ¡Aquí está mi escolta personal!– Lo presentó como si fuera un trofeo de feria ante los otros – El indómito teniente Jim Gordon. Ya pensé en enviarte una ambulancia Jim.

 

Se pavoneaba de él, de su atuendo pasado de moda de funcionario público, de sus zapatos de suela gastada, y de sus gafas de cristales rayados.

 

-          Nos vamos – Dijo el oficial claramente enojado, aunque era raro que Gordon mostrara sus emociones – No puedo protegerle en un sitio como éste.

-          ¿Quién dice que yo necesito protección? – Le enseñó su perfecta y espléndida dentadura.

-          Yo lo digo.  Eso es suficiente.

 

Los otros hombres se quejaron por lo aguafiestas que era el viejo, pero fueron lo suficientemente sensatos como para callarse cuando el teniente se abrió la gabardina y dejó ver su nueve milímetros y su placa de oficial.

 

-          Si metes la bola en el hoyo – Wayne señaló hacía donde estaba la bandera, a unos tres metros – Haré lo que dices, y hasta te dejaré conducir.

 

Gordon no había jugado en su vida al golf, pero no pudo resistir la tentación de saber que su estómago le agradecería que él llevara el coche.

 

Cogió el primer palo que se le antojó de la bolsa , a lo que los acompañantes de Wayne rieron, claramente debido a su equivocación, pero aún así plantó sus pies en la mullida hierba fresca con la bola entre ambos.

 

¿Por qué había tantos palos? Todos parecían iguales

 

Wayne se le acercó – Así nunca conseguirá meterla – Le dijo con sonrisa lasciva.

 

Se colocó detrás del teniente, con su cuerpo totalmente pegado al del oficial, echando su peso sobre el de él. Estrechándolo entre sus brazos para coger el palo que sostenía Gordon.

 

Pero ¿Qué estaba haciendo?

 

El policía se sentía realmente pequeño a su lado ¿Cómo había llegado a crecer tanto aquel niño enclenque?  

 

Wayne agarró las manos del teniente con las propias y suavemente corrigió la posición de sus brazos. Le susurró algo al oído que no pudo entender.

 

Un escalofrío le recorrió la espalda y se sintió claramente intimidado.

 

El policía empezó  a sentirse nervioso, amenazado por aquella criatura lujuriosa que posaba sus labios  rozando la piel de su cuello.

 

¿Por qué no podía reaccionar?

 

Él, que había estado en incontables situaciones de vida o muerte, que sabía qué hacer en cada una ellas, tomando decisiones difíciles en las circunstancias más complicadas que se pudieran imaginar.

 

Gordon se había enfrentado a la escoria más repugnante de la delincuencia de Gotham.

 

¿Por qué dejaba que se riera de él de esa manera?

 

Lanzó la bola sin que ésta acabara en el hoyo, evidentemente.

 

-          ¿Le parece gracioso señor Wayne? – No pudo contenerse a preguntárselo, claramente enfadado.

-          No me estoy riendo.

 

Era verdad, aquel infame joven no se reía. Al contrario, su semblante era serio, y miró a sus amigos que habían explotado a risotadas, de una manera tan fulminante, que se callaron en el acto.

 

-          Tenga – Le dio las llaves del coche – No quiero que me manche la tapicería – Su sonrisa falsa volvió al rostro - Chicos, tengo que irme. Ha sido un placer – Se despidió de sus amigos con la mano mientras éstos se quejaban por tan corta compañía – Dent, Queen, ya nos veremos otro día. No quiero hacer enfadar al oficial y acabar arrestado.

 

Por un momento, Gordon se vio tentado de ponerle las esposas a ese engreído de Wayne y dejar que el resto de arrestados de la comisaría hicieran lo que mejor sabían hacer.

Selección natural.

 

De espaldas y sin dejar de caminar, Wayne lanzó con las manos la bola que había fallado el detective y la metió limpiamente en el hoyo. Ése detalle presuntuoso no pasó desapercibido para el teniente.

 

Eso no había sido suerte.

 

La suerte era una excusa para los vagos.

 

-          Espero que no creas que me estaba riendo de ti, Jim – Su voz sonaba segura y seductora. Su cuerpo caminaba  mucho más cerca de él, de lo que consideraba adecuado.

-          Llámeme teniente – No soportaba que le llamara Jim. Sólo su hija y Batman le llamaban así.

 

Recordó la primera vez que El Caballero Oscuro se dirigió a él de esa manera.

 

Habían colaborado innumerables veces, pero siempre había mantenido las distancias, con él y con el resto de policías de Crímenes Mayores del GCPD.

 

Era una noche lluviosa y oscura, sin Luna, como tantas otras en Gotham. El Joker había matado a no se sabía cuántas personas, y estaba atacando un comboy de presos que se dirigían a Black Gate.

 

Batman le detuvo, pero en su intento, cayó de su moto y rodó por el suelo semiinconsciente. El psicópata homicida sacó un arma larga. Se dirigió hacia él con paso firme y le apuntó a la cara, sin vacilar.

Gordon estaba seguro que le hubiera disparado,  pero él, infiltrado como copiloto del comboy abrió fuego en primer lugar.

 

Su objetivo era la cabeza, pero atinó a darle en el hombro.

 

Nunca fue un buen tirador.

 

¡Maldita miopía!

 

Hubiera acabado con su vida. Sin duda, en un acto instintivo de protegerlo a él.

 

El destino se rió de ambos al evitarlo.

 

Cuando le tendió la mano a Batman para ayudarlo a levantarse, simplemente le dijo “Gracias Jim”

 

Dos palabras.

 

Únicamente dos palabras fueron necesarias  para vender su alma al espectro de la noche.

 

 

-          ¿Sabes conducir un coche con marchas? – Preguntó el arrogante de Wayne al ver que Gordon buscaba el embrague sin encontrarlo.

 

Bruce le indicó dónde estaba, desde su asiento de copiloto, pero antes, su mano rozó el muslo del policía.

 

De nuevo aquel niñato engreído jugaba con él para ponerlo nervioso.

 

Lo hacía adrede y le estaba dando resultado.

 

El siempre impasible teniente de policía, que difícilmente se alteraba con los peores maleantes de Gotham, cedía su temple al vanidoso y pendenciero Bruce Wayne.

 

Finalmente, el oficial se hizo con el manejo del deportivo, después de casi atropellar a un par de mujeres a la salida del golf, a lo que Bruce rió mordiéndose uno de sus dedos mientras les lanzaba algún piropo que las dejó satisfechas.

 

Se dirigían a la mansión, cuando Gordon miró al joven por primera vez. Le extrañaba y agradecía que llevara callado tanto rato.

 

Estaba dormido.

 

Bajó la música para no molestarlo, diciéndose a sí mismo que dormido no supondría un peligro. Pero la amenaza seguía ahí, respirando suavemente.

 

La luz del Sol se colaba entre las ramas de los árboles, lanzando destellos a su perfecto rostro de aristócrata. Hacía calor, el jersey que llevaba se había abierto y Gordon vislumbró una antigua cicatriz que se ocultaba tras la tela.

 

Por la carretera tortuosa, que trascurría a través del bosque que llevaba a la mansión, apenas circulaban vehículos.

 

Era un hecho irrefutable que la belleza de aquel hombre era … apabullante.Su presencia resultaba de un magnetismo animal irresistible.

 

Un chirrido de otro vehículo sacó a Gordon de su ensoñación.

 

Los estaban siguiendo.

 

Al principio tuvo sus dudas, pero ahora estaba completamente seguro cuando dejaron la vía principal. Dos vehículos oscuros, BMW.

 

El teniente se dispuso a despertar a Wayne, pero éste ya tenía los ojos abiertos.

 

-          Nos siguen – Dijo Gordon – Son dos coches.

-          Son tres – Rectificó – El ferrari también va con ellos.

 

“¿Qué ferrari?”

 

Gordon aceleró, sabiendo que su vehículo era mucho más potente que el de los maleantes que los perseguían. Sacó su radio del bolsillo de la gabardina. Apretó un botón y comunicó a su central lo que sucedía y su ubicación, pidiendo unidades de apoyo.

 

Los dos BMWs le ganaban terreno, y uno de ellos envistió a su coche, propinándole un duro golpe que lo desestabilizó.

 

El coche derrapó en una de las curvas, la falta de experiencia de Gordon con ese tipo de vehículos y el asfalto mojado hicieron el resto.

 

Hizo contra volante al ver que invadía el carril contrario por el que circulaba un camión de gran tonelaje. Primero chocaron contra el borde interior de la carretera y luego el lamborghini atravesó el guardarraíl como si fuera de mantequilla.

 

Se precipitaron al vacío, rompiendo las ramas de los árboles, dando varias vueltas de campana en las que Gordon perdió la noción del tiempo, hasta que se detuvieron y el mundo dejó de girar.

 

El teniente miró a Wayne, que lo observaba con preocupación desde su asiento.

 

Estaban boca abajo.

 

-          ¿Estás bien Jim? – Se quitó el cinturón y cayó al techo del coche, girando sobre si mismo con habilidad  felina. Tenía una fea herida en la sien y sangraba.

 

Gordon estaba desorientado. Ni siquiera sabía si había llegado a perder el conocimiento durante la caída.

 

Wayne salió del coche, seguramente para largarse y salvar su propio culo, pero apareció al lado de la puerta del conductor. Se puso de rodillas para hablar con él.

 

Retiró los cristales rotos de la ventanilla con sus manos desnudas.

 

-          Tienes una conmoción. Pon las manos en el techo y aguanta el peso – Le indicó – Voy a quitarte el cinturón de seguridad.

 

Al apoyar sus brazos, Gordon , sintió una punzada de dolor agudo sobre su pierna.

 

-          ¡AGGHH!

-          ¡Espera! No te muevas – Se estiró reptando sobre el techo del vehículo. Sus rostros se rozaron mientras buscaba el origen del dolor - Un trozo de metal te ha atravesando el cuádriceps. Tengo que quitártelo antes de desatarte.

 

Gordon apretó los labios para silenciar el alarido de dolor.

 

El policía continuaba sentado boca abajo, con Wayne debajo de él. Por la ventanilla observó varios hombres caminando hacia su posición.

 

En la posición en la se encontraba, su visión se reducía a los pies de éstos, como mucho a la altura de sus rodillas. Además sus gafas estaban rotas, pero no las necesitaba para saber que venían a rematar el trabajo a medio hacer.

 

Así no podía proteger a Bruce.

 

Lo sintió amargamente por el joven, más que por él mismo, por no haber sido capaz de salvarlo. Recordó las palabras que le dijo en el callejón cuando era niño “Yo cuidaré de ti”

 

-          Ahora vuelvo - Le dijo Bruce.

 

Pero dónde iba ¿Qué pensaba hacer? Esos hombres eran sicarios profesionales.

 

Cerró los ojos e intentó quitarse él mismo el trozo de chasis que lo mantenía pegado al asiento.

 

Escuchó varios golpes sordos familiares .

 

Era el sonido de los huesos al romperse.

 

De los cuerpos al caer.

 

Tras unos eternos instantes, Bruce volvió a aparecer, agachándose al lado  de la ventanilla. Seguía sangrando por la sien, pero no más. Parecía estar ¿Bien?

 

Wayne agarró el trozo de metal y con un alarde de fuerza lo extrajo de la piel del teniente, que esta vez no pudo evitar gritar por el daño sufrido.

 

Le quitó el cinturón, y aguantó el peso del oficial con sus brazos para sacarlo despacio del interior del vehículo.

 

Lo dejó apoyado contra un árbol cercano.

 

Gordon volvía poco a poco en sí.

 

Bruce se quitó el jersey que llevaba, quedando sólo con el polo oscuro de manga corta, y se lo puso sobre la herida en su muslo, que sangraba abundantemente.

 

-          Aprieta fuerte para detener la hemorragia – Le indicó con extrema tranquilidad,   mientras le tomaba las manos al policía y se las ponía sobre la tela empapada de rojo – Yo voy a buscar ayuda – Gordon alzó la vista para mirarlo – Te pondrás bien Jim. Descansa.

 

Esa voz le resultaba tan familiar. Ya empezaba a desvariar. El golpe debió de ser fuerte.

 

Gordon bajó la mirada y contó a seis, no, siete hombres tirados en el suelo. Inconscientes. Por la posición en la que estaban, algunos de sus huesos estaban quebrados.

 

A su lado tenía todos los cargadores y las armas diseminadas por el suelo que supuso que alguien habría arrebatado a  los sicarios.

 

¿Qué acababa de suceder?

 

Cuando llegaron las dotaciones policiales, a Gordon ya le atendían dentro de la ambulancia, suturándole la herida y administrándole suero.

 

-          ¿Qué ha pasado? – Preguntaron sus compañeros.

-          No estoy muy seguro – Se limitó a decir sin mentir – Perdí el conocimiento y me encontré con toda esta situación.

-          Wayne ya nos ha dicho que tú solo desarmaste a todos esos hombres – Le palmearon la espalda – ¡Eres un puto héroe Gordon! Seguro que te ascienden.

-          ¿Wayne dijo eso?

-          Sí, el muy cobarde se escondió detrás de un árbol hasta que llegamos – Rieron los policías - ¿Qué esperabas del niño bonito de Gotham? ¡No puede arriesgarse a ensuciarse su linda cara!

-          ¿Dónde está ahora? – Preguntó desesperado al no verlo.

-          Se lo ha llevado su mayordomo – Le dijeron – Seguro que tiene alguna aerolínea que comprar – Volvieron a mofarse del excéntrico multimillonario.

 

Pero Gordon no se reía.

 

 

 

A la mañana siguiente, se despertó sudoroso sobre sus sábanas.  Los analgésicos habían hecho bien su función. Durmió durante horas.

 

Buscó en la mesita sus antiguas gafas, unas no tan modernas, unas que no le había escogido la pequeña Babs, pero aún así, eran mejor que nada.

 

Se levantó y se fue hacia el baño. Apenas se reconocía en el espejo.

 

Un hombre, de cuarenta y seis años, que aparentaba más de cincuenta. Con el rostro castigado por las experiencias vividas, con las arrugas surcándole la cara, dejando patente que la edad no perdona.

 

Su cabello y su bigote, antes rojizo se había tornado castaño, con un leve resplandor carmesí que se debía a su ascendencia irlandesa, de la cual no quedaba ni el acento.

 

Sus ojos castaños parecían apagarse con el paso de los días.

 

Se aseó. Tenía trabajo que hacer, aunque el médico le hubiera dado la baja laboral. Necesitaba respuestas y estaba dispuesto a hacer las preguntas correctas.

 

Preguntó en todos los hospitales de Gotham, aprovechándose de su condición de agente de la ley, hasta en los más lujosos, pero nadie había atendido a Bruce Wayne.

 

Se pasó por la comisaría, donde todos sus compañeros lo vitorearon al entrar, incluidos los del turno diurno.

 

-          ¡No estás tan viejo, después de todo! – Dijo Burke estrechándole la mano. Un buen tipo ese Burke.

 

Gordon se limitó a asentir y entró en el despacho de la capitana.

 

-          Debería estar descansando en casa, teniente.

-          ¿Quién decidió que yo fuera el escolta de Wayne? – Preguntó con su característico estilo directo. Gordon jamás se andaba por las ramas.

-          Fue el propio Wayne el que solicitó sus servicios -  Respondió la capitana después de unos segundos en los que dudó si contarle la verdad - ¿Por qué quiere saberlo?

-          ¿Quién me sustituye?

-          Nadie – Estaba indignada – El señor Wayne ha rescindido su petición de protección policial alegando la incompetencia del departamento.

 

Bien, después de todo, no tendría que ir a buscar una medalla no merecida.

 

-          Gracias capitana Sawyer – Cerró la puerta tras de sí.

 

 

Picó al interfono de la mansión, enseñando la placa a la cámara de seguridad de la entrada principal.

 

-          ¿Qué desea detective? – Interrogó el hombre de acento inglés.

-          Vengo a ver a Bruce Wayne.

-          Me temo que el señor Wayne ya no desea protección policial.

-          Lo sé, pero necesito hablar con él – Gordon se exasperaba si no podía mirar a los ojos de su interlocutor. Le molestaba tener esa conversación a través de los micrófonos.

-          ¿Se trata de un asunto personal?

-          Sí – Tomó una última calada de su cigarro antes de apagarlo.

-          Entonces le sugiero que pida cita, como todo el mundo. Buenas tardes detective.

 

¡Mierda! No hacía falta que insistiera más, aquel maldito caballero inglés no le dejaría pasar de ninguna de las maneras.

 

 

Aprovechó que todos sus compañeros de la Unidad de Crímenes Mayores estaban patrullando las calles para subir a la azotea y encender la señal del murciélago.

Las enormes alas oscuras se proyectaron sobre los nubarrones de tormenta que amenazaban con descargar la peor de las tempestades.

 

¿Nunca dejaba de llover en esa sombría ciudad?

 

Apareció minutos después, de pie sobre el borde del muro que daba al abismo, envuelto en su capa negra. Como un demonio de la noche se envuelve en la seguridad que le brinda la oscuridad.

 

-          Yo … - Gordon se quedó sin palabras. Perdía toda su elocuencia al ver a tan magnífica silueta.

Imponente.

 

Intimidante.

 

Si no lo hubiera visto sangrar, pensaría que se trataba de una criatura del inframundo. Un vampiro quizás.

 

-          Quería … verte.

 

Batman descendió del muro, de un grácil salto, sin realizar el menor esfuerzo. Caminó con paso firme hacía él. Gordon retrocedió, atemorizado de que le golpeara, o algo peor, por haberse dejado corromper por sus instintos más bajos.

 

Él lo sabía. Sabía por qué estaba allí, y no era por trabajo.

 

El caballero oscuro y se plantó delante de él, a escasos centímetros. Le sacaba prácticamente una cabeza de altura y le miraba hacia abajo dejando patente su superioridad física.

 

-          No estoy aquí para satisfacer tus necesidades personales – Pronunció las afiladas palabras con voz rasposa y grave – Me haces perder el tiempo – Dijo apretando la mandíbula,  echando su cuerpo hacia adelante.

 

Gordon pudo sentir su aliento sobre la piel. Perdió el equilibrio y cayó al suelo. Antes de golpearse contra éste, el caballero había desaparecido en la espesa niebla nocturna, bajo el cielo chispeante de la ciudad que lo vio nacer.

 

 

Esa noche y la siguiente, no durmió. Pese a todo, no quiso tomarse los analgésicos. Había llamado a todos sus contactos en la prensa de Gotham, y aunque solo conocía a reporteros de noticiarios serios, éstos sí tenían contactos más frívolos que se encargaban de detallar la vida de la alta sociedad de Gotham.

 

Le dijeron que Wayne solía ir algún jueves a la discoteca de moda “El pecado”

 

¡Qué irónico!

 

Apagó el cigarro. Evidentemente, tuvo que enseñar su placa para que los porteros lo dejaran pasar. No encajaba, ni física ni económicamente,  con el perfil seleccionado por los controladores de acceso.

 

La música estaba demasiado alta, el alcohol se derramaba por los gaznates de aquellas hermosas jóvenes de escasa ropa. Nunca dejaría que Babs se vistiera con algo así.

 

Su pequeña Babs nunca saldría de casa con esas pintas.

 

Apenas había luz. Tuvo que forzar su vista para encontrarlo entre todas aquellas luces estridentes de neón, que ocultaban a simple vista la superficialidad de aquellos jóvenes.

 

El mercado de la carne. Coto de caza para los depredadores, y Bruce Wayne lo era. Era un depredador implacable y … mentiroso.

 

Lo encontró apoyado sobre la barra, en la zona VIP exclusiva de la discoteca.

 

Charlaba animadamente dando pequeños sorbos a su copa, que tenía un profundo color negro. Sus brazos se agarraban a la cintura de un hombre joven rubio, de aspecto inmejorable y a una mujer morena de pronunciado escote, y largos cabellos negros.

 

Vestía una camisa de color azul cobalto que resaltaba el color perlado de su piel, el gris plomizo de sus ojos oscuros, su pelo castaño, sedoso.

 

Sonreía animadamente mostrando su dentadura inmaculada.  A su alrededor, los buitres se agolpaban intentando tener un pedacito del soltero más codiciado del país.

 

Avanzó hasta su posición con una leve cojera que le molestaba cada vez más. No se había tomado la medicación porque necesitaba su mente despejada, pero comenzaba a arrepentirse. Si seguía a ese ritmo, los puntos de sutura de la herida volverían a abrirse.

 

-          Señor Wayne, necesito hablar con usted – Dijo tocándole el hombro con la mano.

 

Aquel hombre estaba en plena forma física, pudo notar los potentes músculos bajo la tela, contrayéndose, rehuyendo el contacto.

 

-          ¡Teniente! ¿No esperaba volver a verle y menos en un sitio así? – Su rostro volvió a relajarse – Pensé que estaría convaleciente en la cama.

 

La mujer se molestó al sentir que le robaban atención y se acercó más a Wayne. Le besó en el cuello, dejando que Gordon viera cómo la lengua viperina resbalaba por la piel del multimillonario.

 

-          No sé ni cómo se llama, pero es muy posesiva – Rió el playboy – Me parece que no habla inglés, aunque eso no importa mucho – Wayne la agarró posesivamente por el cuello, y degustó sus labios con ahínco durante más de un par de minutos, en los que el policía pudo observar el baile de las lenguas lujuriosas.

 

-          Ejem – Carraspeó el detective - Señor Wayne – Estaba molesto ¿Por qué estaba molesto? – ¿Podemos hablar en un sitio más tranquilo? -  Dijo alzando la voz por encima de la estridente música moderna que tan poco le gustaba.

-          ¡Claro! Pero espere, me acabo de pedir otra – Seguía sonriendo como una estrella de cine en una promoción, se notaba que el alcohol corría por sus venas - ¿Ha probado el “Caballero Oscuro”? – Le preguntó refiriéndose a la copa que sostenía en la mano.

 

¡Qué! El policía negó la cabeza.

 

-          Eso tenemos que arreglarlo – Wayne tomó un largo sorbo de ese brebaje infernal, agarró de la gabardina a Gordon y lo atrajo hacia sí con violencia, ante la cara de estupefacto de éste.  Le besó en los labios, sin titubeos, sin miedo al rechazo, engullendo la boca del policía como si quisiera  comérsela.  

 

De fondo se escuchaban las risas de los dos acompañante del multimillonario.

 

-          Eres incorregible Bruce – Dijo el chico rubio.

 

 

Gordon sintió el líquido helado con sabor a alcohol resbalando por su garganta, quemándolo, mientras la lengua de Wayne intentaba abrirse paso entre sus labios, devorando cualquier intento de resistencia.

 

Hacía meses que nadie le besaba.

 

Hacía años que nadie le besaba.

 

Nunca en toda su vida le habían besado de esa manera.

 

Abrió sus labios por un instante, rindiéndose sin saber exactamente por qué dejaba que le hicieran aquello.

 

La lengua de Wayne se coló en su boca ávida de deseo, cómo se había colado antes en la de la joven morena. Él era uno más en la extensa lista de conquistas de aquella noche. Quizás se habría cansado de jóvenes apuestos y mujeres voluptuosas y ahora probaba el amargo sabor de la decadencia que conlleva la edad.

 

Gordon se revolvió, más obligado por lo que se suponía que debía hacer que por lo que realmente quería hacer. Golpeó en las costillas a Wayne y se zafó de su agarre.

 

-          ¿Qué cree que está haciendo? – Replicó furioso el detective, limpiándose los labios con la manga de su abrigo.

-          Satisfacer sus necesidades personales – Sonrió con malicia - ¿No es eso lo que querías, Jim?

 

La música dejó de resonar en la cabeza del policía.

 

-          ¿Qué?

 

El detective no podía creerlo. Era como si le hubieran arrojado un cubo de agua helada en una noche fría.

 

Retrocedió, sobrepasado por la situación.

 

Lo miró frunciendo el ceño, como si no entendiera nada. Wayne no le quitaba ojo de encima, con esos irises oscuros que lo devastaban todo a su paso. Cómo una locomotora que acaba de aplastar los ideales de un hombre recto, arrollando sus convicciones, haciéndolas trizas.

 

Negó con la cabeza,  confuso.

 

No podía ser.

 

Era irreal.

 

Era imposible.

 

El peso del mundo cayó sobre la espalda de Gordon.

 

Una joven que bailaba a su lado al compás de la música le empujó, ajena al dolor del oficial, que se llevó la mano a su muslo.

 

Al volver a alzar la vista… ya no estaba.

 

Corrió hacia la barra.

 

La mujer morena de extensos atributos hablaba con el joven rubio como si nada hubiera pasado.

 

Por un momento pensó que el estrés le había jugado una mala pasada. “Esto tenía que acabar pasando” – Se dijo a sí mismo.

 

¿Habría sido una pesadilla?

 

¿Un sueño?

 

No.

 

Todavía sentía la garganta arder por el sabor del alcohol, todavía sentía sus labios hinchados por la ferocidad de aquel beso robado.

 

 

Pasaron varios días en los que Gordon hizo lo imposible por volver a contactarlo. Se  presentó en su mansión, pero el mayordomo le indicó todas las veces que el señor estaba de viaje, fuera del país.

 

Quiso volver a trabajar pero no consiguió el alta médica. Su doctor le dijo que era el único funcionario público que le pedía volver al trabajo de forma voluntaria – Debe usted estar loco – Le había dicho – No está en condiciones física para reinsertarse.

 

¿Qué si estaba loco?

 

Gordon empezaba a pensar que sí.

 

No podía contactar con Bruce Wayne y tampoco podía contactar con Batman, así que ideó todo un plan para hacer salir al murciélago de su madriguera.

 

O funcionaba, o perdería la vida en el intento.

 

Hasta ahí llegaba su obsesión. La dependencia de una droga que no se podía comprar,  pero llegados a este punto…  necesitaba saber.

 

Eran las dos de la madrugada. Llovía, para no variar.

 

El agua calándole hasta los huesos prácticamente ya no le molestaba, pero sus cigarros mojados no se encendían. Eso sí que no lo soportaba.

 

Se adentró en una de los peores distritos de los Narrows ¡Cómo si hubieran zonas buenas! En el callejón más oscuro, donde putas y chaperos se trabajaban a los clientes en las esquinas, ante la atenta mirada de los pequeños camellos que repartían material  por doquier.

Todos los presentes lo reconocían, aunque no lo hubieran visto en la vida. Al igual que él los reconocía a ellos, con solo mirarlos, con sólo observar los bultos bajo sus chaquetas, escondiendo las armas de fuego.

 

Apestaba a brigada antivicio.

 

Entró en un prostíbulo donde señoritas con escasa ropa o ninguna,  bailaban sobre la barra del bar. No eran hermosas.

 

Quizás lo habrían sido, en otra época, pero esa vida acaba pasando factura. Termina por destruir tu alma, arruinando tu cuerpo en el camino.

 

Le pidió una copa al barman.

 

-          Ginebra.

 

Le recordaba el sabor de aquellos labios que no había podido olvidar.

 

-          Se nos ha acabado – Dijo el barman.

 

Gordon alzó la vista, viendo varias botellas de lo que había pedido en la estantería de cristal.

 

-          Ginebra – Volvió a decir serio.  Llevaba años enfrentándose a delincuentes de la peor calaña. No se iba a amedrentar ahora.

 

El barman, gordo, calvo y tatuado hasta que no quedaba un hueco sin tinta sobre su piel, le sirvió a regañadientes la bebida.

 

Era curioso como todas las putas se arrimaban a los clientes, pero ninguna quería acercarse a él.

 

Mejor. Así no tendría que sacárselas de encima.

 

El barman hizo la llamada de rigor.

 

La respuesta no se hizo esperar. Apenas unos minutos y Gordon ya estaba rodeado por los matones de Máscara Negra.

 

Aquel era su territorio, y no podía dejar que un policía desquiciado vagara libremente por sus dominios. Porque debía de estar loco para adentrarse allí, solo.

 

La pelea se inició en el bar, pero a Gordon le interesaba sacarla afuera, así que fue golpeando y retrocediendo, recibiendo y retrocediendo, hasta que se vio bajo el cielo sin estrellas de Gotham.

 

El alcohol le ayudó con el dolor, pero no a mantenerse de pie ante la paliza que estaba recibiendo. Ellos eran más de siete y él era uno, solo, viejo y lastimado.

 

Los matones sacaron sus navajas.

 

La herida en el muslo se había abierto y sangraba abundantemente, al igual que el corte en el labio, sobre su ceja, y en las costillas.

 

Pretendían empalarlo para dar ejemplo a los otros oficiales, por su osadía. Un atrevimiento así, solo se pagaba con una brutal lluvia de golpes. No deseaban matarlo, eso llamaría mucho la atención, pero aquel viejo les estaba plantando cara con ferocidad, y se lo estaban pensando.

Gordon estaba adiestrado, había sido un marine condecorado y la calle no le había permitido olvidar ninguna de las lecciones aprendidas con sangre. Pese a su edad, se mantenía en forma, y su constitución delgada lo hacía extraordinariamente ágil.

 

Pero el paso del tiempo es implacable.

 

Ya no se movía tan rápido, ya no encajaba los puñetazos como hacía años.

 

Se tambaleó y cayó al suelo, entre dos contenedores de basura. Los matones no dejaron de darle patadas en las costillas, se revolvió, devolvió algún golpe, pero el dolor le nublaba la vista, y la superioridad numérica hizo el resto.

 

Uno de los maleantes le apuntó a la cabeza con la semiautomática. Era un tiro a bocajarro, a menos de un metro de distancia.

 

La imagen de su hija  cruzó por su mente “Perdóname”

 

“Si vas a hacerlo hazlo ahora” – Pensó, encarando la muerte con osadía– “Si vas a salvarme, aparece de una vez, antes de que sea tarde”

 

No cerró los ojos.

 

Pudo ver perfectamente el momento en el que un batarang negro le atravesaba la mano con la que el criminal sostenía la pistola. Lanzó un alarido de dolor al que le siguieron muchos más.

 

Hizo lo que mejor sabía hacer, proteger al inocente y castigar al culpable. Aunque en ese momento, en esa noche, Gordon no sabía si esa polaridad era tan nítida, al menos con él.

 

Lo llevó hasta casa en el Batmobil. No era la primera vez que subía, pero no lo recordaba de esa manera. El teniente empezó a marearse. Por un momento temió ensuciarle el vehículo a Batman … de nuevo … Empezó a reír.

 

El murciélago lo miró con aire de desaprobación.

 

Siguió riendo.

 

Había bebido mucho.

 

Demasiado.

 

Le dolían las costillas y tenía un corte en la ceja. Curiosamente no le molestaba todo lo que era de esperar. Ventajas del alcohol.

 

Para que después digan que no tiene ninguna.

 

No sabía ni cómo había llegado hasta allí, pero su cara acabó chocando contra el suelo del salón de su apartamento. Estaba frío, y al golpear su pómulo contra la superficie, recobró un instante de sobriedad.

 

Desde luego no se andaba con contemplaciones.

 

-          ¿Qué crees que estabas haciendo, Gordon? – Preguntó furioso el murciélago.

 

El oficial rió de nuevo, así que ahora era Gordon … ¿Ya no era Jim?

 

-          ¿Qué pretendías? – Lo cogió por el pecho y lo alzó hasta estampar su espalda contra la pared - ¿Querías que te mataran? – Batman estaba colérico.

 

Gordon empezó a temblar, a sentir miedo, por haberle fallado. Le había decepcionado, como había decepcionado a su familia, a él mismo… Se había vuelto un temerario.

 

-          No.

 

-          Entonces ¿Por qué? ¡Te he hecho una pregunta!  ¡Respóndeme!  - Le obligó a mirarle a los ojos.

 

“Así es como deben sentirse, cuando los interroga” – Pensó Jim – “Cuando les mira a través de la máscara, cuando sabes que tu vida está en sus manos y que la salvación depende de su voluntad”

 

-          No … lo sé … - Contestó Gordon furioso. Toda la culpa era suya, por confundirle, por provocarle, por jugar con él como si fuera un juguete, un crío de usar y tirar como los que te abordan en la esquina cuando cae la noche.

 

Aflojó un poco el agarre, de modo que sus pies volvieron a tocar el suelo, pero no lo soltó. Podía notar su respiración agitada sobre la piel, sobre sus labios temblorosos por la rabia. Era un aroma delicioso.

 

Gordon negó con la cabeza. Era una locura, Todo aquello era una puta locura, producto del estrés de una mente cansada de todo y de todos. El alcohol no lo dejaba pensar con claridad … aunque puede que fuera todo lo contrario.

 

-          ¿Por qué me besaste? – Preguntó a quemarropa – En la discoteca ¿Por qué me besaste?

 

Batman le soltó como si quemara. El teniente se tambaleó un poco y fijó su vista, tratando de enfocar. Estaba oscuro. Tan sólo las tenues luces de la calle iluminaban la estancia.

 

El murciélago parecía un espectro entre las sombras.  Retrocedió.

Por primera vez, el teniente vio las dudas a través de la máscara. Vio al hombre tras el traje, titubear, desviar la mirada.

-          Necesito saber quién eres  - Dijo Gordon

-          Tú ya sabes quién soy.

-          Necesito verlo, con mis propios ojos.

El murciélago no dijo nada.

-          ¡Eres tú el que ha buscado esta situación! – Gordon le amenazó con el dedo, tocando la coraza de Batman a la altura del pecho ¡Tan poco respeto me tienes! –No iba a dejarlo pasar. Sintió sus vacilaciones y atacó. Una estrategia que había aprendido en los cientos de interrogatorios policiales que la experiencia había perfeccionado.

 

-          Sabes que te respeto – Volvió a mirarlo a los ojos.

 

-          Entonces ¿Por qué juegas conmigo?

 

-          No es un juego – Respondió Batman.

 

El dolor le decía que no era un sueño. Tampoco una pesadilla.

 

Su amistad, si es que se le podía llamar así, acabaría en ese preciso instante. Ya no le dirigiría la palabra. Tendría suerte si no salía de su propio piso con algún hueso roto de más.

 

El caballero oscuro se acercó hasta casi rozar sus rostros, mirando hacia abajo al policía.  Jim no se acobardó y le devolvió la mirada, desafiante.

 

-          Éste soy yo  – Dijo, abriendo sus manos, con las palmas hacia arriba, en señal de rendición.

 

¿Qué significaba eso?

 

¿Qué había querido decir con eso?

 

La mente de Gordon iba a  mil por hora, al igual que su corazón, al borde del colapso.

 

-          Éste es quien realmente soy.  La máscara me la pongo a la luz del día.

 

 

El policía alzó una mano temblorosa y le rozó una de las mejillas. Notó cómo se estremecía. Esperó que se apartara, o que le hiciera una luxación, o que le partiera un brazo o algo definitivamente violento…  pero nada de eso sucedió.

 

Permaneció inmóvil, dejando que lo acariciara con sus manos frías  de venas marcadas.

Alzó la otra mano, sin saber de dónde sacaba tal atrevimiento y le acarició el traje, por detrás de la nuca. Se puso de puntillas y acercó sus labios a los de él, sabiendo que antes de tocarlos se desvanecería… como un fantasma en la oscuridad.

 

Sintió el contacto caliente …  húmedo … el choque de sus bocas.

 

Demasiado intenso, demasiadas emociones.

 

Él jamás había besado a un hombre. ¡Por Dios! Llevaba años sin besar a una mujer. El corazón se le saldría del pecho. Era un hombre de cuarenta y siete años, un policía respetado, casado y con una preciosa hija  ¿Cómo había acabado en esa situación?

 

La lengua de Gordon avanzó tímida entre sus labios. Batman abrió suavemente la boca, para dejar que se introdujera lentamente dentro de la húmeda cavidad, hasta que el beso tímido se convirtió en uno cargado de pasión.

 

-          Te deseo – Jadeó el oficial – Te he deseado desde la primera vez que te vi.

 

Batman le agarró por la gabardina, sosteniéndolo para que no cayera. Lo levantó hasta que estuvo a su altura, lo apoyó contra la pared. Con una de sus manos le agarró fuertemente del pelo cobrizo obligando a que llevara el cuello hacia atrás, y devoró su boca como si llevara años ansiando ese momento.

 

Gordon apenas podía respirar, y si eso suponía separarse de esos labios, tampoco quería hacerlo.

 

El murciélago cogió  una de sus manos y se la puso sobre la cabeza, contra la pared. Le agarró la otra y se la llevó a su traje, haciendo que los dedos de Gordon recorrieran su pecho, guiados por los suyos, resiguiendo el símbolo del murciélago.

 

El símbolo de la leyenda.

 

Le obligó a bajar su mano hasta que sus dedos notaron el relieve de las abdominales perfectamente definidas. Intentó quitar la mano, pero Batman se lo impidió.

 

Lo volteó para ponerlo de cara a la pared. Sintió el enorme pectoral del murciélago sobre su espalda, aprisionándolo contra el muro.

 

Le recorrió un escalofrío cuando notó el aliento cálido sobre su oído, haciendo que todos los poros de su piel se erizaran.

 

Le aplastó más contra su pecho, para limitarle la posibilidad de escape y le quitó la gabardina, después el arnés policial del que colgaba su arma reglamentaria… Le arrancó todos los botones de su camisa de algodón barato con un movimiento certero y empezó a dar pequeños mordiscos y lamidas a su hombro derecho.

 

Enredó la camisa en sus muñecas, de tal manera que no podía mover las manos.

 

Ni siquiera hizo el menor esfuerzo por liberarse.

 

La respiración de Gordon era entrecortada.  Sentía miedo y lujuria a partes iguales, su cabeza le decía que detuviera aquello, que al menos lo intentara,  pero su corazón y su entrepierna le clamaban lo contrario. Nunca se había sentido tan excitado como en ese momento.

 

Lo deseaba.

 

Le deseaba más que nada en el mundo.

 

Llegó a pensar que se correría sólo con sentir lo labios del murciélago succionando vorazmente la piel de su cuello.

 

Se comportaba ardiente, y agresivo.

 

No lo hubiera imaginado de otra manera.

 

La mano desnuda del murciélago se deslizó sinuosa como una serpiente, hacia el cinturón de su pantalón, arrebatándoselo de un golpe, con un gesto calculado, dejándolo caer al suelo.

 

¿Cuándo se había quitado el guante?

 

No importaba. Lo único que importaba era que sentía el tacto áspero de sus fríos dedos sobre la piel.

 

Le desabrochó el pantalón y le bajó la cremallera, mientras el rostro volteado del teniente apenas podía ver nada que no fuera la pared contra la que jadeaba. El placer nublaba su ya defectuosa visión.

 

-          A partir de aquí no hay vuelta atrás Jim – Se detuvo - Dime que pare y lo haré – Le susurró al oído, lamiendo el lóbulo con su lengua, para hacerlo sentir culpable por no abrir la boca, por permitir que aquello pasara.

 

Batman era un demonio.

 

Un súcubo lujurioso que acorralaba a su presa dejándola indefensa, apresándola con sus encantos de otro mundo. Sabiendo de antemano que no obtendría resistencia por su parte.

 

T envolvía con sus sombras, arrastrándote con él hasta su mundo oscuro,  con la extraña dicotomía de sus dos mitades.

 

¿Podría escapar?

 

¿Quería escapar?

 

Cuando los dedos le agarraron su polla gimió estremeciéndose. Sintió los labios húmedos recorrer su cuello desnudo, bajando por su trapecio, hasta su espalda, la cual se curvó por el placer.

 

Estaba completamente empalmado cuando la mano empezó con el rítmico compás, apretando su polla desde la base hasta la punta, sumiéndolo en un estado de estasis y confusión como nunca había disfrutado.

 

Sucumbiendo  al momento más erótico de su vida.

 

Se sintió vivo por primera vez desde hacía mucho tiempo.

 

Demasiado tiempo.

 

No podía mover las manos, ni siquiera podía volverse para mirarlo. Sus piernas temblorosas apenas podían mantener el equilibrio, pero el murciélago no le concedía tregua.

 

Le arrebató las gafas, lanzándolas al suelo.

 

Su vista se nubló aún más, forzando la dilatación de sus pupilas.

 

Veía borroso, pero lo suficiente.

 

Lo volteó.

 

Ahora estaban cara a cara.

 

Se había quitado la máscara.

 

Gordon le miró a los ojos, como si fuera la primera vez que los veía.

 

Pensó que aquellos ojos eran los más hermosos que jamás habían visto, del color del mar embravecido, un mar que engulle hasta a los más férreos buques de guerra. Un mar de naturaleza salvaje, indomable, con el que solo puedes dejarte arrastrar.

 

Era tan atractivo, tan jodidamente guapo, joven y sexy, que casi sintió que se había ganado el infierno por obtener tales atenciones de él.

 

Llevó la cabeza hacia atrás cuando sintió sus labios recorrer su pecho, deteniéndose en uno de los pezones, mordiéndolo sutilmente, lo justo para provocar placer al borde del dolor. Gimió incapaz de contenerse.

 

Su boca se desplazó más abajo, resiguiendo su abdomen plano, parándose en la cadera, mordiendo con fuerza.

 

Eso fue doloroso, pero no sabía cómo explicarlo … deseó que lo volviera a hacer … una y otra vez.

 

Le mordió la otra cadera, justo sobre el pliegue de la pierna, leyéndole el pensamiento.

 

El placer llegaba al borde de la extenuación.

 

Seguía con sus manos atadas sobre su cabeza, expuesto a todo lo que él deseara hacerle, ansiando que lo hiciera, derritiéndose con sus caricias.

 

Continuó el descenso, implacable, sobre su miembro palpitante  ¡Joder!

 

Notó la boca húmeda y caliente sobre la piel de su falo. Notó cómo la punta del glande chocaba contra el fondo de la garganta de Batman, que no cesaba en sus movimientos. Arriba y abajo,  succionando con fiereza. Deteniéndose sensualmente cuando lamía toda la extensión de su erección, mientras lo miraba fijamente.

 

-          Aggghhhh  - Gordon apartó la vista. Demasiado avergonzado, cerró los ojos.

 

No pudo aguantarlo más y se corrió en su boca.

 

Apenas podía respirar.

 

Tuvo que apoyarse contra la pared para no caerse al suelo.

 

Intentó liberarse las manos sin éxito.

 

Batman le cogió uno de los muslos y lo alzó. Hizo lo mismo con el otro, para que Gordon enredara sus piernas desnudas alrededor de aquella ancha cintura que nada tenía que ver con la de las mujeres con las que había estado.

 

Sintió el frío de la pared contra la espalda, y en la cara interna de sus piernas,  la piel caliente del murciélago, que  se había quitado el cinturón y bajado los pantalones.

 

El teniente llevó sus manos atadas hacia arriba y las pasó por detrás del cuello del murciélago para poder colgarse sobre él.

 

Volvió a besarlo, respirando entrecortadamente sobre sus labios, siendo totalmente correspondido por él, mientras los espasmos en su miembro por el orgasmo, iban cesando poco a poco.

 

El caballero oscuro limpió con sus dedos el semen que resbalaba por su falo y por su vientre y los llevó hasta su entrada. Rozándola al principio y metiendo uno de sus dedos después de que el policía empezara a gimotear por más.

 

Nunca imaginó que el dolor pudiera fundirse con el placer hasta llegar a ser una solo sensación.

 

Los expertos dedos del murciélago se movían en su interior, sobre un punto delicioso que Gordon ni siquiera sabía que existía.

 

-          No te detengas – Se apresuró a decirle, antes de que volviera a correrse – Hazlo.

 

No sabía cómo iba a ser tener a alguien en su interior, pero sí sabía que deseaba que Batman le penetrara. Que le hiciera suyo, de una vez por todas. Porque así era.

 

James Gordon le había pertenecido a él y sólo había tenido ojos para él.

 

Rindiéndose a sus más oscuros deseos, dejó de negar unos sentimientos que había tratado de mantener ocultos por demasiado tiempo.

 

El murciélago obedeció, y su enorme miembro atravesó la piel, adentrándose en su interior.

 

La sensación fue insoportable. Como una quemadura.

 

Jim aulló de dolor, pero estaba demasiado excitado… era difícil de explicar … el mar de sensaciones que le invadían.

 

Por nada del mundo quiso que se detuviera. Le abrazó con más fuerza, pegando su torso desnudo contra la armadura negra, contra el símbolo, haciéndole saber que continuara.

 

Batman envistió de nuevo, dejando que la entrara se acoplara a su enorme polla, hasta que el teniente volvió a gemir, pero esta vez por el extremo gozo.

 

El Caballero Oscuro gimió y ocultó su rostro sobre el hombro de Jim, envistiendo de nuevo, una y otra vez, cada vez más profundo.

 

No podía creer que eso que escuchaba fueran los gemidos sordos de placer del murciélago, entre sus respiraciones entrecortadas. Placer que él mismo le estaba proporcionando  con su cuerpo castigado por la edad.

 

Notó cómo perdía levemente el compás. Sintió el espasmo que precede al orgasmo en su vientre y luego en su interior cuando el semen caliente se derramó dentro de su cuerpo.

 

Jim también se corrió de nuevo sobre él, jadeando sobre el traje oscuro.

 

Le besó en la boca.

 

Salvajemente.

 

Devorando los labios del murciélago. Dándole las gracias… por devolverlo a la vida.

 

Por hacerle sentir que estaba … vivo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EPÍLOGO

 

Yo lo sabía.

 

No podía decir que fuera en el fondo.

 

Era en la superficie.

 

En la superficie lo sabía.

 

Siempre lo supe.

 

Siempre supe que no sería mío.

 

No por mucho tiempo.

 

Nuestros contactos se prolongaron más de lo que nunca llegué a imaginar.

 

Un regalo del cielo, o del infierno, el tiempo que me permitió pasar con él.

 

A veces era una vez por semana. A veces dos. A veces una vez al mes. A veces una vez cada dos.

 

Nunca lo sabía.

 

Él lo hacía.

 

Siempre era él el que decidía cómo, el que decidía cuándo.

 

No hablábamos demasiado. Ninguno de los dos era bueno con las palabras.

 

No nos hacía falta.

 

Nunca volví a sacar el tema de su doble identidad.

 

Me lo dejó claro aquella primera vez.

 

Él era Batman, y Batman era quien se apoderaba de mi cuerpo durante las noches, en mis sueños.

 

A veces los sueños se hacen realidad.

 

Nunca Bruce Wayne.

 

Nunca fue él.

 

Pero yo lo sabía.

 

Sabía que aquello no duraría.

 

Nuestros contactos sexuales se fueron espaciando en el tiempo.

 

No hablamos de ello.

 

Seguimos viéndonos, pero ya no era para disfrutar de nuestros cuerpos. Era para disfrutar de nuestra mutua compañía.

 

Lo sabía.

 

Sabía que le agradaba pasar el tiempo charlando conmigo. A veces de sus investigaciones… a veces de temas más personales.

 

Me sentí especial por ello.

 

Otros podrían haber gozado de su cuerpo, pero yo tenía su corazón, aunque sólo fuera una parte de él.

 

Una pequeña parte de él.

 

Con eso me contentaba.

 

Eso era suficiente.

 

Tenía que serlo.

 

Porque nunca tendría más de lo que habíamos tenido hasta ese momento.

 

Bárbara, mi mujer,  había vuelto. Me había dicho que me echaba de menos. Yo estaba feliz por tenerla en casa. Por volver a besar a mi pequeña hija de cabellos cobrizos por la noche, cuando el horror que albergaba la ciudad se escondía con el Sol.

 

Ansiaba que ese día llegara.

 

Y ese día llegó.

 

Lo supe cuando los vi juntos.

 

Yo ya era comisario. Estaba con él en mi despacho y la zona a cubrir era demasiado extensa. La vida de mi hija estaba en juego y él le llamó por ese aparato inalámbrico  “Superman, te necesito” Le dijo.

 

No ordenó.

 

No dijo “Ven aquí”

 

Dijo “te necesito”

 

Te necesito.

 

Cuando le mostró el mapa de Gotham, señalando los puntos donde podían retener a mi pequeña, sus hombros se rozaron.

 

Sus dedos se tocaron sobre el papel, y él no apartó la mano.

 

Él buscó el contacto.

 

Sus miradas se cruzaron.

 

Aquellos ojos de un azul celeste imposible chocaron con los grises cobalto de él y por un fugaz instante, sonrieron a la vez.

 

Supe entonces que había encontrado a esa persona.

 

Tuvo que buscarlo en otro mundo, porque no había nadie en éste capaz de atravesar su fría coraza.

 

No sé por qué, pero sonreí.

 

Debí sentirme celoso.

 

Pero no.

 

Me sentí aliviado.

 

Me sentí feliz.

 

Cuando todo acabó le abracé por encima de su traje negro, como un padre abraza a un hijo del que se siente orgulloso.

 

“Gracias” Le dije

 

“De nada Jim”

 

 

Sólo mi hija y Batman me llaman así.

 

 

 

 

-          FIN –

Notas finales:

Espero que les haya gustado esta historia independiente.

 

Me apetecía escribirla, sobre todo desde que leí el fic de Mariposa23 a los que se lo dedico con cariño.

Lo prometido es deuda y aquí está.

 

Espero que os guste mi historia de pareja mega crack!

He estado varias semanas escribiéndola y me ha encantado la experiencia.

 

Además, depende de los lectores creer que esto es una historia independiente, o es una precuela de El Dios y el Mortal, porque encaja perfectamente en el argumento.

 

Ya saben que me encanta dar continuidad a mis personajes y creo que la gente les toma más cariño si se puede identificar con ellos, sabiendo con detalle qué tipo de personalidad tienen, y que ésta no varía con el paso de los capítulos.

 

Como siempre, gracias por leer, y espero sus comentarios.

 

PD: En breve tendrán la continuación de El Dios y el Mortal. No crean que me olvido de ellos.

 

Por cierto, me pueden encontrar en facebook, bajo el pseudónimo  de Tanis Damasco.

 

 

 


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