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El Yōkai Del Teatro Kabuki por Sebas Hellderick

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Notas del fanfic:

Los personajes usados a continuación, pertenecen a una novela ligera de la autora Nickyu. Sólo me pertenece el escrito.

Notas del capitulo:

Debo advertir que hay lemon y mucho. (?) Hasta yo me sentí mal escribiéndolo. xD

 

:.Capítulo Uno.:



Yuki: La Pérdida De La Cordura



Sentado, observaba sin apartar si quiera sus pupilas de aquel agraciado y esbelto cuerpo.

«Kabuki», había repetido varias veces.

Amaba el Kabuki.                                                 

Amaba ese deslumbrante arte.

Y… probablemente a ese chico.

—Lo quiero a él.— había susurrado muy cerca del oído de su sirviente, el cual sólo asintió en respuesta. Si el  Gran Daimyō lo pedía, pues así se hacía. No existía lugar para un “pero” y mucho menos un “no”.  Incluso tembló al imaginar un “no” cómo respuesta a su Señor.

Y la obra siguió.

Ahora la “mujer” del teatro caminaba con pasos presurosos, quizás de verdad corría, pero no se notaba la diferencia. Huía de aquella propuesta de matrimonio, que no quería aceptar.  Hubiese bastado con un “no”, pero huir era lo mismo, ¿verdad?

Entonces, se imaginó en el lugar del hombre que perseguía a la “bellísima mujer” del escenario.

Él no la seguiría.

Y tampoco hubiese recibido un “no” cómo respuesta.

De repente, el sirviente tembló al oír el bramido de aquella voz varonil. El Daimyō estaba riendo suavemente y no sabía por qué.

Es más, ni siquiera sabía si eso era bueno o malo, considerando que la obra tomaba el clásico y pintoresco tono dramático.

Quiso preguntar, pero se mantuvo en silencio. Interrumpirlo no traería nada bueno.

—Quédate aquí.— fue la orden del Daimyō, antes de abandonar la sala, dejando a todos con la duda si se había marchado porque la obra era muy mala.

La verdad es que mala no había sido. Puesto a que a él, le había fascinado.

 

~*~

 

«Gran Señor.», por aquí.

«Gran Daimyō.», por allá.

Incluso lo habían confundido con un escriba, y eso a él le molestaba. Era verdad que no había conseguido a mujer digna de ser su esposa, pero eso no era su culpa, él no iba a escoger a cualquier pueblerina.

Sonrió de forma amarga, y ni aún así pudo apartar las miradas sobre él. Ahora, ya no se veía cómo un guapísimo soberano, sino, cómo un yōkai  aciago, que había tomado forma de el hombre más guapo que podía existir.

Cerró los ojos, y entonces lo oyó.

También lo recordó.

Al joven que interpretaba a la preciosa doncella de la obra.

Los ojos más negros, y sus cabellos largos… de tinieblas.

Esa belleza incisiva, combinado con el suntuoso kimono negro bordado con finos hilos verdes, dorados y plateados. El obi que rozaba casi tímido el cuello níveo de cisne del muchacho, y, por supuesto el que se ceñía a su cintura; probamente el que más lo enloqueció e hizo perder su sano juicio.

Decidió entonces no volver entrar al teatro. No quería volver a un lugar dónde su mente atiborrada de problemas, iba encontrar más. Aunque, ¿acaso se considera un problema abrumarse con la belleza de alguien? Para él sí. Y de hecho, era un problema más que grave. Un ser visible estaba atormentando su aparente paz, y eso lo enfadaba.

Y otra vez el joven actor kabuki regresó a su mente.

«¡No, no!», se insistió, desesperado.

Eso estaba; desesperado. Demasiado desesperado, si se permite la expresión en un hombre como el atractivo y frío Daimyō.

Él, que siempre en su vida había estado acompañado por las más  bellas  onna geisha, veía aquello cómo recuerdos lejanos, incluso llegó a creer que se tratasen de mentiras, y todo porque ahora se sentía atraído por un hombre.

Un hombre muy hermoso, por supuesto.

Pero no le iba a temer. Eso jamás. Él no tenía temor ni del demonio, ni de nadie, tanto así que, cuando había una batalla, el iba primero, y regresaba entre los últimos sobrevivientes. Victorioso, claro. Jamás soportaba perder.

—Sadaaki–Sama.— escuchó el balbuceó atemorizado de su sirviente.

Entonces él lo miró cómo siempre solía hacerlo, pero el vasallo seguía asustado.

—¿Se acabó?— aunque había preguntado, eso pareció más una afirmación.

El joven sirviente asintió, y sintió un escalofrío al ver la sonrisa prepotente que surcaba los labios del Daimyō. Otra vez sonrió, era perverso, sí; pero de verdad necesitaba a aquel chico.

Iba a ordenar que se lo traigan, cuando otra vez miró a la “bella mujer” caminar delante de él. La siguió con la mirada, hasta que ella, en una esquina algo oscura, se quitaba la larga cabellera. Seguía teniendo el cabello negro, pero era corto. Los mechones más largos probablemente no sobrepasaban su mentón.

Aunque estaba algo decepcionado de que aquella cabellera no perteneciera al joven, eso no le disminuyó un poco de belleza si quiera al actor kabuki, y eso pudo notarlo cuando repentinamente, los orbes de cuarzo negro lo miraron de vuelta.

Ahora había salido de aquel rincón, dejando que las vagas y extrañamente agradables luces lo iluminaran.

Respiró enajenado… ahora ya no sabía si era más hermoso cómo mujer, o cuando era un hombre.

Era… sublime. Sí, la belleza de aquel muchacho era sublime. 

—¿Ha disfrutado de la obra?— fue la suave frase informal que resbaló de los finos labios del actor.

Y él, similar a estar hechizado; movió la cabeza de forma afirmativa.

Luego reaccionó. ¿Le había hablado de forma informal? Sí… y lo peor era que le había gustado.

—Te deseo.— ahora había dicho él, sintiéndose asombrado por decirlo así.

Escuchó uno risita alegre, retozona y… sensual.

—Soy el único actor kabuki con el que no puede pasar su tiempo, Señor.— ¿era formal ahora? No, no. Se había negado. ¡¡Se había negado!!

El Daimyō, consternado, lo miró cómo si de un fantasma se tratase.

—¿Por qué?— preguntó o reclamó. Su sirviente en ocasiones no distinguía el significado del tono.

Entonces el muchacho de belleza afinada, volvió a hablar: —Cuando alguien quiere pasar conmigo luego de alguna presentación, siempre tiene discusiones con otros, y entonces, terminan peleándose. Hace nada ha muerto un hombre por mí culpa, y eso es algo que no puedo dejar se repita. Por eso, de todos los actores kabuki,  no estoy a disposición luego de alguna presentación.— explicó, sonriendo.

Se había negado otra vez.

—Yo soy el Gran Daimyō.— le recordó al muchacho de belleza cegadora. Y el muchacho asintió. Lo sabía muy bien, ¿qué necesidad había de recordárselo?

—Y yo no estoy disponible de esa forma, Señor.— le insistió él.

Ambos eran tercos.

Al uno no se le negaba nada. Y el otro… si no quería hacer algo, no lo hacía y punto. Aún si su vida dependiese de eso, no lo haría.

El sirviente hizo una reverencia para el apuesto Gran Señor, y se llevó al muchacho de ahí.

Tenía que hacerlo entrar en razón, nada bueno podía salir de la terquedad de aquella belleza.

—Miré, sé que lo que le voy a pedir va en contra de lo que usted se haya propuesto aquí…— susurró nervioso el sirviente, mirando de reojo al noble —Pero créame que de verdad no va a ser agradable ni para usted, ni para nadie, si el Daimyō no lo obtiene.— y levantó su cabeza, para ver si con su tono implorante había cambiado la prospectiva del bellísimo muchacho.

El muchacho llevó su dedo índice hacia sus labios de cereza. Cerró sus ojos y sus finas y espesas pestañas negras crearon un agraciado abanico oscuro.

Se demoró al menos varios minutos, aunque cómo intuyó el sirviente, se había ausentado de esa forma para tararear una dulce canción, la cual identificó cómo la canción para niños Teru Teru Bozu.

—Parece que va a llover, y no me agrada la lluvia.— explicó el muchacho, sonriendo. El sirviente volvió a mirarlo.

Ya sabía porque tenía tan descolocado al Daimyō.

El joven tenía una belleza casi maldita. Y era único a su manera.

Entonces el chico de negros cabellos se acercó hasta su obstinado pretendiente, y le regaló una sonrisa prepotente, inalcanzable.

No estaba dispuesto a ceder, y eso Ichijō Sadaaki–Sama lo notó, pero no lo aceptaría. Nunca nada se le negaba, y… ¿¡quién se le podría negar a él!?

«Es que está muy inmerso en su papel de la obra», se dijo a sí mismo, en forma de consuelo. Estaba impactado, ¿por qué el muchacho se le estaba negando? Nunca había usado la fuerza, pero éste sería uno de esos casos que luego echaría al olvido.

Observó a sus guardias, los cuales llegaron apresurados a su llamado. Y con la voz más imperante que tenía, les ordenó: —Llévenlo al castillo.— antes de que los guardias se abalancen sobre el bellísimo joven, finalizó: —Sin un rasguño.— entonces ellos comprendieron que era otro de sus caprichos. Y debían cumplirlo fuese cómo fuese.

—Bien, bien.— rió el joven, aparentando que no conocía su posición en aquel momento. Bien sabía que de esa horda no iba a escapar fácil, aunque no es como si estuviese planeando hacerlo —Puedo caminar solo.— se pareció al tono del noble, y ellos así lo hicieron; le permitieron caminar solo.

Uno que otro miraba embelesado la belleza del chico, que parecía ser de otro planeta, y creyeron  que era en efecto un yōkai, uno muy hermoso, pero en la misma medida; malvado. ¿Quién sabe? Talvéz había llegado para escarmentar al guapísimo Daimyō  Sadaaki–Sama, para que deje de tener una vida tan bohemia y elija de una vez a alguna pretendiente hermosa suya.

Nadie lo tocaba, cómo ordenó el chico. Él ponía una mirada frenética cuando sentía que alguien se le acercaba más de lo establecido. Alguien rozó por accidente su fino kimono de negra seda, y él gritó enfurecido, alejando la mano importuna de un manotazo.

Y así igualmente, subió solo al carruaje que aguardaba por el Soberano Noble afuera. Sus lentos y gráciles movimientos dejaron perplejos a todos, quienes comprendieron instantáneamente porque el Daimyō había adaptado su nuevo capricho al muchacho de los ojos y cabellos de abismo. Era bellísimo, aunque su cabello corto era muy inusitado… todos tenían el cabello largo en esas épocas.

A pesar de ello, remarcaba sus facciones perfectas, los labios finos y su naricita perfilada. Muchos se arrepintieron de no haber ido algún día solos a mirar el Teatro Kabuki, puesto que ese muchacho de belleza probablemente era un kagema, uno costoso… pero esa belleza valía la pena.

El Daimyō miraba al joven de los negros cabellos sonreír con tal perfección, con las comisuras de los labios curveadas, resaltando esa belleza increíble. Era majestuoso, muchísimo más que alguna oiran o una geisha.

Sus ojos castaños situados sobre él, no dejaban escapar un solo movimiento.  Tarareaba unas canciones, que por los galopes de los caballos no podía oír con claridad.

«¿Canciones para niños?», se preguntó, pensativo.

Los guardias más cercanos guardaban silencio. También lo habían notado. El hermoso actor estaba despreocupado, sonriente, hierático. Y el Gran Daimyō… él… bueno, él poseía una increíble destreza para obtener lo que quería. No era ningún consuelo, pero afirmar que en efecto; el muchacho lo tenía prendado, lo hubiese enfurecido.

Las delicadas manos, jugaban con una peineta de plata, con hermosos tallados probablemente hechos a mano, y con piedrecillas multicolores incrustadas en él.

El actor kabuki mantenía la sonrisa inescrutable en su rostro, jugueteando con  la peineta entre sus largos y níveos dedos. La miraba cómo si de repente el tiempo se hubiese suspendido para que él y sus bellas manos palpen el utensilio, cómo si este fuese lo más maravilloso en el mundo.

Perdió la noción del tiempo, entonces.  Los problemas se le esfumaron de la cabeza; cómo humo. La existencia del muchacho de belleza inhumana lo había reducido del Daimyō más poderoso, aun simple hombre fascinado.

—Sadaaki–Sama.— llamó temeroso un sirviente —Hemos llegado a su castillo.— informó, antes de hacer una reverencia y apartarse.

Bajó de la carroza, altivo; cómo siempre. El problema fue cuando un sirviente quiso tocar la mano del actor kabuki, para ayudarlo a bajar, y él; suspicaz, lo apartó.

Sólo él podía tocarlo. Nadie más.

—Es en verdad un castillo…— el actor parecía asombrado. Normalmente los daimyōs solían tener grandes propiedades, pero… ¿un castillo? Eso era demasiado.

Lo que no sabía, era que se hallaba en uno de los castillos más grandes del país. Sadaaki lo notó, así que decidió contarle un poco, mientras calmadamente avanzaban.

—El actual Emperador, Kōmei Tennō, empezó su reinado a la edad de quince años. Yo en ese entonces sólo tenía seis. Cómo sabrás, se inició un enfrentamiento. Sería inoportuno caer en guerras estúpidas, cuando el país tenía problemas peores. Así que no esperaron a que yo creciera para ser Emperador, lo cual me ha salvado de un montón de situaciones desagradables.— sonrió, ajeno a que estaba contando parte de su bien resguardada historia.

Los callados vasallos comprendieron a que se refería con “situaciones desagradables”. A él le aterraba la idea de estar casado. Por eso era que derrochaba su inagotable fortuna en las más bellas mujeres del país. Pero ninguna de ellas tenía esa belleza tan solemne cómo el actual acompañante del Daimyō.

Él podría ofender fácilmente a alguna mujer si de belleza se trataba, puesto a que era un hombre joven, de linda sonrisa, ojos oscuros y enormes, enmarcados por pestañas negras, y labios de la más exquisita azucena rosácea.  Ni hablar del cabello brillante color negro, la piel extremadamente nívea que a más de uno le parecía enfermizamente sensual.

La dulce fragancia  de su piel, era de la más suave y fina vainilla. ¿Era alguna clase de perfume, acaso?

Con la duda atiborrándole el pensamiento, tomó delicadamente la mano del bellísimo joven, y la acercó a su nariz para olfatearla suavemente. Con sus labios recorrió por sobre el kimono aquel brazo, hasta llegar a las clavículas. Estaba a centímetros del cuello, el cuál beso de la forma más dócil, ignorando la presencia de la servidumbre que miraba asombrada.

El actor se encogió en su sitió, sonrojado ante ese acto.

—Vainilla y jazmín.— sentenció, luego de haber inhalado profundamente el aroma del joven. Pero seguía aún pensativo. Había algo que lo enloquecía, y no sabía que era.

¿Esos enormes ojos negros de turmalina? No, no. Talvéz la fina boquita de arándanos rojos. ¿Qué tal si se debía a la pálida piel de alba camelia? ¿O a sus cabellos de ónix lacios y sedosos?

Gruñó, sin saber por qué. Bueno, sabía por qué gruñía, pero desconocía que podía ser  aparte de su turbación al sentirse confundido.

No estaba acostumbrado.   

Nunca se acostumbraría.

Un suave tarareo lo alertó. Agradeció internamente, no soportaba tener dudas en su cabeza.

Desventajas de ser alguien despreocupado, quizá.

Escuchó con atención la dulce canción. Salía entonada de la manera más seráfica que había escuchado. No sólo el muchacho era cautivador sino, además su voz.

Tōryanse…— reconoció el noble,  rápidamente.

El sirviente también miró al chico. ¿Qué tenía con las canciones de niños?  

—¿La conoce?— el tono no sonaba sorprendido, pero su rostro si lo estaba. El asombro en el rostro era por demás cautivador.

—Es una warabe uta, por supuesto que la conozco.— casi rió.

Si nadie salía de su asombro, ahora era peor.

Todos quedaron perplejos ante la sonrisita divertida del Gran Daimyō. Él no reía, y si lo hacía, era únicamente por ironía. Y ahora estaba… ¿sonriendo por diversión?

—Cierto.— sonrió también el actor, sacándole un suspiro al enajenado hombre —Me gustan mucho. Mi hermana solía cantarme cuando vivía.— también confesó algo que nadie sabía.

Tristeza.

Había tristeza en la frase antes pronunciada.

No supo que responder.

Hermana… ¿ese chico bellísimo tenía familia? No se había parado a pensarlo, ¿cómo sería la vida de aquel joven? ¿Por qué era un actor kabuki? ¿Era un kagema, también?

Sin saber por qué, el chico ya estaba ocupando absolutamente todos sus pensamientos. No sólo quería tenerlo por una ocasión, quería saber de él… saber si seguía  triste y hacerlo sonreír. Necesitaba saber qué le gustaba, o qué le disgustaba. No sólo quería oír nanas, sino otras alegres canciones, quería escuchar una sonora risa de esa bonita voz que le acompañaba.

Entraron silenciosamente. Y él se detuvo en la gran puerta.  

El actor inclinó su cabeza hacia un lado, confundido. ¿Qué le pasaba al hombre apolíneo? Muchas dudas espetaban su cabeza, pero no dijo nada, permanecía profundamente callado, pareciendo temer a sus propias palabras.

—Sírvanle el mejor té.— y así lo hicieron los sirvientes. En elegante porcelana akae-sometsuke, sirvieron el líquido verdoso con un  suave olor agradable.

En lugar de conducirlo hasta su habitación, se dirigieron hasta una extensa terraza, con una excelente vista hasta los campos, acompañados de una cascada que producía un sonido similar a un somnífero. Ahí, el  apuesto hombre pasaba las tardes tomando té, según el clima y según su capricho.   

Se aseguró que el actor kabuki  tome asiento frente a la mesa tallada a mano. Fue cuando se concentró en buscar algo en esos ojos negros, y lo encontró, pero no sabía que era.

—¿Cuál es tu nombre?— pronunció despacio, sin dejar de recorrer con sus ojos al bellísimo chico.

Estaba interesado.

Nada había logrado confundirlo y fascinarlo de esa forma. Hasta ahora.

No lo comprendía y le molestaba.

Le molestaba en demasía que algo perturbe su hipotética paz. Más aún tratándose de otra persona.

—Hirohata Yuki, Señor.— respondió, con su voz dulzona.

¿Por qué “Yuki”? Nieve… la nieve es profundamente pura, blanca. El chico que tenía frente a sí, tenía los ojos y cabellos perfectamente negros.

«Yuki, cómo la nieve», pensó Sadaaki, al relacionar la palidez del chico con los blancos copos cristalizados. Talvéz a eso se debía, o sencillamente, la belleza de la nieve y del actor eran similares, pero probablemente  el actor era aún más hermoso que la misma nevada.

—Yo soy Ichijō Sadaaki.— se presentó, sin saber por qué. Talvéz porque sus divagaciones lo habían apartado largos minutos, y no le permitieron responder.

Probablemente él ya lo sabía, pero no podía dejar sin respuesta al cautivante muchacho.

—Eres bellísimo.— le hizo saber el Daimyō, dándole un sorbo a su té gyokuro.

No esperaba una respuesta o reacción alguna. Sólo quería decírselo y se lo dijo. Aunque, al levantar su mirada parda, observo el sutil rubor en los pálidos pómulos del muchacho.

Se le detuvo el corazón por algunos segundos, y comenzó a respirar agitado. Ese chico era precioso… si fuese una mujer, probablemente sería la hermosa amante del Emperador, o quizá, su esposa. Kujō Asako era una mujer agraciada, pero Hirohata Yuki era definitivamente perfecto.

Más hermoso que un extenso jardín de camelias, o que la luna misma iluminándolas.

Yuki no supo qué hacer. Le habían dicho eso innumerables veces, ¿por qué ésta era la excepción? Sentía calor en las mejillas, y para variar, enmudeció. Sólo miraba algo tímido al  galante Daimyō

Trazó una suave sonrisa en sus labios de ambrosía. Se sentía halagado por primera vez en su vida, complacido con la profunda devoción con la que pronunció aquellas palabras el noble.

—Agradezco mucho que usted me diga eso…— sonrió, bebiendo por primera vez el té. Inhaló el aroma de la infusión, cerrando los ojos.

Le resultaba imposible no contagiarse con la abrumadora parsimonia del lugar. Sentía incluso a los pajarillos susurrar, para no irrumpir la armonía del sitio.

—Creí que…— Sadaaki se detuvo, pareciendo meditar la continuación de aquella frase —Que los kagema habían desaparecido con la llegada del yarō kabuki.

Aquello dibujó una sonrisita sardónica  en las perfectas facciones del actor.

El  Daimyō sintió cómo si tuviese frente a él a un bellísimo yōkai, uno que talvéz había venido con intenciones propiamente divinas a castigarlo por su vida trashumante.

Le daba muchas vueltas, quizá. El muchacho era hermoso, y no por ello era un yōkai, ¿o sí?

Prefirió no pensar, dejando que su inalterable tranquilidad haga su aparición casi eminente.  

—¿Qué es gracioso?— quiso saber, trazando una sonrisa.

Normalmente, esa sonrisa podía tener los significados más macabros que el limitado conocimiento  humano pudiese interpelar. Reírse cuando el gran Ichijō Sadaaki estaba serio, era una muerte inconcusa.

El bellísimo muchacho, ajeno a los anómalos y caprichosos comportamientos del Daimyō, sólo interpretó a aquella sonrisa cómo una confusión sosegada.

Era una sonrisa sosegada, de hecho.

Una sonrisa exclusiva, para un hombre exclusivo.

—Que usted haya creído tal cosa…— a ese susurro, se le podía atribuir cualidades poderosas, hechizantes. La sonrisa del  Daimyō se desdibujo, mientras se centraba en las palabras de la suprema belleza encarnada —Es verdad que los kagema “desaparecieron” con la llegada del yarō kabuki, pero si usted desea tener a alguno de los actores, tranquilamente puede hacerlo.— entonces lanzó una risita que deleitó incluso los finos y diminutos oídos de los pajaritos del extenso prado.

Hasta la cascada, avergonzada, se volvió susurrante, sólo para permitir el eco de aquel dulcísimo canturreo.

El noble meditó profundamente aquellas palabras, que en lugar de responderle, le llenaban de más dudas.

—Nadie querría tener a alguno de los actuales actores.— dijo, inevitablemente seguro —Aunque eres una excepción bastante severa. ¿No es ilegal que estés en el teatro?—

Yuki seguía sonriente. Se permitió negar con la cabeza, para poder beber un poco más del té de exquisito olor y sabor.

El muchacho ejercía cualquier acto que al Gran Noble, con distintas personas, le hubiese molestado al punto de la ira. Más bien, en lugar de ello, quedaba aturullado, fascinado, seducido…

—Debería venir más seguido al Teatro Kabuki, Señor.— aquella frase, que sólo podían lograr los tintineos de la más refinada porcelana, resurgieron la sonrisa encantada del Daimyō —Puedo asegurarle que aún existen clientes dispuestos a pagar por los servicios de los actores, yo lo vi varias veces. La situación me incluye, pero… no he aceptado, y menos desde la muerte de ese hombre. Es verdadero que el kabuki incluye únicamente hombres maduros, no jóvenes, pero… ¿mi edad no me deja entrar en ese grupo, acaso? Estoy seguro que soy mayor a usted.— por primera vez en su vida, Sadaaki mostró un rostro desconcertado, por el asombro.

¿Mayor?

¿Él…?

Se hubiese permitido reír ampliamente, pero la calma del dulce muchachito no  lo admitió.

Bueno, no era un “muchachito”, pero no estaba lejos de parecer  uno.

—¿Qué edad tienes?— preguntó, presa aún del desconcierto.

—Veinticinco.— sonrió el bellísimo actor, sosteniendo con sumo refinamiento el asa de la taza.

Incrédulo.  Así estaba.

Probablemente su rostro lo mostró en manera desmesurada, porque aquello causó otra risita de los labios acaramelados, peligrosa propiedad  de la majestuosa belleza de cabellos negros. 

—Es increíble.— apenas pronunció, sin salir de su asombro —Eres cuatro años mayor que yo.— parpadeó, sin creer lo que había dicho.

Yuki se había acostumbrado a ese tipo de reacción. Pero nunca se había acostumbrado a verlas en un autárquico y apuesto hombre, cómo el Gran Daimyō.

—Sí, no lo parece.— musitó sonriente, sólo para acortar el silencio que ahora se había perturbado.

Sadaaki estaba pensativo.

No.

Podía asimilar aquello con calma, lo que no podía, era dejar de divagar sobre cómo terminó semejante… hombre hermoso en el Teatro Kabuki.

No era un muchacho, y lo aceptaba en buena forma. Era un hombre mayor a él, y eso, al igual que la larga cabellera negra, no le disminuía tan sólo un poquito de belleza.  

Nunca había tenido amantes mayores a él, y eso le dejó profundamente pensativo.

¿Acaso había tenido amantes? No.

¿Las había traído al castillo? Otro rotundo “no”.

¿Era Yuki su amante? No, pero lo sería muy pronto, estaba seguro.

—¿Por qué… terminaste en el Teatro Kabuki?— preguntó un poco temeroso, antes de ser hostigado con las preguntas de su cabeza.

No estaba preocupado por la respuesta. Estaba preocupado por los recuerdos que el bellísimo actor kabuki tendría que rememorar para responderle.

Siempre había sido desconsiderado.

Pero ésta fue la primera vez que le importó la otra persona.

Cómo se esperó, el actor de los cabellos azabaches perdió su mirada oscura en algún punto del jardín. Demoró en responder, y su sonrisa se tornó triste.

Aquello le dolió y no sabía por qué.

—Mi hermana Hanako, era una mujer hermosa y amable. Estuvo conmigo desde que tengo memoria, era cuatro años mayor a mí. Me cuidó, a pesar  de qué padecía una enfermedad. Solía ser la asistente de una geisha, ella poseía demasiada belleza, supongo que nunca fue una geisha por sus condiciones de salud. Luego…— se mordió los labios, dejando inquieto al Daimyō — ella falleció, y yo fui vendido al Kabuki.— continuó, suavemente.

El bellísimo hombre de los cabellos negros, acomodó un mechón tras su oreja. Seguía sonriente, aunque era una sonrisa de tristeza, la más hermosa  que podría existir sobre la faz de la tierra.

Él no debió ser egoísta.

No debió preguntar.

—¿Cómo estás ahora…?— el actor kabuki se sorprendió, dirigiendo sus preciosos ojos de ágata negra hacia el noble.

Era fácil percibir la preocupación en la pregunta.

Normalmente a Sadaaki no le importaba nadie más que sí mismo. Así que era muy extraño que pregunte por alguien, y más aún con una preocupación patente.

El actor seguía sonriendo de manera triste y divina.

Esa pregunta no la había escuchado desde que murió su hermana.

—Estoy bien.— admitió, trazando ahora una sonrisa de felicidad —Situaciones horribles cómo cuando me quisieron vender al burdel, o cuando desearon que sea un… prostituto, ya pasaron. Me gusta actuar…— confesó, rebosante de felicidad —Puedo entrar en el personaje, y sentir lo que él o ella siente, es increíble, yo le doy vida. Desde los diez años llevo el cabello corto, en el principio, porque solían confundirme con mi hermana, aunque con el pasar del tiempo  fue para que no me llamen “aquella hermosa doncella”, y evitar varias propuestas de matrimonio, era… terrible… yo no parezco una mujer, ¿verdad? Incluso soy muy fuerte… puedo manejar algunas armas. Estoy seguro que si los ninja todavía existiesen, yo habría sido uno grande y…— mientras había estado inmerso en su queja, sus ojos se habían desviado.

Se detuvo, avergonzado. Levantó apenas su preciosa mirada oscura, encontrándose con la figura del Gran Señor, mirándolo atentamente y con una sonrisa bosquejada en sus sensuales labios.

Cabizbajo, apretó la tela de su elegante kimono negro, sintiendo la cálida vergüenza en su rostro.

—Discúlpeme… yo…— musitó suavemente, evitando levantar sus ojos.

Se había sentido tan a gusto hablando con Sadaaki, que le contó absolutamente todo lo que había pensado y recordado.

Era la primera vez que le pasaba algo así, y también, la primera vez que le contó sobre su vida a alguien.

En el teatro lo veían como un hombre joven, de apariencia bellísima. Nadie sabía que misterios ocultaba esa belleza masculina, con increíble talento para la actuación.

—¿Por qué?— preguntó el Gran Daimyō, aún sonriente —Me ha gustado escucharte. Yo pienso que sí, hubieses sido un gran ninja. Aunque a mí también me gustan los ninjas, desaparecieron hace mucho… cómo las oiran, el kabuki femenino, y el kabuki con jóvenes masculinos. Pero si alguna vez te apetece encontrar algo sobre ellos, puedo buscarlo sólo por ti.—

Yuki abrió desmesuradamente sus hermosos ojos, parpadeando al instante.

—¿Puede hacer eso?— preguntó, en un fino hilo de voz.

El Daimyō Sadaaki asintió lentamente con la cabeza, dándole un suave sorbo al té.

Él era un hombre caprichoso, que no soportaba la pérdida, y si quería algo, lo obtenía fuese cómo fuese. Era de aquellos hombres que invertían la frase “no importa el fin, sino los medios”. 

Las oiran y las kabuki femeninas habían desaparecido muchísimo antes de que el nazca, pero él se las había arreglado para conocer a bellas muchachas, descendientes de familias dedicadas al arte del kabuki, o de alguna oiran antigua.

Lo había conseguido a su manera. Era verdad que no era lo mismo, pero era algo, al fin y al cabo.

Y si Yuki deseaba aprender algo sobre aquel grupo militar mercenario, pues lo haría. Estaba decidido a cumplir cada uno de sus caprichos, si los tuviese.

—Hace mucho, nuestra familia solía contratar ninjas, los ancianos me lo contaban y era interesante.— recordó Saadaki, pensativo —Aunque la familia Ichijō siempre tuvo a su disposición muchísimos hatomoto, incluso yo salgo a las batallas. Es gratificante. No suelo vanagloriarme sobre esto, pero soy muy buen arquero y tengo una destreza prodigiosa con la katana,la wakizashi y el tantō.

Los Ichijō eran tan poderosos como el Clan Tokugawa. Todo lo que había dicho era verdad, y más los aspectos que sobresalían; su magistral manejo de armamento, independientemente del tipo, también, el hecho que jamás había aludido sus habilidades en batalla para cautivar a alguien. Incluso él se sintió extraño.

—¡Eso es asombroso!— admitió el actor, verdaderamente impresionado.

Ichijō Sadaaki lo estaba cautivando gradualmente. No sólo poseía un atractivo impetuoso y claramente inexpugnable, además era hábil en las armas. Esas palabras no venían vacías. Cuando un daimyō perdía una batalla, debía recurrir al seppuku, para evitar la vergüenza de la derrota.

Y Saadaki seguía vivo.

No por nada, era un noble con belleza e increíble destreza asesina.  Confiaba en su capacidad para defenderse, independientemente de que tan buenos samurái poseía.

Transitaba libre por todo el castillo, sabiendo que los daimyōs eran constantemente acechados por asesinos, que esperaban ansiosos su caída. Sadaaki tenía tanto poder cómo el shōgun Tokugawa Ieyasu, y era despreocupado en ese aspecto, pues él era de temer. El “reducido” título de daimyō, que se le atribuía, era porque si él lo deseaba, podía causar muchos estragos y reclamar su puesto cómo Emperador, aún sin ser descendiente directo de la Familia Imperial Japonesa.

Con tanto poder que poseía, eso podía ser una realidad. Él era incluso más prometedor y poderoso que el posterior heredero Meiji Tennō. 

Y no sólo era guapo, fuerte… era además… curiosamente atento.

Sí, había visto la sorpresa en el rostro de los vasallos; de seguro él no era así siempre. Lo que significaba que él… ¿era una excepción?

Se sonrojó inevitablemente, recónditamente mirándolo y aceptando que efectivamente; el Gran  Daimyō Ichijō Sadaaki–Sama era un hombre excesivamente atractivo. Una belleza fría, de ojos maliciosos y sonrisa incisiva.

El bellísimo paisaje fue testigo de cómo se cautivaron mutuamente aquellos dos hombres. A su manera, pero atrapados en el encanto opuesto, al final.

Sadaaki se rió de sí mismo, irónicamente, cómo sólo se había reído de los demás.

Lo había notado.

Había notado que por primera vez alguien derrumbó su perfecto muro egocéntrico. Un hombre hermoso, poseedor de una belleza exorbitantemente perniciosa para su cordura. Un joven adulto, singular a su manera. ¿Quién a esa edad cantaba una warabe uta para sí mismo? Pero lo hacía con voz suave y dulce. Tenía el cabello corto… ¿eso le disminuía belleza? ¡No! ¡Ni si quiera llegaba a opacar un poquito tanta belleza! Ese cabello y ojos negros, que contrarrestaban muy bien con la piel pálida y sedosa.

Sus labios… tan suaves, incitantes.

Eran muy tentativos. Nadie completamente sensato podría negarse a ellos. Y es que eran tan finos y de bonita forma, que invitaban a acercarse a ellos.

Parpadeó, y cuando lo notó, se había aproximado peligrosamente a su bello acompañante.

¿Por qué dudaba?

Si él quería algo, sólo lo tomaba.

¿Por qué ahora era distinto?

—Yo…— y se detuvo, al notar que iba a darle explicaciones al majestuoso Yuki.

Aún así, su intento de susurro apenas fue oído, y se quedó absorto en los exquisitos labios, entreabiertos. El actor tenía un gesto tan tranquilo, sus ojitos negros cerrados, y… esos labios.

Era claramente una explícita invitación, que no iba a desperdiciar.

Con cautela, y casi con miedo, acortó la distancia entre los dos, uniendo de la forma más suave sus labios. Su mano, cómo si tuviese alma propia, trepó ágilmente hasta la nuca del muchacho, y allí se posó, acercándolo cuidadosamente.

El problema no era que él lo haya besado. El problema era que aquel bellísimo actor consensuó su acto, y él se sintió  repentinamente sojuzgado por la concupiscencia.

Eso no era normal.

No era normal estar tan excitado por alguien… ¿o sí?

Cuando se separaron, comprendió que lo normal no existía. Sus sentimientos, su confusión, la belleza cautivante del chico, todo no era normal.

Lo conoció  y todo dejó de ser normal.

—¿Vamos a tener relaciones sexuales?— preguntó directamente el actor kabuki, sonrojándose ante su descuidada y directa forma de ser.

Era la primera vez que le daba problemas su peculiar comportamiento.

—N-No… es decir…— trató de continuar, fracasando en el intento. El precioso rubor en su pálida piel, hacían que demostrara completa pureza.

Sadaaki notó miedo en la pregunta, y sonrió divertido, encantado…

—¿Tú quieres?— porqué él sí quería.

En su mente, ya empezaba a pelear su subconsciente consigo mismo.

¿Era idiota, acaso? El chico era bellísimo, cautivante… sólo debía tomarlo.

¿Por qué preguntaba? Debía estar preocupado por ello, pero en su lugar, lo que había conseguido dejarlo ansioso, era el silencio del actor.

Yuki parpadeó, sin lograr escapar de la temporánea turbación. Sólo logró colocar con cuidado sus manos sobre sus ahora sonrojadas mejillas, las cuales lejos de mostrarlo asustado, lograban resaltar su palidez, conjuntamente con el bonito negro de sus cabellos y ojos.

¿Acaso el sonrojo no era suficiente? No hacía falta una respuesta.

Si no hubiese querido, hubiese negado, apresurado. En su lugar, se hallaba formulando una frase, una qué no expusiese tanto su deseo y recóndita curiosidad.

Algo un tanto inútil, pues él era explosivo, directo y excéntrico: —¡Sí quiero!— no pudo evitar decir, con una voz tan lasciva que sonrojó casi imperceptiblemente al Gran Daimyō.

Se cubrió la boca, avergonzado. En alguna otra ocasión, se hubiese golpeado; por ser descuidado, por mostrar su defectuosa forma de ser.

Según él.

Para Saadaki, Yuki era la taumatúrgica perfección con forma humana, y belleza inhumana. Totalmente inaudito cómo sonaba, pero no supo cómo más explicarlo.

Aquello no se propugnaba de una explicación, en realidad. Sólo estaba cautivado, con una belleza quimérica, insólita,  sobrenatural.

Enfocó su vista en los alucinantes ojos negros, buscando la respuesta en ellos.

«Mutuo», le susurraron ellos.

Tenía su aprobación, y esbozó una sonrisa por ello.

Elegantemente se levantó, extendiéndole la mano al bellísimo hombre, del cual momentos atrás creyó era yōkai. Lanzó una imperceptible risa. Los yōkai desgraciaban la vida de los humanos, y ahora mismo lo comprobaba. Adiós a su soberanía.  Ni si quiera mandaba sobre sí  mismo.

¿Qué había pasado? No comprendía, y no quería saberlo. Lo único que le interesaba, era ese ser de figura arrebatadora y deleitante.

Entonces el bellísimo yōkai tomó su mano, acortando la perfecta postura seiza y enseñando su cuerpo voluptuoso.

Caminaban por los extensos y lujosos pasillos, hasta llegar a la enorme habitación del Daimyō. Yuki fue el primero en entrar, enajenado por la tétrica mezcla de oscuridad y luz tenue.

Frente al ventanal, distinguió camelias rosáceas, bordando el contorno cuadrado.    

—Sublime…— inconscientemente murmuró, fascinado y aterrado de la perfecta combinación que resultaba la anaranjada luz del ocaso, y la oscuridad de la habitación, con la belleza de los capullos rosáceos.

Sadaaki cerró los ojos e inhaló profundamente. 

No era propio de él desesperarse, pero había cometido un terrible error…

No debió juntar a la belleza exquisita del actor, con aquel escenario apasionante.

Ahora, yacía ausente, tratando de recuperar su control, de manera inane.

Levantó sus párpados, casi temeroso. Tan patético cómo sonaba, él temía; temía que la bella imagen frente al ventanal desapareciera. Y aliviado, comprobó que la hermosura suprema seguía de pie ahí.

Sonrió para sí mismo y cerró la puerta.

El yōkai ni se percató de ello.

O lo hizo, y ocultó su profunda emoción y curiosidad.

El Daimyō cerró los ojos nuevamente, apoyándose contra la puerta, agobiado. Se suponía que lo quería, lo deseaba, y… se estaba conteniendo.

¿Pero por qué? ¿Qué tenía de especial el muchacho?

Todo.

Absolutamente todo.

Era un acervo magnífico, prohibido...

Mareado, se permitió abrir nuevamente sus oscuros ojos pardos, para divisar a la figura que se acercaba con pasos lentos hasta él.

Era el ser poseso de belleza sidérea.

No supo qué hacer, y esperó quieto. Era seducido con cada lento movimiento del bello actor. Si se hallaba ya en la disyuntiva de ser consciente de ser hipnotizado, ahora era cómo un simple espectador.

Uno que miraba lentamente, y narraba desdichado e imposibilitado, en primera persona.

Veía cómo se acercaba el mal más hermoso de todos, y sólo se dejó llevar lentamente cuando ya tuvo al bellísimo hombre tan cerca, que pudo inhalar el aroma de vainilla y jazmín, mezclándose con el cálido y dulce aliento.

Casi por automatismo, correspondió al suave beso. Era como si su cuerpo conociera a la perfección la esencia ajena, y le respondiera, siendo suyo.

Irreflexivos.

No eran conscientes de cuánto se iban a necesitar luego de aquel encuentro.

Un beso sátiro, apasionado. Pareciese más una fogosa despedida, si el noble no estuviese sonriente, de tan maravillado que se hallaba.

—Lo siento… yo…— no había excusa aparente para su acto, pero el precioso azabache no lo comprendía, e inútilmente tartamudeaba palabras sin sintaxis.

Había actuado con el deseo opacando su ahora escaso razonamiento. Ni si quiera podía formular una simple exculpación, sin interponer el hecho de que no se había olvidado de la sensación de sus labios juntos momentos atrás.

No sabía varias cosas, entre ellas; lo fascinado que estaba Sadaaki con su acto.

Apenas había levantado la mirada, cuando las diligentes manos del lo sujetaron con cuidado, pero firmemente de los hombros.

Los había inmovilizado, mientras ahora él; hambriento, saciaba sus impulsos con el néctar de aquellos labios.

Al separarse, jadeantes, se sintió casi desesperado al sentirse lejano de aquella tersa y enfebrecida piel.

—¿Está bien si voy hasta el final?— preguntaba y eso no era algo propio de él.

Ya dejó de cuestionarse, sabiendo que las respuestas no las tenía él mismo, ni su palpitante y agitado corazón, que se sentía eufórico con la simple presencia del otro hombre.

¡Ah, eso era!

La respuesta la tenía… Yuki…

¿Qué iba a contestar? Quizás la pregunta debía ser: “¿Cómo iba a afirmar?” Se sentía tan atraído como el noble, tanto, que asintió casi hechizado con la masculina y seductora voz.

—Hasta dónde usted quiera…— balbuceó, sofocándose con el calor emanado de sus mejillas lisas y pálidas.  

Sadaaki olvidó cómo se respiraba. 

Olvidó muchas cosas: su  posición, el tiempo, su cordura…

Olvidó que esa sensación no la había tenido nunca.

Y… también olvidó cómo controlarse.

Se había vuelto frenético, casi devorando con los rápidos y lúbricos besos, al ser a quien minutos atrás adoró aún más que cualquier fina reliquia.

Aquello no parecía ni molestar, ni dañar  al actor. Contrario a todo lo esperado, se hallaba petrificado ante la conmoción que suponía ser lentamente arrastrado al torbellino de éxtasis.

Paulatinamente, era consumido por un bienestar y frenesí que no identificó jamás en su vida. Su respiración se volvió pausada, y su corazón palpitaba agitado. Aquello era extraño y lograba sofocarlo de muchas formas.

Sintió desmayarse, como si su alma fuese lentamente consumida por aquellos ojos negros que producían escalofríos y fascinación al mirarlos detenidamente. Pupilas indivisibles de los  perfectos y orbiculares zafiros negros.

Yuki no supo cuando, pero ya estaba recostado en aquel elegante y mullido futon. Trató vanamente de distraerse con el exquisito diseño sobre el cuál su cuerpo reposaba, pero era imposible ignorar los suaves roces sobre sus muslos.

Era antitético, si lo analizaba.  Los roces eran lentos, pero su indumentaria desaparecía tan rápido cómo se desvanecía el agua entre los dedos.

Pasó suavemente saliva, cuando observó  cómo el refinado kimono del Daimyō había resbalado de sus hombros y se hallaba sujeto a su cintura únicamente por el aflojado obi. Se suponía que los daimyō  solían usar el traje kamishimo, peinado chonmage; con la parte superior del cráneo rapada, y estar escoltados todo el tiempo; debido a su vida siendo atentada por enemigos. Sadaaki era un daimyō excepcional, rompía todos los esquemas, vistiendo elegantes kimonos, su cabello sedoso y largo; atado, y por supuesto, su libre merodear por todos los lugares. Llevaba el arco y las flechas en su espalda, y el wakizashi atado en su cintura. Era una combinación extraña con tan elegante kimono, pero interesante a su vez.

El cuerpo del noble, era una figura sublime. Supuso que se debía al constante entrenamiento en el campo de batalla.

Ensimismado, acercó sus dedos para palpar los marcados y rígidos músculos, los pectorales, descendiendo con sus yemas el perfectamente delineado músculo recto abdominal. Incluso se notaba el músculo serrato.

Era difícil tener un cuerpo así.

Tan concentrado se hallaba, que notó ser desnudado por las ágiles manos, cuando la presión que hacía su elegante y bordado obi, se aflojó.

El obi de color anaranjado con el motivo de pinos, bordados con hilo dorado, que se había tardado en anudar de la forma más majestuosa y elegante, fue desecho en menos de un minuto.

Pareció recuperar la vergüenza, cuando observó su lechoso y terso pecho desnudo. No era un cuerpo muy marcado como el noble, pero tenía su encanto masculino.

Era más bien estilizado, con curvas perfectas, adecuadamente seductoras y suficientes, para no hacerlo parecer afeminado.

Trató de tomar las mangas ataviadas de su oscuro conjunto, para taparse, pero las manos del Daimyō lo detuvieron.

No supo como lo hizo, si Sadaaki no había apartado la mirada de su figura. Lo adivinaba siguiendo son sus castaños ojos cada línea y curva de su cuerpo, y sentirse observado era muchísimo peor que estar semidesnudo.

—¿Eres en verdad humano…?—  presó de la imagen frente a sus ojos, no pudo evitar cuestionar.

Olvidando su cohibición, Yuki soltó una risa. Por supuesto que era humano.

Sadaaki y su extraviada cordura contradijeron eso.

Un humano no lo hubiese puesto en tal estado de avidez y deseo.

La sonrisita burlona se convirtió en un fuerte apretón de labios, los cuales se separaron para liberar un sonoro gemido. Tuvo que levantar un poco la cabeza, para enterarse de que aquella “cosa” que se sintió extrañamente bien en sus pezones, era la lengua del apuesto hombre castaño.

Su cuerpo reaccionaba muy rápido a los estímulos. Sus pezones rosa se hallaban erectos, y su miembro viril comenzaba a despertar lentamente.

Con su rodilla rozó la entrepierna del noble. No pudo evitar apreciarse fuertemente acalorado al sentir la considerable  erección atrapada.

Una risa suave y grave resonó en la habitación que ya tenía en su ambiente el olor de deseo y sofoco.

—Si tienes miedo, puedo detenerme.— se sentía desconocido ante sí mismo. Eso no era algo que él le hubiese dicho a alguien, y mucho peor sintiéndose excitado.  

—No, está bien.— asintió el actor, sintiendo una presión en el pecho, al imaginar el placer del que se perdería —Hágame suyo…—

Esa clase de palabras eran irresistibles para cualquier hombre. 

Aún más tratándose de Yuki, y su belleza dañina para cualquier sano juicio.

Sadaaki, sin saber cómo controlarse, se mordió los labios. El actor había ido muy lejos, había provocado la bestia lujuriosa que nadie había despertado en él. Gruñó ésta en su interior, exigiendo devorar, saciarse… 

Morir por el placer…

Y él se lo concedió.

Dejó que Yuki lo saciara con sus encantos.

No se lo esperaba, pero Yuki sabía que algo había controlado, algo que seguramente era peligroso y que sólo él era capaz de manipular.

Se incorporó lentamente, y él mismo dejó que el kimono negro se deslizara por sus elegantes hombros.  Sonrió, al mirar al Daimyō boquiabierto, asombrado por ver tanto erotismo junto.

Acomodó una hebra de su perfecto cabello, atrás de una de sus orejas. Era seductor. Un yōkai terriblemente seductor. Se acercó al noble, y lo besó, mientras acariciaba el cuerpo que hace unos minutos miró embelesado. Se cautivaban mutuamente, no había duda. 

Tratando de invertir los papeles, ahora él atacaba el cuello ajeno.

Era algo lento y suave, puesto a que Sadaaki empezó a palpar su cuerpo, llegando a las bien formadas nalgas, y apretándolas, comprobando los firmes que eran.

Las piernas del actor se debilitaron, obligándolo a sentarse sobre el apuesto hombre castaño. Eso quizás logró despertarlo de su cegada y nublosa excitación, puesto a que estaba siendo extrovertido, omitiendo el detalle de que “el tabú” del sexo, lo había evitado por mucho tiempo.

Inhaló profundamente, tratando de calmarse.

Sus temblorosas manos, desataban con éxito el obi carmesí con decoraciones de espirales y relajantes líneas curveadas. Fingió no ver la sonrisa de su acompañante. Era una sonrisa satisfecha, aunque él aparentaba no notar ser desnudado por el bonito actor.

Volvieron a besarse, y ante los demandantes y ardientes labios de Sadaaki, Yuki se sintió un principiante. De hecho, era uno.

Correspondía al beso dócilmente y se dejaba guiar, completamente devorado por el placer, pero era difícil seguir el ritmo, y la falta de oxígeno lo obligó a retroceder desesperado, dando un último beso libidinoso.

Su pecho se movía frenéticamente, pese al esfuerzo que él hacía por respirar. Tenía la mente completamente en blanco, aunque la notable erección sobre la que se hallaba sentado lo trajo de vuelta a la realidad.

El noble sonrió, y volvía a inspeccionar la voluptuosa escultura que era afortunado de admirar.  Se perdió en la figura de su agotado amante, memorizando cada curva y repasándola con la yema de sus dedos.

En el suave e incitador roce con sus dígitos, llegó a los muslos entre abiertos, mientras los acariciaba, deleitándose ante la tersura y suavidad de éstos.

—¿Has hecho esto antes?— preguntó, totalmente envuelto en deseo. Su voz lo dejó notar también, y Yuki sintió la necesidad de levantar la mirada para ver con que expresión le había susurrado aquello.

En lugar de hacerlo, sólo negó cabizbajo, tratando de ocultar el rubor de sus mejillas. Ocasionalmente mordía sus deseables labios, para reprimir sus gemidos, efecto incluso de los más incoherentes e imperceptibles roces.

La sola presencia de Sadaaki ya parecía atraerlo y acalorarlo, por estar únicamente tan cercanos. Sólo que no lo sabía, y tampoco sabía que el Gran Señor también se sentía de esa forma.

—Tendré en consideración aquello… — murmuró Sadaaki, acariciando suavemente los mechones de negro cabello, entre sus dedos, y cómo si no hubiese besado en años los labios ajenos y azucarados, lo atrajo nuevamente y comenzó a besarlo, hambriento, desesperado. Tenían algo que no sabía con exactitud que era, pero que lo dejaban insatisfecho, con ganas cada vez de más…

El yōkai se sintió desfallecer con cada beso, era como si le robase el alma. Las corrientes y oleadas de placer tensaban cada músculo en su cuerpo, su miembro estaba muy despierto y los roces y caricias se habían vuelto desesperantes. Había algo que podía llevarlo el cénit del éxtasis, pero no sabía con exactitud qué.

Cuando dos dedos ajenos se posaron sobre su boca, el entreabrió sus labios, dándoles paso. No supo por qué, pero los lamía, y aquella fue la imagen más confusa para Sadaaki. Su amante, con su belleza irreal e inocencia en sus encendidos ojos negros, mostraba timidez, aunque eso se contradecía con su manera de dar lametazos a sus dedos, esa lengua cálida y suave, combinándolo con los fogosos ojos negros que no se habían despegado de sus afortunados orbes, era la imagen más pura y lasciva que en su vida había presenciado.

«Antitético, antitético, antitético.», le resonaba,  su casi dormido razonamiento.

Retiró sus dedos al sentirlos lo suficientemente lubricados, y los acercó con cuidado, a aquella rosada entrada que sintió tensarse con el primer roce.

—Respira y relájate…— profirió, en un quedito susurro. Era incomprensible que haya dicho aquello, cuando estaba muy ocupado en observar las castas reacciones de Yuki. Le gustaba incluso la mueca sensual y adolorida que se esbozaba en ese rostro bellísimo de porcelana.

Yuki le obedeció. Respiraba lentamente, intentando calmarse. La sensación era extraña, los dígitos rozaban las paredes de su cavidad, era incómodo y algo doloroso.

Había tratado de respirar lentamente como se lo dijo Sadaaki, pero al soltar un jadeo exasperado, notó que había empezado a respirar por la boca. El Daimyō  lo había notado mucho antes, puesto que no separaba su mirada de Yuki, estaba atento a cada reacción, a cada mueca, a cada sonido; por más imperceptible que fuese.

El bello yōkai gimió fuerte cuando sintió un roce, un roce que lo cegó y confundió por unos instantes. Parpadeó, descolocado, tratando de enfocar sus perdidos y bonitos ojos negros en su amante.

—¿Se sintió bien?— preguntó Sadaaki, sonriendo imperceptiblemente. Tomó aquel rostro desconcertado y hermoso y lo beso con cuidado, atesorándolo, sintiéndose afortunado de tenerlo así.

No esperaba obtener respuesta alguna, pero el actor asintió lentamente con la cabeza, desviando su mirada; avergonzado.

Otra vez estaba hipnotizado, y no consiente de ello, volvió a besarlo, descendiendo lenta pero ferozmente hasta el cuello, dónde se regodeó, lamiendo y marcando esa piel nívea de sabor dulce.

—Creo que me estoy enamorando…— aceptó al fin, en un susurro para sí mismo, sabiendo que era verdad pero que era casi increíble.

Al oír esto, el corazón del actor palpitó con fuerza.

Sadaaki no fue muy consciente de lo que sus palabras provocaron, pero Yuki sintió que podía entregarle absolutamente todo al hombre castaño de sonrisa y cuerpo seductor.

Quiso decir algo, pero al parecer sus labios sólo se entreabrían para liberar sonoros gemidos que trataba de reprimir, sin éxito. El placer no sólo lograba cegarlo en mínimos lapsos, sino también lo dejaba afásico, respondiendo únicamente con su cuerpo ansioso.

Los dedos en su cavidad dejaron de provocarle únicamente dolor. Desde aquel extraño roce en ese punto, su cuerpo se retorcía gozoso, totalmente confundido ante la mezcla de dolor y placer.

Pretendía indagar que fue ese efecto, cuando sintió algo duro rozar su entrada. Era agradable y extraño a su vez, y empezó a atravesar por una especie de conmoción, cerrando los ojos con fuerza. Sabía que era “eso”.  

—¿Estás seguro de esto?— su voz fue profundamente ronca y sensual. Era insistente con esa pregunta, porque Yuki le importaba y odiaba la idea de hacerle daño.

El actor soltó un jadeo desesperado, porque el cosquilleo libídine en su cuerpo lo estaba torturando.

Ya no era sólo curiosidad. De verdad deseaba entregarse completamente.

Asintió con la cabeza, completamente seguro. Lo quería y se estaba desesperando gradualmente, su cuerpo ardiente y tembloroso lo demostraba.

Sadaaki gruñó suavemente entonces al tomar su pene entre sus dedos y rozar reiteradamente aquella virgen entrada una y otra vez, satisfecho ante el suaves sacudidas del yōkai.

Por un momento creyó que iba a tomarlo con absoluta violencia, pues ya estaba en su límite. Ahora, estaba más bien sorprendido del deseo  que sentía y lo suave y recatado que actuaba su entero ser.

Se introdujo suavemente en el interior del bellísimo yōkai, jadeando completamente excitado al sentir la estrechez de aquella cavidad.

—Increíble…— gimió Yuki, mordiendo sus tentativos labios —Puedo… sentirlo claramente en…— jadeó, apretando la mandíbula. No había acabado la frase, porque el aquel considerable miembro había entrado por completo, llenándolo.

Sus labios entre abiertos se abrieron desmesuradamente, liberando un quejido cuando sin querer se contrajo, apretando así la virilidad del Daimyō,  quien gimió en un gruñido.

Le había dolido, pero a la vez se sintió muy bien, demasiado, que empezó a tiritar y se aferró en un abrazo sofocante a su amante.

—¿Te duele?— le susurró suavemente en el oído, sabiendo claramente la respuesta.

Yuki asintió, el dolor era punzante al sentirse expandido. Pero no comprendía muy bien porque aún conservaba su erección firme y palpitante.

Sadaaki lo besó suavemente, mientras le acariciaba el cabello, descendiendo paulatinamente hasta que del plano vientre, en un roce  tortuoso  llegó a la pelvis, acariciando con cuidado la erección, antes de envolverla por completo con su mano, masturbándolo tan lento, que parecía querer torturarlo, en lugar de excitarlo más de lo que el bellísimo actor ya estaba.

Jadeó con el primer lento movimiento de la muñeca, tratando de respirar para evitar la estenosis de su recto. No podía hacer mucho en su estado,  pues apenas podía respirar con calma, pero el palpitar fuerte de su corazón, la saliva que resbalaba de sus sensuales labios, las lágrimas que se acumulaban en sus ojos y los gemidos constantes; estaban fuera de su alcance. Había querido reprimir alguna de esas acciones, pero era tan imposible como no desear más y más.

El dolor punzante no se iba, se atenuó al punto de ser casi imperceptible. Pero había una sensación de fogosidad y éxtasis infinito que lo acechaba a cada embestida.

Estaba asustado y extasiado. Estaba lejos de su entendimiento porque comenzó a moverse sincronizado con los movimientos pélvicos de Sadaaki.

—Yuki…— susurró con fascinación el noble, mirándolo de la forma más intensa y apasionada, cómo jamás había visto a nadie —Eres tan hermoso…— suspiró, antes de levantar del mentón aquel rostro hermoso, para nuevamente atacar los labios de ambrosía.

El actor de cabellos oscuros cerró los ojos, y correspondió el beso, casi tan sediento como el hombre castaño. Sus suaves y dulces gemidos morían en la garganta de su amante.

Durante el beso, fue suavemente recostado en el futón. Ladeó la cabeza, pero sus orbes no dejaron de mirar al hombre al que ahora se estaba entregando. Sus manos temblorosas se elevaron hasta que palpó el cabello castaño desordenado, y enredó sus dedos en los mechones, sin dejar de observarlo.

—Esto es especial para mí…— murmuró suavemente, sin dejar de mirar a Sadaaki.

Al oírlo, no supo cómo responderle. Sólo le sonrió, aunque esa fue suficiente respuesta, esa sonrisa expresaba felicidad que no había sentido nunca en su vida.

—Para mí también.— alcanzó a contestar, antes de volver a besarlo, con cuidado, deleitándose con el sabor dulce, y juguetear un rato más con la lengua del bonito actor.

Se separaron, otra vez mirándose con intensidad, preguntándose el porqué del magnetismo  de sus cuerpos. La respuesta estaba ahí, pero ante su nublada mente, no podía ser visible.

—¿Puedo moverme?— y por fin entendió, que preguntaba antes de actuar, porque así sería de ahora en adelante; Yuki controlando su entero ser.

—Sí... muévete...— olvidó las formalidades, aunque eso a Sadaaki no le importó.

 Salió lentamente, logrando que Yuki se retorciera bajo él, susurrando frases sin coherencia, y sin avisar, entró violentamente, despeinando el bonito cabello del actor, quien gritó extasiado.

El yōkai echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos, consciente de que su cuerpo empujado con cada embestida le provocaba miles de sensaciones que ya no podía evitar.

El glande rozaba constantemente su próstata, enloqueciéndolo. Sentía el líquido pre seminal hacer más resbalosa sus estrechas paredes anales, y por un momento sintió temor de morir por tanto éxtasis.

—Se siente muy bien…— admitió, apretando las sábanas con erotismo, moviendo las caderas para enterrarse aún más el pene del Daimyō, el cual sonrió completamente enamorado de la imagen tan sensual que apreciaba.

El cuerpo exquisito perlado en sudor, los gemidos incitantes y los labios temblorosos de Yuki no ayudaban demasiado a que Sadaaki cesara el violento vaivén.

Él mismo notó que se había descontrolado al punto de que los gemidos de su precioso amante, habían subido de tono, convirtiéndose en alaridos llenos de placer. De los hermosos ojos negros resbalaban lágrimas, trazando caminos en las sonrojadas mejillas.

Yuki era hermoso y lascivo, y esa combinación era fatal. Su sano juicio fue devorado hace mucho, pero ahora no era ni consciente de que sería esclavo para siempre del yōkai de bellísima apariencia.     

El actor lo miraba, fascinado también. Sadaaki era un hombre sensual y fuerte, amable y considerado. Le había preguntado a cada instante si él deseaba que aquello pasara, y esas razones bastaron para que no dudara en entregarse a él.

Dejó de empuñar la sábana, y otra vez su mano se dirigió hacia el noble, pero en ésta ocasión enmarcando la mitad de su rostro, mientras trataba de decirle algo. Sabía bien que decirle, pero de su garganta no salía otro sonido que no fuese el de su voz quebrada y corrompida por el deseo.

Recién ahí notó el castañeteo de sus dientes, por la intensidad de la lascivia y de las penetraciones. Sus piernas se envolvieron en la cintura del noble, y lo atrajo más hacia sí, sin poder decirle aquellas palabras que deseaba, y sin poder evitar apartar su mirada del apuesto rostro.

—Yo también te pertenezco.— Sadaaki le entendió con sólo mirarlo. Él también era suyo y lo admitía.

Quiso besarlo por milésima vez, pero reprimió aquel instinto famélico, sólo para observar  la vorágine sensual que desprendía Yuki.  Tomaba bocanadas de aire, mientras con el dorso de su mano libre, limpiaba las lágrimas que afluían, producto del innegable placer y felicidad que sentía. El suave golpecito de los dientes chocando; como si la fruición lo hubiese sumido en un momentáneo estado de bruxismo,  combinado con los jadeos y gemidos, era tan placentero, que se movía cada vez más rápido.

Su bonito amante estaba en su límite y la muestra de aquello era su pene erecto y goteante.

—N-no… voy a…— logró articular, cuando el noble rozó su erección, sin dejar de mirarlo. Se había reprimido demasiado, y el placer en el que su sensual cuerpo se ahogaba no le dejaría retrasar la eyaculación más tiempo.

—También estoy en mi límite.— gruñó extasiado  el Daimyō, al sentir las convulsiones y continua estrechez en la carne que aprisionaba su miembro.

Comenzó a masturbarlo, rápidamente ésta vez, mientras lo besaba. Aquello fue demasiado para el yōkai, sumando la calidez que invadió su interior al saber que Sadaaki  había eyaculado en su interior, evitando no poder hacerlo también, junto con un grito carente de fuerza. 

Respiró por la boca, sintiéndose completamente debilitado. Abrazó a Sadaaki, mientras ocultaba su rostro en la curvatura del cuello y el hombro. El noble le correspondió, y besó con cuidado su cabeza.

—¿Así que ahora nos pertenecemos?— sonrió el castaño, tratando de mirar a Yuki, quién se ocultó aún más, avergonzado.

—Sí.— escuchó en una dulce risita, que incrementó la sonrisa de satisfacción del Daimyō.

Yuki se separó apenas, tratando de calmar su agitada respiración. Sadaki también se  apartó sólo un poco, para poder acariciarle la mejilla mientras lo miraba.

—De verdad no sabía que habían yōkai en el Teatro Kabuki.— sonrió divertido Sadaaki, mientras miraba al bellísimo actor, el cuál frunció el entrecejo, confundido, posteriormente lanzando una risa confundida.

—¿Yōkai?— preguntó curioso, aunque sólo recibió como respuesta una risa suave.

Iba a replicar, cuando sintió lentamente salir el miembro flácido de su interior. Se mordió los labios para reprimir un suave quejido.

—Sí. He estado pensando en que los yōkai desgracian la vida de los humanos, pero ya veo que no es así.— suspiró y se acostó al lado de su agotado amante, el cual lo miró confuso.

El actor arqueó una de sus perfectas cejas, sonriendo con diversión. Nunca se imaginó que alguien como el Daimyō Sadaaki pudiese decir tal incoherencia.

—De… verdad que no comprendo.— murmuró, totalmente extrañado.

—No necesitas comprenderlo.— el noble le murmuró aún con diversión, sintiéndose consumido con aquella mirada que fingía molestia.

Se acercó hasta él y lo besó otra vez, maravillándose con la belleza del bellísimo yōkai del que ahora era esclavo.

 

~*~

 

La obra finalizó, y en seguida el público aplaudió, conmovido.

Sadaaki caminó hasta el pasillo que daba con la salida trasera del teatro. Distinguió a Yuki quitarse la máscara nō, mientras con sus dedos trataba de colocar en orden sus despeinados cabellos negros.

—Casi me haces llorar.— le hizo saber con una sonrisa, mientras con sus ojos recorría el estilizado cuerpo.

Yuki reconoció aquella voz, y volteó, sonriente igualmente.

—Me hubiese gustado ver eso, entonces.— rebatió, en broma. Guardó la máscara junto a otras que eran amorfas y diabólicas.

—¿Le apetece entonces aceptar mi humilde invitación a mi morada, para tomar té? Si rechaza la oferta, definitivamente me hará llorar.— Sadaaki se apoyó en una mesa, sin dejar de sonreír tan fascinado como la primera vez que lo vio.

El bello actor pareció meditar profundamente, en broma. Se acercó entonces al Daimyō y le mostró una sonrisa maliciosa que afirmaba las teorías ocultas de Sadaaki, del origen sobrenatural de la belleza de Yuki.

—Sólo porque no deseo verlo sufrir.— bromeó, inclinando un poco el rostro para ocultar su sonrojo.

 El noble suspiró, y caminó hasta él, levantando con cuidado el bonito rostro, para besarlo con dulzura.

«Al Daimyō Sadaaki–Sama le encanta el Teatro Kabuki», pensaron muchos.

Nadie sospechaba que el teatro era una excusa para ver a su dulce amante.

Al yōkai que le había robado el corazón.

 

 

 

:. :. :. :.

Kabuki(歌舞伎) Forma de teatro japonés tradicional que se caracteriza por su drama estilizado y el uso de maquillajes elaborados en los actores.

Daimyō (大名) Era el soberano feudal más poderoso desde el siglo X al siglo XIX dentro de la historia de Japón. El término "daimio" significa literalmente "gran nombre". Desde el shugo del Período Ashikaga hasta el del Período Sengoku hasta el daimio del Período Tokugawa.

YōkaiApariciones, espíritus, demonios, o monstruos.  Son una clase de criaturas en la cultura japonesa. 

Onna GeishaProfesionales del entretenimiento. Las geisha usaban sus habilidades en distintas artes japonesas, música, baile, y narración, para así entretener al cliente.

Teru Teru Bozuhttps://www.youtube.com/watch?v=eqgL0NEv3IE

Kagema(陰間) es un término histórico japonés para un prostituto joven masculino. Los kagema eran a menudo aprendices de actores de kabuki (que a su vez a menudo eran prostitutos fuera del escenario) y servían a una clientela de mujeres y hombres.

Oiran Cortesana de alto rango, que no sólo era instruida en el arte del placer sexual, puesto que además hacían un servicio de entretenimiento que incluía las artes del baile, la música, la caligrafía, la poesía y la conversación. Debían poseer además de belleza extraordinaria, un nivel intelectual que se consideraba esencial para una conversación sofisticada. Según textos históricos, la última oirán data de 1761.

Kōmei Tennō121.er emperador de Japón. Tiene la edad de veintinueve años en la historia.

Tōryansehttps://www.youtube.com/watch?v=PLUFjgrU_G4 Aunque prefiero más la versión de Mi-Chan ®https://www.youtube.com/watch?v=rzmnBnAwCz0 o de la magnífica voz de Tomoe Matsui ®https://www.youtube.com/watch?v=jdJqtQVUHiw

Warabe uta Son canciones japonesas tradicionales, similares a las rimas infantiles.

Té gyokuro】Té de primera calidad, siendo el más caro de la variedad de té verde japonés, debido a su cuidadosa elaboración.

Porcelana akae-sometsukeEs la porcelana producida en el período Edo adornada, entre otros, con sencillos dibujos de flores. Hasta entonces la porcelana, entre las que se encontraba la conocida como Akae-Sometsuke, era considerada artículo de lujo e inalcanzable para la gente común.

Kujō AsakoCosorte del Emperador

Yarō kabukiDesde 1653, sólo hombres maduros podían realizar kabuki, lo que se convirtió en una forma sofisticada y altamente estilizada.

NinjaGrupo militar de mercenarios entrenados especialmente en formas no ortodoxas de hacer la guerra, en las que se incluía el asesinato, espionaje, sabotaje, reconocimiento y guerra de guerrillas, con el afán de desestabilizar al ejército enemigo, obtener información vital de la posición de sus tropas o lograr una ventaja importante que pudiera ser decisiva en el campo de batalla.  Utilizaban una amplia gama de armas y artefactos como espadas, shuriken o cadenas, además de ser expertos en la preparación de venenos, pócimas y bombas. Del mismo modo, eran entrenados en el uso del “arte del disfraz”, que utilizaban a menudo para pasar desapercibidos dependiendo de la situación imperante en el lugar en el que se tuvieran que introducir, a diferencia de la típica vestimenta con la que hoy día se les identifica.

Kabuki femeninoLa historia del kabuki comenzó en 1603. Las ejecutantes femeninas interpretaban tanto los papeles femeninos como masculinos en situaciones cómicas de la vida cotidiana. Muchas de las ejecuciones en este período fueron de carácter indecente, las ejecuciones sugestivas eran realizadas por muchas imitadoras; estas actrices estaban comúnmente disponibles para la prostitución, y los miembros masculinos de la audiencia podían requerir libremente de los servicios de estas mujeres. Por esta razón, el kabuki era también escrito como 歌舞妓 (prostituta cantante y bailarina) durante el período Edo.

Kabuki con jóvenes masculinosLa atmósfera escandalosa y en ocasiones violenta de las ejecutantes de kabuki atrajo la atención del shogunato Tokugawa, y en 1629 las mujeres fueron expulsadas de los escenarios con el supuesto propósito de proteger la moral pública.

Puesto que el kabuki ya era tan popular, los actores jóvenes masculinos tomaron el lugar de las mujeres. Junto con el cambio de los ejecutantes, el género cambió a su vez el énfasis de la ejecución: la tensión creciente fue puesta más en el drama que en la danza. Estas actuaciones resultaron igualmente obscenas, y muchos actores estaban también disponibles para la prostitución (incluso para clientes homosexuales). Las audiencias se alborotaban frecuentemente, y de vez en cuando explotaban las reyertas, en ocasiones para requerir los favores de un joven actor atractivo en particular, llevando al shogunato a prohibir también las actuaciones de actores jóvenes en 1652.

HatomotoDurante el Período Edo, eran los samurái sirvientes de alto rango.

KatanaTipo particular de sable de filo único, curvado, tradicionalmente utilizado por los samuráis.

WakizashiEs un sable corto tradicional japonés, con una longitud de entre 30 y 60 centímetros. Su forma es similar a la de la katana, aunque el filo es generalmente más delgado y por tanto puede herir con mayor severidad a un objetivo desprotegido.

TantōArma corta de filo similar a un puñal de uno o de doble filo con una longitud de hoja entre 15 y 30 cm. Se porta en el obi (cinturón), aunque ciertamente se podría ocultar con relativa facilidad. Algunos samurái preferían el tantō por la soltura de su manejo y como complemento de sus artes marciales cuerpo a cuerpo.

Clan TokugawaFue uno de los clanes más poderosos de Japón. Alcanzan su cénit en el período Edo.

SeppukuEs conocido también como “hara-kiri”. Se trata del suicidio ritual japonés por desentrañamiento. Formaba parte del bushidō, el código ético de los samuráis, y se realizaba de forma voluntaria para morir con honor en lugar de caer en manos del enemigo y ser torturado, o bien como una forma de pena capital para aquellos que habían cometido serias ofensas o se habían deshonrado.

【Samurái】Designa una gran variedad de guerreros del antiguo Japón, aunque su verdadero significado es "el que sirve" de una élite militar que gobernó el país durante cientos de años.

Shōgun Tokugawa Ieyasu(徳川 家康) 31 de enero de 1543-1 de junio de 1616. Fue el fundador y primer shōgun del shogunato Tokugawa de Japón, quienes gobernaron desde la batalla de Sekigahara, en 1600, hasta la Restauración Meiji en 1868. Ieyasu gobernó desde 1600 (oficialmente 1603) hasta su renuncia en 1605.

Meiji TennōFue hijo de Kōmei Tennō. Emperador de Japón número 122º, de acuerdo con el orden tradicional de sucesión imperial Japonés, reinando desde el 3 de febrero de 1867, hasta su muerte.

Postura seizaForma tradición de sentarse de rodillas.

Futon(布団)Estilo de cama tradicional japonesa consistente en un colchón y una funda unidos, plegable, para poder guardarlo.

 ObiFaja ancha de tela, que se lleva sobre el kimono.

Traje Kamishimo y Peinado Chonmagehttp://www.reformation.org/e-daimyo-nobunaga.jpg En la imagen se muestra a un Daimio, con el traje y peinado mencionados.

Arco y las flechasSe asocia a los Samurái con las katanas, pero en realidad, estas eran las principales armas usadas por éste grupo militar.

Músculo Recto Abdominal y Músculo serratohttp://www.masmusculo.com.es/images/data/videos/el-entrenamiento-abdominal-2big.jpg Síp. El músculo al que llaman “cuadritos” o “abdominales” hace alusión al músculo rescto abdominal.

BruxismoHábito de rechinar o apretar los dientes, sin aparente funcionalidad.

Máscara nōUsadas en el teatro nō. Las hay de gran variedad y temática. http://4.bp.blogspot.com/-hHNpwS6yoA0/T-llCcuYhTI/AAAAAAAAAQI/cCyPnUkm74g/s1600/noh_masks.jpg

Notas finales:

Debo decir que en mi vida había escrito una "novela ligera", y menos con temática homoerótica. Desventajas de tener amigas fujoshi. (?) 

Ichijou Sadaaki: 

http://s1076.photobucket.com/user/SebasHellderick/media/Ichijou%20Sadaaki_zpspogamy2o.png.html?sort=3&o=0

Hirohata Yuki: 

http://s1076.photobucket.com/user/SebasHellderick/media/Harata%20Yuki_zpsodyz7qo4.png.html?sort=3&o=1

Dibujos hechos por Nickii. Sadaaki con traje de Daimyo me ha encantado, pero Yuki se ve alucinante. Definitvamente no exageré en el escrito. 

Con esto, respondo al igual que MeikoShion. Qué el reto se llamaba "Algo de Historia Y Lemon", pero en mi caso es al revés. :'v xD

Lo prohibido: Deseo Y Veneno es la novela que ella hizo y que esta... 7u7. Hahaha xD. 

La novela me gustó escribirla. En la parte del lemon me tardé un montón. No, el problema no fue acomodar la historia con la ambientación del año 1859/1860, el problema fue el lemon.

No soy uke y no podía ponerme en el lugar de Yuki, de verdad. Debo aceptar que obtuve una pequeña ayuda en ese pedazo. 

Mi escrito es un injerto de la escritura de Meiko y Nickyu (sin mencionar que el de las dos casi se parece xD), pero es porque me basé en su forma de escribir para hacerlo yo. :'v

Y les va a soprender que la historia tiene un final triste, ¿no? Y nop. No lo escribiré yo. Si en todo caso les da curiosidad, pueden preguntarme y responderé en los reviews.

Es la única novela que publicaré, así que cuídense mucho. C:

Tschüss   


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